jueves, 30 de abril de 2020

Los caciques liberales

Por Alejandro Chafuen

El libro Las tribus liberales, de María Blanco, es de fácil lectura, pero difícil para sacar conclusiones acerca del estado actual del liberalismo. La autora tiene una vida muy activa como profesora y también en las redes sociales. En su Twitter y en su blog utiliza el apodo de Lady Godiva. En sus comentarios se desnuda con franqueza frente al lector presentando sus ideas sin ropajes que las cubran o embellezcan. Lo mismo hace en este libro, donde refleja en forma transparente lo que ve del mundo liberal.

Pasé toda mi vida profesional en estas tribus, por lo que me cuesta ser imparcial. Por más que traté de ponerme afuera del libro, como si fuese un lector que ha tenido poco contacto con los indios de esta tribu, creo que me autoengaño. Pongo indios en cursivas porque en el mundo liberal existen casi más caciques, gurús e inquisidores que indios o tribus.

Hace unos días uno de mis amigos puso un cartel en Facebook que decía: "Los libertarios son como los dioses griegos, todos se pelean pero nadie cree en ellos". La autora recurre a la mitología griega para describir las secciones de su libro, pero no quiere dar la imagen de división. En la portada incluye el dibujo de un árbol fecundo donde cada escuela liberal tiene un lugar. El libro es más bien una radiografía del mundo liberal, especialmente del liberalismo español. Parte de la obra es historia de pensamiento liberal contemporáneo, y parte análisis cuasi-psicológico de los actores. Una sección, que no voy a analizar aquí, está dedicada a explicar algunas de las posiciones liberales donde nos sentimos menos entendidos: la responsabilidad social, el paro, la contaminación, el trabajo infantil.

Blanco escribe que las tribus liberales están muy activas produciendo libros, artículos, comentarios en las redes sociales, conferencias, reuniones, conferencias y reuniones. Todas tienen miembros que opinan de política, pero pocos actúan en política. La incansable labor académica de los caciques de estas tribus ayuda a impartir educación a miles de alumnos con la esperanza que de allí salgan los futuros líderes de un renacimiento liberal.

La descripción que aparece en el libro no solo muestra logros, también carencias en las tribus. Algunas aparecen en forma explícita: hay muchas divisiones; la narrativa de los liberales es pobre y poco atractiva; los liberales son pocos, "apenas llenan un autobús". Pero, según la autora, el gran "demonio del liberalismo", el "punto negro", es la forma en que sus líderes y sus indios interactúan con los demás. "Es imprescindible deshacerse de la arrogancia y abrazar la actitud humilde de todo buscador de la verdad". De las 500 figuras liberales más importantes que he conocido en mi vida, a solo un puñado de ellos alguien los ha llamado “humildes”.

Otras carencias de los liberales se demuestran por lo que no aparece en la obra. Ninguno de los caciques o las tribus, por ejemplo, se muestra muy activo en grupos sociales fuera de internet, o como líderes en sociedades intermedias. Lo social repele a la mayoría de los liberales individualistas. Quizá las mujeres liberales, aún más minoritarias que sus pares masculinos, son una excepción. En una de sus frases más lapidarias, F. A. Hayek describió social como "esa palabra parasitaria que se esparce como un hongo". Son pocos los liberales que quieren hacer campo común con los que piensan distinto. Cuando algunos liberales participamos en actos sociales, como ir a votar, otros intelectuales liberales nos aclaran con un discursito bien racional lo ilógico que es votar; cuando celebramos una fiesta patria, otros nos señalan todos los atropellos que se hacen en nombre de la nación donde vivimos. Los liberales descuidan la importancia de integrarse en la vida social del vecindario, la ciudad o el país, formar parte de agrupaciones religiosas, clubes deportivos, caminar la calle... Carlos Rodríguez Braun hace una acertada recomendación, citada en el libro, sobre la importancia de sentarse a dialogar por un ratito con el que piensa distinto.

Una sección del libro analiza a los liberales que se atreven a meterse en política. Describe tanto a los que cuando llegan al gobierno abandonan sus convicciones como a los que solo quieren llegar al subsector anárquico, radical o libertario. En mi país de nacimiento, Argentina, como si no nos alcanzara perder con liberalismos de centro, algunos de nosotros ayudamos a crear partidos liberales radicales, o liberales libertarios. La pureza doctrinal aparece como única guía.

Señala la autora que "cuando se observan a distancia las redes sociales y cómo interactuamos los liberales", vemos que hay "personas que deciden apoderar por su cuenta y riesgo una causa que no es propiedad de nadie y tampoco de ellos". Si alguien defiende el libre mercado pero no adhiere a los dogmas políticamente correctos de muchos libertarios de hoy, se lo acusa de "antiliberal". Para otros, solo el anarcocapitalismo es una opción liberal válida. En cuanto a la narrativa y la actitud de sus tribus, escribe Blanco:

Los liberales somos aburridos, incomprensibles y molestos (...) Estamos acostumbrados a hablar para minorías convencidas, a contestar con citas de autores.

Amén.

María Blanco habla de sus viajes a eventos financiados y planeados por organizaciones extranjeras como Liberty Fund o Atlas en USA, o la Universidad Francisco Marroquín en Guatemala. Allí uno pasa un tiempo agradable con mucha gente que piensa como uno, o casi como uno. María se encuentra con Alejandra y con Alejandro, con el contado gran escritor y con la contada figura política que, por algunos años, pasa el test del liberalómetro. A pocas cuadras de los salones de reuniones de los liberales, el populismo y el estatismo avanzan al galope. Nosotros juntamos cientos, ellos miles.

Hay corrientes liberales que piensan que nuestras ideas son perfectas y que el único problema es la narrativa o la maldad e inmoralidad de nuestros enemigos. Hay otras corrientes liberales que se fundamentan en la biología para concluir que "la libertad tiene el éxito asegurado". Si es así, lo único que podemos hacer es aligerar los dolores de parto.

Aunque conozco a la enorme mayoría de las personas mencionadas en el libro, conozco más a las tribus de Estados Unidos. Y la radiografía no es tan distinta. La mayoría de los liberales se autoinvitan como ponentes a sus eventos. Con la gran proliferación de think tanks liberales (la red del State Policy Network cuenta con 65 miembros) y con un número similar o mayor de centros universitarios, la tentación es de comunicarse solamente con grupos afines. Son tantas las publicaciones online que cualquier artículo, por más que no diga nada novedoso, encuentra un lugar para ser divulgado. Y cuando esto fracasa, siempre queda el blog propio. Nos conectamos entre nosotros y nos desconectamos del resto.

Me pregunto lo que pensarán los socialistas que lean este libro. ¿Dirán "Los liberales no presentan problema alguno" o "Cuidado, los liberales están creciendo estratégicamente"? A ellos les toca contestar.

Pese a la considerable autocrítica, Blanco termina en forma positiva. Creo que su conclusión optimista tiene algo que ver con su pasión. Al ser una enamorada de la libertad, ve más las bondades que las carencias. Si no los canoniza, la obra al menos humaniza a los liberales y destierra el mito de que son parte de una conspiración creada y financiada por unos pocos mecenas.

Blanco concluye diciendo que los liberales "no somos ni héroes ni dioses", pero describe lo que, para mí, son aspirantes a caciques intelectuales. El campo de acción de los liberales seguirá siendo el de las ideas. Para poder crecer, los liberales necesitarán ayuda desde fuera de sus tribus, de líderes políticos, sociales y empresariales, que aceptaran algunas de las ideas liberales pero no todas.

(De https://www.libertaddigital.com/cultura/libros/2015-03-09/alejandro-chafuen-los-caciques-liberales-75020/)

domingo, 26 de abril de 2020

John Locke, Adam Smith y el cristianismo

El liberalismo es la postura ideológica que promueve la libertad de los seres humanos, respecto de sus semejantes, como un valor básico y esencial. Sin embargo, asociada a toda forma de libertad individual, debe existir una previa responsabilidad que la justifica y la legitima. Es por ello que los fundadores del liberalismo promovieron la libertad conjuntamente con una ética orientadora de esa previa responsabilidad. Este ha sido el caso del liberalismo político, promovido por John Locke junto a la ética cristiana, y del liberalismo económico, promovido por Adam Smith junto a una ética propia, compatible con la ética cristiana.

Mientras que Locke escribe un libro titulado “La racionalidad del cristianismo”, Smith hace lo propio con la “Teoría de los sentimientos morales”, ya que la libertad, sin una base moral, carece de las ventajas que tal predisposición individual ha de generar en la sociedad. Nicola Abbagnano escribió: “A esta defensa de la tolerancia añade Locke una defensa apologética del cristianismo, reconocido, en su núcleo esencial, como la más razonable y útil de las religiones”.

“En «La racionalidad del cristianismo» busca precisamente este núcleo, y lo pone en la fe en Cristo como Mesías. El reconocimiento de Cristo como Mesías y el del verdadero Dios, son los únicos artículos de fe necesarios para el cristiano, y constituyen una religión simple, apta para la comprensión de los literatos y de los trabajadores y libre de las sutilezas de los teólogos”.

“Naturalmente la fe en Cristo supone también la obediencia a sus preceptos; pero nadie queda obligado a conocer todos estos preceptos, aunque convendría que todos procurasen aprenderlos y comprenderlos en la Sagrada Escritura. La justificación del cristianismo se basa, según Locke, en su racionabilidad y en su utilidad. Sin él «la parte racional y pensante del género humano» hubiera ciertamente «podido descubrir al único, supremo e invisible Dios»; pero a todo el resto de la humanidad este descubrimiento hubiera permanecido oculto”.

“La revelación cristiana lo ha difundido por todo el mundo. Y, además, ha dado autoridad y fuerza a aquellos preceptos morales, que de lo contrario hubieran sido solamente patrimonio de los filósofos. En otras palabras, el cristianismo ha sido para Locke una nueva, más vasta y más eficaz promulgación de la ley moral y de las verdades fundamentales que rigen la vida humana. La obra de Locke aparecía en 1695, y en 1696 se publicaba la de Toland: «Cristianismo no misterioso». Se iniciaba con estas obras la disputa sobre el deísmo, que es el primer gran intento de encerrar la religión dentro de los límites de la razón” (De “Historia de la Filosofía”-Montaner y Simon SA-Barcelona 1955).

En cuanto a Adam Smith, puede decirse que la descripción que hace del aspecto emocional de todo ser humano, resulta enteramente compatible con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, interpretado como “compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias”. Sin embargo, Smith no hace ninguna referencia a los Evangelios; seguramente para no tener que discutir y padecer la reacción de los teólogos del siglo XVIII, predispuestos a mantener el predominio de los misterios sobre todo lo que resulte evidente y accesible a la razón. Adam Smith escribió: “Nuestra imaginación tan sólo reproduce las impresiones de nuestros propios sentidos, no las ajenas. Por medio de la imaginación, nos ponemos en el lugar del otro, concebimos estar sufriendo los mismos tormentos, entramos, como quien dice, en su cuerpo, y, en cierta medida, nos convertimos en una misma persona, de allí nos formamos una idea de sus sensaciones, y aun sentimos algo que, si bien en menor grado, no es del todo desemejante a ellas”.

“Cuando vemos que un espadazo está a punto de caer sobre la pierna o brazo de otra persona, instintivamente encogemos y retiramos nuestra pierna o brazo; y cuando se descarga el golpe, lo sentimos hasta cierto punto, y también a nosotros nos lastima”.

“Nuestro regocijo por la salvación de los héroes que nos interesan en las tragedias o novelas, es tan sincero, como nuestras aflicciones por su dolor, y nuestra condolencia por su desventura no es menos cierta que la complacencia por su felicidad” (De “Teoría de los Sentimientos Morales”-Fondo de Cultura Económica-México 1941).

Puede sintetizarse la descripción de los sentimientos humanos mediante una frase popular: “Alegría compartida es doble alegría; dolor compartido es medio dolor”. El reciente descubrimiento de las neuronas espejo permite conocer con más precisión el proceso empático, que es la base de la cooperación social establecida a través del mercado, y de la cooperación en general. Adam Smith agrega: “El hombre, consciente de su propia flaqueza y de la necesidad en que está respecto a la ayuda de los demás, se regocija en cuanto advierte que los otros hacen suyas sus propias pasiones, porque así se confirma en esa ayuda; pero se aflige en cuanto advierte lo contrario, porque ve afirmada su oposición”.

