martes, 29 de noviembre de 2022

Fundamentalismo político

Generalmente asociamos la palabra «fundamentalismo» a la actitud religiosa por la cual el creyente parte de la suposición que el Libro Sagrado que adoptó como referencia ha sido escrito por Dios o bien dictado por Dios a algunos elegidos. Incluso el propio creyente supone que ha recibido un llamado de Dios para propagar su voluntad entre el resto de los seres humanos.

Cuando alguien duda de tal argumento, es mirado como un enemigo de Dios, con cierta posibilidad que sea atacado, no sólo intelectualmente, sino también materialmente. Como los "enviados" son muchos, se llega a una situación de incompresión total por cuanto se trata de imponer posturas de validez subjetiva o sectorial, sin adoptar alguna referencia común, como podría ser la ley natural.

Este proceso implica esencialmente el "reino de la desigualdad", ya que los creyentes ocuparían un lugar moral e intelectual superior al resto, ya que la escala de valores adoptada sólo tiene en cuenta la cercanía al Dios que interviene en los acontecimientos humanos.

A medida que transcurren los años, además de mantenerse esta postura que divide a los seres humanos, se han sumado los fundamentalismos políticos, ya que esencialmente los "creyentes políticos" actúan en forma similar al creyente religioso, con los resultados catastróficos producidos por los totalitarismos del siglo XX.

Esta continuidad de los fundamentalismos se debe esencialmente al predominio de una tendencia anticientífica generalizada. Ello se debe a que el científico valora sus hipótesis según sean los resultados obtenidos, es decir, según su compatibilidad con la realidad. Por el contrario, el creyente fundamentalista, ya sea religioso o político, poco o nada le interesa la compatibilidad de sus creencias con la realidad cotidiana, ya que aspira sólo al éxito personal bajo cierto espíritu competitivo.

A medida que crece la cantidad de habitantes del planeta, mayor es la dificultad para salir del anonimato, por lo cual muchos "solucionan" ese inconveniente integrando algún grupo importante de gente, fanatizándose al extremo por cuanto su principal objetivo no es el bienestar general, sino el triunfo y trascendencia de la ideología a la cual apoya incondicionalmente.

El grupo de mayor impacto social, actualmente, es el de los socialistas (progresistas o pogres) que conforman un fundamentalismo político con los atributos antes mencionados. La ausencia de vocación social se advierte en su poca predisposición para ayudar a los demás materialmente, por cuanto el dinero es lo que predomina en su escala de valores. Interiormente sienten el egoísmo que los caracteriza, por lo que Gordon Liddy los define de la siguiente forma: "Progre es el que se siente profundamente en deuda con el prójimo y propone saldar esa deuda con tu dinero".

Casi siempre, los socialistas proponen repartir lo ajeno, nunca lo propio, estableciendo una clara diferencia con los cristianos, que buscan la felicidad ayudando al prójimo (aunque Jorge Bergoglio parece no haber advertido esa diferencia). El socialista, por el contrario, odia a los ricos, incluso al que se enriquece a través de la producción de bienes y servicios de utilidad general, por lo que el interés por los pobres resulta sólo una pantalla para encubrir la envidia hacia quienes poseen mayores recursos materiales. Walter E. Williams escribió: "Permítame ofecerle mi definición de justicia social: Yo me quedo con lo que gano por trabajar y usted se queda con lo que usted gana por trabajar ¿No está de acuerdo? Bueno entonces explíqueme ¿cuánto de lo que yo gano le pertenece a usted y por qué?" (Citas de "Cómo hablar con un progre" de Gloria Álvarez-Ariel-Buenos Aires 2017).

El título del libro mencionado implica un error, por cuanto es completamente inútil hablar con un socialista, ya que negará toda realidad que no coincida con sus creencias y descalificará a todo el que piense distinto, por lo que toda la labor al respecto deberá dirigirse a las personas no afectadas de progresismo para evitarle posibles contaminaciones.

A continuación se trascribe parcialmente el Epílogo del libro de Gloria Álvarez:

EL CULPABLE UNIVERSAL (LA CULPA LA TIENEN OTROS)

Sí, hay que reconocerlo. Los progres son la bondad hecha persona, y el mundo se merece que sigan defendiendo sus ideas a capa y espada, por tan bien intencionados como fracasados sean y por intentar salvarnos cuando nosotros, pobres pecadores, no hacemos nada por enmendar nuestra conducta.

Su fracaso no es culpa suya. No es su culpa no estudiar economía. No es su culpa relacionar lo que ocurre en la realidad cuando sus ideas utópicas han sido puestas en marcha. No es su culpa quedarse en la etapa adolescente del berrinche contra la pobreza de la cual nunca salen porque rehúsan estudiar cómo funciona el crecimiento económico. Es culpa nuestra, como lo es también que no surta efecto ninguna de sus políticas...

Recordemos las palabras de Valentí Puig a las que nos referíamos al principio de estas páginas: «Siempre hay fuerzas exteriores y malignas a las que atribuirles el mal». En un puñado de palabras se encuentra el sentido más primario del progre, que está alerta ante cualquier agresión, entendiendo por agresión que simplemente haya alguien que discrepe de sus ideas.

A lo largo de los años el progre ha demostrado, y perfeccionado, una habilidad tremenda para encontrar culpables. Además, dispone de una serie de elementos que siempre funcionan como presuntos culpables: Estados Unidos, el capitalismo o el neoliberalismo son los habituales. Porque para el progre todo vale, menos reconocer que quizá son ellos los que meten la pata y los que tienen la culpa de promover una ideología política trasnochada y a todas luces ineficaz. Una ideología deformada en sus fuentes que en su división maníquea del mundo produce enfrentamientos. Y esto segundo es seguramente aún más grave que su incapacidad de gestionar siquiera una junta de vecinos.

Cómo pueden defender los amigos de la paz mundial la represión que se aplica en dictaduras como la cubana o cómo pueden defender a los autodenominados guardianes de la libertad de expresión, la censura en Venezuela. Lo que para el resto de la humanidad es un misterio, para el progre es simplemente un modo de vida. Da igual lo que digas, lo que pienses o lo que hagas, el progre siempre tiene razón, aunque defienda una cosa y la contraria.

Conocerás a un progre cuando las palabras «consenso», «tolerancia», «igualdad» o «justicia social» salgan de su boca a la velocidad de la luz y sirvan casi para cualquier cosa. Es la demostración de cómo el progre es capaz de convertir palabras repletas de significado en meros clichés que aplica indiscriminadamente a cualquier hecho, aunque en el fondo su comportamiento se sitúa muy lejos de la verdadera intención de las citadas palabras, sobre todo la tolerancia.

domingo, 27 de noviembre de 2022

Salario mínimo

Cuando los ingresos de los empleados resultan insuficientes, surgen diversas propuestas para mejorar la situación. La más atractiva y popular es la suba, mediante la ley respectiva, del salario mínimo. Sin embargo, no siempre tal tipo de solución provoca la mejora deseada, sino que muchas veces empeora las cosas.

Como, para advertir tal empeoramiento se requiere de cierto análisis mental, que por cierto pocos lo hacen, la opinión pública tiende a aplaudir al que propone el aumento del salario mínimo y a descalificar a quienes proponen otras soluciones alternativas.

A continuación se transcribe un análisis que todos deberíamos hacer:

SALARIO MÍNIMO

Por Gloria Álvarez

Abogar incesantemente por el salario mínimo es prueba fehaciente de que el progre nunca estudió los principios básicos del comportamiento humano en la economía.

Los salarios son la paga que un trabajador decide recibir por su trabajo. La forma natural en que un salario sube o aumenta es conforme a cómo vaya aumentando la productividad de la empresa y del empleado en la misma. Es decir, cuanto más eficiente sea la empresa para adaptarse a las innovaciones, para maximizar sus recursos, más clientes tendrá, mayor demanda; por lo tanto, cuanto mejor le vaya a la empresa, mejor le irá al trabajador. «Sí, pero es que hay patrones crueles que aunque les vaya bien en el negocio nunca le suben el sueldo a sus empleados y por eso es necesario hacer una ley que suba los salarios», te dice el progre.

Y es por eso, queridos progres, por lo que la competencia libre y abierta es tan importante. En la medida en que el trabajador tenga opciones para marcharse a trabajar a un lugar donde le paguen más, los salarios entoncee serán atractivos. En cambio, cuando hay un solo patrono, una sola empresa ofreciendo un producto, ese trabajador deberá conformarse con lo poco que le paguen y no tiene opciones.

Cuando el progre aboga porque el Congreso tire adelante una ley que suba el salario mínimo, lo hace con la esperanza de que la economía funcione como una varita mágica: cada ley es un polvo mágico que, según ellos, hace mejor la economía.

En realidad, esto es lo que sucede cada vez que se aumenta el salario mínimo por ley:

Supongamos que eres el dueño de un puesto ambulante de venta de tacos. Por el momento tienes subcontratados a tres asistentes que al mes ganan 100 pesos cada uno. O sea, 300 pesos te cuestan tus empleados al mes.

Cada taco te cuesta 1,50 pesos (comprar la tortilla, la carne, el aguacate, las salsas, cebollas, etcétera).

Lo vendes a tres pesos, lo cual no necesariamente implica que con cada taco «ganes» 1,50 pesos. Porque a esa ganancia todavía le tienes que restar dinero para pintar el puesto cada medio año, lavar uniformes, comprar carbón, pagar las aguas gaseosas y, por supuesto, cubrir el salario de tus tres empleados. A la larga, supongamos que por cada taco te queden unos 0,20 pesos, o 20 centavos, de ganancia neta.

Pese a todo, llevas tres años funcionando. Ya tienes la fórmula exacta para que las cuentas te salgan y puedas sacar tu ganancia.

De repente te llega la noticia: «AHORA POR LEY EL SUELDO MÍNIMO ES DE 150 PESOS».

La gente anda feliz y alborotada: ¡¡Qué felicidad!! ¡¡50 pesos más para gastar!!

Pero tú no. Tú sabes lo que esto representa. Vas a tener que hacer un cambio.

Primero subes el precio de tus tacos de tres a cinco pesos. Con esto, algunos de tus clientes desaparecen. Hay muchos que no te pueden pagar esos dos pesos extra.

Al cabo de un mes, tienes que tomar otra decisión. Ahora estás pagando 150 pesos por LEY a cada trabajador. Lo que antes te costaba 300 pesos, ahora te cuesta 450 pesos.

Y con eso de que se te están yendo los clientes, no te queda otra que tomar la peor de las decisiones: despedir a uno de tus trabajadores y volver al costo de 300 pesos entre los dos que te quedan.

Lo peor es que ese trabajador que despides ahora tiene cero ingresos. De nada le ha servido la ley, pues ahora no tiene ni 100 pesos ni 150 pesos sino cero pesos al mes. Y cuando se dispone a buscar un nuevo trabajo, se encuentra con que nadie está contratando. Que más bien muchos están despidiendo personal. Es común, pues, que estas personas desempleadas ingresen en la economía informal que en Guatemala asciende al 80 por ciento y en Argentina al 40 por ciento, igual que en México, demostrando que la utopía progre incluso hace que menos personas contribuyan con impuestos al papá Estado.

