martes, 30 de septiembre de 2014

El lenguaje cotidiano y la política

Quien tiene algo que ocultar, en el ámbito de la economía o de la política, trata de reducir la realidad social a un conjunto de frases hechas que la mutila, la distorsiona o la encubre totalmente. Con ese pequeño conjunto de frases se abre camino hasta llegar al poder, manteniéndolo una vez conquistado. Por el contrario, quienes se proponen construir una visión acorde a la realidad, necesitan apoyarse en ideas y conocimientos concretos, a veces difíciles de reducir a frases cortas y determinantes. Construir siempre resulta bastante más difícil que destruir.

La poca predisposición del ciudadano corriente a adquirir conocimientos concretos, le impide dedicar tiempo suficiente a un escrito cuyo tamaño vaya algo más allá del eslogan o del cliché. Incluso piensa que una ideología capaz de revertir una severa crisis moral y social se ha de construir sólo con pequeñas frases que servirán para contrarrestar aquellas vigentes, sostenedoras y promotoras de la crisis en cuestión. Si alguien puede lograr éxito por ese camino, tanto mejor para todos. José Maria Martínez Selva escribió:

“Un aspecto esencial del lenguaje político son los clichés, palabras que encapsulan, con sospechosa brevedad y sencillez, aspectos sociales complejos. Ortega decía al respecto que «los credos políticos, por ejemplo, son aceptados por el hombre medio no en virtud de un análisis y examen directo de su contenido sino merced a que se convierten en frases hechas […] El hombre medio piensa, cree y estima precisamente aquello que no se ve obligado a pensar, creer y estimar por sí mismo en esfuerzo original». El cliché consigue al mismo tiempo facilitar la comunicación y oscurecer la realidad. En cierto sentido, el cliché constituye el lenguaje como ocultación”.

Cuando no se tiene la suficiente habilidad para poner, en boca de todos, frases que constituirán creencias arraigadas, se cae en la mentira evidente y en la negación pública de la realidad, requiriéndose para ello de una buena dosis de cinismo; algo típico en los líderes populistas. “Las ideas adoptan a menudo la forma de un relato o una narración simple que emociona, convence e ilusiona a los votantes. Una breve historia que explica todo y contiene la solución de todos los problemas del momento. Esta narración ficticia puede sustituir a la realidad. Los acontecimientos que no se ven, como es el caso de los venideros, son más proclives a sufrir una elaboración lingüística que los categoriza y disfraza”.

“La apropiación de una palabra o de una expresión feliz y su inserción en el lenguaje cotidiano es de una importancia estratégica vital para el político, que consigue así introducir en la discusión política y en la opinión pública no ya un término sino una forma peculiar de ver la realidad. Se trata de conseguir que se discuta sobre lo que uno quiere que se discuta y en los términos que uno elige. Los vocablos y expresiones que se emplean, sus connotaciones, las ideas y las emociones que evocan son las únicas buenas posibles. El término, el eslogan, describe la perspectiva, la forma de ver el presente y el futuro y la dirección inequívoca en la que se debe caminar. El paso siguiente es la repetición de las palabras o los mensajes para que ocupen un lugar en la mente de la gente, formen parte de su repertorio lingüístico habitual y desempeñen así el papel de configurar sus actitudes y su comportamiento” (De “La gran mentira”-Ediciones Paidós Ibérica SA-Barcelona 2009).

Si se considera al rival político, y a sus ideas, como una parte de la realidad que se pretende tergiversar, surge la tendencia a calumniar al sector opositor. El nivel de mentiras puesto en juego en una contienda política nos dará una idea del nivel de difamación que simultáneamente se empleará. Para la descalificación del adversario se empleará cualquier justificativo que se crea conveniente. Gerardo Vidal Guzmán escribió respecto de Marco Tulio Cicerón: “Su origen plebeyo constituía una grave desventaja en una época en que los honores políticos estaban en buena medida ligados a la pureza de la sangre. Por lo general, el senado y el consulado se nutrían de patricios, y cuando algún plebeyo lograba encumbrarse a esas alturas debía estar dispuesto a soportar comentarios mezquinos y zancadillas «de clase»”. “Cicerón, sin embargo, no se acomplejaba con facilidad. Se cuenta que en una ocasión un patricio de la familia Metello interrumpió uno de sus discursos en el senado gritándole afrentosamente: «¿Quién es tu padre?» Con tal pregunta el orgulloso Metello pretendía recordarle un origen que él consideraba indigno. Cicerón permaneció impasible y se limitó a responder: «Por mi parte, Metello, tendré la delicadeza de no hacerte la misma pregunta. Como sabes, tu madre ha hecho de esa interrogante algo extremadamente delicado..»” (De “Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad”-Editorial Universitaria-Santiago de Chile 2004).

El humor irónico surge del pueblo como respuesta a la necesidad de contrarrestar las mentiras con las cuales se lo degrada cotidianamente desde el sector político. Martínez Selva escribe: “No estamos indefensos ante este uso manipulador, pues el lenguaje es un instrumento que sirve tanto para manipular como para evitar que nos manipulen”. “El uso de chistes y de motes para encasillar y ridiculizar a los políticos es un ejemplo del empleo del lenguaje desde el gobernado para defenderse del poderoso”.

La utilización del lenguaje, en política, puede apuntar no sólo a la transmisión de información errónea, sino a cierta deformación del razonamiento normal, creándoles a los receptores una visión distorsionada de la realidad que puede servir tanto al gurú de una secta como al líder de un partido populista. Ello se debe a que todo hecho provoca efectos que dependen tanto de la realidad como de la forma en que observamos esa realidad. Walter Lippmann escribió: “Nuestras opiniones cubren inevitablemente un espacio mayor, un lapso más largo, un número mayor de cosas de cuanto podemos observar directamente. Por lo tanto, nacen de lo que los demás nos cuentan y de lo que imaginamos”.

“Sin embargo, ni un testigo ocular trae una imagen verdaderamente natural de una escena. La experiencia parece demostrar que dicho testigo lleva él mismo a la escena parte de lo que después saca de ella, y que, con frecuencia, lo que se toma por el relato auténtico de un hecho es una trasposición del mismo. Hay pocos hechos que simplemente se den a la conciencia; la mayoría parece existir ya, en parte, desde antes. Un relato es la combinación de una realidad y de la percepción de esa realidad, y el papel del observador es siempre selectivo y generalmente creador. Los hechos que vemos dependen de dónde estamos ubicados y de la manera de ver de nuestros ojos”.

“«Para discernir el sentido de las cosas o (dicho de otra manera) para formar hábitos de simple aprehensión de las cosas es necesario introducir: 1º la exactitud y la distinción y 2º la consistencia o estabilidad de significado en lo que de otra manera es vago e impreciso» (John Dewey)” (De “La opinión pública”-Compañía General Fabril Editora SA-Buenos Aires 1964).

La deformación de la realidad no es una cuestión asociada solamente al lenguaje, sino que proviene de problemas psicológicos arraigados. Gordon W. Allport escribió: “Cuando un verdadero paranoico se hace demagogo puede ocurrir algo desastroso. El éxito del demagogo será mayor, por supuesto, si es normal y astuto en todas las otras fases de su liderazgo. Si ocurre así, su sistema de ideas ilusorias parecerá razonable y atraerá a secuaces, especialmente a quienes también tienen ideas paranoides latentes. Pónganse juntos a un número lo bastante grande de paranoicos, o de personas con tendencias paranoides, y resultará de ello una peligrosa multitud” (De “La naturaleza del prejuicio”-EUDEBA-Buenos Aires 1962).

De la misma manera en que en Cuba se describe y explica todo fracaso social o económico, culpando al “imperialismo yankee”, impidiendo toda posibilidad de solución, en la Argentina se trata de describir y explicar la severa crisis en base a la nefasta influencia de los “fondos buitres”. En este caso se hace referencia al ave carroñera que sobrevuela observando la inminente muerte de su futura presa. Además, el buitre, en cuestiones financieras, trata de obtener ganancias exorbitantes. Debido a que el gobierno kirchnerista no tuvo la suficiente habilidad, en su momento, para comprar los bonos argentinos a un precio muy reducido, evitando problemas posteriores, se ha llegado a una situación cuyos efectos tienden a agravarse. Desde el propio gobierno se apoya la disyuntiva “patria o buitres”, asociando la patria al gobierno de turno y los buitres al sector opositor (como adherente a los grupos especuladores). Representa, además, una renuncia implícita a intentar revertir la tendencia decadente del país por cuanto se ha buscado como causa de los problemas a un grupo de inversores sobre los cuales no se tiene control alguno.

El comportamiento “buitre” se ha visto en el país en épocas en que estaba en vigencia la denominada “1050”, una ley que perjudicaba a quienes estaban pagando una vivienda con ajustes por inflación, ya que la deuda se agrandaba en lugar de achicarse con los pagos realizados. Los “buitres”, en ese caso, eran los abogados que “sobrevolaban” a los deudores que podían perder sus viviendas para quedarse con ellas mediante artilugios legales conocidos por tales especialistas. Esta es la forma en que los Kirchner actuaron tratando de lograr poder económico y, posteriormente, político.

El otro aspecto del comportamiento “buitre” implica la búsqueda de ganancias exorbitantes, esta vez con la compra y venta de terrenos que habían sido del Estado. Al respecto, P. A. Mendoza, C. A. Montaner y Á. Vargas Llosa escribieron: “Uno de los muchos «pelotazos» -como dicen en España- que pegaron los K es la compra de 60.000 metros cuadrados de terrenos por el equivalente de 60 céntimos de euro y su venta, al año siguiente, a 50 euros el metro cuadrado, es decir a un precio 72 veces superior. Es así como financiaron su hotel en Cafayate, la localidad de la Patagonia de donde salieron para gobernar el país (y dar más pelotazos que Leo Messi). Otros terrenos, que suman 129.000 metros cuadrados, fueron revendidos también en muy poco tiempo por entre 70 y 80 veces más de lo que les habían costado”. “Como todos aquellos que presiden un sistema de enriquecimiento por la vía del poder político, los K se aseguraron de que muchos allegados también vieran prosperar su situación financiera a velocidad del rayo” (De “Últimas noticias del nuevo idiota iberoamericano”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2014).

Al menos se ha podido llegar a un acuerdo lingüístico entre gobierno y oposición, definiendo al problema como una alternativa del tipo “Patria o buitres”, aunque con una diferente interpretación según el caso; buitres extranjeros para el gobierno y buitres locales para la oposición. Teniendo presente aquella frase que advierte: “Cría cuervos y te comerán los ojos”, puede cambiarse a: “Entrégale todo el poder a los buitres internos y luego resígnate a las consecuencias de tal decisión”.

domingo, 28 de septiembre de 2014

La revolución interior

En cuestiones humanas y sociales, se entiende por revolución al cambio que se produce en un individuo, o en la sociedad, y por el cual dejan de ser lo que son y comienzan a ser otra cosa. Si se trata de un cambio individual favorecido por una prédica religiosa, se habla entonces de una conversión. Por lo general, se buscan mejoras bajo dos alternativas posibles:

a) A partir de la mejora individual se busca, además, la social
b) A partir de la mejora social se busca, además, la individual

La primera alternativa caracteriza al cristianismo, ya que busca la conversión de pecadores en justos, para que en ellos reine la justicia de Dios a través de sus leyes. Augusto Cury escribió: “Cristo tenía conocimiento de la miseria social del ser humano y de la ansiedad que estaba en la base de su supervivencia. Quería sinceramente aliviar esa carga de ansiedad y tensión que cargamos a lo largo de nuestras vidas. Aunque tenía plena consciencia de la angustia social y del autoritarismo político que las personas vivían en su época, él detectaba una miseria más profunda que la sociopolítica, una miseria presente en lo más íntimo del ser humano y fuente de todas las otras miserias e injusticias humanas”.

