martes, 26 de noviembre de 2019

Populismo e inflación

Bajo la denominación de “populistas” se caracteriza a determinados gobiernos en función de sus acciones en un conjunto de aspectos, con una tendencia al engaño; uno de ellos es el de la inflación. De ahí que pueda decirse que un gobierno es populista, en ese aspecto, cuando tiende a tergiversar estadísticas, o bien culpar a los empresarios para imponer controles de precios y salarios, llegando al extremo de penalizarlos y encarcelarlos (en cuyo caso se los podría denominar “totalitarios”). Cuando un gobierno dice la verdad y asume ser el responsable de la inflación, o no la puede controlar, se dice simplemente que se trata de un “gobierno inepto” para resolver tal situación.

El proceso inflacionario es casi tan viejo como el mundo. La secuencia general es la siguiente: exceso de gastos por parte del Estado, emisión monetaria compensatoria, aumento de precios y salarios, control de precios y salarios, escasez de productos, penalidades a los “formadores de precios”, desabastecimiento, hiperinflación. Si bien existen otras causas de inflación (emisión de bonos estatales), varios son los políticos que aducen que “la emisión monetaria no produce inflación”. Si bien no produce inflación la emisión que acompaña el aumento de la producción, cuando la supera la ha de generar (de lo contrario existiría la posibilidad nada despreciable de emitir dinero en grandes cantidades para que todos fuésemos ricos).

Para ilustrar la secuencia mencionada, puede citarse el caso del emperador romano Diocleciano. Los economistas R. Schuettinger y E. Butler escribieron: “El más famoso y el más extensivo intento de controlar precios y salarios ocurrió durante el reinado del Emperador Diocleciano quien, lamentablemente para sus súbditos, no fue el más atento estudioso de la economía griega. Dado que tanto las causas de la inflación que Diocleciano intentó controlar y los efectos de sus esfuerzos están bastante bien documentados, es un episodio que vale la pena considerar en detalle”.

“Poco después de su asunción al trono en el año 284, «los precios de las mercancías de todo tipo y los salarios de los trabajadores alcanzaron niveles sin precedentes». Los registros históricos para determinar las causas de esta notable inflación son limitados….Nos dicen que la mayoría de los problemas económicos se debieron al vasto incremento que Diocleciano dispuso de las fuerzas armadas (hubo varias invasiones de tribus bárbaras durante ese periodo), a su enorme programa de construcciones (reconstruyó gran parte de Nicomedia, que eligiera como su capital, en Asia Menor), a su consiguiente elevación de los impuestos y al empleo de más y más funcionarios gubernamentales y, finalmente, a su uso de mano de obra forzada para cumplir gran parte de su programa de obras públicas”.

“Diocleciano en su Edicto atribuyó la inflación enteramente a la «avaricia» de mercaderes y especuladores” (De “4000 años de Controles de Precios y Salarios”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1987).

El emperador no sólo culpó a los mercaderes por la elevación de precios (fase populista), sino que incluso decretó la pena de muerte para ellos y para quienes no vendían sus productos, desabasteciendo a la sociedad (fase totalitaria). En su Edicto aparecen párrafos como el siguiente: “Y a causa de la avaricia de aquellos quienes siempre están prestos a obtener beneficios personales aun de las bendiciones de los dioses, a contener la ola de prosperidad general, y quienes, en un año improductivo, negocian con la siembra de la semilla y el comercio del minorista; a causa de aquellos quienes poseen fortunas tan inmensas que podrían haber enriquecido satisfactoriamente a pueblos enteros y aun así buscan obtener ganancias personales y ruinosos porcentajes de beneficio a su avaricia, hombres de nuestras provincias, la atención que merece la humanidad nos impulsa a fijar un límite”.

En la Argentina, el proceso inflacionario y el control de precios comienza con la llegada del peronismo, llegando Perón a encarcelar a empresarios que “elevaban los precios” más allá de lo permitido por el gobierno. Álvaro C. Alsogaray escribió: “Es con el advenimiento de Perón en 1946 cuando verdaderamente comienza un largo periodo de más de cuarenta años, durante el cual las experiencias de control de precios y salarios se suceden en la Argentina, perdurando hasta el día de hoy [escrito en 1987], con sólo dos breves interrupciones: 1959 a 1962 y 1967 a 1968 (esta última muy parcialmente)” (Del Apéndice de “4000 años de Controles de Precios y Salarios”).

Incluso durante la presidencia de Arturo Illía, considerado como uno de los mejores presidentes, se estableció la Ley Nacional de Abastecimiento (1964), con las siguientes cláusulas (entre otras):

“Mientras rija el estado de emergencia económica el Poder Ejecutivo estará autorizado por la presente ley para establecer normas a las cuales deberán ajustarse la producción, distribución, comercialización y consumo de bienes y servicios. A tal efecto el Poder Ejecutivo nacional podrá:

a) Establecer para las etapas del proceso económico y respecto de cualesquiera de las mercaderías, bienes o servicios, márgenes de utilidad, fijar precios y sus marcaciones, disponer la estabilización o congelación de precios de venta en los niveles, porcentajes, proporciones o cifras existentes en determinada época u ocasión, así como determinar cuotas de producción o elaboración de cumplimiento obligatorio.

b) Fijar precios de sostén y de fomento, inclusive por medio de subsidios, con los recursos que el honorable Congreso arbitrará a requerimiento del Poder Ejecutivo nacional.

c) Disponer, como medida precautoria, la retención o indisponibilidad de mercaderías o productos comprendidos en la presente ley, así como la suspensión del uso o ejercicios de patentes, permisos, concesiones, preferencias o toda clase de privilegios o autorizaciones especiales. A los efectos de la primera parte de este inciso, podrá disponer allanamientos de locales o establecimientos comerciales e industriales.

d) Requerir a los jueces competentes órdenes de allanamiento de domicilios particulares y de secuestro” (Citado por Á. C. Alsogaray).

Puede decirse que, en la Argentina, el control de precios y salarios (como remedio contra la inflación) es lo permanente y no la excepción, incluso hasta llegar al extremo de justificar el fracaso económico del macrismo al sostener que “siempre fue así”. Nunca, por el contrario, en los últimos años, a los gobernantes se les ha ocurrido intentar reducir el enorme derroche estatal de recursos económicos. El espíritu del peronismo sigue orientando el destino y el fracaso de la nación,

domingo, 24 de noviembre de 2019

Expectativas y desempleo (según Milton Friedman)

Buscando aliviar la grave situación económica que afecta a la Argentina, varios son los sectores que apoyan la "solución" de aumentar sueldos, para reactivar la economía y favorecer la creación de empleos; algo poco probable según varios economistas. Es oportuno mencionar la opinión de un especialista, como Milton Friedman, a través del siguiente escrito de Eamonn Butler, coautor del libro "4000 años de Controles de Precios y Salarios":

EXPECTATIVAS Y DESEMPLEO

Por Eamonn Butler

Friedman aprovechó su discurso de 1967 ante la American Economic Association para promover otras dos ideas: su crítica de la noción ortodoxa de que existe un "intercambio" entre inflación y desempleo, y su opinión acerca de la importancia que tienen las expectativas del público a los precios futuros en el curso y la severidad de una inflación. Esos temas fueron retomados en su monografía de 1975 Unemployment Versus Inflation? y en su discurso cuando recibió el Premio Nobel Inflation and Unployment.

Muchos países habían sufrido aumentos de precios asociados con mayores niveles de desempleo durante los decenios de 1960 y 1970; pero la ortodoxia keynesiana encontró que eso era difícil de explicar. Se suponía que el aumento del gasto total por una razón cualquiera (por ejemplo un programa expansionista de gasto del gobierno) induciría al principio a las personas a llevar más bienes al mercado para captar parte de la nueva demanda y que esto les obligaría a contratar nuevos trabajadores y usar las máquinas a plena capacidad. Sólo después de que se hubiera alcanzado la producción máxima o de "pleno empleo" podría el aumento en el gasto comenzar a subir los precios y producir inflación.

Algunos keynesianos habían ido más allá. El profesor A. W. Phillips, en su famoso análisis de 1958, que elaboró según los puntos de vista de Keynes, sugería que existe un "intercambio" entre inflación y desempleo, intercambio que podía representarse en una "curva de Phillips". Pero, en el término de pocos años, ese análisis comenzó a derrumbarse: la inflación y el desempleo empezaron a aumentar juntos. Al principio se pensó que eso sería temporal, una ligera desviación hacia afuera de la curva que se podría resolver mediante medidas ortodoxas. Sin embargo, en los años de la década de 1970 fue evidente que las crecientes tasas de inflación no estaban aliviando el desempleo y que ambos aumentaban con rapidez. La era de la inflación con estancamiento o estanflación había comenzado.

