lunes, 28 de abril de 2014

Populismo vs. cristianismo

En lugar de ocupar el tiempo en resolver los problemas que afligen a la sociedad, el sector oficialista lo utiliza en mantener o acrecentar su poder, mientras que la oposición trata de evitar que esa búsqueda siga profundizando la severa crisis social. Sucesivas formas de populismo han promovido un retroceso en los aspectos morales y culturales de la nación, ya que ha resultado bastante efectiva la posterior labor de encubrimiento de sus errores. Las consecuencias adversas, sin embargo, llegan en forma indefectible.

Una forma eficaz de revertir la situación consiste en retornar a los valores cristianos para dejar atrás los desvalores promovidos por los sectores populistas y totalitarios. Luego de asumir Francisco I al cargo máximo de la Iglesia Católica, hubo cierta esperanza de que este acontecimiento ayudaría a los políticos a reencauzar al país por la senda que nunca debimos perder. Sin embargo, aun los políticos opositores al cristianismo tratan de usarlo con fines netamente electorales.

La búsqueda de poder implica la búsqueda de cierta capacidad de determinar la vida de los demás, objetivo totalmente opuesto al del cristianismo, ya que éste se opone al gobierno del hombre sobre el hombre, promoviendo el gobierno de Dios sobre todos los hombres. Por lo que resulta llamativa la aparición de “peronistas cristianos” y “marxistas cristianos”; algo contradictorio e incomprensible, excepto si se trata de usar al cristianismo con objetivos ajenos a su finalidad.

Si se busca entender al peronismo, e incluso a su sucesor populista, el kirchnerismo, puede decirse que son movimientos políticos que buscan el poder, a cualquier precio y en todas sus formas, incluso promoviendo el odio colectivo. Luego, al existir una respuesta adversa en quienes tienen cierta dignidad, se los acusará de responder igualmente con “odio”, olvidando la secuencia del proceso. En realidad, las respuestas dadas al populismo por las personas decentes son motivadas por actitudes de repugnancia, o asco, hacia todos los que las agreden injustamente. Isabelle Filliozat escribió:

“Erich Fromm establece una distinción entre la agresividad defensiva, que es un proceso de adaptación innato al servicio del individuo y de la especie, y la destructividad, crueldad especifica del ser humano. Fromm llama a la primera agresividad biófila (bio = vida, philia = que ama). Es la pulsión que ama la vida, que la protege y, en consecuencia, no la destruye”. “La agresividad biófila es natural. La destructividad, por el contrario, no, y prácticamente no existe en la mayoría de los mamíferos; ni está filogenéticamente programada, ni es biológicamente adaptable” (De “El corazón tiene sus razones”-Ediciones Urano SA-Barcelona 1998).

Según lo anterior, el “homo populista” ocuparía el lugar inferior entre los mamíferos, ya que éstos, si son animales, sólo son agresivos por necesidad, ya que no poseen instintos de venganza o maldad. Así, el peronismo se caracterizó por destruir las instituciones políticas y sociales, tanto como las libertades y los derechos individuales, generando una ruptura en la sociedad que el tiempo fue cicatrizando hasta que fue nuevamente abierta por el kirchnerismo. Peter Waldmann escribió: “Dentro del ámbito estatal, los más afectados fueron los poderes legislativo y judicial, que fueron degradados a la categoría de órganos auxiliares del Ejecutivo. En el ámbito social se limitaron importantes garantías, como el derecho a la propiedad y a la libertad de opinión”. “El modelo constitucional peronista no veía campo de acción para los individuos y grupos que se oponían al régimen. El gobierno les impuso el rótulo de enemigos de la Nación y de traidores, cuya influencia era legitimo y necesario reducir por cualquier medio”.

“Sólo en casos muy raros, sus medidas implicaban daños físicos o la muerte de los opositores políticos. Por lo general se los encarcelaba y se confiscaba parte de sus bienes. A veces, en lugar de recurrir al encarcelamiento –una medida costosa-, Perón hacía llegar a los políticos opositores un aviso que debía interpretarse como invitación a que abandonaran sin demora el país”. “En lo que respecta al otro instrumento de control de la sociedad en su totalidad, es decir los medios de comunicación e información, Perón se esforzó desde un comienzo por concentrarlos en sus manos”. “De los dos matutinos más importantes que sobrevivieron después de 1949, sólo uno, «La Nación», pudo continuar apareciendo sin grandes interrupciones hasta la caída de Perón. Todos los demás eran controlados por el gobierno y dependían –al comienzo conservando una aparente autonomía, más tarde en forma directa y sin disimulo- de la Subsecretaría de Prensa y Difusión. Perón los hacía propagar constantemente sus ideas, opiniones y frases memorables, con lo cual ejerció una gran presión espiritual y política sobre la población durante los años que duró su gobierno” (De “El peronismo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1981).

Los recientes intentos de linchamiento de algunos delincuentes urbanos hicieron evidente el retroceso social hasta las épocas de la barbarie y el salvajismo. Sin embargo, debe recordarse que el personaje político de mayor influencia en la Argentina promovía tal tipo de ajusticiamientos para ser destinado a los opositores. Entre las consignas dirigidas por Perón a sus seguidores, podemos mencionar las siguientes, que por cierto son sólo una parte de todas las que les dirigió:

a) “El día que se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2-8-46)
b) “Entregaré unos metros de piola a cada descamisado y veremos quien cuelga a quien” (13-8-46)
c) “Con un fusil o con un cuchillo, a matar al que se encuentre” (24-6-47)
d) “Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8-9-47)
e) “Vamos a salir a la calle de una sola vez para que no vuelvan nunca más ellos ni los hijos de ellos” (8-6-51)
f) “Distribuiremos alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos” (31-8-51)
g) “Vamos a tener que volver a la época de andar con alambre de fardo en el bolsillo” (16-4-53)
h) “Hay que buscar a esos agentes y donde se encuentren colgarlos de un árbol” (16-4-53)
i) “Aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden contra las autoridades….puede ser muerto por cualquier argentino. Esta conducta que ha de seguir todo peronista no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra los que conspiren o inciten” (31-8-55)
j) “Y cuando uno de los nuestros caigan, caerán cinco de ellos” (31-8-55)
k) “Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que no los hayamos aniquilado y aplastado” (31-8-55)
l) “Si yo tuviera 50 años menos, no sería incomprensible que anduviera ahora colocando bombas o tomando la justicia por mi propia mano” (30-12-72)
(Extractos del Diario “La Nación”, Domingo 4 de Marzo de 1973, página 11)

De la misma forma en que un judío raramente ha de tener amistad con un nazi, ya que éste clama por su aniquilamiento, el ciudadano argentino raramente podía tener amistad con un peronista, ya que para éste los no peronistas eran enemigos, traidores y otros calificativos semejantes. Actualmente ocurre algo similar entre los argentinos y los kirchneristas, calificando como “argentino” al que trata de adoptar los valores éticos básicos rechazando los agravios que cotidianamente le dirige el sector oficialista.

Durante el peronismo, como no ha de resultar extraño, los seguidores del tirano quemaron varios templos católicos. Lucas Lanusse escribió: “Los templos atacados durante la tarde-noche fueron numerosos: en Monserrat, a los asaltados originalmente se le agregó el de San Juan Bautista; en el barrio San Nicolás, las iglesias agredidas fueron Nuestra Señora de la Merced, San Miguel Arcángel y La Piedad; en las zonas más elegantes de Retiro y Recoleta, las Del Socorro, San Nicolás de Bari y Nuestra Señora de las Victorias. En esta última, el anciano cura párroco fue duramente golpeado por los asaltantes y un par de meses después murió a causa de las heridas recibidas”.

También en el interior del país, como en Bahía Blanca, se quemaron templos, ya que la prédica peronista llegaba a todas partes; el odio implica envidia hacia el que tiene mayor riqueza y burla en cuanto la situación es propicia para manifestarla. El citado autor agrega: “Los revoltosos realizaron su faena entre gritos y risotadas, provocando varios cuadros que quedarían grabados a fuego en la mente de los absortos testigos. Algunos asaltantes, por ejemplo, se calzaron hábitos sacerdotales y simularon celebrar misa, o desfilaron por la ciudad cubiertos de ornamentos y blandiendo objetos de culto. Como testimonio de estas prácticas quedó una foto tomada a un grupo de manifestantes ….. que dio la vuelta al mundo. Otros alborotadores hicieron gala de un refinado humor negro al alinear varias figuras robadas de Santo Domingo sobre una parada de ómnibus de la Avenida Belgrano, como si las estatuas estuvieran esperando el colectivo” (De “Sembrando vientos”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

Luego de la caída de Perón, en 1955, desde el exilio siguió promoviendo la violencia. Lucas Lanusse agrega: “Las Instrucciones [enviadas por Perón] llamaban a la resistencia civil, a la organización clandestina del pueblo, a la guerra de guerrillas, a la intimidación mediante «acciones especiales» y al lanzamiento de huelgas y paros, con el fin de provocar un «estado de perturbación permanente». Se proponía además la agitación continua por la infiltración, la provocación y el ataque «a personas y bienes» de los que se servía «la tiranía»”. “Respecto a la guerra de guerrillas, el texto precisaba que el gobierno debía verse atacado por un enemigo invisible que lo golpeara por todas partes, sin que él pudiera «encontrarle en ninguna»”.

Por lo general, el pueblo apoya a los violentos siempre que éstos hablen “a favor de los pobres” y de la “justicia social”. Incluso está a favor de la “redistribución de la riqueza” suponiendo que le van a quitar al rico para darle algo a los que le siguen en la escala social, mientras que protestan severamente cuando le quitan a la clase media para darle a los más pobres (y para aumentar el patrimonio personal de los redistribuidores). Incluso no faltan algunos intelectuales que, a pesar de la etapa nefasta del peronismo, escriben elogios al populismo; luego salen por televisión a protestar por los excesos del kirchnerismo olvidando los escritos previos. Este es el caso de Tomás Abraham, quien escribía en el 2004: “Hay una campaña de notables en medios también notables contra el populismo. Llamo notable a un personaje que se siente superior por su nivel cultural. Es un ser que hace de la división entre civilización y barbarie una credencial para ser invitado a embajadas, convertirse en conferenciante de nota…..”. “¿A qué le temen estos personajes? A la demagogia y al clientelismo. No hay duda de que la famosa entelequia de la modernidad llamada «masas» los tiene a maltraer” (De “El presente absoluto”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2009).

En realidad, el hombre “civilizado” de la Argentina, que se destaca notablemente de la masa, no es alguien que haya hecho demasiados esfuerzos por mejorar su nivel cultural, sino que sobresale debido a la degradación del hombre-masa que el discurso populista ha promovido.

domingo, 27 de abril de 2014

Libre elección y determinismo

Los conceptos de determinismo (en la física) y de libre albedrío (en la conducta humana), consolidados en sus respectivos ámbitos, generan inconvenientes cuando se los trata de generalizar en el hombre. Ello se debe a la confirmación científica de que la estructura de los seres vivientes está conformada con los mismos elementos que la materia inerte. Incluso una parte importante de los átomos que constituyen nuestro propio cuerpo, en un pasado remoto fueron parte de alguna estrella. De ahí la posibilidad de que compartamos y heredemos el determinismo asociado a la materia.

