miércoles, 29 de mayo de 2019

La difamación marxista del capitalismo

En un conjunto de individuos en libertad, éstos tienden a satisfacer sus necesidades materiales mediante la producción individual y el posterior intercambio de bienes y servicios. A este proceso de intercambios, que beneficia a ambas partes intervinientes, ampliado posteriormente con la inclusión de una competencia entre productores, principalmente, se lo denomina “economía de mercado”. Para mejorar la producción, previendo una optimización del sistema, se observó que el ahorro y la inversión (capitalización) favorecían ampliamente este proceso. De ahí la denominación alternativa de “capitalismo”.

Este sistema autorregulado, que no necesita de un árbitro en cada uno de los intercambios voluntarios, surge en forma espontánea y por ello resulta ser un proceso económico natural. Sin embargo, fue propuesto también un proceso económico “artificial” cuyos promotores aducen que aquellos intercambios voluntarios benefician a una de las partes y perjudican a la otra, haciendo necesaria la intervención de un árbitro que cuide los intereses de la parte perjudicada. Este sistema económico, denominado socialismo, se estableció como opositor de la economía de mercado y, desde ese momento, sus partidarios iniciaron una campaña de desprestigio y difamación de la economía rival.

Karl Marx sugería "transformar la naturaleza", en lugar de sólo interpretarla. De ahí que no sólo los socialistas intentaron eliminar el proceso del mercado para reemplazarlo por el socialismo, sino que también intentaron transformar la naturaleza humana para que fuese compatible con tal proceso artificial. Esta idea dio inicio al proceso de creación del "hombre nuevo soviético" que habría de reemplazar al "homo sapiens" a través de la herencia de los caracteres adquiridos (algo incompatible con las leyes de la herencia y la genética).

El árbitro propuesto por el socialismo, para cada intercambio, se constituyó en un intermediario improductivo que limitó la eficacia de la economía socialista. Si bien Marx propuso la desaparición del Estado burgués (que ampara la propiedad privada y las libertades económicas), aceptó tácitamente la existencia del Estado socialista como vínculo necesario entre productores y consumidores, que no habría de desaparecer mientras se aplicara el socialismo. Ambos sistemas pueden sintetizarse de la siguiente manera:

Mercado: A intercambia con B (El Estado vigila)

Socialismo: A produce para el Estado. El Estado redistribuye a B

La difamación marxista del capitalismo recae sobre cuatro aspectos principales: a) Competencia, b)Explotación laboral, c) Monopolio y d) Imperialismo.

El marxista critica la competencia en el mercado considerando que toda competencia genera conflictos y antagonismos (lucha de clases, principalmente). Sin embargo, puede advertirse fácilmente que, sin competencia entre productores habría monopolios que, en la mayoría de los casos, perjudicarían al consumidor. Debido a la inevitable existencia de egoísmo, al existir competencia empresarial, cada productor se ve obligado a beneficiar al consumidor con calidad y buenos precios. Puede decirse que varios egoísmos en competencia tienden a reducirse a un mínimo.

Al existir competencia entre empresarios, tampoco podrá existir explotación laboral, ya que el empleado explotado puede cambiar de empresa. El empresario egoísta y explotador no sólo perderá clientes, sino también parte de su capital humano (empleados), por lo que se verá obligado a adoptar una actitud de cooperación si desea mantener activa su empresa.

Cuando en un país existe una cantidad insuficiente de empresarios, no habrá suficiente competencia, habrá monopolios e incluso explotación laboral. Por lo que no habrá tampoco una "economía de mercado". De ahí que las críticas marxistas contra el capitalismo son dirigidas en realidad contra el fantasma del capitalismo ideado por sus detractores. La economía de mercado se promueve justamente para evitar monopolios y explotación laboral, entre otros aspectos.

El fundamento de la economía socialista implica la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y la planificación de la producción y el consumo. Al desaparecer toda posible competencia, se forma un monopolio único (el Estado socialista) apareciendo incluso la explotación laboral por parte de ese Estado. Mientras que el empresario privado, bajo régimen no competitivo, puede explotar a sus empleados, el Estado socialista cubano se dedica incluso a "alquilar" a médicos y otros especialistas que trabajan en el extranjero, pero que reciben de ese Estado un pequeño reintegro de lo que produjeron.

Puede decirse que los ideólogos socialistas no son mentirosos, sino "doblemente mentirosos", ya que no sólo difaman y tergiversan lo que el liberalismo propone, sino que acentúan todos los males atribuidos falsamente al capitalismo. La manera de combatir ideológicamente al socialismo implicaría exigirles decir la verdad y respetar una mínima coherencia lógica; algo que en realidad puede resultar imposible en la mayoría de los casos.

Para quitarle méritos a la economía de mercado, los ideólogos socialistas atribuyen el éxito de los países capitalistas al imperialismo ejercido contra los países subdesarrollados; una especie de reedición del proceso "trabajador explotado por empresario explotador". En realidad, la existencia de imperialismos poco tiene que ver con la eficacia de los sistemas económicos adoptados. Ello se hace evidente en la existencia de países capitalistas imperialistas y no imperialistas, de la misma manera en que hay países socialistas imperialistas y no imperialistas.

Como el marxista sostiene que en todo intercambio comercial voluntario, entre personas, uno se beneficia y el otro se perjudica, extrapolan tal suposición al ámbito del comercio internacional sosteniendo que necesariamente los países poderosos se benefician en los intercambios con los débiles, y que éstos se perjudicarían siempre. De ahí que se oponen a la globalización económica. Sin embargo, en lugar de "festejar" el cese del comercio internacional entre EEUU y Cuba debido al bloqueo comercial impuesto por EEUU, lo que implicaría el cese de la "dependencia ante el imperialismo", aducen esta vez que el deterioro económico cubano se debe justamente a la negativa de EEUU a comerciar con Cuba. (Un poco de coherencia no vendría mal).

domingo, 26 de mayo de 2019

Incoherencias de los ideólogos: J. J. Rousseau

Las propuestas políticas presentan, a veces, ciertas contradicciones lógicas que reflejan posibles incompatibilidades con la sociedad real. También encontramos incoherencias entre las acciones de los ideólogos y las ideas que proponen. En este caso, sin embargo, no es conveniente asociar debilidades teóricas con debilidades personales, ya que la veracidad de una propuesta debe evaluarse en función de su compatibilidad con la sociedad real.

Uno de los casos más llamativos es el de Jean Jacques Rousseau, quien aconsejaba a los educadores acerca de la forma de educar a los niños, mientras que él carecía de atributos para esa función. François Mauriac escribió: “A decir verdad, las «Divagaciones del paseante solitario» dan prueba a cada instante de su inclinación a cargar a los demás sus propias faltas y a juzgarse a sí mismo no por sus malos actos sino por sus intenciones siempre sublimes. El tema principal de su célebre y abominable carta a Mme. de Francueil (donde llega a encontrar, en el abandono de sus hijos, una prueba concluyente de su propia virtud) se repite sin vergüenza en el noveno Paseo: «Comprendo que el reproche de haber metido a mis hijos en la Inclusa haya degenerado fácilmente, con un poco de habilidad, en el de ser un padre desnaturalizado y de odiar a los niños. Sin embargo es seguro que fue el temor a un destino mil veces peor para ellos, y casi inevitable por cualquier otro camino, el que más me decidió en esa gestión. Más indiferente a su destino y no estando en condiciones de educarlos yo mismo, en mi situación habría debido dejar que los educara su madre, que los hubiera mimado, y su familia que los hubiera convertido en monstruos. Todavía me estremezco cuando lo pienso… Sabía que la educación menos peligrosa para ellos era la de la Inclusa; y allí los llevé. Lo haría de nuevo, y dudándolo mucho menos, si fuera necesario; y sé que no hay padre más tierno de lo que yo hubiera sido, por poco que la costumbre ayude a la naturaleza»”.

“Este texto basta para demostrar que Rousseau siguió siendo el mismo pecador que cambia el pecado en virtud. Es también siempre el mismo enfermo, y ésa es su disculpa. El Paseante solitario cree todavía que el mundo entero lo persigue. Lo repite sin cesar en sus «Divagaciones», y en ese plano, tampoco hay ningún progreso. Nada tan monótono como la locura. La insistencia de la idea fija difunde un tedio invencible que siempre nos ha defendido del poderoso encanto de Jean Jacques. Pero su enfermedad debe apartarnos más que irritarnos o indignarnos. Si las admirables «Divagaciones» no nos reconcilian con el hombre, aumentan nuestra compasión por el enfermo” (De “De Pascal a Graham Greene”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1952).

En la actualidad vemos en los ideólogos socialistas varios de los atributos que Mauriac observa en Rousseau. El primer atributo mencionado es “su inclinación a cargar a los demás sus propias faltas y a juzgarse a sí mismo no por sus malos actos sino por sus intenciones siempre sublimes”. Ello se debe a que el ideólogo socialista basa su prédica en su “superioridad moral” mientras promueve simultáneamente el odio hacia una determinada clase social y admite, sin el menor atisbo de vergüenza, admirar a los revolucionarios marxistas-leninistas que asesinaros a millones de opositores al socialismo (incluidos los simples no seguidores) a lo largo y a lo ancho del mundo.

El ideólogo socialista, que vive toda una vida para denigrar y difamar el capitalismo, a la vez que canta loas al socialismo, cuando es expulsado de un país por promover la violencia, casi nunca se refugia en un país socialista, eligiendo por lo general a un país capitalista. Incluso parece no advertir que, mientras la gente trata de huir de los países socialistas, son muchos los que desean entrar a los países capitalistas. En realidad, tal actitud del ideólogo no constituye ninguna incoherencia si se tiene presente que busca el éxito del socialismo, no para mejorar la condición de los pobres, sino para empeorar la de los ricos. Y para acceder, además, a un puesto jerárquico una vez instaurado el régimen socialista.

El socialista esconde sus intenciones detrás de un disfraz de humanitarismo y sensibilidad social. No difiere esencialmente del psicópata y de la encantadora personalidad que, según los psiquiatras, los caracteriza. El socialista no siente culpa de nada, porque supone que todas las culpas recaen en el sistema capitalista, responsable de todos los delitos y crímenes que se cometen. Mauriac escribió: “Rousseau trata sus crímenes como trató a sus hijos: no los reconoce. Aun más: nunca dudó de que fuera el padre de los pobres niños, y duda de ser el autor de esos gestos horribles. Pero si no es él el autor, tiene que serlo el resto del mundo. Pronto da ese paso”.

“Jean Jacques es el mejor de los hombres. Sin embargo carga a la sirvienta Marión de un hurto siendo él mismo culpable. Tiene el corazón más sensible de un siglo que vertió tantas lágrimas antes de cortar tantas cabezas. Pero el más tierno de todos los hombres abandona a sus cinco hijos. Tiene el valor de realizar cinco veces ese gesto atroz. Lo confiesa porque es sincero. La sinceridad, el placer de la confesión pública, lo encontramos en su legado”.

“La sociedad, chivo emisario que asume los crímenes de Jean Jacques, no es a sus ojos un poder abstracto. Cuando escribe «la sociedad», piensa «los otros», y entre los otros, los Grandes, los que tanto lo han cuidado, halagado, lisonjeado, que han aceptado con tanta devoción todos sus gustos y todas sus repugnancias. ¡Como los odiaba, sin embargo! Dudo que, de haber sido profeta, la visión de la guillotina le hubiera arrancado mucho más que lágrimas hipócritas”.

“«¿Por qué no me he casado? –escribe a Mme. de Francueil, quien lo interrogaba sobre el abandono de sus cinco hijos- Pregúnteselo a sus injustas leyes, señora… El Estado de los ricos, su Estado es el que roba al mío el pan de mis hijos…». La culpa la tienen las leyes… Pero a los ojos de Jean Jacques esas leyes son las de Mme. de Francueil, en esa mujer las encarna y a esa mujer odia”. “La envidia, esa baja pasión de la igualdad que es el signo de nuestra época, existe ya cabalmente en Rousseau”.

El mérito de una ideología no depende solamente de su compatibilidad con la realidad, sino también de los efectos positivos que produce en el medio social. En el caso de Rousseau, puede decirse que sus fallas personales influyeron en sus ideas y en sus escritos hasta convertirse, ya fallecido, en uno de los promotores indirectos de la violencia asociada a la Revolución Francesa. Al respecto, Maximilien de Robespierre escribió: "Nadie puede dudar de que Rousseau habría defendido con nobleza y entusiasmo la causa de la justicia y de la igualdad, si hubiera podido asistir a esta revolución, de la que cabe ser considerado un precursor" (Citado en "Rousseau" de Sir Gavin de Beer-Salvat Editores SA-Barcelona 1985).