Friedman previó este problema antes que muchos otros supusieran siquiera que existía. Su explicación fue que el "pleno" empleo era un ideal inalcanzable. Hasta en la economía más uniforme habría siempre personas desplazándose entre empleos, ya fuera por propia voluntad, despedidas o buscando otro mejor. Esos cambios llevan tiempo y lo más que se puede esperar es lograr una "tasa natural" de desempleo que tenga en cuenta esos problemas estructurales. Todo intento de reducir el desempleo por debajo del nivel mínimo posible fracasará y los programas expansionistas del gasto gubernamental sólo provocarán inflación una vez que se haya alcanzado ese nivel.

Aunque este razonamiento implicaba que no podía haber un intercambio duradero entre inflación y desempleo, Friedman sugirió que puede ser posible abatir el desempleo más abajo de su tasa "natural", pero únicamente por corto tiempo y a costa de dosis aceleradas de inflación. A medida que se aumente la cantidad de dinero, se estimularán nuevos empleos y la producción, como lo reconoció Keynes. Al principio los negocios tienen auge: casi todo tiene éxito, pocas personas se encuentran involuntariamente sin trabajo y quienes dejan un empleo pueden encontrar otro rápidamente, de manera que el nivel de desempleo baja. Pero con el tiempo el dinero hace efecto en los precios, la nueva tasa de inflación es prevista por todos y las personas ajustan sus expectativas y sus actividades comerciales.

A medida que la prosperidad inicial la absorbe el alto costo de la vida, se reducen la producción y el empleo, el cual vuelve a su nivel "natural". Como no se puede engañar a las personas todo el tiempo, las expansiones monetarias no logran elevar el empleo más allá de ese nivel durante mucho tiempo. Para ello se necesitaría una expansión monetaria más y más grande, que iría siempre adelante de las expectativas del público; pero eso, por supuesto, daría lugar a una inflación acelerada.

Friedman ha hecho de ese análisis de expectativas el punto central de su explicación de cómo se ajustan las personas a los cambios monetarios y lo ha usado incluso para sugerir que la inflación podría realmente generar mayor desempleo. En el transcurso de los años, la fuerza de ese análisis es ya evidente y en la actualidad es difícil encontrar un estudio de salarios y precios que no haga uso de la teoría de expectativas. Es mucho más fácil encontrar ahora estudios que confirman que no hay un "intercambio" duradero entre inflación y desempleo pero tal vez "es aún más sorprendente el grado en que esta idea ha sido aceptada por los círculos oficiales de un gran número de países industrializados, a pesar de que es comprensible la aversión que tienen quienes hacen las políticas a sus implicaciones" (N. Thygeseb).

(De "Milton Friedman. Su pensamiento económico" de Eamonn Butler-Editorial Limusa SA de CV-México 1989)

Filosofías ateas vs. Ciencia experimental

Quienes aducen, o suponen, que no existe un orden natural con cierta finalidad implícita, son los que intentan establecer un “orden artificial” al cual debería adaptarse todo ser humano. Sin embargo, a pesar de ignorar el objetivo final de la ciencia (describir leyes naturales), adoptan la denominación de “científicos” de la misma manera en que denominaban “República Democrática Alemana” a la Alemania totalitaria que construyó el muro de Berlín. En esto cabe la expresión: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”.

Es bastante común encontrar, fuera del ámbito de la ciencia experimental, a quienes pretenden que sus hipótesis sean admitidas, fe mediante, aduciendo haber adoptado cierto infalible método, auto-denominándose “científicos sociales”, mientras que en forma simultánea descalifican toda postura rival caracterizándola como “no científica”. Este engaño tiene como víctima a gran parte de la sociedad, que ignora que la ciencia experimental avanza mediante “prueba y error” (a partir del estado actual del conocimiento), por lo cual el método científico no garantiza la validez de un resultado. Además, no toda filosofía o toda religión han de ser necesariamente falsas.

La validez de una hipótesis científica depende de la compatibilidad entre lo descripto (ley natural) y la descripción realizada (ley natural humana), siendo la diferencia (detectada experimentalmente) el error admitido en el ámbito científico considerado:

Error = Lo descripto – La descripción

Una parte importante de las ciencias sociales atraviesa una etapa pre-científica, por lo que en ellas “todo vale” ya que tienen vigencia tanto las hipótesis erróneas como las que no lo son.

El principal sector que, falsamente, pretende ser reconocido como “científico”, es el marxismo-leninismo, una de las tantas filosofías con pretensiones de objetividad, ya que se ignora que sólo pueden poseer tal carácter las hipótesis verificadas experimentalmente.

Mientras que el científico auténtico establece, en el mejor de los casos, teorías unificadas que dan sentido a varios fenómenos naturales observados, el ideólogo marxista propone “principios filosóficos” que “explican todo”, constituyendo en realidad un proyecto de sociedad utópica diseñada para que todo ser humano se adapte a la misma, ya sea en forma voluntaria o bien forzada. Tales principios filosóficos son disfrazados de “principios científicos” para que tengan mayor aceptación.

Para los marxistas, no existen leyes naturales invariantes, ya que todo el universo seguiría una evolución regida por el mecanismo de “tesis, antitesis y síntesis”. Víctor Afanasiev escribió: “La palabra «dialéctica» es de origen griego. En la antigüedad entendíase por dialéctica el arte de averiguar la verdad en discusión, poniendo de manifiesto las contradicciones del adversario y superándolas. Posteriormente se entendió como método de conocimiento de la realidad. La dialéctica concibe el mundo en movimiento y desarrollos continuos, es decir, lo ve tal como es, por eso es el único método científico”.

“Apoyándose en las conquistas de la ciencia y de la historia de la sociedad, la dialéctica afirma que el mundo es un proceso infinito de movimiento, renovación, muerte de lo viejo y nacimiento de lo nuevo. «Ante esta filosofía – escribió F. Engels-, no existe nada definitivo, absoluto, consagrado…En todo pone de relieve lo que tiene de perecedero, y no deja en pié más que el proceso ininterrumpido del devenir y del perecer, un ascenso sin fin de lo inferior a lo superior», viendo la dialéctica la fuente del movimiento y desarrollo en las contradicciones internas, inherentes a los propios objetos y fenómenos” (De “Manual de Filosofía”-Ediciones Estudio-Buenos Aires 1973).

Como “lo nuevo” es el socialismo y “lo viejo” el capitalismo, suponen los marxistas que necesariamente “lo nuevo” ha de triunfar sobre “lo viejo”, sin siquiera tener presente la compatibilidad del planteo marxista respecto de las leyes naturales y la naturaleza humana, ya que desconocen las leyes elementales de la psicología individual. Sin embargo, sus pretensiones son ilimitadas. Afanasiev agrega: “A diferencia de las ciencias particulares, el materialismo dialéctico estudia las leyes generales a las que se supeditan todas las esferas de la realidad. Así, todos los objetos de la naturaleza inanimada y viva, los fenómenos de la vida social y la conciencia se desarrollan de acuerdo con la ley de la unidad y lucha de contrarios, según la ley del tránsito de los cambios cuantitativos a cambios cualitativos, etc.”.

Adviértase que, para el marxista, no existe una ciencia social experimental auténtica, ya que la sociología se inicia a mediados del siglo XIX (cuando Marx establece sus hipótesis), sino sólo dos bandos filosóficos: materialismo e idealismo, confirmando que el marxismo es una de las tantas filosofías existentes, que poco o nada tienen en cuenta al método de la ciencia experimental. La ciencia experimental, que contrasta hipótesis con la realidad, tiene validez única y universal, ya que tanto las teorías acertadas como las erróneas mantienen ese carácter en todo lugar y en toda época. Es por ello que la distinción entre “ciencia burguesa” y “ciencia marxista” no tienen ningún sentido, ya que en realidad debería distinguirse entre “filosofía burguesa” y “filosofía marxista” si bien resulta dudoso que todos los denominados “burgueses” piensen casi exactamente igual.