Uno de los antiguos planteos filosóficos, sobre cuestiones éticas, cuestiona la existencia simultánea de la responsabilidad respecto de nuestros actos, y la posibilidad de un determinismo estricto, ya que, si fuésemos entes similares a un autómata carente de libertad, nuestras decisiones vendrían determinadas necesariamente por nuestro pasado quitándonos toda culpa ante nuestras acciones negativas y todo mérito por las positivas. Ben Dupré escribió: “El espectro del determinismo se cierne sobre la ética, sin haber podido exorcizarlo después de siglos de debate. La cuestión básica, el hecho de que la percepción de nosotros mismos como seres morales vaya en contra de la comprensión científica del universo, sigue dividiendo a los filósofos, y no hay consenso a la vista. Las cuestiones metafísicas, como las que tratan de la naturaleza fundamental de las cosas, a veces se descartan por considerarse castillos en el aire, pero se ha demostrado que las implicaciones del determinismo son demasiado fuertes como para dejarlas de lado” (De “50 cosas que hay que saber sobre ética”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).

Para tener una idea concreta del significado que se le da a la palabra “determinismo”, podemos considerar el caso de una piedra arrojada al aire. Una vez que se conocen las condiciones iniciales del movimiento, como la masa, la posición y la velocidad, se le aplican las leyes del movimiento de Newton y puede seguirse la trayectoria que el móvil ha de seguir en el tiempo. Se dice que el futuro viene determinado por las condiciones iniciales y por la ley respectiva. Pierre Simon de Laplace escribió: “Una inteligencia que en un momento determinado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza, así como la situación respectiva de los seres que la componen, si además fuera lo suficientemente amplia como para someter a análisis tales datos, podría abarcar en una sola fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del átomo más ligero: nada le resultaría incierto y tanto el futuro como el pasado estarían presentes ante sus ojos” (Del “Ensayo filosófico sobre las probabilidades”).

En cuanto al determinismo en el ser humano, considerado “como una piedra”, Jacques Bourquin escribió: “Quien niega el libre albedrío se ve arrastrado a negar toda libertad. Tal el caso de los filósofos deterministas, fatalistas o materialistas. Lalande define el determinismo como una doctrina filosófica según la cual, todos los acontecimientos del universo y en especial las acciones humanas están ligadas de manera tal que siendo las cosas como son en un momento dado, no tienen para cada uno de los momentos anteriores y posteriores más que un estado que sea compatible con el primero. Se ve por esta definición que la libertad no puede ser admitida en la menor medida por los que creen en el determinismo” (De “La libertad de prensa”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 1952).

Respecto del libre albedrío, el filósofo medieval San Agustín escribió: “El libre albedrío fue concedido al hombre para que contara méritos siendo bueno, no por necesidad, sino por libre voluntad”. “Nuestra voluntad es la que quiere y no quiere, siendo sujeto libre capaz de bondad o malicia; contra la evidencia del testimonio interior no puede lucharse”. “Nuestra voluntad no sería voluntad si no fuera libre” (Del “Diccionario antológico del pensamiento universal” de Antonio Manero-UTEHA-México 1958).

Por otra parte, Immanuel Kant escribió: “Muchas de nuestras actitudes se convierten en paradojales y vanas cuando se someten a la opinión de aquellos que nos consideran como criaturas privadas de autonomía, como verdaderos autómatas. El individuo que ha perjudicado a cualquiera de sus semejantes, ¿conocería alguna vez el remordimiento, por ejemplo, si su mala acción no hubiese tenido otro origen que la necesidad, de donde proceden los acontecimientos que vienen a colmar el doble cuadro del espacio y del tiempo? Ciertamente no. El remordimiento tiene en el culpable, cuando éste lo descubre en los entresijos de su ser, más fuertes que todos los razonamientos interesados que quieran destruirlo, la certidumbre de que, desgraciadamente, su falta no es producida por una fuerza causal extrínseca, sino que es su propia criatura” (De “Critica de la razón práctica”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1973).

Desde el punto de vista de la ciencia contemporánea, todo parece indicar que existe un determinismo que incluye nuestro propio comportamiento, ya que solamente en la escala atómica ocurren sucesos indeterminados individualmente, mientras que todo conjunto numeroso de partículas sigue patrones característicos y predecibles. Tal es así que la ecuación básica de la mecánica cuántica no relativista, la “ecuación de Schrödinger”, permite seguir el desarrollo temporal de la función de onda, a partir de la cual puede calcularse la probabilidad de ocurrencia de un suceso individual. Sin embargo, la estructura matemática de tal ecuación admite cierto determinismo asociado a la evolución temporal de dicha variable. Erwin Schrödinger escribió:

“Una de las partes más importantes del libre albedrío humano es la conducta ética. Suponiendo que los acontecimientos físicos en el espacio y en el tiempo no estén determinados estrictamente, sino sujetos en gran parte al azar, como creen muchos físicos de nuestro tiempo, es evidente (dice Cassirer) que este aspecto arbitrario de los sucesos del mundo material es lo último que hay que invocar como modelo físico de la conducta ética humana. Pues ésta no es nada arbitraria, sino que está determinada fuertemente por motivos que van desde los más bajos a los más sublimes; desde la avaricia y el rencor, hasta el verdadero amor al prójimo y la devoción religiosa más sincera”.

“En mi opinión, éste es el fruto más valioso de toda la controversia; la balanza se ha inclinado a favor de una posible reconciliación del libre albedrío con el determinismo físico, al comprobar la poco adecuada que resulta una base física arbitraria para la ética”. “El resultado neto es que la física cuántica no tiene nada que ver con el problema del libre albedrío. Si existe este problema, no ha progresado nada con los últimos desarrollos de la física. Volviendo a citar a Ernst Cassirer: «Por lo tanto, está claro…que cualquier posible cambio en el concepto físico de la causalidad no podrá tener una influencia inmediata sobre la ética»” (De “Ciencia y humanismo”-Editorial Alhambra SA-Madrid 1954).

Para compatibilizar el determinismo universal, asociado a la existencia de leyes naturales causales, con la aparente libertad de elección y, por lo tanto, con el deber moral, Baruch de Spinoza considera que estamos determinados por una enorme cantidad de causas pasadas, generalmente desconocidas, y de ahí que podamos hablar de libre arbitrio sin abandonar el determinismo. Al respecto escribió: “En la mente no hay ninguna voluntad absoluta o libre, sino que la mente es determinada a querer esto o aquello por una causa que también es determinada por otra, y ésta a su vez por otra, y así hasta el infinito”.

“La voluntad es un cierto y determinado modo de pensar, por tanto no puede ser causa libre de sus acciones, o sea, no puede tener una facultad absoluta de querer o no querer, sino que debe ser determinada a querer esto o aquello por una causa que también es determinada por otra, y esta a su vez por otra, etc.”.

Philipp Frank escribe al respecto: “Según Spinoza, los estados mentales son parte de la cadena causal de estados físicos, y la pregunta que podemos hacer no es la de si hay «lagunas» en esa cadena, sino más bien la de cómo llega a ocurrir que nuestra observación interior parece decirnos que podemos tomar decisiones «libres». Spinoza da una buena respuesta a esta pregunta en el apéndice a la Primera Parte de su «Ética»: «Bastará aquí que tome por fundamento lo que todos deben reconocer, a saber, que todos los hombres nacen ignorantes de las causas de las cosas, que todos apetecen buscar su propia utilidad y que son conscientes de ello. De esto, en efecto, se sigue: primero, que los hombres creen ser libres, puesto que son conscientes de sus voliciones y de su apetito, pero no piensan, ni en sueños, qué causas los disponen a apetecer y querer, porque las ignoran; segundo, que los hombres hacen todo por un fin, a saber, por la utilidad que apetecen; de donde proviene que nunca anhelan conocer sino las causas finales de las cosas que se llevan a cabo, y una vez que las han oído se aquietan, sin duda porque no tienen ningún motivo para seguir dudando»” (De “Filosofía de la Ciencia”-Herrero Hnos. Sucesores SA-México 1965).

La idea de la adaptación del hombre al orden natural presupone la existencia de un riguroso determinismo que se debe compatibilizar con la libertad de elección. Una alternativa a la postura de Spinoza consiste en considerar al hombre como un sistema complejo adaptativo, esto es, un sistema que tiene memoria y que es capaz de aprender. Si se construyera un robot con una gran capacidad de memoria y una gran variedad de sensores, puede decirse que las acciones futuras de esta máquina vienen determinadas parcialmente por su constructor y parcialmente por la propia capacidad del robot para adquirir información de su ambiente al cual se ha de adaptar, es decir, de ser apto para moverse y reaccionar en ese medio.

Se observa una gran diferencia entre el movimiento de una piedra y el comportamiento del robot, ya que este último, al poder captar y procesar información del medio circundante, tiene un gran porcentaje de autodeterminación, que es en definitiva la idea asociada a la libre elección. Por ser el hombre un sistema complejo adaptativo, con capacidad de recibir y procesar información, puede decirse que su futuro depende bastante más de su aprendizaje y de su esfuerzo de adaptación que de la herencia genética recibida, por lo que su carácter autónomo puede interpretarse como el principal factor de su comportamiento libre.

Si tuviésemos que asociar una imagen más o menos concreta a la expresión “libre arbitrio”, deberíamos considerar que cada ser humano tiene una forma única para elegir y procesar la información que recibe desde el medio al cual pretende adaptarse. De ahí que la libertad de elección que posee queda ligada íntimamente a sus atributos personales que configuran su personalidad única. Maurice Blondel escribió: “La libertad, lejos de excluir al determinismo, surge de él y lo utiliza; el determinismo, lejos de excluir la libertad, la prepara y produce”.

martes, 22 de abril de 2014

Imperialismo y capitalismo

Frecuentemente, y a lo largo de la historia de la humanidad, se ha advertido que un bando ha sido calumniado y difamado por el bando rival, o competidor. De ahí que no deba extrañarnos la amplia campaña difamadora promovida por el sector socialista hacia todo lo que esté vinculado al capitalismo y que, debido al fracaso del primero, sólo le queda calumniar al segundo, convirtiendo al capitalismo en una mala palabra, casi como si se tratara de una plaga que asota a los distintos pueblos. Mientras mayor sea el éxito del capitalismo, mayor será la acción dedicada a su desprestigio.

Por las razones expuestas, es conveniente mencionar los atributos principales del capitalismo, de manera de observar claramente que no se trata de algo diabólico, como se lo presenta desde la izquierda. Podemos establecer la siguiente igualdad simbólica:

Capitalismo = Trabajo + Ahorro productivo (inversión) + Libres intercambios equitativos + Innovación

Entre los supuestos defectos atribuidos al capitalismo, aparece la tendencia hacia el imperialismo, que justificaría la razón de su éxito. Así, se supone que las grandes potencias económicas han logrado buenos resultados debido a la extracción de riquezas de sus colonias, en lugar a atribuir ese éxito a las bondades del sistema y a la adecuada adaptación de la sociedad que lo adopta. Thomas Sowell escribe al respecto: “Quizá la explicación más famosa e influyente de las diferencias económicas entre las naciones ricas y pobres es la obra de V. I. Lenin, «Imperialismo». Se trata de una obra maestra en el arte de la persuasión, ya que convenció a muchas personas de elevadísimo nivel educativo en el mundo entero, no sólo a pesar de la ausencia de testimonios empíricos en favor, sino también a pesar de una enorme y sólida cantidad de evidencias en su contra”.

“La tesis de «Imperialismo» era que las naciones capitalistas industrializadas tenían un excedente de capital, el cual con el tiempo y de acuerdo a la teoría marxista, tendería a bajar la tasa de ganancia, a menos que fuera exportada a los países pobres, no industrializados, donde podría encontrar un campo más amplio para la explotación”. “Esta teoría explicaba así, de una manera muy clara, el fracaso de las predicciones de Marx y, a la vez, suministraba una explicación política satisfactoria de las diferencias de ingresos entre ricos y pobres”.