“Actuaba poco sobre los síntomas: su deseo era atacar las causas fundamentales de los problemas psicosociales de la especie humana. Por eso, al estudiar su propósito más ardiente, comprendemos que su revolución era en lo íntimo del hombre, y no en la política. Un cambio que se inicia en el espíritu humano y se expande por toda su psique renovando su mente, expandiendo su inteligencia, transformando íntimamente la manera en la cual el ser humano se comprende a sí mismo y el mundo que lo rodea, garantizando así un cambio psíquico y social estable”.

“Cristo predicaba que solamente por medio de esa revolución silenciosa e íntima seríamos capaces de vencer la paranoia del materialismo no inteligente y del individualismo y desarrollar los sentimientos más altruistas de la inteligencia, como la solidaridad, la cooperación social, la preocupación por el dolor de los demás, el placer contemplativo, el amor como fundamento de las relaciones sociales” (De “El Maestro de maestros”-Grupo Nelson-Nashville 2008).

El mensaje cristiano excluye otras sugerencias éticas. Y ello se debe a que tiene en cuenta las posibles respuestas del hombre en distintas situaciones y elige la mejor de ellas, o la que mejores resultados produce. Así, supongamos el caso de una persona que sufre algún percance o alguna enfermedad. Las posibles respuestas serán: a) Se comparte ese dolor, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con alegría. Y ante una situación de alegría: a) Se comparte esa alegría, b) Se responde con indiferencia, c) Se recibe con tristeza.

Adviértase que en ambos casos se han mencionado todas las respuestas posibles que se producirán en las restantes personas, aunque con distintas intensidades emocionales. Como el amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias, una vez que se ha enunciado el mandamiento respectivo, resulta ser el único camino para encontrar la felicidad y para cumplir con la aparente voluntad del Creador, o la finalidad implícita en el orden natural. Sin embargo, desde la filosofía y desde las ciencias sociales, al buscarse una ética elaborada por “métodos terrestres”, se deja de lado algo tan simple y evidente. Adviértase que el mandamiento del amor al prójimo es tan fácil de comprender como difícil de poner en práctica, debido precisamente a su generalidad.

Las distintas éticas propuestas son consecuencias de las diversas posturas filosóficas establecidas; de ahí la síntesis enunciada por Wilhelm Dilthey:

1) La metafísica de la razón ética universal y el principio de la acción moral en un Reino de Dios
2) La metafísica de la razón contemplativa y el principio de la negación del mundo
3) La metafísica de las fuerzas conformantes y el principio de la autoconservación
4) La metafísica del materialismo y el principio de la animalidad
(De “Sistema de la ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1973).

La ética cristiana, si bien se adapta a la primera de las posturas mencionadas, puede prescindir de cualquier perspectiva filosófica ya que implica ciertamente una simple elección entre el bien y el mal surgida ante lo evidente y el sentido común.

Al existir en el hombre una tendencia a competir, debe orientarse tal competencia hacia uno mismo, como la del deportista que mejora sus marcas sin pensar tanto en los demás. La competencia constructiva y exitosa exige lo máximo de cada uno, mientras que la competencia destructiva tiene en cuenta al adversario sin tener un parámetro de comparación propio, u objetivo, que le permita superarse cada día. De ahí que sea tan importante el acierto propio como el error o la debilidad del adversario. En cuestiones éticas, tal parámetro de referencia será nuestra capacidad de compartir las penas y las alegrías de los demás.

En nuestra época, se hace necesario despojar de símbolos al mensaje religioso traduciéndolo al lenguaje científico; no para suplantarlo, sino para fortalecerlo. A quienes se oponen a tal alternativa sosteniendo una postura tradicionalista, se les puede preguntar si estiman que los resultados de la difusión actual del cristianismo resultan adecuados a las necesidades de la sociedad.

Las ciencias sociales admiten la posibilidad de esa traducción, tal el caso de la Psicología Social, cuya finalidad es la descripción de los efectos que las distintas ideas o creencias producen. Edwin Hollander escribió: “El carácter distintivo de la Psicología Social surge de dos factores fundamentales: primero, su interés en el individuo como participante en las relaciones sociales; segundo, la singular importancia que atribuye a la comprensión de los procesos de influencia social subyacentes bajo tales relaciones” (De “Principios y métodos de psicología social”-Amorrortu Editores SA-Buenos Aires 1968).

En el caso de la Sociología, existen las dos alternativas mencionadas en un principio, es decir, de describir al individuo partiendo de la sociedad, o bien de describir la sociedad a partir del individuo como instancias previas al cambio. Emile Durkheim, la figura representativa de la primera alternativa, escribió: “La sociedad no es mera suma de individuos, sino que el sistema formado por su asociación representa una realidad que tiene características propias”. Raymond Boudon, por su parte, adhiere a una postura próxima a la adoptada por la Psicología Social, escribiendo: “Para explicar un fenómeno social cualquiera (sea éste atinente a la demografía, a la ciencia política, a la sociología o a cualquier otra ciencia específica), es indispensable reconstruir las motivaciones de los individuos involucrados en el fenómeno en cuestión, y percibir este fenómeno como resultado de la sumatoria de los comportamientos individuales dictados por esas mismas motivaciones” (Citas en “Las nuevas sociologías” de Philippe Corcuff-Siglo Veintiuno Editores-Buenos Aires 2014).

La principal oposición al cambio social por medio de la revolución interior, es la sostenida por los impulsores de revolución social, en la que promueven la violencia entre el sector “inocente” respecto del “culpable”. Se trata que el individuo pierda o renuncie luego a sus objetivos y atributos personales para ser absorbidos por un colectivismo impuesto por la clase social triunfante luego de una ardua contienda. Quienes promueven la revolución social, aducen por lo general la búsqueda de la liberación respecto de algún imperialismo que oprime al individuo. Sin embargo, olvidan los éxitos que en ese sentido obtuvo el Mahatma Gandhi, quien liberó a la India utilizando principalmente métodos pacíficos orientados al individuo. Por el contrario, quienes promovieron el colectivismo lograron como resultado esclavizar a sus propios pueblos en lugar de liberarlos, siendo el precio pagado por contradecir todo lo sugerido por el cristianismo. Alberto Orlandini escribió: “La URSS se comportó de modo imperial, y Fidel tuvo el papel de peón, aportando sangre cubana”. “Los asesores soviéticos vivían separados de la población cubana, habitaban viviendas aisladas que dejó la burguesía, tenían transporte propio, compraban en tiendas para extranjeros, e iban a las playas separadas de la gente, un verdadero apartheid”.

Los imperios que desconocen la naturaleza humana son denominados “gigantes con pies de barro”, por cuanto sus objetivos resultan opuestos a los que vienen implícitos en la ley natural, con el correspondiente sufrimiento padecido por las involuntarias víctimas de la revolución social. El citado autor agrega: “Los sovietólogos estadounidenses se sorprendieron ante el derrumbe de la URSS desde adentro. La caída de la URSS no fue provocada por los servicios de inteligencia de EEUU, se derrumbaron por la errónea concepción de querer dirigir la economía por el Estado, la falta de entusiasmo, creatividad e incentivos de los trabajadores, el déficit habitacional, la miseria de la alimentación, la mala calidad de los electrodomésticos y de los automóviles, la pobreza de la cultura y la corrupción. Las únicas cosas que la URSS producía con calidad eran armas. Desde la época de Stalin se privilegió a los ingenieros y constructores de armamento y aviones” ” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).

Las crisis que afrontan las sociedades actuales se deben principalmente al reemplazo de la búsqueda de una finalidad de la vida por la búsqueda del progreso material. Fulton J. Sheen escribió: “La tercera idea que se está liquidando hoy es el racionalismo, entendido en el sentido de que la finalidad suprema de la vida no es el descubrimiento de su sentido y objetivo, sino solamente el logro de nuevos progresos técnicos para hacer de este mundo una ciudad del hombre que desaloje a la Ciudad de Dios. El racionalismo bien entendido es la razón preocupada por los medios y los fines para llegar a un objetivo; el racionalismo moderno es la razón interesada por los medios con exclusión de los fines. Esto se justificó sobre la base de que el progreso tornaba imposible los fines. El resultado fue que el hombre, en vez de avanzar hacia un ideal, cambió de ideal y llamó al nuevo progreso”.

“La reacción se ha operado y el hombre que abandonó su razón al servicio adecuado del término, descubre que el Estado se ha asegurado su prioridad como razón planificadora, de modo que ahora no hay más razón que la del Estado, lo cual es fascismo, o la razón de clase, que es el comunismo, como hubo antaño la razón de raza, que era el nazismo. Otras manifestaciones de irracionalismo aparecen en el freudismo, que hace del subconsciente el principio determinante de la vida, o el marxismo, que suplanta a la razón por el determinismo histórico, o en la astrología, que culpa a las estrellas” (De “El comunismo y la conciencia occidental”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1961).

miércoles, 24 de septiembre de 2014

El siglo de la libertad y el miedo

El siglo XX ha sido, posiblemente, el más violento en toda la historia de la humanidad. También ha sido el de la libertad, asociada a la democracia, y el del miedo, asociado a los regimenes totalitarios. Lo destacable, en este caso, es que valores como la libertad o la igualdad personal, asumidos como conceptos básicos de la civilización, debieron ser defendidos ante quienes pretendieron negarlos; al menos de hecho, aunque no tanto de palabra. Ha sido también el siglo de la globalización (interrumpida por los populismos y los nacionalismos) y proyecta sobre nuestro siglo, aunque atenuadas, las ideologías que originaron la Guerra Fría, es decir, aquella lucha entre la libertad y el miedo. Natalio R. Botana escribió:

“Nunca se avanzó con tanto ahínco para prolongar la vida humana; jamás el poder fue capaz de organizar tantas maquinarias de aniquilamiento y tantos campos de exterminio”. “En este siglo, los seres humanos han dado muestras constantes de la atracción que sobre ellos ejercen la paz y la guerra, el ascenso hacia una concordia razonable y el exultante vértigo que produce la visión del abismo y de la muerte en masa. Estas inclinaciones contradictorias de la naturaleza humana –sonaría ridículo afirmar lo contrario- no son propias ni tampoco típicas de este siglo, pero nunca en la historia se manifestaron con semejante irradiación universal. En ese pasado aún cercano, algunos pueblos tuvieron el genio de limitar el poder merced al reconocimiento de la libertad, del derecho y de la dignidad de cada persona, mientras otras sociedades sufrían las furias que ese mismo poder desataba con fulminante rapidez” (De “El siglo de la libertad y el miedo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2001).

La explicación del importante apoyo que todavía tienen los sistemas totalitarios, a pesar de sus nefastos efectos, es que, mientras muchos hombres necesitan de la cooperación y de la amistad de los demás para llevar una vida feliz, otros encuentran en el odio, y el triunfo sobre el enemigo circunstancial, el motivo y el sentido de sus vidas.

