lunes, 28 de diciembre de 2015

Manteniendo las puertas abiertas al populismo

La persistencia casi obsesiva de algunos pueblos por continuar en el subdesarrollo puede advertirse en la forma en que “piensa” el individuo promedio, que ha de conformar luego la opinión pública. Se observa, en primer lugar, la tendencia a igualar los malos gobiernos con los aceptables, o regulares, bajo las “inocentes” afirmaciones de que “todos roban” y que “todos son iguales”. Si “todos son iguales”, entonces es de esperar que los peores políticos vuelvan al poder luego de que sus sucesores resulten incapaces de subsanar los graves deterioros que aquellos ocasionaron a la nación en su momento.

Los partidarios del totalitarismo utilizan una táctica similar cuando igualan la categoría moral de un Hitler, un Stalin o un Mao, que indujeron el asesinato de decenas de millones de personas, a la de quien asesinó a solo una. Como en ambos casos corresponde el mismo calificativo (asesino), en las mentes superficiales surge una equivalencia irreal, por cuanto los efectos de tales acciones son incomparables. No es lo mismo el sufrimiento ocasionado por la muerte de una persona que por la masiva desaparición de decenas de millones. Incluso adoptan como héroe y ejemplo de vida a un asesino serial como el Che Guevara, ya que eliminaba despiadadamente a los “explotadores laborales”, de donde se extrae que, para gran parte de la izquierda política, es bastante más grave el pecado de la explotación que el asesinato.

Existe también la tendencia a denominar “fascista”, o “de derecha”, a un gobierno que adopta posturas totalitarias en la búsqueda del poder total y absoluto, como ocurrió recientemente con el kirchnerismo. De esa forma, quedan abiertas las puertas para el acceso al poder de gobiernos de tipo socialista que seguirán cometiendo atropellos contra las leyes vigentes, la economía y la sociedad, si bien la izquierda política tuvo la precaución de considerarlo como una forma de “fascismo”.

Es fácil advertir que en el kirchnerismo actuaron varios marxistas-leninistas de los 70, pertenecientes a Montoneros, apoyados directa o indirectamente por Cuba y la URSS. Incluso justificaban su accionar aduciendo luchar contra el “fascismo”. Los disfraces no sólo son utilizados para iniciar la lucha destructiva contra todo orden social, sino también para dejar las puertas abiertas para futuras incursiones.

Generalmente, se “piensa” que el socialista es una persona que se interesa por la sociedad y que se opone a las dictaduras. De ahí que tiranos como Fidel Castro, que usurparon totalmente las instituciones de una nación, son considerados ajenos al “socialismo”, mientras que en realidad se trata de una figura netamente representativa de esa tendencia política. Ya desde la teoría, Marx y Engels recomiendan expropiar los medios de producción, apuntando a la concentración económica en manos del Estado, que incluso abarca los medios de comunicación, la educación y todo lo demás.

No siempre son los grupos totalitarios los que se encargan de calificar como fascistas a los gobiernos socialistas que producen serios deteriores sociales. Tal es el caso de personas mal informadas que no tienen en cuenta la realidad histórica. Si bien los regimenes totalitarios tienen muchos aspectos en común (fascismo, nazismo, socialismo), los dos primeros ya son parte de la historia mientras que el tercero sigue vigente a través de la utilización de disfraces y mentiras.

También existen personas que muestran un abierto “espíritu democrático” aduciendo que debe dejarse competir en elecciones libres a grupos totalitarios, o bien que no es malo que la gente los elija, ya que, si no gobiernan bien, serán desalojados posteriormente por el voto. Sin embargo, una vez en el poder, los grupos totalitarios realizarán cualquier tipo de maniobras ilegales para no entregarlo, como ocurre en Venezuela.

Bajo el criterio del relativismo moral, se tiende a justificar cualquier acción, abiertamente ilegal o inconstitucional, aduciendo que el “enemigo” también la realiza. Este es el caso de cierto político chavista que afirmaba que en Venezuela “no hay una justicia independiente”, aclarando que “antes tampoco la hubo”, por lo cual tal atropello contra la justicia se considera legítimo.

El populismo es el paso previo al totalitarismo, de ahí el peligro potencial que acarrea. Chantal Millon-Delsol escribió: “Aquí la opresión del Estado no tiene por móvil el deseo de conquista ni simplemente odio, sino la realización de sistemas de pensamiento. Hoy en día, es por bien que se practica el terrorismo y se asesina. Nunca como hoy la política ha estado hasta tal punto al servicio de la idea. Destruye la sociedad presente para obtener una sociedad perfecta, según una definición sui generis. Los grandes crímenes de este tiempo [se refiere al siglo XX] sirven de medio a la idea prometeica o al mesianismo secularizado. Y ello ha sido posible por el abandono del status del hombre, por el deslizamiento de valor que pasó del ser humano al sistema. El privilegio asignado a la abstracción deja a las sociedades a la intemperie y despoja a los seres de su dignidad. Ninguna época ha sido, por racionalismo excesivo, tan profundamente inhumana” (De “Las ideas políticas del siglo XX”-Editorial Docencia-Buenos Aires 1998).

Como han señalado algunos autores, mientras que varias de las civilizaciones antiguas dejaban una herencia cultural al resto de la humanidad, el socialismo no ha dejado nada, excepto una gran cantidad de acciones que es necesario tener en cuenta para no repetirlas, o para hacer todo lo contrario. La citada autora agrega: “Era de desprecios; las esperanzas de sociedad perfecta desembocan en la opresión, mientras la política somete rápidamente lo que pretendía liberar. El sovietismo, que sin duda representaba la más grande esperanza del siglo, no deja un solo logro positivo, lo que revela una suerte de éxito sin par en el fracaso. Éxito en el fracaso de tomar lo humano siempre a contrapelo, por el extraordinario desconocimiento de las realidades más simples –los hombres, hoy y siempre, viven de pensamientos personales, de lazos con sus comunidades de pertenencia, de propiedad privada y de inquietas preguntas sobre la vida y sobre la muerte. Ninguna época ha caminado tan alejada del mundo, tan desconectada de lo común, con tanto desprecio por los resultados tangibles”.

“Desde el punto de vista de las ideas políticas no es exagerado decir que el marxismo-leninismo constituye el más curioso misterio del siglo XX. Misterio porque las dos cuestiones inevitables que se plantean al abordarlo han permanecido en la oscuridad por largo tiempo y porque, de alguna manera, continúan así:
- ¿Cómo una teoría político-económica nacida en el centro de la crisis social del siglo XIX, totalmente orientada hacia la búsqueda de la felicidad para la humanidad entera, termina por convertirse en el más duradero y sistemático de los terrores conocidos a lo largo de la historia?
- ¿Cómo las naciones occidentales, con sus pensadores más talentosos, con sus escritores más inteligentes y cultivados, se hicieron por tanto tiempo, y en nombre de los derechos del hombre, admiradores y cómplices de un totalitarismo que no ignoraban?”.

Posiblemente, la búsqueda y repetición del fracaso no sólo radican en ignorar la historia de las naciones, sino en seguir orientados por principios filosóficos antes que científicos. Mientras que en el ámbito de la filosofía se acepta lo que tenga alguna apariencia racional, sin importar su adecuación a la realidad, en el ámbito de la ciencia experimental sólo tiene cabida lo que resulta compatible con la ella.

El populismo y el totalitarismo son movimientos sustentados por el hombre-masa, sin cuya existencia no sería posible su vigencia. Por el contrario, la tendencia democrática tiende a sustentarse en el individuo y en el ciudadano. Mantener las puertas abiertas al populismo implica que los “intelectuales” sigan enviando mensajes al hombre-masa, sin abandonar sus posturas filosóficas ignorando totalmente el espíritu de la ciencia experimental.

Cuando los hombres son capaces de mirar la realidad, aunque desde distintas perspectivas, existen posibilidades de acuerdos. Por el contrario, cuando la realidad es suplantada por las ideologías, se producen las fracturas sociales que debilitan a las naciones. José Ortega y Gasset describe el proceso de la desintegración social de España unos años antes de producirse la Guerra Civil: “Tal vez no haya cosa que califique certeramente a un pueblo y a cada época de su historia como el estado de las relaciones entre masa y la minoría directora. La acción pública –política, intelectual y educativa- es, según su nombre indica, de tal carácter que el individuo por sí solo, cualquiera que sea el grado de su genialidad, no puede ejercerla eficazmente”.

“La influencia pública o, si se prefiere llamarla así, la influencia social, emana de energías muy diferentes de las que actúan en la influencia privada que cada persona puede ejercer sobre la vecina. Un hombre no es nunca eficaz por sus cualidades individuales, sino por la energía social que la masa ha depositado en él. Sus talentos personales fueron sólo el motivo, ocasión o pretexto para que se condensase en él ese dinamismo social”.

“Sería falso decir que un individuo influye en la proporción de su talento o de su laboriosidad. La razón es clara: cuanto más hondo, sabio y agudo sea un escritor, mayor distancia habrá entre sus ideas y las del vulgo, y más difícil su asimilación por el público. Sólo cuando el lector vulgar tiene fe en el escritor y le reconoce una gran superioridad sobre sí mismo, pondrá el esfuerzo necesario para elevarse a su comprensión. En un país donde la masa es incapaz de humildad, entusiasmo y adoración a lo superior se dan todas las probabilidades para que los únicos escritores influyentes sean los más vulgares; es decir, los más fácilmente asimilables; es decir, los más rematadamente imbéciles”.

“En las horas decadentes, cuando una nación se desmorona, víctima del particularismo, las masas no quieren ser masas, cada miembro de ellas se cree con personalidad directora, y, revolviéndose contra todo lo que sobresale, descarga sobre él su odio, su necedad y su envidia” (De “España invertebrada”-Espasa-Calpe SA-Madrid 1967).

Volvemos al viejo problema del huevo y la gallina: ¿Son los políticos populistas los que promueven la desintegración social a través de la rebelión de las masas?, o ¿son las masas en rebelión las que permiten el ascenso de los líderes populistas? Es posible que se establezcan ambos procesos a la vez.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Igualdad de oportunidades vs. igualdad de resultados

Una buena parte de la opinión pública apoya la acción del Estado cuando promueve una “igualdad de oportunidades”, materializada especialmente en el ámbito educativo, cumpliendo con la finalidad de orientar y de instruir a todos los habitantes para permitirles desarrollar plenamente sus potencialidades individuales. Como en muchos casos esta posibilidad se desaprovecha, ya que se dilapida un enorme caudal de recursos, aparece también el apoyo del otro sector, esta vez para promover que el Estado brinde “otra oportunidad” a quienes desaprovecharon la primera, conocida como la “igualdad de resultados”.

Para simplificar, consideremos que a las escuelas asisten dos clases de alumnos; los buenos y los malos. Los primeros tratan de adaptarse a las reglas impuestas por la escuela tratando de aprender lo más posible. Logran así, al finalizar el ciclo educativo, un nivel intelectual adecuado para una plena inserción social y laboral. Los segundos, por el contrario, al priorizar la diversión y la vagancia, desaprovechan la oportunidad de aprender. Incluso, si el sistema lo permite, tratarán que los buenos alumnos tampoco aprovechen su etapa formativa.

Con el tiempo, los buenos alumnos pasarán a formar parte de la “burguesía”, por cuanto tendrán cierto éxito como profesionales, o como empresarios. Los segundos, los que no quisieron estudiar, formarán parte de la clase obrera, o bien de la clase ociosa que vive de los demás. Luego, la opinión pública tiende a exaltar las virtudes del obrero y a descalificar a la burguesía, o clase media. Supone que los resultados logrados por quienes fueron buenos alumnos se lograron a través de la “explotación laboral” de quienes no lo fueron.

En realidad, podrá decirse acertadamente que existen alumnos que no deberían ser incluidos en algunos de los grupos mencionados, por lo que se advierte que la descripción en base a “clases”, en lugar de individuos, resulta poco eficaz. Tampoco todo “buen alumno” logra un posterior éxito, ni todo “mal alumno” resulta ser poco eficaz laboralmente.

Quienes proponen la igualdad de oportunidades, por lo general consideran la existencia de individuos potencial e igualmente aptos, mientras que quienes proponen la igualdad de resultados tienden a pensar en base a la existencia de clases sociales. Raymond Boudon y Françoise Bourricaud escribieron: “En la medida en que el ideal meritocrático exaltado por la tradición positivista hoy se encuentra desacreditado por todos aquellos que lo ven sólo como una ideología que permite ocultar las desigualdades y los mecanismos de producción, los criterios de la igualdad han cambiado. En la tradición positivista la igualdad se entiende como igualdad de oportunidades o, con más precisión, como ausencia de privilegios y de desventajas; las condiciones de partida ofrecidas a los competidores deben ser iguales. Así, esta forma de igualitarismo acomete ante todo contra las diferentes modalidades de la herencia, no sólo patrimonial, sino también contra las diversas ventajas que los privilegiados encuentran desde en la cuna. Hoy día se reivindica no sólo la igualdad en el punto de partida, sino también la igualdad de los resultados. Ya no es escandaloso tan sólo el privilegio del nacimiento; la misma existencia de una diferencia entre los resultados alcanzados por los diversos competidores es tenida por sospechosa. Verdad es que esta diferencia, aunque en parte dependa de condiciones difíciles de controlar por las autoridades políticas, puede ser considerada tolerable por los partidarios de la ideología utilitaria si contribuye, mediante una juiciosa redistribución, a mejorar la condición de los más desfavorecidos” (De “Diccionario crítico de Sociología”-Edicial SA-Buenos Aires 1993).

