miércoles, 31 de diciembre de 2014

Justicia social vs. justicia natural

Mientras que muchos individuos tratan de eludir la elemental búsqueda de un trabajo genuino y productivo, y la posterior inversión parcial de recursos logrados, los distintos países buscan soluciones a sus problemas haciendo trampas a las leyes del mercado, que pronto se rebelan cuando ignoran sus normas. La búsqueda insistente de créditos, la redistribución de la producción o la excesiva emisión monetaria son algunas de las alternativas buscadas en reemplazo del trabajo y de la inversión genuina. De ahí que tengamos dos posturas extremas, denominando justicia natural a la situación emergente del trabajo, la inversión y el mérito, y justicia social a la situación emergente de la distribución de la producción por personas ajenas a la misma.

“Justicia social: Se refiere fundamentalmente a la justicia distributiva, en donde juega un papel importante el poder político, ya que es precisamente la autoridad del Estado la que está especialmente obligada en virtud de este tipo de justicia. En este caso es al individuo a quien se le es debido”.

“La obligatoriedad que entraña la norma de justicia distributiva o social va dirigida a la sociedad global: a quien gobierna, a quien legisla, a quien «administra» el bien común general”. “La justicia social es la justicia propia de la función de gobernar, la cual debe tender no solamente al logro del bien general sino también a salvaguardar y respetar la dignidad de cada individuo, facilitándole el acceso a los bienes y servicios fundamentales (a él y a quienes de él dependan)” (Del “Diccionario de Sociología” de Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

La justicia social así considerada, coincide bastante con el ideal de los regímenes totalitarios en donde el Estado, o quienes lo dirigen, sustentan la creencia de que ellos, los políticos, están capacitados tanto ética como intelectualmente para redistribuir las riquezas producidas por otros y que, a la vez, quienes las producen no poseen la mencionada capacidad. Esta creencia implica cierta descalificación al sector empresarial a favor de una sobre-valoración del sector político, creencia que nadie, desde la psicología, ha podido justificar todavía.

Desde el punto de vista de la justicia natural, se supone que la distribución de la producción se ha de realizar a través del intercambio de bienes, servicios y trabajo en el ámbito del mercado. Como no todas las personas están capacitadas para la actividad laboral, el Estado se ha de encargar de esos casos con la contribución empresarial por medio de impuestos. De ahí que esta postura contemple, además, las obligaciones morales que surgen de la comunidad para cubrir las necesidades que no pudo el mercado o el Estado. De esta forma, se tiende a buscar mejores resultados ya que, por lo general, el proceso de redistribución de las riquezas (justicia social) tiene rendimientos del 30% en países con mediana corrupción (EEUU) y bastante menores en aquellos con elevada corrupción. Milton Friedman escribió: “Los programas estatales de asistencia a los pobres son un fracaso, a los que se agrega el fraude y la corrupción”.

La situación ideal implica una integración y coordinación entre Estado y mercado para intentar solucionar los problemas concretos. Sin embargo, quienes defienden el sistema de ayuda estatal, pretenden la exclusividad como benefactores, desalentando la ayuda voluntaria e individual, actividad que enaltece a las personas. El reemplazo de la justicia natural por la justicia social no sólo produce malos resultados económicos, sino también sociales. Wilhelm von Humboldt escribió: “En la medida en que cada individuo descansa en el asistencialismo del Estado, abandona su responsabilidad sobre la suerte y el bienestar de sus semejantes”.

La prioridad redistributiva, en lugar de la productiva, señala una actitud favorable hacia el subdesarrollo en lugar del desarrollo. Ella surge de la idea de que la riqueza no se genera, sino que está ahí, disponible para todos. Carlos Mira escribió: “La inclinación valorativa de una sociedad a generar riqueza por oposición a otra en la que el sesgo sea hacia la distribución de lo que hay, determinará cuál posee valores compatibles con el desarrollo económico y cuál manifiesta hábitos contrarios a él”.

“Caer en la conclusión de que ser socialmente justos es repartir esa riqueza entre los que viven en la Argentina es muy fácil. Si la riqueza es una especie de montaña estática de activos, lo más justo es tomarlos y dividirlos entre todos. También es una consecuencia derivada de este pensamiento que, hasta que no se haga esa división aritmética, si unos tienen más que otros, es señal que ésos se han «apoderado» (presumiblemente de modo ilegal) de una porción desproporcionada de riqueza común, por lo que el camino para igualar los tantos será ir y arrancarles de su patrimonio lo que antes arrancaron ellos del patrimonio de todos”.

