jueves, 31 de enero de 2019

La autoamnistía que nadie se atreve a repudiar

Por Jorge Fernández Díaz

“Lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”, refería Manuel Alcántara. El viejo maestro del articulismo español aludía de algún modo a la amnesia personal y también a la colectiva, a esas operaciones de ocultamiento que nos prodiga el inconsciente o que nos imponen los hábiles memorialistas del sentido.

En la Argentina se ha borrado la verdadera historia de los primeros e infaustos años 70, con sus abominables crímenes políticos y bajo la falsa idea de que recordarlos implicaría justificar la última dictadura.

Mediante este chantaje eficaz, según el cual quienes objetan aquellas “ejecuciones revolucionarias” están a favor de “la teoría de los dos demonios” y necesariamente trabajan para los genocidas, resulta que los terroristas deben ser evocados como jóvenes inocentes, lúcidos y democráticos, y Perón debe ser despegado de la salvaje persecución de “izquierdistas” que ordenó desde el poder, de los atentados perpetrados por la Juventud Sindical que actuaba bajo su inspiración y de las organizaciones paraestatales de represión ilegal que montó su gobierno.

Durante los últimos actos del 24 de Marzo, quienes jamás pidieron perdón por sus aberraciones, quienes practicaron como soldados el terrorismo en democracia y después se refugiaron como pacifistas en los organismos de derechos humanos, celebraron una nueva misa laica y declararon su autoamnistía.

Borrón y cuenta nueva, compañeros; teníamos razón en la lucha armada y no vamos a andar pisándonos el poncho, ni a darle pasto a las fieras. Somos buenos, nosotros somos buenos, y la “contradicción fundamental” consiste ahora en olvidar los pecados y divergencias, y unirnos para combatir al partido del “antipueblo”, reencarnación actual de aquel despotismo sangriento.

El “Nunca más” se ha transformado así en un libraco inútil y sospechoso, y campea en nuestro país un nuevo pacto de impunidad para quienes no quieren dar cuenta de sus actos ya no solo ante los tribunales, ni siquiera ante el juicio de la Historia.

En un momento de esa ceremonia escalofriante, los oradores aseguraron defender “la política como herramienta de transformación de la realidad”. Sin embargo, enumeraron enseguida facciones que son precisamente la negación del Estado de derecho y la consagración de la antipolítica, y lo hicieron con orgullo reivindicativo: Montoneros, FAP, FAL y ERP.

Figura en esa antología patriótica el Partido Comunista, que no fue mencionado en la lista de los colaboracionistas del régimen militar, siendo que los soviéticos y su sucursal argentina establecieron una provechosa alianza comercial con Videla.

También se soslayó que la cúpula montonera, creyendo que venía una especie de Lanusse y no el nefasto almirante Massera y sus pistoleros y torturadores, anhelaba el golpe castrense, alarmada e incómoda por la cacería que el propio peronismo ortodoxo había desatado contra ella.

Y por supuesto, se ha omitido que los trostkistas revolucionarios tenían el mismo anhelo y pugnaban por apurar y agudizar las contradicciones; porque ya se sabe: cuanto peor, mejor.

Para entender la gravedad simbólica e institucional que implica rehabilitar de manera heroica y con adulteraciones grotescas aquellas aventuras a puro gatillo y trotyl, solo habría que imaginar qué ocurriría si en España se realizara hoy un acto celebratorio de la ETA o en Colombia se organizara una marcha para ensalzar la lucha de las FARC, cuyos dirigentes han tenido al menos la honestidad de pedirles disculpas a sus víctimas por los secuestros y masacres.

Aquí nadie se arrepiente y a nadie le importa nada; cunden la cobardía, la hipocresía y la indiferencia entre la clase dirigente (cuando no directamente el analfabetismo histórico), y una parte relevante de la intelectualidad actúa por acción o por omisión como facilitadora de este peligroso fraude convertido en doctrina.

Porque si bien es verdad que cuanto más se achica un grupo más se radicaliza, y que por lo tanto estos discursos son ignorados por su pequeñez sectaria, no es menos cierto que ese “relato” penetra en algunas aulas con fuerza pedagógica.

Militantes de este gran camelo son invitados por centros de estudiantes para bajar línea en las escuelas, y docentes agremiados divulgan la historia amañada bajo la aquiescencia de directores y de progenitores acojonados por el clima general, o con la mirada complaciente de esos otros padres que integran el orgulloso “Progresismo 4×4” de los barrios más paquetes.

No se trata únicamente de manipular la memoria, sino de transmitir la ocurrencia de que vivimos en la actualidad bajo un nuevo orden represor. Que como a Maldonado, a cualquiera lo pueden eliminar del mapa.

Nadie explica el monumental montaje político que se armó con ese drama, y entonces se suceden anécdotas como las que sufrió recientemente un amigo; su nieta de seis años llegó temblando del colegio, su madre la abrazó y le preguntó por qué estaba angustiada, y la nena le dijo: “Tengo miedo de que me desaparezcan”. Seis años.

No solo es necesario ocultar los homicidios setentistas y disfrazar a los guerrilleros de algo que nunca fueron (demócratas), sino que es preciso vincular el más tenebroso gobierno de facto con un simple gobierno constitucional. El pasado con el presente. Y esa jugada se puede observar en el documento del 24: su propósito fue demonizar a Macri y convertir a los presos comunes de la política en presos políticos de una nueva tiranía.