“La simpatía aviva la alegría y alivia el dolor. Aviva la alegría dando nuevo motivo de satisfacción, y alivia el dolor insinuando al corazón la casi única sensación agradable que de momento es capaz de albergar”.

“¡Cuán amable nos parece aquel cuyo corazón, lleno de simpatía, refleja todos los sentimientos de aquellos con quien conversa, que se duele de sus calamidades, que resiente las lujurias que han recibido y se alegra con motivo de la buena suerte que los alcanza!”.

“Cuando hacemos nuestra la situación de sus compañeros, participamos en la gratitud que experimentan, e imaginamos el consuelo que necesariamente reciben a causa de la tierna simpatía de un tan afectuoso amigo. Y, por lo contrario, ¡cuán desagradable se muestra aquel cuyo inflexible y obcecado corazón sólo siente para sí, pero es del todo insensible a la felicidad o desgracia ajenas!”.

La insensibilidad “a la felicidad o desgracia ajenas” no es otra cosa que el egoísmo. Sin embargo, algunos sectores capitalistas promueven la “virtud del egoísmo”, consideran que “el amor al prójimo es inmoral”, que “la Madre Teresa de Calcuta es un mal ejemplo”, etc. Al menos es importante que tales sectores no se consideren “liberales”, por cuanto la base “moral” que proponen poco o nada tiene que ver con el fundamento ético adoptado por los fundadores del liberalismo.

El liberalismo (político y económico) es admitido por una sociedad cuando ésta previamente admite la ética natural que sustenta tanto a la democracia política como a la democracia económica (mercado). Como tal ética es esencialmente la propuesta por el cristianismo, los sectores capitalistas que se oponen tenazmente a dicha ética, impiden la instauración de ambas democracias.

Si acaso revivieran John Locke y Adam Smith en nuestra época y escribieran sus ideas éticas en las redes sociales, especialmente en los sectores capitalistas mencionados, pronto serían burlados y ridiculizados. El liberalismo, como “capitalismo civilizado” en su faz económica, sustentado en la ética natural, poco o nada tiene que ver con el “capitalismo salvaje” basado en “la virtud del egoísmo”.

sábado, 25 de abril de 2020

El poder y la soberbia

Tanto la cooperación como la competencia forman parte de la naturaleza humana, pudiendo ésta considerarse como el conjunto de atributos que poseemos como consecuencia del proceso evolutivo, o bien como consecuencia del “espíritu de la ley natural” que, a través de ese proceso, nos ha llevado a poseerlas. Mientras que la cooperación resulta imprescindible para la supervivencia de la humanidad (junto a la buena competencia), la mala competencia (junto a la ausencia de espíritu competitivo) resulta desventajosa para el proceso adaptativo al orden natural.

Se entiende como “buena competencia” la que favorece la cooperación social, estando asociada a la “competencia con uno mismo”. El ejemplo evidente es el de la persona que trata de ayudar a sus semejantes en busca de satisfacciones personales de tipo afectivo. Este es el caso de la Madre Teresa de Calcuta. Sin embargo, equivocadamente surgen interpretaciones de tipo “masoquista” sugiriendo que el mérito radica en el “sacrificio altruista” en lugar de surgir de la inteligencia mostrada por haber encontrado el camino hacia la felicidad propuesto por el propio orden natural y acorde a nuestra naturaleza humana. Juan Luis Vives escribió: “Las lágrimas testifican nuestro dolor y nuestro gozo, ya sea que nos dolamos de nuestros males o que lloremos de alegría, ya sea que, mientras nos compadecemos del mal ajeno, nuestras lágrimas den testimonio de que nos hallamos tan afectados como aquellos que sufrieron el daño”.

“Nada hay más eficaz que esto para la concordia, la conciliación del amor y la confirmación del mismo. ¿Qué hay, en efecto, más capaz para predisponer a la benevolencia que franquear los secretos del corazón a los demás, en lo cual se halla el fundamento de la confianza en la amistad, o mostrarles que sus bienes y sus males nos preocupan tanto como si fueran nuestros, en tal manera que nos afectan tanto los unos como los otros, en lo cual se halla la consumación de la amistad, para la cual es uno mismo el querer y el no querer ya que todas las cosas se han hecho por el amor comunes?” (De “De la concordia y de la discordia”-Ediciones Paulinas-Madrid 1978).

Ignorando el proceso adaptativo, se observa la tendencia de los seres humanos a adquirir mayor poder económico, político, social, ideológico, etc., para así sentirse superiores a los demás, hasta llegar al extremo de intentar gobernarlos tanto mental como materialmente, siendo este el caso de los líderes totalitarios (fascistas, nazis, comunistas). Michael Korda escribió: “Como lo que la gente desea es ejercer poder sobre los demás -«manejar personas»-, la corporación corriente funciona como una especie de agente de Bolsa que proporciona cierto número de personas sobre las que ejercer el poder a aquellos que desean ejercerlo. Esto no cuesta nada; toda organización abunda en personas tan poco importantes o fácilmente reemplazables (suponiendo que fuesen necesarias) que resulta sencillo satisfacer las ansias de poder incluso de los ejecutivos más incompetentes ofreciéndoles a alguien a quien tiranizar. Durante años, ésta ha sido la función real de la secretaria en la mente de muchos hombres”.

Como esa búsqueda muchas veces no resulta exitosa, el individuo egoísta siente una pobre valoración hacia sí mismo, mientras que, teniendo éxito le surge un orgullo desmesurado. Sin embargo, la búsqueda de poder tiende a ocultarse de los demás. Michael Korda agrega: “El instinto de poder, por lo general, se considera como una de las características humanas menos atractivas, junto con la violencia o la agresividad, con las que a menudo se las confunde. A la gran mayoría de la gente le desagrada reconocer que desea el poder, razón por la cual nunca lo alcanza y los que lo detentan llegan a extremos indecibles para ocultarlo”.

“En una era de víctimas vociferantes, es más fácil unirse al clamor, seguir el inspirado ejemplo de los mafiosos, que requerían nuestra solidaridad porque no eran más que otro grupo minoritario –discriminados como ítalo-americanos-, sin relación alguna con los que vivían de la usura, la droga, el juego ilegal y la prostitución. El «hombre respetable» dio paso a la víctima quejumbrosa como estilo de poder del delito organizado exactamente al mismo tiempo que la clase media urbana hacía igual descubrimiento” (De “El poder”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).

La soberbia, como síntoma de un complejo de superioridad, surge como compensación de un previo complejo de inferioridad. De ahí el absurdo de sentir envidia por aquellos que internamente padecen sentimientos de inferioridad. Incluso los pueblos débiles muestran tales atributos no aceptando culpabilidad alguna por sus errores; también descartan toda posibilidad de emular a quienes hacen bien las cosas. Eugenio Kvaternik, analista político, expresó: "Ortega y Gasset decía que ningún argentino sabe decir «no sé». Los argentinos saben todo y hablan de todo. Uno puede agregar que ningún argentino sabe decir «me equivoqué»". "La Argentina es un país clientelista, prebendario, rentístico, donde la competencia, la emulación y la ejemplaridad no juegan ningún rol" (De "Prohibido no pensar" de Bernardo Neustadt-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2005).

El cristianismo propone el gobierno de las leyes naturales sobre todo individuo (simbolizado por el Reino de Dios), tratando de evitar el absurdo y perverso gobierno del hombre sobre el hombre. También el liberalismo, al promover el gobierno de las leyes humanas sobre todo individuo, apunta a evitar la degeneración totalitaria.

La persona equilibrada, psicológica y socialmente, es la que no se valora en exceso ni tampoco en menos. Adopta la actitud que deberían asumir los integrantes del seleccionado de fútbol al concurrir a un campeonato mundial; tanto si van muy “agrandados” como si van muy “achicados” las cosas les irán mal, o peor que si adoptan la actitud intermedia. Blaise Pascal escribió: “Es peligroso hacer ver al hombre en cuánto es igual a las bestias, sin mostrarle su grandeza. Es también peligroso hacerle ver su grandeza sin su bajeza…Es aún más peligroso dejar que ignore una cosa y otra…No es necesario que el hombre crea que es igual a las bestias, ni a los ángeles…pero que sepa lo uno y lo otro…Si se levanta, lo bajo; si baja, lo levanto; y lo contradigo siempre hasta que comprende que es un monstruo incomprensible…” (Citado en “Pascal” de Dmitri Merejkovski-Editorial Cautelar-Buenos Aires 1947).

Por lo general, la humildad se asocia a la sabiduría y la soberbia a la ignorancia. La “humildad del sabio” surge del conocimiento de las grandes creaciones científicas, como la de Leonhard Euler, a quien se le atribuye haber establecido el 40% de la física y de la matemática del siglo XVIII (incluso la ecuación más importante de la física moderna se denomina “ecuación de Euler-Lagrange"). Quien tiene honestidad y conoce este hecho, advierte el abismo mental entre el genio y el hombre común, y adopta una actitud de humildad. Por el contrario, quien conoce las creaciones de la inteligencia humana y mantiene su soberbia, carece de honestidad. También el ignorante tiende a sobrevalorar su intelecto.

El sabio se compara con todos los hombres del mundo, tanto con sus contemporáneos como con los del pasado, y por ello adopta la típica sencillez del científico auténtico. El soberbio y el ignorante sólo se comparan con las personas cercanas, de su mismo grupo, o de las cercanías inmediatas. Mientras el sabio elige ser “cola de león”, el soberbio y el ignorante eligen ser “cabeza de ratón”,

Si el humilde cede el lugar al soberbio, eludiendo la lucha por el poder, terminará esclavo de éste. De ahí que no debería confundirse humildad con pasividad y resignación, ya que en toda sociedad que funciona como una selva, quien no participa en la lucha por el poder, quedará relegado a la voluntad del soberbio o del totalitario. José Ortega y Gasset escribió: “Una de las paradojas más inevitables es que en la batalla, el vencedor, para vencer, necesita que el vencido le ayude. Es una abstracción hablar de la fuerza de un ejército. La fuerza de un ejército depende de la del otro, y uno de sus ingredientes es la debilidad del enemigo. Cabe decir que la mitad de nuestro ser radica en lo que sean los demás y no se debiera olvidar que nuestro perfil depende en buena parte del hueco que los demás nos dejen”.

“Al preguntarnos qué es el fascismo, la primera contestación que todos nos hemos dado era una segunda pregunta: «¿Qué hacen los liberales, los demócratas?». Como si cierto instinto intelectual nos hiciera sospechar que la clave de la situación, lo esencial del fenómeno, el síntoma más original no estaba tanto en la acción del fascismo como en la inacción del liberalismo. Nuestra atención transitaba instintivamente del dintorno al contorno” (De “El Espectador” VI-Revista de Occidente SA-Madrid 1972).

domingo, 19 de abril de 2020

La religión universal, eterna y evidente

Si tenemos en cuenta la definición de religión como “unión de los adeptos”, toda religión debería ser universal (de igual validez para todo ser humano), eterna (mantener su validez en el tiempo) y evidente (accesible a la observación y al razonamiento). De ahí que las religiones vigentes no reúnen tales condiciones, ni tampoco intentan cumplirlas. Por el contrario, tratan de difundirlas o imponerlas tal como están. Dennis Diderot escribió: “Una religión verdadera, que interesara a todos los hombres en todos los tiempos y lugares, ha debido ser eterna, universal y evidente; ninguna ha reunido estos tres caracteres. Todas son pues tres veces falsas” (Citado en “Del iluminismo a nuestros días” de Francisco Leocata-Ediciones Don Bosco-Buenos Aires 1979).

Por otra parte, puede advertirse que los resultados de la ciencia experimental (una vez verificados mediante contrastación con la realidad) tienen validez para todo habitante del planeta, tal validez no varía en el tiempo y resultan evidentes, es decir, si han podido verificarse, son evidentes en forma indirecta. Así, una teoría acertada, lo seguirá siendo por siempre, aunque algún día pueda ser reemplazada por otra mejor. Todo esto se debe a que las leyes naturales, descriptas por la ciencia, son universales, eternas y evidentes.

