martes, 31 de enero de 2012

El odio colectivo

Cuando la democracia se desvirtúa, aparece la demagogia y el populismo. Los demagogos se caracterizan por utilizar la promoción directa y abierta del odio colectivo como medio para lograr el poder político. José Ortega y Gasset escribió: “Es muy difícil salvar una civilización cuando le ha llegado la hora de caer bajo el poder de los demagogos. Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana sucumbieron a manos de esta fauna repugnante que hacía exclamar a Macauly: «En todos los siglos, los ejemplos más viles de la naturaleza humana se han encontrado entre los demagogos»”. “La demagogia es una forma de degeneración intelectual” (De “La rebelión de las masas”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

Podemos sintetizar los principales atributos del demagogo:

1- Promueve el odio colectivo y la división de la sociedad en sectores.
2- Busca metas personales como el poder y la popularidad.

Mientras que el intelectual busca siempre la verdad, el demagogo busca los votos, y el poder ilimitado, a cualquier precio. José Ortega y Gasset escribió: “La misión del llamado «intelectual» es, en cierto modo, opuesta a la del político. La obra intelectual aspira, con frecuencia en vano, a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele, por el contrario, consistir en confundirlas más de lo que estaban”.

Lo habitual en el demagogo es el estímulo del odio entre sectores, tratando de ubicarse del lado del sector mayoritario para tener asegurado el triunfo en futuras elecciones. Herbert Lüthy dijo:

“El odio colectivo es necesariamente impersonal, abstracto, y en él es indispensable el acto mental teorético. Toda la suma heterogénea de sentimientos de malestar que pueden acumularse en situaciones históricas desafortunadas se atribuye al común denominador de una causa exterior culpable de todos los males, a un enemigo colectivo. Se trata entonces de un grupo de «otra especie», una nación, una clase, un sistema de poder que es la encarnación del mal”.

“Cual sea este grupo es cosa que depende de la historia. Pueden ser los judíos, los masones, los jesuitas, los herejes, la nación vecina, los socialistas, los especuladores o los capitalistas. El arte de hacer creer que existe un enemigo común es el arte político de los grandes cabecillas. Cuando una colectividad entera o una fracción importante se encuentran sumidas en dificultades vitales, en una crisis profunda, cuando sufren agitaciones y se va acumulando la materia prima para un estallido de odio carente todavía de objetivo, el hallazgo de un objeto odioso donde descargar el malestar colectivo constituye un hecho capaz de engendrar colectividades y prosélitos. Es mucho más difícil formar y mover a las masas hacia una meta positiva que agruparlas en torno a la bandera de un odio colectivo”.

El ideólogo que estimula el odio entre sectores, por lo general no acepta críticas adversas ya que siempre tiende a justificarse aduciendo los defectos del grupo opositor, fundamento único de sus acciones, de sus ideas y de sus prédicas. Cuando se admira el “éxito” que logra el marxismo a nivel ideológico, pocas veces se tiene en cuenta que destruir es mucho más fácil que construir. Debemos admirarnos del que predica el amor al prójimo exitosamente, antes que de quienes predican el odio con eficacia.

Una de las figuras más influyentes y populares de la Argentina fue Juan D. Perón, quien produjo en la sociedad argentina una gran división. El sector peronista tenía un enemigo unificado bajo el adjetivo de “la oligarquía”. Juan José Sebreli escribió:

“La discusión entre dos ideas distintas, la tolerancia hacia el otro, esencial para hablar de una idea democrática y pluralista, hubiera sido inconcebible en el peronismo, que dividía la sociedad en términos antagónicos, irreconciliables, patria-antipatria, pueblo-oligarquía, nación-imperialismo, la contraposición entre «nosotros» y «ellos» era constante en el discurso peronista”.

“Perón mismo predicaba la violencia en sus discursos públicos, con una franqueza inusual aun en los grandes dictadores:

“El día que ustedes se lancen a colgar, yo estaré del lado de los que cuelgan” (2/8/46).
“Entregaremos unos metros de piola a cada descamisado y veremos quién cuelga a quién” (13/8/46).
“Con un fusil o con un cuchillo a matar” (24/6/47).
“Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores” (8/9/47).
“Vamos a salir a la calle una sola vez para que no vuelvan más ellos ni los hijos de ellos” (3/6/51).
“Distribuiremos alambres de enfardar para ahorcar a nuestros enemigos” (31/8/51). “Compañeros, cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si ello fuera necesario, la historia recordará la más grande hoguera que haya encendido la humanidad hasta nuestros días” (7/5/52).
“Vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo” (16/4/53).
“Hay que buscar a esos agentes y adonde se encuentren colgarlos de un árbol” (16/4/53).
“Eso de la leña que ustedes me aconsejan ¿porqué no empiezan ustedes a darla?” (16/4/53).
“Aquél que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades puede ser muerto por cualquier argentino (…) Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos (…) Que sepan que esta lucha que iniciamos no ha de terminar hasta que los hayamos aniquilado y aplastado (31/8/55)”. (De “Crítica de las ideas políticas argentinas”-Juan José Sebreli-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2004).

Siguiendo las insinuaciones de quemar, sus seguidores incendiaron varios templos cristianos (católicos) lo que no resultó extraño dada la diferencia esencial existente entre el amor colectivo predicado por Cristo y el odio colectivo predicado por los demagogos. También es oportuno mencionar que Perón promovió el accionar de los grupos guerrilleros de izquierda en la década de los 70, aunque luego de “usarlos”, los rechazó. De alguna manera trató de materializar la guerra civil que venia gestando desde sus primeras presidencias. Con el revisionismo histórico impulsado por las autoridades nacionales vigentes, no es de extrañar que Perón sea considerado como un héroe nacional a la misma altura que San Martín, ya que, en la Argentina, todo es posible.

Si bien el demagogo es el principal factor impulsor del odio colectivo, ello no implica que todo sector opositor quede excluido de culpa ante un accionar fuera de la ley. No debemos comparar a un demagogo con la oposición y de ahí aclamar a ésta como la que está exenta de todo defecto. Debemos, por el contrario, comparar la acción del demagogo con la acción acorde a la ética elemental, y luego, debemos comparar la acción del opositor con esa misma referencia, para salir del círculo vicioso de la interminable disputa entre dos bandos en conflicto.