La asistencia estatal se ha desvirtuado al ser utilizada como medio político para la compra de votos (clientelismo), que incluso puede alcanzar a varias generaciones que responden con una actitud de eterno agradecimiento. La búsqueda de la exclusividad distributiva caracterizó la labor de Eva Perón y su Fundación, mientras que la caridad cristiana, la verdadera, exige silencio y humildad incluso para repartir de lo propio.

La Fundación Eva Perón publicitaba exageradamente su “generosidad” repartiendo lo ajeno. Alberto Benegas Lynch (h) y Enrique Krause escribieron: “A partir del protagonismo de la Fundación Eva Perón y de la Secretaría de Trabajo y Previsión se impuso, mediante una abrumadora campaña masiva de difusión, un «nuevo concepto de beneficencia». Se intentó por todos los medios eliminar el concepto de ayuda al necesitado para reemplazarlo por el criterio de «justicia» al damnificado”. “Según esta concepción, la pobreza no era una cuestión que demandara ayuda de los benevolentes sino que requería ser «indemnizada» por tratarse de un acto de injusticia. La «ayuda social» era más bien un acto de «justicia» que de benevolencia. El Estado era el encargado de remediar, de equiparar el daño realizado al pobre”.

“El cambio fue llevado a cabo de una manera violenta, a pesar de que ya se estaba insinuando en los escritos y las demandas de los socialistas de los años veinte. No obstante el odio impulsado desde la Fundación Eva Perón hacia las entidades voluntarias de beneficencia fue determinante del cambio de mentalidad”. “Las entidades de beneficencia y los socorros mutuos fueron desapareciendo paulatinamente a medida que crecía el protagonismo del Estado benefactor y de su brazo privado, la Fundación”. “Es más, dichas entidades fueron victimas de persecuciones físicas y de una fuerte campaña de desprestigio que las relegó a tareas marginales y acaso ocultas” (De “En defensa de los más necesitados”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1998).

Ahora no sólo se busca remediar la pobreza, sino la desigualdad (para que no se sienta envidia). Sin embargo, al culpar a un sector de la sociedad por la pobreza y la desigualdad, se promueve la violencia urbana. Carlos Mira escribió: “Desde las iglesias de las grandes ciudades hasta las capillas más humildes de los más ocultos rincones del país, se ha llevado a los oídos de los fieles la creencia en el reparto de la riqueza existente (solidificando la imagen de la riqueza como una montaña de bienes inmutables) y en la superioridad moral de la pobreza”. “El repiquetear constantemente sobre la mente de personas, ya bastante castigadas por las condiciones a las que el subdesarrollo las obliga a vivir, con la idea de que lo que a ellas les falta lo tienen otros, puede transformarse en algo muy peligroso para la tranquilidad pública. Del mismo modo, intentar una explicación económica del delito por la vía de justificar (o explicar) la delincuencia como una especie de consecuencia lógica de la pobreza puede llevar a la sociedad a experimentar hechos constantes de desasosiego al encontrar los delincuentes casi una licencia sociológica que justificaría y explicaría su accionar”.

“Este peligro se ha verificado y profundizado en la Argentina de los últimos años. Una extendida ola de explicadores profesionales de la delincuencia ha deslizado la idea de que la sociedad injusta ha marginado a los pobres y que éstos han salido a la calle, cargados con armas y municiones, para arrancar lo que creen que otros le privaron de disfrutar. Acto seguido, casi justifican ese accionar como la consecuencia de situaciones sociales de privaciones que parecerían justificar el robo, el asesinato, el secuestro y hasta la violación. Para estos cráneos, estas acciones vendrían a «equiparar los tantos» de una Justicia Divina a la que se ha desconocido”.

“No resulta extraño entonces, que sean, justamente, las tendencias izquierdistas de la sociedad las que más se destacan a la hora de elaborar las «teorías socioeconómicas del delito», porque ellas deben ver a los delincuentes como a los proletarios que están «arrancándole a la burguesía todo el capital» en una especie de avanzada hacia su consolidación como «clase dominante»”. “Haber llegado a elaborar, con pretensiones de seriedad, teorías que justifican el delito y la delincuencia; haber elevado a posiciones trascendentes a propagadores de esas teorías y haber insinuado que la delincuencia es una especie de compensación por la injusticia social, es suficiente como para demostrar en qué línea está la Argentina. Es obvio que, siguiendo esa línea, no habrá desarrollo económico” (De “Así somos…y así nos va”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2007).