La igualdad de resultados, en definitiva, consiste en la expropiación parcial de las ganancias del sector productivo para ser redistribuidas en el resto de la sociedad buscando cierta igualdad económica que no tiene en cuenta los méritos de los distintos integrantes de la sociedad. Puede decirse que muchos de los que desaprovechaban sus estudios, y que incluso se oponían a que otros lo hicieran, una vez que llegan a adultos, protestan por la desigualdad social, o económica, y claman al sector político que reparta lo que producen los más eficaces para verse librados de la envidia que padecen por culpa propia.

La igualdad de oportunidades se basa en el mérito de quien aprovecha lo que se le enseña y luego lo convierte en bienes y servicios para intercambiar con los demás. Sin embargo, ha crecido en la población la idea de su reemplazo por la igualdad de resultados, en cuyo caso el receptor es un individuo que carece de la predisposición a aprender, por lo que poco o nada produce, sino que resulta ser un parásito que pretende vivir a costa de los demás.

A los políticos populistas les atrae esta situación ya que ello les permitirá lograr una gran cantidad de votos y adeptos, que serán luego “gratificados” desde el Estado con un puesto de trabajo estatal en donde la principal tarea será la de cumplir algún horario. Incluso a este despojo que sufre el sector productivo se lo calificará como “justicia social”.

La existencia de una pobreza creciente en la sociedad, no se debe, como generalmente se cree, a quienes trabajan y producen, sino a quienes no trabajan ni producen, y solamente consumen lo que les reparte el Estado. A nivel de los países ocurre otro tanto, ya que siempre se culpa a los países desarrollados por el atraso de los subdesarrollados, lo que puede ser cierto en algunos casos. Albert Dondeyne escribió: “Las desigualdades económicas arrastran desigualdades sociales no menos pavorosas: no es posible negar que, en la actual estructura de la economía mundial, la pobreza de unos, la de las grandes masas, hace la riqueza de los otros, es decir, de la minoría. Si en Europa vivimos bien, se debe en parte porque el próximo Oriente, que nos proporciona el petróleo, cuenta entre los países pobres y subdesarrollados. Una rápida ojeada al mapa de África bastaría para multiplicar los ejemplos” (De “La fe y el mundo en diálogo”-Editorial Estela SA-Barcelona 1965).

Esta postura coincide bastante con el pensamiento del líder chavista Nicolás Maduro quien pretende que gran parte de los venezolanos viva a costa del petróleo nacional aunque sin la obligatoriedad de trabajar. Luego, las culpas por la pobreza y por otros males recaerán sobre las pocas empresas que todavía no han sido expropiadas por el gobierno socialista. Como ejemplo de la campaña destructiva del chavismo puede mencionarse el caso de la empresa petrolera nacional (PDVESA), de gran desempeño internacional en épocas anteriores, cuando era dirigida y funcionaba por medio del trabajo de la “burguesía”. Luego de expulsar a unos 20.000 “burgueses”, partidarios seguramente de la “igualdad de oportunidades” y del mérito propio, fueron reemplazados por 60.000 venezolanos partidarios del gobierno y de la “igualdad de resultados”, manifestándose claramente las diferencias entre ambas posturas al compararse los desempeños anteriores de la empresa y el actual estado de retroceso y caída de la producción.

Mientras que, en el pasado, la humanidad progresaba teniendo presente lo que mejor funcionaba, que pasaba a ser parte de la tradición, aunque muchas veces esa misma tradición se oponía a cambios que podían ser beneficiosos para todos, en la actualidad no siempre se sigue el eficaz método de prueba y error, sino que se trata de imponer una ideología política ya sea que sus resultados sean eficaces, o no. En este caso, para compatibilizar la mala teoría con los resultados, en lugar de modificarla o desecharla, se tratará de cambiar la realidad mediante una buena dosis de mentiras.

La meritocracia tiende en la actualidad a ser reemplazada por el argumento de las necesidades. Mientras que antes se aceptaba que era justo que alguien tuviese un buen nivel económico luego de haber actuado laboralmente mostrando los méritos respectivos (trabajo intenso, dedicación, eficacia, etc.), en la actualidad se ubica en primer lugar las “necesidades” del individuo (trabaje o no) y de su familia. Al cambiarse las prioridades, no se tiene en cuenta que la meritocracia permite establecer un sustento económico adecuado para una posible ayuda social, mientras que el objetivo de las “necesidades” igualitarias tiende a alejar de la sociedad el sustento económico adecuado para cualquier ayuda posible. “A medida que se afirma una concepción más estrictamente naturalista de la condición humana y de la vida en sociedad, la exigencia de igualdad se define en relación con tres referencias: la de los méritos, la de las necesidades y la de las solidaridades” (Del “Diccionario crítico de Sociología”).

Se afirma que la producción debe estar motivada, no por afanes de lucro, sino pensando en una finalidad social. Así, cada productor debe sentirse feliz de poder dar trabajo a muchas personas y satisfacer las necesidades de muchos. Sin embargo, cuando el Estado confisca gran parte de sus utilidades y las redistribuye en la sociedad, no sólo priva al productor de una posibilidad material de ayuda, sino también de la posibilidad de una satisfacción personal, de ahí que optará por achicarse, productivamente hablando. Por otra parte, el negligente y el irresponsable se sentirán gratificados al recibir parte de lo expropiado, por lo cual tampoco trabajarán más, ni por afanes de lucro y ni siquiera para compensar lo que consumen y mucho menos para ofrecerlo a los demás.

La solución a estos conflictos ya fue establecida en épocas pasadas, si bien tal solución ha sido desechada y subestimada aun por los propios “seguidores” de Cristo. Ella consiste en cumplir con el mandamiento del “amor al prójimo” que sugiere compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. No existe ninguna forma de igualdad sustentable que deje de cumplir con este principio de igualdad natural. Si no intentamos compartir, mediante la empatía, los estados de ánimo de los demás, aun la meritocracia puede resultar inefectiva por cuanto puede decaer en un simple egoísmo.

La igualdad de resultados parece justificarse con el lema socialista: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades”. Ello implica que el buen alumno, que luego se convertirá en el burgués, debe trabajar “según su capacidad”, mientras que el mal alumno, que podrá convertirse en alguien poco productivo, deberá recibir “según sus necesidades” (y las de su familia). El desaliento a la producción y el estímulo a la vagancia, constituyen las evidentes y necesarias fallas de toda forma de socialismo, aunque quienes lo usan como forma de agredir a la sociedad y para lograr niveles de poder poco conocidos, tratan de divulgarlo entre el hombre-masa para recibir su apoyo y compartir su complicidad.

martes, 22 de diciembre de 2015

El Estado usurpado

Puede decirse que el principio más importante de la economía es aquel del cual poco se habla, por ser algo obvio, o evidente; es el principio que recomienda que no se debería gastar más dinero del que se recibe, ya se trate de una familia, de una empresa o de un Estado. Si no se tiene en cuenta este principio, no existe sistema económico que pueda funcionar adecuadamente. Tarde o temprano, el déficit generado por los gastos excesivos deberá ser compensado con préstamos internos y externos, aumentando el déficit, ya que todo préstamo implica la devolución del capital más los intereses devengados. A no ser que el país adopte la actitud del estafador y deje de pagar los compromisos contraídos, incluso llegando al extremo de calificar como “buitres” a quienes pretenden cobrar lo convenido.

Otra alternativa es la emisión monetaria excesiva, es decir, la que aumenta a un ritmo mayor al de la producción, y que se realiza para cubrir los gastos estatales deficitarios. En este caso, los políticos irresponsables culparán luego a los “especuladores” por el aumento generalizado de precios.

Durante la etapa kirchnerista hubo un aumento record de puestos de trabajos estatales; la mayor parte de ellos muy bien remunerados, ya que involucraba a partidarios que habrían de sumar votos en las sucesivas elecciones. Incluso muchos de ellos se califican como “ñoquis”. Esta denominación se debe a que, tradicionalmente, el 29 de cada mes, es el día de comer ñoquis, mientras que los “empleados” estatales que no trabajan, y cobran un sueldo, aparecen en su lugar de “trabajo” sólo a fin de mes para cobrar su sueldo.

Puede decirse que la inflación en la economía argentina se debió a la previa existencia de una “inflación” de puestos de trabajo estatales. En todo país serio, el aumento de los puestos de trabajo estatales acompaña al crecimiento de la población, ya que se requerirá mayor cantidad de docentes, empleados judiciales, empleados de la salud, etc., con ese aumento. Si tales puestos crecen a un ritmo bastante mayor, puede decirse que se ha producido una “inflación laboral” que producirá el deterioro de la economía.

Mientras que en el 2003, cuando se inicia el kirchnerismo, la Argentina tenía un total de 2.386.400 empleados estatales, en el año 2015, al finalizar su mandato, existen 4.232.030 empleados estatales, lo que implica un crecimiento del 77%. Mientras que la duplicación de la población del país requiere de algo más de 35 años, la duplicación laboral estatal kirchnerista habría requerido de unos 15 a 18 años, haciéndose evidente tal tipo de “inflación”.

La otra fuente de ingresos del Estado son los impuestos que le cobra al sector productivo. Para compensar el déficit, debe aumentar los impuestos excesivamente, por lo que al empresario ya no le quedarán medios económicos, ni entusiasmo, para realizar inversiones, por lo que la economía se estancará tanto como la oferta de trabajos productivos.

La inflación tiende a hacer subir los costos de producción internos de manera tal que las exportaciones resultan relegadas ante la competencia extranjera, que al establecerse en países con poca inflación, puede mantener los costos a un nivel competitivo.

Este “modelo” nacional y popular, genera bastante pobreza, sin embargo, su continuidad ha tenido un gran apoyo electoral. Incluso el trabajador que debe afrontar cada día su trabajo honesto, muchas veces no advierte que está siendo usado para pagar con su trabajo el impuesto inflacionario que será destinado a una gran cantidad de acomodados políticos estatales, que poco o nada producen, y que incluso hasta reclaman mejoras salariales.

La solución no parece ser otra que la de reducir drásticamente los empleos estatales superfluos, o pseudo-empleos, a menos que surja la “solidaridad argentina” por la cual se trate de ampararlos para que no exista “desocupación”. Luego, el deterioro y la pobreza seguirán aumentando inexorablemente, ya sea que creamos en las leyes de la economía y sus efectos, como que no creamos en ellas.

Desde el populismo se ha prevenido a la población sobre los “efectos perniciosos” del ajuste, proceso que implica reducir la cantidad de empleos estatales a los estrictamente necesarios. No sólo han promovido el deterioro definitivo de la economía, sino que incluso se oponen a que alguien pueda arreglarla.

También bajo el kirchnerismo hubo otra fuente de financiamiento, como fue la estatización de las jubilaciones privadas o las retenciones a la exportación. Incluso la estatización de empresas deficitarias “ayuda” a aumentar el déficit estatal. Luego, tales confiscaciones sirvieron como una alarma para que los capitales extranjeros no vinieran al país y para que los capitales nacionales huyeran al extranjero, promoviendo el proceso del éxodo de capitales productivos desde los países periféricos hacia los países “imperialistas”. Sin embargo, los políticos han convencido a la mayor parte de la opinión pública que el deterioro económico y social no se debe al populismo, sino a la “dependencia económica” respecto de los países imperialistas.

La fuerte presión impositiva favorece la economía informal, que es la única alternativa de supervivencia que han de tener las nuevas empresas. La precariedad laboral es una consecuencia inmediata de tal economía.

Alguien podrá suponer que los servicios que brinda el Estado habrán de mejorar con la alta disponibilidad laboral de empleados. Sin embargo, puede advertirse fácilmente que en los hospitales públicos la atención es bastante deficiente, como lo es la limpieza de calles, la creciente inseguridad ante la violencia urbana, etc. Recordemos que los cargos estatales se crean en grandes cantidades, no para mejorar el desempeño del Estado, sino para “comprar votos” partidarios con los recursos públicos buscando enriquecerse en un tiempo breve, aunque pocas veces para cumplir con el trabajo a que fueron destinados.

Puede decirse que, al igual que en los regimenes socialistas, comenzó a consolidarse una clase ociosa, o parásita, que por el número de integrantes y medios económicos que absorben del Estado, tiende a regir los destinos del país, especialmente destinada a impedir el éxito de todo gobierno distinto al kirchnerismo. He aquí la política maquiavélica en su máxima expresión.