Quien promueve la libertad, promueve también la verdad, mientras que quien trata de dominar a otros seres humanos mediante la violencia y el miedo, utiliza la mentira como su principal aliada. Así, teniendo presente las estadísticas que muestran un porcentaje aproximado del 10% de la población mundial como poseedora del 85% de las riquezas, hay quienes encuentran en ello un justificativo para la distribución de las mismas por vía de la violencia o bien por el robo legalizado desde el Estado. Sin embargo, esta actitud surge de una interpretación parcial de la realidad, siendo una verdad a medias, que pretende hacer creer que ese 10% “consume” el 85% de la producción total, sin tener en cuenta que es el que produce ese porcentaje de riquezas. Así, un Bill Gates posee una de las fortunas más grandes del mundo, pero ello no implica que consuma “riquezas” mucho más allá de lo que consume una persona normal, ya que tal fortuna implica inversiones en acciones de capital productivo. También se recrimina a los países industrializados por el elevado consumo de energía, sin decir la verdad completa, ya que la mayor producción de riquezas requiere necesariamente de un mayor consumo de energía.

Si bien durante gran parte de la historia de la humanidad han existido conflictos, generalmente promovidos por la ambición y la conquista, se advirtió en el siglo XX una tendencia a destruir las propias poblaciones en defensa de ideologías totalitarias. Como representante de esa época queda el dictador Fidel Castro. Alberto Orlandini, que vivió en Cuba desde 1962 a 1995, escribe: “La crisis de octubre fue uno de los peores momentos de la Guerra Fría. La URSS y EEUU, sin la participación de Castro, decidieron un compromiso: sacar los misiles con munición atómica de Cuba, dar garantía a Cuba de no ser invadida por EEUU, y suspender los ataques militares de la contrarrevolución, y EEUU ganó seguridad. El compromiso provocó el disgusto de Fidel con los soviéticos, y propiciando mayor dureza proclamó de manera irresponsable, inconsulta y demencial que Cuba estaba dispuesta por la Humanidad a perder la vida de toda su población. Tremendo personaje este Fidel, disponía de la vida de ocho millones de habitantes de manera suicida e inconsulta, y pone la vida de la Humanidad en riesgo. Por fortuna, ni Nikita Kruschev ni John Kennedy lo tomaron en cuenta”. “Castro y Guevara proponían que en caso de una invasión de EEUU a la isla, los soviéticos lanzaran las bombas atómicas contra EEUU”.

“Castro ha utilizado al odio como un sentimiento permanente para unificar y dirigir la conducta de la población. En sus largos discursos y editoriales en los diarios oficiales, arremete contra EEUU, contra la contrarrevolución y simplemente contra la disidencia pacífica. Al disidente se le aplica el término despectivo y odioso de «gusano». Como consecuencia del odio, los disidentes sufren escraches, golpizas, detención y aún la muerte por patotas de soldados vestidos de civil o por obreros militarizados, pero nunca uniformados, para dar la impresión de que se trata del concepto maoísta de contradicciones en el seno del pueblo, donde la policía no actúa”.

“Guevara compartía con Castro la idea de que el odio y la incitación a la violencia resultaban virtudes revolucionarias. El amor y la compasión no eran virtudes, pero sí lo eran el odio y la agresión”. “Guevara dividía a los hombres en amigos y enemigos, no había una tercera posibilidad. Para los enemigos: la guerra y la muerte. Dijo: «No hay experiencia más profunda para un revolucionario que el acto de guerra»”.

“Fidel ha estado usando tácticas de propaganda ideadas por Joseph Goebbels, en la Alemania nazi, creando ante la opinión pública la idea de ser [Cuba] una fortaleza sitiada por un perverso enemigo único. EEUU y la contrarrevolución. Esto le permite polarizar y desviar la atención y convencer al pueblo de que el origen de las carencias y dificultades son causadas por el enemigo” (De “Memorias de un médico argentino en Cuba”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2014).

Adviértase que, mientras que desde un punto de vista civilizado, se tiende a dividir a una sociedad en buenos y malos, admitiendo estados intermedios, para la conversión de estos últimos, en los países totalitarios se divide a la población en adeptos al líder y opositores, de donde surgen las sociedades del miedo y del terror, por cuanto una persona puede orientarse hacia el bien, según lo estimula su propia naturaleza humana, mientras que esa misma actitud pondrá en riesgo su vida, y la de sus familiares. La gravedad de la situación se refleja en la cantidad de individuos que a lo largo y a lo ancho del mundo admiran a tan funestos personajes.

El odio destructivo ha sido siempre favorecido por la complicidad del imparcial, del neutral o del tibio. Así, cada vez que el ideólogo totalitario busque la división y la discordia, promoverá necesariamente la reacción de las personas que han sido material o psicológicamente agredidas. Luego, el observador “imparcial” no tendrá en cuenta quien inició el conflicto ignorando los motivos que lo produjeron, ubicando a cada uno de los contendientes en una misma balanza. Incluso pasará decididamente a favor del belicoso si encuentra un mínimo error en quien pretende defender su libertad y su dignidad.

Esta actitud la vemos actualmente en los periodistas “tibios”, que otorgan similar credibilidad a un gobierno populista, que difama y se burla de la oposición, a la de las personas que tratan de defenderse de tal actitud. Luego de que el ciudadano decente se “acostumbra” a sentirse agredido por la burla y la mentira oficial, recibe un “balde de agua fría” cuando observa a la máxima autoridad de la Iglesia Católica bendiciendo a un grupo político oficialista que lo fue a visitar con el objeto de obtener rédito político. También asombra que tal autoridad se lamentara públicamente cuando un delincuente urbano fue abatido a golpes en un acto de “justicia por mano propia”, mientras que nunca se le ha escuchado reclamar ni lamentarse por los cientos, o miles, de victimas inocentes que han perdido sus vidas en manos de los delincuentes urbanos.

Si bien el cristianismo prioriza a los pecadores sobre los justos, ya que su tarea principal implica convertirlos en justos, tiene sentido el apoyo espiritual cuando el pecador comienza a hacer un esfuerzo por dejar de serlo. De lo contrario, si el político populista sigue sembrando odio y divisiones en la sociedad, o el ladrón sigue burlándose de quienes trabajan, o el asesino se jacta de sus crímenes, y se los trata de una manera igualitaria, entonces se los está apoyando en su accionar.

Aun con una inseguridad alarmante, con una creciente violencia en los delitos, en algunos programas televisivos, emitidos en medios de comunicación oficiales, se divulgan las “falacias” comunes proponiendo al televidente no aceptarlas. Entre las falacias encontradas por Bernardo Kliksberg, se encuentran: a) El apoyo a la “mano dura”, b) El apoyo a la “tolerancia cero”, c) La creencia en que la droga favorece al crimen, d) El apoyo electoral a los políticos de “derecha” (que prometen bajar la inseguridad), e) El aumento de las penas y del tiempo de encierro de los delincuentes, etc. De ahí que lo que debería hacerse es seguir “premiando” al delincuente, otorgándole una vivienda “digna”, servicios médicos gratuitos, trabajo bien remunerado, etc. Si el “pecador” da indicios de querer dejar de serlo, seguramente tal ayuda lo reinsertará en la sociedad. Pero si el ladrón se burla y el asesino se jacta de sus crímenes, lo que efectivamente se logra con tal ayuda es el incremento de víctimas inocentes.

En todos estos casos, no es tan importante lo que piensan los promotores de la reinserción social, o los optimistas cristianos, o los jueces abolicionistas, o los pesimistas de siempre, sino lo que sus acciones y palabras promueven en la mente del delincuente. Todo parece indicar que la delincuencia, como medio de vida, resulta ser en la Argentina una actividad altamente redituable por cuanto el “costo” es mínimo y la ganancia, prometedora. Si el delincuente sale a robar y a matar, y considera que es muy poco probable que se lo envíe a la cárcel, y que es imposible si es menor de edad, entonces no desaprovechará la oportunidad que el “generoso” país le brinda.

En televisión se pudo observar a un delincuente efectuando un asalto a mano armada, filmado en la ocasión por la propia víctima (un turista canadiense) con la peligrosa información difundida al respecto: el delincuente no fue encarcelado, es decir, fue detenido por la policía, pero la “generosa” justicia argentina lo liberó (porque no se hizo la denuncia correspondiente). Al difundirse el video por Internet, pueden ocurrir dos cosas: se reducirá el turismo hacia la Argentina o aumentará la “inmigración” de delincuentes desde países limítrofes. La disyuntiva en la Argentina no implica tanto la elección entre populismo o democracia, sino que estamos ante la opción de elegir entre la destrucción de la sociedad o su reparación; entre la libertad o el miedo.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Cómo superar la era populista

Ante el declive social, cultural y económico de la Argentina populista, conviene releer los libros escritos sobre crisis anteriores. Los intelectuales argentinos son reclamados a cada tanto para que describan los errores presentes y pasados haciéndonos conscientes de ellos con la esperanza de evitar que los cometamos nuevamente. Los gobiernos pasan, pero la crisis persiste. Ni siquiera las condiciones económicas favorables de los primeros años del milenio sirvieron para revertir la situación mediocre por la que transitamos. Federico Peltzer escribió: “Desde antiguo la medicina emplea el concepto de crisis: es el momento más dramático de la tensión entre enfermedad y salud. Tras ella, o se restablece el equilibrio del cuerpo, o el paciente muere. Por analogía se habla de crisis para los tiempos de profunda perturbación, sea en las personas, sea en la sociedad. Se dice que ésta padece crisis cuando los valores que la regían –al menos en apariencia- ya no son respetados; o cuando la economía con que se gobernaba no basta para satisfacer las necesidades de sus miembros; o cuando la naturaleza le es adversa, al punto de poner en peligro la supervivencia de sus habitantes; o, en fin, cuando una plaga diezma la salud de aquellos”.

“Toda crisis tiene algo en común: la agudización de un proceso y la necesidad de cambio. O aquel nos arrastra o acertamos con la manera de conjurar el peligro. Lo que no se puede es vivir en permanente estado de crisis, porque ni los hombres ni la sociedad soportarían indefinidamente la tensión que importa. Sólo puede esperarse una doble opción, la salida de la crisis mediante la modificación de lo que antes era estable. Crisis y cambio son, pues, palabras consecutivas. De ahí su dramaticidad, pero también el horizonte de nuevas posibilidades que ofrecen”.

“Hay crisis para morir, pero también las hay para crecer, los espíritus equilibrados suelen templarse en tiempos de crisis. Ellos las gobiernan con sabiduría y prudencia. No son héroes; son sencillamente pilotos de tormenta. Por el contrario, lo peor que puede sucederle a un pueblo es confiarse a un presunto salvador en tiempos críticos. Porque, si en las crisis individuales basta la propia voluntad o la comprensión de uno solo, en las crisis de los pueblos la solución sólo se alcanza merced al aporte de todos” (De “Voces en la crisis”-Ediciones Agon-Buenos Aires 2003).

Así como a principios del siglo XX la Argentina transitaba por una etapa de desarrollo, los años subsiguientes constituyeron los inicios de la etapa del populismo, con ciertos matices totalitarios. El populismo, como disfraz del totalitarismo, es lo opuesto a la democracia. Recubierta y tergiversada la realidad histórica tanto por políticos, periodistas e intelectuales que relegaron la verdad a la conveniencia personal del momento, condenaron a la nación a revivir épocas de crisis similares a las vividas en el pasado.

Se pensaba que la continuidad “democrática” habría de permitirnos superarlas luego de una época signada por levantamientos militares, por lo que muchos consideran que no fue el populismo el problema nacional, sino el militarismo, y que, concluidas tales interrupciones, adoptaríamos definitivamente el camino del desarrollo. Sin embargo, esta visión proviene de una descripción parcial de la realidad. En primer lugar, los gobiernos populistas fueron una caricatura de la democracia y las intervenciones militares, algunas de ellas al menos, surgieron para permitir que en el futuro se llegara a una verdadera democracia, ya que ésta peligró seriamente con la dictadura peronista de los 40 y 50, y con el posterior embate pro-soviético en los 70. Los gobiernos militares tampoco estuvieron exentos de populismo; y de ahí los fracasos reiterados.