Con el auge de los medios masivos de comunicación, se ha llegado al extremo de que todo lo negativo del hombre sea estimulado con fines políticos. Las tendencias políticas basadas en el odio, por lo general concentran sus esfuerzos en la destrucción y en la difamación del enemigo, sin apenas concentrarse en promover la sociedad que anhelan, que muchas veces ni siquiera es posible su existencia. En el caso del marxismo, la lucha consiste en destruir la sociedad capitalista para, seguidamente, estatizar los medios de producción. Se supone que, una vez destruida la “clase social incorrecta”, surgirá la paz, la armonía y la felicidad por cuanto ya “no existirá el Mal”. Herbert Lüthy dijo:

“Como el odio es un sistema intelectual y su provocación es una empresa premeditada, todo intelectual –restituyendo a esta palabra la honorabilidad que le corresponde- debe comprometerse, primero, a rechazar la llamada del odio y, segundo, a emprender la lucha, en lo que alcancen sus medios y recursos, contra los logreros del odio. Con esto quiero decir que estamos obligados a pedir explicaciones a esos profetas y viajantes del odio sea donde sea, no preguntándoles por el objeto de su odio y de su denuncia –sobre esto son muy elocuentes- sino qué quieren concreta y positivamente; no contra quién, sino a favor de qué se apasionan. Entonces, casi siempre se desconciertan” (De “El odio en el mundo actual” de Alfred A. Häsler-Alianza Editorial SA-Madrid 1973).

En alguna parte del Apocalipsis, se dice que “las estrellas caerán…”, simbolizando, no un fenómeno astronómico, sino un deterioro ético significativo, tal la prédica masiva, abierta y desinhibida, del odio colectivo, y su masiva aceptación como “una variante” de las formas tradicionales de hacer política. Herbert Lüthy dijo: “Incluso en Europa los predicadores del odio se han convertido en los profetas de la nueva época para toda una juventud universitaria y escolar. Estoy pensando en Ernesto Che Guevara, cuyo último manifiesto fue un himno al «odio implacable de los desheredados», «al odio que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar»”.

El Che Guevara predicaba también con su ejemplo, ya que asesinó con su propia arma a unos 216 hombres, además de ordenar a sus subalternos más de 1.500 fusilamientos. Nicolás Márquez escribió: “Vale destacar que ninguno de estos crímenes se produjo en el marco de enfrentamientos armados, sino que estamos hablando de ejecuciones a sangre fría, la mayoría sin el trámite protocolar del «juicio sumarísimo» y muchos de ellos contra víctimas de su propia tropa” (De “El canalla”-Nicolás Márquez-Buenos Aires 2009).

Guevara mostraba que, efectivamente, era lo que predicaba; “una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar”. De todas formas, difería bastante de sus camaradas por cuanto, con sinceridad, mostraba sus intenciones, algo que cuesta encontrar en los demás marxistas. Herbert Lüthy dijo:

“Parece que precisamente entre los intelectuales, quizá como compensación de cierta anemia en su vida cotidiana, se desarrolla una especie de ansia de sensaciones fuertes y, particularmente, una inclinación irresistible por predicar la violencia en nombre de los humillados y ofendidos. En nombre propio, claro, no pueden”.

“El proletariado había desilusionado al revolucionario intelectual; y ahora éste pone su esperanza en los «subdesarrollados» y vuelve de nuevo a engañarse. Hay un problema propio del intelectual, del sociólogo y del filósofo que quisiera lanzarse a la política y que tiene sed de acción; es decir, que podrá intervenir sólo en calidad de delegado al que nadie le ha conferido la delegación”.

La prédica del amor es el antídoto natural contra el odio, de ahí que toda religión que lo predique, como es el cristianismo, resulta ser un objetivo a destruir. De ahí la frase de Marx: “La religión es el opio de los pueblos”, a lo que Herbert Lüthy le responde: “El odio es el opio del pueblo. No se puede luchar contra el opio, pero sí contra los traficantes, contra el tráfico de opio. Es lo único que está en nuestro poder”.

lunes, 23 de enero de 2012

Extracción social de caudillos y revolucionarios

Entre los estudios sociológicos tradicionales se encuentra el de la extracción social de los integrantes de distintos grupos con notoria influencia en su medio. Consideraremos en primer lugar al conjunto de caudillos que se desempeña en la Argentina entre 1810 y 1870. Entre todos, se estudiaron con mayor detenimiento a 18 de ellos, prescindiéndose de varios más por la carencia de datos o por ser menos importantes. Tal estudio sociológico se debe a Rubén H. Zorrilla y aparece en “Extracción social de los caudillos” de Editorial La Pleyade -Buenos Aires 1972.

En cuanto al significado de “caudillo”, el autor mencionado escribe: “Los caudillos fueron jefes militares –o civiles que asumieron el rol militar- y que en el periodo 1810-1870 ejercieron un poder no institucionalizado, simultánea o alternativamente, en una cierta área del país, contando para ello con el apoyo de las fuerzas armadas existentes y con algún consenso popular -variable según los períodos y las regiones que se consideren”.

La lista de los caudillos considerados es la siguiente: Francisco Ramírez (Entre Ríos), Estanislao López (Santa Fe), Gervasio José de Artigas (Banda Oriental), Juan Bautista Bustos (Córdoba), Juan Manuel de Rosas (Buenos Aires), Facundo Quiroga (La Rioja), Bernabé Aráoz (Tucumán), Juan Felipe Ibarra (Santiago del Estero), Pedro Ferré (Corrientes), Martín Güemes (Salta), Ángel Vicente Peñaloza (La Rioja), Justo José de Urquiza (Entre Ríos), Alejandro Heredia (Tucumán), Antonino Taboada (Santiago del Estero), Nazario Benavídez (San Juan), Juan Felipe Varela (Catamarca-La Rioja), Fructuoso Rivera (Banda Oriental) y Félix Aldao (Mendoza).

Uno de los aspectos más llamativos es el “estado de guerra” entre caudillos. En un cuadro que aparece en el libro mencionado se muestra que cada uno estaba en guerra con uno, dos o más caudillos, simultáneamente, a excepción de Heredia y Quiroga, siendo Rosas el que mantiene mayor cantidad de conflictos; en su caso, con otros seis caudillos. Cuando se habla de “guerra civil”, por lo general se piensa en dos bandos en conflicto, por lo que la guerra civil entre caudillos resultó bastante más compleja.

Por lo general, tales personajes eran hacendados con un nivel económico alto, siendo su principal ocupación la de militar, hecho que se explica por la necesidad que tenían para controlar las grandes estancias que poseían. Varios de ellos heredan tierras de sus padres y abuelos. Téngase en cuenta que en el periodo previo a la emancipación de las antiguas colonias, todas las tierras pertenecían a la realeza española y que, para acceder a esas tierras, había que tener algún vínculo importante con dicha realeza, en lugar de adquirirse mediante el trabajo y la producción, como ocurrió en otros países. Rubén H. Zorrilla escribe:

“La posesión de la tierra –que en muchos casos no tenia en sí misma gran valor- denuncia conexiones estrechas con la burocracia colonial porque sólo con su anuencia era posible alcanzar la condición de gran propietario”.

