sábado, 28 de noviembre de 2020

Psicología del amor y del odio

Llama la atención que conceptos tan importantes como el amor y el odio, que son las actitudes o predisposiciones generadoras del bien y del mal, o de la felicidad y del sufrimiento, respectivamente, son ignorados, silenciados, ocultos o apenas conocidos por gran parte de la sociedad. Si bien no abundan las definiciones concretas al respecto, tampoco hay demasiado interés por comprenderlas o criticarlas. Entre los posibles motivos, pueden considerarse los siguientes:

a- La religión cristiana, al atribuirse la prioridad o exclusividad de la definición y significado de tales actitudes, las oscureció bajo un manto de misterios poco accesibles al razonamiento y a la observación directa.

b- Los científicos sociales, temiendo ataques desde sectores religiosos, optaron por no inmiscuirse en tales asuntos renunciando a invadir territorio ajeno. Gordon W. Allport escribió: “La sed humana de dar y recibir amor es insaciable. Nadie cree que ama y es amado bastante. Sin embargo este hecho radical de la naturaleza humana pocas veces lo reconocen o lo estudian los psicólogos”.
“Uno de los defectos persistentes de la psicología moderna es la falta de estudios serios sobre los deseos de asociación del ser humano y su capacidad para realizarlos”.
“A partir de Empédocles encontramos la historia de la filosofía transitada por la dialéctica del amor y el odio. Siempre se tuvo al odio por una emoción menos grata que el amor, una emoción que si no se domina resulta destructora y peligrosa”.
“Cuando llegó la religión cristiana dio su completa aprobación al amor y su total reprobación del odio. Quizás haya sido, como dice Suttie, la misma severidad de esta sanción la que indujo a la ciencia a eludir su estudio” (De “Psicología del amor y del odio”-Editorial Leviatán-Buenos Aires 1981).

Al intentar incluir lo sobrenatural en forma sistemática, la Iglesia rechazó, o desestimó, una ley natural básica, la “empatía emocional”, como base psicológica del amor predicado por Cristo. En el siglo XVII, Baruch de Spinoza definió tanto al amor como al odio bajo una forma compatible con dicha ley de supervivencia, asociando al amor la capacidad para compartir las penas y las alegrías ajenas como propias y al odio como la predisposición a asociar alegría propia a la pena ajena y pena propia a la alegría ajena.

Entendidos el amor y el odio en forma distinta a la mencionada, conducen a la inoperancia de la ética cristiana hasta llegar al extremo, casi inconcebible, de que la propia Iglesia Católica actual sea la principal difusora del socialismo, estando el socialismo real (no el teórico) motivado esencialmente por el odio y la mentira. Para la Iglesia actual, la lucha histórica no es la establecida entre el bien y el mal, o entre el amor y el odio, sino entre ricos y pobres (lucha de clases) tal como lo propone el marxismo-leninismo.

Incluso puede decirse que el comunismo nunca fracasó, ya que su objetivo final fue establecer una dependencia del individuo frente al Estado asociada a su diaria alimentación. De esa manera se estableció una forma de esclavitud material y mental sustentada en una actitud de obediencia absoluta ante el temor de la interrupción de la manutención mencionada ante una decisión del burócrata estatal.

Algo que realmente sorprende es la postura ideológica de los curas tercermundistas. Por un parte afirman ser cristianos, por lo que estarían de acuerdo con el “Amarás al prójimo como a ti mismo” y el “Ama a tu enemigo”, pero también veneran a Ernesto Che Guevara, que promovía “el odio intransigente al enemigo” proclamando públicamente: “Hemos fusilado, fusilamos y fusilaremos”. Pareciera que para estos pseudo-cristianos no existe diferencia alguna entre el amor y el odio, o bien que significan lo mismo. Con estos “sacerdotes”, la Iglesia se convirtió en promotora ideológica del terrorismo de izquierda que produjo cientos de miles de muertos en toda América Latina.

Tanto la Biblia, como la fe, la creencia, la teología, etc., son distintos “envases” que contienen los mandamientos éticos, que son lo más importante. De ahí que el cambio que predicen las Escrituras no puede ser otro que el cambio de “envase”; esta vez será la ética cristiana promovida desde la religión natural, ya que tanto el amor a adoptar, como el odio a rechazar, son procesos psicológicos derivados de leyes simples asociadas a nuestra naturaleza humana. Incluir lo sobrenatural en el simple proceso de compartir penas y alegrías ajenas como propias, implica perturbar el principal medio de supervivencia que el orden natural nos ha concedido.

La prioridad del amor al próximo, establecida por Cristo, fue confirmada por San Pablo. Al respecto, Jaime E. Giles escribió: “El pasaje que más reconocemos como el que presenta el cuadro verdadero del amor es 1 Corintios 13. Este capítulo sugiere que el amor es el don espiritual más alto que el hombre puede tener. Es más importante que las capacidades de hablar con elocuencia o en lenguas. Es más importante que el don profético que le ayuda a uno a comprender todos los misterios del universo en lo pasado tanto como en lo futuro. Es más importante que la religión de la filantropía o de humanismo, que le impulsa a uno a repartir los bienes y dar de comer a los pobres. Aun la religión de sacrificio propio, o ascetismo, no es tan grande como la del amor. Stewart dice que todas estas interpretaciones del cristianismo existían en el día de Pablo, y no fueron adecuadas; por eso Pablo las repudió” (De “Bases bíblicas de la ética”-Casa Bautista de Publicaciones 1977).

Algunos autores han señalado la importancia de la empatía emocional para afrontar el futuro, ya que podemos vislumbrar que siempre hallaremos en otros seres humanos una adecuada respuesta emocional. “La esperanza inspirada por la empatía es invariablemente realista. La esperanza no es la creencia de que todo saldrá bien, más bien es la convicción de que aun si las cosas no salen bien, como inevitablemente sucederá, hallaremos la salida de alguna manera. «De alguna manera», según el glosario de la empatía, siempre implica relación con los demás. A través de nuestra relación con el mundo, unos con otros y con nosotros mismos, la empatía nos asegura que saldremos adelante” (De “El poder de la empatía” de A. Ciaramicoli y K. Ketcham-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2000).

lunes, 23 de noviembre de 2020

Juan Bautista Alberdi y el impuesto a la riqueza

Por Martín Krause

El impuesto a la riqueza se acerca a su aprobación. Ya se ha dicho todo, difícil agregar algo nuevo, de tal forma que, si se ha de decir algo, tal vez haya que seguir ese viejo adagio de la historia del pensamiento económico: “Para novedades, los clásicos”. En tal sentido, ¿qué hubiera dicho Juan Bautista Alberdi en relación a esto? Algo así:

“¿Quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza. La riqueza, es hija del trabajo, del capital y de la tierra; y cómo estas fuerzas, consideradas como instrumentos de producción, no son más que facultades que el hombre pone en ejercicio para crear los medios de satisfacer las necesidades de su naturaleza, la riqueza es obra del hombre, impuesta por el instinto de su conservación y mejora, y obtenida por las facultades de que se halla dotado para llenar su destino en el mundo. En este sentido, ¿qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro; que no le haga sombra”.

“Comprometed, arrebatad la propiedad, es decir, el derecho exclusivo que cada hombre tiene de usar y disponer ampliamente de su trabajo, de su capital y de sus tierras para producir lo conveniente a sus necesidades o goces, y con ello no hacéis más que arrebatar a la producción sus instrumentos, es decir, paralizarla en sus funciones fecundas, hacer imposible la riqueza. Tal es la trascendencia económica de todo ataque a la propiedad, al trabajo, al capital y a la tierra, para quien conoce el juego o mecanismo del derecho de propiedad en la generación de la riqueza general. La propiedad es el móvil y estímulo de la producción, el aliciente del trabajo, y un término remuneratorio de los afanes de la industria. La propiedad no tiene valor ni atractivo, no es riqueza propiamente cuando no es inviolable por la ley y en el hecho”.

“¿Son pequeñas las rentas privadas? - Así será la renta pública... Lo que agota y destruye la riqueza privada no es la contribución, pues al contrario ésta la defiende y conserva; es el despojo, el pillaje que hace el despotismo, no para sus gastos, sino para sus excesos”.

“...los recursos contrarios a las garantías económicas que la Constitución establece en favor de todos los habitantes, son justamente contrarios al aumento del Tesoro nacional; es decir, que son opuestos a la Constitución por dos respectos, como hostiles al país en su riqueza, y como hostiles al gobierno en su Tesoro parásito del tesoro de los individuos”.