Pero no sólo eso. A ti como empresario te sigue afectando. Como la ley ha cambiado para todos, lo mismo que te ha pasado a ti le pasa a todo el mundo. La pintura para pintar tu puesto aumenta de precio, las gaseosas también y los aguacates ni digamos. Cuando hablas con tus colegas te cuentan que ellos también han tenido que despedir empleados.

Por esta ley, también se han mandado imprimir más billetes. La maquinita mágica imprime e imprime y eso hace que ahora haya más billetes circulando. ¿Y qué pasa cuando hay más billetes circulando? El valor de cada billete es menor.

Por eso, cuando sube el salario mínimo todo sube de precio. Porque es el intento de los empresarios por mantener una ganancia sin irse a la bancarrota.

El otro problema es que el salario mínimo obliga a contratar a las personas con un tope de sueldo, impidiéndote contratar personas por menos de lo que la ley obliga. Por eso surge la economía informal. Como alternativa para poder trabajar sin quedarte con cero ingresos.

¿Qué hace esto a la larga? Que mucha gente se quede ganando cero pesos cuando podría tener un empleo que les pagara menos que el «salario mínimo» pero más que cero.

He ahí por qué una ley para subir el salario mínimo es una de esas fantasías progres que se oye hermosa en teoría pero que en la práctica causa desempleo e inflación. Pero, aún así, se sigue utilizando como la gran medida progre. Lo acabamos de ver recientemente en España. En noviembre de 2016 el Parlamento, con los votos a favor de todos los progres de la Asamblea (encabezados por el PSOE y Podemos) y el voto en contra del partido del gobierno, se anunció la subida del salario mínimo de los actuales 655,20 euros mensuales a 800 euros en 2018 y a 950 en 2020. He aquí la solución de todos los problemas del desempleo, la crisis económica, los problemas de competitividad, el cierre de empresas...La única pregunta que se me ocurre (y que no se hace un progre porque nunca llevan sus argumentos hasta el final) es: si esto es así, ¿por qué no elevarlo a 1.500 euros? ¿O a 2.000?

(De "Cómo hablar con un progre"-Ariel-Buenos Aires 2017)

viernes, 25 de noviembre de 2022

¿Derecho natural variable?

La invariabilidad de las leyes naturales, como atributo básico de todo lo existente, ofrece la posibilidad de ser adoptada como principio básico a respetar por la ciencia experimental, la filosofía y la religión. De ahí que quienes ignoren este principio, quedarán fuera de toda posible veracidad.

Pocas veces se ha discutido este principio. En física, Paul Dirac sugirió la posibilidad de cierta evolución de las leyes naturales, lo que implicaba un cambio de las mismas, si bien, en tal caso, equivaldría a la existencia de una ley invariante más general que las conocidas hasta el momento.

También en el ámbito de las ciencias sociales se ha supuesto la existencia de cierta variabilidad de tales leyes, en este caso asociadas a la propia naturaleza humana, lo que conduciría a su vez a la variabilidad del derecho natural, es decir, del derecho que proviene de la existencia de dicha naturaleza humana.

Al respecto, Hans Kelsen escribió: "La teoría iusnaturalista se ha mostrado hasta ahora incapaz de formular normas para el comportamiento justo, es decir, normas universales, válidas en todo tiempo y lugar y en todas las circunstancias: se ha mostrado, pues, incapaz de constatar la existencia de un Derecho natural «inmutable»; esta objeción irrefutable ha llevado a la formulación de la teoría de un Derecho natural variable. Se concede que las reglas del comportamiento social de los hombres sobre los cuales puede fundarse un Derecho natural no son inmutables como las leyes físicas formuladas por las ciencias de la naturaleza, sino que, al contrario, varían de acuerdo con las transformaciones de la vida social y de las circunstancias políticas y económicas".

"Esto significa que la naturaleza humana, tal como se manifiesta en sus reacciones ante la evolución de las circunstancias políticas y sociales, es también variable y que, por tanto,no hay en modo alguno naturaleza humana inmutable ni, en consecuencia, Derecho natural inmutable que se deduciría de esa naturaleza: así, pues, el Derecho será variable, es decir diferente según las épocas y las sociedades".

"Esta es la versión radical de la teoría del Derecho natural variable. Pero esta teoría también puede significar solamente que, junto a la naturaleza inmutable del hombre, existe también una naturaleza variable y que cabe deducir de ésta un Derecho natural variable al igual que se deduce de aquella un Derecho natural inmutable" (De "Crítica del Derecho Natural"-Varios autores-Taurus Ediciones SA-Madrid 1966).

Respecto de las "normas universales", puede decirse que ya han sido propuestas desde hace mucho tiempo. Así, el "amarás al prójimo como a ti mismo" ya aparece en alguna parte del Antiguo Testamento. Luego Cristo lo ubica en un lugar predominante, mientras que Baruch de Spinoza lo define con cierta precisión en el siglo XVII. Finalmente, durante el siglo XX, aparece el fundamento neurológico de la empatía emocional, posibilitada mediante las neuronas espejo. Que sea poco eficaz su difusión o que sea poco aceptada a nivel masivo, poco tiene que ver con que "no exista" como norma moral de validez universal.

En cuanto a que no exista tal cosa como la "naturaleza humana", puede decirse que nuestros remotos antepasados tenían un corazón que funcionaba como el nuestro, un cerebro que también funcionaba como el nuestro y así con todo. Además, tales antepasados también tenían neuronas espejo y empatía emocional. Las diferencias provienen del proceso evolutivo cultural y del conocimiento adquirido por las diversas generaciones, algo distinto a que los seres humanos carezcan de atributos biológicos que permitan su comportamiento racional, emocional y social.

Debido a que nuestro comportamiento no depende sólo de nuestra herencia genética, sino también de la influencia cultural recibida bajo circunstancias particulares, ello no implica que no exista una "naturaleza humana" descrita por la psicología y por las ciencias sociales. De ahí que no tiene sentido la existencia de un "derecho natural variable", que sería el fundamento del relativismo moral. Recordemos que la evolución biológica actúa a través de millones de años, por lo que nuestra naturaleza es similar a la de nuestros remotos antepasados.

La supuesta inexistencia de la "naturaleza humana", "diseñada" por el proceso evolutivo, abre las puertas a los totalitarismos cuyo objetivo final implica imponer masivamente una "naturaleza artificial" humana, es decir, un diseño netamente humano, lo que implica la mayor locura colectiva posible.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Los límites sociales de la razón

Se acepta, en general, que los seres humanos tenemos desarrollada equitativamente nuestra capacidad razonadora como para permitir adaptarnos adecuadamente al orden natural, incluso al orden social establecido bajo lineamientos culturales. Rene Descartes escribió: "El buen sentido es la cosa mejor distribuida en el mundo, pues cada cual piensa estar tan bien provisto de él que aun aquellos que son más difíciles de contentar en cualquier otra cosa, no suelen desear más del que tienen".

"No es verosímil que todos se equivoquen en eso, antes bien, eso acredita que la potencia de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso -que es propiamente lo que se denomina buen sentido o razón- es por naturaleza igual entre todos los hombres, y así la diversidad de nuestras opiniones no viene de que unos sean más razonables que los demás, sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por caminos diferentes, y no consideramos las mismas cosas" (Del "Discurso del Método"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1959).

Aquella expresión bíblica asociada a los imperios humanos: "gigantes con pies de barro", puede trasladarse a diversos pensadores con importantes habilidades cognitivas y deductivas, como es el caso de Platón, ya que, entre sus deducciones y planteos aparece el germen de los totalitarismos, que produjeron importantes catástrofes sociales durante el siglo XX. Descartes escribió al respecto: "En efecto, no basta tener un buen entendimiento, sino que lo principal es aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los más grandes vicios, como también de las más grandes virtudes; y los que no caminan sino muy lentamente, si siguen siempre el camino recto, pueden adelantar mucho más que los que corren y se apartan de él".

Además, se sabe que existe un control recíproco entre emociones y razonamientos, por lo que cabe la optimista posibilidad de que tal control sirva alguna vez para reencauzarnos por el camino de la paz y la concordia. De ahí que no debemos olvidar un detalle importante; y es que los razonamientos se desarrollan a partir de una creencia o de un conocimiento básico. Es decir, si bien tal proceso racional es similar en la mayoría de las personas, el punto de partida no suele serlo. Así, el religioso parte del conocimiento brindado por un libro sagrado, el científico razona en base a la información que posee acerca de determinado experimento, y así sucesivamente. Claude Bernard escribió: "El intelecto razona siempre igual. El fisiólogo y el médico parten siempre de una proposición general. Pero el matemático dice: «Siendo así»; y el fisiólogo: «Si fuese así». Se comprende entonces que la conclusión elija la experiencia en el segundo caso y que, en el primero, la lógica baste y se prescinda de la prueba experimental" (Del "Diccionario del lenguaje filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En cuanto a las referencias adoptadas como puntos de partida para todo razonamiento, podemos distinguir entre las siguientes posibilidades:

a) La realidad, con sus leyes naturales invariantes
b) Lo que cree, piensa o conoce otro ser humano
c) Lo que cree, piensa o conoce uno mismo
d) Lo que cree, piensa u opina la mayoría

Mientras que lo ideal es la primera opción, asociada al pensamiento científico, el caso mayoritario parece ser el último, el del hombre-masa, que carece de opinión propia y tiende a aceptar y a compartir todo lo que se generaliza y lo que repite la "opinión pública".

Cuando se habla de "los límites sociales de la razón", se advierte que, aun cuando la mayoría disponga de una aceptable capacidad biológica para el razonamiento, de poco valdrá cuando sólo esté dispuesto a acatar lo "políticamente correcto" e, incluso, a pretender imponerlo a quienes mantengan ciertas intenciones de desarrollar un pensamiento propio ligado a la realidad.

El peligro del pensamiento masificado ha sido advertido en algunos experimentos efectuados por psicólogos sociales. Uno de los experimentos de mayor trascendencia en Psicología Social fue el realizado por Stanley Milgram en su afán por investigar los efectos negativos derivados de una excesiva obediencia ante autoridades o jerarquías superiores. Tal experimento requirió de unos 1000 participantes que recibieron una retribución monetaria por su participación. Se les informó que se trataba de una investigación acerca de la influencia del castigo en el ámbito educativo, mientras que, en realidad, lo que quería verificarse era el límite que cada participante se impondría a sí mismo cuando el nivel de sufrimiento inflingido a otro individuo fuera considerable.

El experimento consistía en que cada participante (como “profesor”) debía aplicar una breve y progresiva descarga eléctrica (que iba desde los 15 voltios hasta una tensión máxima de 450 voltios) cada vez que el “alumno” respondía erróneamente cuando se le requerían ciertas palabras que debía memorizar. En realidad, el “alumno” era un actor que fingía y exteriorizaba el sufrimiento mediante expresiones adecuadas al nivel de tensión eléctrica supuestamente recibido, estando ubicado en otra habitación, pero permitiendo hacer conocer sus reacciones al participante. También la elección del rol de “profesor” y “alumno” estaba establecida de tal manera que al encuestado siempre le tocaba “por azar” el lugar del “profesor”.