Como puede observarse en la lista previa, y como era de esperar, predominan apellidos de origen español, lo que contrasta con periodos posteriores de la historia argentina en la que aparecen apellidos de origen italiano y otros, además del español, luego de la fuerte inmigración iniciada a finales del siglo XIX.

También aparecen apellidos de familias tradicionales en el grupo guerrillero urbano Montoneros, que tiene una activa participación durante la década de los 70 del siglo XX. Mientras que los caudillos del siglo XIX eran, a pesar de sus defectos, algo auténticamente nacional, el grupo terrorista Montoneros lucha militarmente para que su propio país pase a ser una colonia más del ex Imperio Soviético. Juan José Sebreli escribe:

“La base social de Montoneros era de clase alta, clase media y algunos sectores lumpen [«proletariado en harapos»], no abundaban en cambio los obreros. Entre los doce miembros fundadores sólo había un obrero y éste provenía de la militancia católica. Una encuesta de opinión efectuada entre 1971 y 1972 mostraba que las clases media y alta, en especial sus sectores juveniles, eran más proclives a justificar el terrorismo que la clase baja. Se destacaba, sobre todo, un sector constituido por descendientes de la clase alta patricia aunque algunos venidos a menos –notorios apellidos de las más rancias familias nutrían sus filas: Muñiz Barreto, Vélez, Berazategui, Quintana, Lamarca, Guerrico, Capdevila, Saénz Valiente, Salguero, Lozada, Urdapilleta, Ezpeleta, Abal Medina, Álzaga, Padilla, Paz, Iribarren-. Algunos de los primeros Montoneros caídos –antes de que se empleara la técnica de la «desaparición»-fueron sepultados en el aristocrático cementerio de la Recoleta y sus exequias constituían una reunión de gente elegante que se retiraba discretamente antes de que entrara la policía a reprimir a los jóvenes”.

“Otros sectores lo formaban los hijos de conocidos funcionarios políticos, civiles y militares: Fernando Vaca Narvaja, descendiente del ministro y gobernador de Córdoba; Carlos Alsogaray, hijo del general Julio Adolfo Alsogaray y sobrino de Álvaro, el varias veces ministro de economía”.

“Cualesquiera que fueran las argumentaciones ideológicas de su accionar, estos sectores de clase alta en declinación o de clase media en ascenso sin ubicación precisa en el establishment creía encontrar en la revolución violenta una fórmula que les permitiría el acceso al poder, reemplazando, en una doble sustitución, a la burguesía tradicional y al proletariado impotente para la misión revolucionaria que se le había asignado en otro tiempo y con otra ideología” (De “Critica de las ideas políticas argentinas”- Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).

Quien se sorprenda, al asociarse a la gente que tiene (o alguna vez tuvo) mucho dinero, con la lucha armada a favor del socialismo, por encontrarlos contradictorios, debe tener presente que en ambos casos se busca un poder personal excesivo, lo que contrasta notablemente con la mentalidad de la clase media. El guerrillero socialista esperaba, a través del éxito militar, el objetivo del “va todo al ganador”, es decir, llegar a controlar el Estado para tener todo el poder militar, político, económico y jurídico en sus manos, como es el caso de Fidel Castro, que fue la inspiración para Montoneros. Los verdaderos jóvenes idealistas son los que, mediante el trabajo y la innovación, tratan de hacer cada día algún aporte positivo a la sociedad en que viven. Juan José Sebreli escribió:

“El desprecio por la vida, la propia y la ajena, era defendido por Firmenich: «Si uno se preocupa por las vidas no hace política. Hacer política es preocuparse por el poder, no por las vidas»”.

Siguiendo en el pasado, esta vez consideraremos la intervención de judíos en la Revolución bolchevique de 1917, llamando la atención el porcentaje de miembros de esa colectividad que ocupan lugares predominantes. Esteban J. Malanni afirma que, de 106 líderes de tal movimiento, el 59% eran judíos siendo sólo del 4,1% el porcentaje de judíos en la población rusa de entonces. Recordemos que Marx y Trotsky, ideólogo y promotor revolucionario, eran de ese origen. Incluso el financiamiento económico de la revolución provino de un banco judío de EEUU, tal el Kuhn, Loeb & Cía. El autor mencionado escribe: “Diez personas integran la Comisión Permanente Política y la Central Revolucionaria de Guerra, los dos organismos que decidieron, virtualmente, la preparación y la realización del movimiento bolchevique. Ellas son: Lenin (ruso), Stalin (georgiano), Trotsky (judío), Dsershinski (polaco), Bubnof (ruso), Zinovief (judío), Kamenef (judío), Sverdlof (judío), Sokolnikof (judío), Uritsky (judío)”.

Max Nordau escribió: “¿Creéis, pues, vosotros que es por azar que se hallan en el nacimiento del socialismo contemporáneo los judíos Marx y Lassalle; y que, aun ahora, entre los teóricos del socialismo, ocupan los judíos los primeros puestos? Estos hombres, por más que renieguen de su judaísmo, están dominados, sin saberlo, por un atavismo judío”, mientras que el estadista británico Benjamín Disraeli expresó: “Se puede ver hasta dónde alcanzó la influencia judía en las últimas revoluciones de Europa. Se produjo un movimiento contra la tradición, la religión y la propiedad” (Citado en “Comunismo y judaísmo” de Esteban J. Malanni-Editorial La Mazorca-Buenos Aires 1944).

El mundo cristiano y de otras religiones ha estado históricamente contra los judíos, mientras que los judíos han estado históricamente en contra del cristianismo y de otras religiones, de donde surge la causa esencial de muchos conflictos. Esteban J. Malanni escribió: “Toda la población judía de Rusia contribuyó a la revolución, con su acción personal, su propaganda periodística o su dinero, porque deseaba el derrumbe del régimen zarista, que le vedaba el avecindamiento en las grandes ciudades y, en general, le negaba los derechos acordados a sus súbditos cristianos”, mientras que Atilano Domínguez, en la introducción histórica del “Tratado teológico-político” de Baruch de Spinoza (Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994) escribe: “En el mundo judío, Spinoza trae a primer plano el odio a los extranjeros y de los extranjeros; en el mundo cristiano, la especulación y la ambición”.