“La contribución, como gasto público de cada particular, debe salir de donde salen sus demás gastos privados: de la renta, de la utilidad de sus fondos, no de los fondos que la producen porque así disminuís los fondos originarios de la renta, empobrecéis a los particulares, cuya riqueza, colectiva forma la riqueza de la Nación, de la cual es parásita la del fisco. El que gasta de su principal para vivir, camina a la pobreza: es preciso vivir de las ganancias; y para tener ganancias, es preciso hacer trabajar los fondos que las producen. El Estado está comprendido en esta ley natural de la riqueza: debe subsistir de la renta colectiva de los particulares que le forman, no de sus fondos. He ahí el asiento de toda contribución juiciosa: de toda contribución que sirva para enriquecer la Nación y no para empobrecerla.”

“Sea cual fuere la autoridad argentina que deba conocer de lo contencioso en punto a contribuciones, la regla invariable de su jurisprudencia debe ser: en todo caso dudoso, resolver a favor del contribuyente, es decir, de la libertad. El ministro Turgot aumentó las rentas de Francia al favor de ese principio, que pertenece a la doctrina económica en que descansa la Constitución argentina.”

“El poder de crear, de manejar y de invertir el Tesoro público, es el resumen de todos los poderes, la función más ardua de la soberanía nacional. En la formación del Tesoro puede ser saqueado el país, desconocida la propiedad privada y hollada la seguridad personal; en la elección y cantidad de los gastos puede ser dilapidada la riqueza pública, embrutecido, oprimido, degradado el país”.

“¿Cómo evitar que el gobierno incurra en tales excesos al ejercer la soberanía del país delegada para crear el Tesoro y aplicarlo? ¿Hay garantías aplicables al remedio de esos abusos? ¿Cómo conseguir que los principios económicos y rentísticos de la Constitución prevalezcan en las leyes y en los actos del gobierno, encargado de hacer cumplir la Constitución?” “Limitar al gobierno el poder de gastar y dejarle a su discreción el de fijar el valor de las entradas, sería exponer la riqueza pública al peso de cargas exorbitantes, y la libertad del país a los abusos que pueden ser resultado de una cantidad ilimitada de fondos, que equivalen a una cantidad ilimitada de poder, dejada sin objeto en manos del gobierno.”

Las citas son de “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución de 1853”. Alguna vez tuvimos estadistas.

(Artículo de www.infobae.com del 23/Nov/2020)

domingo, 22 de noviembre de 2020

Motivaciones

Antes de la realización de cada acción humana, existe una motivación que actúa como causa previa. Debido a que el proceso de adaptación cultural, que nos impone el orden natural, apunta a nuestra supervivencia, también las motivaciones para las acciones correspondientes han de provenir de tal proceso. De ahí que pueda decirse que las motivaciones para nuestras acciones provienen de nuestra propia naturaleza humana. Sin embargo, depende de cada uno de nosotros que obremos a favor o en contra de tal potencialidad. Robert C. Bolles escribió: “Es raro que se diga que la motivación es un hecho de la experiencia humana, es decir, un fenómeno mental que determina el curso de la acción. La idea de motivación no se ha originado en lo que los hombres dicen sobre su propia experiencia o su propia conducta. No es uno de los problemas de la psicología «que se plantean con naturalidad»”.

“La motivación tampoco es un hecho de la conducta. No hay un rasgo, característica o aspecto aislado de la conducta al cual podamos hacer referencia cuando decimos que una conducta está motivada”. “Atribuimos la conducta de un hombre a lo que pasa dentro de su cabeza. Es una explicación con la cual estamos familiarizados, y constituye el punto de partida de todas las teorías de la motivación. Los demás conceptos y constructos de motivación se han formado como reacciones a la doctrina racionalista tradicional”.

“Nuestros prójimos son personalmente responsables de sus acciones, y la sociedad espera de ellos que describan sus propias acciones en términos de intención, conciencia y propósito. Enseñamos a nuestros hijos a emplear esas palabras al otorgarles nosotros el uso que creemos adecuado” (De “Teoría de la Motivación”-Editorial Trillas SA-México 1978).

La idea de “racionalidad” de las motivaciones nos sugiere una elección subjetiva por parte del ser humano, mientras que la existencia de “instintos orientadores” nos sugiere la presencia de motivaciones que no constituyen una elección racional del hombre, a excepción de la racionalidad necesaria para la aceptación de lo que el orden natural ha impreso en nuestra propia naturaleza.

Las motivaciones fundamentadas asociadas a los instintos naturales han sido propuestas por William McDougall, principalmente. Bolles escribe al respecto: “Para McDougall, toda la conducta humana tiene orígenes instintivos. Decía que, de no ser por los instintos, el hombre estaría inmóvil, como una intrincada maquinaria de reloj en la que se ha roto el resorte principal. No es suficiente, según su posición, explicar las acciones de un hombre en término de sus ideas de actuar de determinada manera, sino que lo importante y básico es explicar por qué quiere actuar así”.

“Para McDougall la parte más importante de la psicología es «la que estudia los resortes de la acción humana, los impulsos y los motivos que alimentan la actividad mental y corporal y regulan la conducta; entre los departamentos de la psicología, ese es el más atrasado…Hay que definir claramente las fuerzas mentales, las fuentes de energía, que fijan los fines y sostienen el avance de toda actividad humana –y de esas fuerzas, los procesos intelectuales no son sino simples sirvientes, instrumentos o medios-…antes de que se puedan construir las ciencias sociales sobre fundamentos psicológicos firmes» (McDougall)”.

El sentido de la vida fundamentado en aspectos emocionales, propuesto principalmente por el cristianismo, encuentra en McDougall cierta confirmación psicológica. “El instinto, de acuerdo con McDougall, no sólo regula la conducta, sino que también forma la base de la experiencia subjetiva del esforzarse y dirigirse a metas; se supone que todos nuestros deseos brotan de los instintos. Además, con cada instinto se asocia una emoción característica. McDougall llega a afirmar que el aspecto emocional del instinto es su característica más constante e importante. La emoción constituye el aspecto subjetivo del instinto, junto con la sensación de esfuerzo y deseo, mientras que la conducta resultante que consigue el fin es el aspecto objetivo del instinto, la parte que el hombre comparte con los demás animales" (Bolles).

Si bien el orden natural nos impone la exigencia de "perseverar en nuestro ser", según Spinoza, o de vivir y sobrevivir en buena forma, nos provee también de las motivaciones para alcanzar tal exigencia u objetivo. Depende de cada uno de nosotros adoptar la actitud que lo permite. Baruch de Spinoza escribió: "El esfuerzo con que cada cosa trata de perseverar en su ser, no es sino la esencia activa de esta cosa. Tal esfuerzo cuando se relaciona a la vez con el alma y con el cuerpo, se llama instinto. El instinto no es pues otra cosa que la esencia misma del hombre, y de la naturaleza de dicha esencia se sigue necesariamente lo que sirve para su conservación" (Citado en "Spinoza" de Carl Gebhardt-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1977).

Si se consideran las predisposiciones emocionales básicas, como las tendencias a la cooperación y a la competencia, como también las actitudes a ellas asociadas (amor, egoísmo, odio, indiferencia), se observa que tales predisposiciones ya vienen en nuestra naturaleza humana (vía proceso evolutivo) y lo que hacemos individualmente es una elección (racional o no) de una de ellas. Así, en la ética cristiana, se “elige” al amor al prójimo entre todas las actitudes posibles, es decir, las motivaciones posibles vienen impuestas por el orden natural (naturaleza humana), pero depende de nosotros elegir la que favorece nuestra felicidad y supervivencia (amor) o bien las que las desfavorecen (egoísmo, odio, indiferencia).

McDougall fue uno de los iniciadores de la Psicología Social o Psicología de las actitudes. La actitud puede considerarse como una predisposición o propensión a actuar de cierta forma definida, por lo que las actitudes básicas del ser humano en cierta forma materializan las posibles motivaciones para conducirnos por la vida. K. B. Madsen estableció una síntesis al respecto:

“El contenido de la teoría de McDougall puede ser resumido como sigue:
Todos los procesos vitales –incluso la «vida mental» y la conducta- son intencionistas [o intencionales], pues expresan un esfuerzo fundamental por preservar la existencia del individuo y de la especie. En el hombre y en los animales superiores, este esfuerzo fundamental («hormé») se diferencia en una serie de variables motivacionales primarias, innatas pero modificables, denominadas instintos, o (posteriormente) propensiones. Estas variables motivacionales primarias determinan y organizan todos los procesos mentales y toda la conducta, orientándolos hacia metas especiales: los procesos cognitivos se hacen intencionistas (son «guiados» y «utilizados»), se siente una emoción primaria particular de cada instinto, y se inicia una conducta también intencionista, o por lo menos se experimenta un impulso a actuar de cierto modo”.

