domingo, 31 de marzo de 2019

Socialismo inca y en las misiones jesuitas

Por Carlos Rangel

El socialismo inca

Contra la fuerza del razonamiento de Engels, los incas lograron, según parece, edificar y mantener un imperio de cerca o más de un millón de súbditos, y esto sin contar siquiera con la escritura. Por lo mismo, hay que reconocerles un genio político poco común. Sin embargo, la exaltación “tercermundista” (y desde luego antiimperialista, y por lo tanto válidamente nacional para cada país latinoamericano y no sólo para el Perú, Ecuador y Bolivia) del socialismo inca, se demuestra en la práctica tan arbitraria como el abultamiento fantástico de la población precolombina; y es en todo caso contraproducente (si se examina de cerca la cuestión) como argumento a favor del socialismo, salvo como el sistema más apropiado (en su forma perfecta, totalitaria) en relación con la población (caso del antiguo Perú y, es cierto, de zonas cada vez más importantes del llamado Tercer Mundo) pero de ninguna manera como un sistema prometedor de libertad o de abundancia; y menos todavía de la libertad en medio de la abundancia.

Según Leguízamo (o quien haya escrito lo que a Leguízamo se atribuye) el Imperio inca antes de la llegada de los españoles era una sociedad tan perfecta y tan virtuosa que no había ni un solo ladrón, ni un solo hombre vicioso, ni un solo hombre ocioso, ni una sola mujer adúltera. Quien tuviera en su casa cien mil pesos en oro y plata, podría tranquilamente dejar la puerta abierta, con apenas una escoba o un pedazo de leño en el umbral como seña de no estar el dueño en casa, etc.

El historiador romántico norteamericano William Prescott…sostiene que en el Perú precolombino “nadie era rico, pero nadie era pobre”…“La ambición, la avaricia, el deseo de cambiar de estado, todas esas pasiones que agitan al espíritu humano, no encontraban lugar en el pecho de un peruano”. Al socialista utópico y romántico que era Prescott no le pasa por la mente que en la medida en que tales afirmaciones guarden alguna relación con la realidad, podría dárseles una interpretación harto diferente a la operación “espontánea” de la virtud “natural” del “buen salvaje” antes de la “caída” que habría sido toda civilización mercantil, y sobre todo la ambiciosa, fáustica civilización occidental.

Una explicación, por ejemplo, como la que propone Louis Baudin para quien el Perú precolombino fue testigo de un ensayo sin duda interesantísimo, pero ni “buen salvajista” ni mucho menos libertario, de racionalización de la sociedad, basado en la absorción totalitaria del hombre por el Estado; un sistema en el cual el bienestar de cada cual estaba asegurado en un nivel mínimo y aproximadamente igualitario (para los hombres comunes y corrientes, no para los dirigentes, quienes tenían privilegios en escala ascendente, según su jerarquía) a cambio de una rígida subordinación al plan de cada existencia individual. Los planificadores ideaban e imponían normas de producción, distribución y consumo, para cuyo efecto toda la población esta organizada en una pirámide de jerarquías rígidas y sacralizadas, con todo el poder y toda la responsabilidad concentrados en los dirigentes.

En tal sistema, cada campesino tenía contacto sólo con su centurión, y prácticamente jamás se apartaba del valle donde había nacido. Estos campesinos “rasos” (99% de la población) no recibían educación, salvo la más somera, especializada y estrechamente relacionada con sus funciones específicas. Cada hombre tenía que obedecer ciegamente a sus superiores, bajo amenaza de terribles castigos. Los centuriones, a su vez, conocían varios valles y tenían alguna educación. Cuanto más alto estuviera un hombre en este aparato de control social, mayor era su prestigio y más amplios sus conocimientos y sus horizontes. Pero nadie, salvo los más altos señores, viajaba jamás por gusto o en asuntos particulares. Aparte de los incas, sólo mensajeros o funcionarios podrían trasladarse de un sitio a otro del Imperio. Quien se encontrara fuera de su sitio sin justo motivo, era castigado como delincuente.

En su prólogo al libro de Boudin, Ludwig von Mises escribe: “De estas páginas emergen los contornos sombríos de la vida bajo un régimen colectivista: el espectro del ser humano privado de la cualidad esencialmente humana de elegir y actuar. Los súbditos de los incas eran seres humanos sólo en el sentido biológico. De hecho, eran mantenidos como el ganado en el corral. Al igual que el ganado no tenían preocupación material alguna, porque su mejoramiento personal no dependía de su propia conducta”.

Las reducciones del Paraguay

Sólo los jesuitas simpatizaron con la independencia de Hispanoamérica y por razones muy particulares, originadas en la expulsión de la orden de todos los dominios del rey de España en 1767, tras haber los discípulos de San Ignacio logrado edificar en América un orden teocrático-cristiano sin duda deprimente para un espíritu liberal, pero que es uno de los pocos ejemplos históricos de un régimen socialista consecuente con su principio.

Los jesuitas llegaron al Paraguay en 1588. En poco más de un siglo (antes de 1700) alcanzaron a tener establecidas en esa región del “hinterland” hispanoamericano unas treinta misiones llamadas reducciones, con no menos de 100 mil indios. (Reducir: persuadir o atraer a uno con razones y argumentos. Sujetar a la obediencia. Diccionario de la Real Academia Española).

Cada reducción irradiaba de una plaza central, uno de cuyos lados estaba ocupado por la iglesia y su sacristía, y los otros tres por dormitorios para 100 o más familias con estancias separadas para cada familia. En la madrugada, los varones en edad de trabajar salían hacia los campos de labranza, encabezados por un hermano jesuita, acompañados con música y llevando en andas la imagen de un santo. En el camino, la procesión se detenía además varias veces a orar en estaciones que eran otros tantos santuarios.

Gradualmente según los requerimientos de la labor, pequeños grupos se iban desgajando del cuerpo principal hasta que habiéndose distribuido todos los indios sobre la tierra cultivada, el sacerdote y los músicos regresaban a los cobertizos. A mediodía, antes de almorzar, nuevas devociones y descansos. Luego más trabajo, y poco antes de la puesta del sol, el mismo jesuita y los mismos músicos recogían el rebaño de indios.

Otros indios, igualmente encuadrados, se ocupaban del ganado. Otros de artesanía. Todo era propiedad comunitaria, un concepto que, no por accidente, los modernos partidos socialcristianos han querido refrescar, aunque nadie sepa a ciencia cierta cómo podría aplicarse en una sociedad moderna, donde el paternalismo y la “socialización” de la propiedad dan resultados que ya no pueden calificarse de imprevisibles. A cambio de su trabajo los indios “reducidos” recibían parte de lo que “importaba” a cambio de la “exportación” del excedente (cosas tales como cuchillos, tijeras y anteojos).

La actitud de los jesuitas hacia los indígenas era la de adultos encargados de la guardia y custodia de menores permanentes, de niños de quienes no se suponía ni se esperaba que llegarían nunca a la edad adulta, a la razón y a la madurez. Los “neófitos” (como se les llamaba) no recibían ningún estímulo hacia la responsabilidad sólo hacia la obediencia. ¿No es esta la realización, tan perfecta como será jamás posible, de una especie de “ciudad de Dios” en la tierra o República platónica? Cabe preguntarse si en el fondo, esencialmente, el pensamiento político cristiano no realizó su ideal perenne, imperecedero en la sociedad edificada por los jesuitas en el Paraguay en los siglos XVII y XVIII.

(Extractos de “Del buen salvaje al buen revolucionario” de Carlos Rangel-Editorial CEC SA-Caracas 2015).

sábado, 30 de marzo de 2019

La elección racional

La regla práctica que describe el comportamiento del egoísta e idealizado “hombre económico” implica la presunción de una siempre presente elección racional, que consiste en tratar de maximizar la utilidad-beneficio y reducir el costo y los riesgos. Como no siempre se observa ese comportamiento, se hablará entonces de elecciones “irracionales”, según el criterio anterior, lo que no implica que tales individuos sean verdaderamente “irracionales” según criterios más amplios como los empleados en psicología.

Esta simplificación ha generado muchas críticas. Tim Harford escribió: “Si has leído algunas de las críticas a la economía, puede que estés comenzando a temer que lo que tienes entre manos es un libro sobre un personaje de muy mala fama llamado Homo economicus, u «hombre económico». Este hombre es la caricatura de aquello que, en general, se supone que los economistas deben presuponer de las personas. El Homo economicus no comprende las emociones humanas como el amor, la amistad o la caridad, o incluso la envidia, el odio o la ira; sólo el egoísmo y la codicia”.

“Conoce su propia mente, nunca comete errores y posee una fuerza de voluntad ilimitada. Además, es capaz de realizar cálculos financieros extremadamente complejos de forma instantánea e infalible. El Homo economicus es la clase de tipo que estrangularía a su propia abuela por una libra…suponiendo, claro está, que no le lleve más tiempo de aquel en que puede valorarse una libra”.

“¿Significa esto que la teoría de la elección racional tiene la misma utilidad que la teoría de que la Tierra es plana? No. Es más bien como la teoría de una Tierra perfectamente esférica. La Tierra no es una esfera perfecta, como te dirá cualquiera que haya escalado el monte Everest. Pero es casi una esfera, y la simplificación de que la Tierra es esférica nos vendrá muy bien para muchas cosas” (De “La lógica oculta de la vida”-Temas de Hoy-Buenos Aires 2008).

Si el individuo A le hace un obsequio al individuo B, se supone que lo hará por el interés de recibir en el futuro alguna ventaja personal, siendo éste un comportamiento egoísta y racional, ya que A busca optimizar sus beneficios y reducir costos e inseguridad. Si, por el contrario, A le hace un obsequio a un niño, también busca un beneficio personal, pero esta vez se traducirá en cierto bienestar derivado de sentimientos y afectos despertados por el niño. De ahí que la elección racional no describa esta última situación por no tratarse de un intercambio económico, por lo que tampoco se lo debe considerar como un comportamiento irracional. Tim Harford escribió: “El amor no tiene nada de irracional. De hecho, sin nuestras pasiones y principios, ¿de dónde vendría nuestra motivación para hacer elecciones racionales sobre cualquier cosa? Así que un mundo que se explica con fundamentos de economía no es un mundo sin amor, odio o cualquier otra emoción; es, por el contrario, un mundo en el que se espera que la gente tome decisiones racionales, en el que esas decisiones racionales sugieren algunas explicaciones sorprendentes para muchos de los misterios de la vida”.

El principio mencionado puede ejemplificarse en el caso de los precios de las viviendas, cuyos valores decaen a medida que los barrios en donde están ubicadas carecen de algunas ventajas para el ocupante. Y aquí aparece la necesidad de establecer decisiones racionales cuando un futuro comprador tiene que elegir entre pagar menos por una casa y asumir ciertas desventajas, o bien adquirir otra casa más cara que no presente inconvenientes. El citado autor escribe: “La gente racional responde a las compensaciones y a los estímulos. Cuando los costes o los beneficios de algo cambian, la gente modifica su comportamiento. Las personas racionales piensan –no siempre conscientemente- en el futuro tanto como en el presente, ya que intentan predecir las probables consecuencias de sus acciones en un mundo incierto”.

“La gente racional responde a estímulos: cuando resulta más costoso hacer algo, la gente tenderá a hacerlo menos; cuando resulta más fácil, económico o beneficioso, se inclinará a hacerlo con más frecuencia. Cuando sopesan sus opciones, las personas tienen presentes las limitaciones globales de las mismas: no sólo los costes y beneficios de una elección en particular, sino su presupuesto total. Y también considerarán las consecuencias futuras de las elecciones presentes”.

“La definición no parece polémica cuando la pongo negro sobre blanco: es tan obvia, tan cierta…Si un Toyota sube de precio, compras un Honda. (La gente responde a los estímulos). Cuando aumentan tus ingresos, optas por un Ferrari. (La gente tiene en cuenta su presupuesto). Sabes que en algún momento deberás devolver el préstamo que pediste para comprar ese Ferrari. (La gente es consciente de las posibles consecuencias)”.