La “habilidad” de Lenin se observa en el hecho de publicar un cuadro en el que aparecen las inversiones de los principales países capitalistas europeos de su época (Gran Bretaña, Francia y Alemania), tanto en Europa como en el resto del mundo, pero sin diferenciar, entre los países receptores, en industrializados y países pobres, aceptando implícitamente que son “todos pobres” para que se cumpla su teoría. Adopta el viejo principio que indica que, si no hay relación entre teoría y realidad, se debe cambiar o encubrir la realidad. El citado autor agrega: “Las enormes y heterogéneas categorías, América, por ejemplo, que designa todo el hemisferio occidental, impiden saber si las inversiones de las naciones industriales se hacían en las partes menos industrializadas de estas amplias categorías o en las más industrializadas. Comoquiera que sea, datos procedentes de otras fuentes ponen en claro que, de hecho, la mayoría de las inversiones extranjeras se dirigían entonces, como ahora, a otras prosperas naciones industrializadas”.

La teoría errónea de Lenin tuvo gran aceptación en el Tercer Mundo por cuanto justificaba la pobreza y el atraso de muchos países, incluso favorecía la tendencia a no trabajar ni a buscar cambios favorables, adoptando una actitud fatalista que impone resignación en algunos y violencia extrema en otros. Thomas Sowell escribe: “La combinación del genio propagandístico de Lenin con una audiencia receptiva a sus tesis, permitió que su teoría del imperialismo recibiera una gran aceptación entre intelectuales, activistas y el pueblo del Tercer Mundo. De hecho, la explotación es una explicación política perfecta de las diferencias entre ingresos. Justifica cualquier envidia o resentimiento que puedan sentir las personas con menores ingresos hacia aquellas que los tienen más elevados. Elimina cualquier estigma que pudiera implicar capacidades inferiores o acciones menos afortunadas por parte de aquellos que perciben ingresos más bajos. Lo que es peor, reemplaza cualquier tarea pesada con un sentido moralmente edificante de derechos. Poco importan los problemas empíricos y lógicos de la teoría de la explotación: los movimientos políticos pocas veces se basan en evidencias empíricas y en la lógica”.

Otra de las nefastas consecuencias de aceptar la teoría de Lenin fue el de la expropiación de empresas y capitales “imperialistas”, ya que ello profundizó el éxodo de empresas y capitales hacia los países desarrollados, por lo cual fue la teoría de Lenin la que en realidad favoreció lo que predicaba, y no el sistema capitalista. Sowell continúa: “Quienes culpaban a las naciones colonialistas de la pobreza del Tercer Mundo, continuaron haciéndolo durante décadas después de que esas colonias se convirtieran en países independientes del Tercer Mundo para confiscar la propiedad de los inversionistas extranjeros, a quienes veían como «explotadores». En los lugares en donde había comunidades o asentamientos europeos de los que era posible apoderarse, como en Zimbabwe o en Sudáfrica, este tipo de creencias suministró bases convenientes para despojar a los pobladores europeos. Sin embargo, al hacerlo, los gobiernos del Tercer Mundo revelaron sin advertirlo ellos mismos, la falacia de la creencia de que la riqueza física era crucial. De ser así, tales confiscaciones hubieran mejorado las condiciones de vida de la población indígena”.

“Pero si la prosperidad se originó gracias a la posesión de conocimiento interno, habilidades y patrones culturales, entonces transferir la riqueza física de aquellos que poseían el conocimiento, habilidades y patrones culturales necesarios a aquellos que los carecían, no podría tener grandes diferencias. El país africano de Zimbabwe es un ejemplo típico en todos los sentidos. Zimbabwe se deshizo de los últimos remanentes de su pasado colonial en los albores del siglo XXI, al expropiar a los terratenientes blancos; como reportó The New York Times, los resultados fueron los siguientes: «A lo largo de unos siete años, la economía y la calidad de vida en Zimbabwe fueron en lento e ininterrumpido declive. Este año, aún siguen declinando, pero dice la gente que con una gran diferencia: el declive ha dejado de ser tan lento..». «En semanas recientes, la autoridad nacional de energía advirtió sobre el desplome del sistema eléctrico. El colapso en el tratamiento del agua produjo un nuevo brote de cólera en la capital, Harare. Todos los servicios públicos se interrumpieron en Marondera, una capital regional con 50 mil habitantes en la parte occidental de Zimbabwe, cuando la ciudad se vio sin dinero para reparar equipos dañados. En Chitungwiza, al sur de Harare, la electricidad se suministra sólo cuatro días a la semana»” (De “Economía. Verdades y mentiras”-Editorial Océano de México SA-México 2011).

La teoría de Lenin resultó, en cierta forma, una profecía autocumplida, ya que, al favorecer las expropiaciones, con la consiguiente salida de capitales hacia los países desarrollados, se observó un beneficio para éstos al recibir capitales expulsados por los países pobres.

Dicha teoría formó parte de la táctica de despliegue del comunismo por el mundo; ya que, luego de una etapa de dirección centralizada en Moscú, se acudió al “nacionalismo” para luchar contra el imperialismo capitalista. Jordán B. Genta escribió al respecto: “Stalin, en 1944, dejó aparentemente el timón de la Revolución en las otras naciones, disolviendo el Komintern. Desde entonces la Conspiración Comunista Mundial viene adoptando una supuesta forma nacional y aparece en cada uno de los países como portaestandarte de la soberanía y paladín de la causa de la Patria en contra del agresor imperialista”.

“Los partidos comunistas han sido declarados «mayores de edad» y se ha resuelto que la Revolución Mundial se haga a través de revoluciones nacionales que se irán realizando en el momento y en la forma que los agentes locales estimen conveniente. Y por esto es que los mismos comunistas que hasta ayer renegaban de la Patria y de sus símbolos sagrados, levantando la bandera roja del rencor y entonando la Internacional por las calles de nuestra ciudad, ahora se revisten de fingido patriotismo, emplean los colores nacionales y entonan el Himno Nacional, convocando a la unión de todas las fuerzas antiimperialistas, defensoras de la soberanía y amantes de la Paz, para luchar contra los «chacales sanguinarios de la guerra» que en el día de hoy serían los democráticos anglosajones, como hace diez años habrían sido los nazis alemanes y los fascistas italianos”.

“Claro está que para cambiar de frente y pregonar las consignas que se repudiaban un momento antes, con ese descaro absoluto y esa cínica impudicia, se requiere profesar la ética de la traición o del oportunismo materialista que no reconoce ninguna valla ni límite alguno en la conducta. Es la doctrina que Lenin enseñaba a los conspiradores bolcheviques, amonestando a los tímidos que no osaban saltar todos los cercos: «Esas gentes, si todavía no saben que todos los límites en la naturaleza y en la sociedad son variables y hasta cierto punto convencionales, no tienen cura posible a menos que se sometan a un estudio prolongado»” (De “Libre examen y comunismo”-Ediciones Dictio-Buenos Aires 1976).

Como ejemplo de disfraz nacionalista, puede citarse el caso de uno de los grupos marxistas-leninistas que actuaron en la Argentina, los Montoneros, nombre usurpado a los gauchos del siglo XIX y que algunos asocian a los seguidores de Martín Miguel de Güemes, quien combatió a favor de su patria durante el periodo de la Independencia. Los Montoneros de los 70, por el contrario, se oponían a todo nacionalismo auténtico, como el promovido por el mencionado Jordán Bruno Genta, quien fuera asesinado justamente por integrantes de tal grupo debido a sus intentos por tratar de impedir que su patria fuera convertida en una nueva cárcel soviética. Los Montoneros de Lenin intentaron expandir el imperio marxista-leninista luchando en contra de la nación que los vio nacer.

Si bien sólo quedan unos pocos países bajo sistemas socialistas, sigue vigente la ideología y los principios empleados en otras épocas, como es el caso de Venezuela y, con menor énfasis, la Argentina. De ahí que sea conveniente tener siempre presente un pasado no muy lejano.

sábado, 19 de abril de 2014

Igualdad natural vs. igualdad artificial

Existen dos propuestas distintas para lograr que en la sociedad predominen las ideas y los sentimientos de igualdad; la primera es la que sugiere que, desde el interior de cada persona, surja una actitud que permita sentir como propias las penas y las alegrías ajenas; la segunda consiste en establecer, mediante distintos cambios sociales, el surgimiento de hábitos y costumbres que conducirán a un comportamiento de tipo igualitario. El primer camino implica una forma natural de lograr la igualdad, ya que se fundamenta en actitudes individuales concretas, mientras que el segundo, al ignorar al primero, resulta ser una tentativa artificial que, por lo general, no consigue los fines propuestos.

La primer alternativa no es otra cosa que el “Amarás al prójimo como a ti mismo”; uno de los mandamientos cristianos. Adviértase que, por el hecho de compartir las penas y las alegrías de los demás, se logra adicionalmente la libertad respecto al resto de los seres humanos, ya que toda pérdida de libertad, adopta alguna forma de dependencia o servidumbre; que son los estados sociales que surgen justamente cuando no existe igualdad en el sentido considerado. Las tendencias asociadas, respectivamente, al liberalismo y al socialismo, se caracterizan por la prioritaria búsqueda de la libertad, en el primer caso, y de la igualdad, en el segundo caso, aunque muchas veces no se logra ninguna de ellas. Y ello sucede cuando no tienen en cuenta la propuesta cristiana, ya que se supone que el sistema económico adoptado conducirá hacia los fines prioritarios buscados. Incluso desde las propias instituciones cristianas se ha ocultado de tal forma al mandamiento mencionado, revistiéndolo de misterios e incoherencias lógicas, que le han quitado toda utilidad práctica. Impidiendo, además, que desde ámbitos ajenos a la religión surjan interpretaciones que difieran de las adoptadas por la Iglesia, siendo consideradas “sacrílegas”; de ahí que, por lo general, pocos se atreven a proponer la difusión que debería tener. Baruch de Spinoza escribió:

“La escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Una de las primeras definiciones del amor, surgida desde la filosofía, fue establecida en el siglo XVII por Baruch de Spinoza, quien escribió: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada” (De “Ética”). Desde la psicología se considera al amor como un aspecto del fenómeno general de la empatía. De ahí que, seguramente, el mandamiento cristiano se fortalecerá en el futuro afianzado por el conocimiento surgido de la ciencia experimental, especialmente desde la neurociencia.

La ética se inicia con la religión, continúa con la filosofía, hasta llegar a una etapa en que ha de ser definida con mayor certeza por la ciencia experimental. Ben Dupré se pregunta: “¿Lo que es moralmente bueno es bueno porque Dios lo ordena o Dios lo ordena porque es bueno? Si nos decantamos por el primer caso, claramente las preferencias de Dios podrían haber sido…diferentes”. “Si Dios ordena lo que es bueno porque es bueno, claramente esa bondad es independiente de Dios. En ese caso, Dios se limitaría a ser poco más que un intermediario. En principio, por tanto, podríamos actuar por nuestra propia cuenta e ir directamente a la fuente moral o a la norma, sin ayuda de Dios. Por tanto, cuando se discute sobre autoridad moral, parece que Dios es arbitrario o redundante” (De “50 cosas que hay que saber sobre ética”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2014).