“La emoción y el impulso a actuar son los eslabones más primarios y menos modificables de este proceso (la teoría de McDougall presenta la originalidad de considerar la emoción como parte o aspecto de los instintos). A través de procesos de aprendizaje, varios instintos pueden centrarse en torno de un objeto en sistemas llamados sentimientos. En el hombre, estos sentimientos son las más frecuentes motivaciones directas de la acción, pero los instintos innatos que forman los sentimientos constituyen no obstante el impulso o energía principales. En los individuos desarrollados, maduros, varios sentimientos pueden organizarse en un sistema más o menos bien integrado llamado carácter” (De “Teorías de la Motivación”-Editorial Paidós SA-Buenos Aires 1967).

martes, 17 de noviembre de 2020

La personalidad autoritaria

Cuando Ortega y Gasset describe al hombre-masa, quien supone tener sólo derechos y nunca obligaciones, nos da a entender que tal individuo tiene cierta predisposición por el poder, es decir, por ubicarse por encima de otras personas, desestimando la búsqueda de igualdad. De ahí que la rebelión del hombre-masa es la rebelión de un ser autoritario, motivado por un exagerado egoísmo junto a cierto odio hacia la sociedad.

El hombre-masa es el hombre primitivo, orientado hacia una competencia egoísta, mientras que el hombre civilizado está orientado hacia la cooperación social, adecuando su espíritu competitivo a una competencia cooperativa. En el plano político, el hombre-masa se rebaja ante el líder totalitario en forma semejante a cómo rebajará a otros que no compartan sus creencias.

El autoritario es un déspota cuando las condiciones lo permiten, ya sea descalificando a quienes ocupan un puesto de menor jerarquía o bien maltratando a sus propios hijos en el ámbito familiar. Se ha dicho acertadamente: “Si quieres conocer a alguien, dadle poder”.

Aun cuando puedan definirse varios atributos comunes a quienes se los puede definir como “autoritarios”, no debe suponerse que existe un modelo definido que los identifique, ya que siempre persiste la individualidad propia de cada ser humano.

Profundizando algo más respecto, se reproduce parcialmente un artículo que complementa la visión de Ortega y Gasset:

LA PERSONALIDAD AUTORITARIA

Por Samuel H. Flowerman

Los resultados de recientes investigaciones científicas revelan que la verdadera amenaza a la democracia no es el dictador brutal, sino el anónimo hombre-masa, de cuyo apoyo depende el poder del dictador. Los investigadores han descubierto que este individuo innominado no es una creación del dictador, sino una «personalidad autoritaria» ya hecha, una persona cuyo ambiente familiar y contorno social han determinado en ella una peculiar afinidad con las creencias antidemocráticas. Imponer ideas autoritarias requiere la existencia de personalidades autoritarias; se necesitan personalidades autoritarias –miles y aun millones de ellas- para construir un Estado totalitario.

Los investigadores sociales opinan que puede decirse que alrededor del 10 por 100 de la población de los EEUU está formada por «hombres y mujeres autoritarios», y otro 20 por 100 tiene en sí gérmenes de autoritarismo.

De los resultados del estudio de California ha surgido este retrato psicológico del hombre autoritario:

Es un supremo conformista: El hombre autoritario se conforma en el enésimo grado a las ideas e ideales de la clase media y a la autoridad. Pero esta conformación no es en él un acto voluntario; es constrictivo e irracional. Es un intento de lograr seguridad sumiéndose en la grey, sometiéndose a un poder o autoridad superiores. No sólo se siente impulsado a someterse; necesita que los demás se sometan también. No puede correr el riesgo de ser diferente y no puede tolerar la diferencia en nadie.
Los autoritarios ven el mundo y sus habitantes como amenaza y hostilidad. Al sentirse tan amenazados, tan acuciados por esa zozobra, se ven obligados a buscar seguridad de algún modo, en alguna parte. La mejor seguridad para un autoritario es someterse a una autoridad poderosa. Afirma, por ejemplo, que «lo que el mundo necesita es un jefe fuerte»; y que «existen dos clases de personas, las débiles y las fuertes».
Para él, la vida es un sistema de poder al cual ha de ajustarse. No necesita ejercer por sí mismo el poder mientras pueda estar cerca de él, compartiéndolo por delegación. Es esta última tendencia la que hace del autoritario tan buen edecán.
Pero el autoritario es un seguidor leal sólo mientras el jefe sigue siendo fuerte. En el momento en que el jefe vacila es derribado; en tal caso, «abajo el viejo, arriba el nuevo».
Así. En Alemania, hoy muchas personas están de acuerdo en que Hitler era un malvado, pero sólo porque a la larga fracasó; su estilo de vida básico sigue siendo autoritario; esperan simplemente un nuevo jefe más fuerte, más poderoso.

Es rígido y da muestras de una imaginación limitada: Es un hombre mecánico, una especie de robot, que reacciona solamente a un número limitado de ideas y no se le puede sacar de los cauces en que está habituado a operar. Esto no quiere decir que el hombre autoritario sea una persona de escasa inteligencia; pero quiere decir que su personalidad restringe su inteligencia y su imaginación. Por lo general, es incapaz de resolver los problemas, ideando soluciones alternativas.

Tiene mentalidad gregaria: Y tener tal mentalidad -«etnocentrismo» es el término científico- implica tener prejuicios. Para el autoritario, las personas que son –o parecen ser- diferentes son extrañas, peligrosas y amenazadoras, aunque estén en minoría y tengan escasa influencia. Tiende a exaltar a su propio grupo y a rechazar a los miembros de otros grupos.
La persona detesta a un «ajeno al grupo», generalmente detesta a muchos otros «ajenos al grupo». En este sentido es semejante al que padece la fiebre del heno, que suele ser alérgico a varias clases de polen.
El autoritario pone etiquetas definidas –y a veces falsas- a las personas. en su grupo verá individuos; fuera de su grupo ve sólo tipos o masas. Así dirá con frecuencia de los miembros de grupos «minoritarios» que «esa casta» es «holgazana», «libidinosa», «estafadora», «avara», «maloliente», etc. Y lo que es más, tiende a «verlos» en todas partes.

Es un falso conservador: Enarbola la bandera, se pronuncia como patriota, pero en el fondo de su corazón detesta las tradiciones e instituciones que pretende amar. En su forma más fanática, el falso conservador es el agitador antidemocrático, que es más destructivamente radical que los radicales a quien dice atacar.
El verdadero conservador puede ser patriota, creer en las tradiciones e instituciones americanas y defender su continuidad; quizá crea también en una economía de laissez-faire. Pero propugna también que haya para todos los individuos igualdad de oportunidades, con independencia de su pertenencia al grupo. Y en esto es en lo que se distingue el verdadero conservador del falso.

Es un purista moral: El autoritario ve con malos ojos la sensualidad, rasgo que siempre está predispuesto a encontrar en los miembros de otros grupos. Considera que su propio grupo es moralmente puro. Los hombres –y las mujeres- autoritarios suelen afirmar, por ejemplo, que «ningún hombre decente» se casaría con una mujer deshonesta. Incluso presos varones encarcelados por delitos sexuales defienden disposiciones que condenan los delitos sexuales; y son también más conformistas, más antisemitas, más antinegros y más pseudoconservadores que sus compañeros de prisión.

Durante la infancia, el autoritario típico estuvo sometido, por lo general, a una severa disciplina, y se le prodigaba escaso cariño en un hogar en el que el padre era un tirano. En un hogar semejante los hijos han de «rendirse» y someterse. Hay pocas ocasiones de discrepar y actuar como individuos. Reina el temor y los padres y otras figuras autoritarias son consideradas como amenazadoras, punitivas e irresistibles. Este temor, basado en la incapacidad para discrepar, persiste en la vida adulta; cuando llega la oportunidad de afirmación de sí mismo es aprovechada como compensación. El esclavo de una generación se convierte en el tirano de la siguiente.

