viernes, 22 de agosto de 2025

Cultura es lo que nos falta

En una entrevista radial, alguien conocedor del tema, afirma que en esta época (cercana a Agosto de 2025) existen en el planeta unas 56 guerras, o conflictos armados. Por otra parte, observamos en los noticieros el salvajismo evidenciado durante el partido de fútbol entre Independiente de Avellaneda y la Universidad de Chile, que no sólo se debió a las minorías barra bravas, sino también al apoyo parcial de las mayorías ante el vandalismo reinante. Incluso la policía local mostró acciones violentas innecesarias luego de concluidos los principales disturbios.

Por lo general, ante situaciones de crisis sociales, políticas y económicas, se buscan las soluciones a partir de la política, en algunos casos, o en la economía, en otros casos, siempre a través de ideologías o visiones generales del mundo real. Sin embargo, casi siempre se ignora que el fundamento básico de toda sociedad es la ética personal de cada ser humano. Cuando esta ética está alejada de la tendencia hacia la cooperación social, resulta muy limitada la incidencia de las mejores políticas y de las mejores economías posibles.

Puede decirse que son los valores elegidos por los integrantes de la sociedad los que definen las acciones a seguir. Se trata de una elección entre unas pocas posibilidades. La búsqueda de actitudes cooperativas es la consecuencia de poseer una inteligencia normal, ya que así se logrará un nivel aceptable de felicidad. Como muchos desconocen este aspecto del comportamiento humano, suponen que la felicidad se encontrará a través de la búsqueda de lo material o bien carecerán de una orientación al respecto.

Para mejorar el orden social, debe primero mejorarse el nivel ético individual, condición esencial del hombre que incluso tiende a hacer innecesaria la ley proveniente del derecho. Es decir, si todos los hombres estuviésemos adaptados plenamente al orden natural, orientados por una predominante actitud cooperativa, no sería necesario el refuerzo que la ley humana debe prestar para orientarlo en la dirección correcta. Como, en realidad, todavía estamos lejos de esa situación ideal, la ley humana debe seguir ayudando a consolidar el proceso de adaptación mencionado.

La ética cristiana, que coincide esencialmente con la ética natural, no tiene la influencia esperada por cuanto ha sido desplazada por simbologías y misterios. Además, sus predicadores no han sido del todo eficaces. En este caso puede hacerse una analogía con el caso de los vendedores. Así, mientras que el buen vendedor es el que se interesa realmente por el cliente, el mal vendedor se dedica a exaltar los atributos de lo que vende, o bien trata de mostrar sus aptitudes de vendedor, dejando de lado al comprador que sólo es considerado como un medio para lograr el objetivo del vendedor: la venta. En forma similar, el predicador tiende a exaltar a Dios y a Cristo, e incluso a mostrar sus atributos personales sin apenas interesarse por el individuo a quien se dirige, que pasa a ser algo secundario. El cristianismo inicial, por el contrario, parece constituir un desesperado intento de salvar a la humanidad de su propia autodestrucción.

Varios autores señalan que lo cultural es prioritario a lo político y a lo económico, para encontrar el rumbo definitivo que nos lleve hacia el real progreso del ser humano. Lo cultural, asociado a lo espiritual, no es otra cosa que la búsqueda consciente de dos aspectos relegados por el materialismo y la superficialidad reinante, y ellos son: lo intelectual y lo afectivo (o ético). Samuel P. Huntington escribió: “Si la cultura incluye todo, no explica nada. Por lo tanto, definimos la cultura en términos puramente subjetivos como los valores, actitudes, creencias, orientaciones y suposiciones subyacentes que prevalecen entre las personas que conforman una sociedad”.

Lawrence E. Harrison, por su parte, escribió: “El escepticismo respecto de la relación entre los valores culturales y el progreso humano aparece en especial en dos disciplinas: la economía y la antropología. Muchos economistas consideran axiomático que una política económica adecuada y efectivamente aplicada produzca los mismos resultados independientemente de la cultura. El problema, en este punto, es el caso de los países multiculturales en los que a algunos grupos étnicos les va mejor que a otros, aunque todos operen con las mismas señales económicas. Los ejemplos son las minorías chinas en Tailandia, Malasia, Indonesia, Filipinas y EEUU, las minorías japonesas en Brasil y los EEUU, los vascos en España y en América Latina, y los judíos donde sea que hayan migrado” (De “La cultura es lo que importa” de S. P. Huntington, L. E. Harrison y otros-Ariel-Buenos Aires 2001).