Si un comerciante decide aumentar la demanda de lo que vende, procederá a rebajar los precios. En forma similar, si el Poder Judicial de un país decide promover la delincuencia, procederá a reducir las penas. Si el Poder Legislativo decide promover el terrorismo de izquierda, procederá a indemnizar a las familias de los caídos en esas acciones. Si el “poder sindical” decide promover la desocupación laboral, procederá a elevar los derechos del trabajador hasta niveles inverosímiles. En todos estos casos, económicos y políticos, se observa la misma respuesta del ciudadano común ante los premios y castigos.

La ley de la oferta y la demanda es una consecuencia de la elección racional, cuya aplicación va más allá de la economía. Harford escribió: “Gary Becker es un infractor racional…y también un premio Nobel de Economía, galardón que obtuvo en parte gracias al éxito de su teoría de la delincuencia racional. La idea le vino a la mente hace cuarenta años, un día que llegaba tarde para examinar a un estudiante de doctorado. Como no tenía tiempo de buscar un espacio libre, rápidamente comparó el costo de pagar el estacionamiento con el riesgo de ser multado por aparcar de manera ilegal”.

“Para cuando Becker llegó al examen, ya estaba tomando forma en su mente la idea –por entonces nada en boga- de que los delincuentes respondían a los riesgos y costos del castigo. El desafortunado estudiante fue inmediatamente invitado a debatir el tema. (Él aprobó y Becker no recibió ninguna multa)”.

Posteriores estudios mostraron la veracidad de la hipótesis. “Steven Levitt descubrió que en los estados en que los tribunales para adultos eran bastante más severos que los tribunales de menores, la diferencia de comportamiento era muy acusada: la delincuencia disminuía de manera espectacular una vez que los jóvenes alcanzaban la mayoría de edad. Este descenso no se registraba en aquellos lugares donde los tribunales de menores eran relativamente duros, debido a que los jóvenes ya tenían antes ese miedo al contacto con el sistema judicial. Y en todo el país, cuando el sistema judicial juvenil se volvió relativamente más benévolo entre 1978 y 1993, los delitos violentos perpetrados por menores de edad aumentaron drásticamente en relación con los delitos violentos cometidos por adultos”.

Si la mayor parte de las personas responden a los premios y castigos de una manera racional, ello implica que lo que falla en las sociedades actuales, no es tanto la ausencia de racionalidad sino la adopción de una escala de valores incompatible con el proceso de adaptación al orden natural y al orden social. Puede decirse que el hombre actual es un hombre mutilado por cuanto, priorizando el bienestar del cuerpo, relega a lugares secundarios lo intelectual y lo afectivo (o moral). De ahí que las “éticas racionales” deberían fundamentarse en una propuesta orientadora hacia los afectos y el intelecto, y no en la promoción de valores exclusivamente monetarios.

La principal limitación de la validez de la elección racional se asocia al hecho de que las principales decisiones aparecen en forma intuitiva para, seguidamente, aplicar el razonamiento para su consolidación o rechazo. De ahí proviene la distinción de Daniel Kahneman entre el pensamiento rápido (intuitivo o asociativo) y el pensamiento lento (racional o lógico). Martín Tetaz escribió: “En efecto, Kahneman sostiene que buena parte de los sesgos cognitivos que alejan el comportamiento de los sujetos de aquel que predican las leyes de la racionalidad postuladas por la economía tradicional tiene que ver con la existencia de dos sistemas de toma de decisiones diferentes: uno automático, cuyo mecanismo es más o menos inconscientes, y otro deliberado, cuya lógica responde a la evaluación consciente que se efectúa cuando se enfrenta un problema”.

“Por eso muchas veces los mercados no funcionan de manera eficiente, porque las personas no se detienen a pensar los pros y contras de cada decisión, sino que muchas veces las toman con mecanismos más o menos automáticos que han construido a partir de su experiencia y luego han modularizado” (De “Psychonomics”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2014).

En muchos casos, las decisiones importantes que determinarán el éxito o el fracaso posterior en la vida económica, dependen de ideas muy simples, tales como elegir entre estudiar o trabajar, quedarse en el país o irse al exterior, estudiar medicina o estudiar abogacía, etc. Corrado Gini escribió: “Si pensamos en los momentos decisivos de nuestra vida, la elección de carrera, de residencia, de esposa o de partido político, observaremos que en tales momentos críticos adoptamos una determinada actitud, más por efecto de impulsos que por elección razonada. Después, estos actos tendrán una importancia capital para elecciones razonadas de la vida sucesiva. La filiación y la acumulación, dominadas por instintos, son también decisivas para toda la conducta económica de los hombres” (De “Patología Económica”-Editorial Labor SA-Barcelona 1958).

martes, 26 de marzo de 2019

La impuntualidad del argentino

La actitud negligente y egoísta respecto de los demás se advierte en el desinterés por respetar pactos establecidos teniendo como síntoma no respetar el horario convenido previamente para una reunión. Ello se debe a que llegar tarde implica hacerle perder tiempo valioso a quien debe esperar más de lo debido.

Un hecho bastante frecuente en la Argentina es el caso de una reunión de personal en una escuela pública pactado a las 8, 30 hs. previendo que ha empezar efectivamente a las 9 hs. Si a esa reunión han de concurrir unas 80 personas, es muy posible que a las 8,30 hs. sólo estén presentes 2 o 3. De ahí que el cumplidor de pactos y horarios deba perder parte de su tiempo por cuanto la mayoría ha de llegar tarde sin importarle en lo más mínimo el tiempo de los demás.

Cierta vez, alguien conviene con Albert Einstein establecer una reunión a determinada hora. Como no pudo llegar a tiempo, pide disculpas al físico por haberle hecho perder parte de su valioso tiempo, recibiendo como respuesta: “No se haga problema, para pensar es lo mismo este lugar que cualquier otro”. Posiblemente en la Argentina creamos que quienes deben esperar tardanzas ajenas sean también pensadores e intelectuales de alto nivel.

Si alguien hace simples y elementales planes de ir primeramente a un negocio para luego hacer algún trámite en una oficina cercana, verá que ello a veces puede ser imposible. Porque si un negocio indica con un aviso que el horario de atención es de 8 a 12 hs. en la mañana, advertirá que a las 8 hs. está cerrado, y que a los 8,10 hs sigue cerrado, por lo que comienza la incertidumbre acerca de si efectivamente abrirá en 5 minutos, en 10 minutos o en una 1 hora.

La acumulación de tiempo perdido a lo largo y a lo ancho del país es considerado por algunos autores como una de las principales “actividades” de los argentinos. Fernando A. Iglesias escribió: “El principal proveedor de horas «trabajadas» en el país es la ineficiencia nacional, que mantiene a los argentinos ocupados al menos tres horas por día sin importar si son o no población económicamente activa, desocupados o jubilados. Tome nota el lector de las horas que pasa haciendo colas en los hospitales y clínicas de la Patria, atascado en embotellamientos de tránsito que comienzan cuando cada uno de los conductores actúa como si estuviera solo en la Tierra, realizando trámites para enmendar las disfuncionalidades de los sectores público y privado, repitiendo el trámite porque la empleada tomó mal la dirección….” (De “Kirchner & yo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2007).

Cuando se forma una Lista para participar en las futuras elecciones a Decano en la Regional Mendoza de la Universidad Tecnológica Nacional, un allegado a Julio C. Cobos (finalmente vencedor) invita al autor del presente escrito a integrar esa Lista en un lugar secundario. La intención de esa agrupación priorizaba reunir gente con ciertos méritos en el ejercicio de la docencia. En el caso considerado, la invitación se redujo a la expresión: “Dicen tus alumnos que no faltas nunca y que nunca llegas tarde”. Es decir, cumplir con el primer requisito exigido a cualquier empleado responsable, puede ser considerado en una universidad como un comportamiento “destacado”.

En una universidad privada de Mendoza, por otra parte, las autoridades llegaron al extremo de prohibir al bibliotecario de la Facultad prestar libros a los profesores, y no así a los alumnos, por cuanto aquellos no los devolvían y estos sí. El préstamo a los profesores sólo se efectuaba por corto tiempo exigiendo dejar como “garantía” el documento de identidad.

El incumplimiento de horarios pactados por los argentinos es fácilmente advertido por visitantes extranjeros. Georges Mikes escribió: “El representante del Consejo Británico me indicó que estuviera en el aeropuerto de la ciudad a las 9 de la mañana del día siguiente. Estuve puntualmente a las 9, y lo mismo hicieron Alec Waugh y Peter Allnut. El piloto apareció a las 10,15 hs…una sorprendente demostración de puntualidad, desde el punto de vista argentino” (De “¡Salud, amigos de Latinoamérica!”-Ediciones Siglo Veinte-Buenos Aires 1963).

Mientras que en otros países se privilegia al cliente, proveedor de los medios monetarios que sustentan toda actividad económica, en la Argentina se privilegia al “trabajador” aun a costa de desatender al cliente. Mikes escribe al respecto:”Me alegró mucho, a mi llegada a Buenos Aires, que el día siguiente era el de los gastronómicos. Empecé a gozar por anticipado. Pero mi entusiasmo se enfrió cuando descubrí que el Día de los Gastronómicos significaba que todos los restaurantes de la ciudad estaban cerrados”. “Y desde entonces, siempre que escucho la palabra «gastronómico» experimento una aguda punzada de hambre”.

Describe también una posible situación que podría darse en un restaurante: “Entramos en un restaurante a las 13 hs (es decir, si ese día no es el de los gastronómicos) y es posible que a las 13,35 el mozo nos pregunte qué deseamos; quizás a las 13,55 nos informe que olvidó todo lo que le pedimos, pero que ahora sólo necesita un «momentito» (Momentito es una expresión tan siniestra y ominosa como «más o menos». Puede significar cualquier periodo de tiempo entre 5 minutos y 5 semanas). A las 14,30 hs se nos acercará nuevamente para decirnos que el plato que ordenamos está fuera de lista, pero que nos ha traído otra cosa; podemos aceptarla o dejarla. Por supuesto, aceptamos. Un rato después pedimos mostaza; y repetimos 8 veces el pedido. Cuando ya hemos renunciado a toda esperanza, el mozo viene a informarnos que no ha olvidado el asunto; puede asegurarnos formalmente que en las dependencias interiores hay mostaza; se trata de un producto del que siempre tienen existencia. Desgraciadamente, en este preciso momento no pueden hallarlo”.

Si bien la descripción anterior puede ser exagerada, simboliza perfectamente la actitud negligente de una gran parte de los “trabajadores” argentinos, quienes consideran una molestia contestar un pregunta o responder a un pedido que puede hacerles un cliente. Esto también se observa en algunos conductores de ómnibus cuando alguien les pregunta si pasa por determinado lugar. En lugar de decirles “paso a 2 o 3 cuadras”, se limitan a decir un simple “No”, evitando un excesivo desgaste psíquico y oral.

El desinterés por el tiempo ajeno es sólo un aspecto del desinterés egoísta por los demás, que incluye intereses y valores económicos. Durante años sucesivos, el autor del presente escrito alquiló un inmueble a familiares de 5 amigos de la infancia-adolescencia, siendo estafado en 3 de esas ocasiones, ya que quedaron debiendo varios alquileres sin hacer el menor intento de saldarlos de alguna forma en el futuro. En uno de esos casos, no tenían dinero para pagar un alquiler, pero les alcanzaba para irse de vacaciones a Chile.