La ciencia falsa (filosofía de dudosa validez) no sólo tiende a reemplazar a la ciencia experimental, sino que pretende reemplazar en la mente de los hombres las leyes naturales por las “leyes marxistas”. El citado autor escribe: “Actualmente, las leyes del materialismo dialéctico presentan un carácter general, universal. Actúan en todas partes, tanto en la naturaleza inanimada como en los organismos vivos, en el hombre y en su pensamiento. Este carácter universal de las leyes de la filosofía marxista tiene una importancia excepcional: se pueden aprovechar con éxito para conocer los fenómenos más diversos del mundo. De ahí la inmensa importancia del materialismo dialéctico para el desarrollo de las otras ciencias”.

El carácter objetivo del conocimiento científico, por el cual su validez resulta idéntica para todo habitante del planeta, ha sido tergiversado por las filosofías ateas, como el marxismo y el randismo, quienes aducen ser los verdaderos objetivistas (a pesar de que ignoran las leyes psicológicas individuales y elementales del comportamiento humano). Mientras que el primero implica una apología del proletariado, el segundo implica una apología de la burguesía. Ambos ateísmos prácticos difieren, entre otros aspectos, en las virtudes y defectos asociados a los respectivos sectores afines y rivales, mientras que coinciden en denigrar al cristianismo acusándolo el primero de promover a la clase dominante y el segundo de promover el altruismo (disfraz del odio que subyace al marxismo). En realidad, el cristianismo promueve la cooperación social en todo individuo, pertenezca o no a una determinada clase social.

En “Marxismo y Democracia” puede leerse: “Los principios de un objetivismo se encuentran ya en Marx en diversos sentidos; en todo caso, realmente son sólo principios para formular expresamente sus concepciones universales sobre la naturaleza, el pensamiento y la acción humana, fundamento de su obra posterior. Engels emprendió luego un intento de explicación. Defiende una serie de concepciones que pueden definirse muy explícitamente como objetivismo” (De “Filosofía 1” dirigida por C. D. Kernig-Ediciones Rioduero-Madrid 1975).

Mario Bunge, por otra parte, brinda una lista de librepensadores antisociales (según su criterio), escribiendo respecto de la promotora del “objetivismo”: “Último ejemplo: la fallecida Ayn Rand, una popular novelista, filósofa para andar por casa e ideóloga neoliberal de los primeros tiempos. Era atea, racionalista y materialista confesa, aunque superficial. Pero sostengo que no fue una humanista, porque preconizaba el «egoísmo racional» a la vez que el «capitalismo salvaje»” (De “Crisis y reconstrucción de la filosofía”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2002).

Los filósofos ateos, por lo general, se burlan de la religión, aduciendo que la religión emplea métodos superados por el tiempo, mientras que, además, no admiten que la filosofía no científica ocupe, respecto de la ciencia experimental, la misma posición que para ellos ocupa la religión, esto es, el lugar de método de limitada validez. Incluso, mientras la ética cristiana (basada en la empatía emocional) es compatible con la naturaleza humana, tanto el egoísmo, el odio como el altruismo, sólo son compatibles con la desadaptación del ser humano respecto del orden natural.

La soberbia del filósofo racional, que supone que toda la realidad resulta deducible de los principios que propone, habiendo construido un gran edificio, pero con débiles cimientos, contrasta con la actitud del científico que aporta un ladrillo más al imponente edificio de la ciencia.

Los nuevos sofistas, en lugar de buscar la verdad, sólo intentan mostrar la coherencia propia de sus propuestas y la incoherencia aparente de sus rivales. Creen que coherencia y verdad son equivalentes, mientras que coherencia y verdad coinciden si tal coherencia es “heredada” de las propias leyes naturales que rigen al mundo real.

martes, 19 de noviembre de 2019

Los mitos en política

El descontento de los ciudadanos con los políticos se debe esencialmente al descreimiento que los propios políticos han sabido ganarse una vez que la ciudadanía advierte la falsedad y la mentira que predominan en sus discursos. Gran parte de la prédica partidaria consiste en mitos y mentiras orientados a la única finalidad buscada: el acceso al poder por el poder mismo.

Por otra parte, existen pueblos predispuestos a aceptar creencias de todo tipo, por lo que tanto el presente como el futuro de las naciones dependen casi por completo de los mitos difundidos por los ideólogos y aceptados en forma masiva. No existe límite para la imaginación, como es el caso de una persona que dejó escapar cierta cantidad de conejos, bajo su crianza, por cuanto una vecina le advirtió que "los conejos traen desgracias" (o algo semejante). Tal credulidad constituye un ambiente favorable para la proliferación de mitos de todo tipo.

Uno de los mayores mitos es el de la "concentración de poder económico" en un sistema capitalista y la posible "solución" socialista con una concentración de poder económico, político, militar, cultural, etc., de mucha mayor envergadura. Este es el mito de "las 200 familias" que acaparan el poder económico de una nación sin advertir que toda forma de cencentración de poder se aproxima bastante más a la propuesta totalitaria del socialismo que a la propuesta liberal. Roberto Aizcorbe escribió: "Sería de cualquier modo injusto adjudicar al peronismo el uso exclusivo del mito. El partido Unión Cívica Radical...suele condenar en sus proclamas a las «doscientas familias que manejan a la Argentina». Yo siempre me pregunté en estos años por qué la clase feudal argentina (si es que alguna vez existió) habría de tener exactamente ese número de familias".

"Fue necesario que mis trabajos me llevaran a revisar la historia de Francia en la década del 30 para encontrar esa misma alusión a «las 200 familias» en las proclamas del Frente Popular que ganó las elecciones de 1936. Según pude investigar luego, el profesor argentino Leónidas Anastasi, que se encargó de redactar en aquella época el nuevo programa del partido UCR, tradujo literalmente los bandos y proclamas del Frente Popular francés sin cuidarse de investigar sobre el número de familias que integraban el poder económico de la Argentina. El mito de «las 200 familias» pasó directamente de la política francesa a la política argentina, sin que nadie se haya cuidado de rectificarlo" (De "El mito peronista" en Revista Libro Elegido Número 6-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires Oct/Nov 1976).

Otro mito, aún de mayor alcance, es el que postula que quienes tienen mayor capacidad para la creación de riquezas (la burguesía) necesariamente tienen la mayor cantidad de defectos morales y que quienes tienen menor capacidad para esa actividad necesariamente tienen la mayor cantidad de virtudes. De ahí que la misión del Estado implicaría la redistribución de lo que producen los "perversos" para beneficio de los "virtuosos".

El ideólogo socialista, y el socialdemócrata, proponen el mito de la superioridad moral que los caracterizaría y por el cual serían las personas aptas para llevar a cabo la redistribución de la riqueza ajena, nunca de la propia. Aducen que el político está motivado por fines sociales mientras que el sector productivo sólo tendría objetivos egoístas. El mito de la superioridad moral se advierte en las insinuaciones a la violencia extrema, a los estallidos sociales, al caos y a la anarquía que incorporan indirectamente en cada mensaje mediático, seguidas luego de una protesta contra la represión y a favor de los "derechos humanos" de aquellos cuyas mentes fueron previamente "envenenadas" por el ideólogo.

La esencia de las campañas ideológicas de izquierda consiste en la propagación de mitos descalificadores del capitalismo como también de mitos que apuntan a la idealización del socialismo. Puede decirse que el socialismo ideal tiene ciertas semejanzas con el capitalismo real, mientras que el socialismo real tiene ciertas semejanzas con el capitalismo tergiversado por la prédica marxista. Así, el sistema carcelario imperante en Cuba y algunos otros países, poco y nada tiene que ver con la "sociedad sin clases" y con la "igualdad" promocionada por sus adeptos, ya que la menor disidencia con lo establecido por la autoridad estatal genera el aislamiento social y la cárcel. Heberto Padilla escribió: "Yo conozco casi todos los países socialistas, en dos de los cuales he trabajado, y en todos pude verificar que el aparato policial termina por convertirse en una fuerza de autoridad indiscutible, que aísla de la base popular, indefectiblemente, a la dirección política".

"Cada detenido es interrogado siempre por el mismo oficial. Esto constituye el más singular aporte del mundo socialisra a la jurisprudencia: policía, investigador y juez de instrucción son la misma persona. Tal vez lo hagan para aligerar el trabajo a tribunales cuya única función consiste en oír los cargos acusatorios y dictar la sentencia, sin poner jamás en duda la probidad del proceso investigativo y sus conclusiones. El abogado de la defensa se limita a pedir clemencia en nombre de la generosidad de la Revolución" (Del prólogo de "En mi jardín pastan los héroes"-Editorial Argos Vergara SA-Barcelona 1981).