Cuando diferentes artistas protestan por el poco apoyo que reciben del Estado, no hablan en nombre del arte sino de la “cultura”. Si bien una denominación puede ser un detalle de escasa importancia, resulta sin embargo una respuesta típica de un sector que considera como “culto” esencialmente a quien se dedica a alguna forma de arte, mientras excluye indirectamente a otras actividades humanas del ámbito de la cultura. Algo similar ocurre con la denominación de “intelectual”, reservada esencialmente a quien se dedica a la literatura.

Si tenemos en cuenta que la evolución cultural es un proceso que implica también realizaciones científicas, filosóficas y religiosas, resultan un tanto indebidas las pretensiones de los sectores artísticos y literarios, especialmente por el hecho de considerar como inculto y hasta incivilizado a quien desconoce las obras que ellos realizan. Stephen Jay Gould escribió: “La tercera cultura es una idea poderosa. Entre los intelectuales de letras hay algo así como una conspiración para acaparar el panorama intelectual y editorial, cuando de hecho hay un grupo de escritores no novelistas, de formación científica en su mayoría, con multitud de ideas fascinantes sobre las que la gente desea leer. Y algunos de nosotros escribimos y nos expresamos bastante bien”.

“El Nobel británico Peter Medawar, un científico de educación humanista y clásica, decía que no era justo que un científico que conocía poco el arte y la música fuese considerado entre la gente de letras como un imbécil y un filisteo, mientras que ellos no se sentían en absoluto obligados a conocer la ciencia para considerarse cultos: toda persona culta tenía que poseer una cultura artística, musical y literaria, pero no necesariamente científica” (De “La tercera cultura” de John Brockman-Tusquets Editores SA-Barcelona 1996).

A Murray Gell-Mann también le llama la atención el hecho de que haya quienes se jactan de no saber nada acerca de la ciencia: “Por desgracia, en el terreno de las artes y las humanidades –y hasta puede que en el de las ciencias sociales- hay gente que presume de saber muy poco de ciencia, tecnología o matemáticas. En cambio el fenómeno opuesto es muy raro. Uno se encuentra de vez en cuando con científicos que no han leído a Shakespeare, pero nunca se encontrará con uno que se vanaglorie de ello”.

La supervivencia del hombre depende esencialmente de su herencia cultural. Si ignorásemos, por ejemplo, los conocimientos aportados por la medicina, seguramente descendería nuestra edad promedio de vida. Ralph Linton escribió: “Sin la presencia de la cultura, que conserva las conquistas anteriores y forja a la generación que sigue…el homo sapiens no sería más que un primate antropoide de la Tierra, ligeramente distinto en estructura y un poco superior en inteligencia al chimpancé, pero hermano suyo”. “Los seres humanos deben su preeminencia actual en parte a su dotación mental superior, pero sobre todo a las ideas, hábitos y técnicas que han recibido de sus antepasados” (De “El estudio del hombre”-Fondo de Cultura Económica-México 1972).

La antropología estudia la forma en que surge la cultura, que está asociada a la información aportada por las distintas generaciones para ser transmitida a las futuras. De ahí que se ocupe de temas tales como organización social, derecho, religión, raza, lenguaje, moral, arte, etc. Si bien estos temas también son estudiados por la psicología, la sociología y otras ciencias sociales, el enfoque antropológico apunta a describir las etapas del surgimiento de la cultura en los distintos pueblos y a proponer posteriores comparaciones. R. R. Marett escribió: “La antropología es la historia total del hombre, animado y penetrado por la idea de la evolución. El hombre en evolución –tal es, en toda su vastedad- el objeto de la Antropología”. “El papel de la Antropología consiste sencillamente en describir. Mas sin salirse de los límites de su campo, puede y debe proceder de lo particular a lo general, aspirando nada menos que a una fórmula descriptiva que resuma y corone la serie total de transformaciones en que la evolución del hombre consiste” (De “Antropología”-Editorial Labor SA-Barcelona 1931).