Ellos no son entonces los grandes corruptos que le robaron al pueblo, sino abnegados militantes del campo popular que están siendo proscriptos. En ese texto se lamenta que no hayan ido a la cárcel los directores de los principales diarios, y se sigue acusando a los periodistas de las peores calamidades.

Denuncian lo que callaban con Cristina (la penosa situación de las cárceles), mencionan razonablemente el asunto Chocobar (un error político del Presidente) y gritan “basta de matar”, pero hacen la vista gorda con los pobres que asesinan en las calles esos mismos delincuentes prohijados por su abolicionismo jurídico.

Y se mantienen, obviamente, solidarios con Venezuela, brillante laboratorio de su propio fracaso. Cualquiera, sin embargo, puede acordar con ellos en que la muerte de Nahuel Rafael es todavía una mancha y una duda, aunque parece que ya se olvidaron de las múltiples víctimas de violencia institucional ocurridas durante “la década ganada” -hechos aún impunes-, y naturalmente del escandaloso encubrimiento por la muerte del fiscal Nisman, cuyos principales sospechosos se encuentran dentro de su propia tropa.

La opinión que Graciela Fernández Meijide, en nombre de la ley y contra toda medida que implique comerse al caníbal aun en el extremo caso de Astiz (con cáncer y con pedido de prisión domiciliaria), mereció no solo insultos antes y después del acto, sino hasta la orden de hostigarla por parte de algunos exmontoneros.

A este articulista, como también a cualquier miembro del Club Político Argentino, le repugnan los criminales de lesa humanidad (mantengo por Astiz la misma simpatía que por una cucaracha voladora), y desearía que los beneficios que los asisten a él o a cualquiera de sus socios sean lo más restrictivos posibles.

Pero el ataque a Graciela fue una demostración más de que este colectivo que acaba de autoamnistiarse no tolera disidencias ni acepta el acuerdo democrático. No tienen por qué aceptarlo; en realidad nunca creyeron en él. Siempre fueron fascistas de izquierda. Pero fascistas al fin.
(Artículo original en : https://www.lanacion.com.ar/2121708-la-autoamnistia-que-nadie-se-atreve-a-repudiar)

domingo, 27 de enero de 2019

La religión de nuestro tiempo

Son muchas las definiciones acerca de la religión; sin embargo, teniendo presente su historia, es posible encontrar una que permita darnos una idea de lo que significa. Puede decirse que la religión es la consecuencia práctica derivada de una previa visión que se tiene del universo. Tal consecuencia práctica ha de consistir, además de rituales y ofrendas, en una actitud ética que ha de orientarnos por la vida.

La visión que tenemos del universo ha de ser cambiante con las épocas. De ahí que la religión ha de sufrir algunos cambios, especialmente en las formas de exteriorizar nuestras creencias como también en los aspectos éticos de nuestro comportamiento. Sin embargo, las propuestas éticas surgidas en el pasado, tienen actualmente una validez y efectividad similar a la que antes tuvieron. Ello implica que su compatibilidad (o su incompatibilidad) con la ley natural resulta independiente del tiempo, de la misma manera en que una teoría científica conserva su grado de certeza aun cuando puedan aparecer teorías que la superen.

La forma más antigua de religión proviene de la visión animista y politeísta de la naturaleza, por la cual se supone la existencia de dioses especializados y distribuidos, con los cuales deberíamos mantener "buenas relaciones". La palabra "religión", cuyo significado es "unir a los adeptos", implica una doble unión del individuo con sus semejantes y con los dioses supuestos. En esta forma de religión se observa el neto predominio del subjetivismo por cuanto los dioses imaginados son creaciones mentales similares a los personajes de ficción creados por literatos y novelistas. Antonio C. Birlán escribió: "La palabra religión significa, según su etimología, lo que une. Pocas veces el sentido de una palabra ha estado más en contradicción con la realidad. Que la religión, en la realidad, no es lo que une, basta echar una ojeada sobre el presente y el pasado para comprobarlo. Ha unido, cuando más, parcialmente, y los unidos parcialmente se han enfrentado en todos los tiempos con otros unidos asimismo parcialmente. ¿Por qué esa unión parcial no se ha extendido? ¿Por qué lo que, según su sentido, y según sus orígenes, de donde su sentido, une, ha unido siempre tan imperfectamente?" (De "La religión"-Editorial Américalee-Buenos Aires 1956).

Un cambio importante se produce con el monoteísmo, no sólo por el hecho de reducir la cantidad de dioses a uno solo, sino por el surgimiento de la religión moral, suponiendo que el Dios único nos exige responder, mediante una actitud ética determinada, el cumplimiento de su voluntad. Los rituales y las ofrendas pasan a ser elementos simbólicos de importancia limitada, si bien se mantiene el subjetivismo del pasado. Tal subjetivismo no implica que necesariamente las propuestas éticas han de ser erróneas, ya que surgen de la observación de individuos cuya naturaleza no cambia esencialmente en el tiempo.

Si bien la idea de "ley natural" aparece con los estoicos, este concepto es corroborado esencialmente por la física experimental iniciada por Galileo Galilei. Al asociar relaciones matemáticas precisas a las magnitudes físicas utilizadas en las descripción de los diversos fenómenos naturales, se observa un vínculo invariante entre causas y efectos, haciendo innecesaria la existencia de dioses distribuidos e, incluso, del Dios único que orienta y dirige con sus intervenciones el desarrollo de los fenómenos humanos.