Lo grave del caso es que no tienen dignidad suficiente como para avergonzarse de ser estafadores, prefiriendo quedar mal ante los demás pero con unos pesos más en el bolsillo. Si uno hace una estimación del porcentaje de argentinos que se convierten en estafadores si se les presenta la oportunidad, seguramente esa cifra podría estar entre el 20 y el 30% de la población. De ahí que la decadencia económica y social sea sólo una consecuencia necesaria de una previa decadencia moral.

lunes, 25 de marzo de 2019

Anarcocapitalismo: Tendencia y Utopía

Respecto de los diversos tipos de sociedad propuestos con la finalidad de solucionar los problemas sociales y morales que nos afectan, debe distinguirse entre las propuestas de objetivos a alcanzar en el largo plazo (tendencia a adoptar) o bien en el corto plazo (solución concreta). De ahí que el anarquismo de mercado, como una tendencia a reducir el tamaño e influencia del Estado sobre el ciudadano común, es una tendencia positiva, especialmente en sociedades con elevados índices de corrupción.

Por el contrario, cuando propone que debe el Estado eliminarse por completo para que el proceso autorregulado del mercado oriente todas las acciones humanas, puede considerarse como una utopía. Mientras que el marxismo supone que sólo con la abolición de la propiedad privada de los medios de producción (y de la economía de mercado) se logrará la sociedad nueva y el hombre nuevo, el anarco-capitalismo utópico supone que sólo con la abolición del Estado se lograrán objetivos similares.

En cuanto a su definición, leemos: “Anarquismo: Es ante todo un modelo o forma de pensamiento que rechaza todo tipo de autoridad (Estado, Iglesia) como forma de dominación del hombre sobre el hombre, y sostiene como principio la igualdad y la hermandad entre los hombres sin control ni presión política, social o espiritual. Su fundamento filosófico es la concepción del Iluminismo relativa al Estado de naturaleza del hombre que debe ser restaurado por la razón. Históricamente se configura como un movimiento filosófico-social y político orientado a la acción con el fin de lograr la anarquía, es decir, una sociedad sin dominantes ni dominados, y como paso a una comunidad ideal de paz, justicia, igualdad y orden” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Mientras que los sectores liberales admiten la necesidad de un Estado que garantice la libertad y la seguridad de las personas, para el sector anarquista es el Estado mismo el problema, no admitiendo la posibilidad de que sus fallas sean coexistentes con las fallas morales que afectan a la mayoría de los integrantes de las sociedades en decadencia. Morris y Linda Tannehill escribieron: “Decir que los hombres no pueden proteger su libertad sin un gobierno, es lo mismo que decir que no pueden protegerla sin un sistema de esclavitud. La esclavitud nunca es buena ni necesaria…ni siquiera en esa forma llamada gobierno. Debemos decirle a la gente que el gobierno no es un mal necesario; es un mal innecesario” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).

La exagerada obsesión por la libertad, tratando de no depender de otros seres humanos, contrasta con la sociedad real en la cual dependemos cotidianamente de otras personas en toda institución jerárquica. En cada empresa, en cada establecimiento educativo, incluso en el tránsito vehicular, debemos acatar leyes y también decisiones de otras personas, algo que resulta inevitable para el logro de cierto orden social. De ahí que sea aceptable tratar de limitar la dependencia externa, mientras que es imposible prescindir de ella. Friedrich A. Hayek escribió: “Por encima de todo tenemos que reconocer que podemos ser libres y continuar siendo desgraciados. La libertad no significa la posesión de toda clase de bienes o la ausencia de todos los males. Es indudable que ser libre puede significar libertad para morir de hambre, libertad para incurrir en costosas equivocaciones o libertad para correr en busca de riesgos mortales” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).

Debido a que la libertad debe ir asociada a la responsabilidad, no todos los seres humanos confían en sus propias capacidades personales, por lo que la libertad no les resulta tan apreciable como lo es para los anarquistas. Los Tannehill agregan: “El miedo de los hombres a la libertad ha sido siempre miedo a confiar en sí mismos, a ser dejados por su cuenta para enfrentar un mundo aterrador, sin nadie que les dijera qué hacer. Ya no somos salvajes aterrorizados haciendo ofrendas a un dios del rayo o acobardados siervos medievales escondiéndose de fantasmas y brujas. Hemos aprendido que el hombre puede comprender y controlar su medio y su propia vida. No tenemos necesidad de pontífices, reyes o presidentes que nos digan lo que debemos hacer. El gobierno es ahora conocido por lo que es. Pertenece a un oscuro pasado con el resto de las supersticiones del hombre”.

Como todos los utopistas e ingenieros sociales, los anarquistas caen en el error común de hablar en nombre de todos los seres humanos indicando cómo deben pensar y actuar, e incluso promoviendo cierta rebelión contra los Estados constituidos, sin contemplar los excesos que pueden conducir a situaciones caóticas extremas, sugiriendo una desobediencia civil. Al respecto escriben: “Semejante desobediencia pasiva, en masa y en gran escala no necesitaría ser organizada si la mayoría de la gente viera al gobierno como lo que es y creyera en la libertad. Comenzaría en forma secreta y tranquila, como individuos que harían lo que pudieran sin ser descubiertos. De hecho, ya ha comenzado. A medida que aumentara la falta de respeto por el gobierno, la práctica de ignorar las leyes se tornaría cada vez más abierta y generalizada. Al final sería una gran revuelta pacífica, de facto, que ningún poder podría detener”.

En cuanto a la ética propuesta por algunos sectores anarco-capitalistas, puede decirse que ni siquiera proponen una ética de cooperación social, ya que, pareciera, toda cooperación implicaría “depender de alguna forma de los demás”, lo que se opondría a la obsesión de libertad. Por ello adhieren a la “virtud del egoísmo”, o búsqueda del egoísmo racional propuesto por Ayn Rand. En un comentario que aparece en “El mercado para la libertad”, José Benegas expresa: “A través de un pormenorizado análisis el libro muestra una sociedad que puede existir sin ninguna forma de sumisión política a eso que se conoce como gobierno. Responde a las inquietudes que podrían surgir al pensar en una sociedad por completo colaborativa siguiendo la lógica del interés propio como el átomo de la interacción y la colaboración social, al modo de Ayn Rand y Murray Rothbard que son sus dos grandes fuentes. Aunque vale aclarar que Ayn Rand no era partidaria del anarco-capitalismo porque pensaba que significaría el imperio de muchas bandas en lugar de una sola”.

En realidad, la idea del autogobierno, que trata de impedir el gobierno del hombre sobre el hombre, surge con el judaísmo y el cristianismo con el concepto del Reino de Dios. Tal Reino simbólico implica el gobierno de la ley natural sobre cada individuo materializado en el respeto y cumplimiento de los mandamientos bíblicos. También en este caso puede observarse que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” implica una tendencia o actitud que debemos adoptar para el largo plazo, mientras que resulta utópico o irrealizable poder compartir las penas y las alegrías ajenas como propias en el caso del prójimo (cualquier persona).

Si los hombres carecieran de defectos (actitudes de odio, egoísmo y negligencia) podríamos prescindir de policías, militares, abogados, y hasta del Estado mismo. Como tal situación parece imposible de alcanzar, solo nos queda la posibilidad de ir progresando hacia esa situación ideal. Mientras tanto, es absurdo aplicar “recetas” que supongan la existencia de sólo individuos carentes de defectos, y mucho menos que esos defectos desaparecerán en cuanto se apliquen tales “recetas”.

Mientras que las posturas socialistas y anarquistas contemplan formas definidas de sociedad, tanto el cristianismo como el liberalismo ponen su atención en el individuo; tanto en sus derechos como en sus deberes. Ello se debe a que sólo resultan accesibles a nuestras decisiones aquellas sugerencias de tipo individual.

El anarquista es el tipo de individuo que, si observa que algo anda mal, no piensa en repararlo, sino en destruirlo para reemplazarlo por otra cosa, ya se trate del Estado o de la educación pública. Por el contrario, desde las posturas liberales se promueve la división de poderes para impedir los posibles excesos de un poder único (como es el caso de los totalitarismos) y para que la competencia entre poderes limite sus posibles excesos.

En épocas en que existe un gran poder económico de las grandes empresas multinacionales, siempre resulta conveniente contrapesarlo con el poder de un Estado fuerte (que es distinto de un Estado grande). Tal Estado se construye en base a la democracia liberal, respecto de la cual Hayek expresó: “La democracia es el único método de cambio pacífico descubierto hasta ahora por el hombre”, mientras que Ludwig von Mises escribió: “Por amor a la paz interna, el liberalismo tiende al gobierno democrático. La democracia, por tanto, no es una institución revolucionaria, sino el medio apropiado de impedir las revoluciones y las guerras civiles. Produce un método de reajuste pacífico del gobierno de acuerdo con la voluntad de la mayoría” (De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

sábado, 23 de marzo de 2019

Hayek y el individualismo racionalista

Como en todos los ámbitos de la vida, los extremos pueden ser malos, por lo que casi siempre se recomiendan los términos medios. En el caso del individualismo ocurre otro tanto. Si bien la palabra “individualismo” se opone tanto a “socialismo” como a “colectivismo”, Friedrich A. Hayek distingue entre un individualismo verdadero y uno falso, siendo el primero compatible con las ideas de libertad mientras que el segundo –considera- puede conducir al totalitarismo.

En este caso, cuando existe un individualismo exagerado, o un egoísmo racional, se pierden los vínculos interpersonales y la posibilidad de todo tipo de agrupación social. El primitivo y casi imperceptible caos resultante tiende a acentuarse creando las condiciones favorables para el ascenso al poder de un líder totalitario. Respecto del falso individualismo, Hayek escribió: “Tal tipo de individualismo no solamente no tiene nada que ver con el verdadero individualismo, sino que puede resultar un grave obstáculo para el cómodo funcionamiento de un sistema individualista. Queda el interrogante de si una sociedad individualista y libre puede funcionar con éxito si la gente es demasiado individualista en su acepción falsa, si es demasiado renuente en adaptarse a las tradiciones y convenciones, y si rehúsa reconocer cualquier cosa que no haya sido conscientemente ideada o demostrada como racional a todo individuo”.

“Es al menos comprensible que la prevalencia de esta clase de «individualismo» ha hecho a menudo a la gente de buena voluntad perder toda esperanza en lograr orden en una sociedad libre y aún hacerles desear un gobierno dictatorial, con el poder de imponer a la sociedad el orden que ella no quiere producir por sí misma”.

“El individualismo auténtico se halla en abierta oposición con el falso individualismo de tipo racionalista. El primero es que –lejos de estimar al Estado deliberadamente organizado, por una parte, y al individuo por la otra, como las únicas realidades- considera las convenciones no compulsivas de relación social como factores esenciales para resguardar el funcionamiento pacífico de la sociedad humana: en tanto que, de acuerdo con el propósito de la Revolución Francesa, todas las estructuras y asociaciones intermedias tienen que ser suprimidas sistemáticamente. El segundo es que el individuo, al participar de los procesos sociales, debe estar dispuesto a conformarse a cambios y someterse a convenciones no fundadas en designios comprensibles, cuya justificación en el caso particular tal vez sea imposible reconocer, y que para él a menudo aparecerá ininteligible e irracional”.

“Tampoco es necesario insistir en que el verdadero individualismo afirma el valor de la familia, de todos los simples esfuerzos de la pequeña comunidad y del grupo; cree en la autonomía local y en las asociaciones voluntarias, y funda su hipótesis en el argumento de que mucho para lo cual se invoca la acción coercitiva del Estado, puede realizarse mejor a través de la colaboración voluntaria. Imposible hallar mayor contraste con lo dicho que el falso individualismo, dispuesto a disolver todos estos grupos más pequeños en átomos sin otra cohesión que las normas impuestas por el Estado, y que trata de hacer obligatorios todos los lazos sociales, en vez de usar al gobierno principalmente para la protección del individuo contra la asunción de poderes coercitivos por los grupos menores” (De “Individualismo: verdadero y falso”-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1968).

La postura del citado autor contrasta tanto con las posturas extremas del anarquismo capitalista como del “egoísmo racional”, agregando: “La actitud fundamental del auténtico individualismo es la humildad hacia los procesos mediante los cuales la humanidad ha logrado cosas no ideadas o comprendidas por ningún individuo y son en efecto más grandes que las mentes individuales. La gran cuestión en este momento es la de si se permitirá a la inteligencia del hombre continuar su desarrollo como parte de este proceso o si la razón humana se ha de colocar cadenas de su propia fabricación”.