Las crisis que afrontan los países no son procesos únicos e irrepetibles, ya que también se producen en otros pueblos, aunque con las particularidades propias de cada región. De ahí que puedan considerarse como casos especiales del fenómeno general estudiado por las ciencias sociales. Dick Morris escribió: “Las figuras políticas del EEUU de hoy tienen que dejar de lado su determinismo económico […] y centrarse en las necesidades sociales de sus votantes. Este centro de interés ampliado de la actividad pública es la nueva agenda que los votantes quieren ver en el centro del escenario”. “Históricamente, dos tipos de populismo han llegado a dominar nuestra política en diversos momentos de los últimos cien años”. “Cada uno de estos movimientos fue alimentado por la rabia y se centró en un enemigo”.

“Pero la agenda de los nuevos valores deja a los populistas sin causa. El populismo económico de la izquierda –que detesta a Wall-Street- y el populismo social de la derecha –que odia la diversidad social- tienen muy poco que ver con la mayor parte de estos nuevos temas [mejoras sociales concretas]. En rigor, la rabia que impele al populismo, la política del resentimiento, es estilísticamente inadecuada para nuestras nuevas prioridades públicas. Las propuestas fundamentalmente negativas de la izquierda económica (privilegios anti-empresarios, ganancias anti-especulación) y las ideas igualmente negativas de la derecha social (contraria a los derechos de los homosexuales, a las opciones, a los inmigrantes) no tienen nada que ver con las propuestas de la nueva agenda, en gran medida positivas” (De “El nuevo Príncipe”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2012).

Lo anterior fue escrito en 1999, año en que la economía de ese país no presentaba inconvenientes. Por el contrario, la Argentina actual se orienta hacia la profundización de una crisis económica acentuada por leyes promulgadas para combatir a las empresas, la inversión y la producción.

La clase dirigente argentina se caracteriza, entre otros aspectos, por su irresponsabilidad y por su falta de patriotismo. Los intereses particulares desplazan los intereses de la sociedad, y si llega a surgir algún dirigente honesto y capaz, difícilmente será elegido para acceder al gobierno, ya que tienen mayores posibilidades de triunfar los embaucadores profesionales por cuanto siempre dicen lo que el pueblo quiere escuchar. La mayor parte de la población considera como “buen gobierno” al que lo benefició personalmente, sin apenas interesarle el perjuicio que puede haber ocasionado al resto.

Mientras que en países normales existe una clase dirigente que mantiene los ideales que alguna vez caracterizaron a la nobleza, en la Argentina se admite que “nobleza” significa ostentación y lujo adquirido por cualquier medio, ya sea lícito o ilícito, siendo una real y grotesca imagen del subdesarrollo. La tragedia del país radica en que no se busca el mejoramiento de la “oligarquía”, sino que se la busca destituir mediante el robo, desde el Estado populista, para ser reemplazada por la “nueva oligarquía analfabeta”, como alguna vez se definió al peronismo. Guillermo Jaim Etcheverry escribió:

“Un establishment actúa demostrando que tiene confianza en el hecho de que si el sistema funciona y si su país es exitoso en el largo plazo, a sus integrantes también les irá bien en lo personal. Al tener esa confianza, no anteponen sus intereses propios inmediatos cuando influencian las decisiones públicas. En cambio una oligarquía está integrada por un grupo de individuos inseguros, que acumulan fortunas en cuentas bancarias secretas. No confían en que si su país es exitoso, ellos también lo serán. Por eso siempre tienen presente su propio interés inmediato, no se preocupan por invertir tiempo y esfuerzo en mejorar las perspectivas de su país a largo plazo. Esta conducta se ve estimulada cuando, como en la Argentina actual, se debilita la conciencia de que, ante todo, lo que resulta urgente es estructurarnos de nuevo como Nación”.

La crisis social abarca a todos los sectores, incluso a la juventud, lo que no sólo implica un problema para el presente, sino que las perspectivas futuras no vislumbran ser mucho mejores. Predomina la “tragedia educativa”. El citado autor agrega: “No resulta tarea sencilla en momentos en los que […] la sociedad contemporánea parece haber decidido «entretenerse hasta morir». Para Neil Postman, el verdadero problema no son las drogas, el tabaco o las dietas ricas en colesterol, sino esta creciente adicción al entretenimiento diario, la acuciante necesidad que experimentamos de ser entretenidos. Vivimos en la «sociedad del espectáculo» […] sustentada en la comercialización de los valores. Nos desenvolvemos en una realidad virtual en la que lo importante ya no es el pensamiento sino la presencia. Es así que se confunde al Estado con el circo, con el cine, con la televisión” (De “Voces en la crisis”).

La estructuración de una nación depende esencialmente de la existencia de objetivos comunes derivados de un marco legal e institucional que involucre a todos y que sea respetado por todos. Pero el marco legal debe contemplar, sobre todo, al orden implícito en ley natural, que constituye la base de la ética. Marco Tulio Cicerón escribió: “Así, pues, la cosa pública (república) es lo que pertenece al pueblo; pero pueblo no es todo conjunto de hombres reunido de cualquier manera, sino el conjunto de una multitud asociada por un mismo derecho que sirve a todos por igual”.

Hay quienes suponen que la exclusión social se ha de arreglar prescindiendo de una previa y dominante actitud cooperativa. Las leyes escritas y aprobadas por los políticos no podrán reemplazar la educación moral que cada ser humano debe recibir. Julio Virgolini escribió: “¿Qué significa estar excluido? En término de relaciones sociales, significa primero la ausencia de lazos sociales de integración, pero después la sustitución de todos ellos por relaciones mediadas por la violencia, entre los mismos excluidos y entre ellos y la sociedad «normal» o integrada” (De “Voces de la crisis”).

Los embaucadores profesionales, por lo general, aducen luchar a favor de los pobres y contra la desigualdad social. Sin embargo, resulta extraño que tales personajes no tengan en cuenta el mandamiento que apunta hacia la igualdad de todos los hombres, tal el del amor al prójimo, que traducido al lenguaje de la Psicología Social implica “compartir las penas y las alegrías ajenas como propias”. Si se pretende reemplazar la igualdad afectiva (de la cual derivan todas las demás) por la igualdad social o la económica, no sólo se logra deteriorar la economía, sino toda la sociedad. Incluso se ha pretendido reemplazar al amor, que es una actitud natural, por el altruismo, que es una actitud antinatural. Como el altruismo implica sacrificarse por los demás a costa de un perjuicio propio, se advierte que es una situación en la que no existe el amor. De ahí que a pocos se les pueda escuchar que una madre ha sido “altruista” con su propio hijo. El cristianismo, por el contrario, propone el amor a una escala social e incluso universal, que ha de ser el único medio que tiene la humanidad para erradicar definitivamente la violencia generalizada, y es también el único medio que tiene una sociedad en crisis para erradicar al populismo.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Deducciones desde la Psicología Social

Desde el punto de vista de la filosofía, no existe mayor inconveniente en que existan posturas distintas, opuestas e incompatibles entre sí, respecto de la sociedad, como es el caso de las visiones liberal y socialista de la realidad. Sin embargo, desde el punto de vista de la ciencia experimental, no es admisible que se mantengan vigentes descripciones contradictorias respecto de un mismo hecho, o de un mismo fenómeno social. De ahí el interés por establecer un esquema general que vincule estas tendencias de manera de llegar a conclusiones objetivas, que posiblemente coincidirán, según el tema, con alguna de las posturas mencionadas.

Entre las ciencias sociales “candidatas” a establecer el discernimiento entre posturas incompatibles (liberalismo y socialismo), tenemos a la Sociología y a la Psicología Social. Como la primera atraviesa todavía una etapa filosófica y sus descripciones parten desde el ámbito social en lugar del individual, queda como “candidata” natural la segunda, por cuanto sus descripciones surgen desde el nivel individual incorporando las restricciones y los fundamentos propios de la psicología general.

La debilidad de la Sociología se advierte en el caso del marxismo; ideología que tiene una similitud manifiesta con la ideología nazi, ya que, mientras que esta última surge, para la descripción de la sociedad, de las aparentes diferencias raciales, promoviendo violencia, el marxismo surge de las aparentes diferencias de clase social, promoviendo una violencia no menor. Ambas culpan al capitalismo por promover antagonismos ignorando la movilidad social que facilita. Se lo culpa por la concentración de poder existente en las sociedades capitalistas mientras que, para solucionar ese problema, proponen la concentración total de poder en el Estado.

La idea básica del liberalismo es la división del poder pretendiendo evitar los excesos que puede producir el gobierno del hombre sobre el hombre. De ahí que el atributo básico de todo gobierno democrático sea justamente la división de poderes del Estado. La misma idea se utiliza en economía, proponiendo al mercado competitivo como el proceso que ha de impedir la formación de monopolios concentradores de poder económico. No existe, sin embargo, infalibilidad, ya que se trata de un sistema basado en la libertad y en la iniciativa individual, siendo el individuo el que finalmente alcanzará, o no, lo que sus potencialidades personales le permiten realizar.

Los sistemas descriptivos de tipo axiomático sintetizan en unos pocos principios una gran cantidad de fenómenos involucrados. De ahí la posibilidad de disponer en la mente de una pequeña cantidad de información que, mediante una deducción posterior, permitirá recorrer con la imaginación un amplio espectro de temas sociales (en este caso). Quienes aducen que ello implicará necesariamente una mutilación severa de la compleja realidad humana, pueden estar en lo cierto si los principios básicos de la descripción fueron mal elegidos. Adviértase, por ejemplo, el caso del ajedrez, cuya complejidad requiere de bastante análisis y, sin embargo, parte de unas pocas reglas simples y precisas. La teoría axiomática de la Psicología Social contempla esencialmente lo que resulta accesible a nuestras decisiones para constituir una guía simple y necesaria que facilitará el logro de acuerdos en una cierta cantidad de planteamientos inaccesibles por otras vías. El punto de partida ha de involucrar los siguientes aspectos:

a) Actitud característica = Respuesta / Estímulo
b) Tendencia a la cooperación
c) Tendencia a la competencia

Se entiende por actitud característica la respuesta típica que cada individuo posee en una etapa de su vida, por lo cual existe la posibilidad de un cambio, o mejora futura. Existirán tantas actitudes características como individuos existan en el planeta. Sin embargo, es posible describirlas en base a ciertas componentes afectivas y cognitivas que todos poseemos, aunque en distintas proporciones.

Las componentes afectivas son las que generan las tendencias hacia la cooperación y a la competencia. En el primer caso tenemos al amor (se comparten las penas y las alegrías de los demás), mientras que en el segundo caso tenemos al egoísmo (interés sólo por uno mismo) y al odio (se cambia alegría ajena por tristeza propia y tristeza ajena por alegría propia). Para cubrir todas las posibles respuestas puede agregarse la indiferencia o negligencia.

Si consideramos al Bien como la tendencia a cooperar y al Mal como la tendencia a competir con los demás, se advierte que se dispone de una ética natural que coincide esencialmente con la cristiana. Si bien el liberalismo promueve la competencia empresarial, se advierte que se trata de una competencia cooperativa por cuanto, a mayor competencia, mayor beneficio para el consumidor. Además, a menor competencia, mayor monopolio y mayor concentración de poder económico; algo indeseado.