Toda incompetencia para la difusión de la igualdad natural, permite el ingreso de la igualdad artificial. Uno de esos intentos fue el del marxismo, que se opuso acérrimamente al cristianismo, por lo que surge la duda acerca de si tales intentos por establecer la igualdad fueron sinceros. La igualdad (teórica al menos), sin libertad, produjo el socialismo real, donde la clase dirigente dominaba a una clase obrera que sólo debía obedecer las órdenes recibidas y adaptarse a la planificación establecida. El atractivo que siempre tuvo el socialismo se debió principalmente a las ambiciones de poder de los líderes políticos e ideólogos de izquierda, y a los deseos de los envidiosos de ver sucumbir a quienes disponen de mayor nivel económico. Ambicionar el gobierno de un hombre sobre otros hombres es una actitud poco igualitaria, mientras que la búsqueda de la igualdad económica, que rebaja al que más tiene, dista bastante de la búsqueda de la igualdad natural. A. Vinet escribió: “La necesidad de dominar y ser dominado me parece más antigua y profunda que la necesidad de ser igual”.

En forma opuesta al cristianismo, que promueve una actitud cooperativa desde los afectos hasta la acción concreta, el marxismo sostiene que la igualdad económica es prioritaria a las restantes. La igualdad económica estricta sólo puede establecerse con la pobreza generalizada. Napoleón Bonaparte expresó: “El mejor camino para hacer a todos pobres es insistir en la igualdad de la riqueza”.

La igualdad económica, como objetivo a lograr, ha sido siempre un obstáculo para el crecimiento económico, por cuanto ha significado el traspaso de riquezas desde los sectores productivos a aquellos poco adeptos al trabajo, con perjuicios para ambos. De ahí la sugerencia, para lograr la justicia distributiva, de la aceptación de cierta desigualdad económica que favorezca a ambas partes. John Rawls sugería que “cierto grado de desigualdad en la distribución de la riqueza puede ser necesario para permitir que todos vivamos mejor”.

Es importante aclarar que, si bien el mercado es el marco conveniente para el desarrollo económico, son las sugerencias o los mandamientos éticos los que deben orientar nuestras acciones, y no los resultados monetarios. De ahí que, cuando alguien realice un intercambio poco satisfactorio desde el punto de vista del beneficio económico, pero satisfactorio desde el punto de vista ético, debe priorizar este último aspecto. Pablo Da Silveira escribió: “No es aceptable que sacrifiquemos una o varias de nuestras libertades fundamentales para aumentar la eficiencia económica. Y tampoco es aceptable sacrificar una o varias de esas libertades en beneficio de la igualdad material. La igualdad es un valor importante, pero debe ser alcanzada por vías que sean compatibles con el respeto de las libertades fundamentales” (De “John Rawls y la justicia distributiva”-Campo de Ideas SL-Madrid 2003).

Algunos autores consideran que un alto nivel de igualdad es un síntoma de incivilización, ya que, al irse transformando en individualización, se logra el progreso cultural. C. Arenal escribió: “La mayor suma de igualdad posible se alcanza en el estado salvaje, y la civilización lleva consigo indefectiblemente la desigualdad; y aun he llegado a sospechar, que esas tribus salvajes, que por incivilizables perecen, no pudiendo sostenerse enfrente de pueblos muy adelantados, son tal vez razas absolutamente refractarias a las desigualdades indispensables a toda civilización” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

La igualdad de los hombres deriva de estar todos regidos por leyes naturales. Con un criterio similar, tal igualdad sigue teniendo vigencia ante las leyes humanas, de donde surge la igualdad de derechos y de deberes de todo ciudadano. Los países que más importancia han concedido a la democracia han sido justamente quienes contemplaron la libertad y la igualdad con similar importancia. Thomas Jefferson expresó: “Sostenemos estas verdades como evidentes: que todos los hombres han sido creados iguales y han sido dotados por el Creador con inalienables derechos, entre los cuales están la vida, la libertad y la persecución de la felicidad” (De la Declaración de la Independencia de los EEUU).

Con las intenciones de subsanar los serios problemas sociales que aquejan a algunas sociedades, en lugar de estimular los valores éticos que contemplan el respeto por los derechos de los demás y el cumplimiento de los deberes propios, se ha optado por compensar las desigualdades sociales concediendo mayores derechos y menores obligaciones a quienes consideran injustamente relegados por el sistema económico imperante. Se ha llegado al extremo de considerar que el delincuente actúa como tal por haber sido previamente marginado por la sociedad y de ahí que se lo trata de reinsertar aun cuando muestre signos evidentes de peligrosidad. Ello conlleva un serio perjuicio para la gente decente y también para el delincuente, por cuanto, al persistir en su accionar antisocial, profundiza su marginalidad y su resentimiento. Con similar criterio, se tolera (y así se promueve) la indisciplina en establecimientos educacionales, perjudicando a todos sus integrantes, ya que la tendencia compensadora a otorgar premios a los que no cumplen con sus deberes, y la indiferencia hacia los demás, termina alentando el accionar del alumno indisciplinado, aumentando las diferencias con los alumnos de buen comportamiento.

El igualitarismo nivelador también aparece en el sistema económico cuando se expropia gran parte de las ganancias empresariales para otorgarlas, no a los pobres o a los indigentes, exclusivamente, sino, mediante una asistencia social universal, a sectores poco adeptos al trabajo, por lo que el sistema económico tiende a ser inoperante.

El hombre-masa, que supone que sólo tiene derechos y que es exigente con el cumplimiento de los deberes ajenos, es el resultado promovido por los gobiernos que tratan de imponer la igualdad artificial desconociendo la igualdad natural.

Puede mencionarse un ejemplo concreto de esta mentalidad en el caso de los adolescentes que deterioran seriamente los bancos de la Plaza España, de Mendoza, ante la necesidad de divertirse con sus patinetas. La que antes constituía un orgullo digno de ser mostrado a los turistas, en la actualidad es una muestra de la decadencia social y del salvajismo reinante. Ello se debe a que se contemplan los derechos a divertirse del adolescente aun destruyendo lo que a todos pertenece, ignorando los derechos del habitante común, que cuida el patrimonio social y no lo destruye. El periodista Pablo Icardi termina una nota afirmando: “Prefiero las plazas llenas; un intendente gastando fortunas en arreglar una y otra vez una plaza rota por su uso antes que estén brillantes para la foto y con adolescentes escondidos” (De “Voxpopuli.com”-Mendoza 17/4/14). El periodista olvida que la tolerancia ante el comportamiento destructivo y egoísta de quien poco respeta los derechos ajenos, favorece su automarginamiento respecto de la sociedad y de todo comportamiento civilizado.

lunes, 14 de abril de 2014

Intercambios y dependencia

Cotidianamente realizamos intercambios comerciales que benefician simultáneamente a ambas partes intervinientes. Si adquirimos pan, nos beneficiamos ante la evidente utilidad que brinda todo alimento, mientras que también se beneficia quien lo elabora al obtener cierta ganancia monetaria, además de la satisfacción que logra al sentirse una persona útil que coopera con los demás miembros de la sociedad. Puede decirse que existe cierta dependencia entre ambas partes, por cuanto el consumidor, para lograr su supervivencia, depende de quien satisface sus necesidades alimenticias, mientras que los medios económicos para la supervivencia del productor dependen de los intercambios realizados con sus clientes.

Esto resulta bastante evidente. Sin embargo, no todos están de acuerdo en que los intercambios deban describirse de la forma en que se ha hecho. Para un sector de la sociedad, en los intercambios comerciales hay alguien que gana y alguien que pierde, y de ahí que toda dependencia mutua sea indeseable. Por ello, si un individuo se siente satisfecho con su accionar cotidiano realizando intercambios y cooperando con la sociedad, deba cambiar de parecer, tal lo que le sucede al ciudadano común cuando en su país llegan al poder los socialistas. Debe cambiar su escala de valores y su forma de razonar sobre cuestiones evidentes; todo ello para estar de acuerdo con la ideología que se le ha de imponer. En el caso de las naciones, las cosas son bastante similares, por cuanto los intercambios comerciales se realizan bajo la evidencia del beneficio simultáneo, de lo contrario, quien ha de perder, se abstendría de hacerlo. Eduardo Galeano escribe al respecto:

“La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”. “Es América Latina la región de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros días todo se ha trasmutado siempre en capital europeo, o más tarde norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centro de poder”.

El párrafo anterior, que aparece en el libro “Las venas abiertas de América Latina”, se menciona en el “Manual del perfecto idiota latinoamericano” de Plinio A. Mendoza, Carlos A. Montaner y A. Vargas Llosa (Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1996), de donde se extraerán los comentarios que siguen. El titulo del Manual resulta un poco chocante, aunque los propios autores confiesan que alguna vez ellos mismos merecieron ese adjetivo, debido precisamente a desconocer aspectos obvios de la realidad. En cuanto a las expresiones de Galeano, escriben: “A partir de esta espeluznante premisa antropomórfica no es difícil deducir el destino zoológico que nos espera a lo largo del libro: rapaces águilas americanas ferozmente carroñeras, pulpos multinacionales que acaparan nuestras riquezas, o ratas imperialistas cómplices de cualquier inmundicia”. “La idea tan elemental y simple, tan evidente, de que la riqueza moderna sólo se crea en la buena gestión de las actividades empresariales no le ha pasado por la mente”.

Recordemos que uno de los postulados básicos del marxismo es la existencia de clases sociales cuyos integrantes son todos buenos, o todos malos, según de cual clase se trate. De ahí que resulta natural suponer que hay países cuyos habitantes son todos buenos y países en donde todos son malos. En ambos casos, los malos son los exitosos económicamente hablando y los buenos los menos exitosos. Los autores citados agregan: “Lo que unos tienen –supone-, siempre se lo han quitado a otros. No importa que la experiencia demuestre que lo que a todos conviene no es tener un vecino pobre y desesperanzado, sino todo lo contrario, porque del volumen de las transacciones comerciales y de la armonía internacional van a depender, no sólo nuestra propia salud económica, sino de la de nuestro vecino”. “Nadie se especializa en perder. Todos (los que hacen bien su trabajo) se especializan en ganar. En 1945, de cada dólar que se exportaba en el mundo, 50 centavos eran norteamericanos; en 1995, de cada dólar que se exporta sólo 20 centavos corresponden a EEUU. Pero eso no quiere decir que algún chupóptero se ha instalado en una desprotegida arteria gringa y lo desangra, puesto que los estadounidenses son cada vez más prósperos, puesto que ha habido una expansión de la producción y del comercio internacional que nos ha beneficiado a todos y ha reducido (saludablemente) la importancia relativa de los EEUU”.

Eduardo Galeano escribió: “La región (América Latina) sigue trabajando de sirvienta. Continúa existiendo al servicio de las necesidades ajenas como fuente y reserva del petróleo y el hierro, el cobre y las carnes, las frutas y el café, las materias primas y los alimentos con destino a los países ricos, que ganan consumiéndolos mucho más de lo que América Latina gana produciéndolos”.

Los “tres idiotas” escriben al respecto: “Supongamos que los evangelios del señor Galeano se convierten en política oficial de América Latina y se cierran las exportaciones del petróleo mexicano o venezolano, los argentinos dejan de vender en el exterior carnes y trigo, los chilenos atesoran celosamente su cobre, los bolivianos su estaño, y colombianos y brasileros se niegan a negociar su café, mientras Ecuador y Honduras hacen lo mismo con el banano. ¿Qué sucede? Al resto del mundo, desde luego, muy poco, porque toda América Latina apenas realiza el 8% de las transacciones internacionales, pero para los países al sur de Río Grande la situación se tornaría gravísima. Millones de personas quedarían sin empleo, desaparecería casi totalmente la capacidad de importación de esas naciones y, al margen de la parálisis de los sistemas de salud por falta de medicinas, se produciría una terrible hambruna por la escasez de alimentos para los animales, fertilizantes para la tierra o repuestos para las máquinas de labranza”. “Dado que América Latina importa más de lo que exporta, es el resto del planeta el que tiene su sistema circulatorio a merced del aguijón sanguinolento de los hispanoamericanos. De manera que sería posible montar un libro contravenoso en el que apasionadamente se acusara a los latinoamericanos de robarles las computadoras y los aviones a los gringos, los televisores y los automóviles a los japoneses, los productos químicos y las maquinarias a los alemanes y así hasta el infinito”.