En forma acorde a la nueva visión brindada por la reciente aparición de la ciencia experimental, Baruch de Spinoza establece un sistema filosófico en el cual reemplaza al Dios interviniente en los acontecimientos cotidianos por un "Dios legal" asociado a las supuestas leyes naturales que rigen todo lo existente, propiedad del universo que ha de ser corroborada en el futuro. Nacen así las religiones naturales que excluyen milagros y revelaciones, sin alterar significativamente la ética propuesta por las religiones del pasado.

El posterior desarrollo de la física y de la astronomía, por parte de Isaac Newton, convence a muchos intelectuales de la Ilustración en la posibilidad de promover la religión natural, o deísmo, aun cuando el propio Newton admitía la posibilidad de intervenciones del Creador para corregir algunas irregularidades observadas en el sistema planetario solar.

Las dos formas nuevas de religión son, como se dijo, la de Baruch de Spinoza, por una parte, que supone la existencia sólo de leyes naturales sin asociarle un sentido explícito al universo; y el deísmo, por otra parte, que supone la existencia de un Dios Creador que impone su voluntad y su criterio en los inicios del universo, sin posteriores intervenciones. Ambas posturas son similares, excepto por la existencia de un sentido asociado al universo en la segunda de ellas. Ernst Haeckel escribió: "Sólo en la segunda mitad del siglo XVII es cuando el sistema panteísta fue constituido bajo su forma más pura por el gran Spinoza: el creó para designar la totalidad de las cosas el puro concepto de substancia en el cual Dios y el mundo son inseparables. Es tanto de admirar hoy por nuestra parte la claridad, la exactitud y la lógica del sistema monista de Spinoza, en cuanto hace doscientos cincuenta años, aquel poderoso pensador carecía aún de todos los datos empíricos ciertos que nosotros hemos adquirido hasta la segunda mitad del siglo XIX" (De "La religión").

Puede hacerse una síntesis de las principales posturas religiosas:

a) Religiones paganas: politeísmo, animismo
b) Religión moral: monoteísmo, teísmo
c) Religión natural: deísmo
d) Religión natural: panteísmo de Spinoza
e) Ateísmo: universo sin sentido aparente

La visión del universo que disponemos en la actualidad claramente nos muestra que todo lo existente es regido por alguna forma de ley natural. Luego, podemos hablar de la existencia de cierto "orden natural" emergente de ese conjunto de leyes. En principio, existe la posibilidad de acuerdos entre las diversas posturas filosóficas y religiosas. Sin embargo, aparece un inconveniente adicional, ya que no todos los que aceptan la existencia de leyes naturales suponen también la existencia de un orden natural, sino que, por el contrario, suponen un caos esencial quitándole al universo todo posible sentido u orientación hacia metas definidas y concretas.

Tal postura puede vincularse con el antiguo ateísmo, cuyo inconveniente radica principalmente en que dicha postura, al negar una finalidad al universo y también a la humanidad, despierta "la tentación" de muchos hombres de darle un sentido artificial con el riesgo de repetir las catástrofes producidas por los totalitarismos ateos del siglo XX.

Si suponemos la existencia de leyes naturales invariantes actuando en forma permanente, resulta difícil aceptar que esas leyes no vayan a conducir al universo hacia alguna finalidad. Lo que quedaría por establecer es la posibilidad de que esa finalidad sea "buena" o "mala" según que favorezca, o no, la supervivencia de la humanidad. Hasta el momento, todo indica que el universo tiene como finalidad aparente establecer su autoconsciencia a través de la vida inteligente. La evolución desde las partículas fundamentales, núcleos, átomos, moléculas, células, organismos, vida, vida inteligente, muestra un aparente sentido induciéndonos a adoptar como finalidad de nuestras vidas la adaptación al orden natural.

La religión natural admite esa denominación al adoptar como referencia a las leyes naturales con exclusión de todo lo sobrenatural. Por el contrario, las antiguas religiones paganas, o incluso el monoteísmo, admiten la existencia de un orden sobrenatural con intervenciones divinas, ya sean permanentes o bien circunstanciales. La religión natural resulta compatible con la ciencia experimental por lo cual puede decirse que también la religión, como todo conocimiento humano, tiende a ir desde un pasado totalmente subjetivo a un futuro totalmente objetivo.

jueves, 24 de enero de 2019

Voltaire vs. Supersticiosos y ateos

En materia de religión encontramos diversas posturas que responden esencialmente a la visión que se tenga acerca de cómo funciona el universo en conjunto. Tales posturas podemos sintetizarlas de la siguiente manera:

a- Existe un Dios creador que interviene en los acontecimientos humanos (milagros, revelación, etc.)
b- Existe un Dios creador que sólo intervino en el momento de la Creación.
c- Existen leyes naturales que rigen todo lo existente.
d- Las leyes naturales le dan al universo un sentido o una finalidad implícita.
e- Las leyes naturales no le dan al universo ninguna finalidad.

Si bien no existen coincidencias totales respecto de las denominaciones asociadas a tales posturas, las más utilizadas designan como teísmo a la primera, deísmo a la segunda (que es equivalente a la tercera), religión natural a la cuarta y ateísmo a la quinta.