En la Argentina, el mito peronista es el que ha determinado el presente y el futuro de la nación, ya que es aceptado tanto por partidarios como por "opositores". Uno de ellos es el asociado al comercio exterior. Roberto Aizcorbe escribió: "Según la teoría peronista, el capital es social. Que una persona lo haya acumulado con esfuerzo, postergando consumos, ahorrando mientras los demás gastaban, no le da otro derecho que a la administración. El disfrute debe ser social, distribuyendo las ganancias según las instrucciones del gobierno. Los servicios públicos deben pertenecer al Estado, preferiblemente sin competencia alguna de los particulares, porque se les otorga un interés estratégico".

"En este sentido el Estado debe manejar los principales resortes de la economía; debe monopolizar las importaciones y las exportaciones, en el primer caso para no dejarse robar por los extranjeros, complotados para establecer precios altos y vender productos superfluos a juicio del gobierno; en el segundo caso para imponer a los extranjeros precios justos por los artículos del país".

"También el Estado debe manejar el ritmo de la emisión de moneda, el precio de las divisas y la tasa del interés, para evitar las especulaciones de los oligarcas nativos aliados con los extranjeros. Todo capital extranjero que haya sido invertido fuera del tiempo de los gobiernos peronistas constituye una «entrega» del país al extranjero. En cambio, cuando el Estado peronista hizo covenios con firmas extranjeras...la inversión no fue considerada una «entrega», porque fue concretada por un gobierno «patriota»".

El propio Perón actuaba con los países extranjeros de la misma forma en que él suponía que esos países actuaban respecto de la Argentina. Aizcorbe agrega: "En el comienzo de su gobierno, Perón puso un alto precio al lino, que los norteamericanos importaban para fabricar pinturas. Los importadores de USA se quejaron y Perón respondió con una bravuconada: «Si quieren lino que traigan sus casas a la Argentina, donde se las pintaremos». Más prácticos, los norteamericanos decidieron sembrar lino ellos mismos, con lo cual la producción argentina quedó sin compradores. La producción de lino que en 1937-38 había sido de 1.500.000 toneladas debió reducirse a 900.000 toneladas en 1947-48".

Otro de los tantos mitos del peronismo es el de la "industrialización del país", proceso por el cual se desatendió al campo para promocionar a la industria, y para que la gente se trasladara del campo a la ciudad para votar y vitorear por Perón. El citado autor escribió al respecto: "En los días posteriores al 12 de octubre de 1973 Perón argumentó que antes de su arribo al gobierno, en 1946, no se fabricaba en el país ni un solo alfiler. «Nosotros iniciamos la industrialización del país», sostuvo Perón el 13 de diciembre de 1973. «A este país que recibimos en 1946 sin industrias -agregó- lo entregamos en 1955 con toda una línea completa de industria mediana, exportando manufactura y fabricando máquinas diesel eléctricas, con las cuales modernizamos los ferrocarriles, camiones, automóviles y tractores». Estas palabras fueron lanzadas por los diarios, la radio y la televisión y fueron prácticamente aceptadas por los comentaristas de todas las tendencias".

"Sin embargo, esas palabras son falsas. En un trabajo publicado por el propio Poder Ejecutivo durante la segunda presidencia de Perón (1952-1955) las cifras muestran claramente que el volumen físico de la producción industrial creció en 53,7 por ciento entre 1937 y 1946, y apenas un 16,4 por ciento entre 1946 y 1954".

sábado, 16 de noviembre de 2019

Instancia superior absoluta y solución de conflictos

En todo pueblo y en toda época, han existido conflictos surgidos de las distintas opiniones sobre algún hecho o situación que afecta a dos o más individuos. Este es el caso de dos vecinos que discuten acerca de los deberes y derechos que les corresponden luego de iniciarse un conflicto de intereses. La única alternativa para la solución de este tipo de conflictos implica recurrir a una instancia superior (ley municipal, en este caso). Si una, o ambas partes, desconocen tal instancia superior, el conflicto no tiene solución y es posible que se inicie una etapa de violencia, ya sea verbal o material.

En todos los órdenes de la vida ocurre algo similar. De ahí que en toda época hayan surgido líderes que, "generosamente", se ofrecieron a unificar a la humanidad bajo una sola ley y bajo un solo mando, como ocurrió con Alejandro Magno, Julio César, Napoleón...hasta llegar a la época de Hitler y Stalin. El problema adicional de tal tipo de "instancia superior" radica en que sólo es reconocida por una parte de la humanidad, ya que sólo servirán las instancias superiores reconocidas por todas las partes en conflicto.

De la misma manera en que los líderes militares o políticos intentaron constituir instancias superiores a nivel mundial, imponiendo por la fuerza su voluntad sobre los sectores rebeldes, las diversas religiones intentaron universalizar a Dios como la instancia superior que habría de permitir la solución de todos los conflictos. Sin embargo, el Dios invisible sólo se revela a los hombres mediante enviados, o bien mediante "descubridores" de ese Dios. Al surgir distintos "enviados" o "descubridores" se llegó a la situación indeseada de que la aceptación de los mismos sólo fue parcial, impidiendo la solución de conflictos y generando otros de mayor envergadura.

En los ultimos tiempos ha aparecido un "candidato" a ocupar el lugar de referencia y vínculo objetivo para la solución de conflictos: el orden natural (y el conjunto de leyes naturales que lo constituyen). Como dichas leyes rigen todo lo existente, incluso a todos y cada uno de los integrantes de la humanidad, reúnen las condiciones exigidas para constituir una instancia superior absoluta, estable e invariante.

Este vínculo invariante, sin embargo, es descalificado mediante adjetivos despectivos tales como "naturalismo", "panteísmo", "ateísmo", etc., por quienes pretenden mantener la supremacía del sobrenaturalismo, que presenta la falla de tener validez para sólo un sector de la sociedad y de la humanidad. Mientras que el cristianismo es rechazado por muchos al estar asociado al sobrenaturalismo (el Dios que interviene en los acontecimientos humanos), no lo sería tanto si se lo asociara al naturalismo, o bien se lo habría de aceptar mucho más, ya que la ética cristiana resulta compatible con las leyes psicológicas que rigen las conductas individuales.

Jean Ousset expresa su descontento con la competencia naturalista escribiendo: "El naturalismo, hijo de la herejía, es mucho más que una herejía; es el puro anticristianismo. La herejía niega uno o varios dogmas, el naturalismo niega que haya dogmas o que pueda haberlos. La herejía deforma más o menos las revelaciones divinas; el naturalismo niega que Dios sea revelador. La herejía arroja a Dios de tal o cual parte de su reino; el naturalismo lo elimina del mundo y de la creación" (De "Para que Él reine"-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1980).

Según el citado autor, quien no acepta lo sobrenatural, aún cumpliendo con los mandamientos bíblicos, sería "anticristiano", mientras que el propio Cristo indicó la prioridad de la conducta a la creencia, por lo que el sobrenaturalismo prioritario niega la preeminencia de lo ético sobre lo filosófico, negando la esencia del cristianismo. Mientras que los dogmas pertenecen a la Iglesia Católica, los mandamientos bíblicos surgen de las propias leyes naturales que rigen al ser humano, que son las leyes de Dios. De ahí que deben ser prioritarias las leyes de Dios a las leyes de los hombres (dogmas de la Iglesia).

De la misma manera en que el Estado totalitario tiende a inducir cierta inactividad y negligencia en quienes dependen enteramente de ese Estado, quienes creen en la existencia de un Dios que interviene en cada acontecimiento cotidiano, tienden a adoptar una actitud similar. Por el contrario, tanto el Estado democrático como la religión natural favorecen la acción y la iniciativa individual. Jean Ousset es, justamente, uno de los que reconoce tal deficiencia de la forma religiosa que él mismo apoya, escribiendo al respecto: "Es odioso el engaño de ese pietismo, que se cree sobrenatural, porque está desencarnado, en el que la oración lejos de esclarecer, lejos de fortificar la acción se convierte en argumento de negligencia, de pasividad, de inconsecuencia. Actitud que tiene tanto éxito porque favorece una tendencia natural a la pereza, al esfuerzo efímero, quizá, pero elemental, superficial, sin resultados duraderos y serios".

"Sobrenaturalismo siempre dependiente de lo que es camino extraordinario en la piedad. Espera en un milagro, en la realización de una profecía según la cual todo se arreglará algún día por simple intervención divina, sin que haya necesidad de entremezclarse en ello" (De "La Acción"-Ediciones del Cruzamante-Buenos Aires 1979).