Existe un caso en que un país fue conducido por un seguidor de Galeano; la Venezuela chavista. Recordemos que el propio Hugo Chávez le obsequió a Barak Obama un ejemplar de “Las venas abiertas de América Latina”. La severa crisis de Venezuela, acentuada por la fuga de capitales privados debida a las expropiaciones, la caída de la producción, el aumento de las importaciones de comestibles, etc., implica que a Venezuela le “han abierto las venas”, pero no precisamente quienes son denunciados por Galeano, sino por sus propios seguidores. Muchos de los capitales que salieron de Venezuela habrán ido a parar a los países desarrollados, por lo que el planteo ideológico resulta completamente absurdo. De ahí que cierto autor afirmó, acertadamente, que el subdesarrollo “está en la mente”.

Galeano escribe: “Son mucho más altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores”.

Los autores del Manual comentan al respecto: “Galeano no es capaz de entender que si los latinoamericanos no exportan y obtienen divisas, a duras penas podrán importar. Por otro, no se da cuenta de que los impuestos que pagan los consumidores de esos productos no constituyen una creación de riqueza, sino una simple transferencia de riqueza del bolsillo privado a la tesorería general del sector público”. “Pero donde Galeano y sus seguidores demuestran una total ignorancia de los más elementales mecanismos económicos es cuando no sólo les suponen a esos impuestos un papel «enriquecedor» para el Estado que los asigna, sino cuando ni siquiera son capaces de descubrir que la función de esos gravámenes no es otra que disuadir las importaciones. Es decir, constituyen un claro intento de disminuir el flujo de sangre que sale de las venas de América Latina, porque, aunque el idiota latinoamericano no sea capaz de advertirlo, nuestra tragedia no es la hemofilia de las naciones desarrolladas sino la hemofobia. No tenemos suficientes cosas que vender en el exterior. No producimos lo que debiéramos en las cantidades que sería deseable”.

En cuanto a los precios, Galeano escribe: “Hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena época de la libre comercialización. Cuanta más libertad se otorga a los negocios, más cárceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios”.

Los autores del Manual comentan: “Aquí está –en efecto- la teoría del precio justo y el horror al mercado. Para Galeano, las transacciones económicas no deberían estar sujetas al libre juego de la oferta y la demanda, sino a la asignación de valores justos a los bienes y servicios; es decir, los precios deben ser determinados por arcangélicos funcionarios ejemplarmente dedicados a estos menesteres. Y supongo que el modelo que Galeano tiene en mente es el de la era soviética, cuando el Comité Estatal de Precios radicado en Moscú contaba con una batería de abrumados burócratas, perfectamente diplomados por altos centros universitarios, que asignaban anualmente unos quince millones de precios, decidiendo, con total precisión, el valor de una cebolla colocada en Vladivostok, de la antena de un sputnik en el espacio, o de la junta del desagüe de un inodoro instalado en una aldea de los Urales, práctica que explica el desbarajuste en que culminó aquel experimento, como muy bien vaticinara Ludwig von Mises en un libro –«Socialismo»- gloriosa e inútilmente publicado en 1926”.

El hecho de que, hasta el año 1996, el libro de Galeano llevara 67 ediciones, por lo cual en la actualidad deben ser muchas más, es un penoso síntoma del nivel intelectual de la izquierda en Latinoamérica, ya que constituye un libro básico que fundamenta la ideología respectiva.

Galeano escribe: “El modo de producción y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados desde fuera, por su incorporación al engranaje universal del capitalismo”.

Los autores citados comentan: “En esa palabra –determinados- ya hay toda una teoría conspirativa de la historia”. “¿Qué nación o qué personas le asignaron a Singapur, a partir de 1959, el papel de emporio económico asiático especializado en alta tecnología de bienes y servicios? O –por la otra punta- ¿qué taimado grupo de naciones condujo a Nigeria y Venezuela, dos países dotados de inmensos recursos naturales, a la desastrosa situación en la que hoy se encuentran? Sin embargo, ¿qué mano extraña y bondadosa colocó a los argentinos del primer cuarto del siglo XX entre los más prósperos ciudadanos del planeta?”.

El odio intenso hacia los EEUU (y hacia Occidente) es promovido por libros como el escrito por Eduardo Galeano, favoreciendo la verdadera y humillante dependencia; la de la mente y la de los sentimientos. La mayor degradación que puede sufrir un pueblo es la sumisión producida por el odio colectivo. Friedrich Nietzsche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.

El derrame capitalista

Tanto desde posturas liberales como socialdemócratas se supone que los problemas humanos se han de solucionar mediante un sostenido crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno) para que, al igual que un vaso que se rebalsa, se espera luego el “derrame” económico para que alcance, tarde o temprano, a toda la sociedad. Clive Hamilton escribió: “Nada preocupa tanto al sistema político moderno como el crecimiento económico, que es más que nunca la referencia de éxito de sus programas. Los países clasifican su progreso por comparación con el de los demás en función de su renta per capita, que sólo puede aumentar mediante un crecimiento más rápido. Un elevado crecimiento es motivo de orgullo nacional; un crecimiento bajo es objeto de acusaciones de incompetencia en el caso de los países ricos y de compasión en el de los pobres. Un país que experimente un periodo de bajo crecimiento atravesará una fase agónica de introspección nacional en la que los expertos de izquierda y derecha lanzarán sus reproches para saber «dónde nos equivocamos» y si hay algún fallo en el carácter nacional” (De “El fetiche del crecimiento”-Editorial Laetoli SL-Pamplona 2006).

A medida que la población crece, digamos un 1,5% anual, la producción debe crecer, al menos, ese porcentaje, para evitar un retroceso o un estancamiento. De ahí que, cuando se habla del crecimiento de la economía, se entiende que se debe a un porcentaje algo superior al necesario para acompañar el crecimiento de la población. Además, es oportuno aclarar que el crecimiento económico implica un aumento del capital productivo per capita existente, que no es lo mismo que un aumento del PBI, ya que éste no discrimina entre consumo e inversión, ya que hay casos en que se promueve un consumo masivo y descontrolado, con destrucción de capitales, con muy poco aumento de la inversión, sin que exista un real crecimiento de la economía, como ocurrió durante la etapa kirchnerista en la Argentina.

El derrame capitalista es el que se producirá luego de que el empresario exitoso reinvierta sus ganancias. Las inversiones productivas producirán puestos de trabajo adicionales y de esa forma el beneficio se difundirá por la sociedad. Quienes dudan de la eficacia de este proceso serán partidarios del derrame coercitivo por el cual el Estado confisca gran parte de las ganancias del empresario y las redistribuye en la sociedad. La justificación de la “mejora” se atribuye a la “superioridad moral” del político sobre el empresario.

Para analizar la situación debemos considerar el comportamiento de los agentes de la producción. Por lo general, se sostiene que las decisiones humanas son motivadas por factores racionales, y a veces irracionales, aunque son los factores emocionales los que intervienen con similar o mayor incidencia. De ahí que debamos considerar al hombre como un ser “tridimensional”, ya que tiene un cuerpo, una mente y un “corazón” (que simboliza los afectos), por lo que sus decisiones económicas podrán apuntar con preferencia a buscar satisfacciones y bienestar para el cuerpo, para el intelecto o para los afectos, o para todos en forma equilibrada. Como resultado de estas orientaciones, surgen los motivos por lo cuales un individuo aspira a lograr una mejora económica, siendo los siguientes:

1- Para mejorar el bienestar o la calidad de vida
2- Para mejorar la seguridad económica futura
3- Para competir con los demás

Los primeros objetivos mencionados son recomendables, aunque sin caer en excesos, esto es, sin sacrificar a uno de ellos en beneficio del otro. En cuanto al tercero, proviene de la implícita aceptación que la felicidad depende estrictamente de valores económicos y de ahí la necesidad de mostrar a los demás una felicidad propia que nunca será compartida, incluso que podrá despertar envidia en quienes coincidan con esa creencia. El consumismo proviene de priorizar el primer objetivo sobre los restantes, mientras que el segundo implica la tendencia adoptada por quienes logran un aceptable nivel económico por cuanto priorizan la inversión al consumo.

El consumismo favorece la pobreza, ya que el dinero se reparte en pequeñeces mientras que la inversión promueve, y constituye, el verdadero crecimiento económico. Las tendencias mencionadas tienen relación con las componentes afectivas de nuestra actitud característica:

a- Tendencia al consumismo (egoísmo)
b- Tendencia a la inversión (cooperación)
c- Tendencia a la ostentación (odio = burla + envidia)
d- Tendencia al ocio (negligencia)

De la misma forma en que se considera que un individuo posee las cuatro componentes afectivas básicas, en distintas proporciones, predominando una de ellas, su comportamiento económico puede describirse en una forma análoga, ya que cada tendencia afectiva se traduce en la actitud económica correspondiente.

Es frecuente que se denomine sociedad capitalista, o brevemente capitalismo, a una sociedad dominada por el consumismo, el derroche, la ostentación y las injusticias. Esta inoportuna asociación proviene de los sectores de izquierda que no pierden oportunidad para criticar o descalificar a un sistema económico que, como tal, no tiene una incidencia directa en las fallas morales que sufren los integrantes de la sociedad, ya que sólo se limita a producir según los requerimientos del “homo economicus”, motivado éste por tendencias que no son siempre las mejores. Si se considera el “hombre ideal”, para los economistas más representativos del liberalismo, seguramente será el hombre cooperativo e inversor, que es el típico empresario y que constituye el principal factor de la producción.

No faltan quienes cargan injustificadamente los hombros del capitalismo con la responsabilidad de responder eficazmente en toda sociedad y en toda circunstancia. Sin embargo, como el método no es infalible, por cuanto el éxito económico depende de las actitudes predominantes en la sociedad, sólo puede asegurarse que es el mejor método disponible, aunque no pueda asegurarse que pueda compensar las deficiencias que imponen la negligencia o el egoísmo. La supuesta infalibilidad atribuida es la que da cabida a las críticas que la descartan.

En una sociedad en la que predominen las actitudes cooperativas, y existan muchos empresarios, con seguridad se producirá el “derrame” de la riqueza, yendo desde los que más producen hacia los que menos lo hacen. Sin embargo, como en muchos países existe una tendencia dominante a la inacción y al ocio, serán bastante más los que esperan el derrame que los que lo producen, por lo cual se dirá que “el sistema ha fracasado”. Debe considerarse que el sistema económico ha de favorecer sólo en forma limitada el surgimiento de actitudes compatibles con la moral natural y el desarrollo económico, ya que tales valores son sostenidos principalmente por la religión o por las restantes ciencias sociales. George Stigler escribió: “Los economistas raramente plantean cuestiones éticas que afecten a la teoría económica o al comportamiento económico”. “Las cuestiones éticas son ineludibles: hay que tener unos fines al juzgar las políticas, y estos fines tendrán ciertamente un contenido ético, por oculto que pueda estar”. “Los grandes economistas ingleses […] han asesorado a hombres y sociedades sobre la conducta correcta” (De “El economista como predicador”- Ediciones Orbis SA-Buenos Aires 1985).