“El individualismo nos enseña que la sociedad es más grande que el individuo, únicamente en la medida que alcance la libertad. En tanto se mantenga controlada o dirigida, tiene los límites de las mentes individuales que la controlan y dirigen. Si la soberbia de la mente moderna, incapaz de respetar nada que no sea controlado conscientemente por la razón individual, no aprende a tiempo dónde detenerse, podemos estar seguros como Edmund Burke advirtió, de «que todas las cosas que nos rodean se reducirán gradualmente hasta el punto de que al fin las más atractivas habrán adoptado las escasas dimensiones de nuestra capacidad mental»”.

Pareciera que los partidarios y promotores del “egoísmo racional” no hubiesen leído las advertencias de Hayek. Aunque también es posible que sigan sosteniendo que los principios de la filosofía objetivista abarquen al hombre, a la sociedad y hasta el universo entero, a pesar de que sus conclusiones se oponen a las propuestas por varias de las figuras más representativas del liberalismo. Hayek escribió: “El racionalista que desea subordinar todo a la razón humana se enfrenta, por lo tanto, con un dilema real. El uso de la razón apunta al control y a la predicción. Sin embargo, los procesos del progreso de la razón descansan en la libertad y en la impredicción de las acciones humanas. Cuanto magnifican los poderes de la razón humana sólo suelen ver una cara de aquella interacción del pensamiento y la conducta humana en dónde la razón es al mismo tiempo formada y utilizada. No ven que para tener lugar el proceso social del cual surge el desarrollo de la razón éste tiene que permanecer libre de su control” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).

Mientras que los grandes edificios intelectuales de la física teórica y la matemática se han levantado mediante el “trabajo de hormigas” colectivo, utilizando el método de prueba y error, todavía proliferan en las ciencias sociales y la filosofía algunos iluminados que descartan el método mencionado creyendo que, mediante alguna genialidad individual, que poco o nada tiene en cuenta al mundo real, podrán “fundamentar” y deducir luego hasta los pequeños detalles de la vida en el planeta.

El racionalismo no científico, y hasta anticientífico, contrasta notablemente con los procesos que han permitido una mayor adaptación del hombre al orden natural. Para colmo, los racionalistas extremos tienden a menospreciar todo conocimiento que carezca de la coherencia que establecen los silogismos lógicos. Hayek escribe al respecto: “Extender el concepto de superstición a todas las creencias que no son verdaderamente demostrables carece de justificación y a menudo puede resultar dañoso. El que no debamos creer en nada cuya falsedad se haya demostrado, no significa que debamos tan sólo creer aquello cuya verdad se ha evidenciado. Hay buenas razones para que cualquier persona que desee vivir y actuar con éxito en sociedad acepte muchas creencias comunes, aunque el valor de esos argumentos tenga poco que ver con su verdad demostrable”.

“Destruiríamos los cimientos de muchas acciones conducentes al éxito si desdeñásemos la utilización de formas de hacer las cosas desarrolladas mediante el proceso de prueba y error, simplemente porque no nos había sido dada la razón para adherirnos al sistema. El que nuestra conducta resulte apropiada no depende necesariamente de que sepamos por qué lo es. La comprensión es una manera de hacer que nuestra conducta sea apropiada, pero no la única. Un mundo esterilizado de creencias, purgado de todos los elementos cuyos valores no pueden demostrarse positivamente, probablemente no sería menos mortal que su equivalente estado en la esfera biológica”.

“Intentamos la defensa de la razón contra su abuso por aquellos que no entienden las condiciones de su funcionamiento efectivo y su crecimiento continuo. Es un llamamiento a los hombres para que comprendan el deber de utilizar la razón inteligentemente de forma que se preserve esa indispensable matriz de lo incontrolado y lo no racional, único entorno en que la razón puede crecer y operar efectivamente”.

“La postura antirracionalista aquí adoptada no debe confundirse con el irracionalismo o cualquier invocación al misticismo. Lo que aquí se propugna no es una abdicación de la razón, sino un examen racional del campo donde la razón se controla apropiadamente. Parte de esta argumentación afirma que el uso inteligente de la razón no significa el uso de la razón deliberada en el mayor número posible de ocasiones. En oposición al inocente racionalismo que trata a la razón como absoluta, debemos continuar los esfuerzos que inició David Hume cuando «volvió sus propias armas contra los ilustrados» y emprendió el trabajo «de cercenar las pretensiones de la razón mediante el uso del análisis racional»” (De “Los Fundamentos de la Libertad”).

La limitación intelectual del racionalista extremo se advierte en la casi nula atención y mención de otros pensadores, ya que, pareciera, sólo busca la verdad en alguna parte de su cerebro o de sus ideas. Por el contrario, un científico social serio como Friedrich A. Hayek se destaca por el gran conocimiento que tiene de la mayor parte de los pensadores de su siglo e incluso de siglos pasados.

Mientras que el científico social trata de describir la realidad para una mejor adaptación al orden natural y social, el filósofo racionalista ateo, por el contrario, busca dirigir a todo individuo hacia metas propuestas por él mismo, implicando una infracción al principio liberal de la autonomía de todo individuo. Al suponer que el universo no tiene sentido alguno, el ateo trata de asignarle un “sentido artificial” que surge de su propia mente. He aquí la “grandiosidad” observada por sus seguidores y el absurdo observado por el resto. Víctor Massuh escribió sobre las “nuevas tablas” o “mandamientos” de Nietzsche: “1) El hombre creador reemplaza a Dios, legisla el bien y el mal y «crea la meta del hombre y da a la Tierra su sentido y su futuro». 2) Juicio a la cultura humana como un todo con los recursos de la agresividad, la irreverencia y la burla. 3) Exaltación del futuro al estilo de los místicos. Pero en el lugar de la eternidad sobrehistórica pone al futuro histórico….” (De “Agonías de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1994).

jueves, 21 de marzo de 2019

Egoísmo vs. Virtudes burguesas

Aún hoy se mantiene vigente la discusión acerca de si el capitalismo práctico debe basarse en el egoísmo generalizado de sus actores o bien, por el contrario, debe basarse en una actitud de cooperación que contemple tanto el interés propio como el de los demás. En otras palabras, si el capitalismo funciona bien en base al egoísmo humano o a pesar de ese egoísmo.

Es fácil advertir que los intercambios comerciales, entre dos individuos A y B, se mantendrán en el tiempo siempre y cuando ambos se beneficien. De lo contrario, si existe un beneficio unilateral, tales intercambios se bloquearán. Previendo su prolongación en el tiempo, ambos individuos contemplarán seguramente tanto el interés propio como el del otro. De ahí que debería predominar la cooperación antes que el egoísmo, si bien algunos interpretarán (para salvar una postura indefendible) que la cooperación social implica un “egoísmo de a dos”.

Es indudable que el egoísmo siempre existirá en los hombres. Sin embargo, ante la dura competencia existente en un mercado libre, tal proceso conducirá todo egoísmo excesivo a uno moderado, por cuanto el éxito en este caso dependerá de la capacidad del empresario de satisfacer las demandas del cliente, por lo que, necesariamente, deberá pensar tanto en sus ventajas como en las del cliente, mostrando que no es el egoísmo el que debe predominar sino el espíritu de cooperación social.

Los actuales promotores del “egoísmo racional”, como es el caso de los seguidores de Ayn Rand, parten de una disyuntiva falsa, ya que contemplan tan sólo al egoísmo y al altruismo como las únicas posibles actitudes del hombre, dejando de lado la postura implícita en la ética cristiana que promueve una actitud de cooperación entre ambas partes intervinientes en un intercambio comercial, como una tercera posibilidad.

El análisis dual de Ayn Rand parece haber sido el predominante en el siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, ya que otros autores caen en el mismo error, o en la misma omisión. Herbert Spencer escribía: “En los dos capítulos anteriores se han presentado pruebas a favor del egoísmo y las pruebas a favor del altruismo. Ambos están en conflicto; ahora corresponde que consideremos el veredicto…Tanto el egoísmo puro cuanto el altruismo puro son ilegítimos. Si es verdad que la máxima «vive para ti mismo» es equivocada, también lo es la que afirma «vive para los demás». Un compromiso es, pues, la única posibilidad” (Citado en “Los fundamentos de la moral” de Henry Hazlitt-Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires-Buenos Aires 1979).

Hazlitt advierte la existencia del tercer camino, por lo que escribe: “No sería factible una sociedad en la cual todo el mundo actuara según motivos puramente egoístas, ni una en la que todos actuaran según motivos puramente altruistas (supuesto que pudiéramos imaginar una o la otra). Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente de acuerdo con su propio interés concebido de manera estrecha, sería una sociedad de constantes choques y conflictos. Una sociedad en la que cada uno actuara exclusivamente para el bien de los demás, sería un absurdo. Parecería que el mayor éxito se conseguiría en una sociedad en la que cada uno trabajara primordialmente para su propio bien pero siempre considerando el bien de los demás cuando sospechara una incompatibilidad entre ambos”.

“Lo cierto es que el egoísmo y el altruismo no se excluyen mutuamente, no agotan los motivos posibles de la conducta humana. Existe, entre ambos, una zona intermedia. O mejor dicho, existe una actitud o motivación que no es exactamente uno o el otro (especialmente si los definimos de manera tal que se excluyan entre sí) sino que merece un nombre diferente”.

“Me gustaría sugerir dos nombres posibles para esta actitud. Uno de ellos es de dudoso cuño: egaltruismo, palabra cuyo significado podríamos definir como la consideración tanto de uno mismo cuanto de los demás en cualquier acto o regla de acción. Una palabra menos artificialmente elaborada es, sin embargo, mutualismo. Esta palabra tiene la ventaja de existir ya, aun cuando su significado se refiera a la biología y signifique «estado de simbiosis (es decir, de vida conjunta) en el que dos organismos asociados contribuyen mutuamente al bienestar del otro». La filosofía moral podría emplear con ventaja este término (aun conservando sus implicancias biológicas)”.

Hazlitt ejemplifica las tres actitudes posibles en el caso hipotético de un incendio en un teatro. Si todos los presentes fuesen egoístas, se produciría una estampida que provocaría muchas victimas, ya que todos querrían salir primero. Si todos los presentes fueran altruistas, todos querrían salir últimos y los efectos serían similares. Si todos los presentes fuesen “mutualistas” (o cooperadores), actuarían como en el caso de un simulacro de incendio y la cantidad de victimas sería la menor posible.

Es oportuno mencionar que, históricamente, la secuencia capitalista se inicia con comerciantes que inician el paulatino abandono de la sociedad medieval para comenzar una sociedad de libre intercambio. Son los burgueses motivados por la actitud de cooperación previamente impuesta por el cristianismo medieval. De ahí que puede decirse que la tercera opción, entre egoísmo y altruismo, es la actitud cristiana que promueve “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”.

El capitalismo se genera a partir de las virtudes cristianas de la burguesía, en lugar del proceso inverso, es decir, el que sostienen quienes afirman que es el sistema del libre intercambio el que genera luego las virtudes de los participantes de ese proceso. Werner Sombart escribió: “En lo que hoy llamamos espíritu capitalista se esconden, aparte del espíritu de empresa y del afán de lucro, un gran número de cualidades psíquicas; de ellas tomamos un determinado conjunto al que hemos designado como virtudes burguesas, en el sentido de aquellos principios y opiniones (junto con el comportamiento y la actitud por ellos determinado) que constituyen la esencia de todo buen burgués y padre de familia, del hombre de negocios formal y «prudente». Dicho en otros términos: en todo empresario capitalista se esconde un «burgués». Pero ¿qué aspecto tiene? ¿dónde nació?”.