Como el liberalismo propone tanto la democracia política como la económica (mercado), proponiendo la vigencia de una actitud cooperativa, se advierte cierta compatibilidad con el cristianismo; de ahí resulta que ambos, liberalismo y cristianismo, sean el fundamento de la civilización occidental, siendo el marxismo la ideología que ataca tanto la democracia política como la económica y a la religión cristiana, y por ello resulta ser el principal opositor de tal tipo de civilización.

Puede hacerse una síntesis de las componentes afectivas de la actitud característica:

a) Cooperación: amor
b) Competencia: egoísmo
c) Competencia: odio (= burla + envidia)
d) Indiferencia

Además de las componentes afectivas existen las componentes cognitivas de la actitud característica, que provienen de considerar un proceso cognitivo individual esencialmente similar al empleado por la ciencia experimental. Consiste en adoptar una referencia para poder comparar las distintas descripciones establecidas determinando cierto error respecto de la referencia adoptada para, luego, reducir ese error, llegando a la verdad cuando el error es, idealmente, nulo.

Error = Descripción - Referencia

La referencia adoptada da lugar a cuatro posibilidades principales y son las cuatro componentes cognitivas de la actitud característica:

a) Se toma como referencia la realidad
b) O a la opinión de uno mismo
c) O a la opinión de otra persona
d) O a lo que acepta la mayoría

En el primer caso se adopta la postura del científico, dando lugar al conocimiento objetivo, de validez general, permitiendo acuerdos posteriores. Los restantes casos dan lugar al conocimiento subjetivo y admiten el relativismo cognitivo. En el último, se tiene la actitud del hombre masa, que es uno de los puntos de partida del fenómeno descripto como la “rebelión de las masas”, que da lugar al surgimiento de los distintos totalitarismos.

Esta descripción del comportamiento individual implica, en cierta forma, establecer una teoría de la personalidad que ha de permitir aclarar varios aspectos de la conducta social de todo individuo. Incluso, en el ámbito de la religión, permite convalidar la ética cristiana, con la posibilidad de considerar al cristianismo como una religión natural, que ha de diferir de la postura teísta (Universo = Dios + Naturaleza). Sin embargo, la postura deísta (Universo = Dios = Naturaleza) podrá en el futuro representar una alternativa válida por cuanto constituye una postura que compatibiliza religión y ciencia social.

Se entiende por ley natural al vínculo invariante entre causas y efectos, admitiéndose que todo lo existente está gobernado por alguna forma de ley natural. Incluso el vinculo entre respuesta y estimulo, o efecto y causa, denominado “actitud característica”, implica una ley natural básica que rige el comportamiento social del ser humano. La validez de una religión, entonces, dependerá de su compatibilidad con la ley de Dios, o ley natural. Las restantes posturas, incompatibles con la ciencia experimental, y con la ley natural, por lo general no producen buenos resultados, ya que constituyen “una fuente inagotable” de conflictos y antagonismos.

Es oportuno resaltar que la teoría emergente de la Psicología Social puede fundamentarse al nivel del cerebro, es decir, puede incluso determinarse su compatibilidad con los recientes hallazgos realizados en neurociencias, tal el descubrimiento de las neuronas espejo, posible fundamento de la empatía (y por consiguiente, de la actitud del amor). Desde el cristianismo se busca evitar el gobierno del hombre sobre el hombre, de ahí la propuesta esencial del gobierno de Dios (o Reino de Dios), que es el gobierno del orden natural sobre el hombre cuando éste decide aceptarlo. Adviértase la similitud existente con el gobierno de las leyes sobre el ser humano, en lugar del gobierno discrecional de los líderes políticos, propuesto por el liberalismo.

Una vez que se acepta la visión científica de la realidad, por la cual todo lo existente está regido por alguna forma de ley natural, es admisible considerar que nuestra misión esencial en la vida consiste en adaptarnos a la misma. En caso de no lograrlo, aparece el sufrimiento correspondiente, mientras que la felicidad implica que nuestro grado de adaptación resulta el adecuado.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Pseudopatriotismo y populismo

En los seres humanos existen mecanismos psicológicos de compensación que son utilizados para encubrir fallas personales. Así, el complejo de inferioridad reclama la presencia del complejo de superioridad buscando un efecto compensatorio, sin que se busque la verdadera solución del problema, ya que se busca disfrazar un defecto ante la opinión de los demás. Alguien dijo: “Dime de que te jactas y te diré de qué careces”.

Entre las virtudes sociales más valoradas aparece el patriotismo, que puede considerarse como una verdadera estima por los habitantes de una nación. De ahí que tal virtud pueda hacerse extensiva a los extranjeros que vienen a un país y lo adoptan como propio; siendo mayor el mérito porque eligieron una nacionalidad en lugar de haberla heredado.

Lo opuesto al patriotismo es el populismo, ya que el líder populista no sólo rechaza parcialmente la población de su país, sino que promueve antagonismos irreconciliables entre dos bandos en disputa, uno de ellos constituido por sus seguidores. Aunque tampoco pueda decirse que sienta estima por sus seguidores, ya que los usa para fines poco beneficiosos para la nación, incluidos los propios seguidores. Es común, en los distintos populismos, mencionar el “amor” del líder por su pueblo junto al “odio” por el anti-pueblo, sector que, al oponérsele, se lo asocia al odio. Luego se aplica la optimista sentencia de que “el amor siempre triunfa sobre el odio”. Como es un amor ficticio por un sector y un odio efectivo hacia el otro, resulta ser un falso patriotismo. Al carecer el populista de patriotismo, necesita adoptar un disfraz, de donde surge el pseudo-patriotismo, que se confunde a veces con el nacionalismo. La diferencia radica en que el nacionalista auténtico no promueve divisiones internas, sino divisiones respecto del extranjero.

Si bien se considera que la “oposición” al populismo argentino no respondió a las expectativas, como ha sido el caso de los gobiernos militares, tal “oposición” surgió para impedir los efectos del populismo como del totalitarismo, al derrocar la dictadura de Perón y para afrontar la guerrilla marxista de los setenta. Si desde sectores populistas se pretende que no surjan intromisiones militares en la política, debe esperarse también el cese de la indefinida sucesión de populismos. James Neilson escribió: “Las Fuerzas Armadas tardarían más de medio siglo en aprender –si es que lo han aprendido, o si les importa saberlo- que el peor enemigo del populismo es un gobierno populista, mientras que su amigo fiel y valioso es una dictadura que se propone remediar los perjuicios causados. Se alimentan mutuamente: la insensibilidad e ilegitimidad de los regimenes autoritarios despierta el rencor populista, haciendo de la irresponsabilidad una manifestación de fe democrática, mientras que la demagogia populista confiere pátina de legitimidad al avance militar”.

Quienes exaltan su propio patriotismo personal, en lugar de esperar el reconocimiento de los demás, proviene de quienes suponen poseer cierta superioridad ética, que utilizan luego para justificar su falta de capacidad para gobernar. El que posee patriotismo, y accede al gobierno, demuestra esa virtud cumpliendo eficazmente la función pública. “Yrigoyen fijó la agenda política del país para las décadas siguientes. Aún hoy pueden oírse los eslogans que acuñó: vagos, exhortativos, a menudo ininteligibles pero, es evidente, muy atractivos, como la definición de su «movimiento» político como «una ética» o «un sentimiento». En realidad, se asemejó más a un predicador protestante del Medio Oeste norteamericano que a un político en el sentido habitual de la palabra”.

“El aporte de Yrigoyen al fracaso argentino fue notable. Su ejemplo contaminó a muchos dirigentes representativos de las generaciones siguientes, para quienes «el viejo» dejó sentado que la democracia era sinónimo de incapacidad defendida con sermones. Su retórica fatua, tan vaga como portentosa y atiborrada de apotegmas sentenciosos adorados por las nuevas clases medias, su moralismo sensiblero –desconectado por completo de lo que en efecto hicieron los radicales en el poder y empleado sobre todo para ocultar del público su desconcierto ante problemas espinosos-, todo contribuyó a potenciar las características más negativas de la política populista”.

“La política económica de Yrigoyen –y la de los demás gobiernos radicales que le seguirían- era conservadora en el peor sentido de la palabra. Sus ideas eran difusas y su desdén por la economía, manifiesto. Llegó al poder sin propuestas concretas. Para decepción de sus simpatizantes, que habían esperado grandes cambios aunque no estaban muy seguros de cómo serían, se limitó a manejar lo heredado, pero en forma menos disciplinada de modo de dar fe de su sensibilidad social. Esta actitud tibiamente reformista le permitió prolongar el crecimiento iniciado bajo «la oligarquía»: la aceitada máquina siguió funcionando aunque a una velocidad mucho menor que antes”.

Si se desea dar una definición no convencional de “populismo” puede decirse que se trata, no del gobierno del pueblo a través de sus representantes, sino del gobierno de las masas a través del caudillo que hace lo que ellas piden. “La verdadera democracia es aquella en la que el gobierno hace lo que el pueblo quiere” (Perón). James Neilson agrega: “El sucesor de Yrigoyen, largamente esperado, llegó por fin en 1945. Juan Domingo Perón cumpliría a la perfección el papel del gran reivindicador popular. Sería precisamente su tragedia y, por supuesto, la del país también, porque Perón, hombre de talento, pudo haber logrado mucho más. Sin embargo, en vez de tratar de avanzar por los nuevos caminos que se abrían a partir del triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, se limitó a ser instrumento de la voluntad del pueblo tal como la entendió. En verdad, no era un líder sino un seguidor. Durante mucho tiempo no hizo nada que no contara con la aprobación mayoritaria. Cuando, en el tramo final de su primera gestión, intentó oponérsele, resultó extrañamente débil”.

“He aquí la característica más notable de todo populista: hace de la debilidad un sistema, reparte lo disponible y cae en cuanto no queda más para distribuir, asegurando así la perpetuación de su mito. El primer gobierno de Perón es recordado por su asombrosa generosidad: aumentos salariales, legislación laboral avanzada, nuevos «derechos». Actuó como el jefe guerrero que, en una ciudad conquistada, señala a la tropa dónde le conviene saquear, sin preocuparse por conservar una parte para el propio gobierno futuro”.

“Hay quienes creen que, si Perón no se hubiera dedicado a la política, la Argentina hubiera progresado tanto en la posguerra como los EEUU, Europa Occidental y el Lejano Oriente. Para demostrarlo, basta redactar una lista de los errores económicos cometidos por sus dos primeros gobiernos. Sin embargo, no es razonable atribuir las características del peronismo al genio de un solo hombre. El movimiento fue lo que buena parte del país anhelaba que fuera. El problema, pues, no era Perón, que se limitó a dar a su clientela lo que pedía, sino la cultura política que lo había producido. Por cierto, la sociedad que se encolumnó con enorme entusiasmo tras Yrigoyen primero y, quince años más tarde, tras Perón, no manifestaba ningún interés en tener la clase de gobierno que pudiera emular a Australia, Canadá o incluso a Italia. Hubo de comprobar en carne propia, y a un costo tremendo, lo estéril que es el voluntarismo populista. Antes de poder cambiar de rumbo, el país debería beber del cáliz hasta la última gota” (De “El fin de la quimera”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

Se supone que la legitimidad del gobierno populista la da la mayoría electoral, y no las leyes vigentes, la constitución, las leyes económicas y ni siquiera el sentido común. Al resto se lo considera como un desertor, o traidor, a la nación, al no aceptar formar parte de los seguidores del líder populista. Loris Zanatta escribió: “Antes que nada, el populismo evoca una idea de comunidad; no es en absoluto una ideología individualista, sino comunitaria. En segundo lugar, es apolítico e incluso podríamos decir antipolítico, dado que los valores en los que se inspira y sobre los cuales se basa conciernen a la esfera social y solamente a ella. Hasta tal punto que, a los ojos de sus partidarios, un orden social justo se parecerá a la mejor democracia, aun cuando el orden político deba ser abiertamente totalitario”.