Al considerar que todo individuo está exento de culpa, en una sociedad en crisis, y que toda la culpa es del capitalismo, aun cuando se hayan ignorado las recomendaciones elementales para el adecuado funcionamiento del mercado, los sectores de izquierda proponen un “derrame” impuesto coercitivamente por el Estado, acción que generalmente produce resultados peores a los que se quiso solucionar. Entre las causas de la ineficacia del Estado de Bienestar, que es el Estado que le quita al sector que produce e invierte, para redistribuirlo “universalmente” entre quienes no producen ni invierten, ni tienen las intenciones de hacerlo, se castiga a quien adopta una postura cooperativa y se premia a los egoístas y a los negligentes, incluso éstos protestan por la “desigualdad social” respecto de los que producen, por lo que se espera que el derrame coercitivo los libere de la envidia que padecen.

Mientras que el liberalismo propone aumentar la producción reduciendo los niveles de pobreza, la socialdemocracia trata de aumentar la producción para reducir la desigualdad, no por los efectos negativos de la pobreza, sino para compensar el sufrimiento moral que provoca la envidia. E.J. Mishan escribió: “De acuerdo con el principio universalista, hay socialistas que insisten en proporcionar a los ricos lo que para ellos son insignificantes beneficios, para que los pobres no tengan que sentirse avergonzados al aceptarlos ellos también”. “Tal es el poder del orgullo y del prejuicio en el mundo actual que la barrera que levantan ante los métodos más inmediatos y efectivos para elevar a los necesitados a un nivel de vida decente….es apoyada por los socialistas y sindicalistas idealistas, grupo que debería estar en la vanguardia de los movimientos que luchasen por una redistribución del producto nacional a favor de los pobres y los incapacitados” (De “Falacias económicas populares”-Ediciones Orbis SA-Buenos Aires 1984).

Es evidente que el derrame capitalista tiene sus ventajas respecto del derrame coercitivo socialdemócrata, por cuanto el primero favorece a quienes trabajan y a quienes no pueden hacerlo, mientras que el segundo, por ser universal, tiende a limitar los recursos que llegarían a quienes en realidad los necesitan. Hay otro aspecto a considerar y es que, el derrame coercitivo tiende a ser menor que el capitalista. Ello se debe a que, si se permite que un empresario disponga del 80% de sus ganancias, gran parte de ellas se volcarán en inversiones productivas. Si se las restringe al 50% debido a una mayor presión tributaria, el empresario no sólo dispondrá de menores recursos para invertir, sino que limitará sus actividades por cuanto, mientras mayores sean los impuestos a pagar, menor predisposición tendrá para realizar emprendimientos, ya que éstos llevan siempre una dosis de inseguridad e incertidumbre.

Mientras que la Iglesia Católica había dado muestras de sensatez respecto de la economía, con Juan Pablo II, se observa que las cosas han cambiado con el Papa Francisco. En su Encíclica “Evangelii Gaudium” afirma: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.

En realidad, la superioridad de la economía de mercado ha sido confirmada en casos como el de las dos Alemanias, las dos Coreas, la China actual y la anterior, etc. Roberto Cachanosky escribió: “Los excluidos de los que habla Francisco son excluidos porque el intervencionismo estatal, que parece propugnar, no sólo traba la producción, sino que además desestimula las inversiones, la creación de nuevos puestos de trabajo y mejor remunerados gracias al aumento de la productividad” (De www.economiaparatodos.net ).

La mejora ética resulta ser la solución que siempre ha promovido el cristianismo, incluso para el accionar económico. Sin embargo, muchas veces se confunde el amor al prójimo con el robo de ganancias desde el Estado al productor, para luego promover con ese dinero la servidumbre de quien lo recibe. El citado autor agrega: “Mientras Francisco cree que los pobres tienen que ser asistidos por el Estado, yo creo que es moralmente superior crear las condiciones institucionales y la libertad de mercado para que cada ser humano tenga la dignidad de mantener a su familia del fruto de su trabajo y no de la dádiva del puntero de turno”.

La “corrección” del derrame capitalista no se logra con el derrame coercitivo socialdemócrata, sino con el mejoramiento ético individual asociado a la restauración del hombre mutilado espiritualmente, que ha perdido sus atributos afectivos e intelectuales guiándose sólo por las necesidades de su cuerpo. También la economía mejorará cuando la actitud cooperativa predomine sobre el egoísmo, el odio y la negligencia.

lunes, 7 de abril de 2014

El precio de la supervivencia

Si se busca un proceso que le dé sentido a la historia, de la misma forma en que la evolución le da sentido a la biología, seguramente lo hemos de encontrar en la evolución cultural, que es el medio que disponemos para concretar nuestra adaptación al orden natural. Dicho proceso le da sentido, no sólo a la historia, sino a la humanidad, ya que posibilita nuestra supervivencia, mientras que el fracaso en ese intento implicaría la desaparición de la única especie inteligente hasta ahora conocida.

Mientras que el hombre no interviene en la evolución biológica, excepto como una especie viviente afectada por la misma, la evolución cultural depende exclusivamente de la creatividad del hombre, por lo que el conjunto de las innovaciones dispone de una referencia concreta que permite valorarlas como posibles mejoras adaptativas, o no. Como ejemplo podemos considerar el caso de nuestra visión, que se deteriora con los años, incluso provocando, en algunos casos, la imposibilidad de seguir trabajando. La invención de los anteojos constituye entonces una mejora culturalmente adaptativa. Cada mejora introducida podrá ser de utilidad para el resto de la humanidad, heredando cada generación los avances logrados por sus antepasados. Tanto la ciencia experimental como la tecnología son actividades que se asocian a la adaptación cultural, siendo representativas de dicho proceso.

La lucha cotidiana por la subsistencia, es el precio que pagamos ante las exigencias del medio social en que vivimos. El arduo trabajo diario ha sido un requisito exigido a la mayor parte de los hombres, en todas las épocas y en todos los pueblos. Teniendo en cuenta este aspecto de la vida, podemos preguntarnos por el precio que impone el orden natural, a la humanidad, para permitirnos nuestra supervivencia. Teniendo en cuenta el desarrollo de la ciencia y de la tecnología, puede decirse que dicho orden nos exige alcanzar la máxima capacidad laboral e intelectual para vencer los obstáculos que la realidad nos presenta.

En cuestiones éticas y morales, ha sido históricamente la religión la que ha promovido nuestra adaptación cultural. Como, generalmente, se supone que la religión surge de Dios, y no de los hombres, la información necesaria para un aceptable desempeño moral provendría de las oportunas intervenciones de Dios, por lo cual la religión constituiría un proceso adaptativo distinto al de la ciencia y la tecnología. Sin embargo, los aspectos éticos de nuestro comportamiento resultan accesibles a las ramas humanísticas y sociales de la ciencia, por lo cual no debemos descartar la posibilidad de la existencia de un solo proceso adaptativo; que incluya tanto a la ciencia como a la religión.

Desde el punto de vista de la coherencia lógica, resulta adecuado suponer que la religión surge del hombre que mira a Dios (y no de un Dios que mira a los hombres). Así, la mejora adaptativa promovida por el cristianismo, resulta ser una obra humana, cuyo mérito es también humano. De lo contrario, si el hombre recibiera información ética por vía de una revelación, nos veríamos en la necesidad de hablar de dos procesos asociados a nuestra adaptación cultural; el que nos exige el orden natural para los aspectos éticamente neutrales y, además, el proceso por el que Dios nos revela la información precisa para los aspectos éticos. Como el desarrollo de las potencialidades humanas depende de las exigencias a las que somos sometidos, podemos suponer que nuestro desarrollo ético e intelectual, será favorecido por una exigencia a lograrlos por nuestros propios medios.

Adviértase que la unificación del proceso de adaptación cultural implica una “nueva” forma de interpretar al cristianismo. En realidad, tal postura se conoce, desde hace varios siglos, como religión natural, y es la que toma como referencia a las propias leyes naturales antes que a los Libros Sagrados, considerando como “simbología” a todo lo que separa el relato bíblico de la realidad.

Es interesante advertir que en épocas pasadas se consideraba que Dios comunicaba a algunos hombres la información sobre cuestiones éticas tanto como las asociadas a las científicas, tal la creencia del propio Isaac Newton. Al respecto, John Maynard Keynes, el economista, escribió: “¿Por qué se le llamó un brujo? Porque consideraba todo el universo y todo lo que hay en él como un acertijo, como un secreto que podía ser leído aplicando el pensamiento puro a cierta evidencia, a ciertas claves místicas que Dios había puesto por el mundo para permitir que una especie de tesoro del filósofo fuera descubierto por la humanidad esotérica. Creía que estas claves debían encontrarse, en parte, en la evidencia de los cielos y en la constitución de los elementos (y esto es lo que da la idea falsa de que era un filósofo natural experimental), pero en parte también en ciertos escritos y tradiciones transmitidas por los hermanos en una cadena continua, que se remontaba hasta la revelación críptica original de Babilonia. Consideraba al universo como un criptograma puesto por el Omnipotente –de la misma manera que él ocultó en un criptograma los descubrimientos del cálculo cuando comunicó con Leibniz-. Creía que el velo se descorrería para el iniciado por medio del pensamiento puro, de la concentración mental”.

“Él «leyó» la adivinanza de los cielos. Y creía que, por los mismos poderes de su imaginación introspectiva, leería en el acertijo de la Divinidad, de los acontecimientos pasados y futuros divinamente preestablecidos, de los elementos y su constitución a partir de una primera materia originariamente indiferenciada, de la salud y de la inmortalidad. Todo se le revelaría a él, sólo con que pudiera perseverar hasta el fin, ininterrumpidamente, por sí mismo, sin que nadie entrara en la habitación, leyendo, copiando, comprobando –todo por sí mismo, ninguna interrupción, por el amor de Dios, ninguna declaración, ninguna irrupción o crítica discordante, con miedo y retraimiento, como él acometía estas cosas semiordenadas, semiprohibidas, deslizándose hasta el seno de la Divinidad como en las entrañas de su madre” (De “El mundo de las matemáticas”-James R. Newman-Editorial Grijalbo SA-Barcelona 1968).

Cuando Newton no pudo explicar las irregularidades del movimiento de Júpiter y Saturno, supuso que, de vez en cuando, el Creador intervenía en el universo para poner las cosas nuevamente en orden. Al respecto escribió: “Un destino ciego no habría podido nunca hacer mover a todos los planetas de manera tan regular, excepto por ciertas desigualdades que pueden provenir de la acción mutua entre los planetas y los cometas, desigualdades que probablemente irán en aumento por mucho tiempo, hasta que finalmente el sistema tendrá necesidad de ser puesto de nuevo en orden por su creador”.

En cuanto a las profecías bíblicas, si no es factible describirlas en base a posibles decisiones de Dios localizadas en el tiempo, deberán ser descriptas como mensajes emitidos hacia el futuro por los profetas para que alguien se encuadre en ellas y las cumpla. De lo contrario, deberíamos admitir que Dios contempla el sufrimiento de los hombres sin hacer nada, pudiendo hacerlo, o pudiendo adelantar su intervención para evitar dicho sufrimiento. Justamente, el sufrimiento es una medida del grado de desadaptación del hombre al orden natural. Puede decirse que tal orden nos “presiona” para que mejoremos nuestro nivel de adaptación, proceso que ha de finalizar con un aceptable nivel de felicidad. Así, cuando la Biblia describe la historia del hombre como una lucha entre el Bien y el Mal, describe también la lenta transición de la infelicidad a la felicidad, o de la desadaptación hasta la plena adaptación cultural, que son formas complementarias de describir un mismo acontecimiento.