En cuanto a la evidencia de tales leyes, puede decirse que requieren cierto trabajo imaginativo, ya que no vienen escritas en ninguna parte. Si observamos la caída a tierra de una piedra, debemos hacer un esfuerzo imaginativo para encontrar la ley respectiva. Podemos observar que la piedra cae en forma acelerada debido a la acción permanente de la fuerza gravitacional, que se agrega a la velocidad que mantiene la piedra debido a la inercia. Luego, la ley del movimiento resulta ser:

Fuerza gravitacional = Masa de la piedra x Aceleración gravitacional

Esta es la “evidencia” que puede asociarse a las leyes naturales, que dista un tanto de ser una fotografía o un video. También en el caso de las ciencias sociales es posible, en principio, encontrar leyes similares, que por lo general tienen la forma:

Respuesta característica = Respuesta / Estímulo = Efecto / Causa

Si un sistema descriptivo no es universal, ya que tiene una validez limitada a un sector de la población, se sospecha que no está vinculado a la ley natural. Si desconoce la ley natural, quedará fuera del ámbito de la ciencia experimental. Además, por ser las leyes naturales las mismas leyes que utilizó el ente Creador para hacer el mundo (leyes de Dios), también quedará fuera del ámbito de la religión. Como la filosofía no tiene sentido si ignora las leyes que rigen todo lo existente, tampoco aquel sistema descriptivo tendrá validez filosófica.

Por ser las leyes naturales invariantes en el tiempo (lo que varían son las descripciones que de ellas hacemos), todo sistema descriptivo que las contemple, ha de tener una validez eterna. Las religiones vigentes, establecidas alrededor de dos mil años atrás, tienen la misma validez que en la época de su realización, es decir, tanto en sus aciertos como en sus errores, difieren de la realidad de la misma forma que antes.

Finalmente, toda religión debe ser evidente, al menos en el sentido antes indicado. Como toda religión propone mandamientos, o predisposiciones personales dominantes, admite ciertas evidencias en cuanto a los efectos que tales mandamientos o predisposiciones generan en cada individuo. Esto tiene validez en el caso en que contemplemos todo aquello que resulta accesible a nuestras decisiones, como lo es el acatamiento, o no, a tales mandamientos o predisposiciones. Gabriel Marcel escribió: “En los estoicos, en particular en Epicteto, la distinción entre lo que depende y no depende de nosotros será utilizada para liberarnos de la inquietud. El postulado de la moral de los estoicos consistirá a fin de cuentas en establecer en principio que si quiero comportarme no como un animal o un niño sino como un ser racional y adulto, deberé obligarme a considerar como indiferente lo que no está en mi poder cambiar”.

“Podría decirse que realizo así una verdadera economía de fuerzas, puesto que dejo de agotarme estérilmente en recriminaciones contra el destino o, lo que es más funesto aun, en vanas tentativas para transformar en el sentido de mis deseos lo que en realidad deriva de un orden inmutable sobre el cual no tengo ningún poder” (De “El hombre problemático”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1956).

Como ejemplo de quienes ignoraron esta sugerencia, pueden mencionarse los múltiples conflictos entre las diversas ramas del cristianismo (se dejan de lado, por ahora, los conflictos con otras religiones). En lugar de discutir acerca del significado del amor al prójimo y de su cumplimiento efectivo (lo que resulta accesible a nuestras decisiones), se entablaron discusiones acerca de las posibles decisiones de Dios; mientras unos afirmaban que Dios decidía quién se salvaría del infierno, y quién no, otros sugerían, que salvaría a quienes “creyeran en él”, o bien a quienes cumplieran con sus mandamientos éticos, etc.

En religión aparece un conflicto similar al existente entre socialismo y liberalismo; mientras los socialistas aducen que el hombre es malo por naturaleza y que, por ello, es imprescindible el gobierno absoluto del Estado (socialismo real), los liberales aducen que el hombre siempre puede mejorar y que un marco de libertad favorece el desarrollo de sus potencialidades. En el caso de la religión encontramos teólogos “estatistas” aduciendo que la salvación (del infierno) se debe principalmente a la decisión (o gracia) de Dios, mientras algunos “herejes” sostienen que la salvación depende estrictamente de las acciones y decisiones humanas. Al respecto, Morris Bishop escribió: “Hacia el año 400, Pelagio, un monje irlandés (o escocés), se atrevió a contradecir a San Pablo, y afirmó que el hombre ha sido creado bueno por Dios, y que puede permanecer siendo bueno por sus propios esfuerzos. Es libre para cumplir los mandamientos de Dios o para rechazarlos, es responsable de su salvación o de su condenación. Implícitamente, pues, la gracia de Dios se convierte meramente en una ayuda, no en una necesidad”.

“Agustín lanzóse a combatir violentamente contra Pelagio e, interpretando a San Pablo, sostuvo que el hombre es hereditariamente perverso y está perdido. Sólo la gracia de Dios puede salvarle, y la tal gracia, medida por los inescrutables designios de Dios, no se concede a todos los hombres. Por ende, el hombre está predestinado a la condenación, a menos que Dios se digne salvarle por otra especie de predestinación”.

“La Iglesia falló que tenía razón Agustín y que Pelagio estaba en el error, y declaró hereje a Pelagio y se le confiscaron sus bienes; en cambio, Agustín se convirtió en santo” (De “Pascal”-Editorial Hermes-México 1958).

Si Dios hizo las leyes naturales (o bien si existen desde siempre) y no interviene en los acontecimientos humanos, las cosas se simplifican enormemente hasta llegar a una “religión moral”, que resulta compatible con la ciencia experimental, constituyendo esta vez una religión natural (universal, eterna y evidente). En cuanto a la principal ley de adaptación y supervivencia, que rige nuestras conductas individuales, implica la existencia de una actitud o respuesta característica, que nos indica cierta predisposición a responder en forma similar en iguales circunstancias:

Respuesta = Actitud característica x Estímulo

Teniendo presente que las componentes emocionales de tal actitud son: amor, odio, egoísmo e indiferencia, resulta accesible a nuestras decisiones buscar el predominio de una de ellas sobre las demás. En este caso reencontramos la base de la ética cristiana, que puede considerarse como una ética natural, con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” interpretado como una predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Luego, puede interpretarse al cristianismo como una religión natural.

Mientras que en el ámbito de la política y de la economía existen dos posiciones extremas (socialismo y liberalismo) y una intermedia (socialdemocracia), y una gran variedad de alternativas que se aproximan a algunas de ellas, en el cristianismo pueden identificarse actitudes análogas. La analogía consiste en que, en un caso, la referencia es el Estado; en el otro la referencia es Dios, pudiendo hacerse una síntesis esquemática de las principales interpretaciones del cristianismo bajo el criterio mencionado:

a- Protestantismo: Dios determina quiénes acceden a la vida eterna y quiénes no, en una especie de predestinación algo similar a la propuesta luego por el Islam. Entre sus figuras representativas encontramos a San Agustín, Lutero y Calvino.
b- Catolicismo: la salvación depende tanto de la gracia de Dios como también de las conductas individuales (Santo Tomás)
c- Religión natural: orientada principalmente a las decisiones y conductas individuales, apuntando hacia la felicidad en este mundo y en el otro (en caso de que exista). (Pelagio, deístas y demás “herejes”).

Continuando con la analogía, puede establecerse la siguiente síntesis, que tiene sólo validez ilustrativa ya que pueden encontrarse protestantes liberales tanto como católicos socialistas, y otras posibles posturas alejadas del esquema siguiente:

Protestantismo religioso = Socialismo
Catolicismo = Socialdemocracia
Religión natural = Liberalismo

Como lo describiera Max Weber, los seguidores de Calvino, quienes creían en la predestinación señalada, sostenían que el éxito en la vida cotidiana era un indicio de la gracia favorable de Dios, por lo que sus comportamientos individuales favorecieron el auge de la economía propuesta por el liberalismo.

jueves, 16 de abril de 2020

Los sembradores de odio

En estos tiempos es frecuente escuchar hablar de “locura generalizada” y de “un mundo al revés”. Quizá ello se deba principalmente al apoyo y aceptación generalizada de políticos e intelectuales que promueven abiertamente la violencia, supuestamente “para lograr un mundo mejor”. Sin embargo, una vez que se ha sembrado el odio a niveles masivos, las consecuencias en el corto y el largo plazo no serán precisamente las que supuestamente se esperan.

Los totalitarismos del siglo XX se caracterizaron por surgir de una previa siembra masiva de odio por cuestiones étnicas (nazismo) y por cuestiones de clase social (marxismo-leninismo). A pesar de las catástrofes sociales que produjeron en su momento, la ideología socialista mantiene plena vigencia. Y ello se debe a la simultánea siembra mencionada junto al rechazo de propuestas pacíficas. Paul Johnson escribió: “La religión era importante para Lenin, en el sentido de que la odiaba. A diferencia de Marx, que la despreciaba, y que la trataba como un fenómeno marginal, Lenin entendía que era un enemigo poderoso y ubicuo”.

“Desde el principio, el Estado que él creó, organizó y mantiene hasta hoy, es una enorme máquina de propaganda académica dirigida contra la religión. No era meramente anticlerical como Stalin, que experimentaba antipatía hacia los sacerdotes porque eran individuos corruptos. Por el contrario, Lenin no manifestaba sentimientos reales con respecto a los clérigos corruptos, porque a éstos resultaba fácil derrotarlos. Los hombres a quienes temía y odiaba realmente, y a los que después persiguió, eran los santos. Cuanto más pura la religión, más peligrosa. Argüía que un clérigo abnegado tiene una influencia mucho mayor que uno egoísta e inmoral” (De “Tiempos modernos”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1988).

Entre los intelectuales de mayor influencia social en el siglo XX, y al que incluso se le otorgó el premio literario más importante (el Nobel, que luego rechazara), encontramos a Jean-Paul Sartre. Siempre surge la siguiente duda: las aclamaciones y los premios, ¿se les habrían concedido si en lugar de predicar el odio hubiese predicado la paz? Paul Johnson escribió: “El consejo que Sartre ofreció a sus admiradores del Tercer Mundo tuvo un aspecto más siniestro. Aunque él mismo no fue un hombre de acción (una de las burlas más hirientes de Camus fue que Sartre «trataba de hacer la historia desde su sillón») siempre incitaba a la acción a los demás, y la acción generalmente significaba violencia”.

“Se convirtió en padrino de Franz Fanon, el ideólogo africano que podría ser llamado el fundador del racismo negro africano moderno, y escribió un prefacio a su Biblia de la violencia, Los Damnificados de la tierra (1961), que es aún más sanguinario que el texto mismo. Para un hombre negro, escribió Sartre, «matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro; quedan un hombre muerto y un hombre libre». Esto fue una puesta al día del existencialismo; la propia liberación a través del asesinato”.

“Fue Sartre quien inventó la técnica verbal (recogida en la filosofía alemana) de identificar al orden existente como «violento» (por ejemplo la «violencia institucionalizada») justificando así la muerte para desterrarla. Afirmó: «Para mí el problema esencial es rechazar la teoría según la cual la izquierda no debería responder a la violencia”…Como los textos de Sartre se difundían ampliamente, en especial entre los jóvenes, se convirtió entonces en el padrino de muchos movimientos terroristas que comenzaron a abrumar a la sociedad a partir de fines de la década del sesenta”.

“Lo que no previó, y que un hombre más sabio hubiese previsto, fue que la mayor parte de esa violencia a la que dio estímulo filosófico sería infligida por los negros, no sobre los blancos, sino a otros negros. Al ayudar a Fanon a enardecer a África contribuyó a las guerras civiles y asesinatos masivos que han sumergido a la mayor parte de ese continente a partir de mediados de la década del sesenta hasta hoy”.