El punto de partida, algunos miles de años atrás, es la época en que el hombre llega a un estado de evolución biológica similar al del hombre actual, pero con un mínimo nivel cultural, o de información adquirida. Para facilitar la descripción podemos suponer que ese hombre lleva información biológica en su propio cuerpo y mente en un 100% y cultural en un 0%, por cuanto nada ha podido heredar. El punto de llegada, como tendencia, habrá de ser el hombre evolucionado culturalmente, o el hombre espiritual, que habrá podido incorporar a su propia mente una gran parte de la información adquirida por las sucesivas generaciones humanas. De ahí que la información disponible por este hombre del futuro podrá ser de origen biológico en un 50% y cultural en un 50%, por estimar alguna cifra.

Al existir la evolución cultural del hombre, podemos decir que la tarea de la antropología consiste precisamente en la descripción de tal proceso, que va asociado a un progresivo aumento en el nivel de adaptación al orden natural. De ahí que, en cierta forma, en lugar de buscar prioritariamente la descripción de todo tipo de cultura existente en el pasado y en la actualidad (antropología experimental), deberá encontrarse, además, una valoración posterior en función del proceso de la evolución cultural con un progreso paulatino en cuanto al nivel de adaptación (antropología teórica).

Este cambio es necesario para evitar que sea designado como “cultural” todo acontecimiento social sin una previa valoración bajo el criterio mencionado. Jorge Bosch escribió: “Para los antropólogos todas las relaciones sociales que no se derivan directamente del patrimonio genético poseen carácter cultural; todas, independientemente de cualquier sistema de valores. Desde el punto de vista antropológico, son rasgos culturales las ceremonias de casamiento y las formas de delincuencia, las honras fúnebres y las estafas. Las modalidades del trabajo y los métodos de corrupción de las conciencias” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

Un aspecto notable de la influencia que la ciencia ejerce sobre la humanidad es el cambio que produce en la visión que en cada época nos formamos acerca del universo. Antiguamente se pensaba que el hombre era un ser viviente ya formado en una etapa previa, y que poco podíamos hacer para cambiarlo, mientras que ahora advertimos que debemos construirnos a nosotros mismos, como una tarea inesperada. Podemos decir que el Creador nos ha hecho partícipes de su obra, ya que nuestra evolución cultural es una actividad prevista por la naturaleza, y no una intromisión del hombre en el plan implícito en el propio orden natural.

La antropología teórica, o valorativa, sólo puede establecerse con la colaboración de otras ramas de las ciencias sociales. Ello se debe principalmente a que todo grupo humano está constituido por individuos y de ahí que exista una cercana relación entre las distintas personalidades individuales y la cultura emergente del grupo social. Ralph Linton escribió:

“El entendimiento de la cultura es para el antropólogo lo que para el matemático el conocimiento de los números. Pero cuando aquél se propone conocer la integración de la cultura encuentra que sólo puede lograrlo recurriendo al psicólogo que estudia la personalidad y con quien colabora, a su vez, siempre que se trate de explicar los factores que condicionan dicha personalidad; la multiplicidad ambiental y la diversidad del medio cultural. Semejante colaboración es hoy imprescindible como necesidad científica en las Ciencias Sociales, desde el proceso mismo de la investigación”.

“El estudio sistemático de las relaciones entre el individuo, la sociedad y la cultura, es el progreso más reciente que ha logrado el hombre en su viejo esfuerzo de entenderse a sí mismo. Este estudio versa sobre el punto de contacto de tres antiguas disciplinas científicas, a saber: la psicología, la sociología y la antropología. Cada una ha seleccionado una serie determinada de fenómenos, ha desarrollado sus propias técnicas y actualmente puede exhibir un buen número de resultados positivos” (De “Cultura y personalidad”-Fondo de Cultura Económica-México 1971).