El liberalismo, por otra parte, adopta como punto de partida, o postulado fundamental, la libertad individual respecto de los demás seres humanos. Pero tal libertad, o no dependencia, no ha de implicar sólo la libertad material sino también mental. Sin embargo, en lugar de adoptar como referencia la ley natural (los atributos de todo lo existente), algunos sectores "liberales" adoptan como referencia la opinión de otra persona, como es el caso de Ayn Rand que poco o nada tiene en cuenta tal ley. Esto implica una contradicción esencial ya que se supone que el liberal no debe nunca someterse al gobierno mental de otro ser humano.

martes, 12 de noviembre de 2019

Intercambios voluntarios y beneficios simultáneos

La característica esencial de la economía de mercado implica el intercambio voluntario que apunta a beneficios simultáneos para los participantes. Cuando no se cumplen esas condiciones, los intercambios se interrumpen. Ello se debe principalmente a la existencia de egoísmo, que conduce a la búsqueda de un beneficio unilateral por parte de una de las partes, o incluso de ambas. "Egoísmo: carácter o actitud de quien no piensa ni obra sino según el propio interés" (Del "Diccionario de Filosofía" de Regis Jolivet-Club de Lectores-Buenos Aires 1978).

Los economistas han logrado ir más allá de la descripción de las actitudes, o predisposiciones, que apuntan al beneficio simultáneo recurriendo a las variables propias de la economía. Ello implica observar que cada uno de los actores en el proceso de intercambio, tiende a obtener una ganancia efectiva, ya que lo que ofrece es valorado subjetivamente algo menos que lo que pretende recibir a cambio.

Por ejemplo, alguien que disponga de una gran cantidad de manzanas, que excede ampliamente sus necesidades alimenticias, tenderá a valorarlas según el criterio de "la oferta y la demanda", según el cual una gran cantidad de bienes a ofertar tiende a reducir el precio de los mismos. Ello implica que el criterio reinante en los intercambios tiene su origen en la previa valoración individual y subjetiva de cada uno de los intervinientes. Así, un billete de 100 dólares tendrá una valoración subjetiva bastante menor en un millonario que en una persona pobre, si bien ambos buscarán intercambiarlo por algo considerado por cada uno de ellos como de mayor valor subjetivo.

Este proceso, aparentemente simple por lo familiar y cotidiano, ha exigido bastante tiempo y esfuerzo mental a los economistas para clarificarlo completamente, indicando con ello que, en realidad, no se trata de algo tan simple. De ahí la conveniencia de recurrir siempre a la opinión de los especialistas. En este caso se menciona la versión de Hans F. Sennholz:

LA FORMACIÓN DE LOS PRECIOS

Durante casi dos mil años la investigación económica estuvo malograda por la noción popular de que un intercambio es justo siempre que cada participante obtenga exactamente tanto como lo que da. Esta noción de igualdad de intercambio aun penetró los escritos de los economistas clásicos.

Cerca del año 1870, el inglés Jevons, el suizo Walras y el austriaco Menger refutaron definitivamente este erróneo fundamento filosófico. La Escuela Austriaca, especialmente, construyó un nuevo fundamento basado en la realidad de que el intercambio económico resulta de una disparidad de valuaciones individuales, en vez de una igualdad en costos. De acuerdo con Menger, "el principio que motiva a los hombres a intercambiar, es el mismo principio que los guía en sus actividades económicas en general; es el esfuerzo para asegurarse la mayor posible satisfacción de sus necesidades". El intercambio deja de realizarse en cuanto una de las partes juzgue de igual valor ambos bienes.

En la terminología de los economistas, el valor de las cosas se determina por su utilidad marginal. Esto quiere decir que el valor de un bien se determina por el grado de importancia de la necesidad menos urgente que pueda satisfacer con los bienes disponibles. Un ejemplo sencillo utilizado por Böhm-Bawerk, el eminente economista austriaco, ilustra este principio.

Un agricultor pionero en las selvas de Brasil acaba de cosechar cinco sacos de grano. Estos constituyen su único medio de subsistencia hasta la próxima cosecha. Un saco es absolutamente necesario como abastecimiento de comida para mantenerse vivo. Un segundo saco es necesario para asegurarle su fuerza y su salud completa hasta la próxima cosecha. Un tercer saco será utilizado para alimentar aves de corral que le proporcionarán alimento en la forma de carne. El cuarto saco lo destinará para destilar alcohol. Y finalmente, una vez que sus modestas necesidades personales están así satisfechas, se le ocurre que no puede haber mejor uso para su quinto saco que destinarlo para alimentar a un número de loros cuyas gracias le dan placer y le procuran entretenimiento.

Es evidente que los variados usos a los que destina los granos no tienen una categoría de importancia igual para él. Su vida y su salud dependen de los primeros dos sacos, mientras el quinto y último saco tiene la menor importancia; la final, la llamada "utilidad marginal". Si él llegase a perder este último saco, el finquero pionero sufriría una pérdida de bienestar no mayor al placer del entretenimiento procurado por los loros. O, si tuviese oportunidad de intercambiar con algún otro pionero que pasara por su solitaria cabaña, él valorizaría cualquiera de los cinco sacos como si fuese el de última utilidad. Él está de acuerdo en intercambiar un saco por cualquier bien que a su juicio le proporcione mayor satisfacción que el entretenimiento que le procuran los loros.

Pero ahora supongamos que el finquero pionero únicamente tiene un total de tres sacos. Su valorización de cualquiera de los sacos será la utilidad que le proporciona el tercero y último saco, que lo provee a él de carne. La pérdida de cualquiera de los tres sacos sería mucho más seria, su valor y su precio, por lo tanto, mucho más alto. Nuestro pionero podría ser inducido a intercambiar un saco únicamente si la utilidad del bien que puede obtener a cambio fuese mayor que la satisfacción derivada de consumir carne.

Y finalmente, supongamos que posee únicamente un saco de grano. Es evidente que cualquier intercambio no se puede contemplar, ya que su vida depende de él. Preferiría pelear antes que arriesgarse a perder este saco.

La ley de oferta y demanda

La discusión de los principios de valorización no es meramente académica. En una economía de intercambio altamente desarrollada, estos principios explican la observación común que el valor y precio de los bienes varían inversamente según la cantidad de los mismos. Mientras mayor sea la oferta de bienes, más bajo será el valor de un bien individual y viceversa. Este principio elemental es la base de la doctrina de los precios conocida como la ley de la oferta y la demanda. Dicho en forma más detallada, los siguientes factores determinan los precios de mercado: la valoración subjetiva del bien deseado de parte del comprador y su valoración subjetiva del medio de intercambio; la valoración subjetiva del bien por parte del vendedor y su valoración subjetiva del medio de intercambio.

En un mercado dado puede existir únicamente un precio. En cuanto hombres de negocio descubren discrepancias en los precios de bienes en diferentes localidades, ellos tratarán de comprar en los mercados de menor precio y vender en los mercados de mayor precio. Pero estas operaciones tienden a igualar todos los precios. O, si descubren discrepancias entre precios de bienes de producción y los precios probables de bienes de consumo, ellos podrán emprender la producción en tal forma que aprovechen la ventaja de esas diferencias en los respectivos precios.

El valor y los precios, constituyen el fundamento de la economía en una sociedad con mercado, puesto que es a través del valor y los precios que las personas le dan razón al proceso productivo. No importa cuál sea su última motivación, si es material o ideal, noble o vil, las personas juzgan bienes y servicios según sean o no adecuados para el logro de los objetivos deseados. Ellos atribuyen valor a los bienes de consumo y determinan sus precios. Y de acuerdo con la irrefutable "Teoría de imputación" de Böhm-Bawerk, ellos determinan incluso indirectamente los precios de todos los factores de producción, y asimismo el ingreso de cada miembro de la economía.

Los precios de los bienes de consumo, condicionan y determinan los precios de los factores de producción: tierra, trabajo y capital. Los hombres de negocio evalúan los factores de producción de acuerdo con los precios que suponen tendrán los productos. En el mercado, el precio y la remuneración de cada factor, emerge como oferta o puja por parte de los postores que formulan las propuestas más elevadas. El hombre de negocios, con tal de adquirir los factores de producción necesarios, puja subiendo los precios de su oferta por arriba de la de sus competidores. Sus ofertas están limitadas por los precios que anticipadamente consideran tendrán sus productos.