A pesar de sus desaciertos e incompatibilidades teóricas, su influencia se prolonga hasta nuestros tiempos, que, por ser una época anticientífica en el campo de las humanidades, a pocos debería sorprender. Sir Gavin de Beer escribió: "Las ideas de Rousseau parecen desafiar el paso del tiempo. Casi todos los argumentos que él presentó para demostrar que las artes y las ciencias, la evolución social y la civilización han llevado a la humanidad a la desdicha eran falsos. Sin embargo, si se hiciera hoy la pregunta de si las ciencias y la tecnología siguen beneficiando al género humano, ¿cuál sería la respuesta?".

Su antipatía por la sociedad lo llevó a defender la naturaleza humana primitiva siendo un detractor de todo proceso cultural. Sin embargo, con su oposición a la racionalidad mostró que su adhesión a lo puramente natural fue incompleta por cuanto la razón es una parte esencial de nuestra naturaleza humana. André Gide escribió: "No creo que el hombre sea, como asegura Rousseau, «bueno por naturaleza». El hombre primero es, y luego se hace; a este respecto el gran reproche que cabe achacar a la sociedad es que ha trabajado poco y mal para hacer posible este hombre bueno (no «bueno por naturaleza», sino obra, producto de la cultura y del arte). Lo que menos me gusta de Rousseau es su elogio de la ignorancia. El abuso de los descubrimientos científicos por parte del hombre no es un motivo para denigrar a aquellos, sino al hombre que es quien abusa de ellos".

El historiador George H. Sabine escribió: "El conflicto de la personalidad de Rousseau entre lo noble y lo vil, lo ideal y lo real, le robó toda satisfacción en su obra y toda confianza en el valor de ella. La iniciación de una idea era como una luz celestial que resolvía «todas las contradicciones de nuestro sistema social». La expresión no nos da ni la cuarta parte de la vaga pero deslumbrante visión. En sus relaciones sociales se movía con un penoso sentido de incapacidad, estupidez y falta de confianza en sí mismo. No parece haberse sentido nunca a gusto más que con mujeres y en relaciones prácticamente desprovistas de todo contenido intelectual".

"Era parásito por inclinación y durante periodos considerables vivió en un estado de semidependencia, pero nunca pudo aceptar la dependencia con agradecimiento. En cambio construyó en torno a sí mismo un mito de pseudoestoicismo y ficticia autosuficiencia, que se expresaba sobre todo en forma de suspicacia hacia quienes trataban de ser amigos suyos, y en el descubrimiento de complicadas conspiraciones, probablemente imaginarias, para arruinarle y traicionarle" (De "Historia de la Teoría Política"-Fondo de Cultura Económica-México 1996)

sábado, 25 de mayo de 2019

Lo absoluto: ¿Dificultad o imposibilidad?

Lo "absoluto", como opuesto a "relativo", implica algo que tiene atributos propios definidos, sin necesidad de establecer referencias a otros entes existentes. José Ferrater Mora escribió: "Lo absoluto... ha sido identificado con 'lo separado o desligado de cualquier otra cosa'; por lo tanto, con 'lo independiente', 'lo incondicionado'. La expresión 'lo absoluto' se ha opuesto, pues, con frecuencia a las expresiones 'lo dependiente', 'lo condicionado', 'lo relativo'" (Del "Diccionario de Filosofía"-Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Desde el punto de vista de la ciencia experimental, lo absoluto es la ley natural y el orden natural asociado. La ley natural invariante es la referencia que debemos adoptar en lugar de aquellas secundarias, como son las opiniones humanas, a menos que tales opiniones presupongan una referencia inmediata a dichas leyes. Manuel García Morente escribió: "Cuando una idea, un concepto son verdaderos, reflejan exactamente lo que es; y entonces son verdaderos en absoluto y no relativamente a tal o cual sujeto más o menos pensante. La verdad es absoluta o no es verdad. No cabe en esto término medio" (Del "Diccionario del Lenguaje Filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En cuanto a las posturas adoptadas al respecto, puede establecerse la siguiente síntesis:

a) Lo absoluto existe y es la ley natural, que, en principio, es accesible al conocimiento humano.
b) Lo absoluto existe, pero será por siempre desconocido debido a las limitaciones de la inteligencia humana.
c) Lo absoluto no existe, por lo que toda opinión resulta relativa.

Quienes sostienen que lo absoluto es cognoscible, advierten las limitaciones humanas, por lo que aceptan la existencia de una dificultad real, aunque no una imposibilidad. La humanidad tiene por delante un futuro casi ilimitado por lo cual es de esperar un sostenido avance en el conocimiento de las leyes naturales que gobiernan el universo.

Por el contrario, desde el punto de vista religioso, y filosófico, hay sectores que sostienen que la humanidad sólo puede conocer lo absoluto (Dios) por la revelación de tal ente superior y su aceptación por parte del creyente mediante la fe.

Finalmente tenemos la postura (posiblemente mayoritaría) de quienes niegan tanto la ciencia experimental como la religión, incluso la existencia de leyes naturales, por cuanto observan un caos esencial que debería ser reorganizado por el hombre. Esencialmente coinciden con las ideas de tipo totalitario aduciendo que es el líder aceptado por las masas el que debe ocupar el lugar que las posturas antes mencionadas asignan a Dios o a la ley natural.

Los que niegan lo absoluto, generalmente aducen el relativismo moral, cognitivo y cultural, con las intenciones de desacreditar la ciencia y la religión, aunque sin descartar el absolutismo que luego reconocerán en el pensamiento de los ideólogos de tipo totalitario. Adviértase la devoción de marxistas, leninistas, nazis, etc, por las ideologías a las que adhieren ciegamente.

Al producirse cierta "envidia intelectual" motivada por los éxitos de la ciencia y un rechazo generalizado del fanatismo religioso, surgió una simpatía evidente por los diversos relativismos. Allan Bloom escribió: "Los antecedentes de los estudiantes son todo lo variados que los EEUU puede ofrecer. Algunos son religiosos; otros ateos; están los izquierdistas, y los de derecha; algunos quieren ser científicos, otros humanistas, o profesionales, o empresarios; los hay pobres y los hay ricos. Sólo están unidos por su relativismo y su fidelidad a la igualdad. Y ambas cosas están relacionadas en una intención moral".

"La relatividad de la verdad no es un discernimiento teórico, sino un postulado moral, la condición necesaria para una sociedad libre o por lo menos ellos lo ven así. Todos han sido equipados con este marco de referencia muy temprano, y constituye el moderno reemplazo de los inalienables derechos naturales que eran la base tradicional norteamericana de una sociedad libre. Que para los estudiantes se trata de un tema moral se revela en el carácter de sus respuestas cuando se los desafía, una combinación de descreimiento e indignación: «¿Acaso es usted un autoritario?», que es la única alternativa que conocen, y la pronuncian en el mismo tono que en otros tiempos se decía «¿Es usted anárquico?» o «¿Es verdad que cree en las brujas?». Esto último conduce a la indignación, pues alguien que cree en brujas puede muy bien llegar a ser un cazador de ellas o un juez de Salem".

"El peligro que se les ha enseñado a temer en el totalitarismo no es el error, sino la intolerancia. El relativismo es necesario para la apertura; y ésta es la virtud que toda la educación primaria durante más de cincuenta años se ha dedicado a inculcar. Esta apertura, y el relativismo que la convierte en la única posición posible ante los diversos reclamos de verdad y los diferentes modos de vida y tipos de seres humanos, es la gran idea de nuestro tiempo. El verdadero creyente es el peligro real. El estudio de la historia y de la cultura enseña que todo el mundo estaba loco en el pasado; los hombres siempre pensaron que tenían razón, lo cual produjo guerras, persecuciones, esclavitud, xenofobia, racismo y chauvinismo. El asunto en realidad no es corregir los errores y de veras tener razón, sino más bien no hay que pensar que uno tiene razón" (De "La decadencia de la cultura"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1989).

Es un error creer que quien posee la verdad, o cree poseerla, necesariamente la ha de tratar de imponer a los demás en lugar de sugerir su aceptación, tales los casos del científico o de la verdad predicada en los Evangelios. Por el contrario, el relativismo crea las condiciones propicias para una lucha entre "múltiples verdades" en conflicto sin ninguna posibilidad de acuerdos posteriores, ya que se descarta cualquier tipo de instancia superior, como la ley natural.

Algunos autores asocian la postura relativista a la actitud democrática, mientras que una verdadera democracia y una política verdaderamente científica no deberían ignorar las leyes naturales que gobiernan el comportamiento humano. Hans Kelsen escribió: "Quien sostiene que la verdad absoluta y los valores absolutos rebasan el entendimiento humano está obligado a considerar por lo menos como posible una opinión ajena contraria a la suya. El relativismo es, pues, la filosofía que presupone la concepción democrática" (Citado en "Pensamiento político moderno" de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

La "opinión ajena contraria a la suya" no necesariamente debe provenir de un relativista moral, sino que debería provenir de alguien que se ha molestado en conocer suficientemente la mayor parte de las ramas que constituyen las ciencias sociales. René de Visme Williamson escribió respecto de Kelsen: "Con una consistencia lógica perfecta arguye que la creencia en valores absolutos corresponde a regímenes autocráticos -especialmente la monarquía de derecho divino-, pues el creyente no es libre para permitirse o permitir a los demás cualquier desviación de los valores absolutos, y está obligado, por su conciencia, a basar las decisiones políticas en la autoridad y no en la mayoría".

"La teoría de Kelsen implica una convicción y tolerancia que son incompatibles. Supone que quienes creen en valores absolutos están obligados, por su propia conciencia y por necesidad lógica, a imponer estos valores a las gentes que no las suscriben; de ahí que el mecanismo del Estado se convierta antes o después en un instrumento de persecución".

"El grado relativo de democracia y de paz que poseemos, por escaso que sea, lo debemos a quienes lo edificaron sobre los cimientos de los valores absolutos. Un orden social, de cualquier tipo que sea, sólo puede ser creado por quienes tienen la visión de un cielo nuevo y una tierra nueva, tanto más cuanto que la vieja tierra y el imperfecto cielo ideado por el hombre han sido tan tristemente insuficientes".

"Hemos de movernos hacia lo absoluto si queremos dominar lo relativo. Abandonemos, de una vez para siempre, la vana empresa de buscar nuestras pautas en condiciones que son inferiores a ellas, y de tomar prestada nuestra concepción de la democracia de quienes la interpretan mal" (De "Pensamiento político moderno").

En cuanto a la utilización del relativismo moral por parte del marxismo, Morris Ginsberg escribió: "La moral marxista es más compleja. Hay, al parecer, dos morales: una moral universal, que se hará operante cuando hayan desaparecido los antagonismos de clase, y una moral 'interina', que está relacionada funcionalmente con la lucha de clases. Durante este periodo cada clase tiene su propia moral, basadas en sus necesidades, y lo que se llama moral general es, en realidad, la moral de la clase dominante, disfrazada con una ideología que sirve para imponerla sobre las restantes clases".

"En un periodo de revolución, la moral es la que viene exigida por la guerra, y está 'justificada' cuales quiera medidas exigidas por la táctica y estrategia revolucionaria y no reconoce límites superiores a los necesarios para mantener la moral de las clases trabajadoras. La condenación de la violencia es 'contra-revolucionaria', y no es más que la ideología de las clases explotadoras".

"Existe cierta incoherencia en la actitud marxista ante la moral burguesa. Estrictamente hablando, esa actitud no puede ser 'condenada' en el periodo de la lucha de clases, excepto en un sentido ideológico, puesto que durante este periodo no hay normas morales comunes. Pero, de hecho, los marxistas las tienen en ambos sentidos. Apelan a la ética de la moral interina al defender los actos de los revolucionarios, y a la ética de la moral del futuro al juzgar los actos de sus adversarios. Este uso de una moral dual no es, por supuesto, exclusivo del marxismo. Pero en él la fisura entre los dos códigos es suficientemente profunda para comprometer la esencia de la moral" (De "Pensamiento político moderno").

miércoles, 22 de mayo de 2019

Planeación contra democracia

Por Walter Lippmann

El factor primario que hace incalculable la planeación civil es la libertad de los individuos para gastar sus rentas. La planeación sólo es teóricamente posible si el consumo está racionado. Porque un plan de producción es un plan de consumo. Si la autoridad va a decidir lo que se va a producir, ha decidido ya lo que se va a consumir. Esto es precisamente lo que sucede en la planeación militar: las autoridades deciden lo que va a consumir el ejército y la parte de la producción nacional que se va a dejar a los paisanos.