Quien está a favor de los pobres, y de toda la sociedad, es el que trabaja y produce; quienes están en contra de los pobres, y de la sociedad, son los que pretenden repartir lo ajeno (quedándose con la mejor parte) y sin siquiera intentar producir algo por sus propios medios. Quizás la manifestación más escandalosa del relativismo moral es aquella que otorga al “redistribuidor” un supuesto mérito, mientras que descalifica al productor asignándole cierta culpabilidad. Ésta es la escala de valores predominante en el subdesarrollo. Incluso el sector redistribuidor promueve la violencia urbana, con los mismos autores ideológicos del avance guerrillero de los setenta, con una finalidad aparente similar: destruir la sociedad.

La violencia urbana, como reacción a la falta de respuestas ante la justicia social, elimina a ricos y pobres, a empresarios y obreros, a policías y militares, produciendo efectos similares a los que en su momento produjo la guerrilla de los 70, pero con menores dificultades, ya que esta vez, sin el apoyo de la URSS y sin tener que enviar unos 6.000 guerrilleros a adiestrarse a Cuba, pero con el apoyo del garanto-abolicionismo penal y el kirchnerismo, la izquierda ha logrado mantener intactos los ideales destructivos que Marx y Lenin promovieron respecto de la sociedad capitalista. De ahí la opinión de Marcos Aguinis cuando caracterizaba a la acción kirchnerista como “la venganza de los Montoneros”.

martes, 30 de diciembre de 2014

Exclusión social e hipocresía

En los regímenes de tipo populista o totalitario, por lo general no se cumple con la mayoría de las promesas gubernamentales, de ahí que se pretenda compensar esa ausencia con la propaganda oficial haciéndole creer a la opinión pública en el cumplimiento efectivo de tales objetivos, mientras que la realidad es todo lo contrario a lo que dicen las autoridades. Por ello se ha dicho: “Dime de qué te jactas y te diré de qué careces”. Andrei Sajarov escribió respecto de la Unión Soviética: “La tesis que afirma la pretendida excepcionalidad del sistema político y económico soviético ha constituido siempre un «dogma de fe» para la propaganda soviética y prosoviética…Este dogma se defiende con tanta mayor insistencia cuanto más evidente se hace el completo fracaso de la mayoría de las promesas que contiene” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

Como lo que más le importa a un líder populista o totalitario no es la realidad, sino la opinión que se tenga de esa realidad, en lugar de intentar realizar las promesas, crea un relato que cuesta menos trabajo y esfuerzo, manteniendo contenta a la población hasta que pueda advertir el engaño recién cuando llegue la etapa de un próximo gobierno, en cuyo caso el líder mentiroso ya no estará allí. Incluso es posible que trate de encubrir sus actos culpando a los “enemigos” con las intención de volver al poder en el futuro. La propaganda oficial ayuda a los gobernantes a encubrir errores, ya que parecieran sufrir un severo complejo de inferioridad que será compensado con un consiguiente complejo de superioridad. Los habitantes, eso sí, tendrán que soportar las consecuencias de los desajustes psicológicos de quienes eligieron para que los gobiernen. El citado autor agrega: “La realidad soviética no soporta la comparación con los países capitalistas adelantados; de ahí la imperiosa necesidad de sustentar el dogma y mantener a nuestra sociedad bajo la hipnosis de una fe ciega, responsable, entre otras causas, de la atmósfera de secreto a que aquélla está sometida. Al socaire de tal estado de cosas, se han elaborado alegaciones como la siguiente, que muchos recordamos todavía: «¿Qué sentido tiene aprender de nadie si, a fin de cuentas, llevamos sobre los demás una era histórica de adelanto?»”.