(De "Problemas económicos de actualidad"-Centro de Estudios sobre la Libertad-Bolsa de Comercio de Buenos Aires 1977)

domingo, 10 de noviembre de 2019

El trabajo: ¿fin o medio?

Si consideramos al ser humano como un sistema complejo adaptativo, la finalidad esencial de su vida será la adaptación al orden natural. En ese proceso adaptativo aparece el trabajo como la acción que le ha de demandar la mayor cantidad de tiempo y de actividad mental. De ahí que, desde este punto de vista, el trabajo ha de ser un medio que posibilitará la finalidad mencionada. De ahí la prioridad cristiana sintetizada en la expresión: "Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura".

El trabajo sin una finalidad, o una finalidad sin la acción que la concrete, carecerían de sentido. Sin embargo, desde el punto de vista de las ideas y de los sentimientos asociados, tiene importancia la prioridad de los fines sobre los medios, ya que los fines nos permiten encontrar un sentido a nuestras acciones.

Siendo el automóvil un medio de transporte, encontramos dos casos extremos: el de quien tiene proyectos para viajar careciendo de automóvil y el de quien tiene automóvil pero carece de proyectos para viajar. Quien tiene proyectos, cuando tenga los medios, podrá realizarlos, mientras que quien carece de proyectos, teniendo los medios, deberá intentar un cambio de actitud para llegar a establecerlos.

En los últimos tiempos, sin embargo, el trabajo como finalidad se ha ido estableciendo a partir del marxismo, cuyo lema podría simbolizarse como: "Primeramente buscad el trabajo bajo el socialismo, que lo demás se os dará por añadidura". Es por ello que el trabajo, simbolizado con la hoz y el martillo (que representan la unión de la agricultura y la industria) constituye el vínculo de unión entre los seres humanos en el socialismo. Por el contrario, el vínculo propuesto por el cristianismo es la cooperación social basada en la predisposición a compartir penas y alegrías ajenas como propias.

El trabajo, en el socialismo, adquiere un valor que va bastante más allá de sus resultados concretos, por cuanto constituye la esencia de la sociedad. Es por ello que, generalmente, los resultados concretos dejan mucho que desear, aspecto considerado por algunos como de poca importancia, mientras que otros ven en tales resultados el fracaso tanto económico como social.

Al aplicar el lema socialista que sugiere: "De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad", se advierte que en realidad tal lema promueve el descenso de la actividad laboral tanto en los poco adeptos al trabajo como en los más activos. Los primeros trabajan menos porque tienden a vivir a costa de los demás, mientras los más activos tienden a disminuir sus actividades por cuanto consideran que es injusta la distibución igualitaria sin tener en cuenta el trabajo realizado. Se atribuye a Adrien Rogers lo siguiente (escrito en 1931): "Todo lo que una persona recibe sin haber trabajado para obtenerlo, otra persona deberá haber trabajado para ello, pero sin recibirlo. El gobierno no puede entregar nada a alguien, si antes no se lo ha quitado a alguna otra persona".

"Cuando la mitad de las personas llegan a la conclusión de que ellas no tienen que trabajar porque la otra mitad está obligada a hacerse cargo de ellas, y cuando esta otra mitad se convence de que no vale la pena trabajar porque alguien les quitará lo que han logrado con su esfuerzo, eso...mi querido amigo...es el fin de cualquier nación. No se puede multiplicar la riqueza dividiéndola".

Una sociedad cuyos integrantes están unidos teniendo como vínculo a los medios de producción, se parece bastante a una sociedad de abejas, o de hormigas. Los líderes socialistas no pueden eliminar de su subconsciente esos modelos de sociedades de insectos. De ahí que, al igual que en un hormiguero, es impensable la existencia de proyectos e iniciativas individuales. También, al igual de lo que ocurre en un hormiguero, poco o nada afecta al conjunto la pérdida de uno de sus integrantes, por lo que muchos socialistas ven como algo "normal y necesario" liquidar a los sectores de la población que se niegan a adaptarse al socialismo una vez efectuada la toma del poder.

La degradación de la vida humana, bajo el socialismo, ha promovido un fuerte rechazo en algunos sectores cristianos. Julio Meinvielle escribió al respecto: "Para Marx, siendo el trabajo el hecho primero y fundamental que produce la vida material del hombre, y por el cual éste se autocrea, no puede ser alienado en manos de unos pocos; los proletarios, cuya definición es, precisamente, ser trabajadores, es decir, no tener otra realidad social que la de producir con su trabajo, exigen por su condición desalienarse, o sea tomar el control y el gobierno de la producción".

"Así se autocreará el hombre nuevo, comunista, cuya necesidad primera la constituirá el hecho mismo de trabajar para crear riquezas y autocrear una humanidad nueva, que será producto del incesante progreso técnico material desarrollado por el trabajo".

"Pero sea por simples razones de sentido común, o con las más complicadas de un hegelianismo invertido, cabe preguntar: ¿Con la supresión de la propiedad privada levanta Marx a la condición de afortunados a todos los asalariados, o rebaja a la condición de asalariados a los poco afortunados? Ya Aristóteles vio con mirada definitiva, contra Platón, que si se priva al trabajo del goce que le viene del estímulo de la propiedad privada, no queda otro recurso para la producción de bienes, siempre penosa, que el trabajo forzado".

"Y las razones de Aristóteles están fundadas en la psicología de la naturaleza humana, que muestra una permanencia en el comportamiento que desafía las previsiones más halagüeñas de cualquier utopía. El hombre, o trabaja para adquirir riqueza, o por miedo al castigo. La sociedad comunista, que suprime la propiedad privada, estímulo natural del trabajo, implanta, por lo mismo, el trabajo forzado. Ahora bien, en una sociedad donde el hombre es privado de vida religiosa y de vida política, y es condenado al trabajo forzado, ¿en qué condición se halla? ¿Divina, humana, animal o infraanimal? La respuesta se impone por sí misma?" (De "El comunismo en la revolución anticristiana"-Cruz y Fierro Editores-Buenos Aires 1982).

En cuanto al trabajo como derecho y como deber, puede decirse que en la actualidad predomina la idea de que el vago y el irresponsable tienen el derecho a trabajar, mientras que el deber de trabajar lo tiene el activo y el responsable, sobre quien recae todo el peso de las obligaciones que le ha impuesto la sociedad.

En los países subdesarrollados, el trabajo es considerado en forma similar a la que aparece en el Antiguo Testamento: un castigo. De ahí la ansiada espera del viernes como preludio del fin de semana, haciendo evidente que gran parte de la población está mentalmente preparada para las fiestas y los días feriados, sufriendo el resto del tiempo, que tiene como consecuencia inmediata la pobre producción económica de toda una nación.

Hay sectores que aducen que el egoísmo es el motor de la economía. Sin embargo, tal predisposición competitiva no es necesaria para el establecimiento de una economía productiva. Si alguien es suficientemente eficaz en su actividad laboral, es posible que progrese económicamente ganando bastante más que lo que gasta para vivir. El exceso lo invertirá en forma productiva y, seguramente, podrá llegar a ser un empresario exitoso, aun sin haberse impuesto metas egoístas y competitivas.

Entre los promotores de la denominada "revolución anticristiana" aparecen los denominados "marxistas de mercado", partidarios del aborto, creyentes convencidos de "la virtud del egoísmo" y de que "el amor al prójimo es inmoral". Aduciendo que el cristianismo predica, no el amor, sino el altruismo, y que el marxismo promueve, no el odio, sino el altruismo, constituyen una importante ayuda para la masiva promoción del marxismo-leninismo, por cuanto presentan una igualdad entre cristianismo y marxismo que no existe.

Mientras que el trabajo es considerado como el vínculo esencial entre los integrantes de la sociedad comunista, el intercambio de lo que fue logrado con el trabajo genuino, es presentado por los "marxistas de mercado" como el vínculo que debería unir a los seres humanos en la sociedad futura. Ayn Rand escribió: "El principio de intercambio comercial es el único principio ético racional para todas las relaciones humanas, personales y sociales, privadas y públicas, espirituales y materiales. Es el principio de justicia" (pág. 45)(De "La virtud del egoísmo"-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2007).

domingo, 3 de noviembre de 2019

Pobreza vs. Acatamiento a las leyes de la economía

En la actualidad, tendemos a interpretar toda forma de sufrimiento humano como una desadaptación respecto del orden natural y de sus leyes. De ahí que, en el ámbito social, se interpreta la pobreza como la consecuencia directa e inmediata de no haber respetado las leyes de la economía. Tales leyes, que no están escritas en ninguna parte, son descubiertas por el hombre mediante la observación de las acciones humanas y la posterior formulación de hipótesis descriptivas.