“Por lo que he podido comprobar es en Florencia, a finales del siglo XIV, donde por primera vez encontramos al perfecto «burgués»; tiene, pues, que haber nacido en el Trecento. Con esto queda aclarado ya que al utilizar el concepto «burgués» no me refiero a todo habitante de una ciudad o a todo comerciante o artesano, sino a una figura especial que se desarrolla precisamente a partir de estos grupos aparentemente burgueses, a una persona de muy peculiar conformación psíquica” (De “El burgués”-Alianza Editorial SA-Madrid 1972).

Las virtudes burguesas no son otra cosa que las virtudes cristianas, que implican, entre otras, vivir de una manera sencilla y responsable. La esencia del capitalismo es el libre intercambio asociado al hábito del ahorro (que conduce a la formación de capital). Para la formación de capital se requiere obligadamente adoptar una forma de vida sencilla y ordenada. Sombart escribe al respecto: “El credo de todo «burgués» que se precie, el lema de la nueva era que ahora amanece, la quintaesencia de la concepción universal de esta gente, está condensada en esta frase: «Recordad siempre esto, hijos míos; nunca permitáis que vuestros gastos sobrepasen a vuestros ingresos»”.

“Con esta frase se colocaba la primera piedra del edificio de la economía burguesa-capitalista. Pues el cumplimiento de este precepto convertía la racionalización de una:
Economización de la administración. No a la fuerza, sino voluntariamente. Pues esta economización no se refería a las economías míseras de la gente pobre que no tenía qué comer, sino a los ricos. Esto era precisamente lo inaudito, lo nuevo: que alguien contara con medios suficientes y no echara mano de ellos. Al precepto de no gastar más de lo que se ganara no tardó en seguir otro aún más importante: gastar menos de lo que se ganara, es decir, ahorrar. Con ello hacía su aparición en el mundo la idea del ahorro. Y tampoco se trataba ahora de un ahorro forzoso, sino absolutamente voluntario; del ahorro, no como necesidad, sino como virtud”.

Mientras que el mejor consejo que un padre puede darle a sus hijos es que no sean egoístas, el peor consejo es que lo sean, ya que esto implicará que les cierren muchas puertas en el futuro, y no sólo en el ámbito profesional o laboral, sino incluso en cuestiones vinculadas a las relaciones personales o afectivas. Ello se debe a la existencia de una actitud característica personal que nos conduce en forma similar en todas y cada una de las acciones y decisiones realizadas.

Mientras que los marxistas aducen que, a través del odio y la revolución, llegarán a construir la sociedad ideal, libre de odio y egoísmo, los seguidores de Ayn Rand suponen que a la cooperación social no se llegará a través de las virtudes cristianas, sino a través de "la virtud del egoísmo".

miércoles, 20 de marzo de 2019

Ahuyentando futuros adeptos al liberalismo

Muchos se preguntan sorprendidos acerca de por qué el liberalismo tiene muy poca aceptación en muchos países a pesar de la superioridad que la democracia política y la democracia económica han mostrado a lo largo y a lo ancho del mundo. El principal factor ha sido, seguramente, la tenaz y persistente difamación que sufre por parte de los sectores socialistas. El segundo factor, no menos importante, ha sido la incapacidad de varios de sus “adeptos” que no pudieron rebatir aquella difamación o bien por interpretar erróneamente la esencia de la postura liberal.

Este es un caso similar a lo que ocurre con el cristianismo, denostado por sus enemigos y debilitado internamente por sus “predicadores”. Así como surgieron varias iglesias y sectas cristianas, antagonistas entre ellas, en el liberalismo han surgido divisiones importantes que afianzan la debilidad mostrada.

Mientras que, lo que Cristo dijo a los hombres fue reemplazado por lo que los hombres dicen sobre Cristo, los emisores secundarios liberales transmiten sus posturas personales dejando un tanto de lado lo indicado por las figuras más representativas del liberalismo. Si bien no existe en este caso una férrea ortodoxia que obligatoriamente deba aceptarse, al menos existen algunos principios que deberían ser comunes para las diversas posturas en pugna.

El principal punto de disidencia radica en los fundamentos éticos que sustentan al liberalismo. Si se tiene en cuenta que, en una economía de mercado, los intercambios deben perdurar en el tiempo, la ética subyacente debe entonces promover la cooperación social y el beneficio de ambas partes intervinientes. De lo contrario, cuando predomina la actitud egoísta, por la cual los participantes poco o nada tienen en cuenta las ventajas de los demás, aparecen situaciones inestables que, con el tiempo, conducirán a la interrupción de aquellos vínculos de intercambio.

La ética que mejor se adapta a este tipo de intercambio es la ética cristiana, por cuanto sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, lo que implica “amar al prójimo IGUAL que a uno mismo”. Es importante destacar que propone una postura igualitaria en lugar de una actitud de debilidad o de inferioridad, en cuyo caso el mandamiento indicaría “amar al prójimo MÁS que a uno mismo”, entrando en el terreno del altruismo. Justamente, el cristianismo es criticado erróneamente al ser considerado una “postura débil”, que favorece el mal, por parte de quienes carecen de empatía suficiente, como es el caso de Nietzsche y de los fascistas, socialistas y ateos en general. Desconocen casos como el de una madre que muestra una fortaleza ilimitada en cuanto corre peligro alguno de sus hijos. De ahí que el Mahatma Gandhi haya exaltado “la fuerza del amor y la verdad”.

Debido a que la ética cristiana resulta enteramente compatible con la postura liberal, no es de extrañar que haya sido también el principal fundamento de la denominada “civilización occidental”. Si bien ello no implica que todo auténtico liberal deba necesariamente adherir al cristianismo, al menos la ética personal aceptada no debe tampoco diferir demasiado de ella. Konrad Adenauer escribió: “Después de la caída de sus ídolos totalitarios y de los sufrimientos de la guerra, el pueblo alemán se encontró delante de un abismo. Pero aun entonces se hizo evidente que no había perdido del todo cierta conciencia de los valores de la Cristiandad Occidental”.

“Europa es la tierra nativa del cristianismo Occidental. Y si deseamos, como es nuestra obligación, extraer una enseñanza de todas las miserias por las que hemos atravesado en las últimas décadas, forzosamente llegaremos a la conclusión de que, aun en la política, la idea cristiana de la justicia y del derecho, de la bondad y la ayuda al prójimo, debe ser la fuerza rectora que impulse nuestros actos”.

“El mundo no puede existir sin una Europa Cristiana y Occidental. Esta verdad comprende a los Estados Unidos, cuyo espíritu es también occidental y cristiano. Queremos salvar esta Europa nuestra. Porque Europa es en verdad la madre del mundo, y nosotros somos sus hijos. Nosotros, los hijos de Europa, debemos salvar a nuestra madre. Nosotros, sobre todo, los que basamos en convicciones cristianas toda nuestra obra, aun la política, tanto en la patria como en el extranjero debemos, más que cualquier otro, asumir la plena responsabilidad de salvar la Europa Occidental Cristiana. El pueblo alemán podrá expiar todo el daño que los nacionalsocialistas han hecho al mundo, consagrando la totalidad de sus energías a la salvación de la Europa Occidental Cristiana” (De “Un mundo indivisible”-Editorial La Isla SRL-Buenos Aires 1956).

El citado autor, que dirigió políticamente el proceso conocido como “el milagro alemán”, nos advierte que la economía de mercado tuvo el éxito esperado porque tuvo un fundamento ético adecuado. Este ha sido también el caso de los EEUU, donde el capitalismo pudo establecerse gracias a que la población es mayoritariamente cristiana.

Entre las “sectas liberales” surgidas en el siglo XX, aparece la liderada por Ayn Rand. Si asociamos el éxito del capitalismo a una subyacente ética cristiana, puede decirse que tal autora no responde al calificativo de “liberal”. Ello se debe a que comete el mismo error de Nietzsche y de los ideólogos totalitarios al presuponer que el cristianismo promueve el “altruismo”. Al adoptar una postura antagónica al cristianismo, y a la civilización occidental, tuvo el rechazo de varios sectores estadounidenses, si bien se le reconocen sus importantes aportes al esclarecimiento del funcionamiento del socialismo real. George H. Nash escribió: “El sistema de valores de Ayn Rand sostenía que «el hombre existe por sí mismo, la prosecución de su propia felicidad es su propósito moral más elevado, no debe sacrificarse por otros ni sacrificar a otros por sí mismo». Cualquier cosa que denigrara el racionalismo, la autoconfianza y la libertad del hombre era considerada perversa. Por lo tanto, se condenaba la religión, el colectivismo, incluso el altruismo, y la cruz del cristianismo era denunciada como «el símbolo del sacrificio de lo ideal a lo no-ideal». En lugar de la cruz y de su ética, ella ofrecía el auto-interés racional y el signo dólar, el símbolo del «libre comercio y, por lo tanto, de una mente libre»”.

“Para Rand, el único sistema compatible con la libertad humana era el capitalismo extremo del laissez-faire. Agresividad, egoísmo, energía, racionalidad, auto-respeto, la «virtud del egocentrismo» eran algunos de los valores que la autora entronizaba. Con el aplomo de una mujer hecha gracias a su propio esfuerzo, Rand declaró con toda calma: «Estoy desafiando a la tradición cultural de dos mil quinientos años»” (De “La rebelión conservadora en Estados Unidos”-Grupo Editorial Latinoamericano SRL-Buenos Aires 1987).

El desafío a la “tradición cultural” mencionado consiste en una ética comercial que asume la ingenua creencia que, desde la economía, se podrán solucionar todos los problemas individuales y sociales. De ahí que a esta postura se la denomina a veces como “marxismo de mercado”, ya que la idea básica del marxismo implica que toda actitud respecto de lo social depende esencialmente de la economía. El liberalismo auténtico, por el contrario, admite la necesidad de una ética no económica que debe predominar previamente a la aceptación de la economía de mercado. Ayn Rand escribió: “El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia” (De “La virtud del egoísmo”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

Entre los primeros críticos de “La rebelión de Atlas”, la exitosa novela de Ayn Rand, aparece Whittaker Chambers. Al respecto, George H. Nash escribe: “Para Chambers, el libro era una pesadilla literaria y filosófica. El argumento era «ridículo», la caracterización «primitiva» y caricaturezca, y gran parte de sus efectos eran «sofísticos». En realidad, no era en absoluto una novela, sino un «mensaje», la biblia anti-religiosa del «materialismo filosófico» en donde «…el hombre randiano, al igual que el hombre marxista, se convierte en el centro de un mundo sin dios». Más aún, a pesar de toda su oposición al Estado, lo que Rand deseaba, según Chambers, era una sociedad controlada por una «elite tecnocrática» similar a la de los absurdos héroes de su novela. Sin duda, toda la obra estaba invadida por un «tono dictatorial»”.

El ataque de Rand a la «cultura que ha dado origen a todas nuestras libertades» (M. Stanton Evans) se advierte en la actualidad en las coincidencias de ciertos “liberales” que apoyan y promueven el aborto y el libertinaje pleno, en una total coincidencia con los ideólogos que promueven el “marxismo cultural”, tendencia que intenta destruir la civilización occidental por medios no violentos.

La secta randiana no sólo se destaca por ahuyentar futuros adeptos al liberalismo auténtico, ya que al predicar “la virtud del egoísmo” aleja a quienes han construido sus personalidades bajo el predominio de actitudes cooperativas, sino que además promueve el acercamiento al socialismo de muchos cristianos desprevenidos al considerar erróneamente que el cristianismo promueve el altruismo (y no el amor), de la misma manera en que lo creen los socialistas.