De la misma manera en que el Islam busca colonizar a Europa mediante una elevada tasa de natalidad de sus adeptos, el kirchnerismo busca colonizar la Argentina mediante el poder económico asociado al empleo jerárquico estatal partidario. Pablo Mendelevich escribió: “La política, nombrada así, con artículo determinado, es presentada por el kirchnerismo como un producto de su huerta. Se la describe como motor de cambio. Ya que al cambio lo lleva adelante el Gobierno, la política –se insinúa- le pertenece”.

“Es cierto, gracias al kirchnerismo la política está en todas partes. Se politizó el fútbol, la escuela, el arte, la administración pública, el subte, el cine, la televisión, las colectividades, la Feria del Libro, los descuentos de los supermercados, el rock, la construcción de hospitales, las estadísticas, las religiones, los clubes de barrio, los presos, los jueces, la publicidad, las estatuas, las fechas patrias, las vedettes, todo. Otra cosa es que eso sea beneficioso, que la politización de cualquier aspecto del quehacer comunitario, entendida como una disputa de poder para implantar gajos del partido oficial, signifique mayor calidad democrática”.

“La propagación de la antinomia K-anti K se debe en gran parte a esta vocación expansiva de lo que el kirchnerismo llama la política, en verdad una concepción totalizadora del poder que no deja ningún rincón librado a su propia suerte. Podrá decirse que la Iglesia siempre hizo política, que el arte conlleva política, que es política la decisión de levantar un hospital en determinado lugar. Absolutamente cierto. Pero una cosa es la componente política de toda dimensión en la que hay involucrado poder y otra, la depreciación de los factores técnicos, afectivos, históricos y culturales de una sociedad pluralista con el fin de que el Gobierno consiga dominar cada estamento de la vida comunitaria, cada disciplina, cada asociación. Cuadro que, paradójicamente, se completa con la pulverización de los partidos, el escenario de la política previsto por el sistema, hoy casi convertido en una abstracta colección de sellos que se activan cada dos años para cumplir con los requisitos de la Justicia electoral” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).

Si bien el sistema de subsidios es un importante componente del déficit fiscal, los sueldos de los empleados estatales inciden cuatro veces más. Como la mayor parte de esos cargos, especialmente los jerárquicos, han sido otorgados durante el gobierno K, bajo una forma legal (aunque no ética), pareciera que son pocas las posibilidades del nuevo gobierno de dar marcha atrás con ese enorme gasto superfluo. Sin embargo, gran parte de la opinión pública comenzará a protestar en cuanto no se solucionen los graves problemas económicos existentes. De la misma manera en que los familiares de un paciente exigen que el médico lo cure luego de toda una vida de desarreglos y vicios, el kirchnerismo elevará sus protestas en cuanto el nuevo gobierno no sea capaz de desactivar las poderosas bombas que le dejó a fin de impedirle una exitosa tarea en la espera de un próximo acceso al poder.

Por lo general, el Estado sobredimensionado resulta ineficaz y perjudicial para la población. Sin embargo, el político inescrupuloso busca un poder personal ilimitado, siendo el Estado el mejor medio para lograr ese fin. El citado autor escribió: “Gran parte del estilo y las ideas kirchneristas ya habían sido ensayadas en Santa Cruz entre 1989 y 2003, claro que en escala de provincia marginal”. “Muchos libros periodísticos contaron cómo en su provincia los Kirchner ya habían doblegado el Poder Judicial, adaptado el Consejo de la Magistratura a su causa, controlado el Poder Legislativo, comprado a la prensa, banalizado el debate, administrado los fondos públicos sin rendir cuentas, mezclado negocios propios con los del Estado, demonizado a los opositores, ajustado las reglas electorales a sus necesidades, bajado la desocupación a través del empleo público y culpado de cualquier falla gubernamental a terceros. Contaron cómo habían hecho dos reformas constitucionales para perpetuarse y alternarse matrimonialmente en el poder. Describieron el histrionismo de CFK, la implantación de un relato provincial, el desinterés de NK por el largo plazo y por el mundo, su habilidad para hacer funcionar la economía sobre la base del aprovechamiento de coyunturas externas (en el Sur no era la soja, sino las regalías petroleras), la intermitencia de disciplina fiscal y gasto público exacerbado y el estímulo al consumo en tiempos preelectorales. Es cierto, los libros fueron publicados cuando esas cosas ya se habían puesto en marcha en el plano nacional y los Kirchner ya se habían aprendido los nombres de las calles de Olivos, su nuevo barrio”.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Interacciones personales normales y anormales

Por lo general, existe divergencia de opiniones respecto a lo que denominamos “comportamiento normal” de una persona en cuanto a su relación con los demás miembros de la sociedad. En este caso, debería considerarse normal, no lo que ocurre con mayor frecuencia, o lo que predomina en una sociedad, sino lo que resulta deseable y accesible, proveniente de cierta salud psíquica. Por lo tanto, anormal será toda desviación de ese comportamiento ideal.

Puede decirse que la persona normal, psíquicamente hablando, es la que mantiene un trato igualitario con el resto de las personas. Y ello se debe principalmente a que se siente un “ciudadano del mundo” antes que sentirse parte integrante de algún subgrupo de la humanidad. Esta postura hace que se sienta interesado en los demás casi tanto como en su propia persona, tratando de compartir las penas y alegrías ajenas como propias. Es alguien que en el trato cotidiano eleva a los demás haciéndolos sentir cómodos ante su presencia.

La persona anormal, por lo tanto, será la que se siente inferior o superior a los demás, por lo cual su comportamiento social deja de tener tal carácter igualitario. Por lo general, tratará de disminuir su inferioridad o a acrecentar su superioridad sintiéndose parte de algún subgrupo de la humanidad, ya sea de origen étnico, nacional, religioso, cultural, etc., es decir, no se sentirá un “ciudadano del mundo”. Incluso a la inferioridad mencionada la tratará de compensar mediante el correspondiente complejo de superioridad, por lo cual a veces se hace indistinguible una anormalidad de la otra.

Para las tendencias totalitarias, partidarias del colectivismo, el principal defecto de todo hombre es el individualismo, asociado generalmente al egoísmo. Por el contrario, el individualista es el que no se identifica totalmente con ningún grupo, sino que lo hace con la humanidad toda. Mediante algunos ejemplos se podrá tener mayor claridad al respecto:

a- Normales: Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, etc.
b- Anormales: tiranos, populistas, etc.

Podrá decirse, seguramente, que Mandela y Gandhi, no fueron personales normales, sino excepcionales. Como se dijo antes, estamos hablando de normalidad psíquica, como algo deseable o algo óptimo, en lugar de hablar de “normalidad” como sinónimo de frecuente o cotidiano. Justamente, en épocas de crisis moral y de conflictos severos, como las que vivieron tanto Mandela como Gandhi, se requirió de la eficaz acción de personas psíquicamente normales para evitar tragedias que habrían de ocasionar las personas anormales psíquicamente, es decir, considerando a toda falla moral como un efecto proveniente de cierta inferioridad o superioridad, alejadas ambas de la actitud igualitaria deseable.

Recordemos que Sudáfrica estuvo escindida bajo el apartheid, proceso por el cual una minoría blanca, los afrikaners (descendientes de holandeses), al atribuirse una superioridad racial y cultural, relegó a la población nativa a una posición social inferior. Las tensiones sociales estaban orientadas a una guerra civil, situación que requería de la imperiosa presencia de una persona “normal” (psíquicamente hablando) aunque excepcional por su rareza, ya que tuvo que tener la capacidad necesaria para convencer a ambos bandos de que debía imperar una postura igualitaria que trascendiera a los grupos en conflicto.

Mientras los nativos practicaban el fútbol, los afrikaners practicaban el rugby. Como forma de protesta por la situación de desigualdad, los nativos promovieron en el exterior un boicot contra el seleccionado de rugby sudafricano. Sin embargo, luego de la designación de Sudáfrica como sede del Campeonato Mundial de Rugby de 1995, Mandela tuvo la habilidad de convencer a los grupos en discordia para que el seleccionado nacional dejara de ser un símbolo de desunión para ser finalmente un vínculo de unión de todos los sudafricanos. La unidad de los grupos en conflicto requería no sólo de leyes adecuadas, sino también de sentimientos favorables para transformar la discordia en concordia. John Carlin escribió: “Le conté a Mandela que, en mi trabajo periodístico, había conocido a mucha gente que luchaba para lograr la paz en Oriente Próximo, Latinoamérica, África, Asia; para esas personas, Sudáfrica era un ideal al que todos aspiraban. En la industria de la «resolución de conflictos» que floreció tras el final de la guerra fría, cuando empezaron a estallar conflictos locales en todo el mundo, el manual a seguir para alcanzar la paz por medios políticos eran la «revolución negociada» de Sudáfrica, como alguien la llamó alguna vez”.

“Ningún otro país había hecho la transición de la tiranía a la democracia mejor ni con más compasión. Reconocí que ya se había escrito mucho sobre los mecanismos internos del «milagro sudafricano». Pero lo que faltaba, en mi opinión, era un libro sobre el factor humano, sobre lo milagroso del milagro. Lo que yo tenía en mente era una historia desinhibidoramente positiva que mostrase los mejores aspectos del animal humano; un libro con un héroe de carne y hueso; un libro sobre un país cuya mayoría negra debería haber exigido a gritos la venganza y, sin embargo, siguiendo el ejemplo de Mandela, dio al mundo una lección de inteligencia y capacidad de perdonar” (De “El factor humano”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2011).

Mandela tenía la capacidad de hacer surgir lo mejor de cada persona haciéndolo predominar sobre lo malo que pudiese tener. Pudo así convencer a los bandos en conflicto que la paz era posible. Pudo mostrar a todos su capacidad de perdonar al no guardar rencor ni deseos de venganza a pesar de los 27 años de cárcel que debió soportar por ser un líder opositor al apartheid. John Carlin agrega: “Otras dos cosas me impresionaron cuando empecé a revisar todo el material que había acumulado. En primer lugar, el genio político de Mandela. La política, reducida a sus elementos esenciales, es persuasión, ganarse a la gente. Todos los políticos son seductores profesionales. Viven de cortejar a la gente. Y, si son listos y hacen bien su trabajo, si tienen talento para conectar bien con el pueblo, prosperan. Lincoln era así, y Roosevelt, y Churchill, y De Gaulle, y Kennedy, y Martin Luther King, y Reagan, y Clinton y Blair. También lo era Arafat. E incluso Hitler. Todos ellos se ganaron a su gente para la causa que defendían. En lo que les superó Mandela –el anti-Hitler- fue en el alcance de su ambición. Después de ganarse a su propia gente –ya suficiente proeza, porque era gente muy diversa, formada por todo tipo de creencias, colores y tribus-, se propuso ganarse al enemigo. Cómo lo hizo, cómo consiguió ganarse a personas que habían aplaudido su encarcelamiento, que habían querido verle muerto, que habían planeado declararle la guerra, es de lo que trata principalmente este libro”.

Puede sinterizarse la acción de Mandela en la idea de que debe “combatirse al pecado, y no al pecador”, adoptando una postura optimista respecto de la naturaleza humana. Esto contrasta con la acción de los políticos populistas y totalitarios que, necesariamente, basan su labor en la previa existencia de grupos antagónicos, asociando todos los pecados al grupo “enemigo”. Y si no existen divisiones importantes en una sociedad, entonces la crean promoviendo discordia entre grupos a través de un intenso trabajo de descalificación y de difamación. La Argentina sería un país muy distinto si en lugar de haber tenido promotores de odio y divisiones, como Perón y los Kirchner, hubiese tenido a líderes psíquicamente normales.

Las personas que se sienten inferiores o superiores son aquellas que poseen egoísmo suficiente como para no aceptar que otros puedan superarlas aun en cuestiones insignificantes. Y si llegan al poder, se rodean de personas notablemente inferiores por cuanto no soportan ser superados por nadie. Hace unos 2.400 años que Aristóteles describió la mentalidad de los líderes populistas y totalitarios, aunque países enteros deban todavía debatirse a favor y en contra de tales personajes. Al respecto escribió: “Ya hemos indicado algunos de los medios que la tiranía emplea para conservar su poder hasta donde sea posible. Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante; deshacerse de los hombres de corazón; prohibir las comidas en común y las asociaciones; ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo; poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público, y hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos con los otros, porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza”.

“Además, saber los menores movimientos de los ciudadanos, y obligarlos en cierta manera a que no salgan de las puertas de la ciudad, para estar siempre al corriente de lo que hacen, y acostumbrarles, mediante esta continua esclavitud, a la bajeza y a la pusilanimidad: tales son los medios puestos en práctica entre los persas y entre los bárbaros, medios tiránicos que tienden todos al mismo fin. Pero he aquí otros: saber todo lo que dicen y todo lo que hacen los súbditos; tener espías semejantes a las mujeres que en Siracusa se llaman delatoras…”.