En cuanto a la postura de Voltaire, podemos asociarla juntamente a la segunda y tercera, por lo que criticaba los excesos de la primera tanto como de la última. En forma algo parecida a las circunstancias en las que vivió Galileo Galilei, que debió enfrentarse a dos bandos simultáneamente, religiosos y aristotélicos, Voltaire se enfrentaba posteriormente con los primeros y también con los ateos. Ya se tratara de un creyente, o de un creyente negativo (ateo), Voltaire observa en los fanáticos varios rasgos en común que los sintetiza de la siguiente manera: "Cree lo que yo creo y lo que no puedes creer, o perecerás; cree o te aborrezco; cree o te haré todo el daño que pueda".

Respecto de los superticiosos escribió: "La superstición que hay que extirpar de la Tierra es la que, al convertir a Dios en un tirano, invita a los hombres a ser tiranos. Aquel que primero dijo que hay que considerar con horror a todos los réprobos puso el puñal en la mano de los que se atrevieron a crerse fieles; aquel que primero prohibió toda comunicación con los que no eran de su opinión hizo sonar el toque de carga de las guerras civiles en toda la Tierra".

"El supersticioso es su propio verdugo; lo es también de cualquiera que no piensa como él. A la delación más infame la llama corrección fraterna; acusa a la ingenua inocencia que no está sobre aviso y que, en la sencillez de su corazón, aún no ha sellado sus labios. La denuncia a esos tiranos de las almas, que se burlan a la par del acusado y del acusador. Finalmente el supersticioso se convierte en fanático y entonces, llevado por su celo, es capaz de todos los crímenes en nombre del Señor" (Citas de "Voltaire contra los fanáticos" de Fernando Savater-Ariel-Buenos Aires 2015)

El mayor inconveniente observado en las posturas ateas radica en que, al no asociarle al universo ninguna finalidad, y menos a la humanidad, poco se resisten a la tentación de imponerles un sentido artificial, siendo los totalitarismos del siglo XX un indicio de tal actitud. Voltaire escribió: "Creo que el ateísmo es tan pernicioso como la superstición".

"Siempre he considerado el ateísmo como uno de los mayores desvaríos de la razón, porque es tan ridículo decir que el ordenamiento del mundo no prueba la existencia de un supremo artesano como sería impertinente decir que un reloj no prueba que haya un relojero".

Tanto las posturas deístas como las filosofías coincidentes con la religión natural, centran su atención en el concepto de "ley natural", la cual es identificada con las leyes que describen los científicos. Voltaire escribió al respecto: "Proponed a los niños saltar una zanja; todos tomarán maquinalmente impulso, retirándose un poco hacia atrás y corriendo después. Seguro que no saben que su fuerza, en tal caso, es el producto de su masa multiplicado por su velocidad (aceleración, en realidad). Queda pues probado que la naturaleza por sí sola nos inspira ideas útiles que preceden a todas nuestras reflexiones".

"Lo mismo ocurre en la moral. Todos tenemos dos sentimientos que son el fundamento de la sociedad: la conmiseración y la justicia. Si un niño ve destrozar a su semejante sufrirá súbitas angustias; las demostrará con sus gritos y sus lágrimas; socorrerá, si es que puede, al que sufre. Preguntad a un niño sin instrucción, que comienza a razonar y a hablar, si el grano que un hombre ha sembrado en su campo le pertenece y si el ladrón que mata al propietario tiene un derecho legítimo sobre ese grano: ya veréis si el niño no responde como todos los legisladores de este mundo".

"Dios nos ha dado un principio de razón universal, como ha dado plumas a los pájaros y pieles a los osos; y ese principio es tan constante que subsiste pese a todas las pasiones que lo combaten, pese a los tiranos que quieren ahogarlo en sangre, pese a los impostores que quieren aniquilarlo por medio de la superstición. Y esto es lo que hace que aun el pueblo más rústico juzgue muy bien, a la larga, las leyes que le gobiernan, porque siente que esas leyes están conformes o son opuestas a los principios de conmiseración y de justicia que están en su corazón".

"Llámese a la razón y a los remordimientos como se quiera, el hecho es que existen y son los fundamentos de la ley natural".

lunes, 21 de enero de 2019

Peronismo y contracultura

Entre otros aspectos, el peronismo fue un movimiento de masas cuyos integrantes poca simpatía mostraban por la cultura, incluso consideraban al peronismo por encima de toda manifestación cultural. Para un peronista era prioritario el éxito partidario al éxito de la nación. Ello se hizo evidente cuando Perón participaba en golpes de Estado cuando estaba fuera del poder e incluso promovía atentados terroristas una vez perdido el poder.

En una primera etapa, en la década de los 50, promueve la lucha de los sectores peronistas en contra de los gobiernos que le sucedieron. En los años 70 establece una alianza con guerrilleros marxistas-leninistas, rompiendo la alianza una vez que logra el poder. Marta Cichero escribió respecto de la primera etapa: “Si bien hubo órdenes expresas suyas [de Perón] de resistir en forma violenta, la Resistencia no obedeció a planes. Empezó con actos pequeños, fue obra del sabotaje individual y espontáneo más que de un mecanismo organizado. En reuniones secretas, los hombres que integraban los comandos preparaban «caños», bombas precarias, inestables y peligrosas para ellos mismos. En las palabras de uno de ellos, lo hacían para defender algo que instintivamente sentían que estaban perdiendo”.

“Una correspondencia inédita revela que la Resistencia fue, antes que nada, una lucha de ideas sobre la acción a seguir, provocada por las Directivas e Instrucciones de Perón a los dirigentes y militantes. Prueba que se resistía en una trama prohibida y con palabras”.