La prioridad cristiana, implícita en la expresión: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, indica que debemos primeramente buscar el gobierno de la ley natural sobre cada uno de nosotros, lo que implica un autogobierno personal. Por el contrario, tanto el marxismo como el randismo proponen la prioridad de lo económico para lograr luego lo espiritual (a través del socialismo y a través del mercado, respectivamente).

lunes, 18 de marzo de 2019

Adam Smith y el egoísmo

ADAM SMITH Y EL MITO DE LA CODICIA

Por Tom G. Palmer

En este ensayo, el autor desvela el mito de un Adam Smith ingenuo que creía que el “interés propio” era suficiente para crear prosperidad. Pareciera que aquellos que citan a Smith en ese sentido jamás leyeron más que algunas citas de sus trabajos, y no están al tanto del gran énfasis que Smith le asignó al papel de las instituciones y a los efectos nocivos que las conductas signadas por el interés propio pueden tener si se canalizan a través de las instituciones coercitivas del Estado. El Estado de Derecho, la propiedad, los contratos y el intercambio canalizan el interés propio hacia el beneficio mutuo, mientras que la anarquía y el no respeto a la propiedad confieren al interés propio un sentido totalmente distinto y profundamente nocivo.

Se suele escuchar con frecuencia que Adam Smith creía que si las personas se limitaban a actuar con egoísmo, todo estaría bien en el mundo: que “la codicia hace girar al mundo”. Smith, desde ya, no creía que depender exclusivamente de motivaciones egoístas fuera a hacer del mundo un mejor lugar, ni promovía o alentaba comportamientos egoístas. El extenso análisis que presenta en "La teoría de los sentimientos morales" sobre la función del “espectador imparcial” debería descartar dichas interpretaciones erróneas.

Smith no era un defensor del egoísmo, pero tampoco era suficientemente ingenuo como para creer que la devoción desinteresada al bienestar de los demás (o el hecho de profesar esa devoción) harían del mundo un mejor lugar. Como señaló Stephen Holmes en su ensayo correctivo “The Secret History of Self-Interest”. Smith conocía a la perfección los efectos destructivos de muchas pasiones “desinteresadas”, como la envidia, la malicia, la venganza, el fanatismo y demás. Los fanáticos desinteresados de la Inquisición española hicieron lo que hicieron con la esperanza de que en el último momento de agonía los herejes moribundos se arrepintieran y recibieran la gracia divina de Dios. Esa doctrina se denominaba justificación salvífica. Humberto de Romans, en sus instrucciones para los inquisidores, insistía que ellos justificaran ante la congregación los castigos que debían imponer a los herejes, por qué “rogamos a Dios, y les rogamos que se unan a nosotros en oración, para que el don de su gracia permita a aquellos que deben ser castigados soportar pacientemente los castigos que pretendemos imponerles (en demanda de justicia, pero con dolor), de modo que redunden en la salvación. Es por eso que imponemos dichos castigos”

En opinión de Smith, esa devoción desinteresada al bienestar de los demás no era moralmente superior a aquellos mercaderes supuestamente egoístas que buscaban enriquecerse vendiendo cerveza y pescado seco salado a los clientes sedientos y hambrientos. Smith es difícilmente un defensor general de las conductas egoístas, ya que la posibilidad de que dichas motivaciones permitan impulsar el bienestar general “como si fueran guiadas por una mano invisible” depende en gran medida del contexto de las acciones y, en particular, del marco institucional.

En ocasiones, nuestro deseo egoísta de caer bien a los demás puede, de hecho, llevarnos a adoptar una perspectiva moral, ya que nos hace pensar en cómo los otros nos perciben. En los contextos interpersonales a pequeña escala que suelen describirse en la "Teoría de los sentimientos morales", es posible que esa motivación resulte en un beneficio general, ya que el “deseo de convertirnos en objeto de los mismos sentimientos agradables y de ser tan afables y admirables como aquellos que más amamos y admiramos” nos exige “convertirnos en espectadores imparciales de nuestro carácter y nuestra conducta”. Incluso el interés propio aparentemente excesivo, bajo un marco institucional correcto, puede ser beneficioso para otros, como ocurre en la historia que cuenta Smith acerca del hijo del hombre pobre cuya ambición lo lleva a trabajar incansablemente a fin de acumular riqueza y que descubre tras una vida de trabajo duro que no es más feliz que el mendigo que toma sol al costado del camino; la búsqueda ambiciosamente excesiva del propio interés por parte del hijo del hombre pobre benefició al resto de la humanidad, ya que lo llevó a producir y acumular la riqueza que hizo posible la existencia de muchos otros, ya que “la tierra, por estos trabajos del hombre, se vio obligada a redoblar su fertilidad natural y a mantener a una mayor multitud de habitantes”

En el contexto más amplio de la economía política descrito en muchos pasajes de la "Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones", específicamente aquellos referidos a la interacción con las instituciones del Estado, no es tan probable que la búsqueda del propio interés tenga efectos positivos. El propio interés de los mercaderes, por ejemplo, los lleva a ejercer presión sobre el Estado para promover la generación de consorcios, el proteccionismo o incluso la guerra: “... esperar, de hecho, que la libertad de comercio se restaurare completamente en Gran Bretaña, es tan absurdo como esperar que una Océana o una Utopía se establezcan en el país. No se oponen solo los intereses del público, sino también al interés privado de muchas personas, que es mucho.

"En el sistema de leyes que se creó para la gestión de nuestras colonias en América y en las Indias Occidentales, el interés del consumidor local se sacrificó a favor del interés del productor con una extravagante profusión de normas mayor que en todo el resto de nuestras regulaciones comerciales. Se creó un gran imperio con el único fin de desarrollar una nación de clientes que debían ser obligados a comprar en los comercios de nuestros diversos productores todos los bienes que dichos comercios podrían ofrecerles. En pos de esa leve mejora del precio que este monopolio podría habilitar a nuestros productores, los consumidores locales han sido sometidos a la carga de mantener y defender dicho imperio. Con ese fin y ningún otro, en las últimas dos guerras, se gastaron más de doscientos millones y se contrajo nueva deuda de más de ciento setenta millones por encima de lo que se había gastado en guerras anteriores. El interés de esa deuda en sí mismo no solo es mayor que toda la ganancia extraordinaria que pueda proyectarse y que se logrará a partir del monopolio del comercio colonial, sino también que el valor completo de ese comercio o el valor total de los bienes que se exportaron en promedio a las colonias anualmente".

Por lo tanto, la opinión de Smith acerca de la afirmación de Gordon Gecko, el personaje de la película Wall Street, de Oliver Stone, “La codicia es buena”, es sin lugar a dudas: “a veces sí, a veces no” (asumiendo que todo comportamiento que proviene interés propio es “codicia”). La diferencia es el marco institucional.

¿Qué ocurre con la opinión habitual de que los mercados favorecen las conductas egoístas, qué la actitud psicológica que engendra el intercambio promueve el egoísmo? No conozco ninguna razón de peso para pensar que los mercados promueven el egoísmo o la codicia, en el sentido de que la interacción de mercado aumente la cantidad de codicia o la propensión de las personas a ser egoístas en comparación con lo que se observa en las sociedades gobernadas por Estados que suprimen, desalientan, o perturban los mercados, o interfieren con ellos. De hecho, los mercados posibilitan que los más altruistas, y también los más egoístas, persigan sus fines en paz. Los que dedican sus vidas a ayudar a los demás usan los mercados con Adam Smith, ese fin, tal como los utilizan aquellos que tienen la meta de aumentar su acumulación de riqueza. Algunos de estos últimos incluso acumulan riqueza para aumentar su capacidad de ayudar a otros. George Soros y Bill Gates son ejemplos de esa actitud; ganan enormes cantidades de dinero, al menos en parte para aumentar su capacidad de ayudar a otros a través de sus variadas actividades solidarias.

La generación de riqueza en el contexto de la búsqueda de ganancias les permite ser generosos. Un filántropo o santo desea usar la riqueza que tiene disponible para alimentar, vestir y confortar a la mayor cantidad de personas posibles. Los mercados le permiten encontrar los precios más bajos de abrigo, de alimento y de medicamentos para atender a quienes necesitan su asistencia. Los mercados permiten que la generación de riqueza pueda utilizarse para ayudar a los desafortunados y facilitan que los caritativos maximicen su capacidad de ayudar a otros. Los mercados hacen posible la caridad.

Un error común es el de identificar los fines de las personas exclusivamente con su “interés propio”, que a su vez se confunde con “egoísmo”. Los fines de las personas en el mercado son, en efecto, fines personales, pero como personas con fines, también nos preocupan los intereses y el bienestar de los otros: los integrantes de nuestra familia, nuestros amigos, nuestros vecinos e incluso completos extraños que jamás conoceremos. Los mercados ayudan, sin duda, a las personas a tomar consciencia sobre las necesidades de los otros, incluso de completos extraños.

Philip Wicksteed presentó un análisis matizado de las motivaciones en los intercambios de mercado. En lugar de referirse al “egoísmo” para explicar las motivaciones detrás de la participación en intercambios de mercado (uno podría ir al mercado para comprar alimento para los pobres, por ejemplo), acuñó el término “no-tuismo”. Podemos vender nuestros productos para ganar dinero para ayudar a nuestros amigos o incluso a extraños, pero cuando regateamos para obtener el precio más bajo o el más alto, no es habitual que lo hagamos teniendo en cuenta el bienestar de la otra parte con la que estamos negociando. Si lo hacemos, estamos haciendo un intercambio y un regalo, lo que complica un poco la naturaleza del intercambio. Aquellos que pagan deliberadamente más de lo necesario no suelen ser buenos empresarios, y, como señalara H.B. Acton en su libro "The Morals of the Markets", administrar un negocio con pérdidas es en general una manera muy insensata, e incluso estúpida, de ser filántropo.

Para aquellos que celebran la participación en política como algo superior a la participación en la industria y el comercio, es necesario recordar que la primera actividad puede ser muy dañina y es poco habitual “La características específicas de una relación económica no es su ‘egoismo’, sino su ‘no-tuismo’”. Voltaire señaló: "En Francia puede ser el marqués quien lo desee; cualquiera puede llegar a París desde una provincia distante, con suficiente dinero para gastar y un nombre terminado en “ac” o en “ille”, y permitirse decir: “Un hombre como yo, un hombre de mi categoría...”, y despreciar soberanamente a un comerciante. El comerciante es tan tonto que al oír hablar con frecuencia despectivamente de su profesión, termina por avergonzarse. Sin embargo, no sé quién es más útil a una Nación, si un noble todo empolvado, que sabe exactamente a qué hora se acuesta y se levanta el rey, que se pavonea como un gran señor mientras representa el papel de esclavo en las antecámaras de un ministro, o un comerciante que enriquece a su país, que desde su escritorio da órdenes a Surata y El Cairo, y contribuye a la felicidad del mundo.

Los comerciantes y los capitalistas no deben avergonzarse cuando nuestros políticos e intelectuales contemporáneos los miran con desdén y se pavonean declamando esto y condenando aquello, sin dejar de demandar que los comerciantes, capitalistas, trabajadores, inversionistas, artesanos, agricultores, inventores y demás productores fructíferos generen la riqueza que los políticos confiscan y que los intelectuales anticapitalistas odian, pero consumen codicio- samente.

Los mercados no presuponen ni dependen de que las personas sean egoístas, como tampoco lo hace la política. Tampoco es cierto que los intercambios de mercado fomenten conductas o motivaciones más egoístas que la política. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre en el caso de la política, el libre intercambio entre participantes dispuestos genera riqueza y paz, condiciones que permiten el florecimiento de la generosidad, la amistad y el amor. Y eso también tiene su mérito, como muy bien comprendió Adam Smith.

(De https://www.elcato.org/pdf_files/La_Moralidad_del_Capitalismo.pdf)

domingo, 17 de marzo de 2019

Capitalismo con conciencia

ENTREVISTA CON UN EMPRENDEDOR

Tom G. Palmer entrevista a John Mackey. En esta entrevista, John Mackey, empresario, cofundador y co-CEO de Whole Foods, explica su filosofía del “capitalismo con conciencia” y expone sus pensamientos sobre la naturaleza y la motivación humana, el carácter de la vida empresarial y la distinción entre “capitalismo de libre mercado” y “capitalismo de compinches”.

John Mackey participó en la fundación de Whole Foods Market en 1980. Está a la vanguardia de la promoción de una alimentación sana, el trato ético de los animales y la participación comunitaria positiva de las empresas. Es miembro del consejo del Conscious Capitalism Institute.