“Su influencia en el sudeste de Asia, donde estaba terminando la guerra de Vietnam, fue aún más funesta. Los crímenes horrendos perpetrados en Camboya desde abril de 1975 en adelante, que incluyeron la muerte de entre un quinto y un tercio de la población, fueron organizados por un grupo de intelectuales francoparlantes de clase media conocido como Angka Leu («la Organización Superior»). De sus ocho líderes, cinco eran maestros, uno profesor universitario, otro funcionario del Estado y otro economista. Todos habían estudiado en Francia en la década del cincuenta, y allí no habían pertenecido al partido comunista, pero habían absorbido las doctrinas de Sartre, de activismo filosófico y «violencia necesaria». Estos asesinos fueron sus hijos ideológicos” (De “Intelectuales”- Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1988).

Mientras que Sartre era un instigador, o teórico, en la promoción de la violencia, Ernesto Che Guevara, al igual que Lenin, era “teórico y práctico”, ya que no perdió la oportunidad de asesinar con su propia arma a más de 200 “enemigos”, ninguno en combate. También ordenó a sus subalternos el fusilamiento de cientos o miles más. Nuevamente surge el interrogante: ¿Serán estas las causas por las cuales se le rinde homenajes, se le levantan monumentos, se coloca su nombre a escuelas e, incluso, varios padres eligen “Ernesto” para asignarlo a sus hijos? Entre los mensajes que dejó a la posteridad, como “filosofía de vida”, puede mencionarse el siguiente: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Los “enemigos brutales”, que asesinaba la guerrilla de los años 70, eran empresarios, obreros, gerentes de empresas, docentes, policías, militares, etc. Una de esas víctimas fue Carlos A. Sacheri, asesinado delante de su familia cuando salía de un templo luego de una misa. Seguramente, sus asesinos eran seguidores tanto de Guevara como de Lenin y vieron en él a una persona inofensiva y, por lo tanto, “peligrosa”. Entre los libros que escribió Sacheri se encuentran “El orden natural” y “La Iglesia clandestina”, en los cuales intenta afianzar las ideas cristianas y prevenir a los católicos de la tendencia destructiva que amenaza la integridad de la Iglesia; destrucción que no pudo evitar ya que en la actualidad, a través de Jorge Bergoglio, el marxismo-leninismo gobierna ideológicamente tal institución.

Es interesante conocer algunos detalles de la personalidad del Che Guevara, sobre todo para vislumbrar el estado mental y moral de las masas que lo idolatran y lo veneran. Nicolás Márquez escribió: “Para Guevara, la práctica del fusilamiento comenzaba a transformarse en un simple hobbie de tinte tenebroso. De hecho, no hay casi registros en sus diarios de haber matado enemigos en combate y por el contrario, él confiesa haber fusilado en persona a 14 guerrilleros que peleaban en su grupo, pero que a él no le inspiraban confianza o simpatía”.

“Guevara fusilaba o mandaba fusilar por terceros a todo aquel con quien no simpatizara. En cambio, cuando la antipatía no era muy aguda, el Che se entretenía efectuando simulacros de fusilamiento. Así lo relata Castañeda: «Finalmente diseca el caso –ultrajante por cruel e innecesario- de los ajusticiamientos simbólicos: los simulacros de fusilamiento, sin que las víctimas sospecharan el carácter exclusivamente ceremonial del paredón contra el cual se los colocaba»”. “El criterio utilizado por Guevara para discriminar quién viviría y quién no, o a quién había que humillar y a quién tratar con dignidad, según Sebreli, se basaba en que «La idea del bien y el mal se traducía en su pensamiento en coraje y cobardía; así, trataba a sus propios compañeros con toda crueldad y los humillaba si caían en la selva vencidos por el hambre, la sed, la fatiga y las enfermedades; no había piedad para el débil»” (De “El canalla” de Nicolás Márquez-Buenos Aires 2009).

En cuanto a los totalitarismos, puede decirse que el proceso generalmente implica “el culto a la personalidad del líder”. Luego, quienes no aceptan tal endiosamiento, serán considerados enemigos, y sobre ellos se destinará toda la “producción cotidiana de odio”. Los “herejes” serán considerados traidores a la patria y pasarán al sector de los enemigos. La ética del bien y del mal será reemplazada por la ética de la obsecuencia y la oposición. Eva Duarte de Perón muestra tales aspectos al manifestar: “Mis queridos descamisados…Yo quiero que ustedes me autoricen para que diga lo que ustedes sienten; ustedes que, a través de un siglo de oligarquía, de entrega, de explotación, sufrieron la amargura infinita de ver a la patria humillada y sometida por sus propios hijos. No, no eran sus hijos. No, por sus venas no corría sangre de argentinos, por sus venas corría sangre de traidores…”.

“Yo no tengo elocuencia para decirle al general Perón que los Trabajadores, la CGT, las mujeres, los humildes y los niños de la patria no lo olvidarán jamás, porque nos hizo felices, porque nos hizo dignos, porque nos hizo buenos…Pero, ¿qué hubiera sido de la Patria y de los trabajadores sin Perón? Por eso damos gracias a Dios de que nos haya otorgado el privilegio de tenerlo a Perón, de conocerlo a Perón, de comprenderlo, de quererlo y de seguirlo a Perón…” (Citado en “Perón. El fetiche de las masas” de Nicolás Márquez-Grupo Unión-Buenos Aires 2015).

lunes, 13 de abril de 2020

El objetivismo y sus problemas (I)

Por Francisco Capella

El objetivismo

El objetivismo es la filosofía de Ayn Rand y sus seguidores. Los objetivistas afirman que se trata de un sistema filosófico completo y consistente (un conjunto bien integrado de ideas sobre cómo el ser humano debe pensar y actuar), y que tiene utilidad práctica porque sirve para prosperar y ser feliz en el mundo real.

Se basa en los principios de realidad objetiva (metafísica, ontología), razón (epistemología), interés propio individual o egoísmo virtuoso (ética), y capitalismo (política):

– La realidad existe y es como es (los hechos son los que son y no de otra manera) independientemente de la mente, de las percepciones y deseos de los humanos: querer algo no lo hace real. El universo existe aparte de cualquier conciencia, la cual no crea la realidad sino que la percibe, la comprende, la conoce. Se opone al misticismo religioso (la realidad como ilusión, lo sobrenatural como fundamento más real), al idealismo platónico, y al constructivismo que afirma que la realidad es construida arbitrariamente de forma subjetiva y social.

– La razón es la única herramienta para conocer la realidad (procesando, integrando e interpretando la información percibida por los sentidos para conseguir identificaciones no contradictorias) y guiar la acción: es el medio básico de supervivencia para un ser humano. El racionalismo filosófico del objetivismo no es opuesto al empirismo, la observación y la experimentación como formas de obtención de conocimiento sobre el mundo exterior a la mente, sino que los engloba dentro de las funciones de percepción sobre las cuales actúa la razón. Se opone a la revelación o iluminación divina y al escepticismo radical que afirma que no es posible conocer la realidad.

– Cada individuo debe actuar en su propio provecho, sin sacrificarse por otros y sin sacrificar a otros, persiguiendo su propio interés egoísta racional y su felicidad como el más alto objetivo moral de su vida: cada ser humano es un fin en sí mismo y no un medio para los fines de otros. Se opone claramente al altruismo coactivo del colectivismo, y aparentemente al altruismo en general.

– El sistema político y económico ideal es el capitalismo liberal, con intercambios libres y voluntarios para beneficio mutuo, sin agresiones y con un gobierno mínimo que proteja la vida, la libertad y la propiedad. Se opone a los totalitarismos autoritarios (socialismo, comunismo, fascismo), a la socialdemocracia (redistribución de riqueza, estado del bienestar), y al anarcocapitalismo.

En estética defiende un realismo romántico: el arte sirve para plasmar ideas en formas físicas (obras de arte) que ilustran esas ideas y provocan respuestas emocionales; se enfatiza el carácter heroico del ser humano.

Los seguidores del objetivismo suelen considerarlo un sistema verdadero, correcto, completo y cerrado, al cual no ven ningún problema: así es inmune a críticas, y se convierte en un dogma estático incapaz de corregir posibles errores, crecer, enriquecerse, adaptarse y mejorar. La incapacidad crítica puede deberse a sesgos cognitivos (como el sesgo de confirmación) o a dinámicas sectarias en los grupos objetivistas.

Sobre la utilidad práctica, es cierto que a nivel económico, político y social el capitalismo o liberalismo es el único sistema ético (compatible con la libertad individual) y que más prosperidad consigue; sin embargo la promoción del egoísmo para la consecución individual de la felicidad puede implicar problemas de integración social y relaciones públicas, y además requiere un apoyo empírico y científico del cual el objetivismo carece (teorías y datos).

Metafísica objetivista

El objetivismo utiliza una metafísica (ontología) y una lógica clásicas (aristotélica, tomista) relativamente elementales: hay ideas de identidad (A es A) y de no contradicción, pero las definiciones se presentan como verdaderas o falsas, los conceptos aparecen como categorías perfectas, sin problemas de imprecisión en la definición, sin límites difusos o zonas grises, y como si solo existiera un único modelo correcto del mundo. Defiende una idea de causalidad determinista de la acción de cada entidad según su naturaleza en la que no tiene lugar el azar (indeterminismo, aleatoriedad, probabilidades), en conflicto con ideas científicas modernas como la mecánica cuántica. El objetivista no se da cuenta de que la ontología es una forma de pensar acerca del mundo real, y que su pensamiento puede ser erróneo al intentar imponer una estructura o categorización descriptiva inadecuada (algunos llegan a criticar la mecánica relativista y la mecánica cuántica como irracionales): critica a quien niega la realidad simplemente mediante el deseo, pero impone las afirmaciones de su propio pensamiento lógico racional sobre el mundo.

El objetivismo enfatiza la existencia de lo que existe con una determinada identidad concreta y específica, y que esto implica una causalidad en las acciones o interacciones de esas cosas: tal vez convendría además preguntarse por qué existen una cosas y no otras, enfatizar que hay cosas que simplemente no existen, que hay términos o conceptos imaginarios, sin referentes reales (dioses, demonios, ángeles, milagros, almas inmortales), e investigar por qué esas ideas imaginarias son tan frecuentes e importantes para los seres humanos.

La búsqueda de axiomas verdaderos, absolutos, tautológicos, irrefutables, que no puedan negarse sin contradecirse (contradicción performativa), y de definiciones categóricas perfectas, claras y precisas, tal vez ignora otras cosas relevantes, especialmente los problemas del uso del lenguaje y los significados y referentes de las palabras usadas: problemas de límites graduales y difusos, o de usos semánticos múltiples y no compartidos: ¿qué es un ser humano o una montaña, dónde comienza y dónde acaba, cuándo empieza a existir y deja de hacerlo?

Igual que a la realidad le da igual lo que uno sienta por ella, a la realidad le da igual cómo uno piense que es, cómo la categorice o conceptualice, o cómo utilice el lenguaje para describirla: tal vez los pensamientos presuntamente lógicos y racionales son desacertados y no describen ni explican adecuadamente la realidad; quizás las teorías relativista y cuántica no violan principios metafísicos irrefutables sino que muestran que estos principios son, al menos en parte, defectuosos o problemáticos, y que deben ser revisados.

El objetivismo y la razón

El objetivismo defiende la ciencia pero se queda en una filosofía clásica limitada y no incorpora conocimientos científicos relevantes: biología, evolución, psicología (evolucionista, social, moral), memética (imitación, cultura), sociología, ciencia cognitiva, neurociencia, economía conductual, teoría de juegos, cibernética, computación, inteligencia artificial. Pretende conocer la naturaleza humana pero tiene una visión poco científica de la conciencia e ideas erróneas sobre el inconsciente (o subconsciente).

El objetivismo tiene una base natural (a favor de lo real y contra lo sobrenatural) y cierto contenido biológico: el fundamento de la ética es la supervivencia y prosperidad del ser humano, cuya vida es un proceso de acción automantenida y autogenerada (ideas semejantes o equivalentes a la agencia, la autopoyesis y la autonomía). Sin embargo no profundiza en lo biológico y carece de ideas evolutivas (reproductores, vehículos, interactores, selección, adaptación), especialmente las relacionadas con niveles de integración y organización y sus transiciones (genes, cromosomas, células, organismos, grupos). Suele hacer afirmaciones erróneas como que los animales solo tienen instintos innatos automáticos (esto es falso porque tienen cierta capacidad para aprender y desarrollar cultura), mientras que el ser humano tiene una mente que comienza como una tabula rasa y que solo dispone de la razón como herramienta esencial de supervivencia: esto es falso porque existen múltiples capacidades instintivas y habilidades esenciales como las emociones (que no son caprichos irracionales y que son la fuente de las preferencias o afectos) y los sentimientos morales (la moral no es solamente racionalidad), la capacidad de imitar (copiar, cultura), la capacidad innovadora o creativa, la capacidad de pensamiento analógico (metáforas, traspaso de conocimiento entre diferentes dominios), y las habilidades sociales para la acción en grupos cooperativos.