“Sembrar la discordia y la calumnia entre los ciudadanos; poner en pugna unos amigos contra otros, e irritar al pueblo contra las clases altas, que se procura tener desunidas. A todos estos medios se une otro procedimiento de la tiranía, que es empobrecer a los súbditos, para que por una parte no le cueste nada sostener su guardia, y por otra, ocupados aquéllos en procurarse los medios diarios de subsistencia, no tengan tiempo para conspirar”.

“También el tirano hace la guerra para tener en actividad a sus súbditos e imponerles la necesidad perpetua de un jefe militar. Así como el reinado se conserva apoyándose en los amigos, la tiranía no se sostiene sino desconfiando perpetuamente de ellos, porque sabe muy bien que si todos los súbditos quieren derrocar al tirano, sus amigos son los que, sobre todo, están en posición de hacerlo”.

“El tirano nada tiene que temer de los esclavos y de las mujeres; y los esclavos, con tal que se los deje vivir a su gusto, son muy partidarios de la tiranía y de la demagogia. El pueblo también hace a veces de monarca; y por esto el adulador merece una alta estima, lo mismo de la multitud que del tirano. Al lado del pueblo se encuentra el demagogo, que es para él un verdadero adulador; al lado del tirano se encuentran viles cortesanos que no hacen otra cosa que adular perpetuamente. Y así, la tiranía sólo quiere a los malvados, precisamente porque gusta de la adulación, y no hay corazón libre que se preste a esta bajeza. El hombre de bien sabe amar, pero no adula”. “El tirano aborrece estas nobles naturalezas, que considera atentatorias contra su poder” (De “La Política”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1985).

domingo, 13 de diciembre de 2015

Las mentiras populistas

Una de las características que resulta común a los populismos y a los totalitarismos, es el uso indiscriminado de la mentira. Resulta difícil comprobar la mayor parte de las mentiras emitidas por los gobernantes, por lo cual toda una nación tiende a vivir en un alejamiento de la realidad. Incluso a muchos ni siquiera se les pasa por la mente la posibilidad de que, desde el propio nivel presidencial, se los esté engañando y por ello mismo, faltándoseles el mínimo respeto esperable de cualquier persona normal.

La mentira ya forma parte de las estrategias cotidianas adoptadas por algunos gobiernos. Cosme Beccar Varela escribió: “La política moderna se funda sobre la mentira. No hace muchos años la palabra «oficial» era sinónimo de verdad y se podía tener por cierto cualquier hecho atestiguado por una autoridad pública. El periodismo decía estar al servicio de la verdad tanto informativa como doctrinaria. Podía haber diferencias en cuanto a la doctrina pero no en cuanto a la información. Los hombres tenían vergüenza de mentir. Cuando alguien era sorprendido en una falsedad, generalmente se ruborizaba. El falso testimonio era rarísimo y penado por la ley severamente”.

“Actualmente esto no es más así. Ya en tiempos de Churchill se enseñaba a no mentir, pero no a decir la verdad, como él mismo relata en sus memorias de juventud. El papel de la mentira fue aumentado en lo que va de este siglo [se refiere al XX]. Goebbels, el inventor de la propaganda nazi, creó una teoría de la mentira al servicio de los fines políticos del partido. Debía mezclarse verdades y mentiras en una dosis tal que la historia no fuera rechazada de entrada por el oyente o el lector desprevenido, como una falsedad y, de ese modo, tragase las mentiras junto con las verdades. Por ejemplo, al informar sobre una batalla en la que el ejército alemán había sido derrotado se daba la información correcta sobre el hecho de la derrota pero se agregaba que las pérdidas del enemigo eran tan grandes y la posición resultante era tan favorable, que los aliados habían obtenido sólo una victoria a lo Pirro, entreteniendo con eso las esperanzas de los alemanes y desalentando cualquier oposición al régimen hitlerista”.

“Los comunistas hicieron lo mismo desde el comienzo y antes que los nazis. Los escritos «tácticos» de Lenin alientan la mentira y la calumnia como una forma de provocar la lucha de clases. Donde los conflictos no eran tan graves como para enemistar a una clase con la otra, había que inventarlos”.

“Las democracias modernas hacen cada vez más lo mismo. Los pueblos no saben realmente lo que está pasando. La información que tienen los corruptos les da una ventaja enorme sobre las personas comunes. Ellos saben la verdad sobre los planes económicos, sobre los negocios en perspectiva, sobre la personalidad de los candidatos, sobre las propuestas del gobierno, etc.” (De “Curiosidades”-Buenos Aires 1991).

Cuando se le preguntaba a Alexander Solyenitsin “¿De qué manera sus compatriotas, su juventud, pueden prestarle ayuda?”, responde: “Con acciones físicas no. Tan sólo negándose a mentir, no participando personalmente en la mentira. Que cada uno deje de colaborar con la mentira en todos los sitios donde la vea: le obliguen a decirla, escribirla, citarla o firmarla, o sólo votarla, o sólo leerla. En nuestro país la mentira se ha convertido no sólo en categoría ética, sino también en un pilar del Estado. Al apartarnos de la mentira, realizamos un acto ético, no político, no enjuiciable penalmente, pero tendría una influencia inmediata en nuestra vida entera” (De “Memorias”-Librería Editorial Argos SA-Barcelona 1977).

Entre los aliados involuntarios de la mentira política se encuentran los periodistas “opositores” que, engañados, repiten una mentira oficial otorgándole, ante la opinión pública, el carácter de “verdad indiscutible”, ya que, si hasta lo dice un opositor, no hay dudas de su veracidad. Tal el caso del periodista que acompaña en televisión a Mariano Grondona (de apellido Rossi), cuando “reconoció” el crecimiento económico del país en las primeras etapas del kirchnerismo. Un país crece cuando aumenta el capital productivo invertido per capita. Por el contrario, con el kirchnerismo creció el consumo (no la inversión), a costa de reducir drásticamente la inversión y hasta el mantenimiento de lo existente (trenes, transportes, energía, etc.) amparando la mayor parte de la economía con subsidios que alentaban precisamente al consumo y no a la inversión. De ahí que tal política efectivamente produjo un serio retroceso económico, incluso teniendo en cuenta su eficacia para ahuyentar capitales productivos que emigraron al extranjero.

Se hablaba de que la Argentina crecía con tasas similares a las de la China, pero había una diferencia importante; mientras que el consumo chino crecía por efectos del crecimiento del capital invertido per capita, el crecimiento del consumo kirchnerista se producía por el simultáneo estancamiento o descenso del capital productivo invertido per capita.

La “mentira emblema” del kirchnerismo fue el Indec, organismo que se encargó de tergiversar las estadísticas oficiales hasta llegar al extremo de que, incluso algunos economistas extranjeros, alabaran el “modelo nacional y popular” observando tales estadísticas, ya que seguramente no se les pasaba por la mente que en un país, no tan subdesarrollado, pudiera hacerse algo semejante. Pablo Mendelevich escribió: “Néstor Kirchner, por medio del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, inició en 2006 un proceso de intervención y control político del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Así dio origen a un índice oficial de precios subvaluado, ostensiblemente chirriante con lo que algunos dirigentes sindicales como Hugo Moyano llamaron, con sentido práctico, «la inflación del supermercado»”.

“La manipulación del índice de precios al consumidor generó graves distorsiones en otros indicadores, como los que se usan para medir la pobreza a partir de la evolución del costo de la canasta básica. Ni la oposición ni las quejas de economistas y sociólogos argentinos y de otros países lograron que el Gobierno revirtiera la manipulación estadística”. “En noviembre de 2010, el diputado Agustín Rossi, entonces jefe de la bancada oficialista, había explicado con mayor claridad el punto de vista kirchnerista: «Como poder político, nosotros reivindicamos la facultad de poder cambiar el índice de precios al consumidor, porque entendemos que las estadísticas son una herramienta de la construcción económica». Y agregó: «No creemos en esta cosa de la independencia en términos abstractos y asépticos. Si no les gusta el Indec, decimos lo que decimos siempre, tienen que ganar las elecciones y hacer el Indec que quieran»” (De “El relato kirchnerista en 200 expresiones”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2013).

Para compensar el calificativo de mentirosos que con justicia supieron conseguir, los kirchneristas trataron de mostrar que la oposición también era mentirosa. Por ello atacaron al diario Clarín, un antiguo socio, popularizando la expresión “Clarín miente”. Sin embargo, no todo opositor es un lector de Clarín, por lo cual, sólo habría de mentir a sus lectores, mientras que el gobierno nacional, por el contrario, mentía indiscriminadamente a toda la población. La permanencia de un periódico depende esencialmente de su credibilidad, de ahí que, si un lector descubre, al menos, una mentira, seguramente comenzará a desconfiar y a sentirse engañado, dejando pronto de apoyar con su compra tal medio periodístico. En el caso de la política es distinto, porque el ciudadano que cree estar favorecido de alguna manera por el gobierno, seguirá apoyándolo en sus mentiras sistemáticas, y aun en la mega-corrupción, advertida por la oposición. Como esa oposición ha sido mentirosamente unificada y subordinada a Clarín por parte del gobierno, busca descalificar de esa manera toda crítica adversa. Mendelevich escribió:

“La puesta en marcha de la manipulación de las estadísticas oficiales sucedió en 2007 y el eslogan «Clarín miente» cobró difusión en 2008. Eso fortalece la hipótesis de que la mayor mentira institucional del kirchnerismo, que es la del Indec, bien pudo ser el motivador psicológico de un eslogan que hablaba, justamente, de mentir. En psicología, la proyección es un mecanismo de defensa que consiste en atribuirle a otro sentimientos, impulsos o pensamientos que dentro de uno generan angustia. Pero a lo mejor las cosas son más simples, los gobiernos no tienen psiquis y la contundencia de la expresión «Clarín miente» solo responde a la dificultad de conseguir el mismo impacto publicitario con una frase del tipo «Clarín nos quiere fijar la agenda», más fiel al reproche original”.

“Exceptuada alguna prensa amarilla, en general los diarios no mienten. A veces tergiversan, agrandan las cosas, las achican, las soslayan, o las repiten demasiado, les dan enfoques particulares y hasta pueden manipular a los lectores, claro. También se equivocan. Pero mentir, si por mentir se entiende publicar noticias falsas, sería para cualquier diario un mal negocio (y los diarios, entre otras cosas, son negocios)”.

“Un diario miente si es torpe. La mentira, lo mismo que el error, expone a un diario a ser desmentido. Y toda desmentida mella la credibilidad, su principal capital. Clarín no es torpe. Si lo fuera, no habría sido el diario más leído antes de que entrara en conflicto con el Gobierno y –por más caída de circulación que hubiera tenido, atribuible no solo a los Kirchner, sino a Internet- también después”.

La misma actitud de desprecio que el mentiroso siente por quienes serán los receptores de sus mentiras, se evidencia en sus actitudes ante lo material. Así, el populista es esencialmente un parásito, ya que poco o nada produce, ya se trate de algún bien o de algún servicio. De ahí que, cuando habla de redistribuir, será siempre referido a lo ajeno, a lo que otros producen (la denostada derecha), mientras que, asimismo, el populista tiene la tendencia a apoderarse de lo de todos, la propiedad pública, incluso hasta tener la convicción personal de que el Estado es una prolongación de su propiedad, y que puede hacer con él lo que quiera. De ahí la recomendación populista ante sus críticos: “Ganen las elecciones y hagan después lo que quieran”.

viernes, 11 de diciembre de 2015

Perón vs. la Iglesia Católica

Mientras que el cristianismo sugiere a todo individuo acatar las leyes naturales existentes, asociadas simbólicamente al Dios Creador, el peronismo le propone al hombre-masa aceptar la “doctrina justicialista”. Los individuos que conforman una sociedad se unen teniendo presente el espíritu de la ley natural, compartiendo penas y alegrías de sus semejantes, mientras que el hombre-masa, carente de individualidad, se une sólo a los adeptos al líder populista, o totalitario, marginándose del resto de la sociedad (sus enemigos). El cristianismo rechaza el gobierno del hombre sobre el hombre, ya que esa dependencia se opone a lo establecido por la religión, ya que sólo ha de ser gobernado por Dios a través de sus leyes. Por el contrario, el gobierno del líder político, a través del Estado, tiende a reemplazar y a oponerse a aquel gobierno. Perón expresó: “El individualismo es amoral, predispuesto a la subversión, al egoísmo, al retorno a los estados inferiores de la evolución de la especie”.

Los gobiernos totalitarios, especialmente en el caso de los comunistas, advirtieron que la religión era el mayor opositor que tenían, por cuanto el cristianismo siempre ha rechazado todo gobierno humano que no contemple las leyes naturales. Sin embargo, los hombres-masa fueron convencidos para apoyar a los políticos que intentaban reemplazar y destruir la religión. Raúl Damonte Taborda escribió: “Hitler y Mussolini, como los dictadores rusos, llegaron a la perfección de obtener cifras favorables superiores al noventa y cinco por ciento del electorado alemán, italiano y soviético, en un panorama de represión totalitaria exactamente igual al argentino”. “Perón estréllase ante el muro espiritual de la mitad de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires, donde la represión es más bárbara, cruel y activa” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).