“En tercer lugar, el populismo encarna una aspiración de regeneración basada en la voluntad de devolver al pueblo la centralidad y la soberanía que le han sido sustraídas. En cuarto lugar, ambiciona trasplantar los valores de un mundo del pasado que idealiza como un mundo de armonía e igualdad social a la situación actual: en ese sentido, el populismo se presenta como el canal a través del cual un imaginario antiguo, o sea una visión del mundo que proviene de muy lejos y que se habría conservado intacta en el pueblo, se vuelve actual para purificar el mundo moderno. En quinto lugar, el populismo siempre está persuadido de dirigirse a la mayoría del pueblo, o en los casos más extremos a su totalidad. Finalmente, esta visión tiende a emerger en sociedades que se encuentran en fases delicadas y a menudo convulsivas de la modernización o la transformación” (De “El populismo”-Katz Editores-Buenos Aires 2014).

Para entender el populismo debe comenzarse con la pregunta: ¿Qué quieren las masas? Podemos suponer que aspiran a que el gobierno expropie o confisque a las empresas y a sus ganancias, y que el fruto del saqueo sea distribuido entre el pueblo. De esa forma se fomenta la vagancia y se desalienta el trabajo y la inversión. El Estado se convierte en un cáncer que tarde o temprano liquidará al sector productivo, y luego a toda la sociedad. El kirchnerismo, con muchas semejanzas al peronismo, ha entrado en una etapa en la que se comienzan a evidenciar los efectos del consumo artificial promovido a costa de la reducción de las inversiones, lo que implica priorizar el presente sacrificando el futuro; un futuro que comienza a ser presente. Roberto Cachanosky escribió:

“El populismo K ha llevado la situación a un extremo de crisis. Por un lado aumentó el gasto hasta niveles récord (empleados públicos, legión de jubilados que nunca habían aportado al sistema, subsidios, obras públicas innecesarias o que podrían ser financiadas por el sector privado, etc.) y por otro lado ha inducido a que cada vez trabaje menos gente en blanco (los que viven de planes sociales no quieren saber nada de ser contratados en blanco en un trabajo). Puesto de otra forma, un trabajador que está en blanco tiene que mantener a una legión de empleados públicos a nivel nacional, provincial y municipal. Tiene que sostener a millones de jubilados y tiene que bancar a millones de gente que vive de subsidios y no produce nada, es más, muchos empleados estatales no sólo son mantenidos para consumir sino que, además, obstaculizan el trabajo de los pocos que quedamos produciendo. La estrategia es de locos, boicotean a los que producimos para mantenerlos a ellos. En síntesis, tenemos una relación de gente que produce y gente que vive de lo que producen los que trabajamos que hace infinanciable el gasto público” (De http://economiaparatodos.net )

domingo, 14 de septiembre de 2014

Violencia y desigualdad

La violencia depende de varias causas, de ahí que sea un fenómeno complejo y multidisciplinario. Es también un fenómeno social por cuanto casi siempre depende del vínculo entre individuo y sociedad. Adquiere gran importancia cuando la violencia es estimulada desde las instituciones políticas, religiosas o ideológicas. Leemos en un libro de John Gunn: “Soy un primate masculino. Pertenezco al género homo sapiens. Una de mis características especiales es que soy capaz de engendrar mayor violencia y destrucción que cualquier otro tipo de criatura viviente y responsabilizarme por ello. No soy el único responsable de la muerte y destrucción provocada por la violencia que veo a mi alrededor, sino que necesito de ayudantes. Sin el resto de ustedes sólo podría alcanzar un grado mínimo de horror, pero juntos, usted, yo y unos pocos compañeros más, podemos causar, y lo hacemos, verdaderos estragos. Somos destructores, destructores magníficos, repugnantes, poderosos y sin remedio. ¿Por qué?” (De “Violencia en la sociedad humana”-Editorial Psique-Buenos Aires 1978).

La violencia urbana ha adquirido una dimensión preocupante siendo la resultante de una profunda crisis moral que afecta a toda la sociedad. Incluso se observa el caso de padres que castigan severamente a sus pequeños hijos, aumentando notablemente el maltrato infantil. El libertinaje creciente hace que muchos niños nazcan como consecuencia de encuentros fortuitos y ocasionales con la posterior “desaparición” de quien debería hacerse cargo de la paternidad. El niño que no recibe de la sociedad lo que tampoco recibió de su hogar, puede adoptar posteriormente una actitud agresiva hacia el medio social.

También existe una violencia sin otra causa aparente que no sea la necesidad de burlarse y de agredir a otros por el simple “espíritu deportivo”. Desde los medios masivos de comunicación se ha ido avanzando por el camino de la “tinellización” de la sociedad, es decir, de la introducción de la burla a nivel masivo, que es la principal causa de violencia espontánea, no asociada al robo. Quien se burla de todos, se siente por un momento en la cima del mundo, aunque el posterior contacto con la realidad le ha de resultar bastante doloroso.

Otros sostienen que la pobreza es la causa de la violencia. Si ello fuera cierto, todos los pobres deberían ser violentos en tanto que los ricos deberían ser virtuosos, algo que poco tiene que ver con la realidad. Por el contrario, mucha gente pobre, como una respuesta compensatoria, desarrolla valores morales e intelectuales que los hace crecer interiormente. Recordemos, además, que la pobreza voluntaria ha caracterizado la vida de muchos santos, quienes, justamente, optaron por la sencillez material para acentuar sus valores espirituales. San Francisco de Sales escribió: “Dos grandes ventajas tiene tu pobreza, que pueden acrecentar en gran manera su mérito. La primera, es que no te ha venido por elección propia, sino por voluntad de Dios únicamente, pues Él te ha hecho pobre sin que tú lo hayas querido, y es muy agradable a Dios que lo recibamos con gusto y por amor de su voluntad santísima, y cuanto menos hay de nuestro caudal más hay del de Dios, por lo cual una simple y mera aceptación hace que sea sumamente puro cualquier sufrimiento”.

“El segundo privilegio de esta pobreza es ser verdaderamente pobre. Cuando la pobreza es alabada, acariciada, estimada, socorrida y amparada, tiene algo de riqueza, o a lo menos no es enteramente pobre; pero cuando es despreciada, despedida, reprochada y abandonada, entonces es verdaderamente pobre. Tal es, por lo común, la pobreza de los seglares, porque como no son pobres por su elección, sino por necesidad, no se hace mucho caso de su pobreza, y por eso mismo es más pobre que la de los religiosos; bien que ésta tiene, por otra parte, una grande excelencia y es muy apreciable por razón del voto y del fin con que la han abrazado” (De “Introducción a la vida devota”-Ediciones Paulinas-Santiago de Chile 1980).

Desigualdad no es lo mismo que pobreza, ya que, quien se siente inferior a otros, económicamente hablando, es el que siente envidia. Quienes predican la igualdad económica para liberar a muchos del sufrimiento que les impone ese defecto, pretenden que la sociedad cambie de tal manera que los justos se adapten a los pecadores, es decir, a los que incurren en uno de los pecados capitales, como es la envidia. Quienes asocian la felicidad a los valores morales, o afectivos, encuentran que son bastante ricos por cuanto existen unos siete mil millones de seres humanos con los que, al menos potencialmente, pueden establecer algún vínculo afectivo.

Por lo general, quienes asocian la violencia urbana a la desigualdad social, entendida esta última como una desigualdad económica, son los que adoptan la visión marxista de la realidad. René Bertrand-Serret escribió: “Para los sembradores de división que han jurado la ruina de la sociedad, el mito de las clases representa, en efecto, un medio cómodo y un instrumento eficaz y poderoso con vistas a convertir las diferencias en antagonismos y a exacerbarlos en hostilidades irreductibles. Por su intermedio, los burgueses son responsabilizados colectivamente de las faltas presentes y pasadas de algunos de entre ellos; y, a la vez, los obreros son calificados colectivamente por la miseria pasada o presente de una parte de ellos para reclamar de cualquier burgués un crédito eterno. Aquellos cuyo sistema comporta la destrucción de la sociedad y de la civilización actuales, ven su empresa grandemente facilitada por esta división de la sociedad en dos campos opuestos entre los cuales será despedazada para enseguida derrumbarse”.

“Por una parte, bajo el nombre de «clase obrera» está la fracción apta para proporcionar los «grandes batallones» que en razón de su papel es necesariamente el campo de los buenos y de los justos, y debe, además, estar animado por un espíritu de reivindicación implacable. Del otro lado aparece la otra fracción, representada por una colectividad «consciente y organizada» ella también, enemiga jurada y hereditaria de la «clase obrera», y que personifica al mismo tiempo que las imperfecciones e injusticias presentes y pasadas de la sociedad, los principios y valores que importa desacreditar, a fin de eliminarlos después con más facilidad; y el nombre de «clase burguesa» se aplica al campo de los malos, atávica e irremediablemente corrompidos, que nada ni nadie debe salvar de un aniquilamiento merecido, lo cual es, además, condición necesaria para la edificación de la nueva sociedad”.

“Así comprendida y utilizada, la «clase obrera» asume el carácter de una máquina de guerra montada para destruir la forma de sociedad que se ha tenido cuidado de identificar con una burguesía convencional, degradada y corrompida, sin remisión, debido a sus taras incurables. Esta personificación del burgués en el egoísta rico y sibarita, y del obrero en el miserable; esta vocación asignada a una «clase» de gobernar el mundo en nombre de un derecho superior fundado en una fatalidad histórica, no son más que absurdos sofismas que desafían tanto a la verdad y al buen sentido como a la justicia y a la buena fe. Tan groseros como son, sin embargo, cuentan con el favor de algunos que deberían reconocer su impostura y su perversidad para denunciarlas. Llevados por una inclinación enfermiza hacia doctrinas «avanzadas» o por la vana esperanza de amansar al adversario, reservan su hostilidad para los que rechazan esos sofismas”.

“No se contribuye al advenimiento de una sociedad mejor y más justa aceptando la escisión completa y definitoria de la sociedad en dos bloques antagonistas, uno de los cuales –a pesar de su indeterminación-, la «clase obrera», forma una colectividad homogénea a la que reconoce el derecho de mayorazgo sobre el conjunto de la humanidad y se pretende hacer prevalecer por la violencia. Por el contrario, se precipita al mundo en convulsiones y se favorece la instauración de un régimen inhumano y totalitario, acompañado por una civilización pesadamente unitaria, mecanicista y cuantitativa. Es también aceptar, conscientemente o no, los dogmas y los métodos del marxismo, puesto que en la doctrina marxista la pretendida «clase obrera» encuentra, a la vez, su principio de existencia, su misión y los medios de realizarla” (De “El mito marxista de las clases”-Editorial Huemul SA-Buenos Aires 1967).

Al prevalecer en la sociedad el pensamiento marxista, se promueve luego la disminución, o la quita, de penas a los delincuentes por considerar que han sido excluidos previamente de la sociedad por un sistema injusto. El delincuente común pasa así a reemplazar el trabajo sucio que en los setenta realizaban los guerrilleros. En el caso de Montoneros, el “ritual de iniciación” consistía en asesinar a traición a un policía, en la vía pública, para luego robarle el arma y el uniforme, cayendo de esa forma (hasta 1977) unos 372 uniformados en todo el país.