Según el objetivismo la razón es la capacidad intelectual identificadora y clasificadora mediante la abstracción, la detección de semejanzas y diferencias y la producción y utilización de conceptos y leyes mediante inducción y deducción. La razón es considerada el único absoluto del hombre y se critica la irracionalidad de creencias absurdas como las religiosas, pero no queda claro qué significa que la razón es un absoluto (¿una capacidad universal perfecta?). El objetivismo reconoce la falibilidad, la no omnisciencia y la posibilidad de avance del conocimiento humano, pero tiene una visión ingenua de la percepción de la realidad como un proceso directo o inmediato (realiza una crítica desacertada de la síntesis kantiana entre racionalismo y empirismo para la explicación del conocimiento mediante el uso de representaciones y categorías básicas innatas), e ignora las ilusiones perceptuales (alucinaciones o espejismos, inevitables aunque se comprendan conscientemente), las heurísticas y los sesgos cognitivos en la toma de decisiones.

Es cierto que la mente no crea la realidad, pero sí crea las representaciones, percepciones o visiones de la realidad, los modelos, las teorías que se utilizan para describir, conocer, comprender, explicar y predecir la realidad; esta construcción no es arbitraria, pero sí puede presentar algunas diferencias subjetivas entre individuos, y se ve afectada por influencias sociales y culturales (la lógica formal puede ser universal, pero la lógica entendida como la forma de pensar y argumentar de la gente no lo es).

El objetivismo critica la versión extrema y absurda del escepticismo que afirma que el mundo no puede conocerse en absoluto. Sin embargo el escepticismo sensato y el racionalismo crítico lo que proponen es dudar y criticar como estrategia para no equivocarse de forma grave. Es posible conocer la realidad, pero no es posible (o es extremadamente difícil) conocer perfectamente la realidad; además es fácil autoengañarse, engañar a otros y ser engañado por otros; conviene tener un talante crítico y tener cuidado con las sensaciones de certeza absoluta y los axiomas presuntamente irrefutables (pueden ser verdaderos pero vagos o incompletos).

El objetivismo pone tanto peso y énfasis en lo racional, no solo como algo descriptivo sino también prescriptivo, que ignora o desprecia el ámbito de lo emocional (afectos, sentimientos): insiste en que el individuo debe pensar, que es una obligación moral, en lugar de una posibilidad. Si decide no pensar entonces simplemente se deja dominar por sus emociones o sentimientos: ignora el papel esencial y el valor adaptativo de las emociones y los sentimientos como procesadores de información y generadores de conducta exitosa; la razón es un instrumento que no puede operar solo, sin motivaciones, sin mecanismos generadores de preferencias, sin reacciones emocionales. El objetivismo habla de interés racional, como si la razón determinara objetivamente o fuera juez último de los intereses; no entiende que razón y emoción no son contradictorias o enemigas sino que son complementarias, ambas son necesarias y ninguna es suficiente; las emociones no son arbitrarias, y en último término la razón es sierva o instrumento de las emociones o valoraciones (porque razonar o pensar reflexivamente es un tipo de acción intencional, y toda acción intencional requiere una motivación que la impulse y dirija). La razón es muy importante y distintiva de los seres humanos, pero no lo es todo ni es el único rasgo fundamental de la humanidad.

El racionalismo del objetivismo a veces parece un discurso de la razón diciéndose a sí misma (y a sus equivalentes en otros individuos) lo estupenda y potente que es, ignorando el conflicto de interés implicado en esta afirmación. El objetivismo no entiende que no pensar (no razonar) puede ser una estrategia de acción óptima en determinadas circunstancias según enseñan la economía de la cognición, la memética, la sociología y la teoría de juegos: pensar es costoso (consume recursos) y arriesgado (son posibles el error, el fracaso de no alcanzar ningún resultado y las consecuencias imprevistas no deseadas), por lo cual no siempre es beneficioso; puede ser más eficiente copiar automáticamente lo que opinan o hacen otros (aunque no se entienda por qué) por ser una conducta frecuente exitosa, o para mostrar conformidad y no ser el diferente o heterodoxo; el autoengaño y la hipocresía pueden ser adaptativos para engañar mejor a otros y para integrarse en un entorno social en el cual muchos creen en cosas absurdas como señal honesta costosa de pertenencia, compromiso y lealtad a un grupo (la racionalidad crítica puede ser letal en ámbitos de fanatismo religioso, y la vida es previa a la razón); el objetivismo acierta en su ateísmo (los contenidos sobrenaturales o milagrosos de la fe son falsos, absurdos o sinsentidos), pero no entiende la función de la religión como autoengaño compartido funcional para la cohesión social; la irracionalidad puede ser una buena estrategia para garantizar la honestidad en ciertas interacciones cooperativas (pasiones desatadas como el enamoramiento y los celos son garantías de fidelidad y confianza o de represalias ante la traición en relaciones humanas muy importantes).

Las creencias fantasiosas o autoengaños pueden ser resultado de un funcionamiento inadecuado de la mente humana (la imaginación puede ser creativa pero también generar descripciones o explicaciones erróneas), pero también pueden ser mecanismos de protección ante realidades dolorosas inevitables, de evasión, de consuelo, de distracción, o de entretenimiento. La insistencia en desear algo intensamente para que se realice sin necesidad de hacer nada más puede ser un timo pseudocientífico (típico de manipuladores y de manuales de autoayuda de baja calidad), pero la insistencia en el deseo también puede ser un mecanismo para el mantenimiento de la motivación para la realización efectiva de una acción muy extendida en el tiempo y muy costosa (los deseos pueden contribuir a cambiar la realidad de forma limitada si guían la acción de forma adecuada).

El objetivismo entiende la razón como una capacidad individual para conocer el mundo y tomar mejores decisiones personales. Sin embargo la ciencia cognitiva muestra que la razón es sobre todo una herramienta de argumentación, persuasión y justificación en un entorno social: es mucho más eficiente pensar con y contra otros, y muchos argumentos son racionalizaciones para manipular a los demás, legitimar la conducta propia y criticar la ajena. Las inteligencias individuales suelen ser muy limitadas y el progreso humano se debe sobre todo a la inteligencia social o colectiva como agregación o coordinación de todas las capacidades individuales (división del trabajo intelectual, uno acepta que no puede pensarlo todo por sí mismo y tiene cierta confianza en el pensamiento de otros). Los humanos no son poderosos solamente porque son racionales, sino también porque son sociales y se agrupan para ser muchos, hacer cosas juntos (como la guerra contra otros humanos) y ayudarse unos a otros. La razón sola, sin las emociones prosociales, no podría conseguir esta socialización, y la razón se utiliza especialmente para la interacción social humana y no tanto para el conocimiento del mundo físico y biológico.

(De www.juandemariana.org)

El objetivismo y sus problemas (II)

Por Francisco Capella

Sectarismo

El objetivismo ha sido criticado por su sectarismo. Puede parecer absurdo que una escuela filosófica que aparentemente defiende la razón, el individualismo y la libertad, pueda ser la base de un culto. Parte del problema es que los objetivistas dicen valorar la razón pero a menudo la usan de forma incorrecta y con poca o nula capacidad crítica: creen que han encontrado la verdad fundamental, completa y definitiva, y ya no siguen buscando, revisando, corrigiendo, ampliando; sufren de sesgo de confirmación y se fijan en sus aciertos, con ejemplos favorables, y no en sus límites, en sus problemas, en los casos conflictivos (porque los desconocen o porque eligen intencionadamente ocultarlos). La rigidez dogmática de las ideas objetivistas, junto con algunos absurdos arbitrarios distintivos, las hace adecuadas para que sirvan como credo de un grupo sectario.

Los objetivistas sufren de un hiperliderazgo de una sola persona carismática y persuasiva, una líder venerada, infalible, incapaz de equivocarse, a quien consideran la persona más brillante y genial de la humanidad. Los seguidores deben mostrar lealtad y admiración al líder y a sus ideas: hay una ortodoxia, un dogma presuntamente racional sobre el que no se admiten dudas, y el que no está plenamente de acuerdo es un hereje, un enemigo, alguien a quien excomulgar. Como ideología basada en una sola persona ególatra y con escasa capacidad autocrítica, el objetivismo comparte los sesgos y miserias de su creadora.

Según el objetivismo, con grave desconocimiento de la psicología humana, las emociones son resultado de las ideas: las emociones inadecuadas son causadas por ideas incorrectas, irracionales; siendo así, las críticas y las valoraciones negativas contra el objetivismo de algún enemigo o de algún seguidor potencial con crisis de fe pueden calificarse como errores de individuos no racionales, y por lo tanto intelectualmente incompetentes, que deben ser ignorados o corregidos.

En el movimiento objetivista ha habido diversas denuncias, expulsiones, luchas por el poder, purgas y cismas. El conflicto más relevante fue con Nathaniel Branden, mano derecha y amante secreto de Ayn Rand: solo sus respectivas parejas conocían inicialmente su relación, y les habían convencido para aceptarla porque rechazarla sería algo irracional (su forma favorita de manipulación, si tú no haces lo que yo quiero o piensas como yo pienso, entonces es que eres irracional); el hecho de que la mantuvieran en secreto quizás indicaba que se avergonzaban de ella, aunque seguramente habrían argumentado que el resto del mundo, siendo irracional, no los habría entendido y aceptado. Aunque su aventura prácticamente había terminado anteriormente, Rand rompió públicamente y de forma oficial con Branden cuando descubrió que este tenía otra amante: naturalmente racionalizó su ataque de celos con la excusa de que había traicionado al objetivismo. Leonard Peikoff fue nombrado formalmente heredero intelectual oficial.

Un ejemplo que ilustra el carácter sectario de los objetivistas es que consideraban que fumar era un signo de distinción, poder y capacidad intelectual (el control del fuego, el fuego de las ideas): como Ayn Rand fumaba y racionalizaba su adicción (o vicio), algunos la imitaban como señal de conformidad (naturalmente sin reconocer públicamente que se trataba de una señal de conformidad).

Los objetivistas han sido calificados como randroides: tal vez se deba a sus problemas para entender y gestionar las emociones, o a su frecuente falta de sentido del humor y espontaneidad.

Formación y valor intelectual de Ayn Rand

Ayn Rand tenía una formación filosófica sesgada y relativamente pobre: aparte de basarse casi exclusivamente en Aristóteles y criticar de forma disparatada a otros pensadores (especialmente de forma obsesiva y ridícula a Kant), casi nunca cita o referencia directamente en profundidad y detalle a ningún autor que no sea ella misma, tal vez porque sus lecturas de fuentes primarias eran relativamente escasas y sus interpretaciones de diversos pensadores frecuentemente constituían hombres de paja fáciles de quemar pero también de refutar por ser meros eslóganes, simplificaciones absurdas o tergiversaciones. Rand se consideraba a sí misma filósofa, pero apenas tuvo relación con otros filósofos profesionales, quienes por lo general o no conocían su trabajo o lo desdeñaban. Según Rand casi toda la filosofía moderna de los últimos siglos era decadente, y no estar de acuerdo con ella y su sistema implicaba estar en contra de la vida, la mente y la realidad. Advertía contra los “metafísicos sociales” y el uso de “anticonceptos”; tenía especial manía a los “analistas lingüísticos” o estudiosos del lenguaje, tema sobre el cual ella mostraba un total desconocimiento (en ocasiones confunde significado y referencia de las palabras o significantes).