Cuando estaban interactuando solamente “profesor” y “alumno”, el porcentaje de participantes que llegaba a aplicar el máximo nivel de tensión fue bastante reducido. Sin embargo, cuando el “profesor” estuvo en presencia de un instructor que lo alentaba a seguir, asumiendo la total responsabilidad por la situación, el porcentaje subió hasta un sorprendente 65%, algo que fue bastante más allá de todas las expectativas. Experimentos similares fueron realizados posteriormente en otros países, dando resultados similares. Stanley Milgram dijo: “Diría, luego de haber observado a miles de personas, que si en EEUU se estableciera un sistema de campos de exterminio del tipo que vimos en la Alemania nazi, se encontraría suficiente personal para operarlos en cualquier pueblo mediano” (Citado en “Psicología social”-David G. Myers-McGraw-Hill Interamericana-México 2007).

Otro de los experimentos consistía en establecer ciertas preguntas simples a un grupos de personas, varias de ellas (menos una) estando previamente dispuestas a falsear una respuesta evidentemente simple (Conformidad de Solomon Asch). Por ejemplo, la expresión "Las hojas de los árboles son cuadradas" fue confirmada como "verdadera" por la mayoría. Cuando le toca el turno al individuo bajo estudio, en muchos casos contestó lo mismo que la mayoría, aún cuando era una respuesta errónea. David G. Myers escribió: "Sin duda habrá experimentado el fenómeno: cuando acaba un conferencista controvertido, o un concierto de música, los seguidores entrenados de las primeras filas se ponen de pie para aplaudir".

"Los espectadores de las filas siguientes, que simplemente aprueban, les imitan, se ponen de pie y se unen a la oración. Ahora, las personas que se levantan son aquellas que, por propia decisión, se hubieran limitado a dar un aplauso cortés desde la comodidad de sus asientos. Sentado entre ellos, parte de usted quiere permanecer sentado («este conferencista no representa mi punto de vista en absoluto»). Pero, a medida que le alcanza la oleada de gente de pie, ¿se quedará sentado solo? No resulta fácil ser una minoría de uno solo".

"Los investigadores que estudian la conformidad construyen mundos sociales en miniatura: micro-culturas de laboratorio que simplifican y simulan características importantes de las influencias sociales cotidianas" (De "Exploraciones de la Psicología Social"-McGraw-Hill Interamericana de España-Madrid 2007).

Ante el auge de los medios de comunicación y de su masiva influencia, es fácil advertir que la opinión pública, rectora del pensamiento y la acción de las masas, puede ser fácilmente orientada y dirigida por mentes poco aptas para conducir a la sociedad por el buen camino.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Errores en la incorporación de una economía de mercado

Nunca faltan los optimistas que piensan que una economía de mercado trae implícita una ética de cooperación social y que será la decisión económica, y no una decisión política o cultural, la que primero debe establecerse para iniciar el camino del progreso económico y social.

Si el liberalismo es una visión o postura frente a la vida, parece evidente que el acatamiento a las reglas de la democracia política y de la democracia económica (mercado) sólo vendrán cuando exista un nivel ético aceptable en la población. No resulta fácil imaginarse que el cercano 50% de los estudiantes universitarios argentinos, que respondieron en una encuesta, que no tendrían inconvenientes en corromperse desde el Estado si tuvieran la oportunidad de hacerlo, que vayan a cambiar drásticamente de mentalidad a partir de un presidente que decidió incorporar al país la economía de mercado. No hay inconveniente alguno si alguien puede lograr el milagro de hacer cambiar de actitud a tal sector predispuesto a mantener en vigencia tal "tradición nacional".

Es necesario, además, contar con un marco legal adecuado para la instalación de la economía de mercado, además de la mentalidad favorable mencionada. Mario Vargas Llosa, quien fue candidato a presidente en el Perú, aunque no llegó a serlo por intentar decir siempre la verdad, entre otros aspectos, escribió en 1992: "La obra entera de Hayek es un prodigioso esfuerzo científico e intelectual para demostrar que la libertad de comerciar y de producir no sirve de nada -como lo están comprobando esos recién venidos a la filosofía de Hayek que son los países ex socialistas de Europa central y de la ex Unión Soviética y las repúblicas mercantilistas de América Latina- sin un orden legal estricto que garantice la propiedad privada, el respeto de los contratos y un poder judicial honesto, capaz y totalmente independiente del poder político".

"Sin estos requisitos básicos, la economía de mercado es una pura farsa, es decir, una retórica tras de la cual continúan las exacciones y corruptelas de una minoría privilegiada a expensas de la mayoría de la sociedad".

"Quienes, por ingenuidad o mala fe, esgrimen hoy las dificultades que atraviesan Rusia, Venezuela y otros países que inician (y, a menudo, mal) el tránsito hacia el mercado, como prueba del fracaso del liberalismo, deberían leer a Hayek. Así sabrían que el liberalismo no consiste en soltar los precios y abrir las fronteras a la competencia internacional, sino en la reforma integral de un país, en su privatización y descentralización a todos los niveles y en la transferencia a la sociedad civil -a la iniciativa de los individuos soberanos- de todas las decisiones económicas. Y en la existencia de un consenso respecto a unas reglas de juego que privilegien siempre al consumidor sobre el productor, al productor sobre el burócrata, al individuo frente al Estado y al hombre vivo y concreto de aquí y de ahora sobre aquella abstracción: la humanidad futura" (De "Desafíos a la libertad"-Alfaguara SA de Ediciones-Buenos Aires 2005).

En la Argentina actual hay dos posturas extremas para no sucumbir ante la barbarie y la destrucción peronista; por un lado los jóvenes capacitados y emprendedores que emigran hacia otros países, ya que no están dispuestos a sacrificar sus vidas por un pueblo que en una elección presidencial apoya abiertamente a una mafia política o bien a un grupo de politiqueros que sólo piensan en sus proyectos personales. Ambas posturas también se dieron en la ex Checoslovaquia. Mario Vargas Llosa escribió al respecto: "Cuando Milan Kundera se exilia en Francia, en 1975, para entregarse por completo a la literatura, había perdido toda esperanza de que su país saliera alguna vez del despotismo y la servidumbre. Yo lo comprendo muy bien. Probablemente mi reacción hubiera sido semejante a la suya".

"Pero el que tuvo razón fue Vaclav Havel. Porque, en efecto, siempre se puede hacer algo. Por mínimo que parezca, un manifiesto, una carta con un puñado de nombres, pueden ser las gotas que horadan la piedra. Y, en todo caso, esos gestos, intentos, amagos simbólicos, permiten ir viviendo con cierta dignidad y, acaso, irán contagiando poco a poco a los otros la voluntad y la confianza que hacen falta para una acción colectiva. No hay regímenes indestructibles ni potencias indoblegables. Si la historia es absurda, todo puede ocurrir en ella, opresión y crimen desde luego, pero también libertad".

sábado, 19 de noviembre de 2022

Acerca de la "invasión cultural" imperialista

Una forma extrema de relativismo moral, cognitivo y cultural es el establecido por la izquierda política, ya que, para sus adherentes, existe un terrorismo bueno y uno malo, un imperialismo bueno y uno malo, una concentración económica buena y una mala, y así sucesivamente con todo. El aspecto "bueno" es el que favorece el advenimiento del socialismo, en forma independiente de los efectos que produzca toda posible acción; el aspecto "malo" estará asociado al sistema capitalista y a todos sus adherentes. Además, promueven una difamación permanente del capitalismo observando defectos en donde no los hay. De hay aquella expresión desde la postura liberal: "Mientras ustedes sigan mintiendo sobre nosotros, nosotros seguiremos diciendo la verdad acerca de ustedes".

Respecto de la "invasión cultural" también los izquierdistas adoptan el mismo relativismo, ya que ellos pueden reemplazar, en la educación pública, los contenidos que provienen de la ciencia experimental imponiendo contenidos ideológicos de validez sectorial, como es el caso del marxismo-leninismo. En respuesta a Régis Debray, Mario Vargas Llosa escribe acerca de la "invasión cultural imperialista" (escrito en 1993):

"A su juicio, hay -¡una vez más!- una conspiración de Estados Unidos, «el poder imperial», para convertir el planeta en un «supermercado» en el que las «culturas minoritarias», acosadas por la Coca Cola y los yuppies y privadas de medios de expresión, no tendrían otra salida que el integrismo religioso. Y, por lo visto, no han sido varias décadas de planificación económica, controles, colectivismo y estatismo socialistas lo que explica la crisis de Europa del Este sino «el capitalismo texano de importación», culpable de que hayan cerrado los «teatros, estudios y editoriales» de esos países".

"Ésta es una ficción, caro Régis, que puede divertir a la galería, pero que falsea la realidad. Los grandes conglomerados norteamericanos, de la IBM a la General Motors, se ven cada vez en peores aprietos para hacer frente a la competencia de empresas de diversos países del mundo (algunos tan pequeños como Chile, Japón o Taiwan), capaces de producir desde ordenadores hasta automóviles a mejores precios que aquellos colosos, y que, gracias a la libertad de mercado, son preferidos a los de éstos por gentes del mundo entero (incluidos los estadounidenses)".

"Esta libertad no es buena porque perjudique a las grandes empresas, sino porque favorece a los consumidores, quienes, guiados por su propio interés, deciden qué industrias les sirven mejor. Gracias a este sistema, muchos de esos países «colonizados» que te preocupan están dejando de serlo a pasos rápidos y ésta es, desde mi punto de vista, una razón principal para preferir el mercado libre y la internacionalización al régimen de controles e intervencionismo estatal que tú defiendes para los productos culturales".

"Acabo de pasar un año enseñando em Harvard y en Princeton, y si esas dos universidades dan la medida de lo que ocurre en los centros académicos de Estados Unidos, el «imperialismo» que los devasta es el francés, pues Lacan, Foucault y Derrida ejercen aún en las humanidades (cuando en Francia su hegemonía decae) una influencia abrumadora (a ti te estudian, también).¿No pondrían tú y tus amigos defensores de la «excepción cultural» el grito en el cielo si un grupo de profesores norteamericanos pidiera la imposición de cuotas de libros obligatorios de pensadores nativos en las universidades de su país como defensa contra esa «agresión» intelectual francesa que amenaza con arrebatar a Estados Unidos su «identidad cultural»?".

"Según tu artículo, en el caso de los productos audiovisuales no se ejerce la libre elección del consumidor, porque son los intermediarios -los distribuidores- quienes «imponen» el producto al mercado. El papel de los intermediarios es central, en efecto -son los profesores, no los estudiantes, los que prefieren a Lacan, Foucault y Derrida- pero lo de la «imposición» es inexacto, si el mercado se mantiene abierto a la competencia, y los lectores -o los oyentes, espectadores o televidentes- pueden ir indicando, mediante su aceptación o su rechazo, lo que prefieren ver, oír y leer. Cuando funciona libremente, el mercado permite, por ejemplo, que películas producidas en «la periferia» se abran camino de pronto desde allí hasta millares de salas de exhibición en todo el mundo, como les ha ocurrido a Como agua para chocolate o El Mariachi".