Luego del ascenso de Perón al gobierno, desde la Iglesia se trató de cristianizarlo, aunque finalmente se advirtió que el peronismo quería reemplazar al catolicismo. Susana Bianchi escribió: “Tanto la Iglesia como el gobierno hacían gala de sus cordiales relaciones. Sin embargo, muy pronto se advirtió que la tarea de «cristianizar al peronismo» no iba a ser sencilla. Ya desde comienzos del gobierno de Perón, numerosos miembros de la institución eclesiástica habían comenzado a observar con preocupación lo que consideraban avances del Estado sobre ciertas áreas de la sociedad que la Iglesia consideraba de su particular incumbencia. De allí que muy pronto comenzaron las denuncias católicas contra el «estatismo»” (De “Lo mejor de Todo es Historia” (4)-Taurus-Buenos Aires 2002).

El primer conflicto serio aparece en el campo de la educación, en donde la infiltración peronista va ocupando lugares antes ocupados por la religión. La citada autora agrega: “El principal límite a la enseñanza religiosa podía encontrarse en el mismo carácter que pronto asumió la política educativa: los avances de la creciente «peronización» de la enseñanza, que sin negar los contenidos católicos los relegaba en función de la prédica oficialista. Los textos escolares eran explícitos en su glorificación del peronismo y en la comparación entre Perón y los próceres más caros a la historia nacional. Un buen ejemplo de la tónica que tomaría la educación se puede encontrar ya en 1947: «Así como tu sueñas en las glorias pasadas de la Patria, así también otros niños, en los siglos venideros, soñarán con la gloria del presente y envidiarán tu suerte. Porque tú estás viviendo en los años del Gobierno del GENERAL PERÓN, que es como Belgrano, un patriota cristiano; como San Martín, un libertador preclaro; como Rivadavia, un genial propulsor del progreso; como Sarmiento, un apóstol de la cultura. Pero hay algo en lo que no tiene antecesor. Es, como nadie, el DEFENSOR de los trabajadores y el PALADIN DE LA JUSTICIA SOCIAL. Abre tus ojos, niño, para ver la gloria presente de tu Patria hermosa»”.

Daniel D. Lurá Villanueva escribió: “Sobre todo, hay dos aspectos que yo creo que no se pueden dejar de reconocer, y que hay que mencionar. Uno es el culto idolátrico al jefe del partido y del Estado y a su esposa, lo cual, desde el punto de vista cristiano, está en flagrante contradicción con el mandamiento: «No tendrás dioses ajenos delante de mí»; y otro elemento que no se puede desconocer, el odio que se pregonó contra el adversario político, que está en contra del mandamiento de «Amar al prójimo como a uno mismo». Para mí, estos dos elementos son vitales, y me parece, como hecho, que la Iglesia debió haberse manifestado en forma clara, definida y constante para impedir que nuestro pueblo y, sobre todo, los miembros de la Iglesia, pudieran mantener ese culto y permitieran ese odio” (De “La naturaleza del peronismo” de Carlos S. Fayt-Viracocha Editores SA-Buenos Aires 1967).

Mientras que los Evangelios sugieren realizar ayudas anónimas al necesitado, el peronismo, a través de la Fundación Eva Perón, hacía ostentación de los beneficios que otorgaba, usando la asistencia social como propaganda política. La mayor parte del presupuesto destinado a la educación, por ejemplo, era desviado hacia dicha Fundación, de manera que los impuestos recaudados por el Estado se transformaban en beneficencia que el pueblo peronista atribuía a la bondad de Eva Perón; aunque nunca a quienes contribuían pagando sus impuestos, sustentando económicamente tales ayudas.

“Muchas sociedades de beneficencia se «llamaron a silencio» durante el régimen peronista. El temor a ser intervenidas por la Fundación Eva Perón, las obligó a manejarse sin publicidad alguna de sus actos, ni siquiera para campañas para recolección de fondos” (De “En defensa de los más necesitados” de Alberto Benegas Lynch (h) y Martín Krause-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998)

Va creciendo la figura de Eva Perón en la estimación de las masas; incluso la gran redistribuidora de lo ajeno se considera a si misma como un personaje digno de culto. Susana Bianchi escribió: “Pero Santiago Luis Copello tampoco despertaba las simpatías de Eva Perón. Se decía que ella no perdonaba al arzobispo no haber intervenido para que el Vaticano le otorgara durante su visita a Roma el título de Marquesa Pontificia. Incluso algunos encuentran allí el origen de los desaires de Evita hacia el cardenal”.

“En síntesis, si el peronismo había comenzado presentándose inspirado en el catolicismo, ya a comienzos de la década de 1950 se presentaba como equivalente, frente a la irritación eclesiástica”.

Félix Luna escribe: “Muchas veces el líder justicialista comparó su doctrina con la de Cristo y se manifestó un continuador de su prédica”.

El dictador no admitía competencia por parte de institución alguna, ya que toda manifestación pública debía quedar bajo el control estricto del Estado. El deterioro final entre Perón y la Iglesia comienza con una exitosa reunión de jóvenes en Córdoba, seguida de detenciones de sacerdotes no alineados con el peronismo. Félix Luna escribe al respecto: “El 19 de septiembre de 1954 fue para Córdoba una jornada muy especial. Se festejaba el Día del Estudiante, pero esta vez la celebración desbordó sus dimensiones habituales: más de 200 carrozas alegóricas desfilaron por el centro de la ciudad, aplaudidas por casi 400.000 personas”. “Era algo nunca visto. No solamente por su magnitud sino por esta particularidad: no había sido organizada por el gobierno ni por entidad oficialista alguna, sino por el Movimiento Católico de Juventudes”.

“Se trataba de una iniciativa lanzada por el arzobispo de Córdoba, monseñor Fermín Lafitte, con el propósito de neutralizar las actividades de la UES [oficialista], que desde el año anterior estaba realizando un activo proselitismo en los colegios”.

“La demostración de Córdoba no tenía el propósito de medir fuerzas con la UES sino de comprobar su capacidad de movilización. Era la uniformidad requerida por el régimen justicialista, su concepción absoluta del poder, lo que dio a aquellos actos el carácter de un enfrentamiento, una provocación”.

“Dentro de la concepción del Estado que sustentaba el líder justicialista, ningún poder podía oponérsele, ningún estamento, corporación o institución podía colocarse en una posición siquiera independiente. Todo debía estar supeditado al Estado dentro de una organización de la comunidad donde cada expresión sectorial tenía prevista su colocación y su función previamente determinada, salvo los partidos políticos a quienes, por una concesión a las formalidades democráticas, se les toleraba el reducido espacio para existir. La Iglesia, pues, no podía escapar a este ordenamiento”.

“Raramente Perón pudo hacerla peor…En el momento de su máximo poder había inventado un conflicto gratuito y artificial, un enfrentamiento innecesario, para echarse encima un poder temible que potenciaba, por acción de presencia, a todas las fuerzas dispersas del anti-peronismo” (De “Perón y su tiempo” (III)-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

El odio peronista, promovido desde el líder, conduce a sus seguidores a incendiar varios templos católicos de Buenos Aires y algunos del interior. Por esta razón, desde el Vaticano se excomulga a Perón. Sigue con la etapa poco “cristiana” de la venganza. “La ofensiva peronista se trasladó entonces al Congreso, donde muy pronto se aprobaron una serie de leyes que afectaban los principales intereses de la Iglesia, como la supresión de la enseñanza religiosa y la implantación del divorcio, al mismo tiempo que presentaban un proyecto de ley que proponía modificar la Constitución para establecer el principio de separación entre la Iglesia y el Estado. Además, un decreto establecía que los actos religiosos serían permitidos únicamente en lugares cerrados. Indudablemente la Iglesia quedaba fuera del espacio público”.

“Muy pronto los acontecimientos se volvieron ingobernables, incluso para las autoridades eclesiásticas. Los congregados [en la celebración de Corpus Christi] se lanzaron por las calles de Buenos Aires: apedrearon sedes de diarios oficialistas, destrozaron vidrios de edificios públicos, con pinturas de alquitrán escribieron las consignas «Muera Perón» y «Viva Cristo Rey», y llegaron al Congreso, arrancaron una placa de homenaje a Eva Perón y arriaron la bandera nacional para enarbolar la bandera papal” (Susana Bianchi).

Perón no tuvo mejor idea que hacer quemar una bandera argentina para culpar por ello a los manifestantes católicos. E.F. Sánchez Zinny escribió: “Nada, ni lo más sagrado, suponía un obstáculo en el juego sucio practicado por el dictador para cumplir sus perversos designios. Así, una hora después de finalizada la manifestación, se puso en obra un incalificable artificio a fin de comprometer a los católicos. Es cuando aparecen en la escalinata del Congreso Perón y su lugarteniente Borlenghi, exhibiendo, para los fotógrafos, una bandera argentina quemada. Se supo que desde el ministerio del Interior se urdió este sacrilegio, que no pudo cumplirse sin la autorización del único responsable de este tipo de ejecuciones totalitarias” (De “El culto de la infamia” (I)-Buenos Aires 1958).

Para abandonar la etapa del subdesarrollo, la acción prioritaria, de la mayor parte de los argentinos, debe ser la conversión al cristianismo, previo abandono del peronismo.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Rosas y su época

Por lo general, tratamos de encontrar la calificación justa de todo personaje histórico según haya sido su influencia. Ya que resulta difícil encontrar a quien hace todo bien como a quien hace todo mal, lo que siempre calificamos es la diferencia, positiva o negativa, en cuanto a su desempeño. En el caso de Juan Manuel de Rosas, se reconoce su eficacia administrativa aunque haya promovido una neta división social entre “amigos” y “enemigos”, por lo cual no debe considerarse como un ejemplo a seguir. Sin embargo, se aduce siempre que es mejor un mal gobierno que la anarquía, por lo que, en su momento, su gestión pudo haber sido un “mal menor”. “Tenía un temor visceral por el caos, del que derivaba una predilección casi obsesiva por el orden y el principio de autoridad”. “Esta predilección, servida por una excelente opinión de sí mismo y un gran orgullo, fue la base de sus tendencias autocráticas que se pusieron en evidencia cuando ejercitó el poder. Ya en su informe sobre el arreglo de la campaña proponía que ésta estuviese gobernada por un sujeto con «facultades tan ilimitadas como conviene al fin de levantar y organizar con viveza los muros de respeto y seguridad»” (De “Historia de los argentinos” de Carlos A. Floria y Cesar A. García Belsunce-Ediciones Larousse Argentina SAIC-Buenos Aires 1993).

Rosas tenía mayor confianza en el buen desempeño de un gobernante que en la promulgación de leyes y de una constitución adecuada. Es ante todo un conservador que trata de restaurar el orden monárquico que existía en la época de la colonia. Incluso algunos autores describen las acciones de Rosas como un plagio, o imitación, con el retardo de algunos años, del rey Fernando VII de España. Arturo Capdevila escribió: “A Rosas le llegan y le penetran el alma las palabras finales de la encendida proclama: «¡Españoles! Para vosotros está reservada la gloria de exterminar la hidra revolucionaria, que repelida de todos los Estados de Europa ha venido a buscar entre nosotros un asilo para esterilizar con sus calamidades la tierra de nuestro nacimiento. Que la más perfecta armonía sea la divisa de nuestra noble causa: que no haya entre nosotros más que una sola voluntad, donde no hay más que un solo interés y un solo deseo: la inmunidad de nuestra religión, de nuestro rey, de nuestra patria»”.

“El 31 de diciembre publicaba también El Argos un real decreto complementario de la anterior proclama. En él se establecía (y Rosas convertía en sangre de sus venas aquellos conceptos) que el mayor y más alevoso de los crímenes es querer cambiar un gobierno paternal por «un código democrático, manantial fecundo de desgracias». Bien que lo comprendieron las clases todas del pueblo que, hecho «a vivir bajo sabias y humanas leyes adaptables a sus costumbres y hábitos» -que por muchas centurias fueron la felicidad de sus antepasados- «testificaron su desprecio y aversión al nuevo sistema constitucional»”.

“En nombre de sentimientos similares hablará Rosas a sus tropas…Son como el eje de sus convicciones fernandinas estas palabras: «Juro aquí delante del Eterno que grabaremos siempre en nuestros pechos la lección que se ha dignado darnos tantas veces de que sólo la sumisión perfecta a las leyes y la subordinación respetuosa a las autoridades que por Él nos gobiernan, pueden asegurarnos la paz…»” (De “Nueva imagen de Juan Manuel de Rosas”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1956).