“Perón ordenó la lucha armada y hubo peronistas que no quisieron acatar la orden. Surgió entonces entre los comandos de la Resistencia un comando teórico, fundado en la Correspondencia entre Hernán Benítez y Arturo Jauretche, contrario a la táctica «del norte», línea que bajaba desde la ciudad panameña de Colón y luego desde Caracas. Este comando teórico proponía una táctica paralela, o un eventual reemplazo en caso de que fracasara la que ordenaba seguir la Correspondencia Perón-Cooke, que integraban el Comando Superior”.

“La Resistencia fue conducida por la caligrafía de Perón, que ejercía un raro poder. Usada por algunos conductores secundarios para mantener la ambigüedad de sus mandatos y por otros para preservar al líder, esta condición a la distancia fue criticada por quien había sido el confesor de Evita y amigo suyo, el Padre Hernán Benítez. Fue quizá el único interlocutor que trató a Perón de igual a igual, se opuso a las Directivas cuando recibió el llamado violento y le exigió con dureza al jefe en el exilio que evaluara los viejos errores, que acortara la distancia, que midiera consecuencias. La ruptura entre ellos, en la Correspondencia Perón-Benítez que cierra este libro, es clave en el devenir político del Movimiento Peronista de los años 60-70”.

“Esas advertencias de Benítez resultarían proféticas cuando llegó el fin de la época «romántica y artesanal» de la Resistencia, y se formaron las primeras organizaciones armadas, iniciadas por jóvenes peronistas que desconocieron aquel largo y clandestino debate de ideas. Como ejemplo, baste citar el siguiente párrafo de una carta de Benítez a Perón en 1958: «En las actuales circunstancias, ¿no se da cuenta el General de que la represión dejará ya no treinta, ni trescientas víctimas asesinadas, sino tres mil, sino treinta mil?»” (De “Cartas peligrosas”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1992).

La Argentina, a partir del peronismo, quedó dividida en dos sectores irreconciliables. Tal es así, que desde el sector peronista no se considera “argentino” al anti-peronista, ni tampoco el anti-peronista reconoce como argentino al peronista, justamente por considerar a sus héroes políticos encima incluso de la integridad de la patria. Alicia Jurado escribió al respecto: “El gobierno peronista, antes de que yo la conociera [a Victoria Ocampo], había demostrado ese odio metiéndola en la cárcel durante un mes, sin que se la acusara de nada ni se le diera explicación alguna al ponerla en libertad; este episodio le produjo una impresión indeleble y se refirió a él muchas veces. Para mí, la prisión de 1945 había sido una semana de exaltación y camaradería juveniles y no le di demasiada importancia; pero para Victoria, persona ya mayor y que en nada había provocado, como lo hicimos los estudiantes, la ira oficial, aquella incomprensible injusticia y el hecho de no verse en compañía de sus pares sino sola entre delincuentes, tiene que haberle parecido una pesadilla semejante a «El proceso de Kafka» o a los insólitos destinos que imagina Borges en «La lotería en Babilonia»”.

“De esas arbitrariedades nadie se vio libre. En una ocasión, por cantar el Himno Nacional en la calle, metieron presas a un grupo de señoras entre las que estaban Adela Grondona, que años después contó el hecho en un librito al que tituló «El grito sagrado». Norah, la hermana de Borges y la propia Leonor Acevedo, madre de ambos, quien por su avanzada edad cumplió la sentencia arrestada en su domicilio. Contaba Leonorcita que el comisario la reconvino por perturbar, a sus años, el orden público y ella respondió:

- No hice más que cantar mi himno.
- El nuestro –le señaló el comisario
- Así es, pero es más mío que suyo.
Y ante el asombro de su interlocutor, añadió:
- Lo escribió mi abuelo Vicente López y Planes
(De “El mundo de la palabra”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1990).

Los dirigentes peronistas creían que con el dinero robado a la sociedad, por medio del Estado, en cierta forma los haría sentirse “iguales” a los aristócratas que tanto aborrecían, aunque eso no siempre ocurrió. La citada autora agrega: “«Habla el algarrobo» era un espectáculo de gran belleza…No pudo ser más adecuado para el gran público y hasta para los chicos de la escuela, lo que no impidió que, en cuanto fue amortizada la inversión oficial y empezó a dar ganancias al museo, los cambios políticos trajeron a un director peronista que por mero odio hacia Victoria o a lo que ella representaba como personaje de elite (mala palabra para los resentidos, que acaso perdonen el dinero ajeno porque ellos también lo pueden conseguir en forma legítima o delictuosa, pero no perdonan el señorío heredado, el refinamiento y la elegancia espiritual que ningún esfuerzo les permitirá obtener), interrumpió las representaciones pretextando que la obra no encuadraba dentro de su concepto de cultura popular, dejó arruinar las instalaciones eléctricas y privó a la ciudadanía de un espectáculo de gran calidad durante los meses de verano”.

El culto a la personalidad llegó a extremos asombrosos, por lo que la tiranía peronista resultaba asfixiante para la gente decente. Alicia Jurado escribe al respecto: “Aquel gobierno, en una orgía de autopropaganda, había decretado que la mayor parte de las cosas llevase el nombre de la pareja reinante, de modo que cuando alguien decía, por ejemplo: Ahora viajaré en el subterráneo de Eva Perón a Perón para tomar el tren a Eva Perón, eso significaba que iría desde Retiro a Constitución para viajar luego a La Plata. En los colegios secundarios era lectura obligatoria «La razón de mi vida», obra atribuida a Eva Perón pero escrita por un español cuyo nombre olvido…”.