"Esto no es el resultado de una conspiración de Estados Unidos para colonizar con «la idiotez imperial» al resto del mundo, caro Régis, sino -quien lo hubiera dicho- de la democratización de la cultura que han hecho posible, a una escala jamás prevista, los medios audiovisuales. Inventarse el fantasma de las multinacionales de Hollywood corruptoras de la sensibilidad francesa -o europea- para explicar que el gran público prefiera los culebrones o los reality shows a los programas de calidad es jugar al avestruz. No es verdad. La verdad es que la «alta cultura» está fuera del alcance del ciudadano medio, tanto en Estados Unidos como en Europa o en los países del Tercer Mundo, y ésta es una verdad que ha hecho patente la libertad de mercado, allí donde ha podido funcionar sin demasiadas cortapisas. Éste es un problema de la cultura, no del mercado".

"Tu receta para curar semejante mal es suprimir la libertad y reemplazarla por el despotismo ilustrado. Es decir, por un Estado intervencionista a quien corresponderá determinar, en nombre de la Cultura con mayúsculas, un 60% de los programas televisivos que verán los franceses...Eso es llamar al doctor Guillotín a que venga con su máquina infernal a curar las neuralgias del paciente".

"Reemplazar el mercado por la burocracia del Estado para regular la vida cultural de un país, aunque sea sólo en parte, como tú propones, no garantiza que, a la hora del reparto de las prebendas y los privilegios -es lo que son las subvenciones- los favorecidos sean los más originales y los mejor dotados, y los mediocres los desechados. Hay pruebas inconmensurables de que, más bien, sucede al revés. Totalitario, autoritario o democrático, el Estado tiende irresistiblemente a subsidiar no el talento, sino la sumisión, y los valores seguros en vez de los posibles o en ciernes".

"Esta libertad, sin la cual la cultura se degrada y esfuma, está mejor garantizada con el mercado y el internacionalismo que con el despotismo ilustrado y el nacionalismo económico, las dos fieras agazapadas detrás de las patrióticas banderas de «la excepción cultural», por más que no todos los que las agitan lo adviertan"

"Uno de aquellos ideales de nuestra juventud, el desvanecimiento de las fronteras, la integración de los pueblos del mundo dentro de un sistema de intercambios que beneficien a todos y, sobre todo, a los países que necesitan con urgencia salir del subdesarrollo y de la pobreza, es hoy en día una realidad en marcha. Pero, en contra de lo que tú y yo creíamos, no ha sido la revolución socialista la que ha llevado a cabo esta internacionalización de la vida, sino sus bestias negras: el capitalismo y el mercado".

"Esto es lo mejor que ha ocurrido en la historia moderna, porque echa las bases de una nueva civilización a escala planetaria organizada en torno a la democracia política, el predominio de la sociedad civil, la libertad económica y los derechos humanos. El proceso está apenas en sus comienzos y se halla amenazado desde todos los flancos por quienes, esgrimiendo distintas razones y espantajos, tratan de atajarlo o destruirlo en nombre de una doctrina de muchos tentáculos que parecía semiextinguida y que ahora reaparece, reaclimatada a las circunstancias: el nacionalismo".

"¿Por qué, si se acepta el principio de la «excepción cultural» para las películas y los programas televisivos, no se adoptaría también para los discos, los libros, los espectáculos? ¿Por qué no poner también cuotas estrictas para el consumo de las mercancías extranjeras de cualquier índole? ¿No son manifestaciones de una cultura los productos gastronómicos, el atuendo, los usos tradicionales en lo relativo al transporte, al esparcimiento, al trabajo? Una vez admitido el principio de una «excepción cultural», no hay producto industrial exento de argumentos válidos para exigir idéntico privilegio, y con razón. Este camino no conduce a la salvaguarda de la cultura, sino a poner un país, atados de pies y manos, a merced del estatismo. Es decir, a una merma de su libertad".

(Extractos de "Desafíos a la libertad"-Alfaguara SA de Ediciones-Buenos Aires 2009)

jueves, 17 de noviembre de 2022

A contramano de la evolución biológica

Conducir a contramano un automóvil implica grandes probabilidades de producir un serio accidente; de ahí que resulta ser la analogía adecuada para advertir que ir "a contramano de la evolución biológica" puede llevar a la humanidad a serios conflictos sociales. En realidad, ya estamos conduciéndonos en ese sentido "prohibido" por las leyes naturales enterándonos de ello principalmente por sus consecuencias.

También algunos autores simbolizan los conflictos sociales aduciendo que "vamos en contra de la historia" o bien "en contra de los designios de Dios". La expresión asociada a la evolución biológica proviene de la visión científica del universo; un universo regido por leyes naturales invariantes que materializan el orden natural. Dicho orden genera la vida inteligente mediante un proceso biológico evolutivo que apunta a nuestra adaptación a dichas leyes junto a nuestra supervivencia como especie.

A cargo del ser humano queda la evolución cultural como una continuación del proceso biológico, promoviendo también la adaptación al orden natural asociada a nuestra supervivencia. La evolución cultural brinda a la humanidad un sentido, como también lo otorga a todo individuo, esta vez como un sentido de la vida que se ha de agregar a los diversos sentidos de la vida individuales, elegidos por propia voluntad personal.

En épocas pasadas encontramos a Marco Tulio Cicerón quien advierte la existencia de una ley natural que debemos respetar y acatar. Tal acatamiento se ha de evidenciar en las relaciones y vínculos entre las personas, lo que le otorga una validez esencial desde el punto de vista de la evolución cultural.

Sin embargo, aparece una visión negadora de tal postura asociada a los escritos de San Agustín, quien observa la realidad bajo la perspectiva de la existencia de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos, descalificando como "paganos" a quienes observan una ley natural invariante, sin interrupciones de ningún tipo. Al respecto leemos: "La diferencia de perspectiva es evidente: Cicerón habla de la justicia, fundamentalmente, como de un determinado tipo de relación entre los hombres; Agustín la considera la recta relación entre Dios y el hombre. Si nos fuera permitida la imagen, diríamos que el primero se maneja en una dimensión horizontal, la que se da exclusivamente en el mundo; el segundo lo hace en una dimensión vertical, la que se da entre el mundo y lo trascendente. Por tanto, Cicerón usa una noción jurídico-política de justicia, y cuando Agustín alude a este concepto, tiene presente al «justo» en sentido bíblico, o sea, al santo" (Magnavacca)(Citado en "Teorías y proyectos políticos" de M.D. Boeri y A.D. Tursi-Editorial DOCENCIA-Buenos Aires 1992).

Si tenemos presente el mandamiento bíblico del "amor al prójimo", se advierte la "horizontalidad" de la propuesta cristiana, por lo que la "verticalidad" extrema no es otra cosa que la mutilación parcial de la religión moral.

Podemos encontrar varios indicios de la marcha en contra de la evolución biológica y de la evolución cultural correspondiente; una de ellas es la "educación" sexual a los niños de corta edad a los cuales no se los instruye tanto en los valores morales, asociados a los aspectos emocionales, sino que se les induce a "elegir" una sexualidad que puede, o no, coincidir que aquella que traen de nacimiento. Ello deriva de la actual tendencia a la mutilación de lo espiritual (o del alma) en favor de los órganos sexuales, que serán los que decidirán las acciones y objetivos asociados al "homo placentero", que poco o nada tienen que ver con los objetivos de adaptación y supervivencia asociados a la evolución biológica.

Otro de los síntomas observables en estas épocas de decadencia es la masiva adhesión de la gente a favor de personajes siniestros que exaltan el odio y el asesinato selectivo como una norma de vida. Así, para muchos, la Revolución socialista legitima sus crímenes, pero si alguien intenta defenderse, invocan a los "derechos humanos" que los demás deberían respetar, principalmente en el terrorista revolucionario.

El proceso evolutivo, guiado por mutaciones seleccionadas mediante "prueba y error", avanza priorizando lo que mejor se adapta a la supervivencia de toda especie. También la ciencia experimental, mediante "prueba y error", tiende a seleccionar la descripción que mejor se adapta a la realidad. Sin embargo, la mayoría, cuando aplica tal método, tiende a aceptar lo que peor se adapta a los fines adaptativos y de supervivencia, como es el caso de los sistemas económicos, en especial el socialismo.

La causa principal de tales errores radica en el reemplazo, en los cerebros individuales, de la propia realidad con sus leyes naturales, por ideologías poco compatibles con el orden natural, propuestas por individuos que ni siquiera las tienen en cuenta, por lo cual se materializa el gobierno mental del hombre sobre el hombre con los magros resultados de siempre.

miércoles, 16 de noviembre de 2022

No existe tal cosa como un “precio justo”

Por Roberto Cachanosky

En otro intento por disimular una inflación elevada, el Gobierno establece un nuevo esquema de controles que es tan absurdo desde el punto de vista de la teoría económica como hablar de “Precios Cuidados”.

Llama la atención que un economista como Gabriel Rubinstein defienda la política de Precios Justos que implica un congelamiento por 120 días y aumentos del 4% mensual para otra serie de productos, cuando algo que cualquier estudiante de economía sabe es que el mercado ajusta por precio o por cantidad.

Si el Estado establece un precio por debajo del mercado, por definición la demanda aumenta y la oferta disminuye.

¿Por qué aumenta la demanda? Porque cuando hay un precio artificialmente bajo el consumidor compra más de ese bien porque sabe que se trata de un fenómeno transitorio.

Basta con ver cómo aumentó el consumo de gas domiciliario con el retraso artificial de las tarifas de los servicios públicos. Es que, al ser el gas casi regalado, la gente no se ocupaba por bajar la calefacción cuando hacía mucho calor dentro del hogar, se limitaba a abrir la ventana usándola como termostato.

Con Precios Justos vamos a asistir a un desabastecimiento de los productos de la lista e incluso de otros, por dos razones. En primer lugar, cuando se congelan los precios de los productos, al mercado ajustar por cantidad, faltarán en las góndolas productos de los precios controlados y, además, la falta de dólares, que posiblemente se acentúen en los próximos meses, generará un faltante de reservas para importar insumos con lo cual habrá desabastecimiento. Es decir, faltarán bienes por el control de precios y por la falta de insumos para producir. Con este escenario es casi seguro que aparecerá el racionamiento de productos en los supermercados. Un litro de leche por persona, un litro de aceite por persona, tantos papeles higiénicos por persona, etc. Historia conocida. O bien surgirá el mercado negro.

Pero no se puede dejar pasar por alto la ridiculez del concepto de Precio Justo, un razonamiento que se remonta a los escolásticos del siglo XVI y XVII.

Los escolásticos, entre ellos Santo Tomás, basaban el principio de precio justo en los costos de producción, algo que quedó totalmente superado con la teoría subjetiva del valor desarrolladas por Menger y Böhm-Bawerk a fines del siglo XIX y principios del XX.

Quienes están en el Ministerio de Economía deberían conocer principios básicos sobre cómo se forman los precios. No es una cuestión de sumar costos, agregar un margen de utilidad y poner el precio de venta. Así no funciona en la realidad el sistema de precios.