Por lo tanto, una economía civil no puede ser objeto de planeación, a menos que haya tal escasez que se puedan racionar las necesidades de la existencia. Cuando la productividad se eleva por encima del nivel de subsistencia, es posible la libertad de consumo. Una producción planeada para hacer frente a una demanda libre es una contradicción sin sentido, semejante a la cuadratura del círculo.

Se deduce, pues, que la planificación de la producción es incompatible con el trabajo voluntario, con la libertad para elegir ocupación. Un plan de producción no es solamente un plan de consumo, sino un plan sobre el tiempo, el objeto y el lugar del trabajo de los individuos. No hay ninguna manipulación posible del nivel de salarios que permita a los planeadores atraer las diversas ocupaciones justamente el número necesario de trabajadores.

Si hay libertad de trabajo, especialmente cuando el consumo está racionado y nivelado, se evitarán las ocupaciones desagradables y todos concurrirán a los buenos empleos. Así, pues, el complemento necesario e inevitable del racionamiento del consumo es el reclutamiento del trabajo, bien mediante un acto legal, bien obligando a los trabajadores a aceptar ocupaciones que no desean, ofreciéndoles como única alternativa la miseria. Esto es, naturalmente, lo que sucede en un Estado plenamente militarizado.

El reclutamiento del trabajo y el racionamiento del consumo no han de considerarse como recursos transitorios y accidentales en una economía planificada. Son su verdadera esencia. Hacer un plan quinquenal de la producción de una nación es determinar cómo va a trabajar y qué recibirá. Sólo puede recibir lo que el plan disponga. Y sólo puede obtener lo que el plan disponga, realizando el trabajo exigido por el plan. Si o realiza ese trabajo, el plan es un fracaso; debe aceptar los bienes que el plan produce o pasarse sin ellos.

Todo esto se comprende perfectamente en un ejército o en época de guerra, cuando una nación entera está en armas. El planeador civil no puede evitar el racionamiento ni el reclutamiento, porque son la verdadera esencia de su propósito. No hay escape alguno. Si el pueblo es libre para rechazar las raciones, el plan queda frustrado; si el pueblo es libre para trabajar menos o en ocupaciones diferentes de las prescritas, el plan no puede llevase a efecto. Por tanto, el trabajo y el nivel de vida han de ser determinados por el Consejo de planeación o por un poder soberano superior a ese Consejo. En una sociedad militarizada, ese poder soberano es el Estado Mayor General.

Pero, en una sociedad civil, ¿quién ha de decidir cuál va a ser el contenido específico del óptimo de vida? No puede ser el pueblo el que decida mediante referéndum o a través de una mayoría de sus representantes elegidos. Porque si el poder soberano que ha de establecer un plan radica en el pueblo, el poder para modificarlo reside también en él en cualquier momento. Ahora bien, un plan sujeto a cambios mensuales o aun anuales no es un plan; si se ha tomado la decisión de fabricar 10 millones de automóviles a 500 dólares, y un millón de viviendas suburbanas a 3.000 dólares, el pueblo no puede cambiar de opinión un año después, desechar la maquinaria para fabricar automóviles, abandonar las casas en construcción y decidir producir en su lugar rascacielos con apartamentos y ferrocarriles subterráneos.

En suma, no hay manera de que los objetivos de una economía planificada puedan depender de la decisión popular. Han de ser impuestos por una oligarquía de un tipo u otro (que puede permitir, por supuesto, que el pueblo ratifique el plan una vez, e irrevocablemente, mediante plebiscitos, como en el caso de los plebiscitos alemán e italiano), y esa oligarquía, si el plan se ha de llevar a cabo en su totalidad, ha de ser responsable en materia de política.

Los oligarcas individuales podrían ser responsables de infracciones de la ley, lo mismo que los generales pueden ser juzgados por un Consejo de Guerra. Pero su política no puede ser objeto de responsabilidad continua ante los votantes, como no pueden ser determinadas por las tropas las disposiciones estratégicas de los generales. El Consejo de planeación o sus superiores han de determinar las condiciones de la vida y el trabajo del pueblo.

No sólo es imposible que el pueblo controle el plan, sino, lo que es más, los planeadores han de controlar al pueblo. Han de ser déspotas que no toleren ninguna discusión efectiva de su autoridad. Por lo tanto, la planeación civil ha de dar por supuesto que los déspotas que suban al poder serán benévolos, es decir, conocerán y desearán el bien supremo de sus súbditos. Esta es la premisa implícita en todos los libros que recomiendan el establecimiento de una economía planificada en una sociedad civil.

Pintan una imagen fascinadora de lo que podría hacer un despotismo benévolo. Piden –nunca de una manera muy clara, naturalmente- que el pueblo ceda la planificación de su existencia a «ingenieros», «expertos» y «técnicos», a líderes, salvadores, héroes. Esta es la premisa política de toda la filosofía colectivista: que los dictadores serán patriotas o tendrán conciencia de clase según considere el orador más elogioso uno u otro término.

Es también la premisa de la filosofía de la regulación estatal, comúnmente considerada como progresismo. Aunque disfrazada con la ilusión de que una burocracia responsable ante una mayoría de votantes y susceptible a la presión de minorías organizadas no ejerce coacción, es evidente que cuanto más variada y comprehensiva es la regulación, más acusada es la transformación del Estado en un poder despótico frente al individuo. Porque la parte de control que éste ejerce sobre el Gobierno a través de su voto no es proporcional, en ningún sentido efectivo, a la autoridad que ejerce sobre él el Estado.

Ciertamente que pueden hallarse déspotas benévolos. Pero también pueden no serlo. Pueden aparecer en una ocasión; pueden no aparecer en otra. El pueblo, a menos que decida enfrentarse con las ametralladoras desde las barricadas, no puede hacer nada para procurar que se elija a los déspotas benévolos y se elimine a los malvados. No puede seleccionar a sus déspotas. Los déspotas se seleccionan a sí mismos y, sean buenos o malos, permanecerán en el poder mientras puedan reprimir la rebelión y evitar el asesinato.

Así, pues, por una especie de trágica agonía, la búsqueda de seguridad y de una sociedad racional, si pretende lograr la salvación a través de la autoridad política, acaba en la más irracional forma de gobierno que imaginarse pueda, en la dictadura de oligarcas incidentales, que no poseen título hereditario, origen constitucional ni responsabilidad, que no pueden ser substituidos sino mediante la violencia. Los reformadores que han puesto sus esperanzas en los buenos déspotas porque ansían planear el futuro, dejan sin planear aquello de lo que dependen todas sus esperanzas. Porque una sociedad planificada debe ser una sociedad en la que el pueblo obedezca a sus gobernantes; no puede haber ningún plan para hallar a los planificadores; la selección de los déspotas, que han de hacer tan segura y tan racional la sociedad, ha de dejarse a la inseguridad del acaso irracional.

(De "Pensamiento Político Moderno" de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961)

martes, 21 de mayo de 2019

Capitalización vs. Redistribución

En una socialdemocracia, se advierten dos actitudes opuestas en el comportamiento económico, ya sea que se trate de individuos o bien de gobiernos. En el primer caso aparece el individuo ahorrativo, que prioriza el futuro al presente. Por ello trata de capitalizarse de alguna manera mientras que su ascenso social dependerá principalmente de sus aptitudes laborales. En el segundo caso tenemos al individuo consumidor, que prioriza el presente al futuro, mientras que su ascenso social quedará supeditado, no a sus aptitudes laborales, sino a la “redistribución de la riqueza ajena” realizada por el gobierno de turno; es decir, al reparto de lo producido por los individuos ahorrativos quienes, vía impuestos, serán obligados a compensar el trabajo y la capitalización deficitarios de los consumistas.

Como ejemplo de individuo consumidor, puede mencionarse el caso de un estudiante universitario, de ciencias de la computación, quien luego de disponer de cierta cantidad de dinero, debió elegir entre comprarse una computadora (principal herramienta para su trabajo futuro) o bien realizar un viaje de turismo a Miami, eligiendo esta última alternativa.

Un alumno con mentalidad capitalista, por el contrario, hubiese priorizado la compra de la computadora. Con el tiempo, este último habrá logrado un mejor nivel económico que el alumno consumista. Incluso es posible que haya podido crear una empresa con algunos empleados a cargo. Sin embargo, gran parte de la sociedad atribuirá su éxito económico a la “explotación laboral” de esos empleados y no a sus aptitudes empresariales. De ahí que la izquierda política proponga la expropiación de su empresa (o bien de sus ganancias) como el sumo acto de “justicia social”.

Los políticos redistribuidores de riquezas ajenas, afirman abiertamente que su función principal implica promover la “justicia social”, entendida como una igualdad económica establecida de la forma mencionada. Es por ello que el mayor porcentaje del presupuesto nacional sea destinado, especialmente en países subdesarrollados, a la “ayuda social” (y no a la ayuda a la producción). Es oportuno señalar que en países con mediana corrupción, como EEUU, de cada dólar destinado como “ayuda social”, sólo le llegan 0,30 centavos de dólar al necesitado; de ahí que uno puede imaginarse lo que le ha de llegar en países con elevada corrupción.

Con la redistribución de lo ajeno, proceso utilizado por sucesivos gobiernos argentinos, hemos llegado al borde del abismo. Los candidatos con mayor intención de voto, para las elecciones de 2019, parecen no advertir la situación y ninguno habla de cómo hará para revertir la decadencia, ya que, haciendo lo mismo de siempre, ningún cambio esencial podrá observarse.

Habiendo individuos con mentalidad capitalista e individuos con mentalidad consumista, tanto en la población como en el gobierno, resulta imprescindible que la sociedad se prepare mentalmente para la primera alternativa, siendo ésa la única forma de promover la creación de riquezas previamente al consumo, mientras que, por el contrario, si se mantiene la mentalidad consumista, se desalienta la creación de riquezas por cuanto se promueve el consumo previo a la creación de lo consumido (o por consumir).

La creación de nuevos puestos de trabajo está detenida desde hace varios años debido a la “trampa populista”. El sector productivo, al tener que mantener indirectamente a gran cantidad de ineptos y vagos, a través del pago de elevados impuestos, no dispone de los medios económicos necesarios para realizar inversiones productivas y así ofrecer nuevos puestos de trabajo. La pequeña industria, en cuanto tiene algún empleado, es pronto elevada de categoría para cobrarle mayores impuestos. Además, gran parte de los “trabajadores” tienen más interés en hacerle un juicio laboral a su empleador que mantener el puesto de trabajo. Con el tiempo, si el empleador quiere reducir su personal, deberá vender su empresa para poder afrontar las elevadas indemnizaciones establecidas, aumentado con ello la poca predisposición a agrandar su empresa.

Esta realidad es conocida por los políticos, pero pocas veces será comunicada a los sufrientes ciudadanos, ya que la mayoría de los gobernantes prioriza todo tipo de ambición personal dedicándose a embaucar a la población promoviendo el reemplazo del “Dios proveedor” de otras épocas, por el “Estado proveedor” de la actualidad. Mientras que ese Dios tendría posibilidades infinitas, el Estado se encuentra limitado por la acotada producción del sector empresarial, que es el que finalmente provee al resto de la población. Sin embargo, el político le hace ver a la gente que el “Estado todopoderoso” es capaz de brindar satisfacción a todas las necesidades de la población, y que si no lo logra, ello se debe a que los empresarios se oponen a compartir sus riquezas con los demás.

El colmo de la ignorancia, en la Argentina, implica considerar como un acierto social de gran alcance, y no como la destrucción de la economía por muchos años, la concesión kirchnerista de millones de jubilaciones sin aportes (a muchos que no las necesitan), casi un millón de pensiones por “invalidez” (a muchos que pueden trabajar), cientos de miles de nuevos puestos de trabajo estatales (prescindibles en su mayoría), millones de planes sociales y de “ayuda universal por hijo”. Para cubrir esos enormes gastos, se ha esquilmado al sector productivo reduciéndolo sustancialmente; incluso durante la continuidad establecida por la gestión macrista, que ha intentado financiar el derroche en lugar de reducirlo.