Recordemos que en el Antiguo Testamento se admite una venganza equitativa en el “ojo por ojo….”, mientras que en el Nuevo Testamento, admitido sólo por cristianos, se prohíbe tal conducta. Incluso en libros sagrados judíos se promueven divisiones y antagonismos que perduran en la época actual. Malanni escribió: “El Talmud, más bien contribuye decisivamente al aislamiento de Israel, inculcando en él la soberbia de pueblo elegido, superior a los demás, como los hombres son superiores a los animales”.

No todos los judíos adoptan una actitud de venganza ante las circunstancias adversas, sino que optan por emigrar hacia otros países. Sheldon L. Glashow escribió: “Mis padres, Lewis Glashow y Bella (Rubin de soltera), emigraron de Bobruisk a Nueva York a comienzos del siglo. En EEUU encontraron la libertad y las oportunidades negadas a los judíos en la Rusia de los zares” (De “El encanto de la Física”-Tusquets Editores SA-Barcelona 1995). Con el tiempo, el mencionado autor recibe el Premio Nobel de Física.

Luego de la descripción de los hechos históricos considerados, como así también de algunas características del grupo social que les dio origen, surge la natural necesidad de establecer cierta teoría que los abarque a todos, lo que no resulta sencillo. Una posibilidad será considerar que la mayor parte de los grupos mencionados estuvo constituido por individuos que llevaron en sus mentes cierta idea de superioridad social familiar, de clase o religiosa, y que por ello mismo sintieron como legítima la lucha por el poder personal y grupal. Esa tendencia se acentúa en cuanto el individuo “superior” pierde la posición social heredada y trata, por cualquier medio, de reconquistar la posición social que cree digna de su linaje familiar, o de su grupo social o religioso. Recordemos que Ernesto Che Guevara pertenecía a una familia distinguida venida a menos: otro tanto sucedió con el escritor Leopoldo Lugones quien alguna vez expresó: “Ha sonado otra vez, para bien del mundo, la hora de la espada”. Justamente su nieta, Susana (Pirí) Lugones, toma las armas y es abatida en los 70 siendo integrante del grupo Montoneros.

lunes, 16 de enero de 2012

¿ Educar o civilizar ?


Cuando el hombre se aleja demasiado del nivel ético necesario para una vida social acorde a su naturaleza, surge la necesidad de una mejora educativa. Si por ese medio no se logra el restablecimiento de tal nivel, deberá entonces intentarse una mejora civilizadora. G. Bastide escribió: “Llamamos civilización, o mejor, actividad civilizadora, a la orientación de la actividad humana social en el sentido del aumento de la moralidad, es decir, en el de una mayor comprensión del hombre por sí mismo. La civilización se hace, pues, con la naturaleza, por medio de la cultura, en vista de la moralidad” (Citado en el “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).

Podemos precisar aún más la diferencia entre educar y civilizar estableciendo que el proceso de la educación implica promover el cumplimiento del mandamiento cristiano del amor al prójimo (o similar), mientras que el proceso civilizador implica promover los mandamientos que aparecen en el Antiguo Testamento, principalmente no matar, no robar, no mentir.

Los mandamientos de Moisés esencialmente persiguen el objetivo de prohibir el mal. De ahí que una persona que viva encerrada en su casa, con poca o ninguna interacción social, estaría cumpliendo con esos mandamientos. Por el contrario, el mandamiento cristiano del amor al prójimo no sólo prohíbe hacer el mal, sino que nos exige hacer el bien, algo bastante más difícil de cumplir.

La educación esencial y básica de todo ser humano debe comenzar con una actitud dispuesta primeramente a no perjudicar a nadie, lo que equivaldría a aceptar la ética del Antiguo Testamento. Luego deberá intentarse buscar un beneficio simultáneo con quienes nos rodean, lo que equivaldría a aceptar la ética del Nuevo Testamento.

La cultura de los pueblos está ligada principalmente a la ética, además de otros aspectos de la acción humana. Nicola Abbagnano escribió: “El primer significado de cultura y más antiguo significa la formación del hombre, su mejoramiento y su perfeccionamiento”. “El segundo significado indica el producto de esa formación, esto es, el conjunto de modos de vivir y de pensar cultivados, civilizados, pulimentados a los que se suele dar también el nombre de civilización” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1992).

Es distinto el incumplimiento de los mandamientos bíblicos antiguos siendo consciente de ello, sabiendo que ese incumplimiento implica perjudicar a otro ser humano, a perjudicar a los demás creyendo que esa conducta es lícita ya que resulta justificada por la mentalidad generalizada prevaleciente en la sociedad. Así, en algunos países resulta normal no pagar las deudas contraídas por el Estado con otros países u organismos extranjeros, e incluso sostener que el que posee la falla moral no es el que no paga, sino el que pretende cobrar lo que previamente prestó. En la Argentina, en pleno Congreso Nacional, cuando el Presidente, de hace algunos años, afirmó: “no pagaremos la deuda externa”, recibió fuertes aplausos por parte de los restantes políticos a cargo del gobierno.

El país que llega a esa situación y adopta esa postura, es el que, generalmente, gasta, desde el Estado, bastante más de lo que recibe. Tales gastos, por lo general, terminan engrosando el patrimonio personal de los integrantes de sectores poco productivos. Incluso alguna vez el país fue criticado desde el exterior por endeudarse, no para producir y trabajar, sino para consumir.

En cuanto al ciudadano común, no resulta extraño que algunos trabajadores, en relación de dependencia, soliciten seguir con su trabajo, pero en forma ilegal. De esa manera tienen la posibilidad de estafar a varias empresas que les otorgaron créditos, ya que éstas se quedan sin el medio legal que antes disponían para poder cobrarlos.

Se pone en vigencia la norma que establece que “el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón”. Luego, se ubica en la categoría de “ladrón” a cualquier empresa o persona que disponga de cierto capital o de cierto bienestar económico, sin tener en cuenta el trabajo previo realizado o la efectividad del mismo. El delincuente, de esa manera, no se siente culpable cuando estafa a una empresa o persona con los atributos mencionados.

Mientras que la obtención del lujo y la ostentación motivan el accionar de muchos, existe otro sector de la población que tiene por objetivo trabajar lo menos posible, o no trabajar siquiera, con la esperanza de que el resto de la población lo mantenga a través del Estado distribuidor, es decir, el Estado que le saca al que trabaja para dárselo a quien no trabaja (que no es lo mismo que sacarle al que mucho tiene para dárselo a los más necesitados, trabajando ambos). Desde el Gobierno se busca, sobre todo, lo que permita lograr la mayor cantidad de votos en futuras elecciones.