Hace dos siglos que la escuela austríaca de economía explicó que las valoraciones de los bienes en la economía son subjetivas. Una misma persona puede estar dispuesta a pagar más o menos dependiendo de la circunstancia en que se encuentre.

Una persona en el medio del desierto está dispuesta a pagar mucho por un vaso de agua y esa misma persona no está dispuesta a pagar fortunas por un vaso de agua en su casa en una zona urbana.

Si alguien tiene hambre valora mucho la primera porción de pizza, algo menos la segunda, menos la tercera y llega un punto en que comió tanto que tiene utilidad marginal negativa si come otra porción, porque le caería mal.

Ahora bien, como en la economía hay millones de personas que tienen diferentes necesidades y esas necesidades van cambiando en el tiempo, no hay mente humana que pueda establecer una estructura de precios relativos.

Por eso fracasó el socialismo con la economía centralizada y fracasaron todos los controles de precios y economías planificadas. Es que, como bien los señaló Hayek en su ensayo El Mercado como Proceso de descubrimiento, la función del empresario es descubrir dónde hay una necesidad insatisfecha para asignar los recursos productivos y para eso tiene como señal el sistema de precios.

El sistema de precios sirve para que los empresarios sepan dónde invertir. Si un burócrata decide arbitrariamente cuál tiene que ser el precio de un determinado bien, se está suponiendo que él conoce cómo valora cada uno de los consumidores los bienes y servicios y cómo van variando esas valoraciones. El burócrata pasa a considerarse un Dios que conoce lo que ningún ser humano puede conocer.

Pero hay un punto más sobre la política de Precios Justos, que viene a complementar a Precios Cuidados y demás programas de precios regulados, que han fracasado.

El punto es el curioso argumento de Gabriel Rubinstein afirmando que el control de precios ahora puede funcionar porque: “Antes había un congelamiento de prepo”, el antes es por Martín Guzmán y ahora hay un amplio acuerdo. Además, “antes los márgenes de las empresas eran del 30% (más normales) y ahora son del 40% (altísimos)”. En primer lugar, los aumentos de márgenes de utilidad sirven para saber dónde hay una necesidad insatisfecha y la demanda pide más oferta de bienes. Es decir, más inversiones. Los márgenes de utilidad son un indicador para saber dónde invertir, para eso se necesitan precios libres.

En segundo lugar, si las empresas tienen más tasa de rentabilidad lo que debería producirse es un mayor flujo de inversiones para captar esa rentabilidad mayor. Al producirse la mayor inversión crece la oferta y bajan los precios. Sería la mejor manera de combatir la inflación en los términos que los piensa el gobierno.

Caída de la demanda de moneda

En síntesis, al congelamiento de precios podrán llamarlo precios justos, precios cuidados, precios para todos o como se les dé la gana, pero el problema de fondo es que sigue cayendo la demanda de moneda porque se ve a un Gobierno enfrentado políticamente dentro de la coalición y sin rumbo. O, si prefiere, el país está a la deriva porque no hay más recursos para hacer populismo y hay que empezar a pagar el costo del populismo aplicado.

Sumado a eso, no hay un plan económico consistente, solo un “plan aguantar” que hasta la ministra de Trabajo acaba de afirmar que es más importante que la selección argentina gane el Mundial que bajar la inflación.

Ya han caído en pan y circo, pero solo les queda ofrecer circo, porque pan no hay más.

(De www.infobae.com)

lunes, 14 de noviembre de 2022

Entrevista a Enrique Krauze

Por Carlos A. Maslatón

Enrique Krauze: “Pensé que sí era posible el socialismo en libertad”

El historiador y ensayista mexicano acaba de publicar Spinoza en el Parque México, una autobiografía en la que recorre su formación intelectual y como lector. ¿Octavio Paz o Borges? El autor elige a su favorito.

La ecuación es sencilla: si lo que más de setecientas páginas de un diálogo enriquecedor sobre filosofía, historia, literatura, política y la propia vida parecen no culminar sino, por el contrario, dejar entreabiertas innumerables puertas por las que ingresar a un intercambio incesante, difícilmente podrá abarcarse la totalidad en una entrevista periodística.

Pero el libro Spinoza en el Parque México, del historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze, es un prodigio narrativo en el que vale la pena internarse para más tarde emerger deslumbrado por una erudición libresca que se comparte sin rastros de pedantería.

Y Krauze –un señor espigado, elegante, de trato cordial, que también es ingeniero industrial, empresario, editor, director de la respetada revista cultural Letras Libres y fue, además, vicedirector en la mítica revista Vuelta, dirigida por su amigo Octavio Paz- está de visita en Buenos Aires, presentando lo que es una summa nada teológica de su travesía intelectual, que abarca un arco de más de cincuenta años.

De hablar pausado y de una consistencia sin titubeos, Krauze dialogó con Infobae. Leamos sobre la construcción de este nuevo libro que, en esencia, asume el desafío de revisitar su propia vida a través de un diálogo con su amigo, el escritor español José María Lassalle.

Un viaje en el tiempo y el espacio por el que desfilan los líderes de la revolución mexicana, los maestros intelectuales del joven Krauze como Walter Benjamin, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, su abuelo Saúl –disertador ambulante de la Ética de Spinoza en la Plaza México-, Octavio Paz, Hannah Arendt, Franz Kafka, José Bianco, George Orwell.

Están también la Matanza de Tlatelolco o el terrorismo de Estado en la Argentina, la pertenencia al pueblo judío de sus ancestros emigrados de Polonia y la historia de la heroica tía Dora, que sobrevivió al exterminio de Auschwitz, sin olvidar el influjo tutelar de Jorge Luis Borges, a quien conoció y visitó en distintas ocasiones durante sus viajes a la Argentina. Y muchos otros temas, que articulan un texto dotado de un aura de afinidad con el notable libro Ciudadano Welles, aquella dilatada charla sobre el cine y la vida que desplegaron los directores Orson Welles y Peter Bogdanovich.

-Para explicárselo a un lector no entrenado en lecturas filosóficas, ¿cuál es el fundamento que lo ha llevado a valorar al filósofo Baruch Spinoza como uno de los mentores de la corriente de pensamiento liberal?

-Estamos acostumbrados a pensar el liberalismo como una corriente filosófica nacida en Inglaterra, a fines del siglo XVII, cuyo padre es John Locke y toda esa tradición como referentes, pero de tiempo atrás varios estudiosos de Spinoza y, recientemente, Jonathan Israel, que es uno de los grandes expertos en este tema, ha demostrado en una obra gigantesca que el verdadero padre del liberalismo que precedió a Locke es Baruch Spinoza, cuyos textos Locke seguramente leyó en su estancia en Holanda. Y hablo de liberalismo no en el sentido como entendemos el liberalismo económico, el liberalismo como una ideología política, sino que yo diría como una actitud filosófica y una actitud ante el mundo. Un hereje, un heterodoxo de la comunidad judía, que viene de esa heterodoxia que era el judaísmo dentro del mundo cristiano, un heterodoxo que decide no incorporarse a ninguna otra ortodoxia, sino habitar ese terreno marginal y atreverse a pensar por sí mismo, y conquistar para nosotros una especie de religión de la humanidad, en donde la libertad de creencia, de pensamiento y de expresión son pilares centrales. Y aunque no utiliza la palabra tolerancia –que sí utiliza Locke- está implícita en toda su obra. Una actitud comprensiva frente al mundo y las pasiones humanas, viéndolas como causas - efectos de la naturaleza y, al mismo tiempo, una defensa a ultranza de la libertad de creencia, pensamiento y expresión a mediados del siglo XVII, fue algo revolucionario. Por eso creo que, en ese sentido, Spinoza tiene cartas más que suficientes para que lo consideremos, si no el padre, uno de los padres fundadores de esa modesta filosofía o, si se quiere, de esa modesta visión del mundo que es el liberalismo.

-Ha transitado el sendero que va de haber sido un joven con ideas socialistas que, desencantado por la deriva totalitaria del modelo soviético, se inclinó hacia el liberalismo. ¿Se percibe a sí mismo como un disidente perpetuo?

-Yo creo que sí. Soy parte de la generación del 68. Yo desperté a la política en los años 60 pero nunca tuve una actitud de ortodoxia. Realmente me repugnaban bastante los dogmas y las ortodoxias. Nunca pertenecí a un partido, ni quise pertenecer a una suerte de nosotros dogmático; tampoco tenía una visión exaltada de la revolución como el movimiento redentor que iba a cambiar el mundo. Pero tenía, eso sí, un cierto romanticismo ante algunas figuras revolucionarias de la Revolución Francesa, desde luego, y de la Rusa, en particular de León Trotsky, el perdedor, el profeta derrotado de la revolución soviética. Y, además, participé en el movimiento de estudiantes del 68 que fue, en mi concepto, mucho más libertario que revolucionario. Yo lo leí, lo interpreté y lo viví como un movimiento de libertad frente a un régimen, que no era una dictadura como la soviética, pero que era una dictadura de partido desde el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en un momento particularmente represivo y cruel de ese sistema, que fue la matanza de estudiantes en Tlatelolco, en 1968. Entonces, era natural que dentro de mi generación yo tuviera esas lecturas, esa inclinación de izquierda, pero de un socialismo democrático. Tal es así, que cuando apareció el Movimiento Socialista Democrático, en Checoslovaquia, con Alexander Dubček, el denominado “socialismo con rostro humano”, no te puedes imaginar mi entusiasmo, porque pensé que sí era posible ese socialismo en libertad.

-El problema, al menos desde la perspectiva de la izquierda latinoamericana, fue que Fidel Castro apoyó inmediatamente la invasión rusa a Checoslovaquia.

-Efectivamente, Castro apoyó la invasión diciendo que si a él le pasara algo similar, le pediría a los rusos que invadieran Cuba. Para mí eso marcó el fin de mi brevísima simpatía por la Revolución Cubana, aunque nunca tuve simpatía ni por Castro ni por el Che Guevara. Entonces escribí mi primer texto, en 1969, en contra de los rusos, apoyando a los checos en su movimiento de socialismo libertario, de modo que más que un cambio o una mutación fue una evolución natural hacia un liberalismo con conciencia social. Nunca descarté, ni descarto todavía hoy, la posibilidad de un socialismo democrático, a la manera de una socialdemocracia. Supongo que yo mismo puedo definirme como un hombre que oscila entre el liberalismo político y la socialdemocracia, sobre todo porque no soy un liberal en lo económico; entre mis clásicos, y en mi libro podrá usted leerlo, no está ni Friedrich Hayek, ni Ludwig von Mises, ni Milton Friedman, no creo en eso, creo que el Estado tiene una función importante que cumplir en la economía. Y luego, claro, la cercanía de mi abuelo Saúl, que es el personaje que ronda el libro, que lo inspira, que me enseñó la filosofía de Spinoza cuando era muy joven, en nuestras caminatas por ese lugar emblemático de la ciudad de México, que es el Parque México. Él había sido socialista, un judío socialista en Polonia, del movimiento Bundista, y me explicó cómo su sueño de juventud y su esperanza en la Unión Soviética se había quebrado cuando después de la Segunda Guerra Mundial se dio cuenta de que aquello había sido un gigantesco campo de trabajo, y todo el sufrimiento inflingido por Stalin a los ucranianos y a los propios rusos. Entonces eso, más mi cercanía con Octavio Paz, quien también sufrió ese proceso de decepción, me llevaron a mis posiciones liberales. Eso, y todos los encuentros, libros y lecturas de los que hablo en este libro.