En la Argentina kirchnerista, la propaganda oficial menciona bastante seguido la “inclusión social” y la “igualdad”, de donde surge cierta sospecha por la veracidad del cumplimiento de tales objetivos. En primer lugar, se advierte una tendencia a buscar nuevos destinatarios de las ayudas sociales. Los gastos excesivos del Estado favorecen tanto el proceso inflacionario como la vagancia y desalientan la inversión, ya que el empresario, presionado excesivamente con impuestos, dispone de menores recursos para la inversión. Al reducirse la inversión, se reduce la posibilidad de crear empleos genuinos. El propio Aníbal Fernández, político representativo del kirchnerismo, advirtió la efectividad provisoria de tales planes. Guillermo Laura y Adolfo Sturzenegger escribieron: “A mediados del 2003, el ministro del interior, Aníbal Fernández, reconoció que el Plan Jefes y Jefas de Hogar «es una porquería ya que significa la demostración más acabada del fracaso de la política», aunque advirtió que se implementó para «resolver el hambre de 15 millones de habitantes». «El mejor momento va a ser el día que lo saquemos. Va a ser bárbaro, porque los beneficiarios van a tener trabajo y con su plata harán lo que se les antoje y darán de comer en el mejor comedor que existe en el mundo: el de su casa, con la vieja al lado» (La Nación, 25/8/2003)” (Citado en “Abundancia de lo indispensable”-Pearson Education SA-Buenos Aires 2004).

Como las ayudas sociales generan muchos votos, ya que el receptor puede sentir temor a que un cambio de gobierno lo deje sin ese recurso, son utilizadas por el populismo como una manera de mantener el poder. De ahí que tal dependencia respecto del Estado, implica una forma concreta de exclusión social, ya que la persona incluida en la sociedad no es aquel que requiere de una ayuda mensual, sino quien es capaz de ganarse el sustento por sus propios medios.

Es oportuno mencionar alguna de las costumbres predominantes en países avanzados. Es frecuente, en los EEUU, que los padres ricos concedan a sus hijos nada más que lo necesario para sobrevivir, buscando que aprendan a ganarse la vida por sus propios medios sin depender de los demás. Por el contrario, brindándoles comodidades y seguridad suficientes, impiden que se capaciten para una verdadera inclusión social.

Ante una desmedida búsqueda de igualitarismo (igualdad ficticia, o no natural), se han eliminado premios y castigos en los distintos establecimientos educativos estatales, de tal forma que los buenos alumnos deban adaptarse a los peores, o bien irse a colegios privados. Los resultados en los exámenes que se toman a nivel internacional muestran la grave decadencia de la educación argentina, siendo una causa de exclusión social masiva, dado que el bajo nivel adquirido por los alumnos los hace ineptos para desempeñarse en trabajos que requieran de ciertas habilidades intelectuales. Alejandro Katz escribió: “De todos los factores necesarios, la educación es el que más efectos produce en el largo plazo. No es extraño, por tanto, que haya sido el más desatendido por el Gobierno, tal como demuestran, más allá del gasto realizado y con una contundencia que no admite respuestas, todas las pruebas de evaluación de calidad educativa. El derecho de acceder a una escuela pública de calidad ha sido expropiado. A tal punto lo ha sido que los sectores populares que aún pretenden dar a sus hijos una buena educación aspiran a enviarlos a escuelas privadas, aunque éstas sean escuelas parroquiales: la continuada decadencia de la educación pública y la consiguiente migración de la escuela estatal a la privada no son prueba del fracaso de la política gubernamental, son prueba de su éxito, del triunfo de una concepción de la sociedad que, más allá de los discursos, se ha desinteresado del derecho que tienen a acceder al futuro aquellos que no lo han recibido de sus mayores como herencia” (De “El simulacro”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

Otra forma de exclusión social generada por el kirchnerismo es la que distingue entre aliados y opositores al gobierno, es decir, a amigos y enemigos. En los medios masivos de difusión oficialistas, los políticos, periodistas o empresarios que den muestras de no coincidir con el gobierno, son denigrados y difamados en forma permanente. De ahí que la persona de pensamiento independiente, cuando es catalogada como enemigo, no tendrá la menor predisposición a tener vinculo alguno con alguien que esté de acuerdo con el odio masivo que se siembra desde el propio gobierno nacional.