El punto de vista que prioriza la adaptación del hombre a las leyes naturales, con la felicidad o el sufrimiento como medidas del éxito o del fracaso en tal proceso, surge también en el caso de algunos economistas. Se menciona a continuación uno de ellos (algunos datos o cifras están desactualizados ya que fue escrito hace algunas decenas de años).

UN MUNDO HAMBRIENTO

Por Hans F. Sennholz

La vida del ser humano se halla dentro de la órbita de tres áreas: la ley natural, la ley moral y la ley de la acción y asociación humanas.

Cuando Dios creó el universo le procuró orden y ley. Estableció la ley natural que gobierna la realidad física. El hombre con su investigación científica trata de comprender ese orden para adaptarse a él inteligentemente y beneficiarse de su regularidad. El ser humano se empeña en comprender la naturaleza e interpretar los fenómenos naturales. Busca descubrir las relaciones entre causas y efectos e investiga hechos y principios para aplicarlos a la solución de los problemas.

El documento fundamental de la moralidad hebrea-cristiana es el Decálogo mosaico -los Diez Mandamientos- que Moisés reveló a su pueblo hace unos 3.500 años. La llamada segunda tabla de la ley es una guía sobre cuestiones prácticas y contiene las reglas del hombre sobre la conducta ética.

El hombre está sujeto además a las leyes inexorables de acción y asociación humanas. Las leyes económicas o principios son una parte esencial de ellas. Son lo que son y se cuidan por sí mismas. Si el ser humano las viola sufre la pena del fracaso. Esas leyes son independientes de la voluntad humana y no deben confundirse con las leyes y regulaciones hechas por el hombre. Que estas últimas sean o no efectivas depende enteramente que estén o no en armonía con las leyes inexorables. Si están conformes con estas últimas, el hombre logra sus objetivos. Si las violan, el hombre fracasa en sus empeños económicos.

Miremos una sola de las leyes económicas: la ley de la riqueza o pobreza, o sea el principio de la productividad como la llaman los economistas. El trabajo humano es más efectivo en la producción de bienes económicos necesarios para mantener la vida humana cuando las tareas se realizan con herramientas y equipos de maquinarias que cuando no se cuenta con ellos. El poder y la eficiencia de las herramientas del hombre determinan su productividad y sus ingresos. Un trabajador norteamericano operando maquinaria moderna produce en ocho horas más que cien obreros indios en dos semanas trabajando a mano. El trabajador medio norteamericano está equipado con aproximadamente 40.000 dólares de maquinaria que lo hace el más productivo y mejor pagado de los obreros del mundo. El ingreso por habitante en los EEUU asciende aproximadamente a 6.000 dólares por año, mientras en la India es de menos de 100 dólares por persona.

Pero, ¿por qué los trabajadores norteamericanos están tan bien equipados mientras los países pobres siguen trabajando con herramientas manuales primitivas y con energía animal? Son necesarios ahorros e inversiones para fabricar maquinarias de alto rendimiento. Las personas individualmente consideradas deben sacrificar sus consumos para invertir en equipos productivos. La tasa neta de los ahorros de una sociedad determina la tasa de crecimiento económico, lo cual explica la relativa riqueza del pueblo norteamericano; en doscientos años de desarrollo económico ahorraron e invirtieron más que cualquier otro país de la tierra.

Cada generación trabajó fuerte e invirtió para un futuro mejor, de modo que la generación siguiente estuvo mejor equipada y fue más productiva. En un sistema de libertad individual y de respeto a la propiedad privada y a las ganancias personales, los norteamericanos se orientaron con vistas al futuro. Hoy, nosotros somos los beneficiarios de aquellos esfuerzos e inversiones. En términos de la ley económica, el pueblo norteamericano fue el más obediente a la inexorable ley de la productividad y el que tuvo más fe en ella.

Si la riqueza nacional es el resultado de la obediencia a la ley económica, la pobreza nacional debe ser la inevitable consecuencia de sus violaciones crónicas. La pobreza de la India, China, varios países de África y de América Latina debe ser la consecuencia de ello. Una sociedad que está orientada con vistas sólo al presente, que siempre consume la totalidad de sus ingresos, no procura los recursos para el crecimiento económico y el progreso futuro.

Donde el gobierno consume el ahorro del pueblo para financiar programas populares e improductivos, la economía se estanca. Y una sociedad no puede salir del nivel de pobreza y hambre cuando ella está motivada por consideraciones de envidia y de igualdad económica, que no permiten a sus miembros superarse con sus ahorros e inversiones. En resumen, donde la envidia dicta la política, donde no se toleran inversiones millonarias, prevalece la lúgubre pobreza.

Aunque la pobreza nacional sea fruto de la propia culpa, un cristiano siempre encuentra lugar para la caridad. La caridad para mitigar toda clase de miserias es algo peculiar del cristianismo. Ningún otro sistema de orden civil o religioso la ha originado. Y aunque, según un antiguo aforismo, la caridad empieza en la propia casa, no hay razón para que no salga al exterior. El hombre debe vivir con el mundo como un ciudadano del mundo.

Debemos guardarnos de la caridad que se apresura a proclamar sus buenas acciones hacia todo el mundo, porque deja entonces de ser caridad. Es sólo orgullo y ostentación. Y debemos cuidarnos de la caridad que priva a quienes la reciben de autonomía, haciéndolos dependientes de quien la prodiga. La mayor caridad económica es la que hace al que la recibe completamente independiente. Démosle trabajo más que otra ayuda a los pobres.

Y, aún así, pueden haber situaciones de miseria humana en las que debemos compartir nuestro pan diario con los pobres del mundo para mantenerlos con vida. Pero entonces debemos cuidar de no consumir las semillas del trigo capaces de producir adicionales tajadas de pan para el futuro. La generosidad caritativa debe provenir de nuestra voluntaria contracción del propio consumo, y no de los ahorros que proveen las herramientas para producir más pan.

Aquel que reduce sus ahorros para ser caritativo está sacrificando herramientas y trabajo que podrían mantener más vidas humanas en el futuro. No es entonces caritativo, puesto que meramente le quita algo a futuras generaciones para dárselo a la propia generación. Contribuye a lo que generalmente se denomina "superpoblación", es decir, un desequilibrio entre el número de personas que viven y sus medios de subsistencia.

¿Afronta el mundo superpoblación y, en consecuencia, hambre e inanición? Evidentemente sí, donde quiera que el hombre viola las leyes económicas y, por lo tanto, es incapaz de producir más bienes económicos. Pero en donde el hombre es libre y obediente a las inexorables leyes de la productividad, siempre tendrá medios abundantes para mantenerse.

Con seguridad, durante los últimos 150 años hubo un explosivo incremento de las poblaciones de Europa y en Norteamérica, mucho mayor que cualquiera de los experimentados en el mundo de hoy. Solamente la población de los EEUU creció cerca de 3 millones en 1776 a 75 millones en 1900. Y, aún así, los norteamericanos en 1900 vivían mucho mejor que en la época de los Padres Fundadores. Con cada agregado de pobladores se agregaba todavía más producción, de modo que tenían más alimentos y más cosas para hacer agradable la vida que lo que tuvieron sus antecesores. Los niveles de vida se elevaron en tanto las poblaciones se multiplicaban. Este fue el gran milagro del orden de libertad individual y la propiedad privada. El hombre occidental era entonces libre para producir y crear, para ahorrar e invertir, y ser obediente a la ley económica.

Actualmente, el mundo está sufriendo una explosión demográfica de muchos que "no producen" y que violan la ley económica. Incapaces de producir para su propio sustento, nos exigen a nosotros, los productores del mundo, que restrinjamos el crecimiento de nuestra población para que haya más para ellos. Obviamente, semejante política sólo servirá para avenirse al hambre y la miseria del mundo, ya que los violadores de las leyes económicas se multiplicarán mientras la producción económica declinará.

El hambre y la miseria del mundo sólo pueden mitigarse y desaparecer, mediante la obediencia en todo el mundo a la ley económica. Si el mundo que sufre, aprendiera de las experiencias del hombre occidental y comprendiera e imitara los métodos de producción del sistema de libertad individual y propiedad privada, el hambre y la pobreza masivos pronto desaparecerían. Pero donde quiera el hombre, de cualquier credo, raza o color, elige la actitud de ubicarse por encima de las leyes inexorables de Dios, debe sufrir las inevitables consecuencias.