Las frustraciones reducen la autoestima de las personas haciéndolas intolerantes aun en pequeñeces. Ello aumenta las situaciones de violencia familiar que llega muchas veces hasta extremos en que se castiga duramente a niños pequeños, que son los propios hijos de la persona violenta. Muchos de estos conflictos sociales derivan principalmente de una causa principal: el deseo de no querer trabajar y la falta de intenciones para prepararse para el trabajo, principalmente durante la etapa de la adolescencia. Incluso quien no quiere estudiar, tampoco podrá trabajar por cuanto la ley lo prohíbe a los menores de edad, por lo cual llegará a la mayoría de edad, a veces ya con hijos, con poca o ninguna aptitud laboral.

Durante un campeonato mundial de fútbol (Francia 98), simpatizantes argentinos llegan a robar (a revendedores) entradas para el partido de su selección. Un diplomático argentino que se desempeña en ese país, tratando de “tranquilizar” a la opinión pública, afirma que tal hecho delictivo fue realizado “por personas comunes, sin antecedentes penales”. En realidad la información resultó bastante preocupante por cuanto se extrae de ella la conclusión de que el ciudadano normal y corriente puede convertirse en delincuente si no consigue entradas para ver un partido de fútbol.

El alumno que copia durante los exámenes incurre en un acto delictivo. Sin embargo, tal procedimiento resulta ser una especie de tradición nacional. Tanto este fraude como la indisciplina en establecimientos educacionales son favorecidos por la opinión pública por cuanto se culpa directamente al docente por “permitir” que ello suceda. Es un caso bastante similar al de la víctima de un robo, el que podrá ser acusado de favorecer la delincuencia por “permitir” que le roben a plena luz del día.
El docente está preparado para educar y enseñar, pero no para civilizar. Y si la familia del alumno no pudo encauzarlo adecuadamente, o la televisión promovió su empeoramiento, poco se le puede exigir al maestro o al profesor, y mucho menos culparlo por los pobres resultados que se consigue con el proceso educativo.

Las sociedades en crisis se caracterizan por la ausencia de condena social hacia el delincuente, lo que puede incluso llegar hasta el apoyo implícito hacia toda conducta ilegal. Cuando el deseo de la reinserción social del delincuente supera ampliamente la búsqueda de algún tipo de castigo, se llega a situaciones de extrema gravedad.

Ante uno de los habituales actos de vandalismo ocasionado por menores de edad, un periodista de la televisión reclama un “cambio de mentalidad”, seguramente refiriéndose a los vándalos que se divierten destruyendo todo lo que esté a su alcance en la vía pública. Pero el cambio de mentalidad debería darse en el conjunto de la sociedad que acepta la inimputabilidad de los menores ante todo tipo de delito. La sociedad quiere demostrarse a si misma que es solidaria y que es capaz de perdonar a los delincuentes, y lo único que consigue con su hipocresía es promover el vandalismo e incluso promover un daño irreparable a los delincuentes que se ven amparados y estimulados en su accionar por las leyes vigentes y por la sociedad que las acepta.

Es común observar, en horarios de mucho tráfico vehicular, a quienes ubican ilegalmente su automóvil en doble fila, entorpeciendo la normal circulación. Éste es un síntoma de incivilización por cuanto, para el infractor, es más importante su comodidad momentánea que el perjuicio que ocasiona a otras personas.

Una de las formas en que podría intentarse solucionar el grave déficit habitacional sería a través de organismos estatales que realizaran viviendas a costos moderados y que siguieran construyendo con lo que se va recaudando una vez entregadas las primeras. Pero en algunos países ese sistema no puede funcionar, porque el adjudicatario tiene poca predisposición a pagar la casa que “le ha dado el Estado”. Y lo que viene del Estado, en lugar de considerarse que es de todos, se considera que no es de nadie, por lo que gastan el dinero en cualquier cosa en lugar de pagar una cuota accesible.

Mientras que el proceso civilizador y el educativo no logran los mejores resultados cuando los destinatarios los ignoran, existe otro proceso que busca deliberadamente el mal ajeno, o sectorial. Tal es el caso de la barbarie. Podemos hacer un resumen de las actitudes predominantes, en forma simbólica, en los casos mencionados:

a- Civilización: “No hagas el mal a nadie” (Antiguo Testamento)
b- Educación: “Haz el bien a todos” (Nuevo Testamento)
c- Barbarie 1: “Destruye las razas incorrectas” (Nazismo)
d- Barbarie 2: “Destruye las clases sociales incorrectas” (Marxismo)

La barbarie ataca a la civilización y a la educación, especialmente de origen religioso, promoviendo la vigencia del relativismo moral, mientras que desde el Antiguo Testamento aparece ya el antídoto más eficaz para combatir la barbarie: “No levantar falso testimonio ni mentir”. Nicola Abbagnano escribió: “Vico denominó barbarie al estado primitivo, feroz, del género humano, a partir del cual el temor de lo divino trajo paulatinamente el orden del mundo propiamente humano”.

En el “mercado” de la ética aparecen varias “ofertas” disponibles, siendo cada individuo el que elige a una de ellas, y que será la que dará a sus hijos. Tal elección se verá favorecida principalmente por la creencia básica en que el universo está bien hecho, o que Dios hizo bien su obra, y que el mejor “negocio” consiste en adoptar el camino del Bien, o bien se adopta la creencia opuesta de que no existe tal Dios ni tampoco un orden natural que garantice que cierto accionar ético será mejor que otro.

lunes, 9 de enero de 2012

Dilemas de nuestro tiempo

A lo largo de la historia de la humanidad, han surgido circunstancias que requieren del hombre elegir entre dos alternativas posibles; situación similar a la de desplazarnos por un camino que presenta una bifurcación y dos direcciones posibles, y debemos optar necesariamente por una de ellas (o bien impactar contra ambas). Es necesario encontrar los principales dilemas que subyacen a los desencuentros entre individuos y sectores de manera de distinguir bifurcaciones y así evitar estrellarnos por no advertirlas. Podemos presuponer la existencia de dos dilemas que, al estar vinculados, se resolverán juntos, o no, y en forma simultánea:

1- ¿Debe la ciencia predominar sobre la filosofía y la religión?
2- ¿Debemos regirnos por las leyes naturales o bien el hombre debe establecer un orden artificial?