-¿Por qué decidió narrar su vida bajo la estructura de un diálogo con un entrevistador y no escribir un libro más tradicional, en el formato clásico del relato autobiográfico?

-Yo me pregunté, bueno, ¿qué es una autobiografía intelectual? Parece muy fácil de responder, pero no es tan fácil. Desde luego, no es contar los libros que uno ha escrito. Me parecía aburrido y narcisista estar hablando sobre la propia obra. Ya de por sí ahí sometemos al lector al sacrificio de leer los libros y además lo vamos a obligar a leer cómo se hicieron. Es excesivo. Pero quizás, pensé, es interesante contar la historia de cómo un joven de una familia de migrantes judíos en México, secular, se incorpora a la cultura mexicana y latinoamericana, se vuelve historiador y ensayista, quien tuvo la suerte de conocer a intelectuales notables como Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz, Alejandro Rossi y tantos otros nombres importantes. Es la historia de cómo este joven fue animándose y orientándose en el mundo de los libros. Con maestros, con experiencias, con viajes, con conversaciones, pero sobre todo con lecturas, eso es, me parece, una autobiografía intelectual.

-Entonces este libro asumió su forma a partir de aquello que no le interesaba hacer.

-Es ese un buen punto. Cuando mi amigo Lasalle me dijo ‘quiero escribir tu biografía’ le contesté “bajo tu cuenta y riesgo, yo nunca la escribiría, pero podemos conversar”. Y comenzó este diálogo, que se prolongó durante tres años, y lo fuimos compilando y, más tarde, yo lo retrabajé, desde luego, de manera literaria. Y durante todo el tiempo de la pandemia de Covid-19 dediqué prácticamente todos mis días al libro. En efecto, es una conversación porque creo que es un género amable, democrático, es el género de la tolerancia. Es un género antiguo, de diálogo, y permite la duda, la reflexión, irse corrigiendo a uno mismo, una suerte de autoanálisis. Es un diálogo conmigo mismo, con mi amigo y los lectores. Descubrí que es el género ideal para un trabajo como éste.

-En su libro relata cómo de joven, junto a Carlos Monsiváis, desde una publicación de izquierda atacaron a Octavio Paz y a Carlos Fuentes por cuestiones ideológicas. Sin embargo, este episodio no impidió que usted luego trabara amistad con Paz, comenzara a colaborar en su revista Vuelta y finalmente se convirtiera en el subdirector. ¿Cómo logró que aquel incidente no significara la excomunión del mundo intelectual donde Paz reinaba?

-Primeramente, aquello fue sólo una escaramuza. Fue en 1972, yo estaba en el grupo con Monsiváis y otros amigos, en el suplemento cultural Siempre!, y decidieron que había, es una frase muy mejicana, que “darle en la madre a Paz”. Recuerdo haberles dicho “¿y por qué mejor no lo leemos y luego lo criticamos?“, y me contestaron que me dejara de molestar. Bueno, estaba el agravio del 68, aunque es cierto que Paz había renunciado a su posición de embajador y había sido nuestro abanderado, pero lo que pasa es que mi generación tenía una especie de temple revolucionario, aunque yo no lo tenía, sólo quería una reforma democrática y en ese momento lo único que sabía es que había que debatir pero no atacar. En mi artículo no había propiamente un ataque, sólo un pellizco. Paz y Fuentes se molestaron, y nos respondieron muy bien, eh. Nos pusieron en nuestro lugar. Pensé que había sido una rudeza excesiva, pero pasaron los años y me concentré en escribir mis primeros libros de Historia. Y luego empecé a publicar, gracias a mi amigo Alejandro Rossi, en Plural, y conocí a Paz, como cuento en el libro, en el entierro de Cosío Villegas. Le dije que tenía un texto sobre Cosío Villegas, si le podía interesar y me dijo “cómo no”, y al poco tiempo, a sabiendas de que yo tenía experiencia como empresario, me incorporé a la revista Vuelta. Te voy a confesar algo: Octavio y yo nunca hablamos de ese episodio. Nunca sentí la más mínima sombra entre nosotros, yo creo que porque él sentía, claramente, que yo me había convencido de que Plural, y luego Vuelta, representaban a la literatura, la crítica y la libertad, y que de manera natural yo había emigrado de mi generación a la revista. Era eso tan claro, evidente y de buena fe, que creo que no le quedó ninguna duda. Además, Octavio tenía un alma noble, no guardaba resentimientos, me veía como un joven que había recapacitado y como había tan pocos jóvenes en la izquierda que quisieran dialogar con él, creo que lo veía como una especie de milagro.

-La Argentina ocupa un lugar muy destacado dentro de su trayectoria intelectual y emocional y eso se advierte en este libro.

-Así es, y hay dos figuras importantísimas en mi vida relacionadas con este país: Daniel Cosío Villegas y Alejandro Rossi. Villegas fue un gran amigo de Victoria Ocampo y una figura paralela a ella, porque fue un gran empresario cultural, el creador del Fondo de Cultura Económica. Mientras Victoria fundó Sur en 1931, tres años después Villegas fundó el FCE y luego, en la década del 40, vino a la Argentina con mucha frecuencia. Publicó muchos autores argentinos, trajo el Fondo acá y tenía aquí, sobre todo, contacto con su maestro Pedro Henríquez Ureña, una figura central para este país: fue el maestro de Ernesto Sábato, gran amigo de Jorge Luis Borges, y amigo y maestro de Alfonso Reyes, otra figura literaria importantísima. La ligazón cultural entre México y Argentina es tan profunda, ya desde los tiempos de José Vasconcelos, y no creo que haya sido estudiada aún suficientemente. La obra de Cosío Villegas fue central para abrir en mí la conciencia de la importancia de América Latina, mucho más que los textos de Paz. Me hizo comprender que uno podía voltear la vista a Europa, a Estados Unidos, pero que no se podía uno olvidar de voltear la mirada hacia América Latina.

-¿Y el filósofo Rossi?

-Fue alguien decisivo en mi vida y está muy presente en este libro. Venezolano e italiano por parte de sus padres, vivió muchos años en la Argentina, y de hecho se formó en este país. Se fue a México en la década del 50, a los veintitantos años, y ya nunca regresó. Me platicaba de su infancia y juventud en la Argentina, incluido el fútbol, que era una de sus pasiones y sobre todo adoraba al arquero Amadeo Carrizo, con quien tuvo el honor, según contaba, de compartir, en México, una novia. Alejandro construía teorías sobre todos los temas, incluso con una materia como el fútbol. Él, y tantos otros más, me han hecho sentir una gran emoción e indignación cuando viajé a la Argentina en 1979, y vi el espanto de la siniestra dictadura militar, y luego estudié al peronismo y a la figura de Eva Perón, textos que integran mi libro Redentores, pero ya nos estamos yendo hacia adelante, porque este libro termina a principios de los años 80, cuando mi formación está más o menos hecha y tengo que lanzarme al ruedo, a la vida política de México y América Latina.

-Tuvo trato con Borges en México y en la Argentina y está muy presente en las conversaciones de este libro. ¿Qué recuerdos guarda de él?

-Ah, no (suspira), es uno de los momentos más inolvidables de mi vida. Me acerco al hotel, durante su visita a México: está con María Kodama, le pido una entrevista y me dice “otra entrevista”, como padeciéndola, pero le dije que quería hablar de Spinoza y se le iluminó el rostro y dijo “ah, tendremos un desayuno more geométrico”. Nos sentamos a charlar y ese encuentro lo publiqué en la revista Vuelta, a principios de 1979. Fue una conversación deliciosa de dos horas, que casi la puedo repetir de memoria. Y me acuerdo, y me emociono cuando cuento esto porque he leído, de verdad, a Borges, y no creo que haya un escritor superior a él en habla hispana…

-¿Lo considera un prosista y poeta superior a Octavio Paz?

-Que Octavio me perdone en el otro mundo -dice mientras eleva la mirada al techo-, y no me gusta comparar, pero es el gran autor en habla hispana y en muchas otras lenguas también. Al final de aquel encuentro, le dije “Borges, usted, como Spinoza, despierta devoción”, y él me contestó con una frase increíble: “No, usted está equivocado: yo soy una alucinación colectiva”. Me despedí y me dijo “usted me ha dado una mañana muy linda”, lo cual me conmovió mucho. Y luego, cuando regresé a la Argentina, me hospedé en el hotel Dorá, para estar cerca de su departamento en la calle Maipú, y le hablé por teléfono y le dije “Borges, soy Enrique Krauze, tengo aquí la revista Vuelta, que trae un poema suyo, ¿recuerda lo que conversamos sobre Spinoza?” y me dijo “fue muy grato aquello”. Y me citó en dos ocasiones, y luego me guió sobre lugares y librerías en la ciudad, y para mí fue algo inolvidable. Leo a Borges con verdadera devoción. Y en este libro he tratado de acercarme a esa parte muy criticada de Borges, que fue su postura política, tratando de comprender qué fue lo que pasó. No dudo que hubo una equivocación (se refiere a las declaraciones a favor de las dictaduras criminales de Videla y Pinochet) pero de índole muy distinta a la de otras equivocaciones.

(De www.infobae.com)

domingo, 13 de noviembre de 2022

El espíritu y la voluntad

Por Alexander Solyenitsin

(Conferencia dictada en la Universidad de Harvard en 1978)

La división del mundo en nuestros días es perceptible aun para la mirada más fugaz. Cualquiera de nuestros contemporáneos identificaría en seguida dos potencias mundiales, cada una de las cuales está en condiciones de aniquilar completamente a la otra. La realidad es que la brecha es más profunda y más alienante de lo que pudiera pensarse, y los riesgos son más grandes de lo que se distingue a primera vista.

Una segunda división entraña el peligro de múltiples desastres para todos nosotros, de acuerdo con el antiguo aforismo de que un reino –en este caso nuestro planeta- dividido contra sí mismo no puede subsistir.

La ceguera de superioridad que padece Occidente persiste a pesar de todo y sostiene la creencia de que vastas regiones en todos los confines de la Tierra han de evolucionar y desarrollarse hasta el nivel de los sistemas occidentales de la era actual, que en teoría son los mejores y de hecho los más atractivos.

Este es, sin embargo, un concepto que emana de la incomprensión de la esencia de otros mundos por parte de Occidente. La ansiedad acerca de nuestro mundo escindido dio origen a la teoría de la convergencia entre las principales naciones del Oeste y la Unión Soviética. Es una teoría consoladora que pasa por alto el hecho de que esos mundos no evolucionan hacia una similitud. Ninguno de ellos se transformará en el otro sin el recurso de la violencia.