(Extractos de “La personalidad autoritaria” en el libro “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

domingo, 15 de noviembre de 2020

18 Líder del Vaticano destapa el GRAN RESETEO - La Tormenta Perfecta - J...

El socialista intensifica lo que critica en el opositor

Puede decirse que el socialismo es la tendencia política y económica que logra resultados opuestos a los que busca (o dice buscar) y acentúa los aparentes errores que observa en el capitalismo. El más evidente es el de la “explotación laboral” que existiría en una economía de mercado. Si en tal economía se produce esa explotación, desde un empresario a sus empleados, éstos pueden dejar su trabajo para irse a otra empresa, perdiendo el empresario gran parte de su capital humano. De ahí que no sea frecuente tal situación.

El socialista dirá que ello ocurre cuando hay una sola empresa, o unas pocas que puedan ofrecer trabajo, debiendo los empleados soportar la situación. En ese caso, al no existir competencia empresarial, no existe tampoco una economía de mercado, por lo que la crítica debe dirigirse a la sociedad que no tuvo la capacidad de establecer un mercado competitivo. La “solución” propuesta por el socialista es la expropiación de los medios de producción, tanto de los empresarios justos como de los explotadores.

El socialismo, como monopolio estatal, impone generalmente una explotación laboral masiva desde la clase dirigente hacia los empleados que no pertenecen a dicha clase. Pero esta vez el empleado no podrá “cambiar de empresa”, ya que el Estado es la única empresa. Tampoco podrá irse a un país con economía de mercado, por cuanto tal posibilidad está prohibida bajo un régimen socialista, debiendo permanecer en su puesto de trabajo o en el que lo ubique el mando estatal. En este caso se observa que el socialismo no logra los fines propuestos (al menos en la propaganda) y empeora las cosas.

Entre las definiciones de socialismo podemos mencionar las siguientes:

a) "Una teoría política que tiene por objeto la propiedad colectiva de la tierra y el capital y la dirección colectiva de todas las industrias".

b) "Teoría política y económica de reorganización social, cuyo rasgo esencial es el control gubernamental de las actividades económicas con el fin de que la competencia dé paso a la cooperación y que las oportunidades y las recompensas del trabajo sean distribuidas equitativamente"
(Citadas por Norman Thomas en "Pensamiento político moderno")

La primera definición implica una teoría totalitaria que tiene por objetivo unificar el poder económico y político (y toda forma de poder) en unas pocas manos, favoreciendo una catástrofe social cuando quien toma decisiones es un Mao o un Stalin.

La segunda definición implica una postura cercana a los objetivos del fascismo, mientras que, al rechazar toda forma de competencia, apunta hacia un monopolio estatal, acentuando todo lo que se critica del "capitalismo" con pocas empresas y sin competencia.

La cooperación social se establece cuando dos personas intercambian bienes y servicios en libertad, para beneficio de ambas. Sin embargo, para justificar la intromisión del Estado, el socialista aduce que en todo intercambio alguien se beneficia y alguien se perjudica, si bien en la realidad cotidiana uno puede fácilmente advertir que no siempre es así, y que predomina lo contrario. En cuanto a las "recompensas equitativas", que en realidad apuntan a "recompensas iguales", no se contempla la calidad del trabajo sino las necesidades personales, desalentando al mérito y amparando la ineficacia.

Quienes en EEUU simpatizan y coinciden esencialmente con las ideas que condujeron a establecer el muro de Berlín, aunque sin esperar ese resultado, se autodenominan “liberales”, usurpando la denominación que en Europa corresponde a los defensores de la democracia política y a la democracia económica (mercado). Ludwig von Mises escribió: “Los defensores del totalitarismo eligieron otra táctica. Invirtieron el significado de las palabras. Llamaron libertad verdadera o genuina a la condición de los individuos en un sistema en el que no tuviesen otro derecho que el de obedecer órdenes”.

“Se llamaron a sí mismos liberales auténticos porque luchaban por ese tipo de orden social. Llaman democracia a los métodos rusos de gobierno dictatorial. Llaman «democracia industrial» a los métodos de violencia y coerción utilizados por los sindicatos. Llaman libertad de prensa a una situación en la que sólo el gobierno puede publicar libros y periódicos. Definen la libertad como la oportunidad de hacer lo que es «justo», y por supuesto, se arrogan la facultad de determinar lo que es justo y lo que no lo es. Para ellos, la omnipotencia del gobierno significa plenitud de libertad. Liberar de toda clase de trabas al poder es el verdadero sentido de su lucha por la libertad” (De “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

La "liberación" propuesta por el socialismo parte de la expropiación de los medios de producción, aunque bajo el socialismo real tal expropiación llega a toda forma de propiedad privada. Los ingenuos suponen que los revolucionarios y los ideólogos socialistas realizarán su tarea destructiva en beneficio de los proletarios, o de los pobres en general, cuando en realidad todo lo expropiado será destinado principalmente a engrosar el poder y el patrimonio colectivo de la "nueva clase" en formación. Mientras que el pretexto de la estatización implicaba establecer una sociedad sin clases, lo que genera, casi en forma inmediata, es la formación de una clase dirigente socialista que dirige e impone su voluntad a una gran clase sometida.

Según Marx, una vez establecido el socialismo, como consecuencia de la eliminación de la propiedad privada, con el tiempo se logrará la disolución del Estado para llegar así al comunismo, una especie de "anarquía organizada". Es decir, supone que el camino para tal situación no es la propiedad de los medios de producción repartida entre "muchos dueños" (como ocurre con las empresas capitalistas con miles de accionistas como dueños), sino la concentración de la propiedad en muy pocas manos, como es el caso de la clase dirigente socialista (la Nomenklatura en la URSS, por ejemplo). También en este caso se advierte el absurdo, ya que propone lograr un objetivo mediante un camino que lleva a lo opuesto.

Entre las críticas al liberalismo, el socialista aduce que los partidarios de la economía de mercado proponen la abolición del Estado, mientras que en realidad, el liberal propone la no perturbación del sistema económico autorregulado por parte del Estado, limitando a éste a otras funciones de gran importancia, como la defensa de la propiedad, la justicia, la educación, la salud pública, etc. Quienes proponen la eliminación del Estado son los anarquistas. Arthur Lewis escribió: "Ni el más grande apologista del laissez-faire ha sugerido jamás que no debiera haber Estado. Todos convienen en que existe determinado mínimo de funciones para las cuales es absolutamente esencial".

"Adam Smith enumeró la defensa, la justicia, la educación y los caminos y comunicaciones. Los economistas que le siguieron ampliaron la lista y la redujeron a principios generales. Consagrado en los libros de texto como más allá de toda discusión, el Estado tiene obligaciones respecto de:
a) Cosas a las que sólo el Estado puede dar fuerza o poner en vigor (por ejemplo, la justicia, la defensa)
b) Cosas que difunden beneficios por los cuales los beneficiarios no pueden ser gravados (por ejemplo, faros de navegación)
c) Cosas en las cuales el juicio del Estado es superior al de los ciudadanos
Esta última es una categoría en crecimiento: en la actualidad el Estado reclama conocer mejor que sus ciudadanos por cuántos años deberán enviar sus hijos a la escuela, cuáles son los horarios más convenientes para el funcionamiento de establecimientos en que se expenden bebidas alcohólicas, qué proporción del ingreso debería ahorrarse,...,etc." (De "Pensamiento político moderno").

Para las figuras más representativas del socialismo, figuran entre las principales funciones del Estado el robo (o expropiación estatal de la propiedad privada) y el asesinato masivo de opositores. Así, Vladimir Lenin veía en el Estado el medio necesario para que los proletarios destruyeran a la burguesía, escribiendo al respecto: "Durante el periodo de transición del capitalismo al comunismo, el aplastamiento es todavía necesario, pero se trata ya del aplastamiento de la minoría explotadora por la mayoría explotada. Es todavía necesario un mecanismo especial para el aplastamiento, un «Estado»; pero éste es ya un Estado transitorio, no es ya un Estado en el verdadero sentido de la palabra, pues el aplastamiento de la minoría de explotadores por la mayoría, constituida por los esclavos asalariados de ayer, es relativamente tan fácil, sencillo y natural, que costará mucha menos sangre que el aplastamiento de las insurrecciones de esclavos, siervos y obreros asalariados, que costará mucho menos a la Humanidad" (De "Pensamiento político moderno").

La izquierda política habla todo el tiempo de "igualdad" y de "inclusión social", si bien resuenan voces socialistas que justifican los masivos asesinatos cometidos en la URSS y otros países socialistas, bajo la palabra "necesidad". En forma semejante al nazi que hablaba de la "necesidad" de eliminar "razas inferiores", para instalar el socialismo surgía la "necesidad" de eliminar opositores, incluso posibles opositores (asesinatos preventivos).