Su formación científica era muy incompleta: no sabía nada de evolución, lo que al menos tuvo la sinceridad de reconocer. Rand no propone hipótesis, ni pone en duda, ni se pregunta, ni reconoce problemas o límites con sus ideas. En sus libros frecuentemente realiza afirmaciones rotundas sin contrastación empírica ni base científica y sin ningún tipo de referencia: pueden parecer ciertas o de sentido común, pero no son resultado de la experimentación o la observación cuidadosa. Opina sin fundamento sobre las capacidades y el desarrollo cognitivo del niño y del humano primitivo, sobre cómo aprenden a conceptualizar, sobre cómo funciona la mente humana y animal (presuntamente incapaz de abstracción), sobre el consciente y el inconsciente, la razón y la emoción. Por ejemplo, cree que la experiencia sensorial de un bebé es un caos indiferenciado, lo cual no es cierto: el recién nacido (incluso el embrión en fases avanzadas de la gestación) es capaz de detectar y diferenciar ciertos patrones sensoriales (imágenes, sonidos, sabores, olores); esta capacidad crece y se desarrolla, pero no es inicialmente nula porque el cerebro humano no es una tabula rasa al nacer como afirman los objetivistas. Afirma que las primeras palabras que aprende un niño denotan objetos visuales: no se pregunta cómo aprenden a hablar y conceptualizar los niños ciegos. Afirma que las capacidades matemáticas y conceptuales se desarrollan simultáneamente, y que el niño aprende a contar cuando está aprendiendo sus primeras palabras: desconoce que hay grupos humanos que hablan y conceptualizan pero apenas tienen aritmética.

Individuo y sociedad

Según Rand no se puede aprender nada del ser humano estudiando la sociedad: debe estudiarse el individuo como elemento más fundamental de la sociedad; la sociedad es útil solamente para comerciar bienes y servicios y para compartir información y conocimiento. Enfatiza tanto al individuo que no entiende por qué existe el grupo, la sociedad. Ignora la posibilidad de compartir ciertos bienes comunes (calles, plazas, parques, carreteras, infraestructuras como el alcantarillado), las relaciones no comerciales de ayuda mutua para la seguridad ante accidentes o malas rachas, y la producción y consumo de servicios comunes como la defensa.

Contra el anarcocapitalismo

Rand es muy crítica con los anarcocapitalistas, a quienes tacha de jipis irresponsables, irracionales y antisistema. Su crítica es breve, superficial y muy floja. Sus menciones al gobierno se refieren casi exclusivamente a la necesidad de un código objetivo de justicia: misma ley imperativa, conocida y predecible para todos los ciudadanos, y mismos procedimientos de resolución de conflictos; cree que la justicia privada sería arbitraria, como si no pudiera seguir principios objetivos. No especifica cuáles deben ser los contenidos detallados de esa ley objetiva o si pueden deducirse mediante la razón. Ignora los problemas legales del derecho internacional (países con leyes diferentes e incluso incompatibles), que implicarían la necesidad de un gobierno mundial para que no haya conflictos entre ciudadanos de diferentes países. Confunde la competencia violenta entre fuerzas armadas con la competencia comercial entre agencias de protección por ofrecer sus servicios en un mercado libre. Demuestra poca habilidad en lógica formal y en el manejo de los cuantificadores existencial y universal: confunde que todo conflicto deba tener un juez imparcial con que deba haber un único juez imparcial para todos los conflictos (uno de los errores inconscientes más habituales en defensa del Estado). Sobre la necesidad de cobrar impuestos para mantener al Estado, Rand ingenuamente cree que los ciudadanos racionales los pagarían voluntariamente porque entenderían su necesidad y los beneficios asociados: si esto fuera así, ni siquiera haría falta un contrato constitucional, ya que sus contenidos podrían deducirse por cualquier persona racional. No explora cómo surge históricamente el Estado ni por qué cada Estado tiene jurisdicción sobre un territorio y unos ciudadanos dados.

Definiciones y conceptos

Rand da mucha importancia a las definiciones de los términos y los conceptos como herramientas de identificación y clasificación rigurosa de las entidades a partir de rasgos comunes (el género, lo que comparten con un grupo más amplio) y diferentes (la especie, lo que separa de otros). Utiliza ejemplos didácticos simples para ilustrar sus ideas (por ejemplo, una mesa como caso particular de mueble), pero realiza simplificaciones excesivas, evita ejemplos conflictivos o problemáticos (quizás porque no ha pensado en ellos), y se equivoca con algunas definiciones; al menos reconoce que las definiciones pueden cambiar con el avance del conocimiento humano.

Define al ser humano como animal racional, definición filosófica clásica, pobre por incompleta y problemática (la racionalidad no es fácil de definir, no es el único rasgo distintivo de los humanos, y los humanos también son irracionales), y además arbitraria: ¿por qué no ser vivo, o primate, o cultural, o lingüístico, o moral, o hipersocial? Define al animal como ser vivo con facultades de consciencia y locomoción: parece desconocer clasificaciones taxonómicas o clasísticas básicas de biología más allá de animales y plantas; ignora que todos los seres vivos son sistemas cibernéticos y tienen ciertas capacidades más o menos desarrolladas de percepción y comprensión de su entorno; ignora que hay seres vivos con capacidades de locomoción que no son animales (procariotas), y que hay animales sin capacidades de locomoción (esponjas, anémonas); ignora rasgos esenciales de los animales como el ser eucariotas, heterótrofos y multicelulares; cree falsamente que el ser humano es el único animal capaz de compartir información y conocimiento mediante la cultura. Define a los organismos como entidades que poseen capacidades de acción generada internamente, de crecimiento mediante el metabolismo, y de reproducción: según esta definición los seres vivos incapaces de crecer o reproducirse (estériles) no serían organismos.

Rand afirma que el proceso de formación de conceptos no está completo hasta que sus unidades constituyentes estén integradas en una sola unidad mental mediante una palabra específica: ignora que hay conceptos representados por expresiones compuestas, como justicia social, número natural, cubiertos para pescado, etc.

La estructura de su sistema conceptual es jerárquica, con conjuntos y subconjuntos anidados de forma recursiva y particiones exhaustivas: las propiedades de las entidades se van añadiendo o especificando desde lo más abstracto hacia lo más concreto, pero no cabe la posibilidad de que se combinen, modifiquen o pierdan rasgos heredados de clases superiores, lo que sucede frecuentemente en la naturaleza. Fuerza a la realidad a encajar a golpes en una clasificación simplista y cuadriculada con la cual además parece querer impresionar a sus seguidores. Las ontologías más modernas no exigen jerarquías conceptuales sino que aceptan otras estructuras, como las redes semánticas.

Rand da mucha importancia a los conceptos como producto y herramienta de la razón humana. Sin embargo, el conocimiento humano no se basa solo en conceptos y sus expresiones lingüísticas (conocimiento simbólico): también es muy relevante el conocimiento subsimbólico, procedimental, tácito, no articulado (cómo hacer las cosas aun sin saber explicarlo).

Rand critica a los nominalistas (sin mencionar a ninguno) afirmando (falsamente) que estos defienden que los conceptos se forman arbitrariamente y por capricho. En el análisis de qué conceptos son necesarios y cuáles no, cuándo son necesarios nuevos conceptos, y qué entidades incluir en qué concepto cuando hay algún problema, Rand es autoritaria: basándose en una presunta economía conceptual (que para ella es obvia) afirma que los conceptos solo deben ampliarse cuando sea necesario (sin especificar para qué), y que son los filósofos los que deben velar por el rigor conceptual; ofrece varios ejemplos sencillos en los que impone su criterio particular (cisnes negros, marcianos racionales pero con aspecto de arañas), e ignora la posibilidad de que los filósofos pudieran no ponerse de acuerdo sobre el uso de los conceptos, algo que sucede con frecuencia. Su principal ejemplo para los casos límite es el de los colores y sus transiciones, un caso relativamente simple (parece que solo hay un parámetro esencial, la frecuencia o longitud de onda), pero en el cual muestra que no domina el problema de la percepción sensorial y la dependencia holística del contexto. No entiende que las palabras no tienen significados objetivos compartidos de forma universal, sino que los hablantes dan significados más o menos compartidos a las palabras en su uso práctico, y puede ser que no se pongan de acuerdo (véase por ejemplo términos éticos importantes como “libertad” o “justicia”, cómo significan cosas distintas para diferentes personas).

Rand critica a la mayoría de los seres humanos porque no son rigurosos en sus usos de los conceptos: utilizan aproximaciones vagas en lugar de definiciones precisas y claras, y a menudo hablan y no saben lo que quieren decir. Este problema existe, pero la filosofía del objetivismo, con sus errores asociados, no es la solución. Rand acusa a la gran mayoría de personas de usar palabras que “denotan sentimientos no identificados, motivos no admitidos, impulsos subconscientes, asociaciones aleatorias, sonidos memorizados, fórmulas rituales, señales de segunda mano […] son incapaces de distinguir pensamiento de emoción, cognición de evaluación, observación de imaginación, incapaces de discriminar entre existencia y consciencia, entre objeto y sujeto, incapaces de identificar el significado de cualquier estado interior—y pasan sus vidas como prisioneros asustados dentro de sus propios cráneos, temerosos de mirar fuera a la realidad, paralizados por el misterio de su propia consciencia—”. Es un discurso manipulador típicamente sectario, dirigido a que sus seguidores crean que ellos no son así, como el vulgo, sino que son especiales, valientes, conscientes, racionales.

Memética y cultura

La capacidad de copiar o imitar (junto con la capacidad de crear o innovar) es una característica esencial del ser humano y la base de la cultura, y no precisa de una racionalidad consciente o intencional. Rand solo enfatiza la creatividad y critica a los imitadores como parásitos intelectuales (o incluso ladrones) de los pensadores o artistas originales. Su defensa de la propiedad intelectual es floja y posiblemente interesada.

Amor y sexo

Rand afirma que el amor puede medirse, y cuando intenta demostrarlo lo único que hace es comparar ordinalmente unas preferencias o valoraciones con otras; no ofrece ninguna relación cuantitativa con una unidad básica de referencia, que es lo que según ella misma es una medición. Dice que el amor existe en diversos niveles (desde el gusto al afecto), de los cuales el más alto o intenso sería el amor romántico: no menciona el amor de una madre o un padre por sus hijos, e ignora que el enamoramiento del amor romántico es en realidad una adicción y no simplemente la expresión de un valor superior. Para ella la esencia de la feminidad es adorar al héroe, admirar al hombre, someterse al hombre.

Sobre la homosexualidad, Rand muestra su ignorancia sobre el tema al mencionar un ejemplo hipotético de un adolescente que se ha vuelto homosexual porque sus padres le han asustado con lo pecaminosas que son las mujeres.

Estética y valores

Las ideas estéticas de Rand son básicamente un intento de justificación de sus propias novelas y una defensa de sus preferencias particulares disfrazada de argumentación racional objetiva. Sus obras son maniqueas y con personajes de blanco y negro y de cartón piedra: buenos muy buenos y muy guapos y malos muy malos y muy feos.

Cuando habla de valores Rand no se refiere a preferencias subjetivas (que para ella serían hedonistas, arbitrarias o caprichosas), sino a valores filosóficamente objetivos, cosas buenas o malas, mejores o peores, según criterios presuntamente racionales, como por ejemplo la gran obra literaria de Víctor Hugo, muy superior en valor a una revista del corazón. Afirma que una persona racional solo disfruta una fiesta si esta es agradable, que es como no decir nada o negar la subjetividad de las valoraciones. Rand sufre la típica arrogancia del intelectual sofisticado que se cree que sus preferencias particulares por entidades más complejas y difíciles son objetivamente superiores a las preferencias vulgares de los demás; es un claro ejemplo del uso pedante del arte (su producción y su apreciación) como señal costosa de estatus intelectual, cultural y social. Según ellas los valores deben ser razonados, comprendidos: no basta con querer cosas, es necesario saber por qué uno quiere esas cosas.

Rand rechaza los bailes modernos de su época por ser histéricos, por buscar el placer en la inconsciencia (como el emborracharse): no entiende la importancia de la desinhibición, del estado de flujo, del bienestar que se puede alcanzar simplemente haciendo cosas, meditando o sintiendo sin necesidad de razonar. Su presunto uso de la razón es frecuentemente una racionalización de sus filias y fobias.