Como si fuese un rey, Rosas no inicia su segundo mandato, como Gobernador de Buenos Aires, hasta que le conceden un poder sin límites. Xavier Marmier escribió: “Por otra parte, estos jefes guardan también un puesto mucho más importante, el edificio principal de la política de Rosas, que es la prisión de Santos Lugares. Una denuncia innoble, una palabra, un gesto del dictador pueden hacer que el argentino sospechoso sea conducido a esa prisión y confundido con ladrones y asesinos, o condenado a fabricar ladrillos para el gobierno o para los oficiales de Rosas. Una vez que han pasado este Puente de los Suspiros, nada se sabe ya de él…lo separa del mundo entero y lo priva de toda comunicación con sus amigos. No tiene derecho a ninguna reclamación ni abogado alguno puede tomar su defensa. Ha sido encerrado allí por voluntad de Rosas, y no saldrá de allí sino por la voluntad, en un día de clemencia, en una hora de capricho del legislador todopoderoso”.

“El extranjero no tiene acceso a esa espantosa guarida, y sólo puede contemplar desde alguna distancia sus altos y espesos muros. Lo que allí pasa sólo puede saberse por rumores sombríos o por sordas revelaciones, pero lo que sí se sabe es que hay encerrados en ese recinto cientos de buenos ciudadanos que no han violado ningún artículo del código comercial o criminal, y que no han sido juzgados por ningún tribunal de justicia: hombres de quienes la policía ha llegado hasta olvidar el crimen de que se le acusó, y que seguirán encerrados hasta que el amo benigno, un día que escuche pronunciar el nombre al acaso, ordene que sean liberados, sin ninguna forma de proceso, así como fue ordenada su prisión” (De “Rosas visto por sus contemporáneos” de José Luis Busaniche-Hyspamérica Ediciones Argentina SA-Buenos Aires 1986).

El apoyo de sus contemporáneos se debe a que, por ser estanciero, lo recibe de otros estancieros, mientras que su estilo de vida lo hace cercano a los gauchos y a los peones. Alfredo d’Orbigny escribió: “Don Juan Manuel de Rosas, famoso en toda la República Argentina por la influencia que ejerce sobre la población de la campaña, es un rico propietario que administra en persona sus propias estancias y las de varios ciudadanos opulentos…No le falta cierta educación, escribe con facilidad; está dotado como la mayor parte de los criollos, de una gran penetración. Arrastrado por gusto y por cálculo hacia la vida y las ocupaciones rurales, ha hecho de estas últimas un estudio especial, y se ha hecho famoso entre todos los pastores por su destreza en montar a caballo, por la intrepidez con que se entrega a todos los ejercicios peligrosos que hacen su gloria y le aseguran la superioridad”.

“Siempre vestido en traje nacional, alimentándose como sus trabajadores, acompañándolos continuamente, y compartiendo frecuentemente sus trabajos, ha querido sobresalir todavía en la vida que llevan esos pueblos, imponiéndose privaciones penosas y del todo gratuitas; así es que en sus viajes ha adquirido el hábito de no aceptar cama, ni aún abrigo, y se acuesta sobre su recado, cerca del corral en que se encierran sus caballos”.

“Es el primero en levantarse, y se hace un mérito en desafiar el sueño, el hambre, el frío, la lluvia y los ardores del sol. Los hombres sensatos se ríen de esta ostentación de insensibilidad; pero la muchedumbre de los campos tomada por su flanco débil, admira y ensalza hasta las nubes a su digno émulo, y no habla de él sino con entusiasmo”.

“Por otra parte, un carácter de grandeza se liga a todas las empresas de Rosas; dotado de un espíritu de orden notable, y de una gran actividad, sus establecimientos están perfectamente administrados y pueden servir de modelos. Lo que sobretodo hay de loable en su explotación, es que no contento con las inmensas ganancias que dan los rebaños, se entrega con ardor a la agricultura. Siembra él solo casi tanto como todos los habitantes del Sud reunidos, y hace considerables plantaciones de árboles”.

“Aquellos Estados (porque este es el nombre que se puede dar a sus vastos dominios) son el refugio de los malhechores, seguros de encontrar una protección eficaz con tal que consientan en trabajar, y se enrolen en la severa disciplina a que el dueño somete a todos sus servidores. Rosas tiene el mayor cuidado de ellos, les paga exactamente, cuida él mismo de que estén bien alimentados, acordando siempre la impunidad a los crímenes cometidos fuera de sus propiedades, se muestra inexorable por los menores delitos cuyo teatro haya sido su territorio, haciendo justicia en persona, infligiendo castigos rigurosos, sin exceptuar ni aún la pena capital”.

“Acostumbrado a gobernar despóticamente los inmensos dominios que administra, fuerte en su popularidad, y en el afecto fanático de que es objeto en aquellas campañas, Rosas se ha declarado sucesivamente el sostenedor interesado, o el amargo censor de los diversos gobiernos que se han sucedido desde hace muchos años; y a pesar de su profunda disimulación, se conoce sin trabajo que aspira a ser el Jefe del Estado” (De “Prolegómenos de Caseros” de Diego L. Molinari-Editorial Devenir-Buenos Aires 1962)

El rigor de su gobierno incluye etapas de terror. “La descripción de Rosas como gobernante no se reduce a lo que podríamos llamar su caracterología. Él incorporó como métodos políticos –por primera vez en nuestra historia- la propaganda y el espionaje. La primera fue puesta en movimiento desde la víspera de su ascensión al poder y alcanzó su culminación en tiempo de la revolución de los Restauradores, en 1833; la segunda se perfeccionó durante su segundo gobierno y fue uno de los instrumentos del llamado «Terror» del año 40”.

“A medida que la guerra contra el General Paz arreciaba, Rosas aseguraba con más severidad el control de la provincia. El 15 de mayo de 1830 dictó un decreto que decía: «Todo el que sea considerado autor o cómplice del día 1 de diciembre de 1828, o de algunos de los grandes atentados cometidos contra las leyes por el gobierno intruso que se erigió en esta ciudad en aquel mismo día, y que no hubiese dado ni diese de hoy en adelante pruebas positivas e inequívocas de que mira con abominación tales atentados, será castigado como reo de rebelión, del mismo modo que todo el que de palabra o por escrito o de cualquier otra manera se manifieste adicto al expresado motín o a cualquiera de sus grandes atentados»”.

“La frase «que ni diese de hoy en adelante pruebas positivas e inequívocas» y la amenaza de ser «reo de rebelión» daban al gobierno un poder discrecional de persecución sobre los ciudadanos y sus opiniones” (De “Historia de los argentinos”).

Luego de la derrota militar que sufre en la batalla de Caseros, ante Urquiza, se advierte que muchos de sus seguidores lo traicionan. Nelson Castro escribió: “En tanto, en Buenos Aires, se asiste a un desfile incesante de gente que se acerca a Palermo para visitar a Urquiza. Entre los que van en busca del besamanos del vencedor de Caseros, se encuentran personas notorias que hasta el 3 de febrero por la mañana eran fervorosos acólitos de Rosas. Esta rápida mudanza no pasa inadvertida para el embajador británico, Robert Gore, quien, el 9 de febrero, escribe: «Casi todos los jefes en quienes Rosas confió se encuentran ahora al servicio de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del General Rosas. Nunca hubo hombre tan traicionado. El secretario confidencial que copiaba sus notas y despachos nunca falló en enviar copias a Urquiza de todo lo que era interesante o le interesaba conocer a éste. Los jefes que mandaban la vanguardia de Rosas se hallan ahora al frente de distritos. Nunca fue tan amplia la traición” (De “Rivales”-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2011).

lunes, 7 de diciembre de 2015

Yrigoyenismo

Con el ascenso al poder del radicalismo, se inicia una etapa de gobiernos que estiman que la economía debe subordinarse a la política, algo afín a los populismos. James Neilson escribió: “La frontera fue alcanzada hacia 1916, año del triunfo del radicalismo, movimiento basado en la convicción de que el crecimiento sin esfuerzo formaba parte del orden natural de suerte que la misión del político era repartir los frutos. Cerrados poco a poco los grifos por los cuales había corrido el torrente de dinero fácil, las contradicciones entre el pragmatismo liberal y el principismo nacionalista se hicieron cada vez más manifiestas, redundando en la alternancia de regímenes resueltos a reencauzar la economía, «ajustándola» a la realidad, y gobiernos, algunos muy populares –lo cual no es sorprendente- decididos a «subordinar lo económico a lo político»” (De “El fin de la quimera”-EmecéEditores SA-Buenos Aires 1991).

Con el yrigoyenismo se inicia la etapa de la “reparación radical”, que habría de corregir los males de la política anterior: conocida como el «régimen»; periodo que produjo el mayor crecimiento, tanto económico como territorial, de toda la historia argentina. Jorge Calle escribió: “Se sienta el señor Yrigoyen en el alto sitial de la presidencia, no tanto para cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, -despojos del régimen abolido- cuanto para realizar, aunque sea al margen del orden legal establecido, una misión providencial, dijérase ultraterrena, la cual, a lo que parece, responde al designio loado de redimirnos, de purificarnos”.

“Puesto que el radicalismo llega al gobierno en faz de regeneración, fuerza es convenir en que lo primero que se debe hacer es uniformar las opiniones –las que se están dividiendo al calor de una mala entendida libertad…”.

“Sustituye el señor Yrigoyen en el gobierno a los hombres que durante muchos lustros detentaran el poder y realizaran desde él –justo es reconocerlo- la grandeza moral y material de la Nación. Esto lo niega la reparación, pero no hay duda de que no lo piensa. Por lo demás, los políticos desplazados son hombres escépticos, que no dan crédito ni reconocen eficacia alguna –acaso tengan la razón terminal- a las peroratas de los redencionistas de populachos”.

“Mientras tanto, el radicalismo seducía a las masas justamente por su programa negativo. Lo propio sucediera en Rusia con el famoso programa bolchevique. La estupenda fórmula de Lenin, de «róbese lo robado», debía tener éxito acá en el terreno político-electoral, y quien sabe en qué otros importantes respectos”. “Es bien simplista el programa radical. Redúcese a destruir, a acabar con el oprobioso pasado” (De “Los iluminados”-Agencia General de librería y publicaciones-Buenos Aires 1922).

Los movimientos de tipo populista poco respetan sienten por las leyes, mientras que exaltan los derechos negando los deberes. “A la proclamación de derechos es preciso agregar una proclamación de obligaciones. Los espíritus más destacados de nuestros tiempos, ahitos de no ver en torno suyo sino agentes que blanden amenazadores sus derechos, empiezan a buscar algún reposo en la contemplación de la Edad Media que antepuso a la idea de derecho la idea de obligación”. “Y entre nosotros la masa electora no tiene ni siquiera, para ejercer sus derechos, la obligación de saber leer y escribir”.

Uno de los hábitos del yrigoyenismo fue la tendencia a la intervención de gobiernos provinciales; especialmente aquellos que mostraban diferencias con el gobierno central. “Hoy se regenera en el país sometiendo las provincias al poder federal. La reparación comporta, tal como se va realizando, la desnaturalización del régimen federal argentino…El unicato yrigoyenista deja disminuido al unicato del «régimen», aquel unicato que dicen produjo la crisis del año 90 y los motines cuarteleros del 93 y 95, untados de sangre”. “Se manda hoy a cada provincia, para reemplazar a los gobernadores, un procónsul, y estos dignos agentes son los que van aplanando, en nombre del nuevo credo, mediante los recursos del recetario intervencionista y la mansedumbre evangélica de los pueblos, las libertades públicas”.

Los gobernadores alineados con Yrigoyen tienden a adoptar sus actitudes. “Un gobernador de provincia, el de San Juan, el amable señor Jones, mandatario típicamente radical, impone la reparación institucional en el territorio de su mando, metiendo entre rejas a los diputados y senadores. Estos le han formado juicio político por haber violado la Constitución con una serie de actos inenarrables. Y el ejemplar mandatario contesta el oficio de su remoción, decretada legalmente por las cámaras legislativas, disponiendo el arresto y encarcelamiento de los legisladores”.

El mencionado gobernador fue luego asesinado. Irigoyen, en lugar de regirse por las leyes vigentes, envía a San Juan a un experto policía quien, mediante tortura, impone una “justa venganza” a los asesinos. Tal es la forma de “resolver” problemas en su gobierno. “Yrigoyen, único responsable de la situación de fuerza y oprobio que en nombre de la reparación estuvo sosteniendo en San Juan, no ya sólo contra las expresas decisiones del Congreso, que había dado tres meses antes del asesinato del gobernador la ley de intervención, sino también en contra de las propias confesiones de su gobierno, que reconociera la existencia en la provincia de una situación intolerable”.

“¿Y por qué el señor Yrigoyen mantenía al gobernador Jones, a pesar de haber sido suspendido en la Cámara? ¿Por qué no mandaba la intervención votada por el Congreso? Porque con el gobierno del señor Jones el señor Yrigoyen contaba en la provincia con un gobierno de pura cepa presidencial, con un gobierno amigo, en el concepto que utilizaba el término Facundo o el Chacho…”.

El radicalismo de Yrigoyen constituye la realización de los ideales de Leandro Alem. “El radicalismo debe ser una fuerza, una voluntad indomable: ¡Que se rompa, pero que no se doble –proclama el prócer”.