Por lo general, la expropiación o estatización de los medios de producción conduce a la quiebra de una empresa, ya que, aún en el caso de una empresa eficiente, sea grande o pequeña, en manos inexpertas, pronto se vuelve ineficaz. Sin embargo, todos estos "detalles" son ignorados por el ideólogo socialista, ya que sólo tiene en cuenta un supuesto virtuosismo del activista socialista que resulta consecuencia de cierta mentalidad de clase social que vendría "incorporada" en todos y cada uno de sus integrantes.

domingo, 8 de noviembre de 2020

La economía de mercado libre

Por Ludwig von Mises

Características de la economía de mercado

La economía de mercado es el sistema social de la división del trabajo en régimen de propiedad privada de los medios de producción. Todo el mundo actúa en provecho propio, pero los actos de todos concurren a la satisfacción de las necesidades de otras gentes, así como a la satisfacción de las propias de cada cual. Cada uno de nosotros sirve, con su acción, a sus conciudadanos. Por otra parte, cada uno de nosotros es servido por sus conciudadanos. Todos los hombres son un medio y un fin en sí mismos; un fin para si mismos y un medio para los demás en su intento por alcanzar sus fines propios.

Este sistema está regido por el mercado. El mercado dirige las actividades del individuo hacia los cauces en que puedan servir mejor las necesidades de sus semejantes. En el funcionamiento del mercado no hay compulsión ni coerción alguna. El Estado, el mecanismo social de compulsión y coerción, no interfiere el mercado ni las actividades de los ciudadanos dirigidas por el mercado. Utiliza su poder para inculcar sumisión al pueblo únicamente para impedir actos dañosos a la salvaguarda y buen funcionamiento de la economía de mercado. Protege la vida del individuo, su salud y su propiedad contra agresiones violentas o fraudulentas por parte de atracadores en el interior del país o de enemigos exteriores. Así, pues, el Estado crea y mantiene el medio en que puede operar sin tropiezos la economía de mercado.

El slogan marxista de la «producción anárquica» caracteriza adecuadamente esta estructura social como sistema económico que no está dirigido por un dictador, un zar de la producción, que asigne a cada cual una tarea y le obligue a obedecer sus órdenes. Todos los hombres son libres; nadie está sujeto a un déspota. Por propia decisión, el individuo se integra en el sistema de cooperación. El mercado le dirige y le revela en qué forma puede promover mejor su propio bienestar, a la vez que el bienestar de otras personas. El mercado es supremo. Sólo él pone en orden el sistema social entero y le da un sentido y un significado.

El mercado no es un lugar, una cosa o una entidad colectiva; es un proceso puesto en marcha por el juego cruzado de la acción de los diversos individuos que cooperan con arreglo a la división del trabajo. Las fuerzas que determinan el estado –continuamente cambiante- del mercado son los juicios de valor de esos individuos y sus actos, orientados por esos juicios de valor. El estado del mercado en un momento dado es la estructura de los precios, esto es, la totalidad de los tipos de cambio establecidos por la interacción de los que desean comprar y de los que desean vender. No hay nada de inhumano o misterioso en el mercado. El proceso del mismo es un resultado de los actos humanos. Todo fenómeno de mercado puede rastrearse hasta hallar en su origen las elecciones concretas de los miembros de la sociedad de mercado.

El proceso del mercado es el ajuste de las acciones individuales de los diversos miembros de la sociedad de mercado a las exigencias de la cooperación mutua. Los precios de mercado dicen a los productores lo que han de producir, cómo lo han de producir y en qué cantidad. El mercado es el punto focal en que convergen las actividades de los individuos. Es el centro del cual irradian las actividades de los individuos.

La economía de mercado debe diferenciarse estrictamente del segundo sistema concebible –aunque no realizable- de cooperación social, partiendo de la división del trabajo: el sistema de propiedad social o estatal de los medios de producción. Este segundo sistema es comúnmente llamado socialismo, comunismo, economía planificada o capitalismo de Estado. La economía de mercado o capitalismo, como suele llamársele, y la economía socialista se excluyen una a otra. No hay combinación posible o imaginable de los dos sistemas; no existe una economía mixta, un sistema que fuese en parte capitalista y en parte socialista. La producción es dirigida, o bien por el mercado, o bien por los decretos de un zar de la producción o de un comité de zares de la producción.

Si en el seno de una sociedad, basada sobre la propiedad privada de los medios de producción, algunos de estos medios pertenecen y son manejados públicamente –esto es, por el Estado o por uno de sus organismos-, esto no contribuye a que exista un sistema mixto que combine socialismo y capitalismo. El hecho de que el Estado o los municipios posean y dirijan unas determinadas instalaciones no altera los rasgos característicos de la economía de mercado. Estas empresas de propiedad y dirección pública están sujetas a la soberanía del mercado. Estas empresas han de ajustarse, como compradores de materias primas, equipo y trabajo, y como vendedores de bienes y servicios, al esquema de la economía de mercado.

Están sujetas a las leyes del mercado y, por consiguiente, dependen del consumidor, que puede o no ser su cliente. Deben esforzarse por obtener beneficios o, al menos, por evitar las pérdidas. El Estado puede cubrir las pérdidas de sus industrias o comercios con los fondos públicos, pero esto no elimina ni atenúa la supremacía del mercado; simplemente la desvía a otro sector. Porque el medio de cubrir las pérdidas puede ser la imposición de tributos. Pero estos tributos producen efectos en el mercado e influyen sobre la estructura económica a través de las leyes del mercado. Es la acción del mercado y no la acción del gobierno, recaudando sus impuestos, la que decide sobre quién recaerá la incidencia de los tributos y cómo van a afectar a la producción y al consumo. Así, pues, el mercado y no un organismo gubernamental es el que determina el funcionamiento de estas empresas de propiedad pública.

(De “La acción humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1967).

viernes, 6 de noviembre de 2020

Mandamientos bíblicos para el más allá y para el más acá

Es frecuente la creencia de que los mandamientos cristianos (del amor a Dios y al prójimo) sirven esencialmente para recibir, por su cumplimiento, el premio de la vida eterna, actuando Dios como un observador que anota en una libreta todas las acciones humanas para determinar un juicio individual al final de nuestra vida. Interpretados de esta forma, las buenas acciones establecidas estarían motivadas por cierto egoísmo, tal como lo vemos en el caso de individuos que, en forma mecánica y exenta de afectividad, adoptan posturas favorables a los demás. Como se trata de actitudes razonadas y desligadas de lo emocional, tienden a limitarse a posturas socialmente correctas ante los ojos de los demás.

Esta es la interpretación de los mandamientos bíblicos que sólo serviría para el “más allá” y que a veces su cumplimiento se asocia a cierto sacrificio por los demás, como medida del mérito asociado. Sin embargo, interpretado el amor al prójimo como la actitud o predisposición por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, se advierte que tal actitud genera felicidad y no sacrificio, por lo cual los mandamientos bíblicos sirven también para el “más acá”. El camino que lleva al cielo y el que lleva a la felicidad, es el mismo.

La importancia de esta interpretación radica en que, al considerar erróneamente que los mandamientos sirven sólo para el más allá, la Iglesia abre las puertas a la entrada de teologías incompatibles con tales mandamientos, como lo es la denominada “teología de la liberación”. Al aducirse que la ética cristiana sólo sirve para una vida posterior, se haría necesaria una ideología adicional que apuntara a solucionar los problemas sociales en el más acá, adoptando al marxismo como el “complemento” que resolvería las limitaciones que presentaría la ética cristiana.

Sin embargo, no resulta difícil advertir que, si la mayor parte de la sociedad adoptara la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, se produciría una notable mejora en el nivel de felicidad de todo individuo y se solucionaría gran parte de los problemas sociales. Por el contrario, adoptar la propuesta socialista implica necesariamente reproducir los adversos resultados observados en la URSS, China comunista y el resto de los países que lo adoptaron o lo adoptan en la actualidad.

El Reino de Dios bíblico es también interpretado como un Reino en el más allá. De ahí que muchos suponen que la profecía de la Segunda Venida de Cristo implicará un previo arrebatamiento, es decir, los “buenos” serán llevados al cielo y los “malos” al fuego eterno. Sin embargo, cuando Cristo expresa que “El Reino de Dios está dentro de vosotros”, implica que tal Reino podrá existir en el más acá, y conducirá a una sociedad en la que predominará el acatamiento a los mandamientos mencionados.