Previamente a los intentos por decidir cuál alternativa adoptar, debemos establecer los valores y objetivos que debemos priorizar. Es indudable que el logro de la felicidad y el bienestar de todo habitante del planeta deberán predominar sobre la búsqueda del éxito sectorial o personal de grupos o individuos que luchan por imponer sus respectivas convicciones o creencias, debiendo imperar los objetivos cooperativos sobre los competitivos.

Si bien es factible que el orden natural impone al hombre, a través de sus leyes, cierta presión para que vaya en una dirección y no en otras, queda finalmente librada a nosotros mismos la decisión respecto de la elección del camino a seguir, ya sea que se trate de alternativas propias de la vida de cada hombre o bien de la humanidad en conjunto. Las leyes vienen impuestas por el orden natural pero es el hombre quien decide finalmente si las acepta o bien se rebela contra ellas oponiéndose o desconociéndolas.

En la actualidad podemos observar, como en otras épocas, el dilema entre el gobierno indirecto de las leyes naturales o bien el gobierno directo del hombre sobre el hombre, bajo el cual se impone su criterio sin apenas tenerlas a aquéllas en cuenta. Así aparecen dilemas derivados del antes mencionado:

1) Economía: leyes de la economía (mercado) vs. economía dirigida desde el Estado
2) Política: leyes constitucionales (democracia) vs. regimenes totalitarios
3) Religión: leyes naturales (deísmo) vs. representantes de Dios (teísmo, paganismo)

Una manera simple de describir los problemas actuales consiste en suponer, como causa principal, el desconocimiento (o el desacato), por parte del hombre y de la sociedad, tanto de las leyes de la economía, como de la ley proveniente del derecho y de las leyes naturales que rigen nuestra conducta, priorizando la búsqueda generalizada de líderes o caudillos, y renunciando a una mejor adaptación a todas estas leyes. El hombre pide mejoras pero con la condición de no cambiar su conducta en lo más mínimo.

En cuanto a las leyes provenientes del derecho, debe tenerse presente si contemplan, o no, las leyes naturales básicas del comportamiento humano, ya que de, no hacerlo, no tendrían razón de existir.

Respecto a la mejora ética generalizada, que podrá dar lugar a mejoras tanto en el orden económico, en el político y en el social, se ha propuesto, desde hace un par de milenios, al “Amarás al prójimo como a ti mismo”, que en el lenguaje actual de la ciencia implica compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias.

En cuanto a la ciencia, que resulta autosuficiente en el estudio y descubrimiento de leyes naturales inherentes al mundo material, pueden quedar dudas respecto de las bondades del método cuando se lo aplica en el ámbito de las humanidades. Henri Poincaré escribió:

“No hay medio de escapar a ese dilema: o bien la ciencia no permite prever, y entonces carece de valor como regla de acción, o bien permite prever de un modo más o menos imperfecto, y entonces no carece de valor como medio de conocimiento” (De “El valor de la ciencia”-Editorial Espasa-Calpe Arg.-Buenos Aires 1947).

Debido al evidente fracaso de la filosofía, que acepta bajo su propio ámbito a ideologías nefastas como las que promovieron las distintas tendencias totalitarias (nazismo, marxismo), resulta evidente que deberá tomar como referencia a la ciencia. De lo contrario no tiene razón de ser. Hans Reichenbach escribió:

“Y a pesar de todo, todavía hay filósofos que se niegan a aceptar la filosofía científica como una filosofía, que quieren incorporar sus resultados a un capítulo introductorio de la ciencia y que pretenden que existe una filosofía independiente, que no tiene nada que ver con la investigación científica y que puede alcanzar directamente la verdad. Estas pretensiones, creo yo, revelan una falta de sentido crítico. Los que no ven los errores de la filosofía tradicional no quieren renunciar a sus métodos o resultados y prefieren seguir un camino que la filosofía científica ha abandonado. Reservan el nombre de filosofía para sus falaces empeños en busca de un conocimiento supercientífico y se rehusan a aceptar como filosófico un método de análisis construido sobre el modelo de la investigación científica” (De “La Filosofía científica”–Fondo de Cultura Económica-México 1974)

En cuanto a la religión, debido al evidente fracaso mostrado por el conjunto de las religiones, resulta necesario incluir a las ramas humanistas de la ciencia como una especie de árbitro respecto de la veracidad de aquéllas. Baruch de Spinoza escribió:

“Pero tanto han podido la ambición y el crimen, que se ha puesto la religión, no tanto en seguir las enseñanzas del Espíritu Santo, cuanto en defender las invenciones de los hombres; más aún, la religión no se reduce a la caridad, sino a difundir discordias entre los hombres y a propagar el odio más funesto, que disimulan bajo el falso nombre de celo divino y de fervor ardiente. A estos males se añade la superstición, que enseña a los hombres a despreciar la razón y la naturaleza y a venerar y admirar únicamente lo que contradice a ambas” (De “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Si imaginamos un viaje en el tiempo que nos ubica justo como receptores de las prédicas cristianas originales, seguramente nos parecerán inobjetables y aceptaremos su contenido de inmediato. La sugerencia ética ha sido brindada aun para las distintas posturas filosóficas que un individuo pueda desarrollar. Un efecto similar podrá ocurrir cuando leemos en forma directa los Evangelios. Sin embargo, no resulta extraño que alguna vez podamos ser “expulsados” como cristianos, por algún predicador que ha establecido una serie de requisitos adicionales. No bastará con nuestra intención de amar al prójimo como a uno mismo, sino que deberemos desarrollar una respuesta filosófica compatible con la dispuesta por los emisores secundarios

Si se propone, desde la ciencia o la filosofía, afianzar los fundamentos de la ética cristiana, definiendo al amor en la forma en que lo hace Baruch de Spinoza en el siglo XVII, o en la forma en que lo hace la psicología social, a través de las componentes afectivas de la actitud característica, aparecerá un rechazo absoluto por parte del teísta afirmando que el amor cristiano es “otra cosa”, es decir, algún tipo de misterio inaccesible a la mente del hombre común y, por lo tanto, de escasa utilidad práctica. También el que pretende fundamentar la ética cristiana desde la ciencia será visto como un usurpador del cristianismo.