A pesar de la violencia urbana creciente, desde el Estado poco y nada se hace por limitarla por cuanto, se supone, caen muchas personas pertenecientes a la «burguesía», cuya vida es de escaso valor. También caen muchos obreros; sin embargo, como el marxista en realidad trata de utilizarlos para llevar a cabo su labor destructiva, tampoco valora esas vidas. Jorge Bosch escribió: “Llamo contrajusticia al conjunto de normas legales, procedimientos y actuaciones que, bajo apariencia de un espíritu progresista interesado en tratar humanitariamente a los delincuentes, conduce de hecho a la sociedad a un estado de indefensión y propicia de este modo un trato antihumanitario a las personas inocentes. Muchas veces este «humanitarismo» protector de la delincuencia es una expresión de frivolidad: «queda bien» hacer gala de humanitarismo y de preocupación por los marginados que delinquen, sin mostrar el mismo celo en la defensa de las víctimas y sin siquiera preocuparse por reflexionar seriamente y profundamente sobre el tema” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

Algunos autores estiman que la ampliación de nuestra aptitud empática favorece la erradicación de la violencia, lo que implica adoptar la tendencia promovida por el mandamiento cristiano del amor al prójimo. Steven Pinker escribió: “La capacidad humana para la compasión no es un reflejo provocado automáticamente por la presencia de otro ser vivo. Aunque personas de todas las culturas pueden reaccionar solidariamente ante parientes, amigos y niños pequeños, tienden a contenerse cuando se trata de círculos más amplios de vecinos, desconocidos, forasteros y otros seres sensibles….El filósofo Peter Singer sostiene que, a lo largo de la historia, las personas han ampliado el abanico de personas cuyos intereses valoran como propios. Una cuestión interesante es saber qué amplió el círculo empático. Y una buena hipótesis es la expansión de la cultura” (De “Los ángeles que llevamos dentro”-Paidós-Barcelona 2012).

sábado, 13 de septiembre de 2014

Ciencias sociales vs. religión

Entre quienes adhieren en forma exclusiva a las ciencias sociales, o bien a la religión, existe una competencia destructiva, ya que no reconocen la validez de otra tendencia que no sea la propia. Para los demás, existe entre ambas una competencia cooperativa de la cual se benefician ambas partes, incluso el ciudadano común, ya que existe una disputa similar a la existente en el mercado, en donde, a mayor competencia entre empresarios, mayor beneficio para el consumidor.

Muchos creyentes establecen una relación de tipo afectivo con un ser perfecto e imaginario, el Dios con atributos humanos, en lugar de tratar de establecer un vínculo afectivo con seres imperfectos y reales. Luego, al sentirse “elevados”, miran desde la altura de lo sobrenatural a los simples seres naturales. Al aceptar tal tipo de desigualdad, rechazan todo lo que provenga de la ciencia, mientras que desde la ciencia pocos se atreven a cuestionar lo que resulta accesible sólo a los “elegidos”. De esa manera se acentúa la división entre religiones y entre ciencia y religión. Henri Baruk escribió:

“A cierto número de autores les ha parecido sorprendente ver poner a la orden del día la noción de conciencia moral, noción que consideran ligada a un pasado metafísico y teológico, e inaccesible a los métodos científicos. Para estos autores, la noción de conciencia moral es solamente cuestión de fe y de obediencia dogmática, por lo cual queda fuera de la experiencia y del conocimiento científico. Podría creerse que la certidumbre de la fe es una certeza elevada de golpe al máximo, afirmada sobre una creencia y un impulso afectivo intenso y a priori, por lo cual escapa a toda verificación. Pero en nuestra época de acción y verificación a ultranza, la certidumbre de la fe, por estar colocada en un plano inaccesible y separado de la vida práctica, termina por convertirse en una certidumbre formal que ya no tiene aplicación a la vida. Se efectúa una separación en virtud de la cual, sin discutirse, la certidumbre de la fe no es más que un ideal, una esperanza y, mientras parece ser absoluta, de hecho se la elimina cada vez más de la vida práctica y se halla en un plano cada vez más apartado de la realidad” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).

En cuanto a la visión que podemos actualmente adoptar de la conciencia moral, puede decirse que se trata de un proceso por el cual, al disponer de cierta capacidad para ubicarnos en la situación emotiva de otra persona, a través de la empatía y de las neuronas espejo que la sustentan, podemos ser conscientes del mal que hacemos a otros. De ahí que, en alguna parte de nuestro cerebro, presionará cierta dosis de culpa que tratará de impedirnos otras ocasiones de perjudicar a alguien. Cuando tal proceso fue descubierto por vía intuitiva en épocas pasadas, se le dio un significado religioso, de ahí que se habla de la “voz interior de nuestra conciencia moral”. “Las innumerables experiencias que he realizado, me han demostrado que determinados actos injustos producen conflictos y catástrofes con la misma seguridad con que el bacilo tífico en las manos determina la fiebre tifoidea. En el dominio de los actos de la vida social existen leyes científicas tan rigurosas como en el dominio de la física o de la bacteriología”.

Así como existen enfermedades sin síntomas evidentes o molestos, y que por ello mismo entrañan bastante peligro para la salud, las consecuencias de las fallas morales tienen síntomas difíciles de advertir, por lo cual persisten hasta que, con el tiempo, recaen sobre el individuo los efectos menos pensados y más temidos. “Si nos limitamos a ordenar que no se cometan actos injustos por amor al cielo, muchas personas, si no ven los riesgos que corren, o si creen sacar provecho de sus injusticias, no vacilarán en cometerlas, con la seguridad, aun si son creyentes, de que obtendrán el perdón gracias a diversas ceremonias. El primer monoteísmo consideró que las consecuencias de la conducta se producían en este mundo, y que los acontecimientos de la vida formaban parte de una suerte de experimentación perpetua. Cuando se han arrojado al cielo las consecuencias de los actos, y cuando se ha separado al mundo terrestre injusto del mundo celeste ideal, por eso mismo se ha causado un debilitamiento y una escisión en la noción moral, que no podría menos de agravarse cada vez más en lo sucesivo”.

“Me ha parecido que un acto injusto tiene consecuencias ocultas, pero irremediables y terribles. En primer lugar, determina en quien lo realiza un malestar incoercible, del que trata de desprenderse rechazándolo. Pero este rechazo del juicio moral transforma ese malestar en perturbaciones más terribles y ocultas, mediante el mecanismo de una acusación inconsciente susceptible de trastornar toda la personalidad, y de conducirla a los peores excesos de los odios ciegos, de la agresividad, y de los desencadenamientos inagotables de luchas, calumnias, falsos testimonios y horrores sin fin. Ocurre que una sola personalidad, enferma de las consecuencias de una injusticia que ha cometido, puede prender fuego a toda una sociedad. Claro es que hay que añadir las reacciones de defensa de los miembros que lo rodean. Así nace la guerra, la guerra atroz justificada por todos los infundios, los equívocos, las mentiras, y que atiza por doquier el incendio”. “El rechazo de la conciencia moral…puede determinar psicosis de odio, manías de persecución y aun, una verdadera dislocación de la voluntad y de la personalidad”.

Al asociar los pecados y sus consecuencias a un mundo sobrenatural, y no natural, los creyentes se desligan de las consecuencias de sus acciones. Por el contrario, si se supone que tales fenómenos pertenecen al mundo natural, tarde o temprano los veremos confirmados en el ámbito de las ciencias humanas y sociales. Es posible que, en el futuro, las fallas morales puedan ser consideradas fallas psicológicas y tratadas como tales. “Comparemos con un ejemplo preciso estas dos variedades de certidumbres, la de la fe y la de la ciencia: la religión judía ordena, por ejemplo, lavarse las manos antes de comer. Esta obligación procede, para el creyente, de la fe en la Ley divina, en la Tora, cuyas prescripciones debe cumplir. Pero no sabe por qué debe lavarse las manos. También, a veces, se contenta con un simple gesto simbólico, que consiste en verter un poco de agua sobre los dedos para cumplir el mandamiento, el rito. Examinemos ahora la certidumbre científica. Sabemos, sin sombra de duda, que si tenemos las manos sucias antes de la comida corremos el riesgo, por ejemplo, de contraer la fiebre tifoidea. Por consiguiente, conociendo ese riesgo, tomamos todas las medidas conducentes a evitarlo. Por último, el resultado es el mismo, pero en el segundo caso la consagración práctica de la certidumbre científica es más eficaz”.

En el caso del cristianismo, el amor al prójimo resulta ser la guía y control que nos ha de permitir llevar una vida adaptada al orden natural. Para que sea eficaz, debemos ser capaces, en principio, de llevar una especie de contabilidad personal en la cual hemos de anotar la cantidad de personas de quienes compartimos sus penas y alegrías; la cantidad de personas que nos resultan indiferentes y también con quienes intercambiamos tristeza ajena por alegría propia y alegría ajena por tristeza propia. Si predominan los primeros sobre los últimos, andamos por buen camino. De lo contrario, debemos revertirlo.

Mientras que la empatía aparece en varios escritos sobre ética, existe la tendencia a no entrometerse en la religión tradicional, ya que desde ella se observa todo bajo una perspectiva sobrenatural. De ahí que las cosas se hagan incomprensibles y se pierda la eficacia de la ética predicada por Cristo. Adam Smith escribía en su “Teoría de los sentimientos morales”: “Cuando examino mi conducta y quiero juzgarla, y procuro condenarla o aprobarla, es evidente que yo me divido en cierto modo en dos personas, y que el yo apreciador y juez tiene un objetivo diferente del otro yo, cuya conducta se aprecia y juzga. La primera de estas dos personas reunidas en mí mismo es el espectador, cuyos sentimientos intento aprehender, poniéndome en su lugar y considerando desde él mi conducta; la segunda es el ser mismo que ha obrado, al que llamo yo y cuya conducta intento juzgar desde el punto de vista del espectador”.

La definición del amor, que resulta compatible con la psicología social, resulta ser la respuesta típica de la actitud empática. Fritz Breithaupt escribió: “¿Es la empatía el eslabón que une a la sociedad? Algunos de los autores que analizamos en este libro afirmarían que sí, o de hecho lo afirman en forma explícita como es el caso de Antonio Damasio, Robin Dunbar y Michael Tomasello, aunque por diferentes motivos. De hecho, es difícil imaginar que la empatía no tenga un rol de importancia en el trato social. Un indicio de ello está en el hecho de que los llamados «psicópatas», es decir, aquellas personas que no desarrollaron su capacidad para la empatía, son llamativamente incapaces para vivir en sociedad y conforman un alto porcentaje de los criminales peligrosos” (De “Culturas de la empatía”-Katz Editores-Buenos Aires 2011).

Si desde las ciencias sociales se trata de combatir el mal existente en el mundo, se ha de sugerir el predominio de la actitud del amor ya que se interpreta que todo individuo que realice malas acciones carece de empatía suficiente. Por el momento, su actitud dominante será el odio, el egoísmo o la negligencia, en distintas proporciones. Desde la religión, por el contrario, se trata de hacer intervenir algún tipo de interacción desde lo sobrenatural sobre el mundo real.

Resulta frecuente que un delincuente, o un asesino, tienda a eludir su culpabilidad considerando haber sido afectado por alguna posesión demoníaca. De esa forma se siente una victima inocente de las fuerzas del mal y poco esfuerzo hará por mejorar, descartando un posible mejoramiento. Por el contrario, cuando se considera que ha adoptado una actitud errónea, no podrá librarse de una culpa directa. Miguel Benzo Mestre escribió: “San Pablo llama a Satanás «el dios de este mundo»…y afirma que «nuestra lucha no es contra adversarios de carne y sangre, sino contra los Principados, contra las Potencias, contra los Rectores de este mundo de tinieblas, contra los Espíritus del mal que habitan los espacios celestes»”. “San Pablo atribuye la causa última de toda la corrupción moral del paganismo al orgullo intelectual de sus sabios, que se han negado a reconocer a Dios” (De “Teología para universitarios”-Ediciones Cristiandad-Madrid 1977).