El rechazo de tal posibilidad, por parte de importantes sectores de la Iglesia, ha favorecido la intromisión del marxismo-leninismo en dicha institución. Joseph Ratzinger expresó: “Decepciona dolorosamente que prenda en sacerdotes y en teólogos esta ilusión tan poco cristiana de poder crear un hombre y un mundo nuevos, no ya mediante una llamada a la conversión personal, sino actuando solamente sobre las estructuras sociales y económicas. Es el pecado personal el que se encuentra realmente en los cimientos de las estructuras sociales injustas. Es preciso trabajar sobre las raíces, no sobre el tronco o sobre las ramas, del árbol de la injusticia si se quiere verdaderamente conseguir una sociedad más humana. Estas son verdades cristianas fundamentales y, sin embargo, son rechazadas con desprecio, consideradas como «alienantes» o «espiritualistas»”.

“Consiste en esta dolorosa imposibilidad de dialogar con aquellos teólogos que aceptan tal mito ilusorio, que bloquea las reformas y agrava las miserias y las injusticias, y que consiste en la lucha de clases como instrumento para crear una sociedad sin clases”.

“Si, con la Biblia y la Tradición en la mano, alguien trata de denunciar fraternalmente las desviaciones, inmediatamente es etiquetado como «siervo» y «lacayo» de las clases dominantes que pretenden conservar el poder apoyándose en la Iglesia. Por otra parte, las más recientes experiencias muestran que significativos representantes de la teología de la liberación se diferencian felizmente (por su entrega a la comunidad eclesial y al servicio real del hombre) de la intransigencia de una parte de los mass-media [medios masivos de comunicación] y de numerosos grupos de sus seguidores, principalmente europeos. Por parte de estos últimos, cualquier intervención nuestra, aun la más sopesada y respetuosa, es rechazada a priori porque se alinearía del lado de los «patronos»; cuando, por el contrario, la causa de los más desprotegidos es traicionada precisamente por aquellas ideologías que siempre han resultado ser fuentes de sufrimiento para el pueblo” (De “Informe sobre la fe” de Joseph Ratzinger y Vittorio Messori-Biblioteca de Autores Cristianos-Madrid 2005).

Mientras que, desde el catolicismo tradicional, se habla de la liberación del pecado mediante la verdad, y se habla del “salvador” de la humanidad, debe decirse que Cristo es un salvador condicional, es decir, a condición de que se cumpla con sus mandamientos. Sin embargo, gran parte de sus aparentes seguidores suponen que serán salvados del infierno por el sólo hecho de creer que Cristo es Dios mostrándole su incondicional adhesión mediante los rituales tradicionales.

La teología de la liberación, identificada totalmente con el marxismo, aduce que Cristo es el liberador de la clase oprimida (el proletariado) respecto de la opresión ejercida desde la clase opresora (la burguesía), siendo la forma en que interpreta cada uno de los pasajes de los Evangelios.

Desde la religión natural se interpretan las prédicas cristianas como la forma óptima de adaptar a todo ser humano a la ley natural y al orden natural. La promoción de la cooperación social, a través del amor al prójimo, y a partir de la visión de un universo regido por leyes naturales invariantes, asociada al mandamiento del amor a Dios, permiten complementar los aspectos emocionales y cognitivos necesarios para la mencionada adaptación.

Desde el marxismo, se quiere hacer creer que tanto las revoluciones como las ideologías socialistas surgen del sector “oprimido”, mientras que en realidad surgen de la clase media y alta, o más exactamente, de individuos pertenecientes a dichas clases sociales. En realidad, no existe uniformidad de pensamiento asociada a una clase social, y ni siquiera a una misma familia, por lo que resulta poco serio hablar de “ideas de clase” o algo por el estilo. Ratzinger escribió: “En Occidente, el mito marxista ha perdido su fascinación entre los jóvenes y entre los obreros. Ahora se trata de exportarlo al Tercer Mundo por obra de intelectuales que viven fuera de los países dominados por el «socialismo real». En efecto, solamente donde el marxismo-leninismo no está en el poder se encuentran algunos que tomen en serio sus ilusorias «verdades científicas»”.

“La teología de la liberación, en sus formas conexas con el marxismo, no es ciertamente un producto autóctono, indígena, de América Latina o de otras zonas subdesarrolladas, en las que habría nacido y crecido casi espontáneamente, por obra del pueblo. Se trata en realidad, al menos en su origen, de una creación de intelectuales; y de intelectuales nacidos o formados en el Occidente opulento: europeos son los teólogos que la han iniciado, europeos –o formados en universidades europeas- son los teólogos que la desarrollan en Sudamérica. Tras el español o el portugués de sus exposiciones, se deja ver el alemán, el francés o el angloamericano”.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

Unanimidad científica vs. Unanimidad política

Una vez que una hipótesis ha sido verificada en forma experimental, surge cierta unanimidad en el ámbito de la ciencia respecto de la veracidad de tal hipótesis. Ello ocurre generalmente con el paso del tiempo. Aún así, es posible que no exista unanimidad acerca de las interpretaciones o de las conclusiones al respecto. Tampoco existe unanimidad en cuanto a las hipótesis no verificadas y mucho menos sobre el desarrollo de la ciencia en el futuro.

Si bien surgen algunos disidentes respecto de lo que ya ha sido verificado, como en el caso de los creyentes en la “Tierra plana”, debe aclararse que se trata de personas que están fuera del ámbito científico. Si alguien de ese ámbito compartiera esa creencia, seguramente, y en poco tiempo, quedaría fuera de su lugar de trabajo.

También en otros ámbitos, como el religioso, se advierte cierta unanimidad respecto de los principios, o dogmas de fe, que deben aceptarse en forma obligatoria. De no aceptarse, se lo apartará de la institución religiosa. De ahí que algunos disidentes debieron quedarse callados, como en el caso de Isaac Newton, quien no estaba de acuerdo con el misterio de la Trinidad, y con mayor razón siendo integrante del Trinity College de la Universidad de Cambridge.

La unanimidad, en el ámbito de la política, funciona en forma similar al caso religioso, como ocurre con los movimientos totalitarios. Los sectores “no creyentes” en el líder político son considerados enemigos y es posible que sean atacados por los fanáticos que exigen unanimidad de creencias y pensamientos. Juan José Sebreli escribió: “No hay mejor ejemplificación de delirio colectivo, de locura social, de lo que Reich llama «peste emocional»…El momento de la peste emocional, cuando una sociedad entera se vuelve loca, es la condensación de uno de los rasgos característicos del autoritarismo fascista”.

“Lo que caracteriza precisamente a éste es la uniformidad, la unanimidad, la unidad, que implica como su contracara, la falta de sentido crítico, oposición, pluralidad, diversificación, multiplicidad, separación. La disidencia es vista como crimen y la mayoría por el solo hecho de serlo adquiere el derecho de destruir las minorías”.

“El unanimismo que provoca esas frecuentes explosiones de peste emocional, se da en los momentos históricos claves como 1973 –donde todos los antiperonistas de ayer se volvieron peronistas- y llegó al punto culminante en 1982 durante la Guerra de las Malvinas, cuando prácticamente desapareció toda forma de oposición. El lema peronista «la unión de todos los argentinos», o el galtierista «todos juntos será más fácil» difundido durante la guerra era una expresión de la tendencia totalitaria a la unidad”.

“El concepto nacionalsocialista de la «comunidad organizada» usado por el peronismo como fundamento de su doctrina, opone la unión colectiva construida por lazos inmediatos, instintivos, afectivos, irracionales, a la sociedad política racional, al intercambio cumplido por individuos autónomos y libres. La participación corporativa o comunitaria debe sustituir al pluralismo disolvente de los partidos políticos”.

“El concepto de comunidad opuesto al de sociedad –formulado por Fernand Tönnies antes que por los nazis-, es paralelo a la noción de «movimiento» opuesto al de «partido», difundido por el paneslavismo y el pangermanismo antes que por los fascistas. El peronismo, como el fascismo, prefirió definirse a sí mismo como «movimiento nacional» más que como «partido»”.

“Desde que en 1952 se aprobó la ley designando al Justicialismo, «Doctrina Nacional», la diversidad de pensamiento quedó de hecho anulada porque toda oposición a aquélla fue calificada de traición a la patria. Ya el propio Perón…había establecido el carácter obligatorio para todos los argentinos de la Doctrina Justicialista: «…y ningún argentino bien nacido puede dejar de querer, sin renegar de su nombre de argentino, lo que nosotros queremos (…) Por eso afirmamos que nuestra doctrina es la de todos los argentinos y que por la coincidencia de todos sus principios esenciales ha de consolidarse definitivamente la unidad nacional»” (De “Los deseos imaginarios del peronismo”-Editorial Legasa SRL-Buenos Aires 1983).