“He aquí el lema de la «causa», la razón de ser de su intransigencia, de su intolerancia, de la falta de flexibilidad de la política radical, de su incapacidad para la gestión gubernativa. El radicalismo, con arreglo a la irreductibilidad del lema del primer apóstol, no permite la oposición en sus ideas. ¡Es el único depositario de la verdad política! En el gobierno, como en la oposición, debe aventar toda disidencia”.

El radicalismo, en sus inicios, pretendió llegar al poder, no mediante elecciones, sino por medio de las armas. Una vez en el poder, utilizó tanto la policía como el ejército para favorecer la acción partidaria, en forma ilegal. “El partido gobernante conmemora todos los años, pirotécnicamente, el 4 de Febrero, la efemérides gloriosa por excelencia del esforzado partido. En ese día los cañones del Ejército argentino tronaron contra la autoridad constituida. Este acto de indisciplina militar es lo que celebra el radicalismo gobernante. ¡Ay de una nación, decía Pellegrini, en la Cámara de diputados, que debilite la disciplina del ejército, pues ese día se habrá convertido esta institución, que es garantía de las libertades del país y de la tranquilidad pública, en un verdadero peligro y una amenaza nacional!”.

“El señor Yrigoyen, que durante toda su vida de opositor consagrase su actividad a introducir entre los oficiales del ejército el espíritu de la indisciplina y de la rebelión, ¿ha variado de conducta después de ser presidente de la Nación?”. “Si corrompía al ejército antes de llegar al gobierno, concitando a su oficialidad a la revuelta armada, ahora le corrompe y le anarquiza mediante una política de ascensos y de postergaciones arbitrarias”.

Las dictaduras, tanto las que acceden legítimamente al poder, como las que no, se caracterizan por la anexión, por parte del Poder Ejecutivo, tanto del Legislativo como del Judicial. “En 1922, después de tantos años de práctica de la Constitución, que da al Poder Legislativo una posición preeminente en el sistema, el único que ordena y manda en la República es don Hipólito Yrigoyen, por medio de decretos. El Congreso Nacional está sojuzgado. Otro tanto sucede a las legislaturas de provincias”.

El doctor Carlos M. Puebla, ministro de José Néstor Lencinas, gobernador de Mendoza, yrigoyenista, expresó: “La Constitución y la ley son obstáculos insuperables para los gobiernos que, como todos los que responden a los principios del radicalismo, son bien intencionados”.

Una vez que se advierte la existencia de un gobierno populista, es de esperar el resto de las acciones típicas de tales gobiernos, como la confiscación de propiedades privadas para beneficio de quienes ejercen el poder desde el Estado. “Pocos días después….el Poder Ejecutivo [de Mendoza] expidió un decreto interviniendo la Compañía Vitivinícola, dirigido a adueñarse de la potente asociación que tenía en sus manos la dirección integral de la vitivinicultura, y que, en tal virtud, manejaba enormes sumas de dinero”. “El gobierno, al decretar la intervención de la Compañía, convertía en un mito la libertad industrial. De la fecha en adelante, ya no iban a ser los viñateros y elaboradores de vino los que manejasen sus negocios, sino el Poder Ejecutivo”.

“A la sociedad cooperativa fueron a dar todos los radicales que quedaron sin puesto, aunque la mayoría de ellos no sirviese para nada. Cualquiera tenía derecho al ingreso, siempre que acreditase servicios electorales al partido triunfante. El certificado de un comité oficialista, o el consabido «carnet» de afiliado a la causa….constituía una patente de idoneidad para ser empleado en la compañía”.

Los ataques a la libertad de prensa tampoco faltaron en la época yrigoyenista, como las detenciones policiales fuera de la ley. “Transcurridos dos meses desde la iniciación del gobierno de Lencinas, la opinión fue sorprendida por un hecho gravísimo. La policía había detenido al director de “La Tarde”, deportándolo del territorio de la provincia sin forma legal alguna”. “La deportación de ciudadanos constituía un recurso no ejercido por los gobiernos desde las épocas lejanas de la anarquía política que precedió a la organización nacional. Ninguno se había valido de él; tenía que ser uno radical, venido de faz de reparación, el primero que lo adoptase para deshacerse de los periodistas”.

El yrigoyenismo resultó ser el “ilustre antecesor” de otros populismos, como el peronista y el kirchnerista, inaugurando una etapa en que la Argentina adopta conscientemente el camino del subdesarrollo. Jorge Calle agrega: “Hemos llegado a la fórmula humanista del doctor Costa, el viejo y sutil parlamentario, quien dijo que, los radicales eran como los perros de las estancias; pelean entre ellos por el hueso que se les arroja, pero se lanzan con una fiereza sin igual contra el can de afuera que, herrabundo y famélico, pretende participar de su merienda”.

“Los radicales están unidos, ciertamente, por el cordón umbilical del presupuesto. Por eso, invariablemente, coinciden todos ellos en el vértice de la presidencia, que en estos tiempos de inefables purificaciones dispone de los presupuestos del país, merced a la panacea maravillosa de las intervenciones a las provincias por simples decretos”.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Unamuno y la religión

La creencia religiosa se fortalece cuando puede compatibilizarse con el razonamiento. Fe y razón deben ir juntas, de lo contrario, cuando se deja la razón de lado, puede caerse en el fanatismo o en la irracionalidad, o puede rechazarse la religión simplemente porque no puede razonarse sobre ella. Este es el caso de quienes aceptan parcialmente el cristianismo; no porque así lo quieran, sino porque no pueden aceptarlo plenamente. Quien está habituado al razonamiento lógico, desde su propio subconsciente tiende a rechazar todo lo que no sea coherente, sin que por ello se lo deba acusar de no creyente, ateo y demás descalificaciones provenientes de quienes se atribuyen el mérito de ser los “verdaderos creyentes”. Miguel de Unamuno escribió: “Creer en Dios es anhelar que le haya y es, además, conducirse como si le hubiera”.

Una de las formas de encontrarle coherencia al cristianismo implica considerarlo como una religión natural; al menos servirá para que muchos le den el sentido que todavía no le encuentran. La incoherencia surge al intentar compatibilizar la imagen de un Dios que interviene en los acontecimientos humanos con un mundo regido por leyes naturales invariantes. De ahí que la pregunta acerca de qué cree cada uno, debería reemplazarse por la pregunta acerca de cómo cree que funciona en realidad el mundo.

Miguel de Unamuno, que por cierto tenía el hábito de razonar sobre estas cuestiones, no estuvo exento de tales inconvenientes. Hernán Benítez presenta un panorama general del vinculo de Unamuno con la religión, escribiendo al respecto: “Las conclusiones escuetas a que he llegado al término de mi estudio son las siguientes:

1- Hasta sus veinte años fue Unamuno católico práctico. Desde entonces, por carecer de sólida preparación filosófica y teológica, difícil en aquel tiempo, si no imposible de adquirir, su condición de filósofo le arrojó a la lectura del racionalismo, protestantismo y modernismo, desatándole una terrible lucha entre la cabeza, luteranizada cada vez más, y el corazón, férreamente anclado en el catolicismo de su España, de su Vasconia, de su madre, de su esposa y de sus hijos.
2- Desde 1884 hasta 1911, esto es, desde los veinte hasta los cuarenta y siete años, sube sin declinar la gráfica de su deslumbramiento protestante, de su empeño por protestantizar a España y de su enemiga anticlerical. Pero en la última de las fechas mencionadas despierta, casi súbitamente, de su hechizamiento heterodoxo y se lanza a atacar al protestantismo con mucho más furor que al clericalismo, confesándose católico y asentando la grandeza de España en un acrisolamiento y robustecimiento de la fe católica, oreada de fanatismos, de politiquerías y de ignorancias.
3- Y si no volvió entonces a las prácticas sacramentales, no abandonadas definitivamente hasta cerca de los cuarenta años, fue en gran parte por haberle arrebatado la turbionada política que lo arrojó a combatir sin descanso al Monarca y al Dictador, por haber sido luego confinado al destierro y, tras éste, por haberle envuelto la guerra civil. Añádase encima las acometidas nada mansas llevadas contra él desde ciertos púlpitos y cierta prensa católica, las cuales, claro está, no le invitaban a frecuentar los sacramentos. Y no se piense en que acaso tuvo miedo a los ¿qué dirán?, pues era capaz de presentarse a comulgar en la misa mayor, aunque más no fuera por darle una espantada al cura que se le acercara con la Hostia santa.
4- Jamás en toda su vida, cualquiera fueran las vacilaciones de su cabeza, y ni siquiera cuando anduvo a las trastadas entre el protestantismo y el catolicismo, se le calmó en las entrañas el dolor del misterio. Jamás dejó de buscar a Dios, a quien llevaba en cada uno de los resuellos de su corazón…” (De “El drama religioso de Unamuno”-Universidad de Buenos Aires-Buenos Aires 1949).

Por lo general, la gente pregunta por la afiliación religiosa de alguien como si se tratara de la pertenencia a un club de fútbol o a una mutual. Unamuno responde ante esa actitud: “Tanto los individuos como los pueblos de espíritu perezoso –y cabe pereza espiritual con muy fecundas actividades de orden económico y de otros órdenes análogos- propenden al dogmatismo, sépanlo o no lo sepan, quiéranlo o no, proponiéndose o sin proponérselo. La pereza espiritual huye de la posición crítica o escéptica”.

“Escéptica digo, pero tomando la voz escepticismo en su sentido etimológico y filosófico, porque escéptico no quiere decir el que duda, sino el que investiga o rebusca, por oposición al que afirma y cree haber hallado. Hay quien escudriña un problema y hay quien nos da una fórmula, acertada o no, como solución de él”.

“Esos, los que me dirigen esa pregunta, quieren que les dé un dogma, una solución en que pueda descansar el espíritu de su pereza. Y ni esto quieren, sino que buscan poder encasillarme y meterme en uno de los cuadriculados en que colocan a los espíritus, diciendo de mí: es luterano, es calvinista, es católico, es ateo, es racionalista, es místico, o cualquier otro de estos motes, cuyo sentido claro desconocen, pero que les dispensa de pensar más. Y yo no quiero dejarme encasillar, porque yo, Miguel de Unamuno, como cualquier otro hombre que aspire a conciencia plena, soy especie única. «No hay enfermedades, sino enfermos», suelen decir algunos médicos, y yo digo que no hay opiniones, sino opinantes”.

“En el orden religioso apenas hay cosa alguna que tenga racionalmente resuelta, y como no la tengo no puedo comunicarla lógicamente, porque sólo es lógico y transmisible lo racional. Tengo, sí, con el afecto, con el corazón, con el sentimiento, una fuerte tendencia al cristianismo, sin atenerme a dogmas especiales de esta o de aquella confesión cristiana. Considero cristiano a todo el que invoca con respeto y amor el nombre de Cristo, y me repugnan los ortodoxos, sean católicos o protestantes –éstos suelen ser tan intransigentes como aquéllos- que niegan cristianismo a quienes no interpretan el Evangelio como ellos. Cristiano protestante conozco que niega el que los unitarianos sean cristianos”.

Unamuno rechaza tanto al crédulo como al incrédulo, postura que coincide con la expresión de Henri Poincaré: “Dudar de todo o creerlo todo, son dos posiciones igualmente cómodas, pues tanto una como la otra nos eximen de reflexionar”.

Unamuno agrega: “Y bien, se me dirá, ¿cuál es tu religión? Y yo responderé: mi religión es buscar la verdad en la vida y la vida en la verdad, aun a sabiendas de que no he de encontrarlas mientras viva; mi religión es luchar incesante e incansablemente con el misterio; mi religión es luchar con Dios desde el romper del alba hasta el caer de la noche, como dicen que con Él luchó Jacob. No puedo transigir con aquello del Inconocible –o Incognoscible, como escriben los pedantes- ni con aquello otro de «de aquí no pasarás». Rechazo el eterno «ignorabimus». Y en todo caso quiero trepar a lo inaccesible”.

“«Sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto», nos dijo el Cristo, y semejante ideal de perfección es, sin duda, inasequible. Pero nos puso lo inasequible como meta y término de nuestros esfuerzos. Y a ello ocurrió, dicen los teólogos, con la gracia. Y yo quiero pelear mi pelea sin cuidarme de la victoria. ¿No hay ejércitos y aun pueblos que van a una derrota segura? ¿No elogiamos a los que se dejaron matar peleando antes que rendirse? Pues ésta es mi religión”.

“Nadie ha logrado convencerme racionalmente de la existencia de Dios, pero tampoco de su no existencia; los razonamientos de los ateos me parecen de una superficialidad y futileza mayores aún que los de sus contradictores. Y si creo en Dios, o por lo menos creo creer en Él, es, ante todo, porque quiero que Dios exista, y después, porque se me revela, por vía cordial, en el Evangelio y a través de Cristo y de la historia. Es cosa de corazón”.