En cuanto a la actitud del religioso respecto a los cambios favorables que se esperan para el futuro, podemos mencionar la opinión del Dalai Lama, quien escribió:

“El budismo también tiene cosas que aprender de la ciencia. Con cierta frecuencia he dicho que, si la ciencia demuestra hechos que contradicen la visión budista, deberíamos modificar ésta en consecuencia. No olvidemos que el budismo debe adoptar siempre la visión que más se ajuste a los hechos y que, si la investigación demuestra razonablemente una determinada hipótesis, no deberíamos perder tiempo tratando de refutarla. Pero es necesario establecer una clara distinción entre lo que la ciencia ha demostrado de manera fehaciente que no existe (en cuyo caso deberemos aceptarlo como inexistente) y lo que la ciencia no puede llegar a demostrar. No olvidemos que la conciencia misma nos proporciona un claro ejemplo en este sentido ya que, aunque todos los seres –incluidos los humanos- llevemos siglos experimentando la conciencia, todavía ignoramos qué es, cómo funciona y cuál es su verdadera naturaleza” (Del prefacio de “Emociones destructivas” de Daniel Goleman-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2003).

El sistema de la ciencia tiene validez universal, mientras que los sistemas religiosos y filosóficos tienen validez personal y sectorial, por lo que no responden a las expectativas de unificación que se busca y se desea. Un sistema científico es el resultado de los aportes de todos los pueblos tanto del pasado como del presente, mientras que los sistemas religiosos y filosóficos son el resultado de aportes limitados y sectoriales.

Con la idea de reforzar el conocimiento religioso a partir de cierta unificación establecida bajo el método de la ciencia, se busca una religión natural universal que fortalezca la religión tradicional, para que deje de ser un factor de antagonismos. La religión será universal o no será religión. El cristianismo, interpretado como una religión natural, cumple con los requisitos para establecerse como una religión universal que exalta la actitud cooperativa e igualitaria del amor.

Quienes proponen a la religión natural son quienes, precisamente, estudian las leyes naturales, que son las leyes de Dios. Debe notarse que tales leyes implican la forma inmediata y objetiva de comprender la “voluntad del Creador”, de ahí que se dispone de un fundamento más visible y concreto que los escritos que aparecen en la Biblia, que por cierto deben coincidir en lo esencial. Pero la base objetiva está en las leyes naturales antes que en escritos de hombres inspirados en Dios. La veracidad de las prédicas cristianas consiste esencialmente en haber podido observar e interpretar en forma directa las leyes naturales que rigen nuestra personalidad.

Para el cristianismo, el amor es el camino del Bien y también de la inmortalidad, si es que ella existe. Aunque desde la ciencia no pueda vislumbrarse seguridad al respecto, es posible describir el camino del Bien cada vez con mayores detalles, sin tener que efectuar demasiados razonamientos respecto de la inmortalidad. Lo accesible a nuestras decisiones y a nuestro conocimiento es el camino a seguir, mientras que el “premio adicional”, tanto si existe como si no, no depende de nosotros.

viernes, 6 de enero de 2012

Las metas personales

La vida de gran parte de los hombres se desarrolla estableciendo metas individuales en la niñez y en la adolescencia, mientras que sus realizaciones llegan con la adultez. Cuando están ausentes los planes para el futuro, puede llegarse al tedio, mientras que, cuando estas metas existen, pero no se las puede alcanzar, aparece la frustración, pudiendo definirse a ésta última como:

Frustración = Pretensiones (metas) – Éxitos (realizaciones)

Mientras mayores sean las metas que nos hemos impuesto (o que nos ha “impuesto” el medio familiar y social), mayor será el riesgo de sentirnos frustrados, ya que los éxitos no siempre acompañarán a cada una de nuestras pretensiones.

Acerca del significado de las metas y del empeño que ponemos para lograrlas, disponemos en el deporte de una imagen cotidiana. Así, en el fútbol, la meta es el gol, palabra que en inglés (goal) significa justamente meta, objetivo. Se logra la meta luego de varios intentos, por cuanto generalmente triunfa la defensa rival, ya que destruir es bastante más fácil que construir.

El fútbol es esencialmente “prueba y error”, o “intento y fallo”, de ahí que el futbolista debe tener presente que sólo una pequeña parte de los intentos de su equipo tendrá éxito, y que lo habitual será el intento fallido. También debemos tener presente que, en la vida cotidiana, todo lo que tiene valor cuesta trabajo adquirirlo. La fortaleza necesaria para enfrentar la vida diaria consiste en poseer cierta fuerza anímica que nos permita sobrellevar el fracaso circunstancial, siendo ésta la forma de estar preparados para el éxito; es decir, está preparado para ganar quien primeramente lo está para perder. Pierre de Coubertin estableció el lema de los Juegos Olímpicos modernos: “Lo importante no es vencer sino competir”, indicando que nuestra personalidad adaptada a la competencia ya de por si es una meta significativa a lograr. También dijo: “El esfuerzo es la dicha suprema. El éxito no es una finalidad, sino un medio para ver más alto”.

Para llegar alto, es necesario imponerse metas casi inalcanzables, previendo que de esa manera, al menos, lograremos cierto éxito. Así, si un deportista se impone como meta llegar a ser el mejor del mundo en su especialidad, y realiza su vida en función de esa meta, es posible que logre resultados bastante más altos que si no hubiese asumido tal objetivo. Por lo general, en sus etapas previas, es posible que sea visto como alguien que sueña demasiado o, incluso, como alguien deshonesto que pretende alcanzar metas que están más allá de sus reales atributos y características personales. Sin embargo, siempre hay que considerar las ventajas que ello representa.

Cuando el individuo soñador alcanza un éxito parcial, recibirá aliento por parte de aquellos que acompañan su emprendimiento, pero es posible que también reciba críticas desalentadoras de quienes apuestan por su fracaso. Este parece ser el alimento espiritual de quien llegará finalmente a cumplir con sus sueños, ya que fortalecerá su voluntad con los elogios mientras que la reforzará aún más con la crítica descalificadora.

Además de los que se preparan para la acción cotidiana, están quienes esperan que la suerte sea la causa única y excluyente del éxito por lograr. Puede decirse que tales individuos tienen poco interés por lograr sus metas. Incluso se ha dicho que la intensidad del esfuerzo puesto en juego para llegar a cierto objetivo es una medida de cuánto de importante resulta para el individuo lograrlo.

No siempre logra ser más feliz el que obtiene mejores resultados, ya que existen factores psicológicos que impiden dar un significado adecuado al logro de aquello que costó mucho trabajo adquirir. Es así que, en muchos casos, el ganador de la medalla de bronce (3er puesto) termina los Juegos Olímpicos con mejor ánimo que el que obtuvo la medalla de plata (2do puesto). Esto se debe a que el ganador del bronce tenia asumido que podría retornar a su país sin ninguna medalla y la obtención del bronce significó un ascenso importante respecto de la otra posibilidad, mientras que el que obtuvo la medalla de plata, se había ilusionado bastante con la de oro (1er puesto), y su resultado fue inferior al que tenía a su alcance.