Kant

Las críticas contra Kant, a quien no cita directamente y a quien considera la cumbre del misticismo, son especialmente obsesivas y absurdas. Compara a su sistema con “un hipopótamo bailando la danza del vientre” y basado en que “el conocimiento humano no es válido porque su consciencia posee identidad”. Como la consciencia tiene una naturaleza específica y no otra, no es válida: “el hombre es ciego porque tiene ojos, sordo porque tiene oídos, engañado porque tiene mente; y las cosas que percibe no existen, porque las percibe”.

Kant no invalida el conocimiento humano sino que reconoce que es falible y procesado, e intenta compatibilizar racionalismo y empirismo: el conocimiento opera indirectamente mediante categorías innatas (espacio, tiempo, causalidad) y representaciones o modelos de la realidad (fenomenología).

Egoísmo frente a altruismo

El problema del egoísmo y el altruismo es que son términos y conceptos complejos que pueden fácilmente ser malinterpretados y que requieren explicaciones claras. También conviene especificar si son ideas descriptivas (positivas) o prescriptivas (morales, normativas). Rand entiende el altruismo como si fuera algo obligatorio, como si siempre fuera coactivo, violento, impuesto: el altruista sería alguien engañado o una víctima del parasitismo o la depredación. Llama sacrificio (autosacrificio) a la pérdida neta (intercambiar valor menor por valor mayor). Hace un hombre de paja del altruismo, como que defiende la muerte o se basa en la muerte, mientras que el egoísmo se basa en la vida. No comprende que si es posible interpretar de forma sensata y liberal el egoísmo, también puede hacerse lo mismo con el altruismo. Ignora los estudios biológicos, psicológicos y económicos acerca de la evolución de la cooperación, el altruismo recíproco, la reciprocidad indirecta y el altruismo ostentoso como señal honesta costosa de riqueza y poder que incrementa la reputación y estatus social del individuo. Que la moral deba basarse en el desarrollo humano, como Rand bien defiende, no implica que la respuesta correcta sea el egoísmo.

El objetivismo menciona el interés racional pero quizás no está claro qué es el interés y qué añade el calificativo “racional” a la idea de interés. No dice que actuar según el propio interés sea legítimo o esté permitido, sino que es obligatorio: pero si actuar de forma egoísta y por el propio interés es un deber moral, ¿cuál es el castigo por incumplir libre y voluntariamente ese deber, quién es el perjudicado por este incumplimiento y quién tiene derecho a castigarlo y exigir una compensación?

Razón y violencia

Rand rechaza y denuncia la violencia y afirma que su uso no puede ser racional: una cosa es la razón y otra incompatible la violencia. Ignora que según las circunstancias puede ser perfectamente racional (aunque ilegítimo o inmoral) para un individuo usar la violencia contra otros.

Errores varios

Sobre los nativos americanos, Rand afirmó que eran salvajes, que no estaban civilizados, que no utilizaban derechos de propiedad y que no tenían derecho a sus tierras, por lo cual era legítimo arrebatárselas y expulsarlos. Como guionista cinematográfica muy ligada al mundo del cine, su conocimiento del tema parece proceder de una película de indios (los malos) y vaqueros (los buenos).

En su novela y película El manantial hay una escena que se parece mucho a una violación (además realizada por Howard Roark, el héroe protagonista), pero que no merece ninguna denuncia: tal vez es que la mujer en el fondo quería ser forzada por el ser racional superior al cual al final se rinde (hay escenas similares en La rebelión de Atlas). El arquitecto Howard Roark demuele un edificio con explosivos porque considera que han distorsionado su proyecto original: su intento de justificación mediante un largo monólogo es especialmente flojo.

En la novela (y películas) La rebelión de Atlas el protagonista John Galt es un genio que inventa él solo un motor o generador de energía eléctrica a partir de electricidad estática ambiental, algo entre imposible, ineficiente o inútil según las leyes del desarrollo tecnológico y de la termodinámica. Hay un accidente de tren en el cual muchos pasajeros mueren en un túnel, y Rand repasa por qué ellos mismos son parcialmente culpables de su destino. Francisco d’Anconia sabotea y arruina su propia compañía (difunde rumores que provocan pánico), arruinando también a los demás accionistas (que serían parásitos de sus esfuerzos). En la Quebrada de Galt los protagonistas creen que van a prosperar mucho gracias a que son una sociedad libre y respetuosa del derecho de propiedad, pero ignoran factores como el pequeño tamaño de su mercado y la inexistencia de relaciones con el resto del mundo (lo cual dificultaría la división del trabajo y la acumulación de capital).

(De www.juandemariana.org)

La asombrosa aceptación del marxismo

Por Alberto Benegas Lynch (h)

Jean-Paul Sartre ha escrito que el marxismo todo lo impregna. A pesar de los estrepitosos fracasos, de la pobreza y miseria que generó y genera y de las horrendas matanzas y espeluznantes hambrunas que ha causado, a pesar de todo esto sus preceptos medulares siguen en pie y con variadas etiquetas se lo sigue aceptando.

Un buen número de intelectuales se dejaron seducir por el marxismo que recién abandonaron una vez que comprobaron de primera mano los desastres irreversibles que produce. Hoy se suele renegar de la etiqueta marxista pero se adoptan y suscriben buena parte de sus recetas, lo cual está presente en aulas universitarias, en círculos sindicales, en medios periodísticos, en ámbitos empresarios, en iglesias, en organismos internacionales financiados por gobiernos, en un número nada despreciable de los libros publicados. Incluso los hay quienes se proclaman abiertamente anti-marxistas pero incorporan sus principios.

Ha habido y hay fervientes revisionistas que objetan distintos aspectos del marxismo pero vuelven una y otra vez a sus ejes centrales. Aparecen marxistas edulcorados que rechazan enfáticamente la violencia sin percatarse que está en la naturaleza de todo régimen totalitario el uso sistemático de la fuerza al efecto de torcer voluntades que pretenden operar en direcciones distintas a las impuestas por los mandones de turno.

También ha habido casos de extraordinarios escritores que han demostrado gran disgusto por todo tipo de abusos de poder pero muy paradójicamente se han declarado comunistas, como es el caso de Tolstoi, especialmente en sus trabajos menos conocidos pero muy sustanciosos, a diferencia de Dostoievsky quien recibió influencias bienhechoras de los dos profesionales rusos becados en la cátedra de Adam Smith. Debido al sistema de privilegios que lo rodeaba, Tolstoi consideraba que la institución de la propiedad privada provenía del otorgamiento de prebendas. Tolstoi, a diferencia de Dostoievsky, no se interiorizó del rol de la propiedad privada como esencialísimo al efecto de asignarla en las manos más eficientes para atender las demandas de la gente a través del sistema de ganancias y pérdidas.

En el tercer capítulo del Manifiesto Comunista escrito en 1848 por Marx y Engels se consigna el aspecto central de su tesis “pueden sin duda los comunistas resumir toda su teoría en esta sola expresión: abolición de la propiedad privada”. Si no hay propiedad privada, no hay precios, ergo, no hay posibilidad de contabilidad, evaluación de proyectos o cálculo económico. Por tanto, no existen guías para asignar eficientemente los siempre escasos recursos y, consecuentemente, no es posible conocer en qué grado se consume capital. Y conviene enfatizar que los daños se producen en la medida en que se afecte la propiedad sin necesidad de abolirla.

A este enjambre crucial imposible de resolver dentro del sistema, se agrega el historicismo inherente al marxismo, contradictorio por cierto puesto que si las cosas son inexorables no habría necesidad de ayudarlas con revoluciones de ninguna especie. También es contradictorio su materialismo dialéctico que sostiene que todas las ideas derivan de las estructuras puramente materiales en procesos hegelianos de tesis, antítesis y síntesis ya que, entonces, en rigor, no tiene sentido elaborar las ideas sustentadas por el marxismo.

Esta dialéctica hegeliana aplicada a las relaciones de producción pretende dar sustento al proceso de lucha de clases. En este contexto Marx fundó su teoría del polilogismo, es decir, que la clase burguesa tiene una estructura lógica diferente de la de la clase proletaria, aunque nunca explicó en qué consistían las ilaciones lógicas distintas ni cómo se modificaban cuando un proletario se ganaba la lotería ni cuando un burgués es arruinado y en qué consiste la estructura lógica de un hijo de un proletario y una burguesa.

Las contradicciones son aún mayores si se toman los tres pronósticos más sonados de Marx. En primer lugar que la revolución comunista se originaría en el núcleo de los países con mayor desarrollo capitalista y, en cambio, tuvo lugar en la Rusia zarista. En segundo término, que las revoluciones comunistas aparecerían en las familias obreras cuando todas surgieron en el seno de intelectuales-burgueses. Por último, pronosticó que la propiedad estaría cada vez más concentrada en pocas manos y solamente las sociedades por acciones produjeron una dispersión colosal de la propiedad tal como en un contexto más amplio hoy explican autores como Anthony de Jasay cuando critican a Thomas Piketty.

En este muy apretado resumen periodístico, cabe mencionar que la visión errada de Marx respecto a la teoría del valor-trabajo dio lugar a la noción de la plusvalía. Aquella concepción sostenía que el trabajo genera valor sin percatarse que las cosas se las produce (se las trabaja) porque se les asigna valor y no tienen valor por el mero hecho de acumular esfuerzos (por más que se haya querido disimular el fiasco con aquella expresión hueca del “trabajo socialmente necesario”).

En el primer libro que Marx y Engels escribieron juntos, publicado en 1845, La sagrada familia, aluden a estudios realizados por Bruno Bauer y sus hermanos Edgar y Egbert. La obra contiene muchas aristas pero la que ahora subrayo es el materialismo de Marx (determinismo físico según la terminología popperiana) ya puesto en evidencia en su tesis doctoral sobre Demócrito.

Lenin era más sagaz que sus maestros ya que nunca creyó que el llamado proletariado podía dirigir y mucho menos gobernar una revolución (ni en ninguna circunstancia). Por eso escribió lo que aparece en el quinto tomo de sus obras completas en el sentido que “no es el proletariado sino la intelligentsia burguesa: el socialismo contemporáneo ha nacido en las cabezas de miembros individuales de esta clase”. Por esto también es que Paul Johnson en su Historia del mundo moderno destaca que “Lenin nunca visitó una fábrica ni pisó una granja”.

Curiosa es en verdad la noción de los marxistas sobre la división del trabajo: Marx y Engels consignan en La ideología alemana que “en una sociedad comunista, en la que nadie tenga una esfera exclusiva de actividad sino que cada uno pueda formarse en cualquier sector que desee, la sociedad regula la producción general y por tanto me hace posible hacer hoy una cosa y mañana otra, cazar por la mañana, pescar por la tarde, criar ganado al atardecer, criticar después de cenar, como me apetezca, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico”.

A pesar de esta visión idílica, la violencia está indisolublemente atada al marxismo. Por esto es que en el antedicho Manifiesto comunista declara que “no pueden alcanzar los objetivos más que destruyendo por la violencia el antiguo orden social”. Por esto es que Marx en Las luchas de clases en Francia en 1850 y al año siguiente en 18 de Brumario condena enfáticamente las propuestas de establecer socialismos voluntarios como islotes en el contexto de una sociedad abierta. Por eso es que Engels también condena a los que consideran a la violencia sistemática como algo inconveniente, tal como ocurrió, por ejemplo, en el caso de Eugen Dühring por lo que Engels escribió El Antidühring en donde subraya el “alto vuelo moral y espiritual” de la violencia.

Lo dicho no va en desmedro de la conjetura respecto a la honestidad intelectual de Marx en cuanto a que su tesis de la plusvalía y la consiguiente explotación no la reivindicó una vez aparecida la teoría subjetiva del valor expuesta por Carl Menger en 1870 que echaba por tierra con la teoría del valor-trabajo marxista. Por ello es que después de publicado el primer tomo de El capital en 1867 no publicó más sobre el tema, a pesar de que tenía redactados los otros dos tomos de esa obra tal como nos informa Engels en la introducción al segundo tomo veinte años después de la muerte de Marx y treinta después de la aparición del primer tomo. A pesar de contar con 49 años de edad cuando publicó el primer tomo y a pesar de ser un escritor muy prolífico se abstuvo de publicar sobre el tema central de su tesis de la explotación y solo publicó dos trabajos adicionales: sobre el programa Gotha y el folleto sobre la comuna de Paris.