El bíblico “final de los tiempos” implica una plena adaptación del hombre como consecuencia de haber podido encontrar la información necesaria para lograrla. La unificación de ciencia y religión, concretada por la religión natural (no revelada) conducirá a la unificación de las distintas religiones. La palabra “Apocalipsis” ha sido traducida como “desocultamiento”, y ha de consistir posiblemente en la tarea de reeditar la información clara y precisa dada por Cristo, que por siglos ha padecido el encubrimiento mediante todo tipo de misterios, tanto teológicos como filosóficos, haciéndola impracticable por parte del hombre común.

Así como existe el “odio colectivo”, promovido por los distintos totalitarismos, podemos hablar del “egoísmo colectivo”, asociado al conservadurismo religioso. Tal es la postura del que desea que nada cambie, ya que, para él, no es importante el hecho de que muchos seres humanos sufran demasiado, sino que lo importante es que el “creyente” vaya a la vida eterna, no tanto por cumplir con los mandamientos éticos, sino simplemente por “creer”. En este caso se ha reducido la religión ética a una mera cuestión filosófica, tal la de suponer, meritoriamente, que el mundo funciona de cierta manera y no de otra. Max Brod escribió: “Ha llegado ahora el momento de que la humanidad vuelva a sacarse la cuña del egocentrismo que tiene metida en sus carnes. Según me parece, el egocentrismo constituye una más grave infracción contra el sentido de la vida que el egoísmo. El egoísmo se limita a las necesidades más importantes propias de un individuo, y puede ser dominado. El egocentrismo, empero, extiende la pequeñez de su visión a todo el mundo, lo refiere a todo, a toda la creación. El egoísta puede llegar a estar satisfecho; el egocéntrico nunca. Desgraciadamente casi todos nosotros, bajo mil subterfugios, de un modo consciente o inconsciente, somos egocéntricos. El renunciar al egocentrismo es una tarea ardua porque supone luchar contra muchas cosas profundamente arraigadas en nosotros; pero este renunciamiento en modo alguno es resignación, sino liberación, voluntad de hacer prevalecer la alegría de la vida” (De “La nueva visión del mundo” de J. Gebser y otros-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1956).

Un mundo en el cual al hombre no se le exige lograr, como precio a pagar por su supervivencia, el máximo desarrollo de sus potencialidades, no permitirá tal desarrollo, mientras que, por el contrario, cuando vive en un mundo exigente, se verá obligado a ser lo que potencialmente puede llegar a ser. En el primer caso ocurrirá algo similar a lo que sucede bajo el socialismo, en el cual la creatividad individual fue desplazada por la obediencia, anulando parcialmente las potencialidades latentes de todo individuo, mientras que, en los sistemas con economía libre, se le exige a cada individuo el óptimo despliegue de sus atributos, por lo que no resulta extraño que los grandes avances de la ciencia y de la tecnología hayan surgido de las sociedades capitalistas.

La religión de la contemplación debe dar lugar a la religión de la acción ética. Si existe el premio posterior de la vida eterna, seguramente habrá de ser para quienes compartieron las penas y las alegrías ajenas como propias, en lugar de ser para aquellos que se limitaron a aceptar, mediante la fe, la veracidad de las prédicas bíblicas, pero sin siquiera intentar ponerlas en práctica.

sábado, 5 de abril de 2014

El comportamiento colectivo

Cuando se habla del comportamiento colectivo, se tiende a veces a pensar en el hombre-masa de José Ortega y Gasset, aunque este no es el caso, por cuanto tal individuo, caracterizado por ciertos atributos típicos, actúa en forma individual, mientras que, mediante la denominación mencionada, se hace referencia principalmente a grupos formados espontáneamente cuyos integrantes responden de manera semejante ante un estímulo determinado; respuestas que por lo general difieren de aquellas que hubiesen surgido en otras circunstancias. Paul B. Horton y Chester L. Hunt escribieron:

“Una multitud es una reunión temporal de personas que reaccionan juntas a un estímulo”. “Al contrario que la mayoría de los demás grupos, una multitud es siempre temporal. Sus miembros raramente se conocen entre sí. La conducta masiva carece de estructura, esto es, no tiene normas, ni tradiciones, ni controles formales, líderes establecidos, o pautas determinadas. El comportamiento de masas puede ser, a primera vista, espontáneo e impredecible; pero no es únicamente cuestión del azar o del impulso. Forma parte de la cultura. Los tipos de multitudes y las cosas que se harán o no, difieren de una cultura a otra. El comportamiento de masas puede ser analizado y comprendido, y, en cierta medida, predicho y controlado” (De “Sociología”-McGraw de México SA-México 1970).

Mientras que el individuo perteneciente a un grupo trata de responder a la mentalidad dominante, de manera de sentirse integrado al mismo, el individuo que actúa en una muchedumbre se siente amparado por el anonimato, por lo cual es posible que se desinhiba de todos los frenos morales que su racionalidad le impone en otras circunstancias. “Los miembros de las multitudes rara vez confiesan tener ninguna sensación de culpabilidad, después de haber participado en las atrocidades más inimaginables, y parte de la explicación a este hecho, estriba en la transferencia de responsabilidad moral al grupo”.

Otra de las características de tal comportamiento proviene de la impersonalidad, o renuncia a todo reconocimiento de la individualidad del “enemigo” ocasional. “El soldado no tiene ninguna animosidad personal contra el soldado enemigo contra quien dispara, ni importa tampoco que el jugador de fútbol de un equipo contrario sea un amigo personal. La impersonalidad de la conducta multitudinaria, se revela en los disturbios raciales, donde un miembro de la raza enemiga es tan bueno o malo como otro”.

También el estimulo reciproco de actitudes caracteriza el accionar de la muchedumbre, por lo cual aumenta el peligro potencial de sus acciones. “El fenómeno denominado amplificación interaccional [que puede denominarse más fácilmente] contagio social, consiste en el proceso, en virtud del cual, los miembros de una multitud se estimulan y responden unos a otros incrementando así su intensidad emocional y receptividad sensitiva. Este proceso ayuda a explicar por qué el comportamiento de una multitud va a veces más allá de lo que pretendían sus integrantes”.

Debido a la pérdida de toda individualidad y a la posibilidad de participar en actividades reñidas con la moral elemental, una posible integración a una muchedumbre es rechazada por quienes tienen una personalidad definida y un aceptable nivel cultural. Por el contrario, el hombre-masa y el que carece de todo tipo de aspiración ética o intelectual, no tiene inconvenientes en formar parte de una muchedumbre, incluso la puede encontrar “excitante” o “divertida”. “El comportamiento multitudinario expresa las necesidades emocionales, resentimientos y prejuicios de sus miembros. En una situación multitudinaria, la gente puede hacer cosas que, por lo común, no haría”.

El estado de creciente salvajismo que padece la sociedad argentina se advierte en el accionar de las hinchadas de fútbol y en la aparición de grupos que realizan ajusticiamientos por “mano propia” ante la creciente inseguridad que provoca la delincuencia urbana. Como ocurre en toda acción que pretenda establecer justicia por mano propia, es posible que se cometan asesinatos de personas recuperables o bien el de inocentes que por error cayeron en alguna confusa situación.

Puede decirse que la inseguridad, promovida por la ineficacia conjunta de los poderes del Estado, ha puesto a la población en una seria disyuntiva: o sigue viviendo aterrorizada ante el avance de la delincuencia, o trata de defenderse mediante “linchamientos” a los delincuentes. El ciudadano común advierte que las leyes vigentes son favorables a quienes delinquen, y que son promulgadas por el Poder Legislativo, aplicadas con el mismo criterio por el Poder Judicial, mientras que la inseguridad es ignorada por un Poder Ejecutivo que ha dado muestras evidentes que no le interesa en lo más mínimo lo que le suceda al habitante común.

Se escucha decir, a políticos, jueces, fiscales y gobernantes, que el ciudadano no debe participar ni realizar ajusticiamientos de ese tipo, pero en ningún momento proponen ponerle fin a la violencia urbana decidiéndose a combatirla como corresponde a sus funciones y responsabilidades. Incluso un proyecto de reforma del Código Penal consideraba que debían reducirse las penas a los delincuentes respecto a las impuestas por el Código vigente en la actualidad, lo que resulta ser una burla a la población y una forma indirecta de sugerirles que, para seguir siendo ciudadanos libres (y ciudadanos vivos), sólo les queda la opción de establecer linchamientos selectivos, por cuanto ni siquiera a la policía se le ha otorgado el poder legal suficiente para combatir el delito. William F. Ogburn y Meyer F. Nimkoff escribieron:

“Individuos que jamás pensaron en cometer un crimen, no dudan en unirse para un linchamiento. La explicación parece estar parcialmente en el hecho de que la acción resulta más defendible cuando ha sido llevada a cabo en grupo, y parcialmente en el de que la responsabilidad se esfuma. Los participantes permanecen en el anonimato y no hay ninguno en el que la autoridad pueda localizar la ofensa” (De “Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1959).

Por otra parte, Francis E. Merrill escribió: “La multitud ha sido definida como «reunión fortuita de individuos cuando entre ellos se ha producido una circunstancia de ‘rapport’». El término rapport «implica la existencia de un contagio mutuo por el que cada miembro del grupo reacciona inmediata, espontánea y favorablemente a los sentimientos y actitudes de todos los demás». La proximidad material y el rapport constituyen, por tanto, los elementos básicos de la multitud. Ese contagio mutuo de sus miembros se debe a la familiaridad de todos ellos con los mismos símbolos y la consiguiente tendencia a reaccionar de forma muy similar ante los mismos estímulos. Para que un grupo de personas pueda constituir multitud es preciso que exista un mismo fondo cultural, puesto que los símbolos tienen que ser lo suficientemente conocidos para que produzcan una acción colectiva”.

“También la multitud ha sido considerada expresión colectiva de muchas de las fuerzas inconscientes ocultas en las personalidades de sus componentes. No quiere esto decir que haya una «mente colectiva» independiente de las individuales, sino simplemente que en la excitación de la masa desaparecen momentáneamente algunas de las barreras sociales y los individuos dejan en libertad sus deseos, odios y temores inconscientes. Cada miembro de la multitud es perfectamente consciente de lo que está haciendo, pero su interpretación de sus actos está dominada por factores inconscientes. La acción parece exigida por las circunstancias y de ahí que sea para él perfectamente lógica y justa” (De “Introducción a la Sociología”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1967).

La ciudadanía tampoco está exenta de culpa por cuanto ha sido capaz de votar masivamente, e incluso reelegir, a candidatos que, en forma evidente, muestran un total desinterés por la creciente inseguridad producida por la violencia urbana, e incluso por el creciente accionar de grupos violentos asociados al narcotráfico. Si se ignoran los mecanismos propios que brinda la democracia y se eligen a quienes provocan intencionalmente serios deterioros a la sociedad, resulta ser un caso similar al cliente que va a un negocio en donde lo estafan y vuelve al otro día, al mismo lugar, a realizar sus compras.

Es posible que el primer eslabón de la cadena de causas y efectos sea la mentalidad predominante en una sociedad. Se advierte en la Argentina, como en toda sociedad masificada, el predominio de los derechos propios sobre los deberes que tenemos respecto de los demás. Es la desigualdad básica que tarde o temprano conduce a la destrucción del orden social. Así, se tiende a equiparar deseos con derechos, y de ahí la necesidad de imponer la voluntad propia, de cualquier manera, ante toda una serie de deseos insatisfechos que van apareciendo a lo largo de la vida de cada individuo.