También las expectativas previas producen efectos en función de su carácter ascendente o descendente que presenten, antes que el valor en sí acerca del cual existe cierta expectativa. Este es el caso del docente que, luego de una primera impresión, espera mucho de un alumno mientras que de otro espera poco. Con el tiempo, resulta que el primero no responde a las expectativas que despertó, mientras que el segundo resultó bastante mejor de lo esperado. De ahí que el docente sienta mayor satisfacción con el desempeño del segundo que del primero, aun cuando el nivel de mérito considerado siga siendo mayor en éste último.

Aun cuando los triunfadores son los que saben sobreponerse a las actitudes adversas, se las debe tener siempre presente por cuanto a veces ocasionan serios daños psicológicos. La principal actitud destructiva es la envidia, que a veces se presenta revestida de actitudes aparentemente cooperativas.

Para el envidioso, el éxito ajeno resulta “imperdonable”, surgiendo un evidente desagrado ante los logros de tipo científico, intelectual, deportivo, familiar, o de otro tipo, obtenidos por otras personas. En el ámbito científico, varios son los casos en que destacados investigadores amargan sus vidas por no tener en cuenta la existencia de la envidia ajena y por no saber mantenerse alejados de la misma. Es bastante común, cuando aparece una nueva teoría científica, tratar de encontrarle deficiencias, pero no solamente como un requisito normal de la actividad científica, sino porque a veces se trata de denigrar personalmente al autor descalificándolo previamente, lo que resulta más fácil que tomarse el trabajo de conocer o comprobar su teoría, y luego rebatirla.

En la Alemania del siglo XIX, George S. Ohm, profesor de matemáticas, es ridiculizado por la obtención de la ley que lleva su nombre (asociada a los circuitos eléctricos) Incluso pierde su cargo de profesor de secundaria cuando intenta convertirse en profesor universitario.

El médico alemán Julius Robert Mayer intenta suicidarse luego de que el principio de conservación de la energía, por él propuesto, recibe una fuerte desaprobación. Luego de recuperarse y salir de un hospital psiquiátrico, asiste a un Congreso de Químicos, en Alemania, en donde un diario local afirma que el Congreso fue exitoso a pesar de la asistencia de “algunos dementes”.

El físico austriaco Ludwig Boltzmann, uno de los fundadores de la mecánica estadística, termina su vida suicidándose. No soportó las críticas a su teoría de los átomos como base de su descripción de los fenómenos térmicos. El inventor Rudolf Diesel se suicida, arrojándose de un barco, posiblemente ante la poca expectativa que el motor por él inventado despierta en su momento.

El matemático Georg Cantor termina sus días en un hospital psiquiátrico por cuanto su teoría de los conjuntos es despreciada por el prestigioso matemático Leopold Kronecker, quien dice que ni siquiera puede llamarse matemático al autor de tal trabajo. Debido a ésta, y otras opiniones adversas, Cantor queda marginado de las principales universidades alemanas.

Otros tuvieron mejor suerte, tales los casos del químico italiano Amedeo Avogadro y del biólogo austriaco Gregor Mendel, ignorados completamente por sus contemporáneos, siguen llevando una vida tranquila y normal. La historia les dio posteriormente el lugar de honor que merecieron.

La envidia no siempre ha sido negativa para la ciencia. Es interesante mencionar el caso de Louis Pasteur y la obtención de la vacuna antirrábica. Uno de sus detractores, que lo llamaba “charlatán”, acude a su laboratorio y pide muestras de saliva extraída a perros rabiosos. Ante la sorpresa de los presentes, traga alguna de las muestras. Mayor fue la sorpresa cuando, pasados algunos días, no presenta síntomas de la penosa enfermedad. Pasteur consulta a su ayudante respecto del tiempo de extracción de la muestra en cuestión, y se le informa que tenía 14 días. Esta información le resultó de gran utilidad, por cuanto se hizo evidente que los virus de la enfermedad se debilitan con el paso del tiempo. De ahí que el método antirrábico consiste en aplicar dosis progresivas de la enfermedad, pero comenzando con una bastante debilitada. En este caso, la envidia fue beneficiosa para la ciencia.

Es oportuno señalar que, cuando Pasteur aplica por primera vez su vacuna (a un niño mordido por un perro rabioso), podía ser denunciado y penado por ejercicio ilegal de la medicina, por cuanto Pasteur era químico, y no médico. La pena para esa infracción era la muerte.

Incluso Albert Einstein alguna vez desestimó, no por envidia, sino por una simple cuestión de apreciación, una teoría realizada por Theodr Kaluza. El físico Abdus Salam escribió: “Kaluza envió su artículo a Einstein para someterlo a la consideración de éste con miras a su publicación. Einstein (a pesar de que le gustaba la idea de una dimensión adicional no vista al comienzo) tenía sus dudas. Lo cierto es que él tuvo la culpa de que la publicación del artículo se atrasara durante dos años. Kaluza se sintió tan desdichado que abandonó las indagaciones de la física fundamental y aparentemente comenzó a trabajar en la teoría de la flotación y la natación”. “Para mí, la moraleja de este episodio es la siguiente: si tenemos una idea razonable, no se la enviemos a una gran hombre; publiquémosla nosotros mismos” (De “La Unificación de las Fuerzas Fundamentales”-Gedisa Editorial-Barcelona 1991).

Es sabido que todos necesitamos recibir cierta presión para dar lo mejor de cada uno, aunque a veces nos resulta desagradable recibirla por cuanto puede reducir nuestra autoestima. Respecto del método empleado por el destacado diseñador de dispositivos electrónicos digitales, Steve Jobs, uno de sus colaboradores expresó: “Trabajar con Steve era difícil porque había una gran polaridad entre los dioses y los capullos. Si eras un dios estabas subido a un pedestal y nada de lo que hicieras podía estar mal. Los que estábamos en la categoría de los dioses, como era mi caso, sabíamos que en realidad éramos mortales, que tomábamos decisiones de ingeniería equivocadas, así que vivíamos con el miedo constante de ser apartados de nuestro pedestal. Los que estaban en la lista de los capullos, ingenieros brillantes que trabajaban muy duro, sentían que no había ninguna manera de conseguir que se valorase su trabajo y de poder elevarse por encima de aquella posición” (De “Steve Jobs” de Walter Isaacson-Editorial Debate-Buenos Aires 2011).

Cuando alguien nos dice que lo que hacemos es bastante malo y que debemos dedicarnos a otra cosa, es posible que tenga razón, pero también es posible que debamos tomar tal sugerencia como un incentivo para mejorar notablemente lo que estamos haciendo.