Si estuviera hablando para una audiencia de mi propio país, me ocuparía especialmente de las calamidades del Este. Pero como mi obligado ostracismo en el Oeste dura ya más de cuatro años, he considerado de mayor interés ocuparme de algunos aspectos del Occidente de nuestro tiempo, tal como yo lo veo.

Una declinación del coraje es quizás lo primero que advierte un observador extranjero en esta parte del mundo. Esa declinación del coraje se nota particularmente entre la clase dirigente y en la elite intelectual, y da la impresión de una falta de coraje por parte de la sociedad en su conjunto. ¿Es preciso recordar que, desde tiempos pretéritos, la declinación del coraje se ha considerado el principio del fin?

Cuando se constituyeron los modernos Estados de Occidente se proclamó este principio: el Gobierno está al servicio del hombre, y el hombre vive para ser libre y buscar su felicidad.

Un detalle psicológico se ha pasado por alto, sin embargo, en el proceso: el afán constante de tener aún más cosas y una vida todavía mejor, y el trajín por obtenerlas imprime en la cara de muchos occidentales signos de preocupación y aun de depresión, aunque tales sentimientos suelen ocultarse. La competencia activa y tensa trasciende todo el pensamiento humano sin dejar resquicio al libre desenvolvimiento del espíritu.

La sociedad occidental se ha dado la organización que mejor cuadra a sus objetivos, basada, diría yo, en la letra de la ley. Si uno se porta bien de acuerdo con un punto de vista legal, no necesita más, y nadie puede reprocharle el hecho de no ser todavía mejor, ni pedirle que se contenga o que espontáneamente renuncie a dichos beneficios legales, con sacrificio y riesgo desinteresado. Se le antojaría sencillamente absurdo.

Del mismo modo una compañía petrolera es legalmente irreprochable cuando compra la patente de invención de un nuevo tipo de combustible para impedir que salga al mercado. Tampoco se puede censurar desde el punto de vista legal a un fabricante de productos alimenticios cuando envenena su producto con el fin de que se conserve más tiempo. Después de todo la gente está en su derecho si no lo compra.

Me he pasado la vida bajo un régimen comunista y puedo asegurarles que una sociedad sin la balanza objetiva de la ley es algo terrible, verdaderamente. Pero una sociedad sin otra escala que la escala legal, tampoco es del todo digna del hombre. Dondequiera que el tejido de la vida se teje de relaciones legalistas impera una atmósfera de mediocridad moral que paraliza los instintos más nobles del hombre.

La prensa goza también de la mayor libertad. Pero ¿qué uso hace de esta libertad? La prensa puede simular la opinión pública tanto como desvirtuarla. Vemos así cómo se hacen héroes de terroristas, y asuntos secretos, pertenecientes a la defensa nacional, revelados públicamente. Cómo asistimos a la impúdica intrusión en la vida privada de gentes conocidas con el pretexto de que “todo el mundo tiene derecho a saber”.

Pero éste es un falso alegato, característico de una falsa era. La gente tiene también el derecho a no saber, y éste es un derecho aún más valioso. El derecho a que no se le llene su alma con chismes, tonterías y vulgaridades. La persona que lleva una vida rica de sentido no necesita para nada este exceso de información.

Tal como es, sin embargo, la prensa se ha convertido en la fuerza más poderosa dentro de las naciones occidentales, más poderosa que el Parlamento y que los poderes ejecutivo y judicial. Pero ¿ante quién es responsable? En el Este comunista un periodista es nombrado sin disimulo como un empleado del Estado. Pero ¿quién ha conferido a los periodistas de Occidente sus poderes, por cuánto tiempo y con qué prerrogativas?

Si alguien me preguntara si yo citaría a Occidente tal como es actualmente, como un modelo para mi país, francamente mi respuesta sería negativa.

A través de un intenso sufrir nuestro país ha alcanzado un desarrollo espiritual de tal intensidad que el sistema occidental en su presente estado de agotamiento de los valores del espíritu ya no nos parece atractivo. Seis décadas para nuestro pueblo y tres décadas para el pueblo de Europa oriental…Durante ese tiempo hemos pasado por un crisol espiritual que supera en mucho la experiencia de Occidente.

Las complejidades de la gravitación de la muerte han engendrado una mentalidad más fuerte, más profunda, más interesante, que la generada por el bienestar generalizado de Occidente.

Por lo tanto, si nuestra sociedad hubiera de ser transformada en la vuestra, ello traería aparejado un progreso en ciertos aspectos, pero también un cambio para empeorar en otros factores de significación.

La historia suele ofrecer claros indicios a una sociedad amenazada o en trance de perecer. Tales son, por ejemplo, la decadencia del arte o la falta de estadistas de la estatura requerida.

Hay también otras señales evidentes. El centro de vuestra democracia y de vuestra civilización quedó sin energía eléctrica tan sólo unas horas y de repente muchedumbres de ciudadanos norteamericanos se entregaron al pillaje y crearon el caos. La capa exterior ha de ser muy delgada, el sistema social demasiado contingente y vulnerable. Pero la lucha por nuestro planeta, en lo físico y en lo espiritual, una lucha de proporciones cósmicas, no es una vaga cuestión del futuro; ha comenzado ya. Las fuerzas del mal han desencadenado ya su ofensiva decisiva; es fácil advertir su presión. Y, sin embargo, vuestras pantallas y vuestros periódicos están llenos de sonrisas prescritas y anteojos levantados. ¿Qué hay de humorístico?

Eminentes representantes de vuestra sociedad, como George Keenan, dicen: “No podemos aplicar a la política un criterio moral”. Así mezclamos el bien con el mal, lo que es justo con lo que no lo es y franqueamos el paso al triunfo absoluto del mal absoluto en el mundo.

Por el contrario, sólo el criterio moral puede ayudar a Occidente contra la bien planeada estrategia mundial del comunismo. No hay otro criterio. Consideraciones prácticas u ocasionales, de cualquier naturaleza que fueren, serán barridas inevitablemente por la estrategia.

A pesar de la abundancia de información, o tal vez por eso mismo, Occidente tiene dificultades para comprender la realidad tal como es. Hubo cándidas predicciones por parte de expertos norteamericanos según las cuales Angola se convertiría en un Vietnam para la Unión Soviética, y que las expediciones cubanas al África se detendrían mejor con una política de cortesía de Washington hacia Cuba.

El consejo de Keenan a su país –iniciar un desarme unilateral- pertenece a la misma categoría. ¡Si supierais cómo se ríe de vuestros brujos políticos hasta el más joven de los funcionarios soviéticos! En cuanto a Fidel Castro, se burla abiertamente de los EEUU enviando a sus tropas hasta lejanas aventuras desde su país al lado del vuestro.

El error más cruel se produjo con la incapacidad para comprender la guerra de Vietnam. Algunos deseaban sinceramente que terminaran todas las guerras lo antes posible; otros creían que debía permitirse la libre determinación, nacionalista o comunista, en Vietnam y en Camboya, como ahora lo vemos con toda claridad.

Pero los patrocinadores norteamericanos del movimiento antibélico llevaron sus maquinaciones hasta el punto de hacerse cómplices de un genocidio con la traición a las naciones del Lejano Oriente, y del sufrimiento impuesto actualmente allí a más de treinta millones de personas. ¿Escucharán acaso esos pacifistas los gemidos que llegan desde allí? ¿Se darán exacta cuenta de su responsabilidad? ¿O harán quizás oídos sordos?

La intelligentsia norteamericana ha perdido mucho de su antiguo vigor, y como una consecuencia de ello el peligro se aparece mucho más cerca de los EEUU. Pero nadie parece darse cuenta.

Ese pequeño Vietnam se constituyó en una advertencia y en una ocasión para movilizar el coraje de la nación. Pero si todo el empeño de los EEUU experimentó una categórica derrota frente a la mitad de un pequeño país comunista, ¿cómo podría Occidente tener esperanzas de resistir en el futuro? Ningún arma, por poderosa que sea, salvará al Oeste mientras no se recupere de la pérdida de su fuerza de voluntad. En un estado de debilidad psicológica, las armas se convierten en un lastre para el bando derrotista.

Para defendernos es preciso que estemos dispuestos a morir. Y hay poca disposición para ello en una sociedad edificada en el culto del bienestar material. No le queda, pues, otro recurso que el de las concesiones, intentos de ganar tiempo, traición.

Así, en la vergonzosa conferencia de Belgrado, los diplomáticos de Occidente libre capitularon sin lucha en la línea que los encadenados miembros del Grupo de Vigilancia de los Acuerdos de Helsinki defienden con el sacrificio de su vida.

La mentalidad occidental se ha hecho conservadora: la situación del mundo ha de mantenerse como está a toda costa; no debe cambiar. Este enervante sueño de un statu quo es el síntoma de una sociedad que ha llegado al límite de su desarrollo.

Pero hay que estar ciego para no ver que los océanos no pertenecen ya a Occidente, mientras que los territorios bajo su dominio se restringen cada día más.

Frente a un peligro semejante, con los históricos valores que atesora vuestro pasado, y habiendo alcanzado alto nivel de materialización de la libertad y de aparente devoción a la libertad, ¿cómo es posible que hayan perdido hasta ese extremo la voluntad de defenderse?

¿Cómo se ha gestado esta desfavorable relación de fuerzas? ¿Cómo ha podido declinar Occidente desde su marcha triunfal hasta su actual calamidad?

El error puede estar en la raíz, la base misma del pensamiento humano en siglos pasados. Me refiero a la noción del mundo que prevalecía en Occidente, que tuvo eclosión durante el Renacimiento y encontró su expresión política desde el Siglo de la Ilustración.

Se convirtió en el fundamento de gobiernos y ciencias sociales y podría definirse como racionalismo humano o autonomía humanista; la proclamada e impuesta autonomía del hombre respecto de toda fuerza superior por encima de él…con el Hombre visto como el centro de todo lo existente.

Hemos vuelto la espalda a lo espiritual y abrazado cuanto hay de material con afán desenfrenado. Esta nueva manera de pensar, que ha impuesto sobre nosotros su tutela, no admite la existencia de mal intrínseco en el hombre ni cifra empresa más alta que la de conseguir la felicidad en la Tierra.

Coloca los cimientos de la civilización moderna en la peligrosa tendencia hacia el culto del hombre y de sus necesidades materiales. Todos los demás requerimientos humanos y características de más elevada y sutil naturaleza han quedado al margen del área de atención del Estado y de los sistemas sociales. Eso ha dejado abierto el camino al mal, de que en nuestros días hay abundantes ejemplo. La libertad por sí sola no resuelve en lo más mínimo los problemas de la vida humana. E inclusive agrega algunos más.

No obstante, en las democracias primitivas, como en la democracia norteamericana en los tiempos de su nacimiento, todos los derechos humanos individuales fueron garantizados porque el hombre es una criatura de Dios. Esto es, la libertad fue otorgada al individuo condicionalmente, presumiendo que sería consciente de su responsabilidad religiosa.