Palmer: John, eres una rara avis del mundo empresarial: un emprendedor al que no le avergüenza defender la moralidad del capitalismo. También se te conoce por afirmar que el interés propio no es suficiente para el capitalismo. ¿A qué te refieres con eso?

Mackey: Basar todo en el interés propio implica valerse de una teoría muy incompleta de la naturaleza humana. Me recuerda a los debates en la universidad con personas que argumentaban que todo lo que uno hace racionalmente es por interés propio pues de lo contrario no lo haría. Es una postura irrefutable y en última instancia sinsentido, dado que, aunque uno realice cosas que no estén basadas en el propio interés, ellos afirman que sí lo son, porque de lo contrario uno no las haría. Es un argumento circular.

Palmer: ¿En qué sentido crees que otras motivaciones además del interés propio son importantes para el capitalismo?

Mackey: No me gusta esa pregunta, porque las personas tienen distintas definiciones del interés propio y uno termina sin entenderse con el otro cuando se trata este tema. Por eso mencionaba los debates sofistas que se dan en la universidad acerca de que todo es propio interés. Sostengo que los seres humanos somos complejos y tenemos muchas motivaciones distintas. El propio interés es una de ellas, pero de ningún modo es la única. Nos motivan muchas cosas que nos importan, lo cual incluye, pero no se limita a nuestro propio interés. En algún sentido creo que el movimiento libertario –quizá a causa de la influencia de Ayn Rand y muchos economistas– ha llegado a un callejón ideológico sin salida que, en mi opinión, no le hace justicia al mundo de los negocios, al capitalismo ni a la naturaleza humana.

Si reflexionamos, cuando somos jóvenes y emocionalmente inmaduros es probablemente la época de la vida en que más actuamos por interés propio. La mayoría de los niños y adolescentes son egocéntricos o narcisistas. Actúan de acuerdo con su interés propio tal como lo perciben. A medida que maduramos y crecemos, nos hacemos más capaces de sentir empatía, compasión y amor, y un abanico más amplio de emociones humanas. Las personas hacen cosas por muchísimos motivos distintos. Suele establecerse una falsa dicotomía entre el interés propio o el egoísmo y el altruismo. Para mí, es una dicotomía falsa, porque es evidente que somos las dos cosas. Actuamos por interés propio pero no solo por interés propio. También nos importan otras personas. Suele importarnos mucho el bienestar de nuestra familia; así como nuestra comunidad y la sociedad en la que vivimos. También puede importarnos el bienestar de los animales y el medio ambiente. Tenemos ideales que nos motivan a intentar hacer un mundo mejor. Por definición estricta, esas motivaciones parecerían contradecir el interés propio, a menos que volvamos a meternos en el argumento circular de que todo lo que nos importa y lo que queremos hacer es en pos del interés propio.

Por eso no creo que el interés propio sea suficiente. No creo que afirmar que todos nuestros actos sean por interés propio sea una buena teoría de la naturaleza humana. Creo que el capitalismo y el mundo de los negocios deberían refl ejar plenamente la complejidad de la naturaleza humana. Y también considero que esa idea le hace mucho daño a las “marcas” de las empresas y al capitalismo, porque permite a los enemigos del capitalismo y de los negocios describirlos como egoístas, codiciosos y explotadores. Eso me molesta mucho, Tom, porque el capitalismo y la actividad empresarial son las fuerzas más poderosas del bien en el mundo. Ha sido así por lo menos durante los últimos trescientos años... y no se les atribuye el mérito que les corresponde por el impresionante valor que crean.

Palmer: Además de procurar satisfacer su propio interés o generar ganancias, ¿qué hacen las empresas?

Mackey: En líneas generales, las empresas exitosas crean valor. Lo estupendo del capitalismo es que, en última instancia, se basa en el intercambio voluntario para beneficio mutuo. Por ejemplo, veamos el caso de una empresa como Whole Foods Market: creamos valor para nuestros clientes a través de los bienes y servicios que les proveemos. No están obligados a comerciar con nosotros; lo hacen porque quieren, porque consideran que les conviene. Es decir, creamos valor para ellos. Creamos valor para las personas que trabajan con nosotros: los miembros de nuestro equipo. No tenemos ningún esclavo. Todos trabajan voluntariamente porque es un trabajo que quieren hacer; la paga es satisfactoria; obtienen muchos beneficios por trabajar en Whole Foods, tanto psíquicos como monetarios. Es decir, creamos valor para ellos. Estamos creando valor para nuestros inversores, porque, bueno, nuestra capitalización de mercado es de más de 10.000 millones de dólares, ¡y empezamos de cero!

Es decir que creamos más de 10.000 millones de dólares de valor para nuestros inversores en algo más de treinta años. Ninguno de nuestros inversores está obligado a tener acciones nuestras. Todos lo hacen voluntariamente porque consideran que creamos valor para ellos. Creamos valor para nuestros proveedores, que comercian con nosotros. Lo vi con el correr de los años, vi crecer sus empresas, los vi florecer, y todo eso discurrió de manera voluntaria. Ellos ayudan a que Whole Foods sea mejor y nosotros los ayudamos a ellos a ser mejores.

Palmer: Has denominado a tu filosofía “capitalismo con conciencia”. ¿Qué quieres decir con eso?

Mackey: Usamos ese término para distinguirlo de las demás denominaciones que generan mucha confusión cuando se amontonan, como “responsabilidad social corporativa” y el “capitalismo creativo” o “capitalismo sustentable” de Bill Gates. Nosotros tenemos una definición muy clara del capitalismo con conciencia, que se basa en cuatro principios. El primer principio es que la actividad empresarial tiene la capacidad de aspirar a un objetivo trascendental, que podría ser ganar dinero, pero no se limita únicamente a ello. Todas las empresas pueden tener un propósito más trascendental. Si te fijas, todas las demás profesiones de nuestra sociedad están motivadas por propósitos, algo que supera la interpretación estrecha de propósito como la maximización de las ganancias.

Los médicos son unos de los profesionales mejor remunerados de nuestra sociedad y, sin embargo, tienen un propósito –curar a las personas– y esa es la ética profesional que se les enseña en su formación. Eso no significa que no haya médicos codiciosos, pero a muchos de los que yo conozco, por lo menos, les importan sinceramente sus pacientes y tratan de curarlos cuando están enfermos. Los docentes educan, los arquitectos diseñan construcciones y los abogados –dejando de lado todos los chistes sobre el tema– promueven la justicia y la equidad en nuestra sociedad. Todas las profesiones tienen un propósito que excede el de maximizar las ganancias, y lo mismo pasa con la actividad empresarial. Whole Foods es un mercado de productos orgánicos; vendemos alimentos naturales y orgánicos de alta calidad y ayudamos a las personas a llevar una vida más larga y saludable.

Palmer: ¿Y el segundo principio?

Mackey: El segundo principio del capitalismo con conciencia es el principio de las partes interesadas, al que aludí antes: que hay que pensar en las distintas partes interesadas para las que crea valor la empresa y que pueden afectarla. Hay que pensar en la complejidad de la empresa para crear valor para todas esas partes interesadas interdependientes: clientes, empleados, proveedores, inversores y comunidades.

El tercer principio es que la empresa necesita líderes sumamente éticos, que den prioridad al fin de la empresa por encima de todo. Que trabajen en pos de ese propósito y que sigan el principio de las partes interesadas. Tienen que predicar con el ejemplo.

Y el cuarto principio del capitalismo con conciencia es que hay que crear una cultura que sea capaz de sostener conjuntamente el propósito de la empresa, a las partes interesadas y a los líderes, para que todo encaje.

Palmer: ¿Esos principios te motivan en lo personal cuando te levantas por la mañana? ¿Dices “Voy a ganar dinero” o “Voy a ser fiel a mis principios esenciales”?

Mackey: Supongo que soy un poco extraño en ese sentido, porque llevo casi cinco años sin cobrar un sueldo en Whole Foods. Ni bonificaciones. Las opciones de compra de acciones que me corresponderían quedan en la Whole Planet Foundation y se usan para otorgar microcréditos a las personas pobres de todo el mundo. Me motiva mucho el propósito de Whole Foods, más que cuánto dinero podría generar con la empresa como remuneración. Considero que tengo más que suficiente riqueza con las acciones que todavía mantengo en la empresa.

Palmer: Una vez más, ¿cómo defines ese fin?

Mackey: El propósito de Whole Foods es... bueno, si hubiera más tiempo podríamos explayarnos sobre el objetivo trascendental de Whole Foods. Hace unas dos semanas di una charla para nuestro Grupo de Líderes. Lo que puedo decir más o menos en un minuto es que nuestra empresa se organiza en torno a siete valores centrales. Nuestro primer valor central es satisfacer y deleitar a nuestros clientes. Nuestro segundo valor básico es la felicidad y la excelencia de los miembros de nuestro equipo. (Por cierto, todo esto está en nuestro sitio web, porque nos gusta hacerlo público.) El tercero es crear riqueza a través de las ganancias y el crecimiento. El cuarto es ser buenos ciudadanos en las comunidades donde operamos. El quinto es procurar realizar nuestras actividades con integridad ambiental. El sexto es que consideramos a nuestros proveedores nuestros socios e intentamos plantear con ellos relaciones donde ambos ganamos. Y el séptimo es que queremos educar a todas nuestras partes interesadas en el estilo de vida y la alimentación saludables.

Nuestros fines trascendentales son una extensión directa de estos propósitos centrales. Por ejemplo: intentar curar a los Estados Unidos; tenemos un país gordo y enfermo, llevamos una dieta terrible y morimos de enfermedades cardiovasculares, cáncer y diabetes. Son enfermedades determinadas por el estilo de vida, en gran medida evitables o reversibles, por esta razón ese es uno de nuestros objetivos. Tenemos un propósito fundamental relacionado con nuestro sistema agrícola: procurar que sea un sistema de agricultura más sustentable y que al mismo tiempo sea muy productivo.

El tercer propósito fundamental se relaciona con nuestra Whole Planet Foundation: trabajar con Grameen Trust y otras organizaciones de microcrédito [nota del editor: Grameen Bank y Grameen Trust promueven las microfinanzas en países pobres, en especial para las mujeres, como camino hacia el desarrollo] a fin de ayudar a poner fin a la pobreza en todo el mundo. Actualmente estamos en 34 países –serán 56 en dos años–, y ese trabajo ya tiene un impacto positivo en cientos de miles de personas. Nuestro cuarto objetivo trascendental es difundir el capitalismo con conciencia.

Palmer: Hablaste de los propósitos de una empresa. Entonces, ¿para qué son las ganancias? ¿No es la empresa una organización que se dedica a maximizar las ganancias? ¿No podría hacerse todo eso sin tener ganancias? ¿No podría ganarse solo el dinero suficiente para cubrir los costos?

Mackey: Una respuesta es que no sería muy efectivo, porque, si solo ganas dinero suficiente para cubrir los costos, el impacto será muy limitado. Hoy Whole Foods tiene un impacto mucho mayor que hace treinta, veinte, quince o diez años. Gracias a que somos una empresa altamente rentable y que podemos crecer y realizar nuestros propósitos cada vez más y más, llegamos y ayudamos a millones de personas en lugar de solamente a algunas miles. Por eso creo que las ganancias son esenciales para cumplir mejor con el propósito que uno tiene. Además, al generar ganancias se genera el capital que necesita el mundo para innovar y progresar: sin ganancias no hay progreso. Son completamente interdependientes.

Palmer: Pero si las ganancias van a parar a los bolsillos de tus accionistas, ¿ayudan a realizar la misión tanto como podrían?