Parte de la tesis de esta nota estriba en que, mal que les pese a "los progres" y a los "fachos", la manía de identificar una postura intelectual por la localización geográfica de derecha e izquierda presenta una falsa disyuntiva.

La representación más fuerte de las derechas está constituida por el nazi-fascismo. En los hechos, Hitler tomó cuatro pilares del marxismo: la teoría de la explotación, el ataque a la propiedad, el antiindividualismo y la teoría del polilogismo. Por su parte, Mussolini fue secretario del Círculo Socialista y colaboró asiduamente en el periódico Avenire del Lavoratore, órgano del movimiento socialista, época en que sus lecturas favoritas incluían a George Sorel, Kropotkin y la dupla Marx-Engels. Luego fue colaborador del diario Il Populo y director de Avanti. Tal como consigna Gregorio De Yurre en Totalitarismo y egolatría , "era la figura más destacada y representativa del ala izquierdista del marxismo italiano".

En realidad, tanto los nazis como los fascistas, al permitir el registro de la propiedad de jure pero manejada de facto por el gobierno, lanzan un poderoso anzuelo para penetrar de contrabando y más profundamente con el colectivismo respecto del marxismo que, abiertamente, no permite la propiedad, ni siquiera nominalmente.

Entre los autores que han enfatizado las similitudes y parentescos de la izquierda y la derecha se destaca nítidamente Jean-François Revel, quien en La gran mascarada apunta: "No se puede entender la discusión sobre el parentesco entre el nazismo y el comunismo si se pierde de vista que no sólo se parecen por sus consecuencias criminales sino también por sus orígenes ideológicos. Son primos hermanos intelectuales".

Tengamos muy presente lo que señala el ex marxista Bernard-Henri Lévy en su Barbarism with a Human Face : "Aplíquese marxismo a cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final". Respecto de la social democracia de Eduard Bernstein conviene subrayar que a pesar de su revisionismo respecto de Marx, insiste en el redistribucionismo que significa reasignar factores productivos desde las áreas preferidas por los consumidores hacia las deseadas por los aparatos estatales, con lo que el consiguiente derroche de capital reduce salarios e ingresos en términos reales. La actual quiebra de los llamados "sistemas de seguridad social" coactivos en distintas partes del mundo, los desplantes del sindicalismo compulsivo, la maraña y caos fiscal son el resultado de la antedicha visión, que termina empobreciendo a quienes se dice se desea proteger y la destrucción del derecho a manos del pseudoderecho, son algunos de los resabios marxistas.

Es de interés remontarse a Marx y tomar su noción de ideología como algo enmascarado, un engaño que oculta otros intereses, por ende, en este contexto, se trata de algo falso que encubre intenciones espurias. En esta línea argumental, toda cultura sería ideológica excepto la marxista que sería transideológica. En un sentido más amplio y de acepción más generalizada, un ideólogo es aquel que profesa un sistema cerrado, terminado e inexpugnable. En otros términos, lo contrario al liberalismo que, por definición, está abierto a un proceso de constante evolución.

Es así que, en definitiva, la tesis marxista, crítica de la ideología y de la religión (“el opio de los pueblos”) se convierte en una ideología y en una caricatura de religión con dogmas, creencias y ortodoxias no susceptibles de revisarse y los que han pretendido alguna oposición han sido condenados severamente como herejes. Una propuesta cerrada y terminada que debe tomarse en bloque.

En todo caso, es pertinente detectar la conexión entre ideología y violencia, puesto que el peligro de cazas de brujas es enorme cuando se considera que se posee la verdad absoluta y se busca el poder. El adagio latino lo explica: ubi dubium ibi libertas (donde no hay dudas, no hay libertad) puesto que se sabe a ciencia cierta donde dirigirse sin necesidad de sopesar alternativas ni decisiones.

Es muy fácil para el ideólogo deslizarse hacia el uso de la fuerza “para bien de la humanidad” aun destrozando las libertades del hombre concreto. Si está todo dicho y es la verdad absoluta hay una tentación para imponerla y excomulgar a los no creyentes. Son seres apocalípticos que pretenden rehacer la naturaleza humana y a su paso dejan un tendal de cadáveres. Son “redentores” que aniquilan todo lo que tenga visos de humano. Son militantes (esa palabreja espantosa que usan algunos desprevenidos) que obedecen ciegamente los dictados de sus dogmas y consignas tenebrosas.

(De https://independent.typepad.com)

Artículos de Alberto Benegas Lynch (h) en: https://independent.typepad.com/elindependent/art%C3%ADculos-de-alberto-benegas-lynch-h.html

domingo, 12 de abril de 2020

¿Depende del egoísmo el éxito capitalista?

La economía capitalista, o economía de mercado, se basa en la especialización, o división del trabajo, para establecer a continuación el intercambio de productos y servicios. Tal intercambio entre las personas A y B se concretará bajo alguna de las tres actitudes o predisposiciones básicas:

a) El “otro” es lo más importante: otro-ismo (altruismo)
b) “Yo” soy lo más importante: yo-ismo (egoísmo)
c) “Nosotros” somos lo más importante: nosotros-ismo (cooperación)

Para que los intercambios entre A y B perduren en el tiempo, es imprescindible que en ellos predomine la cooperación. Por el contrario, si uno de los protagonistas tiene la predisposición a no contemplar las ventajas del otro, y piensa sólo en su propio interés, seguramente tales intercambios se verán interrumpidos; al menos esto es lo que sucede en la vida cotidiana. H. B. Acton escribió: “No se trata de que, persiguiendo cada uno su propio interés, una «mano invisible», para emplear la famosa expresión de Adam Smith, haga que ello resulte en beneficio de todos. Esa mano invisible no existe”.

“Lo que ocurre es que el sistema de libre mercado, en una sociedad con división del trabajo y recursos limitados, hace que cada cual produzca precisamente aquello que los demás desean adquirir a cambio de los bienes que, a su vez, ellos producen. Beneficiarse a sí mismo proporcionando a los demás lo que necesitan constituye la propia razón de ser de la economía de mercado”.

“No se trata en modo alguno de que el bien de los demás sea una derivación o un subproducto del egoísmo, sino de que nadie puede beneficiarse a sí mismo sin beneficiar al mismo tiempo a los demás. Naturalmente, puedo beneficiar a los demás sin beneficiarme a mí mismo, por ejemplo haciendo regalos o vendiendo a precios inferiores a los que fija el mercado. Pero con ello me excluyo del sistema, que sólo puede funcionar si los bienes y servicios son cambiados y no regalados” (De “La moral del mercado”-Unión Editorial SA-Madrid 1978).

Cuando los hombres se alejan de la cooperación social y piensan sólo en sus ventajas personales, pueden cometer el mayor “pecado económico”: el monopolio. Por lo general, los monopolios aparecen como consecuencia de la ausencia de competencia (monopolio involuntario), y la ausencia de competencia surge de la ausencia de suficiente cantidad de empresarios, en cuyo caso no existe una economía de mercado, sino una forma desvirtuada de capitalismo. Crane Brinton escribió: “Adam Smith, como Santo Tomás, cree en un «justo precio»; y cree, lo mismo que Santo Tomás, en que, detrás del proceso aparentemente caótico del vender y el comprar individuales, existe un orden natural al que los hombres debieran conformarse”.

“Si no se conforman es porque en el fondo, según Smith y Santo Tomás, ciertos hombres intentan perversamente trastocar el orden natural en beneficio de sus mezquinos intereses. Pero el orden natural está ahí, y el que los hombres aprendan algún día a conformarse a él es una autorizada esperanza cristiana. Cierto es que para Santo Tomás la naturaleza prescribía ciertos controles sociales, que a veces llegaban hasta el de la fijación de los precios, y que Smith repudiaba muy específicamente”.

“Ambos doctores creen en una fuerza curativa de la Naturaleza; y discrepan sobre la cantidad de ayuda que la Naturaleza necesita y sobre el mejor modo de administrar esa ayuda. También discrepan, pero no de una forma tan absoluta como parece a primera vista, sobre la naturaleza de la Naturaleza. Pero lo que constituye para ambos el elemento antinatural de mayor consideración es el monopolio, a través del cual un individuo o un grupo de individuos pueden controlar un mercado, en forma tal que obtienen beneficios personales de una situación de escasez artificial” (De “Las ideas y los hombres”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1952).

José Ortega y Gasset define al egoísta nato: "Es un egoísta nato. Lo que le importa es salir adelante, hacer su negocio, pasarlo bien él y los suyos. Si es honrado, con decoro. Si no, con trampa. Como no le preocupa lo más mínimo el mundo ni nada en él, va a ocuparse tranquilamente de su propio interés, sea su persona o su familia o su partido político o su patria. Siempre y sólo lo suyo" (Citado en "Ortega y Gasset en la Cátedra Americana"-Varios Autores-Grupo Editor Latinoamericano SRL-Buenos Aires 2004).

La actitud egoísta se manifiesta, a nivel empresarial, en la prioritaria búsqueda de ganancias, en lugar de apuntar a producir bienes y servicios de buena calidad y buenos precios. En aquel caso se establece una competencia empresarial que tiene como objetivo final el monopolio voluntario y el poder económico asociado. El éxito económico, en el caso del empresario no egoísta, es la consecuencia necesaria de haber actuado bajo una actitud orientada hacia la cooperación social.

Quienes sostienen que es el egoísmo necesario e imprescindible para el funcionamiento del capitalismo parecen ignorar que las empresas más exitosas y las que más perduran en el tiempo, han sido justamente aquellas que han buscado afianzar sus capacidades productivas en lugar de sus apetencias económicas. Sin embargo, el mito de la prioridad monetaria sigue teniendo varios adeptos. James C. Collins y Jerry I. Porras niegan el siguiente mito: “Las compañías de mayor éxito se concentran principalmente en superar a la competencia”. Por el contrario, aducen que: “Las compañías visionarias se concentran principalmente en superarse a sí mismas. El éxito y el superar a la competencia les vienen no tanto como la meta final sino como resultado residual de plantearse constantemente la pregunta: «¿Cómo podemos mejorarnos a nosotros mismos para hacer mejor mañana lo que hicimos hoy?». Y se han hecho esta pregunta día tras día como una disciplina normal de vida, en algunos casos durante más de 150 años. Por más que realicen, por mucho que hayan dejado rezagados a sus competidores, nunca creen que «con eso basta»” (De “Empresas que perduran”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2002).

Se mencionan algunas opiniones acerca de empresas exitosas. John Young, ex presidente de Hewlett-Packard expresó: “Nuestros principios básicos han permanecido intactos desde que los concibieron nuestros fundadores. Distinguimos entre valores centrales y prácticas; los valores centrales no cambian pero las prácticas sí pueden cambiar. También hemos tenido siempre muy claro que las utilidades, a pesar de ser tan importantes, no son la razón de la existencia de Hewlett-Packard Company; ella existe por razones más fundamentales”.

En la Guía Interna de Merck & Company se lee: “Estamos en el negocio de conservar y mejorar la vida humana. Todas nuestras acciones tienen que medirse por el éxito que logremos en la realización de esta meta”.

Don Petersen, ex presidente de Ford, expresó: “Anteponer las personas y los productos a las utilidades fue algo mágico en Ford” (Citas en “Empresas que perduran”).

Como una conclusión, Collins y Porras escriben: “La rentabilidad es una condición necesaria para la existencia y un medio de alcanzar fines más importantes, pero no es un fin en sí misma para muchas de las compañías visionarias. Las utilidades son como el oxígeno, el alimento, el agua y la sangre para el organismo; no son el objeto de la vida, pero sin ellos no hay vida”.

Puede decirse que el capitalismo puede funcionar bien “a pesar del egoísmo” y no “gracias al egoísmo”. Quienes piensan que el egoísmo es necesario e imprescindible para la economía capitalista, deberían interiorizarse acerca del comportamiento de las empresas reales existentes, para advertir que el egoísmo no es necesario ni imprescindible, ya que, si no está limitado o controlado por la competencia, puede degenerar en monopolios voluntarios motivados por ambiciones unilaterales ilimitadas.