Existe una descripción alternativa de la delincuencia, además de la establecida por los sociólogos, y es la adoptada por algunos economistas. En ella se consideran los “costos” de la actividad y los “beneficios” posteriores, por lo cual, se desalienta toda actividad delictiva elevando los costos, como puede ser el caso de la elevación de las penas. Richard B. McKenzie y Gordon Tullock escriben al respecto: “El delito constituye tanto un problema económico como sociológico y psicológico. La actividad delictiva lleva aparejados unos determinados beneficios (para el delincuente, cuando menos), y ciertos costes. Los delincuentes tiene la posibilidad de aumentar la renta que perciben, a lo largo de su vida, aunque en alguna ocasión puedan ser encarcelados”.

“La opinión convencional sostiene que los delincuentes, o son enfermos que requieren tratamiento, o son el resultado de la degradación del entorno social (lo cual, operativamente, parece que viene a ser casi lo mismo), y que la posibilidad de castigo –que juega un papel tan importante en los cálculos del delincuente-tiene, de hecho, muy poca importancia a la hora de determinar si una persona comete, o no, un delito. Se afirma que la gente delinque, no porque descubra una oportunidad de obtener beneficios, sino porque están, de algún modo, socialmente deformados. Aún más, se piensa que la forma de tratar el problema es la modificación del entorno social básico, de modo que nadie resulte deformado por él, o la «rehabilitación» del delincuente, una vez que se le ha capturado. Ésta es una de las dos hipótesis predominantes en relación con la delincuencia”.

“La otra, la que inmediatamente se le ocurre a un economista, es la de que los delincuentes son, sencillamente, gente que aprovecha las oportunidades de beneficio que proporciona la violación de la ley. Bajo esta hipótesis, la modificación de los costes de la delincuencia –es decir, el aumento de la probabilidad de ser encarcelado, la prolongación de las condenas, o el endurecimiento de las condiciones carcelarias- tendería a reducir el nivel de actividades delictivas” (De “La nueva frontera de la Economía”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).

A quienes argumentan que endureciendo las penas, o elevando los costes del delito, no se lo logra eliminar, se les puede decir que bajando las penas, o reduciendo tales costos, tampoco se lo logra eliminar, incluso se lo promueve.

miércoles, 2 de abril de 2014

El homo economicus

Así como la antropología describe, entre otros, al homo sapiens, puede decirse que la economía describe al “homo economicus”, un hombre “promedio” idealizado, quien, al decidir con libertad, produce un ordenamiento autorregulado, que es el mercado. De ahí que pueda considerarse, como el fundamento de la economía, al proceso del mercado o bien al hombre tipificado actuando libremente. Por lo general, surgen críticas a la ciencia económica porque, se aduce, el hombre real difiere bastante del hombre idealizado y de ahí que la economía resulta “errónea”. Paul Samuelson escribió respecto de esta rama de la ciencia:

“Nuestras leyes pueden cumplirse sólo «por término medio», con considerable dispersión de las excepciones en torno a la media”. “Como no puede emplear los experimentos controlados del físico, tiene que solucionar importantes problemas metodológicos: elementos subjetivos de la introspección y los juicios de valor; problemas semánticos de significados ambiguos y emocionales; leyes de probabilidad de los grandes números, tanto del error normal como del error de tipo asimétrico; falacias de argumentación y de inferencia” (Del “Curso de economía moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1978).

Según lo dicho, se puede sintetizar a la economía según la siguiente igualdad:

Economía de mercado = Naturaleza humana + Libertad en los intercambios

Este esquema implica a la economía positiva, o a la descripción de lo que hace el hombre cuando dispone de libertad para producir, para consumir y para hacer intercambios. Resulta evidente que si el nivel ético, o la capacidad para trabajar e innovar, son limitados, los resultados no serán los mejores. De ahí que la optimización del comportamiento económico provendrá esencialmente de valores extra económicos, por lo cual se advierte que la ciencia económica no presupone autosuficiencia alguna.

A partir de la síntesis anterior, se vislumbra su desarrollo histórico, que puede reducirse a tres etapas:

1- Estudio de los mecanismos de producción y de consumo de bienes materiales (Teoría tradicional de los mercados) (Economía real)
2- Estudio del conjunto de los fenómenos mercantiles, es decir, a los que daban lugar a una relación de intercambio monetario (Economía simbólica)
3- Estudio del conjunto de las conductas humanas y de las decisiones correspondientes (Homo economicus)

Se ha considerado como “naturaleza humana” a los atributos del ser humano real, que dependen de un factor hereditario como de uno cultural, y que han sido personificados en el “homo economicus” como una aproximación con fines prácticos, y que, en general, resulta suficiente para una aceptable descripción del comportamiento económico mayoritario. Henri Lepage escribió: “Los economistas no tienen la intención de reducir toda la naturaleza humana al homo economicus. No están suficientemente locos como para afirmar que el comportamiento humano es reductible a una única dimensión, la «económica». Afirmar que el homo economicus es un instrumento de análisis suficientemente eficaz como para aportar una explicación racional de un abanico muy extenso de problemas humanos y sociales no significa negar la existencia de otras dimensiones de la «naturaleza humana» (la dimensión política, religiosa, espiritual, etc.)” (De “Mañana, el capitalismo”-Alianza Editorial SA-Madrid 1979).

El comportamiento racional del hombre implica una tendencia, antes que un accionar concreto. Es el mismo caso del “amarás al prójimo como a ti mismo”; que nos indica una tendencia a adoptar antes que una situación concreta, difícil de lograr. De la misma forma en que tal ideal no se cumple nunca, tampoco se cumple el accionar racional conjunto que llevaría a una economía con competencia perfecta, estabilidad plena y pleno empleo. Ludwig von Mises escribió: “El hombre en acción está ansioso por pasar de una situación menos satisfactoria de sus asuntos a otra que lo sea más. Su mente imagina situaciones que le van mejor, y sus acciones apuntan a la consecución de la situación deseada. El incentivo que empuja al ser humano a la acción es siempre una cierta insatisfacción. Un sujeto perfectamente complacido con su situación no tendría incentivos para cambiarla. Carecería tanto de aspiraciones como de deseos, sería perfectamente feliz. No actuaría, simplemente viviría libre de preocupaciones” (De “La Acción Humana”-Editorial Sopec SA-Madrid 1968).

La postura mencionada ha sido duramente calificada por algunos sectores; incluso Mario Bunge la califica de “inmoral”. Ello se debe a que ha sido planteada en una forma dogmática, proviniendo de la economía en lugar de la psicología. Sin embargo, se advierte que puede fundamentarse fácilmente en el “principio de felicidad” o bien en la tendencia spinociana a “perseverar en su ser”, atribuida a todos los seres humanos. Sin embargo, una postura explícitamente carcelaria y negadora de la libertad, como la propuesta por el marxismo, no ha sido calificada tan duramente por Bunge, algo que sorprende. Henri Lepage escribió: “En la esfera de la conducta y de las decisiones humanas, la parte irracional es infinitamente más reducida de lo que generalmente se cree o de lo que nos hacen creer los científicos de las otras ciencias sociales”.

En cuanto a la postura del liberalismo, puede decirse que es la tendencia científica, o filosófica, que promueve la libertad del hombre tanto como un adecuado nivel intelectual y moral, para producir los mejores resultados tanto en el aspecto político como económico. Henri Lepage escribió: “En esencia, el liberalismo, no es otra cosa que una filosofía de la organización de los sistemas sociales que está basada en una determinada concepción del comportamiento humano: la concepción «económica» que considera al hombre, no como un monstruo egoísta, sino simplemente un individuo «racional» que toma decisiones coherentes en función de sus preferencias y de los problemas de elección o de asignación que le impone la escasez de recursos disponibles en nuestro universo. Por lo tanto, todo lo que contribuya a reforzar la validez científica de este instrumento de análisis que es el modelo «económico» del ser humano, consolida el edificio de las doctrinas y formulaciones liberales (en especial toda la teoría del mercado, que se apoya sobre el concepto clave de «intercambio» entre individuos «racionales»)”.

Mientras la descripción del homo economicus es susceptible de mejoras adicionales, que provendrán de desarrollos futuros, el “homo sovieticus”, el hombre nuevo del marxismo, sigue siendo un “hombre artificial” diseñado sin tener en cuenta la naturaleza humana, ya que el sistema no contempla su libre accionar por cuanto supone que es quien se debe adaptar a la planificación económica previa. Sin embargo, en nombre de la “ciencia”, los marxistas critican al homo economicus que durante los últimos años ha ido ampliando sus atributos gracias a los trabajos de investigación de varios economistas liberales. Puede simbolizarse la postura marxista de la siguiente forma:

Economía planificada (Socialismo) = Homo sovieticus + Obediencia

Respecto de la ampliación de los atributos mencionada, Henri Lepage escribió: “El resultado es una «nueva teoría del consumidor», cuyo punto de partida es que la compra de un bien o de un servicio no constituye un acto económico final”. “No se compra un coche por el mismo coche, explica de alguna forma Gary Becker, sino por los servicios y satisfacciones de los cuales es soporte: no se adquiere un automóvil, sino el medio para poder desplazarse cómodamente entre un punto y otro, o incluso el medio de «aparentar» ante los vecinos y conocidos. El acto de consumo no es, pues, más que un acto económico intermedio, utilizado por el consumidor para «producir» una satisfacción final; esta satisfacción, para un mismo objeto, puede ser diferente según los individuos: unos buscan sobre todo un medio de locomoción, mientras que otros, un elemento de ostentación”.

“En esa óptica, el consumidor no es solamente un ser que consume; es un agente económico que «produce». ¿Qué es lo que produce? Satisfacciones de las cuales él mismo es el consumidor. El consumidor es, pues, un «productor» que para producir las satisfacciones que busca, utiliza `inputs` que son eventualmente las compras que realiza en el mercado, así como otro recurso escaso completamente ausente de los esquemas económicos clásicos, pero fundamental: el tiempo. Al igual que cualquier otro agente racional, ejerce esa actividad productiva tomando todos los días una gran cantidad de decisiones individuales respecto a la asignación de los recursos con los cuales espera obtener la combinación óptima, la que teniendo en cuenta los precios relativos de sus diferentes `inputs` -en especial del valor que asigna a su tiempo-le permite conseguir el volumen de satisfacciones más elevado posible teniendo en cuenta sus restricciones en términos de renta y tiempo”.

La introducción del factor tiempo conduce a tres consideraciones especiales:

a- Permite explicar la aparente pasión irracional de nuestra sociedad por la acumulación de objetos
b- Esta introducción del tiempo en el análisis de las actividades del individuo nos aporta una nueva panorámica de la forma en que se modifica en el tiempo las compras y los modos de consumo (hipótesis de la «estabilidad de las preferencias»)
c- Esa consideración del factor «tiempo» nos ayuda a redescubrir por qué la «libertad del consumidor» es la libertad individual más fundamental (H. Lepage)

También se han establecido teorías económicas sobre el capital humano, el matrimonio, la demografía, la «demanda» de salud, las interacciones sociales, el altruismo, las costumbres y las tradiciones, la moda, la publicidad, etc., que desvirtúan todas las difamaciones que tratan de caricaturizar al homo economicus de la ciencia económica.

La tarea final de la economía ha de ser la de describir, en forma convincente, el comportamiento del hombre, en su aspecto económico, con la esperanza de que exista una mejora ética, reclamada en los demás aspectos de nuestro comportamiento social, para mejorar no sólo los resultados económicos, sino también el nivel de felicidad general. El citado autor escribió: “La reinvención del capitalismo no puede más que ser el resultado de una evolución espontánea de las mentalidades y actitudes de nuestros conciudadanos. Por tanto, lo que hace falta no es reformar, sino informar, convencer, desmitificar para poder entonces reformar”.