Hace doscientos años, e inclusive hace cincuenta años, hubiera sido poco menos que imposible en EEUU que se concediera a un individuo ilimitada libertad simplemente para satisfacción de sus instintos o caprichos. Ulteriormente, sin embargo, todas las limitaciones de ese carácter fueron eliminadas de Occidente; se produjo una total liberación de la herencia moral de siglos de cristianismo, con sus grandes reservas de piedad y sacrificio. Occidente terminó por establecer de hecho compulsivamente los derechos humanos, a veces incluso excesivamente; pero el sentido de responsabilidad del hombre ante Dios y ante la sociedad se fue oscureciendo cada vez más.

A medida que el humanismo se tornó en su evolución cada vez más materialista, se fue haciendo más accesible a la especulación y manipulaciones, primero por el socialismo y luego por el comunismo.

Podemos ver las mismas piedras en los cimientos de un humanismo carente de espíritu y en cualquier forma de socialismo: materialismo ilimitado; libertad de religión y de responsabilidad religiosa –que bajo los regimenes comunistas llega al punto de constituirse en dictadura antirreligiosa- concentración en estructuras sociales, con un método pseudo científico.

No es mera coincidencia que todas las vanas promesas y juramentos comunistas se dirijan al Hombre, con mayúscula, y a su estado de felicidad primitiva. A primera vista parece un paralelo desagradable: ¿Rasgos comunes en el pensamiento y en el estilo de vida del Occidente de nuestros días y del Oriente? Esta es, sin embargo, lógica del desarrollo materialista.

Además es tal la interrelación, que la corriente de materialismo del ala izquierda termina siempre por fortalecerse y hacerse más atractiva y victoriosa, porque es mas consecuente. Despojado de su herencia cristiana, el Humanismo no es capaz de resistir esa competencia.

Desde el Renacimiento hasta nuestra época hemos enriquecido nuestra experiencia, pero hemos perdido el concepto de Suprema Entidad Sobrenatural que nos ayudaba a dominar nuestras pasiones y nuestra irresponsabilidad.

Hemos cifrado demasiadas esperanzas en las reformas políticas y sociales, tan sólo para darnos cuenta de que nos estaban despojando de nuestra posesión más preciosa: nuestra vida espiritual. En el Este ha sido destruida por las maquinaciones del partido gobernante. En Occidente los intereses mercantiles van en camino de sofocarla.

Esa es la verdadera crisis. La división del mundo es menos terrible que la similitud de la enfermedad que azota a las principales regiones de ambas partes.

Si el humanismo estuviera en lo cierto al proclamar que el hombre ha nacido para ser feliz, no habría nacido para morir. Desde el momento en que su cuerpo está destinado a perecer, su tarea en la Tierra evidentemente tiene que ser de una naturaleza más espiritual.

No puede haber un goce irrestricto de todos los días de la vida. No puede reducirse todo a la búsqueda de los mejores modos de obtener los bienes materiales para dedicarse enseguida alegremente a sacar de ellos el partido más placentero.

Tiene que haber algo así como el cumplimiento de un deber permanente y entusiasta, de modo que nuestra diaria vivencia sea una experiencia de edificación moral, y para que así pueda uno abandonar esta vida como un ser mejor que cuando la comenzó.

Si el mundo no ha llegado a su fin, al menos se acerca a un hito trascendental de la historia, semejante en importancia a la transformación de la Edad Media al Renacimiento. Va a demandar de todos nosotros un resurgimiento espiritual; tenemos que elevarnos hasta una nueva altura de visión, un nuevo nivel de la vida en que nuestra naturaleza física no habrá sido maldita, como en la Edad Media; pero, lo que es mucho más importante es que nuestra espiritualidad no habrá sido pisoteada, como en la Era Moderna.

Del Diario LA NACIÓN – Buenos Aires - 30 de Julio de 1978

sábado, 12 de noviembre de 2022

Bancos centrales y salvatajes

CRISIS FINANCIERA DEL 2008

Liberales e intervencionistas ¿a quién le creemos?

Por Alejandro Trapé

A partir de la crisis en el mercado financiero mundial se ha instalado nuevamente el debate respecto de si el Estado debe o no intervenir en el sistema financiero para salvarlo de una muy probable debacle.

Aquellos políticos cercanos al intervencionismo anuncian la “crisis del liberalismo” o el “fin del capitalismo de mercado”, al ver que los gobiernos de Europa y EEUU se han inclinado por rescatar a los bancos en peligro. El mensaje que transmiten es: “¿Vieron que es necesario que el Estado intervenga porque el mercado no funciona?”. Y pareciera que en estos tiempos los hechos les dan la razón. Sin embargo, en estas discusiones tan importantes no es bueno dejarse llevar por la moda.

Por eso quisiera reflexionar sobre dónde está hoy la discusión a nivel mundial respecto de lo que debe y de lo que no debe hacer el Estado en la economía en general y en el sistema financiero en particular. Hace tiempo que en este debate los “fundamentalistas de mercado” y los “fundamentalistas del Estado” han debido abandonar el escenario. Hoy, la actuación del Estado en la economía queda definida por una serie de “consensos”, que provienen de la discusión teórica y se nutren de la experiencia acumulada a lo largo de los años en todo el mundo.

Problemas

Debe reconocerse, sin embargo, que dentro de estos consensos, las ideas respecto de qué debe hacer el Estado en el sistema financiero son aún bastante discutidas y el acuerdo aún no es claro ni definitivo. Veamos cuáles son las dos posiciones en pugna aún hoy.

En el sistema financiero existen dos problemas centrales que dificultan su funcionamiento (en todas las épocas y en todos los países). El primero es el denominado “problema de la selección adversa”, por el cual se dice que los bancos, si son rigurosos, suelen prestar solamente a quienes “no necesitan el dinero”.

La idea es que el banco, en su afán de asegurarse que el deudor le va a devolver los fondos, pide tantas garantías y tantos requisitos que casi hay que demostrarle que no se necesita el dinero para que acceda a prestarlo. Si alguien realmente necesita auxilio para salvar una situación difícil, el banco, por ese motivo, duda en prestarlo y muchas veces no lo hace. Así, el sistema “selecciona mal” y no responde a quienes realmente necesitan ayuda. Algunos lo sintetizan diciendo: “El gerente de una gran empresa se sienta a tomar café con el gerente del banco, pero el de una pequeña, no puede pasar de la entrada”.

El segundo problema se denomina “riesgo moral” y aparece cuando un banco que ha sido desprolijo o poco cuidadoso en sus préstamos (no ha pedido garantías o no ha estudiado bien las posibilidades de devolución de sus clientes) se ve en dificultades y entonces la Autoridad Monetaria (el Banco Central en la Argentina o la Reserva Federal en EEUU) debe acudir a salvarlo para que sus depositantes puedan recuperar el dinero.

En este caso, el solo compromiso de las autoridades de salvar bancos con problemas genera un incentivo perverso en estas entidades a las que ya “no les importa mucho ser desprolijos”, si luego siempre habrá un salvavidas a mano. Como usted ya se imagina, estos dos problemas están muy relacionados.

Escenarios

Un primer escenario sería aquel en que los bancos relajan sus exigencias de garantías para no caer en la “selección adversa” y luego por eso tiene problemas de que sus deudores no les devuelven el dinero, aparece la necesidad de “salvataje” y con ella se potencia el “riesgo moral”. En ese escenario se reduce el primer problema pero se potencia el segundo y en ese caso seguramente la gente aplaudirá que el sistema da cabida a los deudores pequeños pero luego condenará los salvatajes (que se derivan de lo anterior).

Un segundo escenario sería, al contrario, aquel en que los bancos son muy estrictos y sólo prestan a los muy solventes, dejando fuera a los menos calificados. En tal caso el riesgo de problemas bancarios se reduce o anula y la necesidad de los salvavidas desparece. En ese escenario se reduce el segundo problema pero se potencia el primero y es muy posible que la sociedad viva más tranquila ya que no hay cimbronazos financieros, pero a cambio deba aceptar que el pequeño inversor no tiene acceso al crédito.

Hay quien puede imaginar que hay un escenario intermedio, donde se deja que los bancos privados sigan siendo exigentes y aparece un banco público para responder a los pequeños. Sin embargo, aun haciendo el arriesgado supuesto de que ese banco público atienda sólo a los pequeños (y no a “amigos grandes”) sucede que si los deudores pequeños no responden el banco tendrá severas pérdidas que seguramente se socializarán (es decir, las soportaremos todos) a través de transferencias de fondos del Gobierno, que probablemente no saldrán en los diarios. O sea que igual habrá salvataje, del cual no nos daremos cuenta, salvo que sea muy grande o durante mucho tiempo (lo malo es que cuando se prestó a amigos grandes…¿a quién estamos salvando?)

Lo importante de todo esto es que las posturas intervencionistas, tradicionalmente han sido favorables al primer escenario (prestar sin tanta garantía y luego salvar si es necesario) y las liberales al segundo (restringir el préstamo, dejando fuera del sistema a los pequeños).

Podemos adherir a uno u otro, el punto esencial es que la sociedad debe estar consciente de qué alternativa elige, para que sepa qué aplaude y qué riesgos corre. No es posible tomar sólo lo bueno de las dos, o sea, darle cabida a todos y no correr riesgos de turbulencias.

La crisis actual (2008)

En este marco, creo que la crisis financiera actual proviene de una triple irresponsabilidad. Por un lado, es claro que se produjo por la enorme irresponsabilidad de los bancos de EEUU en el otorgamiento de préstamos hipotecarios (casi no se pedían garantías para dar créditos), pero también es muy cierto que los legisladores estadounidenses, que hoy se rasgan las vestiduras para proteger al ciudadano de EEUU, son los mismos que hace unos años autorizaron e incentivaron esta conducta. Los políticos incentivaron a que se bajaran las exigencias y los banqueros no se detuvieron.

Finalmente, quien podría haber evitado o reducido la catástrofe, la Reserva Federal, no cuidó de que no se cometieran excesos con los préstamos. Curiosa dislexia en el norte: quisieron evitar la “selección adversa”, el ente regulador miró para otro lado y ahora no quieren enfrentar las consecuencias.

En definitiva, lo que digo es que los políticos estadounidenses prefirieron el primer escenario: les importaba que todos tuvieran su crédito y con ello se dispusieron a correr riesgo de tener que preparar los salvavidas. Con esto quiero decir que desde el punto de vista conceptual, en materia financiera, EEUU se acercó en estos años más a la concepción intervencionista que a la liberal. Un liberal extremo nunca hubiera relajado tanto las condiciones de acceso al crédito en un sistema como el de EEUU, en el que los ciudadanos son muy proclives a consumir y endeudarse. Entonces creo que es apresurado decir que esta crisis es la crisis de las ideas liberales. El debate aún está abierto. Es cierto que EEUU es hoy un país cercano al ideario liberal, pero es claro que en materia financiera no se comportó de esa forma sino como un “híbrido”.

Los liberales proponen un esquema de funcionamiento y los intervensionistas otro, y ambos tienen sus ventajas y desventajas. La sociedad debería saberlo para poder decidir cuál prefiere. Si los políticos la conducen por un camino y luego no desean hacerse cargo de las consecuencias, en realidad, o no saben de qué se trata o están engañando a la gente.

Artículo publicado en el “Diario Los Andes” el 8/10/08

El autor es Profesor titular de Política Económica Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de Cuyo. Es Socio-Director de A + C consultores