lunes, 14 de abril de 2014

El derrame capitalista

Tanto desde posturas liberales como socialdemócratas se supone que los problemas humanos se han de solucionar mediante un sostenido crecimiento del PBI (Producto Bruto Interno) para que, al igual que un vaso que se rebalsa, se espera luego el “derrame” económico para que alcance, tarde o temprano, a toda la sociedad. Clive Hamilton escribió: “Nada preocupa tanto al sistema político moderno como el crecimiento económico, que es más que nunca la referencia de éxito de sus programas. Los países clasifican su progreso por comparación con el de los demás en función de su renta per capita, que sólo puede aumentar mediante un crecimiento más rápido. Un elevado crecimiento es motivo de orgullo nacional; un crecimiento bajo es objeto de acusaciones de incompetencia en el caso de los países ricos y de compasión en el de los pobres. Un país que experimente un periodo de bajo crecimiento atravesará una fase agónica de introspección nacional en la que los expertos de izquierda y derecha lanzarán sus reproches para saber «dónde nos equivocamos» y si hay algún fallo en el carácter nacional” (De “El fetiche del crecimiento”-Editorial Laetoli SL-Pamplona 2006).

A medida que la población crece, digamos un 1,5% anual, la producción debe crecer, al menos, ese porcentaje, para evitar un retroceso o un estancamiento. De ahí que, cuando se habla del crecimiento de la economía, se entiende que se debe a un porcentaje algo superior al necesario para acompañar el crecimiento de la población. Además, es oportuno aclarar que el crecimiento económico implica un aumento del capital productivo per capita existente, que no es lo mismo que un aumento del PBI, ya que éste no discrimina entre consumo e inversión, ya que hay casos en que se promueve un consumo masivo y descontrolado, con destrucción de capitales, con muy poco aumento de la inversión, sin que exista un real crecimiento de la economía, como ocurrió durante la etapa kirchnerista en la Argentina.

El derrame capitalista es el que se producirá luego de que el empresario exitoso reinvierta sus ganancias. Las inversiones productivas producirán puestos de trabajo adicionales y de esa forma el beneficio se difundirá por la sociedad. Quienes dudan de la eficacia de este proceso serán partidarios del derrame coercitivo por el cual el Estado confisca gran parte de las ganancias del empresario y las redistribuye en la sociedad. La justificación de la “mejora” se atribuye a la “superioridad moral” del político sobre el empresario.

Para analizar la situación debemos considerar el comportamiento de los agentes de la producción. Por lo general, se sostiene que las decisiones humanas son motivadas por factores racionales, y a veces irracionales, aunque son los factores emocionales los que intervienen con similar o mayor incidencia. De ahí que debamos considerar al hombre como un ser “tridimensional”, ya que tiene un cuerpo, una mente y un “corazón” (que simboliza los afectos), por lo que sus decisiones económicas podrán apuntar con preferencia a buscar satisfacciones y bienestar para el cuerpo, para el intelecto o para los afectos, o para todos en forma equilibrada. Como resultado de estas orientaciones, surgen los motivos por lo cuales un individuo aspira a lograr una mejora económica, siendo los siguientes:

1- Para mejorar el bienestar o la calidad de vida
2- Para mejorar la seguridad económica futura
3- Para competir con los demás

Los primeros objetivos mencionados son recomendables, aunque sin caer en excesos, esto es, sin sacrificar a uno de ellos en beneficio del otro. En cuanto al tercero, proviene de la implícita aceptación que la felicidad depende estrictamente de valores económicos y de ahí la necesidad de mostrar a los demás una felicidad propia que nunca será compartida, incluso que podrá despertar envidia en quienes coincidan con esa creencia. El consumismo proviene de priorizar el primer objetivo sobre los restantes, mientras que el segundo implica la tendencia adoptada por quienes logran un aceptable nivel económico por cuanto priorizan la inversión al consumo.

El consumismo favorece la pobreza, ya que el dinero se reparte en pequeñeces mientras que la inversión promueve, y constituye, el verdadero crecimiento económico. Las tendencias mencionadas tienen relación con las componentes afectivas de nuestra actitud característica:

a- Tendencia al consumismo (egoísmo)
b- Tendencia a la inversión (cooperación)
c- Tendencia a la ostentación (odio = burla + envidia)
d- Tendencia al ocio (negligencia)

De la misma forma en que se considera que un individuo posee las cuatro componentes afectivas básicas, en distintas proporciones, predominando una de ellas, su comportamiento económico puede describirse en una forma análoga, ya que cada tendencia afectiva se traduce en la actitud económica correspondiente.

Es frecuente que se denomine sociedad capitalista, o brevemente capitalismo, a una sociedad dominada por el consumismo, el derroche, la ostentación y las injusticias. Esta inoportuna asociación proviene de los sectores de izquierda que no pierden oportunidad para criticar o descalificar a un sistema económico que, como tal, no tiene una incidencia directa en las fallas morales que sufren los integrantes de la sociedad, ya que sólo se limita a producir según los requerimientos del “homo economicus”, motivado éste por tendencias que no son siempre las mejores. Si se considera el “hombre ideal”, para los economistas más representativos del liberalismo, seguramente será el hombre cooperativo e inversor, que es el típico empresario y que constituye el principal factor de la producción.

No faltan quienes cargan injustificadamente los hombros del capitalismo con la responsabilidad de responder eficazmente en toda sociedad y en toda circunstancia. Sin embargo, como el método no es infalible, por cuanto el éxito económico depende de las actitudes predominantes en la sociedad, sólo puede asegurarse que es el mejor método disponible, aunque no pueda asegurarse que pueda compensar las deficiencias que imponen la negligencia o el egoísmo. La supuesta infalibilidad atribuida es la que da cabida a las críticas que la descartan.