Para reforzar la división de la sociedad se recurre a dos factores adicionales: la unificación del enemigo y la mentira histórica. La primera implica unificar en un enemigo común al capitalista, empresario, pro-occidental, burgués, católico, neoliberal, etc., de manera que los defectos asociados a cada categoría puedan asignarse a las restantes. En cuanto a la distorsión de la verdad histórica, se ha procedido a ignorar la acción terrorista de los grupos subversivos de los 70 con más de 20.000 atentados, unos 1700 secuestros extorsivos y alrededor de 1.000 asesinatos. Se ha optado por silenciar el hecho de que tales terroristas recibían apoyo de una potencia extranjera, a favor de la que luchaban, mientras que el sector argentino sólo intentaba cumplir con la misión que por ley le corresponde a todo militar. Que haya habido excesos en la represión, no justifica que gran parte de la población manifieste abiertamente haber preferido el triunfo del invasor que del propio sector nacional. Pretender que la Argentina haya formado parte de la URSS, viviendo como actualmente viven los cubanos, es una muestra más del intenso odio que sienten los kirchneristas por el sector “enemigo”.

La exclusión del país del contexto internacional, debida a la necesidad del gobierno de entrar en conflicto con alguien, ha debilitado nuestra imagen cerrando puertas para el comercio global. La imagen del país no es la mejor cuando oficialmente se hace ostentación de soberanía no pagando las deudas contraídas, o no respetando fallos judiciales y ni siquiera la persona y la investidura de los miembros de una justicia que fue admitida previamente para casos de posibles litigios.

Finalmente tenemos la exclusión social del peligroso delincuente, principalmente por obra de Eugenio Zaffaroni y de sus secuaces, quienes pretenden incluirlo socialmente a costa de las víctimas inocentes que no sólo quedan marginadas de la sociedad, sino de la vida. El peligroso delincuente en libertad despierta sensaciones similares a las que provoca un perro rabioso, ya que sólo puede sentirse temor y deseos de estar lo más lejos posible, de ahí que no pueda decirse que por ese camino se lo ha de reinsertar en la sociedad o que en el futuro se lo haya de lograr.

Puede hacerse un resumen de las distintas formas de exclusión que caracterizan a la “década ganada”:

1- Exclusión laboral: autonomía vs. dependencia

2- Exclusión educativa: privada vs. estatal

3- Exclusión política: amigo vs. enemigo

4- Exclusión histórica: militarismo vs. guerrilla

5- Exclusión nacional: nacionalismo vs. internacionalismo

6- Exclusión en seguridad: delincuencia vs. decencia

Puede decirse que el kirchnerismo promueve la desintegración social tanto como la nacional, aunque un sector importante de la población no tenga el menor inconveniente en que ello ocurra. Alejandro Katz agrega: “El progresismo reaccionario kirchnerista no se propuso explorar los modos en que los individuos puedan gozar de autonomía, participar así de la vida política y decidir sobre sus propios destinos personales: su problema, una vez más, no es enfrentar la laboriosa tarea de contribuir a una sociedad justa, es tan sólo la acumulación y el mantenimiento del poder. La concentración de riqueza tiene su correlato en una concentración inaudita de poder porque una economía de consumidores –y no de propietarios- se corresponde con una democracia de clientes-y no de ciudadanos”.

“El progresismo reaccionario lo sabe: sabe que mayor autonomía para las personas, que una mejor distribución de la riqueza, que un incremento en el grado de libertad de los ciudadanos entraña una pérdida de la libertad del gobernante. Y es allí donde opera la teoría del poder kirchnerista según la cual el líder es el único que debe gozar de una libertad total, a expensas de la libertad de los demás. Opera, justamente, a contramano de una teoría de la sociedad justa, integrada por individuos autónomos, propietarios, dueños de sus destinos individuales”.

domingo, 28 de diciembre de 2014

La anarquía ilustrada

La ciencia política, al describir el accionar humano, y al no tener presente una posible optimización de ese accionar, se asemeja a una ética que describe las acciones del hombre tales como realmente son, renunciando a establecer una optimización de ese comportamiento. De ahí que se asocie la política a la tendencia del hombre a acumular poder como si ello fuese la finalidad esencial de la gestión pública, de donde la política normal y corriente parece ser el resultado de los consejos de Maquiavelo antes que de algún moralista distinguido. Manuel Pastor escribió: “Resulta así que «lo político» es aquel ámbito de lo social en que se producen relaciones de poder, esto es, relaciones de mando y obediencia o bien –y ello dependiendo de los factores que uno decida acentuar- se trata de aquel ámbito en el que se dirimen los conflictos entre los grupos sociales por los bienes colectivos. En otras palabras, un espacio de lucha de intereses no exclusivamente formal y cuyo resultado es favorecer a unos con preferencia de otros. La política trata, por tanto, como decía H. Lasswell, de quién consigue qué, cómo y cuándo”. “La Ciencia Política se ocupa, en consecuencia, del estudio de los fenómenos de poder y de conflicto en nuestras sociedades” (De “Ciencia Política”-McGraw-Hill/Interamericana de España SA-Madrid 1988).