Un destacado político del siglo XX (por su capacidad para dirigir a las masas) pareciera haber asesorado, a través de sus libros, a los políticos argentinos, escribiendo: “La psicología de las multitudes no es sensible a lo débil ni a lo mediocre; se asemeja a la de la mujer, cuya emotividad obedece menos a razones de orden abstracto que a la tendencia instintiva hacia una fuerza que complemente su naturaleza, y de ahí que prefiera someterse al fuerte, mejor que dominar al débil”.

“Del mismo modo, la masa se inclina más fácilmente hacia el que domina que hacia el que suplica, y se siente íntimamente más satisfecha con una doctrina intransigente que no admita paralelo con el disfrute de una libertad que, por lo general, de poco le sirve… Lo que la masa quiere es el triunfo del más fuerte y la destrucción del débil o su incondicional sometimiento”.

“Toda propaganda ha de ser necesariamente popular y su nivel intelectual debe adaptarse a la capacidad receptiva del más limitado de aquellos a quienes va destinada. Por consiguiente, cuanto mayor sea la masa humana a la que se trata de llegar, más bajo habrá de ser su nivel puramente intelectual. Pero cuando se pretende extender su influencia a todo el pueblo, como sucede cuando hay que sostener una guerra, nunca será exagerada la prudencia para evitar que las formas de la propaganda sean excesivamente intelectuales”.

“Cuanto más modesto sea su lastre intelectual, cuanto más tenga en cuenta la emoción de las masas, tanto más efectiva será la propaganda. Y ésta es la mejor prueba de la fuerza de una campaña de propaganda, y no su éxito con unos cuantos eruditos o jóvenes estetas”.

“El arte de la propaganda reside en percatarse de las ideas emocionales de las masas y hallar, mediante una forma psicológicamente correcta, el modo de llegar a la atención y de ahí al corazón de las masas”.

“Una vez que hemos entendido la necesidad de que la propaganda se adapte a las grandes masas, podemos enunciar la siguiente regla: Es un error hacer una propaganda multilateral, como la instrucción científica, por ejemplo”.

“La receptividad de la gran masa es muy limitada, su facultad de comprensión es muy pequeña, pero es enorme su capacidad de olvido. Teniendo en cuenta estos hechos, toda propaganda eficaz debe concretarse en muy pocos puntos y saberlos explotar como convenga, hasta que el último hijo del pueblo pueda formarse una idea de lo que se pretende hacerle comprender con un slogan. En el momento en que la propaganda sacrifique este principio y trate de ser múltiple, se debilitará su eficacia, porque la masa no es capaz de retener ni asimilar todo lo que se le ofrece. Con ello disminuyen los resultados y acaban por ser enteramente nulos”.

“Una mentira contiene siempre un cierto factor de credibilidad, puesto que la gran masa del pueblo, más que ser malvada conscientemente, tiende a dejarse corromper, y, debido a la simplicidad de su inteligencia, es más fácilmente víctima de un engaño considerable que de una pequeña mentira. Todo el mundo miente en cosas sin importancia, pero se avergonzaría de mentiras demasiado grandes. Tal falsedad es inimaginable para la masa, que no piensa en la posibilidad de un descaro semejante en los demás; sí, aun cuando lleguen a conocer la verdad, dudarán y vacilarán, y siempre creerán que hay algo de cierto en lo que se les dijo. Así, pues, siempre quedará algo de la mentira más descarada, hecho que conocen y explotan bien todos los virtuosos de la mentira y los grandes mixtificadores de este mundo” (Citado en “Pensamiento político moderno” de William Ebenstein-Taurus Ediciones SA-Madrid 1961).

El autor del mencionado artículo es Adolf Hitler, en su libro “Mi Lucha”, y tales tácticas las hemos sufrido en la Argentina principalmente durante el peronismo y el kirchnerismo. Incluso algunos aparentes opositores han utilizado procedimientos similares ante la posibilidad de lograr mayor cantidad de votos. Puede decirse que, con slogans, mentiras y odio, puede destruirse una sociedad, una nación y hasta la humanidad entera.

domingo, 19 de mayo de 2019

José Ingenieros ¿un hombre mediocre?

Luego de leer “El hombre mediocre”, el libro más conocido de José Ingenieros, al lector puede darle la sensación de que su autor adopta una escala de valores que ubica, sobre los valores morales, los aspectos intelectuales. Si se tiene en cuenta que existen personas con pocas aptitudes intelectuales y elevados valores morales, y también individuos instruidos con limitados atributos éticos, tal descalificación puede parecer injusta o prematura. El citado autor escribió: “El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra; pero, en cambio, custodia celosamente el armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos, defendiendo ese capital común contra la acechanza de los inadaptables”.

“Su rencor a los creadores compénsase por su resistencia a los destructores. Los hombres sin ideales desempeñan en la historia humana el mismo papel que la herencia en la evolución biológica; conservan y transmiten las variaciones útiles para la continuidad del grupo social. Constituyen una fuerza destinada a contrastar el poder disolvente de los inferiores y a contener las anticipaciones atrevidas de los visionarios. La cohesión del conjunto los necesita, como un mosaico bizantino al cemento que lo sostiene. Pero –hay que decirlo- el cemento no es el mosaico”.

“Para algunos, la mediocridad consistiría en la ineptitud para ejercitar las más altas cualidades del ingenio; para otros, sería la inclinación a pensar a ras de la tierra. Mediocre correspondería a Burgués…” (De “El hombre mediocre”-Editorial Época SA-México 1967).

La actitud despectiva hacia el hombre mediocre surge, posiblemente, porque tal tipo social tiende a oponerse a los cambios propuestos por ciertos agitadores de masas, como fue el caso de Ingenieros, que pretendían levantar una sociedad nueva sobre los escombros de la anterior, incluso con el alto costo de la pérdida de vidas inocentes; que habrían de ser, para el revolucionario, “vidas con poco valor”.

Ingenieros fue uno de los instigadores de la violencia que condujo, en 1919, a la “semana trágica”. Sergio Bagú escribió: “El orador fue ovacionado esa noche y, desde el día siguiente, su discurso fue el punto de ataque de la prensa. Los editoriales trasuntaban alarma y desde ellos no se le ahorró diatriba. Con su conferencia, Ingenieros rompió definitivamente con algunos círculos que hasta entonces habían respetado su valer de sabio, pero que no podían tolerar ahora su pública definición política. Su nombre aparecía en la calle como símbolo. Estar con él o contra él era apoyar o combatir una corriente”.

“Ya no fueron solamente los jóvenes quienes entraban en su consultorio para hablarle y escucharle, sino también dirigentes obreros, lo que inquietó seriamente a la policía, que finalizó poniéndole vigilancia permanente”. “La semana trágica, con sus 700 muertos y sus 4.000 heridos, quedó en la memoria de los porteños como pesadilla inconcebible” (De “Vida de José Ingenieros”-EUDEBA-Buenos Aires 1963).

Como buen socialista, entendió que son las minorías las que deben dirigir a la mayoría “mediocre”. Enrique Díaz Araujo escribió: “La obsesión de toda la vida de Ingenieros será la defensa de las minorías contra las mayorías populares. Por un motivo u otro –selección biológica, raza, educación, dinero, o lo que fuere- siempre estará dispuesto a quebrar lanzas por las minorías. No podía, pues, dejar de hacerlo en ocasión de la apología de los «maximalistas». Entonces dirá: «Las revoluciones son siempre la obra de minorías educadoras y actuantes… la gran masa es neutra y constituye siempre un obstáculo a cualquier género de proceso que la saca de sus hábitos y rutinas… las revoluciones verdaderamente principistas… alcanzan a todos y molestan a los amorfos, cuyo único ideal es seguir pastando tranquilamente, cerrando los ojos a todo beneficio ulterior»”.

“Como los «reaccionarios» se aprovechan de esta natural tendencia de la gente a seguir «pastando» -o, lo que es lo mismo, a no comer por debajo de su hambre, en no consentir alegremente el ayuno obligatorio que le imponen como norma los revolucionarios- se producen las represiones que Ingenieros llama «defensivas» de los profesionales de la Revolución. «¿Y cómo extrañar entonces los actos defensivos de Robespierre y de Marat, de Moreno y de Rivadavia, de Trotsky y de Lenin? La violencia no es la finalidad del revolucionario, sino la dolorosa defensa impuesta por las amenazas de los reaccionarios»” (De “José Ingenieros”-Ciudad Argentina-Buenos Aires 1998).

Ingenieros es un admirador de Lenin y acepta el terror y los asesinatos durante la Revolución bolchevique, por lo que escribió: “Se habló de terror. ¿Qué terror? ¿El de los zares que habían asesinado en las cárceles y en Siberia millones de ciudadanos que amaban la libertad, o el de los maximalistas que fusilaron unos cuantos centenares de domésticos que conspiraban para volverlos a la esclavitud?... Hay una verdad que es necesario afirmar, porque callarla equivaldría a mentir: comparando la revolución rusa con su congéneres, ella se caracteriza hasta ahora por cierta dulzura de procedimientos, casi angelicales frente a los de la gloriosa Revolución Francesa… sorprende que sus únicas víctimas… hayan sido una familia de autócratas, diez o veinte obispos, cuatro decenas de jefes militares y varios cientos de burócratas, espías y cosacos en cifras apenas apreciables en un imperio de tantos millones de habitantes…» (Citado en “José Ingenieros”).

Aunque Ingenieros escribiera libros sobre moral, mostraba defectos personales que llamaban la atención. Además de aceptar y apoyar con sus escritos los asesinatos políticos, tenía cierta predisposición a la burla. Díaz Araujo escribe al respecto: “Queda pues planteado el interrogante… ¿hasta dónde esta faceta de la vida de Ingenieros influyó sobre su condición de pensador? ¿Se trata de un caso psiquiátrico; de una de esas psicopatías a las que era tan afecto de investigar? ¿De un desdoblamiento de personalidad…?”.

“¿O era perfectamente normal y entonces vuelve a resurgir la opción: o humanitarista o fumista? Porque un hombre declaradamente «amante de la humanidad» no puede al mismo tiempo complacerse en la burla, en la fisga, en los bromazos al hombre concreto que llega ante él, ¿o no? Bagú dice a sus contemporáneos: «sorprendíales que este fisgón incurable fuera a la vez hombre de ciencia»”.

De la calumnia del socialista soberbio, no se salva ni siquiera Cristo. Al respecto, Ingenieros escribió: “El loco Jesús fue apóstol de una enfermiza decadencia, astro crepuscular ante una larga noche de la moral humana… Tuvo todas las suertes. No existían alienistas por ese entonces… Triunfó cuando para los cerebros enfermos nadie osaba entreabrir las puertas de un manicomio” (Citado en “José Ingenieros”).

Aunque los leninistas deploran toda religión, constituyen una nueva, que pretende reemplazar a todas las demás. Díaz Araujo escribe: “Por fin, al convertirse al bolchevismo, encontró otra fe, esta vez en Lenin y sus secuaces. Entonces escribió que la Revolución Rusa: «Ha asumido ciertos caracteres de verdadero misticismo, indispensables para servir con eficacia un ideal… Rusia es la galilea; los bolcheviques son los apóstoles. Se cree o no se cree en la Revolución Rusa; adherir a ella es un acto de fe en el porvenir, en la justicia, en el progreso moral de la humanidad. La actitud acrítica, durante la lucha, demuestra falta de fe y es obra de enemigos; los distingos y las reservas equivalen a negaciones»”.

Los diversos países se enorgullecen cuando desde ellos surgen personajes ilustres que hacen aportes concretos a favor de la humanidad. También se avergüenzan de aquellos que los desprestigian como simples sembradores de odio y discordia a nivel colectivo. De ahí que José Ingenieros llena parte del cupo de estos últimos. Su admirado Lenin fue el iniciador del terror totalitario y de los campos de concentración, procedimientos que luego adoptaron sus imitadores (Stalin y Hitler). Es por ello que, tanto intelectual como moralmente, Ingenieros haya sido bastante menos que mediocre.

sábado, 18 de mayo de 2019

Principios éticos vs. “Prejuicios” éticos

En las sociedades en decadencia podemos observar dos grupos más o menos definidos. En el primero encontramos personas orientadas por principios éticos impuestos a nivel familiar y también asimilados de una tradición social afín a la religión prevaleciente en otras épocas. En el segundo encontramos personas “orientadas” por el relativismo moral y que observan a las personas del primer grupo como individuos prejuiciosos que impiden el progreso de la sociedad. La decadencia social no es otra cosa que la lenta disminución del porcentaje de miembros del primer grupo y el simultáneo aumento del porcentaje de miembros del segundo grupo.