Mientras que los países europeos abandonaron los sistemas totalitarios (fascismo, nazismo, comunismo), en la Argentina sigue plenamente vigente el totalitarismo peronista. Se habla siempre de la “grieta social” que impide toda forma de unidad y progreso, pero pocas veces se aclara que la grieta moral fue iniciada por el peronismo y desde allí deberá intentarse su finalización.

Si la persona decente, o que pretende serlo, es considerada por el peronista como “enemigo”, “traidor a la patria”, etc., no debe esperarse otra cosa que un rechazo total y profundo a tales calificativos. Sebreli agrega: “El movimiento nacional es, de ese modo, la expresión política de la doctrina nacional que a su vez no es sino la explicitación de un metafísico «ser nacional», por lo tanto el que no integre el movimiento nacional y se oponga a la doctrina nacional, está atentando contra el «ser nacional», con lo cual se convierte en un paria, un apátrida, un traidor a la patria, un antiargentino, un vendepatria”.

Generalmente se habla de “populismo” en referencia al peronismo, aunque en realidad debería hablarse de “totalitarismo”, por cuanto desde el Estado peronista se avasalló la libertad individual envenenando de odio a todos los sectores partidarios, y de temor y repugnancia a los sectores decentes. Sebreli escribió: “El Estado totalitario destruye la autonomía de la sociedad civil, las sociabilidades múltiples no totalizables, la heterogeneidad, la variedad de los modos de vida, la dispersión individual; enmascara el antagonismo de los intereses particulares, la división social, la lucha de clases bajo una falsa unidad. De ahí que no sólo sea perseguida la libertad de pensamiento, de prensa, de reunión, de asociación, de investigación, sino que con más saña aún, se persiguen los aspectos más íntimos, espontáneos de la vida privada, los gustos, las costumbres, las modas, las diversiones, las lecturas, los espectáculos, la circulación por las calles, las amistades, cuya diversidad pone en peligro la uniformización. Todo es controlado, tratando de suprimir la autonomía de la vida privada. Toda relación social libremente establecida, toda forma de sociabilidad espontánea, imprevista, incontrolable, resulta subversiva…”.

Algunos economistas liberales, cuando hablan acerca del peronismo, critican sólo los aspectos económicos de la gestión del líder totalitario, ocultando la perversidad del régimen en su siembra cotidiana de rencor contra la oligarquía, los traidores a la patria, y todos los demás calificativos que solo podían surgir de rencorosos, vengativos y antisociales individuos como Perón y Eva. Ante la nueva versión peronista, el kirchnerismo, la Argentina ha llegado a una etapa en que más son los habitantes que quieren abandonar el país que los que quieren quedarse, siendo esta situación un indicador del grado de desconfianza en la población respecto del gobierno totalitario existente, o en vías de serlo.

martes, 3 de noviembre de 2020

Pobreza voluntaria vs. Pobreza obligatoria

Toda conducta o acción humana que se desee promover, requiere de una de las dos alternativas extremas posibles. La primera requiere de un previo convencimiento para que cada individuo la adopte en forma libre o voluntaria; la segunda alternativa implica que, desde algún poder colectivo, en forma compulsiva u obligatoria, todo individuo la acate. Es evidente que la primera alternativa es la que mejores resultados ha de producir respecto de la adopción de una conducta determinada. La pobreza voluntaria puede asociarse al cristianismo, mientras que la pobreza obligatoria es la impuesta por un gobierno socialista.

Como ejemplo puede mencionarse el caso de quienes proponen que todo individuo deje de consumir alimentos de origen animal y sólo consuma vegetales. Algunos de estos activistas han realizado actos ilegales o violentos para que ciertas empresas dejen de elaborar alimentos a partir de la matanza de animales. Dejando de lado por un momento las ventajas o desventajas que la nueva propuesta ofrece, puede decirse que tal método ha de fracasar por cuanto no ha existido un previo convencimiento para que, en forma libre o voluntaria, se deje de lado la actual producción de alimentos.

También existen casos intermedios, como el del ideólogo que miente y distorsiona la realidad para que luego, en forma falsamente libre o voluntaria, el individuo engañado adopte la actitud deseada por el pseudo-intelectual, quien poco o nada se interesa por conocer y por difundir la verdad.

En el caso de la posesión de bienes materiales también encontramos las dos alternativas extremas. Así, desde el cristianismo se alaba la pobreza y la frugalidad cuando esta situación es la consecuencia de haber priorizado la búsqueda de valores morales e intelectuales por encima de la posesión de tales bienes. Cuando un individuo está convencido que a la felicidad se la encuentra principalmente en los vínculos afectivos, dejará de tener como meta principal la de adquirir riquezas materiales. Ello no significa que deba dejar de valorar las ventajas de la posesión de bienes materiales y de las comodidades asociadas, sino que ha de valorarlas en forma limitada, y no prioritaria.

La pobreza material, por otra parte, favorece en algunas personas la búsqueda de valores morales o afectivos, como una sana compensación de lo que no pudo alcanzar respecto de lo material. La pobreza en sí, como incapacidad individual o social para evitarla, no es ninguna virtud, sino que resulta ser un medio que puede conducir a la virtud. Existe también un sector de la población que rechaza su situación de pobreza buscando compensarla con el ocio o con el delito.

Algunos sectores de la Iglesia Católica asocian la virtud a la pobreza material y suponen que, a mayor cantidad de pobres, mayor será el nivel de virtud de la sociedad. Incluso han llegado al extremo de asociarse a los marxistas para promover la “igualdad en la pobreza” en forma similar a cómo el pseudo-intelectual logra adeptos, lo que implica atacar al sector productivo aumentando los niveles de pobreza, inseguridad e injusticia.

Al tratar de imponer de esa forma la eliminación de la propiedad privada, y no sólo de los medios de producción sino de los bienes en general, se limitan severamente las motivaciones para la creación de riqueza, sumiendo a la sociedad en una situación de miseria y encarcelamiento que exceptúa sólo a la clase dirigente de la sociedad comunista, siendo del agrado del ocioso y del envidioso, ya que la miseria generalizada alcanzará a quienes los superaban en la situación previa a la instauración del socialismo.

Debido a que la Iglesia, como institución, predica abiertamente el socialismo, la prédica cristiana ha quedado limitada principalmente en los sectores protestantes. Georgia Harkness menciona algunos principios bíblicos que favorecen las posesiones personales:

1- El pleno desarrollo de la personalidad demanda la propiedad o las posesiones personales. La inseguridad económica produce la inseguridad personal. El que tiene algo que poseer y sobre lo cual tiene dominio absoluto posee más motivos para vivir.
2- La eficiencia económica tiene relación con el derecho de poseer, y da como resultado que eleva el nivel de vida considerablemente. Si el hombre sabe que va a beneficiarse directamente en proporción a la cantidad de producción, entonces habrá más motivos para trabajar.
3- La ganancia personal tiene que estar presente para dar ímpetu al trabajo. Son muy pocos los que trabajan sin dar consideración alguna a lo que van a ganar, o los que trabajan solamente por el placer o la satisfacción personal que recibe. Más bien hay tantas «espinas» en la mayoría de los deberes de los hombres, que tiene que existir otro motivo más alto que el de la satisfacción personal. (Citado en “Bases bíblicas de la Ética” de Jaime E. Giles-Casa Bautista de Publicaciones-Cali 1977).

Desde la época en que la Iglesia apoya los sistemas generadores de pobreza (socialismo, socialdemocracia), se ha reducido en muchos países la defensa de los valores éticos tradicionalmente asociados al cristianismo. Debido al fracaso reiterado del socialismo totalitario, gran parte de la sociedad apoya la socialdemocracia; democrática en política y socialista en economía. Sin embargo, tampoco el “Estado benefactor” (la sociedad propuesta por la socialdemocracia) ha logrado solucionar el problema de la pobreza.

Mientras que, bajo el socialismo, se estatiza la propiedad privada, bajo la socialdemocracia se estatizan las ganancias empresariales a través de elevados impuestos. Pero de lo expropiado poco llega a los pobres, ya que la mayor parte queda en manos de la burocracia estatal. Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause escribieron al respecto: “Los graves problemas por los que atraviesan los más necesitados se pueden mitigar o, si acaso, resolver a través de dos caminos. El primero consiste en el establecimiento de marcos institucionales que estimulen al máximo el crecimiento del capital y, el segundo, se canaliza a través de la benevolencia que, a estos efectos, se concreta en la beneficencia y la caridad”.