Durante las primeras presidencias peronistas, las universidades argentinas dependían del Estado, lo que implicaba que dependían directamente del Partido Peronista. Gregorio Klimovsky escribió: “Durante el peronismo, para ser profesor lo primero que se necesitaba era estar afiliado al partido peronista. Recuerdo un profesor de Fisicoquímica de la Facultad de Medicina que llegó a decir cosas que son una vergüenza desde el punto de vista científico. Atribuyó falsamente a la ley de Boyle-Mariotte un enunciado muy pintoresco: «si tenemos un recipiente que tiene tal presión y tal volumen y allí tenemos otro que tiene tales otras, el producto de la presión por el volumen de ambos es constante», lo cual es falso porque se está atribuyendo esa propiedad a dos recipientes que nada tienen que ver entre sí”.

“Esto resulta inimaginable, pero lo dijo uno de los «distinguidos» profesores que había sido nombrado durante el peronismo” (De “La construcción de lo posible” de C. Rotunno y E. Díaz de Guijarro-Libros del Zorzal-Buenos Aires 2003).

viernes, 11 de enero de 2019

La Revolución de 1955

Por Alicia Jurado

Aunque durante la dictadura de Perón nos habíamos acostumbrado a vivir en lo posible al margen de la situación política, refugiándonos en nuestras actividades privadas y en el círculo de los amigos, la cosa se hizo más difícil cuando el gobierno empezó a tambalear y Perón entró en pánico, sus discursos se hicieron aún más violentos y comenzaron los desmanes instigados por él.

Fue incendiada la sede del Jockey Club en la calle Florida, de la cual sólo se salvó por milagro la magnífica biblioteca. Todos los hombres de mi familia habían sido socios del Jockey, era el segundo hogar de mi padre y mi marido me llevaba a comer allí los miércoles, día de salida de la cocinera. Ver en escombros aquel club tradicional, fundado por Carlos Pellegrini; saber que por la escalinata había rodado, quebrándose, el bello mármol de la Diana de Falguiére que la coronaba y que los cuadros que yo visitaba semanalmente uno por uno, como cumpliendo un rito, se habían convertido en cenizas, me llenaba de desolación.

Casi acabé presa de nuevo por llorar ante el desastre, contándole a las personas congregadas en la calle que habían incinerado tres Goyas, un caballero de Reynolds vestido de rojo, un Monet otoñal cuyas hojas doradas se reflejaban en el agua, un gran Sorolla con sus típicas velas henchidas por el viento, el propio retrato de Pellegrini pintado por Bonnat. Un vigilante me obligó a alejarme, pero yo sentí que me habían tocado en lo más vivo: muchas cosas se podían soportar, pero no la vandálica destrucción de obras de arte que eran parte de nuestro escaso patrimonio artístico.

Un día Perón entró en conflicto con la Iglesia, hasta entonces callada cuando no benévola ante el gobierno, que la compró con la ley de enseñanza religiosa en las escuelas, por supuesto que también hubo, aunque no muchos, valerosos sacerdotes que militaron en la oposición. Cuando la tirantez llegó al punto crítico, los mismos foragidos que incendiaron los Goyas hicieron otro tanto con las iglesias y, con una aparente discriminación que se creería diabólica si hubieran sido capaces de tenerla, eligieron, habiendo tantas feas y desprovistas de interés, precisamente aquellas antiguas que conservaban altares e imaginería de la colonia. San Francisco, La Merced, Santo Domingo, San Miguel, San Ignacio, fueron saqueadas, quemados en piras los bancos de madera en mitad de la nave principal. El Pilar se salvó por un pelo, pero desaparecieron los archivos de la Curia. Los bomberos, que acudieron muy tarde, contemplaban las llamas sin combatirlas: era evidente que tenían orden de no intervenir. Al mismo tiempo, pusieron fuego a las sedes de varios partidos políticos opositores.

Peor incendio fue el que se produjo en nuestro espíritu; ese acto de barbarie había conseguido el repudio unánime de los católicos y de quienes no lo eran. Se afirmaba que había perpetrado los delitos la Alianza Libertadora Nacionalista, compuesta por exaltados y brazo derecho de Perón, pero el gobierno, naturalmente, nunca asumió la responsabilidad.

Se acercaba la Revolución de 1955 y los meses que la precedieron fueron terribles. Todos los días nos enterábamos de que, en busca de presuntos sediciosos, la dictadura había encarcelado y a veces torturado a algún conocido nuestro. Corrían rumores que se mandaría al populacho a incendiar y saquear el barrio norte, supuesto baluarte de la oligarquía enemiga, un término no del todo claro porque el tirano no era experto en etimologías. La única oligarquía real era el grupo que dirigía el país, aunque después mi amigo Jorge García Venturini inventó una palabra mejor, kakistocracia, el gobierno de los peores, para referirse a ese periodo y a otros que le siguieron.