La palabra “prejuicio” indica un juicio previo que, por lo general, resulta desacertado. El prejuicioso tiende a ser una persona equivocada en sus ideologizadas opiniones; de ahí que sea descalificado por quienes así lo consideran. El sector descalificador pocas veces intenta comprender la enseñanza moral de los textos bíblicos, ya que apunta a burlarse de las incoherencias lógicas, los misterios y las simbologías insertas en escritos realizados algunos miles de años atrás. Si un físico de la actualidad se burlara del conocimiento científico de dos mil años atrás, lo miraríamos como un ignorante que desconoce el lento proceso asociado a la búsqueda de la verdad.

Existen dos formas principales de equivocarse. La primera, que podemos denominar “benigna”, es la del científico que comete errores al intentar establecer hipótesis descriptivas acerca del mundo real. Como la ciencia experimental se basa esencialmente en el método de “prueba y error”, el error es parte del proceso y constituye el camino inevitable y necesario para llegar a la verdad, siendo “la verdad” el error mínimo, o nulo, en el mejor de los casos.

La segunda manera de equivocarse, que podemos denominar “maligna”, es la de quien ignora toda instancia superior (Dios, ley natural, orden natural, etc.) para intentar imponer a sus semejantes criterios de validez personal o sectorial. Si el proceso civilizatorio implica esencialmente la adaptación del hombre al orden natural, el desconocimiento de dicho orden tiende a impedirlo.

En cada manifestación social y cultural tiende a manifestarse el segundo tipo de error, sazonado con una alta dosis de cinismo, como es el caso del sindicalista que reclama al gobierno de turno por el nivel de desempleo existente, cuando es el propio sindicalista quien presiona por la imposición de excesivas ventajas laborales para el empleado, desconociendo la imposibilidad empresarial de cumplir con tales demandas. El abanderado de la promoción del trabajo y la ocupación laboral, es el principal causante de la desocupación crónica en un país.

El político populista aduce que su misión en la sociedad es la defensa de los pobres y la erradicación de la pobreza, promoviendo la redistribución de las riquezas creadas por el sector empresarial sin la contraprestación laboral respectiva. Tal político basa su prédica en una abierta discriminación social contra el sector productivo (presunto culpable de todos los males sociales) mientras que irresponsablemente ubica al vago y al inepto como víctimas inocentes de la “maldad empresarial” promoviendo el odio social y la vagancia crónica en los sectores auto-marginados.

Al sugerir a los sectores menos favorecidos de la sociedad de que “somos un país rico” y que el Estado tiene la obligación de alimentarlos, promueve la vagancia crónica de jóvenes que no trabajan ni estudian. Tampoco pueden aprender un oficio por cuanto el trabajo de menores está penalmente castigado. De ahí que, cuando el joven llega a la mayoría de edad, nadie querrá darle trabajo, por cuanto no tiene una capacitación previa y ni siquiera una predisposición mínima hacia el trabajo y la responsabilidad laboral. Sin embargo, pretende recibir un “sueldo digno” por cuanto sólo piensa en sus derechos y poco o nada en sus deberes. Incluso no deja de lado la posibilidad de entablar alguna demanda contra su empleador para poder así participar activamente de la floreciente “industria del despido”.

Teniendo en mente el socialismo teórico (nunca el socialismo real), quienes redactan las leyes y quienes las hacen cumplir, sostienen que todos los males sociales se deben a una “injusta distribución de la riqueza” y no a una injusta distribución de deberes y responsabilidades. De ahí que el delincuente urbano sea considerado como una inocente víctima de la sociedad y que sus acciones delictivas son una justa venganza ante un medio social que lo excluyó previamente (ya que no lo alimentó ni tampoco alimentó gratuitamente a sus extramatrimoniales hijos). La “Justicia” se convierte entonces en una promotora deliberada de la delincuencia, por cuanto intercambia las categorías de culpable e inocente, favoreciendo de esa manera el auge de la inseguridad y de la violencia urbana.

El ámbito educativo ha sido usurpado empleándoselo como un medio de adoctrinamiento político en el cual el alumno debe aprender a rechazar todas las ideas, costumbres y creencias de la “perversa” sociedad burguesa y capitalista. Como la ética cristiana ha sido la base de tal sociedad “excluyente”, se la adopta como referencia obligada para hacer todo lo contrario a lo que sugiere. Se promueve, además, el relativismo con sus tres variantes: moral, cultural y cognitivo.

El hombre-masa sólo tiene derechos, y no obligaciones. De ahí que a las mujeres se les otorga el derecho a realizar abortos, sin culpa alguna, para evitarle la incomodidad de intentar aprender alguna forma de evitarlo. Los promotores del aborto, poco o nada tienen en cuenta el posible arrepentimiento posterior y daño psicológico de la mujer que fue inducida a tan aberrante acción, ya que poco o nada les interesa la vida de esas mujeres, ya que el objetivo final es la destrucción de la sociedad burguesa-capitalista.

La promoción abierta de la homosexualidad apunta a descalificar a quienes se orientan por las leyes naturales sosteniendo, además, que la intimidad de las personas no debiera trascender del medio privado. Se ataca a quienes se oponen a tal promoción acusándolos de “discriminadores”. Quienes se orientan por las leyes naturales, verán como un mal ejemplo, para sus hijos, la promoción, en escuelas públicas, de actitudes centradas en una prematura y extramatrimonial sexualidad. Se les inculca a los niños que su futura felicidad dependerá esencialmente de su “identidad sexual” en lugar de que dependa de sus vínculos afectivos, familiares y sociales.

El alejamiento del proceso civilizatorio, es decir, del proceso de adaptación cultural al orden natural, llega al extremo cuando se aduce que la masculinidad y la feminidad son “construcciones sociales” y no productos de las leyes naturales asociadas a la evolución biológica. Mientras que las sociedades normales tienden a favorecer y a acentuar los atributos de hombre o de mujer en niños y niñas, respetando la “voluntad” de la naturaleza, los promotores de la contra-cultura aducen que tales atributos no provienen de lo biológico, sino de la influencia del medio y que por ello no se los debe acentuar en el sentido indicado. Indirectamente, tales agentes contra-culturales tratan de ser quienes definirán en el futuro las bases culturales del individuo y de la sociedad, es decir, de una “cultura” desvinculada totalmente del orden natural y de las leyes naturales que lo conforman.

La idea de la igualdad entre seres humanos surge del concepto de ley natural que gobierna a todos y cada uno de nosotros. Por el contrario, los falsos promotores de la igualdad, que son los verdaderos promotores de la desigualdad, son quienes siempre advierten diferencias entre sectores para introducir la odiosa cuña separadora que favorece los antagonismos; entre ricos y pobres, burgueses y proletarios, hombre y mujer, heterosexual y homosexual, creyente y ateo, dominador y dominado, es decir, ven innumerables posibilidades para sembrar odio y discordia entre los diversos sectores de la sociedad.

Quien fundamenta sus pensamientos y sus acciones en el orden natural, tiende a hablar y a pensar en “nosotros los seres humanos”. El promotor de odio tiende siempre a hablar y a pensar en “ellos” (el enemigo) y “nosotros” (el sector al que pertenece o ampara). Incluso ha llegado a la absurda tarea de distorsionar el lenguaje para introducir una supuesta inclusividad, que pocos desconocían. Cuando la persona normal habla del hombre, tiende a referirse a todo el género humano, sin menospreciar a la mujer (su madre, su esposa o su hija) que por lo general es el ser que más valora.

Los promotores de nacionalismos y culturalismos regionales desconocen la civilización humana y la cultura universal, compatibles con el orden natural, ya que buscan modelos sociales en competencia sin referencia alguna a ese orden. De ahí que se llega al extremo de rechazar todo lo extranjero, no porque sea malo, sino porque es ajeno a la “cultura” propia.

lunes, 13 de mayo de 2019

Antropología cultural = Psicología social + Evolución cultural

La antropología, como rama de las ciencias sociales, se distingue de otras ramas por tratar conjuntamente al hombre y a la cultura. Sin embargo, varios son los antropólogos que asignan igual validez a toda forma de cultura sin tener presente la compatibilidad que debe existir entre la evolución biológica (o naturaleza humana, en el caso del hombre) y el proceso de la evolución cultural, a cargo del hombre.

No toda forma cultural es compatible con la supervivencia de la humanidad ni con un adecuado nivel de seguridad y felicidad a nivel individual. De ahí que la antropología debe al menos intentar establecer un criterio de selección y optimización de las distintas formas culturales de manera de evitar el relativismo cultural propuesto por varias de sus figuras representativas. Este relativismo es similar al adoptado por un estudioso de la ética individual que asume la inexistencia de una ética mejor que otra, que es una forma de decir que la ética objetiva no existe y, por lo tanto, tampoco existiría la ética como parte de las ciencias sociales o como parte de la filosofía o la religión.

El argumento que utiliza el relativista, tanto en el aspecto moral como en el cultural, es la variedad de posturas morales y culturales surgidas a lo largo y a lo ancho del mundo y a través de la historia de la humanidad. Sin embargo, los resultados que siguen a cada una de esas morales y culturas, no son iguales, sino distintos, y, por lo tanto, algunos de ellos se acercarán más que otros a nuestra naturaleza humana. Como el trabajo de selección no es nada fácil, el antropólogo tiende a renunciar a ese trabajo adoptando la cómoda postura de describir lo mejor posible las diversas observaciones que realiza sin intentar establecer valoración alguna. John Monaghan y Peter Just escribieron: “Entre las consecuencias morales, filosóficas y políticas del surgimiento del concepto de cultura se encuentra el desarrollo de una doctrina de «relativismo cultural». Partimos de la premisa de que nuestras creencias, moral y comportamientos –incluso las verdaderas concepciones del mundo que nos rodea- son productos de la cultura que asimilamos como miembros de una comunidad. Si, como creemos, el contenido de la cultura es el producto de la experiencia histórica, arbitraria de una persona, entonces lo que somos como seres sociales también es un producto histórico arbitrario”.

“Como la cultura determina nuestra visión del mundo de una manera tan profunda, entonces hay razones para pensar que no tenemos una base objetiva para afirmar que una visión del mundo es superior a otra, o que puede utilizarse una visión del mundo para medir a las demás. En este sentido, las culturas sólo pueden juzgarse como «relativas» en relación con cualquier otra, y el significado de una creencia o comportamiento determinado debe entenderse, antes que nada, como relativo a su propio contexto cultural. En pocas palabras, constituye la base de lo que ha dado en llamarse «relativismo cultural»” (De “Antropología social y cultural”-Editorial Océano de México SA-México 2006).

También los físicos teóricos, que proponen teorías de gran unificación, al no disponer por el momento de la posibilidad de establecer verificaciones experimentales (por excesivas dificultades tecnológicas), se encuentran en una situación parecida. Sin embargo, a ningún físico se le ocurrirá decir que “todas las teorías de gran unificación tienen similar validez”, ya que suponen que el mundo real responderá aceptando una de esas teorías y rechazará las restantes. Mientras que el científico social tiende a confundir dificultad con imposibilidad, el físico tiene en claro que son cosas distintas, por lo que nunca ha de sostener el “relativismo de la física” en sus descripciones del mundo real.

El antropólogo que adhiere al relativismo no tiene en cuenta una instancia superior (ley natural, evolución biológica, atributos de la naturaleza humana, etc.), de ahí que adopte la visión marxista de la realidad la cual supone que el hombre actúa sólo bajo influencia cultural y poco o nada en base a los atributos a los que nos ha conducido el proceso evolutivo descrito por la biología.

Desde un punto de vista amplio, que contemple tanto la evolución biológica como la evolución cultural, puede decirse que la antropología es (o debe ser) la rama de las ciencias sociales que describe las diferentes culturas teniendo presente la naturaleza humana y la compatibilidad de tales culturas respecto a dicha naturaleza. De ahí la síntesis simbólica establecida en un principio.