El científico social también puede caer en la categoría de “pagano que se ha negado a reconocer a Dios”, aunque en realidad es el científico el que trata de describir las leyes naturales, o leyes de Dios, en lugar de ignorarlas totalmente atribuyendo al propio Dios decisiones cotidianas que llevan a una visión poco compatible con el mundo real. La falta de entendimiento se debe esencialmente a que el científico adopta como referencia el mundo real mientras que el creyente en lo sobrenatural adopta como referencia los Libros Sagrados escritos por hombres que miran a Dios, y que tienen, por cierto, las limitaciones propias del nivel de conocimientos de la época en que fueron escritos.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Pecados y pecadores

Toda forma de vida avanza y se perfecciona en base al proceso de prueba y error. De ahí que, aun en los mejores casos, la vida de un hombre implica un mejoramiento personal que se va consolidando a partir de una continua corrección de los errores cometidos. Incluso algunas importantes figuras de la cultura universal cometieron serios errores, o pecados, en las primeras etapas de su vida para, posteriormente, ser advertidos por la propia conciencia revirtiendo luego el camino equivocado. La principal tarea de la religión es la conversión desde el pecado a la virtud; ya que sin pecados ni pecadores no sería necesaria. René Fülöp-Miller escribió: “Un niño, que ya no era un niño; un hombre, aunque no completamente un hombre… cometía travesuras más o menos inocentes de un muchacho entregado turbulentamente a los excesos desenfrenados de la juventud. Las malas compañías que frecuentó no dejaron de influir también. Cuando niño solía entrar a hurtadillas en la bodega y despensa de sus padres para poder sobornar a sus compañeros de juego; ahora robaba por el manifiesto deleite de hacer el mal”.

“Un vívido relato de lo que antecede se encuentra en las «Confesiones» de San Agustín: «Había un peral cerca de nuestro viñedo, cargado de fruto, que no tentaba ni por su color ni por su gusto. Para saquearlo, varios de mis perversos amigos llegaron a deshora de la noche, y se apoderaron de grandes cantidades, no para comerlas nosotros, sino para arrojarlas a los cerdos. Fue un acto vil, y tuve gusto en ello, pues mi placer no estuvo en aquellas peras, sino en la ofensa misma, que causaba la compañía de los amigos pecadores»” (De “Santos que conmovieron el mundo”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1946).

Cuando una persona carece de empatía, no puede compartir el sufrimiento de los demás, siendo capaz de hacer daño a otra sin sentir culpa alguna. Incluso hasta puede llegar a sentir cierta alegría por el sufrimiento ajeno. Cuando existe empatía, por el contrario, surge el sentimiento de culpa, ya que aparece, quizás escondida en alguna parte, cierta capacidad para compartir el sufrimiento ajeno. Y si la persona no siente culpa por los males que provoca, ha de ser castigada de alguna forma por la sociedad, o por las penalidades que imponen las leyes, para compensar esa ausencia.

Si bien la empatía tiene un fundamento biológico en las neuronas espejo, la ausencia de culpa podría provenir del mal funcionamiento de tales neuronas. Sin embargo, los afectos, o su carencia, no dependen sólo de nuestra constitución genética heredada, ya que nuestra conducta también depende del condicionamiento producido por la información que tenemos depositada en nuestra memoria. De ahí que muchos pecadores hayan podido convertirse en justos a partir de una reelaboración de las ideas dominantes en su mente.

También la ciencia experimental progresa en base a prueba y error. La experimentación, justamente, es el “detector de error” que compara una hipótesis formulada con la realidad que pretende describirse. De ahí que sorprenda que algunos libros traten acerca de los “errores de los científicos”, ya que resulta tan obvio como hablar de los pecados en los seres humanos, ya que los errores son inherentes tanto a la ciencia como a la naturaleza humana.

De todo esto surge la justificación de cierto principio de tolerancia hacia los errores ajenos, por cuanto cada uno de nosotros también espera tolerancia por los nuestros. Sin embargo, la tolerancia normal se establece cuando se observa que se busca eliminar los errores; de lo contrario estaríamos estableciendo un proceso de facilitación del error ajeno, impidiendo un posible mejoramiento de quien incurre en faltas.

El sentimiento de culpa tiende a proteger a la sociedad de la misma manera en que el miedo tiende a protegernos a nosotros mismos. Mientras que mucho miedo nos paraliza, muy poco miedo nos lleva a autodestruirnos. En forma semejante, mucha culpa nos deprime, pero muy poca culpa nos conduce a una posible destrucción mutua. Marcos Aguinis, personificando la Culpa, escribió: “Mi presencia en una porción del psiquismo humano para equilibrar a otros es, pues, imprescindible para que sobrevivan las sociedades y hasta el mismo planeta. Yo, la Culpa –en dosis adecuadas-, ayudo a controlar, sublimar y razonar impulsos que anhelan su satisfacción inmediata y plena. No digo que estos impulsos sean siempre malos, digo que si no se resignan a un límite dañarán inevitablemente al conjunto. Y este límite no se respeta con sólo mostrarlo, tampoco ha servido de mucho la publicidad del altruismo. Sólo yo, la Culpa, con mis imperfecciones y torpezas, he conseguido detener la masacre primitiva y transformarla en acuerdo fundacional. Es cierto, por otro lado, que yo también debo contenerme, pero sobre la causa de mis desbordes aún tengo secretos que develaré más adelante….” (Del “Elogio de la Culpa”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2009).

La dignidad de un hombre está asociada, entre otros aspectos, a la culpa que puede sentir cuando sus acciones perjudican a otros. La falta de dignidad, por el contrario, surge cuando el individuo no siente el menor remordimiento luego de que sus actitudes o sus acciones ocasionaron algún perjuicio a otra persona. Quien siente culpa, tratará de evitar tal tipo de castigo en contra de si mismo evitando en lo posible perjudicar a otros. Quien no teme la voz de su conciencia, ha deteriorado su esencia social y ha perdido parte de su dignidad, por cuanto, al no existir el castigo interior, poco o ningún esfuerzo realizará para mejorar como persona.

Mientras que en épocas pasadas la influencia entre las personas era directa, las tecnologías informáticas han permitido que la influencia tenga carácter masivo. Los medios de comunicación se han convertido en amplificadores de pecados y de pecadores, sin que se los deba culpar por el mal uso que muchas veces se les da. Como ejemplo puede mencionarse el caso de Damián Szifrón quien manifestó en un programa de televisión (“Almorzando con Mirta Legrand”): “Yo, si hubiese nacido muy pobre, en condiciones infrahumanas, si no tuviera las necesidades básicas cubiertas, creo que sería delincuente más que albañil”. Para estimar un posible efecto de tal expresión, debe tenerse presente que existe un 42,6% de jóvenes del Gran Buenos Aires que vive en la pobreza, mientras que en el país ese porcentaje es del 38,8% (Diario La Nación-Buenos Aires 10/09/14). Luego, si en lugar de optar tales personas por una vida digna, buscando un trabajo decente, siguieran el consejo de tal personaje, aumentaría el delito en forma alarmante. No sólo el daño sería para las víctimas inocentes de la violencia promovida por los izquierdistas, sino que conduciría a la degradación permanente de quien vive en la delincuencia. El pobre es un ser humano que debe ser contemplado como tal antes de ser usado como un simple objeto para combatir a favor de los resentidos que tratan de destruir la sociedad con la intención adicional de destruir el “sistema capitalista”.

Así como es posible realizar una teoría de los pecadores, mediante una clasificación de los mismos según los errores cometidos, resulta mucho más simple establecer una teoría de los pecados. Para ello deben tenerse presente las dos tendencias básicas de las acciones humanas: cooperación y competencia. La primera está exenta de pecado, por cuanto implica compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. De ahí que nadie ha de matar, robar o mentir, a alguien relacionado bajo ese vínculo afectivo.

El pecado está asociado a la presencia de una actitud que impide compartir los estados emotivos ajenos, incluso a veces cambiando las alegrías ajenas por tristeza propia y tristezas ajenas por alegría propia. Ante tal actitud se abren todas las alternativas para perjudicar a los demás e incluso a uno mismo, aunque en un primer momento no se advierta tal posibilidad.

En cuanto a los considerados “pecados capitales”, se los menciona: a) Soberbia, b) Avaricia, c) Lujuria, d) Envidia, e) Gula, f) Cólera y g) Pereza. El primero mencionado, la soberbia, es el único que no permite su corrección, de ahí su gravedad, ya que el soberbio desconoce toda instancia superior, siendo su propio parecer la única referencia que considera válida. Es la actitud del que, cada vez que habla con alguien, parece descender desde un pedestal imaginario al nivel de los simples mortales. Emilio Mira y López escribió: “Hay quien confunde la soberbia con el «orgullo», mas es, en realidad, distinta de él. Es, casi puede decirse, su «bastarda imitación exhibicionista». En efecto, mientras el auténtico orgulloso –autosatisfecho- trata de disimular ese defecto, el soberbio lo escupe ante quien lo contempla: en su voz ahuecada, en sus gestos y ademanes altaneros, en su porte un tanto provocativo y en su actitud despectiva, se manifiesta esta constante agresión previa al ambiente. Cuando se rinde pleitesía al soberbio no nos agradece la sumisión, como hace el vanidoso, pues éste está seguro de su valor y su poder, en tanto aquél, en su intimidad, sabe que solamente es capaz de representarlo”.

“Ahora bien: no cuesta mucho ver que la soberbia representa el último grado o fase del proceso de «autogratificación» que siempre –siempre- se exacerba y destaca como reacción secundaria a una decepción o frustración personal. Si el soberbio «habla fuerte» es porque alguna vez quedó mudo; y es la cólera acumulada en aquella ocasión la que ahora rellena e hincha sus músculos, tensa su quijada, yergue su cabeza y da exceso, a veces ridículo, de amplitud mayestática a sus movimientos. La soberbia es, pues, un «corsé» psíquico; dentro de él, en realidad, se debate un alma insatisfecha que a fuerza de engañarse llegó a creerse valiosa, pero que se siente vulnerable y rodeada de «envidiosos», que solamente existen en su imaginación. Ha sido Alfred Adler quien mejor ha puesto de manifiesto que este proceso de supercompensación del fracaso (la llamada «protesta viril») puede llegar, no sólo a la vanidad sino a la soberbia, pero siempre lleva la inconfundible tensión afectiva, el malestar y la falta de paz que caracteriza la presencia subyacente de la ira” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería “El Ateneo” Editorial- Buenos Aires 1957).

La soberbia va acompañada de la ignorancia. Por ello resulta difícil imaginar que alguien, que conoce los grandes aportes a la ciencia y a la cultura universal, no haya advertido el abismo mental existente entre el innovador y el hombre común. Luego, quien posee una cultura media, raramente ha de mostrar vanidad, orgullo y mucho menos soberbia; seguramente de allí provenga la habitual “humildad del sabio”.

Se considera a Cristo como el salvador del hombre respecto de sus pecados, ya que sus sugerencias éticas implican evitar el castigo mutuo y propio que se infligen los seres humanos. Pero para eludir este flagelo, no basta con “creer” en la validez del cristianismo, sino en cumplir efectivamente con la actitud cooperativa implícita en el “Amarás al prójimo como a ti mismo”.