El barrio norte ni siquiera era exclusivo de las familias aristocráticas, ya que vivía en él buena parte de la clase media y tampoco faltaban los conventillos. Sea como fuere, el caso es que allí vivía yo, sola con mis hijos de siete y ocho años, en una casa indefensible, sin más que una reja de poca altura para interponerse entre la turba y las puertas de vidrio que daban acceso a la entrada. Yo dormía con una pistola cargada a mano dispuesta a usarla, porque las criaturas, cada una en su cuarto y sin sospechar el peligro que corríamos, descansaban como ángeles llenándome de congoja y de coraje. Mi cuaderno de ese año registra estas zozobras:

La tensión crecía hasta ahogarnos. La dictadura usaba ferozmente de sus medios más odiosos: cárcel, allanamientos, persecución, tortura. Desde el discurso de Perón del 31 de agosto, en que autorizó sin reparos al asesinato político, el miedo y el odio se desataron sobre la ciudad. Vivíamos un clima ominoso: todo podía suceder. Corrían los rumores: para hoy, para mañana, para la semana próxima. Hacer provisión de alimentos, de velas; llenar las bañeras de agua. Para hoy: falsa alarma. Para mañana: un revuelo de amas de casa en los almacenes, comprando sin discrimianción, a las que la policía llevaba presas por sembrar pánico.

Todos los días era un amigo, el amigo de un amigo. Lo golpearon. Le aplicaron la picana eléctrica. Está preso. Están presos. En casa había un arma de calibre prohibido que me podía significar la cárcel, oculta, entre otras no menos eficaces, en la alacena secreta del escritorio que se disimulaba tras de un panel de la boiserie. Los cuadros y objetos de valor habían sido llevados lejos del barrio en peligro.

Así llegó el mes de septiembre y la revolución que se llamó Libertadora, aunque apenas sirvió para dar un corto alivio a un país que tiene siempre los gobiernos que merece, sobre todo cuando los elige. Fue esta una verdadera revolución y no un mero golpe de Estado, como tantos a los que nos tuvimos que acostumbrar después; duró varios días, corrió sangre y nos mantuvo en una ansiedad indescriptible, ya que la cadena oficial de radioemisoras daba noticias falsas y nuestro único consuelo era la de Uruguay, que nos transmitía mensajes de esperanza.

Muy clara tengo la imagen de mi familia reunida escuchando Radio Córdoba, los primeros mensajes de la revolución triunfante y el Himno Nacional que oí llorando de gratitud. Escribí entonces:

La revolución estalló un viernes por la mañana. El domingo, recuerdo la emoción de oir la proclama revolucionaria por la noche, en la Radio de Córdoba. El lunes, bajo una lluvia como la del 25 de mayo, la gente se volcó a las calles y me lancé bajo el paraguas por la de Santa Fe; pasaban los automóviles en medio de un agitar de pañuelos y de banderitas y una batahola de bocinas: enronquecíamos gritando: ¡Argentina libre! ¡Viva la Patria! ¡Viva la libertad!.

No obstante, en Buenos Aires la situación era incierta todavía. Perón, aprestándose para huir en la cañonera paraguaya, seguía asegurando que la revolución había fracasado y las tropas leales al gobierno sólo hacían operaciones de limpieza. Temíamos, con algún fundamento, que en un intento de venganza final lanzara a sus hordas sobre la ciudad para saquearla; por otro lado, la Armada avanzaba hacia la capital y no era imposible que tirase sobre ella si Perón no se rendía. Yo vivía en Juncal y Suipacha, bastante cerca de Retiro y por consiguiente del puerto.

La revolución había triunfado y una alegría desbordante inundaba a grandes sectores de la ciudadanía; tan grandes, que el día de la asunción de mando del General Lonardi, hasta los más enemigos de las multitudes nos volcamos a la Plaza de Mayo. Basta ver las fotografías de los diarios para comprobar las dimensiones de aquel gentío, que atestaba la plaza en forma compacta y se prolongaba a gran distancia por las calles adyacentes. Los peronistas parecían haber desaparecido de la noche a la mañana.

La muchedumbre de la plaza, a diferencia de aquellas a las que ese lugar se había habituado en la última década, mostraba un alto grado de civilización en su aspecto y en su conducta. Un mar de banderitas argentinas se agitaba sobre ella, pero no se oyó un solo grito hostil, ni un ¡muera! Parecía que en tal exceso de felicidad no cabía ningún sentimiento de odio. Sólo los estudiantes habían llenado las paredes de la calle Florida con frases alusivas, algunas muy oportunas...La más ingeniosa: Ni riges, ni ruges. O rajas o rejas. Firmado: Rojas. Y en una vidriera, esta estrofa olvidada de nuestro interminable Himno Nacional:

La victoria al guerrero argentino/Con sus alas brillantes cubrió/Y azorado a su vista el tirano/Con infamia a la fuga se dio.

Fue un delirio de júbilo, porque no todos los días se derriba un tirano; despertábamos de más de diez años de pesadilla y volvimos a creer en el futuro. El tiempo se encargó de desengañarnos.

(Extractos de "El mundo de la palabra" de Alicia Jurado-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1990)

miércoles, 9 de enero de 2019

Vínculo de unión entre los hombres

La moral natural resulta ser una ventaja evolutiva; de lo contrario, no podría el hombre vivir en sociedad. Y al no poder vivir en sociedad, no podría existir. La supervivencia del hombre está ligada a la supervivencia de la sociedad. Paul Gille escribió: “La moral es un fenómeno de la vida social: en otros términos, las primeras nociones morales datan y se derivan de las primeras sociedades”. “No puede ser de otro modo: no hay evolución, ni siquiera formación humana sin sociedad, y no hay sociedad posible sin una moral, es decir, sin un sistema de convenciones entre individuos reunidos para ayudarse mutuamente en la lucha –imposible de sostener aisladamente- para la conservación y mejora de la vida, contra las fuerzas naturales y los organismos vitales concurrentes”.