Se considera a la Psicología Social, o psicología de las actitudes, como la rama de la psicología que tiene en cuenta los atributos básicos del comportamiento humano orientados hacia la acción cotidiana. Como las actitudes son el vínculo existente entre individuo y grupo social, toda descripción establecida debiera resumirse en las actitudes predominantes en determinadas culturas. Luego, cada hecho cultural debe ser valorado en comparación con la finalidad aparente que ha orientado la evolución biológica, que no dista de ser aquella que favorece la supervivencia de la humanidad y la felicidad individual.

En las diferentes definiciones de cultura, establecidas por antropólogos conocidos, casi nunca se menciona en forma explícita la necesidad de comparar una cultura determinada con la finalidad aparente(o implícita) de la evolución biológica. Se mencionan algunas de ellas:

“Cultura o civilización es ese todo complejo que incluye conocimientos, creencias, arte, moral, leyes, costumbres y cualquier otra capacidad y hábitos adquiridos por los seres humanos como miembros de la sociedad” Edward B. Tylor, 1871

“La cultura abarca todas las manifestaciones del comportamiento social, dentro de una comunidad, las reacciones de los individuos afectados por los hábitos del grupo en el que viven, y el producto de las actividades humanas determinadas por esos hábitos” Franz Boas, 1930

“Cultura significa la totalidad del comportamiento tradicional desarrollado por la raza humana y aprendido por cada generación. Una cultura es menos preciso. Puede implicar las formas del comportamiento tradicional que son características de una sociedad determinada, de un grupo de sociedades, de cierta raza, de cierta región o de cierto tiempo” Margaret Mead, 1937

“La cultura es el todo integral que consiste en implementos y bienes de consumo, en cartas constitucionales para los diversos agrupamientos sociales, en ideas y artefactos, creencias y costumbres. Al margen de si se trata de una cultura muy elemental o primitiva o de una compleja y desarrollada en extremo, nos enfrentamos a un vasto aparato en parte material, en parte humano y en parte espiritual, por medio del cual los seres humanos somos capaces de solucionar problemas específicos, concretos” Bronislaw Malinowski, 1944

“La cultura, entonces, consiste en los parámetros para decidir qué es, qué puede ser, qué hacer con ella y cómo hacerlo” Ward H. Goodenough, 1963

“La cultura no es natural ni artificial. No se basa en la genética ni en el pensamiento racional, debido a que está hecha de normas de conducta que no se inventaron y cuya función, por lo general, no es entendida por la gente que las obedece. Algunas de estas reglas son residuos de tradiciones adquiridas en los diferentes tipos de estructura social por las cuales ha pasado cada grupo humano. Otras normas se han aceptado o modificado de manera consciente para lograr metas específicas. Sin embargo, no hay duda de que, entre los instintos heredados de nuestro genotipo y las reglas inspiradas por la razón, la masa de reglas inconscientes sigue siendo más importante y efectiva, porque la razón en sí misma … es un producto más que una causa de evolución cultural” Claude Lévi-Strauss, 1983

“La cultura le da significado a la experiencia humana al seleccionarla y organizarla. Se refiere ampliamente a las formas a través de las cuales la gente le da sentido a su vida. No habita un dominio reservado como la política o la economía. Desde las piruetas del ballet clásico hasta la más atroz de las acciones brutales, todo comportamiento humano está mediado por la cultura. Ésta abarca lo cotidiano y lo esotérico, lo mundano y lo elevado, lo ridículo y lo sublime. Ni alta ni baja, la cultura lo invade todo” Renato Rosaldo, 1989
(Citadas en “Antropología Social y Cultural” de J. Monaghan y P. Just).

Toda ciencia social debe caracterizarse, como cualquier otra rama de la ciencia experimental, por establecer verificaciones experimentales de las hipótesis propuestas. Además, debe ser compatible con las restantes ramas de las ciencias sociales (en lo que se haya verificado). Por ello, es admisible suponer que todas las ciencias sociales deben tener un objetivo común, tal la adaptación del hombre al orden natural. Ello implica valorar y promover las culturas que mejor se adaptan a la naturaleza humana, es decir, al conjunto de atributos a los que nos ha conducido la evolución biológica. De ahí la justificación de la definición dada anteriormente.

sábado, 11 de mayo de 2019

La destrucción de PDVSA (Petrolera de Venezuela)

Los habitantes de países con muchos recursos naturales, como Venezuela y Argentina, tienden a afirmar que viven en “países ricos” sin tener en cuenta que las materias primas no conforman un porcentaje importante del PBI mundial. Como consecuencia de esta creencia, promueven el ascenso al poder de políticos que prometen una “justa redistribución de la riqueza”, lo que, en sus optimistas creencias, les aseguraría una vida exenta de responsabilidades y de preocupaciones materiales. De ahí que la “preparación” de grandes sectores de la población no está orientada a un trabajo futuro, sino al ocio y la diversión inmediata.

Una de las consecuencias inevitables de esta creencia generalizada es la dependencia casi total que tales países tienen respecto de su principal riqueza natural: el petróleo venezolano y la soja argentina. El subdesarrollo mental pronto se traduce en un subdesarrollo económico hasta llegar al caso extremo, como el venezolano, de destruir desde el propio gobierno a la petrolera estatal PDVSA siendo la gestora de la mayor parte de los ingresos de esa nación.

La historia de tal destrucción comienza con los intentos de Fidel Castro de recibir de Venezuela el petróleo del que Cuba carece. Como no puede lograrlo militarmente, se las ingenia para establecer una colonización con la ayuda de Hugo Chávez. Enrique Krauze escribió: “No sólo los estudiantes revolucionarios militan contra Rómulo Betancourt. También Fidel Castro. El 24 de enero de 1959 viaja a Caracas (donde recibe una bienvenida apoteósica) y visita a Betancourt (entonces presidente electo) para pedirle petróleo. Betancourt le responde que el pueblo venezolano no regala el petróleo, lo vende, y que no hará una excepción en ese caso. El encuentro –según los pocos testigos- es breve y áspero. Betancourt lo cala y sabe que Castro será, a partir de entonces, su enemigo mortal. Las ejecuciones que se practican en la isla lo alejan más. En noviembre de 1961 Cuba y Venezuela rompen relaciones”.

“Para repetir la operación de Sierra Maestra, Fidel Castro se involucra personalmente en la planeación de dos invasiones a Venezuela con tropas cubanas”. “La invasión revolucionaria a Venezuela planeada minuciosamente por Fidel Castro había fracasado por varios motivos: dificultades prácticas de toda índole (entre otras, las botas mal diseñadas…¡por Fidel!), el entorno inhóspito…” (De “El poder y el delirio”-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2008).

PDVSA llegó a ser una de las diez petroleras más importantes del mundo. De ahí que lo aconsejable hubiese sido mantenerla, al menos, en esa posición. Sin embargo, con Hugo Chávez en la presidencia, al producirse una huelga por parte de los empleados de esa empresa, en lugar de negociar, Chávez decide cesantearlos y reemplazarlos por gente con escasa capacitación empresarial y laboral. La actitud totalitaria de Chávez (y de Fidel) no admitía ninguna oposición a los planes expansivos del socialismo. Héctor Pérez Marcano escribe al respecto: “Poner pie en Venezuela y apoderarse de sus reservas energéticas podría ser el primer paso para, unido a las guerrillas colombianas, extender la revolución castrista como una mancha de petróleo por el resto del continente, su auténtica aspiración. Ese proyecto constituyó desde el triunfo mismo de la Revolución cubana, y posiblemente desde los lejanos inicios de sus napoleónicos sueños de gloria, un objetivo estratégico en el tablero internacional de Fidel Castro” (Citado en “El poder y el delirio”).

La destrucción de PDVSA puede intuirse fácilmente contemplando cómo un simple y exitoso kiosco de revistas puede decaer en pocos meses cuando cambia de dueño, o cambia el empleado al frente del mismo. También una panadería afianzada con el prestigio logrado a través de varios años puede decaer cuando alguien incapaz accede a su gestión. De ahí que la caída de PSVSA no puede extrañar a nadie luego de las cesantías masivas. Krauze agrega: “La sangría le ha costado muy cara al régimen de Chávez. La producción total de Venezuela, tanto de PDVSA como de asociaciones estratégicas, ha pasado de cerca de 3 millones de barriles diarios de crudo a mediados de 2000 a poco más de 2,4 millones de barriles diarios a fines del 2007 [se estima en unos 750.000 en 2019]”. “La caída vertical de la producción no sólo se debe a la falta de inversión en el sector sino a la falta de capacidad ejecutiva, gerencial, ingenieril”.

“La pasmosa ventaja comparativa del precio actual del petróleo [escrito en 2008] se está esfumando fatalmente por el derrumbe de la producción, que a su vez se explica, ante todo, por la pérdida de personal especializado (los aproximadamente 22.000 ejecutivos, geólogos, ingenieros y demás profesionales cesados en 2003). Hay otros factores: la falta de inversión propia, el natural recelo de las compañías petroleras extranjeras a invertir en Venezuela, la escasez de torres perforadoras y la indisposición de empresas internacionales a arrendarlas”.

“Para colmo, PDVSA está inflando su nómina alegremente, día tras día (en octubre de 2007 Chávez declaró que la empresa tenía 74.918 empleados y planeaba llegar a los 113.831 a fines del 2009)”.

“Con un consumo interno de 800.000 barriles diarios, Chávez entrega 300.000 barriles diarios a Cuba y el Caribe con descuento y supuestamente pagaderos a 20 años”.

Los países mentalmente subdesarrollados actúan en forma similar a algunas familias carenciadas que, en caso de recibir alguna cantidad importante de dinero, en lugar de hacer compras básicas necesarias e imprescindibles, lo derrochan en alguna fastuosa y lujosa fiesta colectiva. Es algo que también pasa en el continente africano. Guy Sorman escribió al respecto: “El recuerdo de las hambrunas de antaño no incitará necesariamente a mostrarse precavido para el futuro. Un futuro que en sí mismo tiene poca realidad sensible, como lo testimonia la facultad de un padre de dilapidar, en ocasión de un nacimiento, todo el patrimonio que hubiera podido servir para la educación de su hijo. En todas las culturas africanas, los ritos propiciatorios están así mezclados con la ostentación social y, en todos los casos, excluyen un dominio racional, «weberiano», sobre el mundo” (De “El capitalismo y sus enemigos”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1994).

En la Argentina, como en Venezuela, una bonanza en el precio de las materias primas exportables, es ocasión propicia para consolidar el derroche estatal de recursos. Ramón Espinasa, quien fuera el economista jefe de PDVSA antes del régimen de Chávez, escribió: “Ya nos ocurrió tres veces en el pasado, y nos volverá a ocurrir. El ciclo es previsible: en 73-74, en 79-82 y en los noventa, los precios subieron y con ellos el gasto público se desbocó. Se crea una inercia indetenible en el gasto y las importaciones. De pronto el precio baja y la economía se estrella. Se presenta una crisis fiscal y de balanza de pagos. Pero lo crucial aquí es que el derrumbe viene aun si el precio no baja sustancialmente, porque la inercia de gastar más y más es indetenible. La situación actual es ésa; los precios caerán hasta cierto nivel, el gobierno no podrá parar el gasto y la producción no se recuperará: su caída es inexorable. De modo que es cuestión de tiempo: la tormenta perfecta viene” (Citado en “El poder y el delirio”).

viernes, 10 de mayo de 2019

Orientar vs. Dirigir

Por lo general, se orienta al adulto que no ha encontrado un sentido de la vida mientras que se dirige al niño pequeño que no tiene la suficiente madurez para advertir ciertos peligros que le puede presentar lo cotidiano. De ahí que no sea adecuado solamente dirigir a los adultos ni solamente orientar a los niños pequeños, ni tampoco dirigir a los pueblos desde el Estado asumiendo una previa incapacidad e inmadurez para disponer del derecho a la libre elección. En los últimos tiempos se advierte gran apoyo a las posturas políticas de tipo totalitario, que son las que promueven la conformación de un Estado que dirige a todo adulto. Esos mismos adherentes aceptan la “emancipación” de niños pequeños para que, desde muy chicos, “decidan” u “opten” por su propia identidad sexual; si bien esta “libre elección” implica un pretexto para que sea el Estado, a través de la educación publica, y no los padres, el que influya principalmente en el aspecto mencionado.