“Todas las políticas que tiendan a debilitar la producción afectan los salarios de la gente y, al mismo tiempo, se reducen las posibilidades filantrópicas”.

“En los Estados Unidos, el país más eficiente y más respetuoso de la justicia, se gastaron billones de dólares en combatir la pobreza. Con la cifra gastada en los últimos 30 años se podrían adquirir los activos netos de las 500 empresas más importantes y toda la tierra dedicada a la agricultura de los Estados Unidos. El resultado de tamaña erogación es que la cantidad de personas bajo la línea de pobreza en relación a la población total aumentó y que de cada dólar gastado sólo 30 centavos llegó a los destinatarios y los 70 restantes fueron a parar a los bolsillos de la burocracia”.

“En cambio, si se analiza la actividad caritativa privada antes de que irrumpiera aquella contradicción en términos, conocida como «Estado benefactor», se observan las notables tareas realizadas y los muchos objetivos logrados” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).

domingo, 1 de noviembre de 2020

Alberto Benegas Lynch (h) sobre "Fratelli Tutti" del Papa Francisco

La ideología necesaria

Mientras que el animalito doméstico desarrolla su vida en base a la adaptación que le permiten sus instintos y su limitada, pero eficaz, inteligencia asociativa, el ser humano requiere, adicionalmente, de una visión del mundo cercana a la realidad. De lo contrario, al carecer de esa visión o al suplantarla por otras visiones poco compatibles con la realidad, los resultados serán bastante pobres; y el sufrimiento generalizado será el resultado.

Los atributos del orden natural son interpretados por el ser humano mediante pensamientos e ideas. Un conjunto de ideas, o ideología, organizado axiomáticamente, constituye un sistema descriptivo. Según su origen, puede considerarse religioso, filosófico o científico. Si el punto de partida de tal sistema consiste en aspectos observables y accesibles al entendimiento del individuo común, el origen mencionado tiende a confundirse, por lo que tal sistema podrá constituir un vínculo de unión entre los diversos métodos utilizados para la comprensión del mundo real.

Desde tempranas etapas de la humanidad se sospechaba que un conjunto de dioses especializados, o bien de un Dios único, dirigían el orden natural. Debido a las frecuentes catástrofes naturales observadas, surgió de la mente de los hombres la creencia de que tales dioses eran vengativos y que resultaba necesario e imprescindible rendirles homenajes e incluso realizar sacrificios humanos para calmar sus iras. Esta visión de los dioses, o del Dios único, se asemeja un tanto a los diversos líderes totalitarios que provocaron las peores catástrofes sociales que recuerda la historia. Con el transcurso del tiempo, cambia un tanto la visión del Dios que espera alabanzas y sacrificios, esta vez en la creencia de que exige de cada uno de nosotros un comportamiento ético adecuado. De ahí que la religión moral sea la consecuencia de esa visión y que el comportamiento individual de tipo cooperativo sea la respuesta esperada por el Dios creador de todo lo existente.

A partir de esta visión se llega a la ética cristiana que implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, tal el significado del amor al prójimo. Sin embargo, dicho mandamiento quedó oscurecido y suplantado por resabios de la antigua visión del Dios justiciero que interviene en los acontecimientos humanos. En lugar de sacrificios y alabanzas, se supone que esta vez sólo exige la “creencia” en su existencia y que la vida eterna, en caso de existir, será posible por esa adhesión o creencia antes incluso que por los méritos derivados del cumplimiento del mandamiento mencionado. Se supone que alguien que ama al prójimo como a sí mismo, siendo integrante de otra religión o no siendo integrante de ninguna, “no es cristiano”, por lo que quedaría fuera de una posible vida eterna. Como el amor al prójimo tiene como base psicológica a la empatía emocional, un atributo observable e inmediato, se advierte que la ética cristiana es en realidad una ética natural. Sin embargo, ante la necesidad de asociar al cristianismo un carácter sobrenatural, la actitud moral básica quedó oscurecida de tal forma que perdió su eficacia.

Gran parte de los libros sobre ética, poco o nada mencionan a la ética natural o cristiana. Ello se debe principalmente a que los diversos autores no desean tener conflictos con los predicadores cristianos. También existe un grupo numeroso de autores que, poco adeptos a la religión, la rechazan en forma total, incluida la ética observable y eficaz derivada de la empatía emocional.

Mientras que los “elevadores de Cristo” han limitado el alcance y sentido de la ética cristiana, haciéndola completamente inoperante, al menos para la mayoría de la sociedad, los “rebajadores de Cristo” tratamos de que tal ética vuelva a influir en forma positiva en la mayoría de las personas. Si se logra establecer una ética natural cuya puesta en práctica sea idéntica a la propuesta evangélica, puede el cristianismo considerarse como una religión natural. Jaime E. Giles escribió: “Es peligroso tratar de separar la religión de la ética. Los sistemas religiosos que no reconocen la importancia de la ética caen en el ritualismo, y los sistemas éticos que no se basan en la religión se vuelven impotentes para resolver los problemas básicos del hombre”.

“La psicología y la ética tratan de determinar el motivo de las acciones del hombre. La ética y la psicología se suplementan la una a la otra. La psicología puede colaborar con la ética cristiana, dándole una comprensión más profunda de las prácticas del hombre; la ética cristiana puede ayudar a la psicología, haciéndole reconocer que una adecuada filosofía de la vida y la salud mental no se logran sino respetando ciertas leyes básicas que son por naturaleza morales” (De “Bases bíblicas de la Ética”-Casa Bautista de Publicaciones-Cali 1965).

Los sistemas políticos y económicos aducen promover la cooperación social entre los integrantes de la sociedad. Sin embargo, suponen que tal cooperación surgirá, no de la ética natural o cristiana, basada en la empatía emocional, sino de la puesta en práctica de los respectivos sistemas políticos y económicos propuestos. Pretenden solucionar los problemas morales sin recurrir a una orientación individual que tenga en cuenta la existencia de leyes naturales, de un orden natural y de un sentido de la vida que responda a la finalidad aparente de dicho orden.

El absurdo cotidiano se observa en el caso de los legisladores que suponen que la sociedad mejorará a partir de las leyes que los políticos elaboran, cuando en realidad tales leyes humanas (no naturales) sólo tienden a limitar las acciones humanas para evitar daños al resto de la sociedad y a uno mismo. Las leyes humanas que no contemplen a las leyes naturales, no tienen razón de ser. Publio Cornelio Tácito escribió: “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”.

Quienes interpretan que la ética cristiana es difícil de alcanzar, por lo exigente que resulta, deben advertir que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” (o compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias) implica una predisposición, o actitud, y no una meta concreta, ya que depende bastante de las demás personas que se establezca ese “contagio” emocional. Para que una sociedad mejore notablemente, sólo basta con que la mayoría de las personas adopte como práctica cotidiana cierta actitud introspectiva para advertir si tiene tal predisposición o bien si es indiferente a lo que le suceda a los demás o que cambie tristeza ajena por alegría propia o alegría ajena por tristeza propia, como muchas veces sucede.

El problema ético en toda sociedad resulta similar al problema de los accidentes de tránsito (al menos en la Argentina). La gran cantidad de víctimas fatales y de inválidos, producidos por tales accidentes, se deben esencialmente a la ausencia de empatía emocional. Así, muchos conductores poco o nada se interesan por la vida y la seguridad ajenas, y tampoco por las propias. Adoptar una actitud empática no significa que un individuo deje de cometer, de vez en cuando, algún error involuntario, sino que tratará de esforzarse por no cometerlo. Con ello basta para reducir notablemente el problema mencionado.

A los mayores opositores a la ética cristiana los encontramos en el egoísta y en el que odia. El egoísta, cuyo hábito de vida implica principalmente ignorar a los demás y pensar todo el tiempo en sí mismo, considera a los cristianos como gente estúpida y débil por cuanto se oponen al egoísmo. De ahí que resulte frecuente la burla y el desprecio de los promotores del “egoísmo racional” hacia todo aquel que valore la “empatía emocional”. También para el que odia, como para el delincuente, el cristianismo es una postura débil por cuanto promueve el perdón y se opone a la venganza, contradiciendo lo que le da fortaleza anímica a quien odia con cierta intensidad.