Si la moral es esencial para la unión entre los hombres, el vínculo de unión propuesto por las distintas éticas ha de coincidir con el fundamento de las mismas. Así, el vínculo de unión entre los hombres, según el cristianismo, ha de ser el amor, ya que mediante tal actitud compartimos las penas y las alegrías de los demás como propias. Simultáneamente, el amor es el fundamento de la ética cristiana. El autor citado agrega: “La asociación es, pues, una condición de vida para el ser humano, y al mismo tiempo le obliga a contar con otro y le impone obligaciones generales cuyo conjunto constituye la moral, considerada así como la resultante de toda sociedad o como el mismo lazo social. En cuanto hay asociación, ipso facto nace una moral rudimentaria; el hecho social engendra el hecho moral” (De “Historia de las ideas morales”-Editorial Partenón-Buenos Aires 1945).

Las sociedades utópicas se caracterizan por dejar de lado los vínculos afectivos para reemplazarlos por vínculos materiales, como es el trabajo. Pero tal reemplazo no está exento de dificultades por cuanto los aspectos afectivos del hombre forman parte de su naturaleza humana y tarde o temprano se tornan incompatibles con el vínculo artificial establecido. Henri Lefebvre escribió acerca del marxismo: “Las relaciones fundamentales de toda sociedad humana son por lo tanto las relaciones de producción. Para llegar a la estructura esencial de una sociedad, el análisis debe descartar las apariencias ideológicas, los revestimientos abigarrados, las fórmulas oficiales, todo lo que se agita en la superficie y llegar a que las relaciones de producción sean las relaciones fundamentales del hombre con la naturaleza y de los hombres entre sí en el trabajo” (De “El marxismo”-EUDEBA-Buenos Aires 1973).

La sociedad comunista, que es el ideal socialista, resulta ser esencialmente una sociedad similar a una colmena o a un hormiguero, de ahí que las distintas utopías colectivistas pueden considerarse como distintas imitaciones, quizás inconscientes, de sociedades establecidas por algún tipo de insecto. Paul Gille escribió: “Las abejas trabajan, economizan en común, consumen en común durante la mala estación; en una palabra, ponen en práctica y les va bien, la divisa comunista: «De cada uno según sus fuerzas; a cada uno según sus necesidades»”.

Lo que resulta sorprendente es que un “pequeño detalle” como el mencionado no sea advertido por muchos sociólogos, incluso consideran a Karl Marx como uno de los “fundadores” de la sociología. Puede decirse que desde la sociología, tratando de describir al individuo, se comienza a indagar a partir de la sociedad, mientras que desde la psicología social, tratando de describir la sociedad, se comienza a indagar a partir del individuo. De ahí que la primera transite por una etapa filosófica mientras que la segunda transite por una etapa científica. Se dice que “mientras el científico necesita lápiz, papel y una papelera, el filósofo solamente necesita lápiz y papel”.

También resulta sorprendente que se afirme que la humanidad, como colmena u hormiguero, ha de constituir algo así como “el fin de la historia”; como la última etapa de una evolución social que fue precedida por la esclavitud, servidumbre, capitalismo, etc. Este absurdo implica que la meta de la evolución del hombre ha de ser el hombre-abeja o el hombre-hormiga. En realidad, Marx se apresuró al enunciar la futura caída del capitalismo para darle lugar a la utopía socialista disfrazada de “ciencia social”. Michael Harrington escribió: “Marx y Engels confundieron el surgimiento del capitalismo con su declinación” (De “Socialismo”-Fondo de Cultura Económica-México 1978).

Desde el socialismo se sugiere al hombre abandonar sus ideales propios para someterse a los proyectos colectivos concebidos por los ideólogos. El colectivismo resultante requiere de la pasividad y la uniformidad de los insectos, cuyas mínimas diferencias se deben a que son orientados por instintos antes que por afectos o razonamientos, como en el caso del hombre. De ahí que la generalizada lucha contra el individualismo ha de estar orientada, en definitiva, a la exaltación de la igualdad inherente a los insectos. “Algunos sociólogos, despreciando la naturaleza psicológica, psíquica, del fenómeno moral, tienden a reducir toda la moral a la ciencia de los hechos sociológicos, a la ciencia objetiva de las costumbres. Para esos objetivistas exclusivos no es ya cuestión de conciencia, de deber, de bien, de sanción íntima, sino de leyes sociales, de costumbres, de ritos, de relaciones económicas. Las razones de nuestros actos no están ya en nosotros, sino en el medio en que evolucionamos y cuya presión invencible sufrimos. La conciencia es un eco, ya no una voz. Yo interrogo a la conciencia –dice un crítico- y la sociedad responde”.

“Habría, en consecuencia, un fatalismo moral análogo al fatalismo histórico de Marx, y más aún al fatalismo psicológico que parece haber triunfado, provisionalmente al menos, en el pensamiento científico actual. Se reconstituiría la conciencia moral con sus determinantes sociales. Y la moral ya no sería asunto de conciencia…la «ciencia moral» desaparece ante la «ciencia de las costumbres»”.

“El alma de la moralidad, sin embargo, es la autonomía. Ser moral es tomar de sí mismo, espontáneamente, el principio de sus decisiones. Y una concepción que, en apariencia, desdeña la iniciativa individual, que parece ver en la conciencia una resultante pasiva, un efecto y no una causa, suscita inmediatamente las más naturales sospechas” (Paul Gille).