En una sociedad en la que predominen las actitudes cooperativas, y existan muchos empresarios, con seguridad se producirá el “derrame” de la riqueza, yendo desde los que más producen hacia los que menos lo hacen. Sin embargo, como en muchos países existe una tendencia dominante a la inacción y al ocio, serán bastante más los que esperan el derrame que los que lo producen, por lo cual se dirá que “el sistema ha fracasado”. Debe considerarse que el sistema económico ha de favorecer sólo en forma limitada el surgimiento de actitudes compatibles con la moral natural y el desarrollo económico, ya que tales valores son sostenidos principalmente por la religión o por las restantes ciencias sociales. George Stigler escribió: “Los economistas raramente plantean cuestiones éticas que afecten a la teoría económica o al comportamiento económico”. “Las cuestiones éticas son ineludibles: hay que tener unos fines al juzgar las políticas, y estos fines tendrán ciertamente un contenido ético, por oculto que pueda estar”. “Los grandes economistas ingleses […] han asesorado a hombres y sociedades sobre la conducta correcta” (De “El economista como predicador”- Ediciones Orbis SA-Buenos Aires 1985).

Al considerar que todo individuo está exento de culpa, en una sociedad en crisis, y que toda la culpa es del capitalismo, aun cuando se hayan ignorado las recomendaciones elementales para el adecuado funcionamiento del mercado, los sectores de izquierda proponen un “derrame” impuesto coercitivamente por el Estado, acción que generalmente produce resultados peores a los que se quiso solucionar. Entre las causas de la ineficacia del Estado de Bienestar, que es el Estado que le quita al sector que produce e invierte, para redistribuirlo “universalmente” entre quienes no producen ni invierten, ni tienen las intenciones de hacerlo, se castiga a quien adopta una postura cooperativa y se premia a los egoístas y a los negligentes, incluso éstos protestan por la “desigualdad social” respecto de los que producen, por lo que se espera que el derrame coercitivo los libere de la envidia que padecen.

Mientras que el liberalismo propone aumentar la producción reduciendo los niveles de pobreza, la socialdemocracia trata de aumentar la producción para reducir la desigualdad, no por los efectos negativos de la pobreza, sino para compensar el sufrimiento moral que provoca la envidia. E.J. Mishan escribió: “De acuerdo con el principio universalista, hay socialistas que insisten en proporcionar a los ricos lo que para ellos son insignificantes beneficios, para que los pobres no tengan que sentirse avergonzados al aceptarlos ellos también”. “Tal es el poder del orgullo y del prejuicio en el mundo actual que la barrera que levantan ante los métodos más inmediatos y efectivos para elevar a los necesitados a un nivel de vida decente….es apoyada por los socialistas y sindicalistas idealistas, grupo que debería estar en la vanguardia de los movimientos que luchasen por una redistribución del producto nacional a favor de los pobres y los incapacitados” (De “Falacias económicas populares”-Ediciones Orbis SA-Buenos Aires 1984).

Es evidente que el derrame capitalista tiene sus ventajas respecto del derrame coercitivo socialdemócrata, por cuanto el primero favorece a quienes trabajan y a quienes no pueden hacerlo, mientras que el segundo, por ser universal, tiende a limitar los recursos que llegarían a quienes en realidad los necesitan. Hay otro aspecto a considerar y es que, el derrame coercitivo tiende a ser menor que el capitalista. Ello se debe a que, si se permite que un empresario disponga del 80% de sus ganancias, gran parte de ellas se volcarán en inversiones productivas. Si se las restringe al 50% debido a una mayor presión tributaria, el empresario no sólo dispondrá de menores recursos para invertir, sino que limitará sus actividades por cuanto, mientras mayores sean los impuestos a pagar, menor predisposición tendrá para realizar emprendimientos, ya que éstos llevan siempre una dosis de inseguridad e incertidumbre.

Mientras que la Iglesia Católica había dado muestras de sensatez respecto de la economía, con Juan Pablo II, se observa que las cosas han cambiado con el Papa Francisco. En su Encíclica “Evangelii Gaudium” afirma: “En este contexto, algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando”.

En realidad, la superioridad de la economía de mercado ha sido confirmada en casos como el de las dos Alemanias, las dos Coreas, la China actual y la anterior, etc. Roberto Cachanosky escribió: “Los excluidos de los que habla Francisco son excluidos porque el intervencionismo estatal, que parece propugnar, no sólo traba la producción, sino que además desestimula las inversiones, la creación de nuevos puestos de trabajo y mejor remunerados gracias al aumento de la productividad” (De www.economiaparatodos.net ).

La mejora ética resulta ser la solución que siempre ha promovido el cristianismo, incluso para el accionar económico. Sin embargo, muchas veces se confunde el amor al prójimo con el robo de ganancias desde el Estado al productor, para luego promover con ese dinero la servidumbre de quien lo recibe. El citado autor agrega: “Mientras Francisco cree que los pobres tienen que ser asistidos por el Estado, yo creo que es moralmente superior crear las condiciones institucionales y la libertad de mercado para que cada ser humano tenga la dignidad de mantener a su familia del fruto de su trabajo y no de la dádiva del puntero de turno”.

La “corrección” del derrame capitalista no se logra con el derrame coercitivo socialdemócrata, sino con el mejoramiento ético individual asociado a la restauración del hombre mutilado espiritualmente, que ha perdido sus atributos afectivos e intelectuales guiándose sólo por las necesidades de su cuerpo. También la economía mejorará cuando la actitud cooperativa predomine sobre el egoísmo, el odio y la negligencia.

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