“Lo cual quiere decir que no estoy convencido de ello como de que dos y dos hacen cuatro”. “Si se tratara de algo en que no me fuera la paz de la conciencia y el consuelo de haber nacido, no me cuidaría acaso del problema; pero como en él me va mi vida toda interior y el resorte de toda mi acción, no puedo aquietarme con decir: ni sé ni puedo saber. No sé, cierto es; tal vez no pueda saber nunca, pero «quiero» saber. Lo quiero y basta”.

“Y me pasaré la vida luchando con el misterio y aun sin esperanza de penetrarlo, porque esa lucha es mi alimento y es mi consuelo. Sí, mi consuelo. Me he acostumbrado a sacar esperanza de la desesperación misma” (De “Mi religión”-Editora Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1955).

La actitud religiosa mencionada resulta ser una postura subjetiva, que podrá ser compartida por muchos. Sin embargo, como el universo es algo objetivo, regido por leyes concretas, aunque parcialmente desconocidas por el hombre, ha de admitir alguna vez una descripción también objetiva, de igual validez para todos los hombres. Luego, en lugar de hablar de creencias, podremos hablar de evidencias. Incluso la postura religiosa de mayor efectividad, tanto a nivel individual como social, podrá considerarse como la requerida por el orden natural para nuestra adaptación al mismo.

Esta religión natural, compatible con la ciencia experimental y con el cristianismo, posiblemente sea la indicada para revertir la tendencia declinante de las sociedades actuales, como así también para eliminar los conflictos interreligiosos por todos conocidos. Unamuno escribe: “Abrigo la profunda creencia de que si todos dijésemos siempre y en cada caso la verdad, la desnuda verdad, al principio amenazaría hacerse inhabitable la Tierra, pero acabaríamos pronto por entendernos como hoy no nos entendemos. Si todos, pudiendo asomarnos al brocal de las conciencias ajenas, nos viéramos desnudas las almas, nuestras rencillas y reconcomios todos fundiríanse en una inmensa piedad mutua. Veríamos las negruras del que tenemos por santo, pero también las blancuras de aquel a quien estimamos un malvado”.

“Y no basta no mentir, como el octavo mandamiento de la ley de Dios nos ordena, sino que es preciso, además, decir la verdad, lo cual no es del todo lo mismo. Pues el progreso de la vida espiritual consiste en pasar de los preceptos negativos a los positivos. El que no mata, ni fornica, ni hurta, ni miente, posee una honradez puramente negativa y no por ello va camino de santo. No basta no matar, es preciso acrecentar y mejorar las vidas ajenas; no basta no fornicar, sino que hay que irradiar pureza de sentimiento; ni basta no hurtar, debiéndose acrecentar y mejorar el bienestar y la fortuna pública y las de los demás; ni tampoco basta no mentir, sino decir la verdad”.

viernes, 4 de diciembre de 2015

La generación del 80

Puede considerarse al año 1880 como el del fin de la sociedad colonial y el inicio de la sociedad moderna. En esa época comienzan a concretarse los lineamientos básicos propuestos por la generación del 37 y en ella se destaca la figura de Julio A. Roca. Los pilares del cambio son la instrucción pública, la inmigración europea, la ampliación de las fronteras, la llegada de capitales y el comercio internacional. Juan Archibaldo Lanús escribió: “La Constitución de 1853 y la definitiva unidad nacional lograda con la fusión del Estado de Buenos Aires y la Confederación abrieron la etapa más creativa y transformadora de la historia argentina. Fue un momento en que un cambio de rumbo permitió iniciar una evolución que dejará atrás el país hispánico y criollo, para abrir su futuro a una intensa asimilación de ideas, técnicas, estéticas y políticas públicas inspiradas en el canon europeo no hispánico de la civilización industrial y en el ideario de la filosofía del progreso y el positivismo. Se creó un Estado, se establecieron reglas de derecho y un gobierno que debía rendir cuentas. Fue una evolución que se hizo con el optimismo de hombres y mujeres que vivieron a fondo la aventura de construir un país que lo quiso todo y pronto”.

“En una generación se pasó del malón al subterráneo –en 1913, se inauguró el subterráneo de Buenos Aires, primero en América Latina- y, en el mismo lugar donde se anegaban las ruedas del principal vehículo de transporte que eran las carretas tiradas por bueyes, se levantó el Teatro Colón, soberbio por su arquitectura, que pronto tendría la fama de ser uno de los mejores del mundo” (De “La Argentina inconclusa”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2012).

La región pampeana era un sitio inseguro debido a los ataques de los indios. Tal es así que la Provincia de Buenos Aires, en 1822, era una franja de apenas un 25% de la superficie actual, mientras que en 1858 era de aproximadamente un tercio. Los malones no sólo asediaban la frontera sur de la civilización, sino que también dominaban las actuales provincias del Norte argentino. La expansión del territorio nacional, que las involucra junto a la Patagonia, se debió a la eficaz campaña al desierto del Gral. Roca. O.E. Cornblit, E. Gallo (h) y A.A. O’Connell escribieron: “El éxito del gobierno nacional en la guerra con el indio y su consiguiente expulsión más allá del Río Negro, constituye otro de los rasgos salientes de ese «momento» político. Este evento tuvo, como lo señala Estanislao Zeballos, una triple repercusión: económica, política y militar. Al mismo tiempo que se reafirmaba la soberanía nacional sobre la Patagonia, en aquella época en litigio con Chile, y se eliminaba uno de los últimos reductos de conflicto armado, se rescataban para la Nación inmensas extensiones de tierra productiva, a la par que se eliminaba definitivamente el pillaje y la destrucción causados por las constantes incursiones de los indios. En este sentido se ha señalado que «entre 1820 y 1870 los indios habían robado 11 millones de bovinos, 2 millones de caballos, 2 millones de ovejas, matado 50.000 personas, destruido 3.000 casas y robado bienes por el valor de 20.000.000 de pesos»…..«en términos económicos, el control indígena del sur de la provincia de Buenos Aires y del oeste y norte de Santa Fe, significaba la preservación de una forma primitiva de producción y la absorción de excedentes de producción primitivos hacia Chile»” (De “Argentina, sociedad de masas” de Torcuato S. Di Tella y otros-EUDEBA-Buenos Aires 1965).

Por otra parte, Lanús escribió: “Aun no habían finalizado las operaciones de ocupación del Chaco «impenetrable» en el norte del país, cuando en Buenos Aires se inauguraba el «tranvía eléctrico –tranway- único en América Latina y uno de los primeros en el mundo. Aquellos que habían combatido en la guerra del desierto para entregarle al Estado Nacional más de un millón y medio de kilómetros cuadrados (arrebatados al universo indígena) podían al final de sus vidas recorrer el trayecto de Plaza de Mayo-Once en un viaje de subterráneo”.

“Quien cuando niño conoció el malón que el invencible cacique Calfucurá organizó con tres mil setecientas lanzas sobre las poblaciones de 9 de Julio y 25 de Mayo, pudo en su madurez admirar en la Capital Federal la estructura de hormigón armado más elevada del mundo: el Edificio Kavanagh” (De “La causa argentina”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1988).

El desarrollo argentino de esa época se debió a la visión liberal de sus gobernantes, que consideraban que el Estado no debía entorpecer la actividad productiva y, a la vez, debía favorecerla; algo que fue olvidado por las generaciones posteriores. Julio A. Roca expresó: “Mi opinión es que el comercio sabe mejor que el gobierno lo que a él le conviene; la verdadera política consiste, pues, en dejarle la más amplia libertad. El Estado debe limitarse a establecer las vías de comunicaciones, a unir las capitales por vías férreas, a fomentar la navegación de las grandes vías fluviales…levantar bien alto el crédito público en el exterior…Respecto de la inmigración, debemos protegerla a todo trance…” (“Argentina, sociedad de masas”).

En la actualidad, un gran sector de la población considera “negativo” el proceso por el cual la nación se ubicó séptima en el mundo; siendo el sector que admira al indio salvaje tanto como a la guerrilla pro-soviética de los 70 y a la delincuencia urbana actual, ya que tales formas de violencia se oponen a la “civilización occidental” y a la “burguesía” en ascenso.

El principal factor económico de crecimiento fue la ganadería. Lanús escribió al respecto: “Los estancieros habían iniciado el proceso de transformación de su producción de carne sin saber cuál sería el destino del nuevo producto, sin conocer el mercado internacional. Algo similar ocurrió en la década de los noventa del siglo XX, cuando tuvieron lugar una serie de innovaciones tecnológicas en la siembra y en la genética de las semillas, que permitió, diez años después, más que triplicar la producción de granos y hacer frente a la fuerte demanda de soja de la República de China. En ese caso, también las innovaciones fueron «ex-ante» a las oportunidades de mercado”.

“Lo que es importante señalar en el caso de la transformación que llevó a cabo, a fines del siglo XIX, la vanguardia ganadera, es que ella no requirió subsidios ni proteccionismo. Los estancieros supieron aprovechar con talento las oportunidades que entonces les brindó un mundo que demandaba productos primarios que el país estaba en condiciones de ofrecer”.

“La estrategia productiva a largo plazo que permitió la adopción de tecnologías innovadoras en la producción de carne, fue el resultado de felices iniciativas adoptadas por un grupo de estancieros que cambiaron no solo el perfil productivo sino que permitieron la incorporación de la Argentina al mercado mundial de carnes. Después vino el desarrollo agrícola con un éxito similar. Fue esa vanguardia a la que la Argentina le deberá –por tal razón y por su involucramiento en la producción cerealera- el haber logrado hacia el Centenario el rango de una de las naciones más ricas del mundo” (“La Argentina inconclusa”).

Generalmente, se asocia la desigualdad económica a una “injusta distribución de la riqueza” sin tener en cuenta que previamente ha habido una “injusta distribución de la responsabilidad” por la producción. Los sectores productivos tienen la obligación moral de reinvertir ganancias para favorecer los sectores de menores ingresos, mientras que éstos deben tratar, al menos, de contribuir laboralmente con su propio mantenimiento. Si el sector productivo deja de producir, deja de haber riqueza; algo opuesto a la creencia generalizada de que la riqueza consiste en bienes disponibles que la naturaleza otorga a todos los hombres (como el agua y el aire) y que si unos tienen mucho, es porque se lo han quitado a los que tienen poco. Esta falacia populista es promovida por políticos irresponsables que mantienen al país en pleno subdesarrollo en su afán de lograr poder y ventajas personales.

La Argentina agrícola-ganadera asume su rol, en la división internacional de la producción, de “granero del mundo”, aceptando lo que mejor sabe hacer. Sin embargo, fue un error creer que ese papel habría de perdurar por siempre. Desde la población no surgió a tiempo una industrialización que fuera capaz de suplir aquella especialidad, por lo que la bonanza quedó limitada a una época. Con el aumento de la población mundial de unos 100 millones de habitantes anuales, sigue en vigencia la conveniencia de acentuar la producción agrícola-ganadera, mientras que las demás actividades productivas deben promoverse igualmente ya que el avance tecnológico ha hecho innecesaria una cantidad de puestos de trabajo que exceda unos pocos tantos por ciento de la oferta laboral, tanto en las actividades agrarias como en las industriales.

Los gobiernos de las últimas décadas del siglo XIX debieron solucionar, no sólo el conflicto con los indios, sino también con los diversos caudillos ante la división existente entre Buenos Aires y las provincias. Natalio R. Botana escribió: “El drama en el que Roca representará un papel protagónico no era historia reciente para el conjunto de pueblos dispersos que apenas llevaban siete décadas de vida independiente. Tampoco la guerra era un medio desconocido por los bandos en pugna que dirimían sus querellas a través de un espacio territorial extenso en superficie y escaso en población. Siete décadas no habían bastado para constituir una unidad política, ni mucho menos para legitimar un centro de poder que hiciera efectiva su capacidad de control a lo ancho y a lo largo del territorio nacional. Esto es lo que en definitiva se planteaba en 1880. La solución de tal problema habrá de alcanzarse por medio de la fuerza, siguiendo una ley interna que presidió los cambios políticos más significativos en la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX”.

“Tras estos hechos de sangre se escondía un enfrentamiento entre dos regiones que reivindicaban intereses contrapuestos: Buenos Aires y el interior”. “El significado último del conflicto entre Buenos Aires y el interior residía, aunque ello parezca paradojal, en su falta de solución, pues ambas partes se enfrentaban sin que ninguna lograra imponerse sobre la otra. De este modo, un empate inestable gobernaba las relaciones de los pueblos en armas mientras no se lograra hacer del monopolio de la violencia una realidad efectiva y estable” (De “El orden conservador”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1977).

A pesar de los errores cometidos por la generación del 80, que fueron muchos, el balance resulta positivo. Sin embargo, el posterior ascenso del radicalismo de Hipólito Yrigoyen lo hace bajo la consigna de “reparar el país”, quitando todo mérito al roquismo. De ahí que en el futuro resulta natural que sean alabados quienes gobiernan mal y descalificados quienes gobiernan bien, dependiendo de la habilidad del político de turno para deformar tanto la realidad histórica como la presente.