(De "Problemas Económicos de Actualidad"-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Bolsa de Comercio de Buenos Aires 1977).

sábado, 2 de noviembre de 2019

El llamado a la acción

Mientras que el gobernante liberal orienta a la población en cuanto a la acción individual conveniente para el logro de objetivos beneficiosos, tanto políticos como económicos, el político socialista tiende a hacer promesas sobre su propia acción en caso de ser electo para gobernar. En el primer caso se busca promover la iniciativa de millones de voluntades individuales; en el segundo caso se supone que la iniciativa y los proyectos colectivos dependerán sólo de quienes ejercen el mando del Estado.

A continuación se menciona un escrito cuyo autor fue discípulo directo de Ludwig von Mises. Habiéndose redactado hace varias décadas, es posible que algunos datos y ejemplos estén desactualizados:

EL LLAMADO A LA ACCIÓN

Por Hans F. Sennholz

En la búsqueda de un efecto psicológico, muchos políticos suelen asumir una actitud que los hace aparecer como campeones de un programa de "acción" y "progreso". Ellos saben que ambos atributos siguen mereciendo el respeto y la admiración de la gente decente. Pero, en nombre del progreso, estos activistas acusan a los amigos de la libertad y de la empresa privada por sus actitudes "negativas" y sus políticas de "no hacer nada". "¿No quiere usted que se haga nada?", es la réplica a la que se recurre comúnmente para tratar de bloquear todas las objeciones.

Estos argumentos son totalmente falaces. Sus premisas deben rechazarse y sus conclusiones deben ser rectificadas. En realidad, el llamado para actuar suele ser una manifestación de letargo e inercia individual; puede ser el equivalente de un llamado a la acción del gobierno, más que una convocatoria a la iniciativa individual.

Quienes abogan por la ayuda exterior y describen en términos dramáticos la miseria y el sufrimiento de países foráneos, no se refieren a la propia cuando reclaman acción e iniciativa en este campo de la actividad social. No se refieren a la idea de enviar ellos mismos paquetes de ayuda destinados a asiáticos y africanos hambrientos. Tampoco tienen el propósito de invertir sus propios ahorros en las economías socializadas de la India o del Congo. Probablemente saben perfectamente que sus inversiones en tal caso serían pronto consumidas, derrochadas y confiscadas por gobiernos hostiles a las inversiones de capital. Y, sin embargo, quienes piensan así inducen a su gobierno a gastar miles de millones de dólares de los contribuyentes en ayuda exterior.

Quienes abogan por mejores viviendas, no piensan usar sus propios fondos para proveerlas y cobrar alquileres más bajos. Ellos no quieren actuar por sí mismos; llaman al gobierno para que actúe. Es la acción y la iniciativa del gobierno que ellos desean emplear y es el dinero de los contribuyentes que proponen que sea gastado. Ellos, los que así piensan, probablemente son inquilinos que se quejan de los alquileres que consideran altos, pero eluden las tareas y responsabilidades de ser propietarios. Probablemente son conscientes de que la rentabilidad de las inversiones en vivienda para alquilar suele ser magra y siempre amenazada por aumentos de impuestos y controles de gobierno. Por lo tanto, prefieren inversiones más seguras con menos preocupaciones. Aún así, claman por la acción del gobierno y el gasto del dinero de los contribuyentes tendiente a lograr mejores condiciones habitacionales.

La mayoría de quienes abogan por una "mejor educación" claman por un incremento de la ayuda de los estados nacionales y locales con destino a la educación. Están convencidos que una mejor educación depende de gastos adicionales con fondos del gobierno. Quieren nuevos edificios para escuelas, más aulas, equipos modernos y mejores medios de transporte y, sobre todo, remuneraciones más elevadas para profesores y maestros. El esfuerzo individual aparece pequeño en su grandioso programa de gastos y entonces miran al gobierno como fuente de ilimitados fondos.

Los apóstoles del rápido crecimiento económico no abogan por una acción e iniciativa individuales. No piensan en brindar su propio esfuerzo y privaciones (ahorro) tendientes al crecimiento económico. Se necesitan más de 40.000 dólares en ahorros para crear un puesto de trabajo adicional. Y aún una suma mayor es necesaria si el nuevo puesto de trabajo es más productivo, con salarios más altos y mejores condiciones laborales. En sus vidas privadas, esos apóstoles del crecimiento rápido suelen estar gastando sus ingresos del mes próximo en bienes de consumo, haciendo uso de crédito en diversas formas. Ellos por sí mismos no ahorran el capital necesario para el crecimiento económico. Sus llamados a la acción y a la iniciativa son meramente llamados al gasto público financiado con el dinero del pueblo, directa o indirectamente mediante la inflación.

Por todo ello, la búsqueda de "iniciativa" y "acción" debe mirarse como una búsqueda e incitación a la acción de gobierno. Vista en adecuada perspectiva, la cuestión "¿No quiere usted hacer nada?", en realidad significa "¿No quiere usted que el gobierno gaste el dinero del pueblo en ayuda exterior, viviendas, educación, crecimiento económico, etc.?". Significa en muchos casos simplemente "¿No quiere usted socialismo?".

Este análisis revela claramente por qué los amigos de la libertad y de la empresa privada frecuentemente son acusados de ser "meramente negativos". Los términos "positivo" y "negativo" se relacionan con determinados puntos de orientación. Quienquiera se opone al socialismo y a todas sus trabas a la iniciativa y acción individual, es una actitud "negativa" en los ojos de los socialistas. Pero esa misma actitud es "positiva" cuando el criterio orientador es la libertad, porque su preocupación positiva es, precisamente, la libertad. La vida de quienes asumen esa actitud está llena de iniciativas y acciones.

Nuestros opositores políticos frecuentemente nos describen como si nosotros no tuviéramos una plataforma política positiva, refiriéndose, naturalmente, a un programa de gobierno. Se nos dice que sólo el gobierno puede resolver los modernos problemas públicos y, finalmente, realizar la sociedad ideal. Pero nosotros creemos que la mayoría de los programas gubernamentales, meramente tienden a aliviar síntomas y efectos maléficos de previas políticas del gobierno. Tratando los síntomas y dejando intactas las causas, el mal no se alivia, e incluso puede intensificarse. Por consecuencia, nuestro negativismo a los programas y controles de gobierno es no sólo la única genuina solución, sino la única respuesta positiva al problema.

Tomemos por ejemplo la inflación, que es uno de los males más graves de nuestro tiempo. Un programa de gobierno concebido para combatir la inflación generalmente se refiere a sus efectos indeseables sobre los precios. Podrá tender a que algunos precios se mantengan bajos artificialmente, por medio de controles gubernamentales y otras medidas destinadas a intimidar a algunos. Ya se sabe que por ese medio se fracasa lamentablemente, por cuanto se dejan las causas intactas. Nuestro programa "negativo" en cambio va a la raíz misma del problema. Tiene por objeto cerrar los canales por donde las autoridades monetarias inundan nuestra economía con nuevas cantidades de dinero y crédito. Le ordena al gobierno que equilibre su presupuesto y al Banco Central que se abstenga de nuevas expansiones del crédito. Solamente esa clase de "negativismo" puede lograr la estabilidad monetaria y, de ese modo, resolver los numerosos problemas económicos y sociales provocados por la depreciación monetaria.

Tómese el problema de la desocupación, el cual, igual que la inflación, carcome la fibra moral de nuestra sociedad. También en este caso los programas de gobierno meramente tratan los síntomas y las consecuencias del desempleo que otros programas gubernamentales han causado. Por cuanto no hay duda del hecho de que el salario mínimo y otras leyes laborales son responsables de la mayor parte de la desocupación. El gobierno fuerza los costos laborales hacia arriba y, de ese modo, expulsa del mercado laboral a ciertos trabajadores. Cuando el gobierno decreta un salario mínimo que excede la productividad de algunos obreros, éstos están condenados a la desocupación. "¿Qué puede ser más positivo entonces que reclamar la derogación de la legislación mal concebida causante del desempleo?".

Estamos convencidos que la acción del gobierno constituye la raíz de la mayoría de los problemas económicos y sociales de nuestro tiempo. Siendo así, sólo una acción política que sea capaz de remover la previa política puede aliviar la situación.

(De "Problemas económicos de actualidad"-Centro de Estudios Sobre la Libertad-Bolsa de Comercio de Buenos Aires 1977)