Mackey: Por supuesto que la mayor parte de nuestras ganancias no va a parar a los bolsillos de nuestros accionistas. Solamente el porcentaje relativamente pequeño que pagamos en dividendos va al bolsillo de los accionistas. Más del 90% del dinero que ganamos se reinvierte en la empresa para crecer. En términos estrictos, si pagáramos el 100% de nuestras ganancias en dividendos, tendrías razón, pero no sé si hay alguna empresa que haga eso, aparte de las sociedades de inversión inmobiliaria. Todos los demás reinvierten para crecer. Además, las ganancias que reciben los accionistas son las que los inducen a invertir en la empresa, algo imprescindible para contar con capital que permita realizar los propósitos trascendentales. La capacidad de incrementar el valor del capital de una empresa significa tener la capacidad de crear valor, y una buena medida de eso es el precio de las acciones. A eso me refería cuando decía que en los últimos treinta y algo de años creamos más de 10.000 millones de dólares en valor.

Palmer: A veces las personas dicen que el libre mercado genera desigualdad. ¿Qué piensas de esa idea?

Mackey: Que no es cierto. La pobreza extrema ha sido la condición humana normal de la mayoría de las personas en toda la historia. Todos los seres humanos eran igualmente pobres y vivían pocos años. Hace 200 años, el 85% de las personas que vivían en el planeta tenían un ingreso diario de menos de un dólar en dólares actuales. ¡El 85%! Hoy esa cifra bajó a apenas el 20% y, cuando termine este siglo, debería ser prácticamente el 0%. Es decir que la tendencia es positiva. El mundo se está enriqueciendo. Las personas salen de la pobreza. La humanidad avanza de verdad. Nuestra cultura avanza. Nuestra inteligencia avanza.

Estamos en una espiral ascendente, si es que logramos no autodestruirnos, que sin duda es un riesgo, porque las personas también pueden ser belicosas a veces. Y, por cierto, ese es uno de los motivos por los que deberíamos promover la actividad de las empresas, los negocios y la creación de riqueza como un canal de desahogo de energía más saludable que el militarismo, el conflicto político y la destrucción de riqueza. Pero ese es otro tema.

Palmer: Entonces, ¿esto aumenta la desigualdad?

Mackey: Supongo que no es tanto que el capitalismo cree desigualdad como que ayuda a las personas a ser más prósperas. Inevitablemente, eso significa que no todos progresarán al mismo ritmo, pero en última instancia todos terminan por mejorar su situación. Ya hemos visto eso, sobre todo en los últimos veinte años, cuando literalmente cientos de millones de personas salieron de la pobreza en China e India gracias al avance del capitalismo. La realidad es que algunas personas sencillamente escapan de la pobreza y se vuelven prósperas más rápido que otras. Eso no es provocar pobreza, es ponerle fin. No genera desigualdad en el sentido en el que la mayoría de las personas entienden este término. A lo largo de la historia, siempre hubo desigualdad en todos los tipos de organizaciones sociales. Hasta el comunismo, que se suponía que generaría una sociedad con igualdad de riqueza, estaba sumamente estratificado y tenía élites con privilegios especiales. Así que no veo que haya que echarle la culpa de la desigualdad al capitalismo. El capitalismo les permite a las personas escapar de la pobreza y ser más prósperas y ricas, y eso es muy positivo. Eso es en lo que nos deberíamos concentrar.

La gran brecha que hay en el mundo es la que existe entre los países que adoptaron el capitalismo de libre mercado y se enriquecieron, y los que no lo hicieron y permanecieron pobres. El problema no es que algunos se hayan enriquecido, sino que otros hayan seguido siendo pobres. ¡Y eso no tiene por qué ser así!

Palmer: Hiciste una distinción entre el capitalismo de libre mercado y otros sistemas en los que las personas también generan ganancias y tienen empresas, pero que suelen describirse como “capitalismo de compinches”. ¿Qué diferencia hay entre tu visión moral y lo que hay en muchos países del mundo?

Mackey: Tiene que haber Estado de Derecho. Las personas tienen que contar con reglas que se apliquen a todos por igual y que se hagan cumplir mediante un sistema judicial que tenga conscientemente este objetivo como prioridad. La aplicación igualitaria de la ley tiene que ser la meta principal, no puede haber privilegios especiales para algunos. Lo que ocurre en muchas sociedades, y creo que cada vez más en los Estados Unidos, es que se conceden favores a personas que tienen contactos políticos. Eso es incorrecto. Está mal. Cuando una sociedad padece el capitalismo de compinches, o lo que mi amigo Michael Strong llama “crapitalism”, deja de ser una sociedad de libre mercado y no optimiza la prosperidad; hace que muchas, muchas personas sigan siendo innecesariamente menos prósperas de lo que serían en un verdadero orden de libre mercado apoyado en el Estado de Derecho.

Palmer: ¿Qué pasa en el país en el que vives, los Estados Unidos? ¿Crees que hay capitalismo de compinches?

Mackey: Te daré mi ejemplo actual preferido. En realidad tengo dos. Uno es que actualmente tenemos más de mil exenciones que ha otorgado la administración Obama para sus regulaciones bajo la ley de reforma de salud (Obamacare). Esa es una forma de capitalismo de compinches. Las normas no se aplican a todos por igual. Y el poder de otorgar una exención también es el poder de denegarla. Y se la puede denegar a quienes no hacen donaciones adecuadas al partido político en el poder o que, por algún motivo, no son de su agrado. Es un derecho arbitrario que se puede aplicar selectivamente a algunos sí y a otros no.

El otro es que veo al capitalismo de compinches en todos esos subsidios que se están asignando a la “tecnología ecológica”, por ejemplo. Se están subsidiando algunas empresas y, en última instancia, puesto que el gobierno no tiene dinero propio, lo hace con dinero de los contribuyentes que redistribuye entre personas que cuentan con su favor político. Veo lo que está pasando con General Electric, en términos de los tipos de impuestos que están pagando, con todas las exenciones y deducciones especiales que se están incluyendo en las leyes tributarias. Y como están orientándose tanto a esas tecnologías de energía alternativa, o a algunas de ellas, están llegando al punto en el que casi no pagan impuestos sobre su ingreso, solo porque tienen contactos políticos. Eso me ofende. Me parece muy mal.

Palmer: ¿Dirías que es inmoral?

Mackey: Sí, así es... Bueno, yo lo llamaría inmoral. Pero eso te obliga a definir qué es la inmoralidad. Sin duda, esto es algo que viola mi ética y mi sentido del bien y el mal. Si viola la ética de otras personas o no, es algo más difícil de determinar. A mí no me gusta. Me opongo. No es compatible con mi idea de cómo debería gobernarse la sociedad. Son cosas que no deberían ocurrir en una sociedad con un Estado de Derecho fuerte.

Palmer: ¿Quiénes crees que son los que más ganan con el capitalismo de libre mercado que propugnas?

Mackey: ¡Todos! Todos los miembros de la sociedad son beneficiarios. Es lo que sacó a gran parte de la humanidad de la pobreza. Es lo que hizo rico a este país. Éramos tremendamente pobres. Los Estados Unidos era una tierra de oportunidades pero no era un país rico. No es un país perfecto, pero gozó de uno de los mercados más libres del mundo durante un par de siglos y, como resultado, pasamos de ser muy pobres a ser un país próspero, auténticamente rico.

Palmer: En su libro Bourgeois Dignity, Deirdre McCloskey sostiene que un cambio en el modo en que las personas pensaban en la actividad empresarial y en la innovación emprendedora fue lo que posibilitó la prosperidad de las personas. ¿Crees que podemos recuperar ese respeto por la empresa creadora de riqueza?

Mackey: Creo que sí, porque vi lo que pasó cuando Ronald Reagan ganó las elecciones. En los años se- tenta, los Estados Unidos estaban en decadencia, de eso no hay duda; fíjate qué pasaba con la inflación, dónde estaban las tasas de interés, adónde se dirigía el producto interno bruto (PIB), la frecuencia de las recesiones, sufríamos una “estanfl ación” que dejaba al descubierto las profundas fallas de la filosofía keynesiana. Y entonces llegó un líder que recortó los impuestos y liberó un montón de industrias por medio de la desregulación, y Estados Unidos experimentó un renacimiento, un volver a nacer, que nos impulsó en los últimos veinticinco años o más. En líneas generales, transitamos una espiral ascendente de crecimiento y progreso. Por desgracia, últimamente volvimos a retroceder, por lo menos unos pasos.

Primero, con... bueno, podría culpar a todos y cada uno de estos presidentes y políticos, y Reagan mismo distaba de ser perfecto, pero últimamente Bush aceleró mucho ese retroceso, y ahora Obama está yendo mucho más allá en esa dirección que ningún otro presidente anterior. Pero ya sabes: soy emprendedor, por lo tanto soy un optimista. Pienso que es posible revertir la tendencia. No creo que estemos en una decadencia irreversible aún, pero sí creo que muy pronto tendremos que hacer algunos cambios profundos. Para empezar, vamos a la quiebra. A menos que estemos dispuestos a tomarnos eso en serio y a enfrentar el problema sin aumentar los impuestos y ahogar la actividad empresarial de los Estados Unidos, la decadencia me parece inevitable. ¡Pero por ahora tengo esperanzas!

Palmer: ¿Crees que el capitalismo genera conformismo hacia la homogeneización o genera espacio para la diversidad? Pienso en las personas que prefieren comidas kosher o halal, o en las minorías religiosas, culturales o sexuales...

Mackey: El hecho de que hayas podido listar esas cosas casi responde tu pregunta. En definitiva, el capitalismo no es más que personas que cooperan entre sí para crear valor para otras personas y para ellas mismas. Eso es el capitalismo. Claro que también está el elemento del interés propio. La clave es poder crear valor por medio de la cooperación y hacerlo tanto para uno como para los demás. Y eso permite una diversidad de esfuerzo productivo, porque los seres humanos somos muy diversos en nuestras necesidades y deseos. El capitalismo, la cooperación en el mercado, apuntan a satisfacer esas necesidades y deseos. Eso crea un enorme espacio para la individualidad. En una sociedad autoritaria, un grupo con algún interés especial, ya sea una jerarquía religiosa o un grupo de intelectuales universitarios o unos fanáticos que creen saber lo que es mejor para todos, pueden im- poner sus valores a todos. Pueden dictaminar cómo deben vivir los demás. En una sociedad capitalista, hay mucho más espacio para la individualidad. Hay espacio para que crezcan y florezcan millones de flores, sencillamente porque el florecimiento humano es el fin último del capitalismo, su creación más grandiosa.

Palmer: ¿Cuál es tu visión de un futuro justo, emprendedor y próspero?

Mackey: Lo primero que quisiera es que los defensores del capitalismo empezaran a entender que la estrategia que vienen usando les va como anillo al dedo a sus oponentes. Cedieron el territorio moral y permitieron que los enemigos del capitalismo lo pintaran como un sistema explotador, codicioso y egoísta que genera desigualdad, explota a los trabajadores, defrauda a los consumidores, destruye el medio ambiente y desgasta la comunidad. Los defensores del capitalismo no saben cómo responder a eso porque ya cedieron mucho territorio a sus críticos. Lo que deben hacer es superar su obsesión con el interés propio y empezar a ver el valor que crea el capitalismo, no solo para los inversores –aunque ese valor también existe, por supuesto–, sino para todas las personas que comercian con empresas: crea valor para los clientes; crea valor para los trabajadores; crea valor para los proveedores; crea valor para la sociedad como un todo; crea valor para el gobierno. ¿Dónde estaría nuestro gobierno sin un fuerte sector empresarial que creara empleos e ingreso y riqueza que luego el gobierno puede gravar? Y que quede claro que esa parte no siempre me entusiasma. El capitalismo es una fuente de valor. Es el vehículo más asombroso para la cooperación social que haya existido jamás. Esta es la historia que debemos contar. Debemos cambiar el relato. Desde el punto de vista ético, debemos cambiar el relato del capitalismo para demostrar que se trata de crear valor común, no para unos pocos, sino para todos. Si las personas pudieran verlo como yo, amarían al capitalismo como lo amo yo.

Palmer: Agradezco tu tiempo.

Mackey: Un placer, Tom

(De https://www.elcato.org/pdf_files/La_Moralidad_del_Capitalismo.pdf)