Es posible afirmar que, a nivel individual, existe una ética natural objetiva que consiste en adoptar una actitud cooperativa que permite compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes, siendo éste el camino del bien. Las restantes actitudes, competitivas, egoístas y negligentes, constituyen el camino del mal. Luego, la cultura emergente de una sociedad en la que predomina el bien ha de ser muy distinta a la cultura de una sociedad en la que predomina el mal; por lo que, necesariamente, la primera ha de ser mejor que la segunda, por cuanto en el primer caso el individuo está mejor adaptado al orden natural. De ahí que, desde este punto de vista, no tendrá validez el relativismo cultural que valora igualitariamente a toda cultura posible. John Monaghan y Peter Just escriben:

“Entre las consecuencias morales, filosóficas y políticas del surgimiento del concepto de cultura se encuentra el desarrollo de la doctrina del «relativismo cultural». Partimos de la premisa de que nuestras creencias, moral y comportamientos –incluso las verdaderas concepciones del mundo que nos rodea- son productos de la cultura que asimilamos como miembros de una comunidad. Sí, como creemos, el contenido de la cultura es el producto de la experiencia histórica, arbitraria de una persona, entonces lo que somos como seres sociales también es un producto histórico, arbitrario. Como la cultura determina nuestra visión del mundo de una manera tan profunda, entonces hay razones para pensar que no tenemos una base objetiva para afirmar que una visión del mundo es superior a otra, o que puede utilizarse una visión del mundo para medir las demás. En este sentido, las culturas sólo pueden juzgarse como relativas en relación con cualquier otra, y el significado de una creencia o comportamiento determinado debe entenderse, antes que nada, como relativo a su propio contexto cultural. En otras palabras, constituye la base de lo que ha dado en llamarse relativismo cultural” (De “Antropología social y cultural”-Editorial Océano de México SA-México 2006).

Los argumentos que fundamentan el relativismo moral, asociados a la anterior cita, provienen de no tener en cuenta tres aspectos básicos:

a) El hombre actúa no sólo por influencia del medio social, sino también por sus atributos genéticos heredados.
b) La cultura dominante en un grupo social depende bastante de las personalidades individuales de sus integrantes, de donde, a la desigualdad de personalidades, le sigue una desigual cultura. Como existe una ética individual objetiva, ha de existir una valoración objetiva de la cultura dominante.
c) La visión científica disponible a partir de los avances de la ciencia experimental nos muestra que los conocimientos por ella aportados resultan superiores, en sentido absoluto y en algunos temas, a las creencias dominantes en sociedades atrasadas respecto a tales temas.

El hombre surge luego de sucesivas mutaciones genéticas, cuyos efectos fueron seleccionados mediante el proceso de prueba y error (selección natural). En una forma similar aparecen los distintos cambios culturales y científicos. De ahí que la cultura adoptada por cada pueblo sea la adecuada, o la que mejor parece serlo. Ante la innovación, se estiman los posibles efectos, o bien se considera lo que ocurrió en otros pueblos en similares circunstancias.

El espíritu de cambio, que tiende a rechazar parcialmente al pasado, se opone al espíritu conservador que trata de mantenerlo. El primero puede servir tanto para mejorar como para empeorar el nivel cultural de una sociedad. Si se busca el cambio por el cambio mismo, sólo se buscará contradecir todo lo anterior. Tanto el innovador como el reaccionario tratan de imponer cambios en la estructura social. Al principio no son descubiertos como tales, ya que el tiempo será el que logrará darles su verdadera importancia. Tales individuos se presentan como “mutaciones sociales” que pueden tanto favorecer como perjudicar al organismo social.

Una parte importante de los conflictos humanos se debe a los diversos intentos por imponer la cultura propia a otros pueblos. Ello implica imponer religiones, creencias, sistemas políticos o económicos, etc. Con el tiempo, y con el auge de las comunicaciones, existe una tendencia hacia la universalización de las culturas, que presenta la ventaja evidente de un posible cese de los conflictos. Tal cultura ha de heredar el carácter universal que presenta el conocimiento científico, al menos hasta donde llega su alcance.

Muchos son los que erróneamente tienen depositada su confianza en el multiculturalismo basado en el relativismo moral, si bien resulta conveniente depositar nuestra confianza en el universalismo basado en el objetivismo cultural. Como existe una ley natural objetiva que da lugar a un orden natural con tal atributo, debemos tomarlo como referencia para comparar toda “mutación cultural” propuesta para ir conformando una cultura universal.

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