La igualdad entre seres humanos, como un ideal a lograr, implica justamente impedir que algunos dirijan la vida de otros, es decir, se “prohíbe” el gobierno mental y material del hombre sobre el hombre. Tal ideal es propuesto por el liberalismo y, desde bastante antes, por el cristianismo, ya que el Reino de Dios es una forma simbólica de expresar el prioritario gobierno de Dios sobre el hombre por medio de las leyes naturales que rigen todo lo existente.

Las grandes catástrofes humanas se produjeron principalmente en casos en que el poder fue concentrado en un solo hombre (rey, emperador, tirano, dictador totalitario, etc.). De ahí que el gobierno de Dios sobre el hombre, en el sentido indicado, resulta imprescindible desde el punto de vista de la supervivencia de una humanidad civilizada.

La palabra “orientar” surge de los antiguos mapas medievales en donde en la parte superior aparece Oriente (Asia) y en la inferior Europa al lado de África (América y Oceanía eran desconocidas para los europeos de esa época). Por ello, a “orientar” se le asocia el significado de dar información de cómo funciona el universo conocido (en lo que atañe al hombre, principalmente) para que cada uno, voluntariamente, pueda elegir y decidir respecto de su propio futuro.

Por el contrario, a la palabra “dirigir” se le asocia el significado de imponer, mediante órdenes afianzadas con premios y castigos, lo que el gobernante de individuos ha decidido, ocupando en cierta forma el lugar que debió ser asignado a Dios (o a las leyes naturales que conforman el orden natural). Paul Berman dijo sobre Hugo Chávez: “Es radiactivo, tiene diez veces más energía que un humano normal. Lo mismo se decía de Mao. Estos hombres no se sienten humanos. Se sienten dioses” (Citado en “El poder y el delirio” de Enrique Krauze-Tusquets Editores SA-Buenos Aires 2008).

La soberbia, como principal pecado capital, implica justamente la actitud del hombre que busca dirigir a otros hombres y que responde con violencia cuando no se cumple su voluntad o se contradice su opinión. Para el orientador de hombres existe una instancia superior (Dios o el orden natural) mientras que, para quienes pretenden dirigir a pueblos enteros, ellos mismos constituyen la instancia superior. De ahí la gran diferencia e incompatibilidad entre las posturas democráticas y las totalitarias.

El mayor peligro que amenaza a la civilización está materializado en los totalitarismos (políticos, religiosos, económicos, militares, etc.) donde el poder actuante invade la individualidad y hasta la intimidad de todo individuo, para imponerle, aun contra su voluntad, las extrañas ideas y caprichos convertidos en proyectos colectivos que sólo contemplan la satisfacción personal del trastornado líder que busca satisfacer su complejo de superioridad que surge de un previo e inconsciente complejo de inferioridad.

Cada ser humano, y desde algún punto de vista, es superior e inferior a otros seres humanos. Quienes aceptan este aspecto de la realidad, tienden a vivir felices. Por el contrario, quienes no aceptan ser superados por otros son conducidos a la actitud de la soberbia (o endiosamiento). Ralph Emerson escribió: “Todos los hombres que conozco son superiores a mí en algún sentido, y en tal sentido puedo aprender de todos”.

Mientras que el vanidoso se compara con los demás rechazando toda superioridad ajena, el soberbio ni siquiera se compara con los demás, dando por hecho su “indiscutible” superioridad. Además, el soberbio podrá serlo basándose en la creencia de poseer valores óptimos, o bien podrá serlo en función de nimiedades. Tal es la visión, en forma simplificada, de José Ortega y Gasset, quien escribió: “Hay hombres que se atribuyen un determinado valor –más alto o más bajo- mirándose a sí mismos, juzgando por su propio sentir sobre sí mismos. Llamemos a esto valoración espontánea. Hay otros que se valoran a sí mismos mirando antes a los demás y viendo el juicio que a éstos merecen. Llamemos a esto valoración refleja”.

“Apenas si habrá un hecho más radical en la psicología de cada individuo. Se trata de una índole primaria y elemental, que sirve de raíz al resto del carácter. Se es de la una o de la otra clase desde luego, a nativitate. Para los unos, lo decisivo es la estimación en que se tengan; para los otros, la estimación en que sean tenidos. La soberbia sólo se produce en individuos del primer tipo; la vanidad, en los del segundo”.

“Oriunda la soberbia de una ceguera psíquica para los valores humanos que no estén en el sujeto mismo, es síntoma de una general cerrazón espiritual. Supone una psicología en que se da exagerada la tendencia a gravitar el alma hacia dentro de sí misma, a bastarse a sí misma. Con agudo diagnóstico, se llama vulgarmente a la soberbia «suficiencia». El puro soberbio se basta a sí mismo, claro es que porque ignora lo ajeno. De aquí que las almas soberbias suelen ser herméticas, cerradas a lo exterior, sin curiosidad, que es una especie de activa porosidad mental. Carecen de grato abandono y temen morbosamente el ridículo. Viven en un perpetuo gesto anquilosado, ese gesto de gran señor, esa «grandeza» que a los extranjeros maravilla siempre en la actitud del castellano y del árabe”.

“Las razas soberbias son consecuentemente dignas, pero angostas de caletre e incapaces de gozarse en la vida. En cambio, su compostura será siempre elegante. La actitud de «gran señor» consiste simplemente en no mostrar necesidad y urgencia de nada. El plebeyo, el burgués son «necesitados»; el noble es el suficiente. El abandono infantil con que el inglés viejo se pone a jugar; la fruición sensual con que el francés maduro se entrega a la mesa y a Venus, perecerán siempre al español cosas poco dignas. El español fino no necesita de nada y, menos que nada, de nadie” (De “Goethe desde dentro y otros ensayos”-Revista de Occidente-Madrid 1949).

Existe una soberbia extrema y es la de quienes, supuesta una superioridad absoluta respecto del resto de los mortales, parecen descender de un pedestal imaginario cada vez que se rebajan a relacionarse con la gente común. Ensayan una especie de humildad sobreactuada esperando de esa manera esconder su soberbia, ya que no siempre lo logran.

La soberbia colectiva se advierte en grupos “moralmente superiores” al resto, como es el caso de los “creyentes” religiosos (poco practicantes de los mandamientos bíblicos) o el de los marxistas-leninistas (supuestamente superiores por intentar repartir las riquezas ajenas, nunca de las propias). José Ramón Recalde escribió: “Seguramente no teníamos bien definidos ni el programa político ni nuestro socialismo, y eso en una época en la que, frente al mismo adversario –el capitalismo-, la poderosa alternativa en la misma lucha –el comunismo- se distinguía por la contundente construcción de su materialismo dialéctico”.

“Pero percibíamos como una evidencia que lo que determinaba nuestra acción política era el impulso ético. Nos comprometíamos en la lucha por convicción moral. Más aún, frente a los otros análisis del engagement que en esos días se hacían desde posiciones marxistas o existencialistas, nuestra convicción de que el juicio ético y el comportamiento moral eran algo autónomo, no explicado simplemente como una mera superestructura, era clara” (De “Fe de vida”-Tusquets Editores SA-Barcelona 2004).

Si existe alguna superioridad ética en la sociedad, ha de ser la del sector productivo que con su esfuerzo e inteligencia permite la creación de riquezas necesarias para el sustento de toda la sociedad, mientras que si existe una bajeza moral extrema ha de ser la del marxista que se atribuye una “superioridad ética” al intentar destruir la “clase social incorrecta” para robarle los medios de producción que tal sector ha sido capaz de crear.

Esto no constituye novedad alguna, ya que a lo largo de la historia han aparecido “seres superiores”, como el “incorruptible” Maximilien Robespierre, que creían con cierta naturalidad poseer derechos sobre la vida y la muerte de sus conciudadanos. Madame de Staël escribió: “No queda más que Robespierre, cuyo terrible poder necesita ser explicado; pero si es posible decirlo, se había identificado con el terror, y amparándose de todas las odiosas pasiones de los jacobinos, llegaba, sin saberlo, a hacerse un trono del cadalso, donde ocupaba el lugar del verdugo; pero desde que esta intención quedó manifestada, desde que quiso pretender a ciertas distinciones en el imperio de la maldad, surgió la revuelta contra él”.

“La Convención ha surgido, sin duda, del sentimiento de horror y de espanto que estos crímenes inspiraban; pero en los primeros momentos el pueblo incierto no se ha aliado a la Convención contra Robespierre, más que por la preferencia que siempre concede a una asamblea sobre un hombre. El pueblo no quiere y no cree armarse más que para sí mismo. Es la reunión de sus representantes lo que defiende en la Convención, y el poder de un individuo, sea quien sea, no tiene nada de democrático” (De “Reflexiones sobre la paz”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1946).

miércoles, 8 de mayo de 2019

Ideas y evolución cultural

Los seres humanos hemos llegado a ser lo que somos por causa de dos procesos principales: evolución biológica y evolución cultural. Ello implica que cada uno de nosotros hemos adquirido nuestros atributos individuales por la herencia genética recibida y también por la influencia cultural del medio social en donde se ha desarrollado nuestra vida. Mientras que, del proceso biológico, no heredamos ninguno de los caracteres adquiridos durante la vida de nuestros antepasados, sino tan sólo una combinación de sus genes, del proceso cultural recibimos cierta información que posee un carácter acumulativo. En el primer caso predomina el proceso de “prueba y error” seguido de una selección de tipo adaptativo (selección natural), aceptándose lo que favorece nuestra supervivencia y rechazándose lo que la perjudica. En el segundo caso, el proceso de selección se lleva a cabo casi exclusivamente en el ámbito de la ciencia experimental, esencialmente en las ciencias exactas, por lo cual se advierte un atraso en las humanidades respecto de aquellas.

El proceso biológico requiere de mutaciones genéticas para que pueda luego actuar la selección natural, mientras que su equivalente, en el proceso cultural, será el surgimiento de una nueva idea para ser luego puesta a prueba en función de lo que se espera de ella. Ludwig von Mises escribió: “La historia de la humanidad es la historia de las ideas. Son las ideas, las teorías y las doctrinas las que guían la acción del hombre, determinan los fines últimos que éste persigue y la elección de los medios que emplea para alcanzar tales fines”.

“Los acontecimientos sensacionales, que excitan emociones y despiertan el interés de los observadores superficiales, no son otra cosa que la consumación de cambios ideológicos. No existen transformaciones bruscas y arrasadoras en los asuntos humanos. Lo que en una terminología algo inexacta se conoce como «punto decisivo de la historia», consiste en la aparición de fuerzas que por largo espacio de tiempo estaban ya en acción detrás del telón. Ideologías nuevas que desde antes habían substituido a las anteriores, dejan caer el último velo que las cubría, y aun las personas de criterio menos despierto perciben los cambios que antes no habían podido notar” (De “Socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).

De la misma manera en que el programador de computadoras debe tener presente las rígidas características de los circuitos que las conforman, las ideas que aspiran a constituir algún día alguna mejora social deben tener presentes las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales. El citado autor agrega: “En la naturaleza no existe lo que llamamos libertad. Sólo existe la rigidez inconmovible de las leyes de la naturaleza, a las que debe someterse el hombre incondicionalmente si quiere alcanzar cualesquiera fines. Tampoco existió libertad en las imaginarias condiciones del Paraíso, que conforme a la fantástica palabrería de muchos escritores antecedió al establecimiento de los vínculos sociales. Donde no hay gobierno, cada individuo se encuentra a merced del vecino más fuerte. La libertad únicamente puede lograrse dentro de un Estado organizado, que esté pronto a impedir que el malhechor mate y robe a sus prójimos más débiles. Pero sólo el régimen de derecho impide que los gobernantes se conviertan en la peor clase de malhechores”.

En el mismo sentido, Alfred North Whitehead escribió: “El título de este libro, «Aventura de las Ideas», tiene dos significados, aplicables ambos al tema de que trata. Uno se refiere al efecto que ejercen ciertas ideas en el lento desplazamiento de la humanidad hacia la civilización; es decir, la aventura de las ideas en la historia del hombre. Otro es la aventura del autor al bosquejar un esquema de ideas que puede explicar tal aventura histórica”.

“La obra es en realidad un estudio del concepto de civilización y una tentativa para comprender cómo han surgido los seres civilizados. Sobre un punto se insiste especialmente en ella: la importancia de la aventura para promover y preservar la civilización” (De “Aventura de las Ideas”-Compañía General Fabril Editora SA-Buenos Aires 1961).

Puede decirse que una idea es una imagen mental que formamos a través de la percepción visual de algún objeto o fenómeno natural, o bien del aspecto espacial sugerido por otros sentidos. Este es el caso de las ideas del científico que intenta describir la realidad tal cual es. En el mejor de los casos se asemejará a un espejo plano que refleja la realidad sin ninguna distorsión.

También constituyen ideas los inventos asociados a la tecnología, siendo dispositivos o métodos nunca antes vistos en la naturaleza, al menos en forma completa. De ahí que el proceso mental no radica sólo en la percepción de la realidad sino también en el razonamiento, o acción de relacionar imágenes previamente depositadas en nuestra memoria.

Las ideas que favorecen el proceso de adaptación cultural son aquellas que describen en primera instancia lo que el hombre es (en forma similar al diagnóstico que hace un médico) para sugerir luego lo que el hombre debe ser (remedio recetado). Lo que el hombre “debe ser” ha de constituir una optimización de lo que “el hombre es”. Se advierte en este caso que, sin una descripción fidedigna, no podrá sugerirse algo que favorezca “la salud” del individuo. Incluso en el proceso de conformación de las sociedades utópicas se advierte un total desconocimiento de la realidad del hombre, es decir, tal como la biología lo formó. Agustín Caballero Robredo escribió: “Al espectáculo habitual del mundo en torno siempre ha ido ligado, en mayor o menor grado, un sentimiento de insatisfacción. Nace este sentimiento del contraste que cada individuo y cada cultura perciben entre la realidad concreta que les ha tocado vivir y cualquier otra realidad ideal por la que suspiran; nace de lo que el autor del presente libro denomina «tensión entre lo que es y lo que debiera ser». Ya se sitúe en un inocente y remoto estado de naturaleza, gobernado por la más silvestre espontaneidad, como en Rousseau, o en un futuro Estado racional, regido por el más severo autoritarismo filosófico, como en Platón; ya en un marco programático de viabilidad política, como en Tom Paine, o en el puramente ficticio de la alegoría novelesca, como en la caricatura futurista de Huxley…” (Del Prefacio de “Las ideas y los hombres” de Crane Brinton-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1952).

Mientras que el científico va y viene de la idea a la realidad, o de la hipótesis (idea en elaboración) a la verificación (experimento), el filósofo idealista, por el contrario, razona en “circuito cerrado” sin interesarse demasiado por la compatibilidad de sus ideas con el mundo real, sino preocupándose sólo por la coherencia lógica de sus pensamientos, por cuanto de alguna forma pretende imponerlos al resto de la sociedad. Jaime Balmes escribió: “Salido el hombre de la esfera de las sensaciones, de esos fenómenos que le ponen en relación con el mundo exterior, se encuentra con otro orden de fenómenos, igualmente presentes a su conciencia. No puede reflexionar sobre las sensaciones mismas sin tener conciencia de algo que no es sensación; no puede reflexionar sobre el recuerdo de las sensaciones, o sobre la representación interior de ellas, sin experimentar algo distinto de ese recuerdo y de esa representación”.

“Aristóteles dijo «Nada hay en el entendimiento que antes no haya estado en el sentido»; y las escuelas han repetido durante largos siglos el pensamiento del filósofo. Así, los conocimientos humanos procedían de lo exterior a lo interior. Descartes vino a invertir este orden, pretendiendo que debía procederse de lo interior a lo exterior: su discípulo Malebranche hizo más: en su concepto le conviene al entendimiento encerrarse en lo interior, no comunicar con lo exterior sino lo menos posible; según él no hay aliento más nocivo a la salud intelectual que el del mundo de los sentidos; las sensaciones son un perenne manantial de error, y la imaginación es una hechicera tanto más peligrosa cuanto que tiene su habitación a la puerta misma del entendimiento, donde le espera para arrastrarle con su belleza seductora y brillantes atavíos” (De “Filosofía fundamental”-Editorial Sopena Argentina SRL-Buenos Aires 1942).

A partir de los resultados logrados por la ciencia experimental, caben pocas dudas acerca de cuál es el método más adecuado para acceder a la verdad. Ello se debe a que la ciencia experimental emplea tanto el razonamiento lógico como la evidencia de los sentidos, o de los instrumentos de medición, en un doble control. De ahí su superioridad respecto de la filosofía racional y de la religión.

La coherencia lógica de las hipótesis establecidas resulta ser un requisito necesario e imprescindible para establecer razonamientos posteriores. La ausencia de coherencia lógica genera un rechazo, muchas veces involuntario, de quien pretende aceptar alguna hipótesis que le parece eficaz. Este es el caso de la religión católica, por cuanto, ante el inicial atractivo de los Evangelios, quien pretende profundizar al respecto, se encuentra con ideas incompatibles con la lógica elemental, como la del “Dios que envía a su hijo para morir y así salvar la humanidad”, o la del “Dios que se hace hombre”, etc.

El autor del presente escrito recuerda haber intentado razonar acerca del cristianismo para poder aceptarlo y para poder establecer razonamientos posteriores, advirtiendo la completa imposibilidad de tal objetivo. Sin embargo, al asociar el Reino de Dios al gobierno de Dios sobre el hombre a través de la ley natural, interpretando luego tal religión como una religión natural, no revelada, pudo darle un sentido pleno y concreto y así advertir que el cristianismo constituye una postura entendible y compatible con la realidad.

De todas formas, para otras personas puede resultar entendible la religión revelada y la versión tradicional, quedando siempre en duda la forma en que realmente funciona el mundo real, si bien la coherencia lógica resulta ser un indicio de que la propia realidad es la fuente inicial de toda coherencia mental. Georg W. Hegel manifestaba que “todo lo real es lógico y todo lo lógico es real”. La parte primera de la expresión resulta posible, mientras que la segunda parte tiende a conducir a engaños.

miércoles, 1 de mayo de 2019

El altruismo como disfraz del odio

La ética tiene como misión sugerir conductas que permitan lograr objetivos previamente establecidos. Tales objetivos serán, por ejemplo, lograr la felicidad, o la vida eterna, adaptarnos al orden natural, establecer el socialismo, etc. Seguidamente se clasificarán las acciones humanas como buenas o malas según permitan alcanzar, o no, el objetivo propuesto.

A partir de la definición (o descripción) anterior, podrá suponerse que existirán varias éticas propuestas y que todas tendrán una similar validez cuando se buscan iguales objetivos (relativismo moral). Sin embargo, al estar el ser humano regido por leyes naturales invariantes, las diferentes propuestas éticas (que buscan un mismo objetivo), producirán diferentes efectos, ya que algunas serán compatibles con tales leyes y otras no lo serán, o serán menos compatibles, por lo que la validez de cada una de ellas tendrá un carácter objetivo. De todas las éticas propuestas, alguna producirá mejores resultados que las restantes.

Cuando, desde la religión, la filosofía o las ciencias sociales, se hacen propuestas concretas para alcanzar determinados objetivos, necesariamente aparecerán dudas respecto del carácter ético de las acciones correspondientes, es decir, si serán compatibles con una “ética natural” que permite nuestra adaptación a las leyes naturales. De ahí que habrá una ética cristiana, una marxista, una capitalista, otra hedonista, etc. En el presente artículo, nuestra atención recaerá en la ética capitalista y también en la socialista.

Así como existe un socialismo teórico y un socialismo real, existirá también una ética socialista teórica y una real. Como el socialismo marxista busca esencialmente la destrucción del sistema capitalista junto a la clase social burguesa, no caben dudas de que se basa en una actitud de odio. El odio puede definirse como una “empatía negativa”, ya que si alguien siente alegría, ello provocará la tristeza de quien lo odia. También la tristeza ajena ha de provocar una alegría propia. La envidia y la burla son las expresiones típicas del odio.

Como la envidia es un defecto propio de las personas que aceptan conscientemente su inferioridad y su bajeza, se la trata de disfrazar con actitudes elevadas, como el altruismo, siendo el altruismo la actitud por la cual una persona prioriza el bien ajeno aun a costa de un perjuicio propio. Este mecanismo psicológico funciona en forma semejante al complejo de superioridad surgido ante la necesidad de compensar un previo complejo de inferioridad.

Si bien las actitudes altruistas aparecen en “situaciones de emergencia”, proponerlas o imponerlas como práctica cotidiana conduce a situaciones poco ventajosas para todos, ya que el altruismo poco o nada tiene que ver con la empatía positiva (amor) por la cual tratamos de compartir las alegrías y tristezas ajenas como propias.

Un error bastante frecuente consiste en criticar al marxismo como una filosofía que propone una ética altruista, en lugar de criticar la actitud de odio al burgués, al capitalismo, al cristianismo, a la civilización occidental, etc. Como la mayoría de la gente considera el altruismo como una gran virtud (que muchas veces lo es), la crítica al marxismo se convierte en un elogio encubierto ante la opinión pública.

Para colmo, quienes asocian el altruismo al marxismo, tienden también a asociarlo al cristianismo, por cuanto ignoran el significado de la empatía e interpretan la vida y la muerte de Cristo como una especie de masoquismo psicológico compatible con el altruismo (y no con el amor al prójimo), por lo que conducen a millones de cristianos a simpatizar con el marxismo-leninismo.

Los errores no terminan ahí, ya que también ignoran que una economía de mercado funciona aceptablemente a partir de la cooperación social, ya que en todo intercambio duradero se prioriza el beneficio simultáneo de ambas partes intervinientes. Por el contrario, si una de las partes se beneficia a costa de la otra, los intercambios tienden a finalizar, siendo el beneficio unilateral el resultado del egoísmo.

Se advierte que la cooperación social resulta enteramente compatible con la ética cristiana, que es la que promueve compartir penas y alegrías ajenas como propias, y no el egoísmo. Sin embargo, se comete el error de establecer sentencias como las siguientes: “el egoísmo es una virtud”, “el egoísmo es el motor del capitalismo”, etc.

No es lo mismo decir que el capitalismo puede funcionar bien a pesar del egoísmo humano a decir que sólo funciona gracias a tal defecto moral. Es necesario mencionar que el liberalismo propone la competencia en la economía y la división de poderes en la política, previendo la existencia del egoísmo en los seres humanos normales, sabiendo que la competencia en el mercado limita los egoísmos exagerados mientras que la división de poderes limita los peligros que implica la unificación del poder en manos de alguien demasiado egoísta.

Puede hacerse una síntesis de la forma en que la opinión pública interpreta la prédica de algunos “liberales”, ya que se termina creyendo que el socialismo es “ético” y no así el capitalismo, impidiendo que las ideas liberales alcancen la aceptación debida:

1- El marxismo es virtuoso porque promueve el altruismo.
2- El cristianismo es similar al marxismo porque también promueve el altruismo.
3- El capitalismo es pecaminoso porque sólo funciona en base al egoísmo humano.

Por el contrario:

1- El marxismo promueve el odio entre sectores.
2- El cristianismo promueve el amor-empatía (no el altruismo).
3- El capitalismo funciona a partir de la cooperación (beneficio simultáneo) y no del egoísmo (beneficio unilateral).

Entre quienes advirtieron el fundamento moral del socialismo, sin ser engañados por el disfraz del altruismo, encontramos a Ludwig von Mises, quien escribió: “No vale la pena hablar demasiado del resentimiento y de la envidiosa malevolencia. Está uno resentido cuando odia tanto que no le preocupa soportar daño personal grave con tal que otro sufra también. Gran número de los enemigos del capitalismo saben perfectamente que su personal situación se perjudicaría bajo cualquier otro orden económico. Propugnan, sin embargo, la reforma, es decir, el socialismo, con pleno conocimiento de lo anterior, por suponer que los ricos, a quienes envidian, también, por su parte, padecerán. ¡Cuantas veces oímos decir que la penuria socialista resultará fácilmente soportable ya que, bajo tal sistema, todos sabrán que nadie disfruta de mayor bienestar!” (De “Liberalismo”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1994).

Quienes piensan que la tremenda crisis que padece la Venezuela socialista habrá de desalentar a los partidarios del socialismo haciéndoles ver que el socialismo fracasó nuevamente, no tienen en cuenta que muchos encuentran en tal fracaso una íntima “felicidad”, ya que el envidioso advierte que toda la clase social burguesa padece también penurias extremas. Quienes, por otra parte, critican al socialismo sólo por el disfraz del altruismo, en realidad colaboran con la difusión de una propuesta que apunta directamente a destruir todo vestigio de civilización.