Al asociar la palabra “poder” a la capacidad que un hombre posee para influir sobre los demás, el poder que trata la política estará asociado a la posibilidad de influir sobre los demás a través del Estado. También Gandhi poseía suficiente capacidad para influir sobre los hombres, pero fuera de ese organismo, ya que logró la independencia de la India oponiéndose al Estado dirigido por el Imperio Británico. Para ello priorizó el factor humano orientándolo hacia una mejora ética ya que para él el autogobierno individual era la base indiscutible para intentar luego que su país pudiera autogobernarse con éxito. “El bien viaja a paso de tortuga. Aquellos que quieren hacer el bien no son egoístas ni están ungidos, ellos saben que inocular el bien en los demás requiere largo tiempo”.

Si nos imaginamos un futuro en el cual ha de predominar la actitud cooperativa del hombre sobre las restantes, acercándose al cumplimiento del mandamiento cristiano del amor al prójimo, se advierte que, en ese caso, habría de surgir el reino de la igualdad y de la libertad, por cuanto todos se regirían por las leyes naturales eternas antes que padecer alguna forma de dependencia subalterna respecto de otros hombres. El Estado casi no sería necesario ni tampoco los policías, militares y abogados, entre otras actividades. La situación ideal mencionada ha sido calificada por Gandhi como la “anarquía ilustrada”, escribiendo al respecto: “Poder político significa capacidad para regular la vida de la nación a través de sus representantes nacionales. Si la vida de la nación se vuelve tan perfecta como para regirse a sí misma, la representación se vuelve innecesaria. Surge entonces un estado de anarquía ilustrada, en que cada uno es su propio soberano. Cada uno se gobierna a sí mismo de manera que jamás es un estorbo para el prójimo. En ese estado ideal, no existe el poder político, porque no existe el Estado. Pero el ideal no se da jamás en la vida real. De ahí, la clásica aseveración de Thoreau que dice: «El gobierno mejor es el que gobierna menos»” (De “Pensamientos escogidos” de R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Adviértase que la política, en la mayoría de los países, como búsqueda prioritaria del poder y del predominio del Estado sobre el individuo, es una tendencia que se opone a la optimización requerida por la sociedad. Y una forma de acercarnos lentamente a la situación ideal consiste justamente en promover desde la política la actitud cooperativa en el hombre. Mahatma Gandhi escribió: “Para ver cara a cara el espíritu de la verdad universal que todo lo penetra uno debe ser capaz de amar a la más vil criatura como a sí mismo. Y el hombre que aspira a eso no puede permitirse quedar fuera de ningún campo de la vida. Por eso es que mi devoción por la verdad me ha llevado al campo de la política. Puedo afirmar sin el menor titubeo, y aún así con total humildad, que aquellos que dicen que la religión no tiene nada que ver con la política no saben lo que la religión significa”.

Si comparamos la relación entre Estado y sociedad a la existente entre el árbitro y los jugadores de fútbol, puede decirse que, si los jugadores fuesen éticamente inobjetables, no haría falta el árbitro, lo que puede suceder en algunos partidos entre amigos “ilustrados” (según su conducta y no según su nivel educativo). Mientras mayor sea la tendencia a hacer trampas, mayor debe ser la efectividad del árbitro. En cuanto al socialismo, puede decirse que es el caso en que el árbitro es el dueño de la cancha y de la pelota, y es quien decide de antemano quienes ganan y quienes han de perder. Por otra parte, los reglamentos que instituyeron los “sabios” de la Universidad de Cambridge, en 1863, constituyen el “orden natural” que debe ser respetado tanto por el árbitro como por los jugadores.

La búsqueda de poder sobre otros hombres implica en cierta forma una tendencia antinatural, ya que la actitud cooperativa excluye cualquier forma de gobierno del hombre sobre el hombre. De ahí que la búsqueda de reemplazar el gobierno de las leyes naturales, o gobierno de Dios, es considerado como una actitud de soberbia, considerada como el principal pecado capital por algunas religiones. Tage Lindbom escribió: “La Declaración de los Derechos del Hombre de 1789 es una fachada ideológica tras la que se disimulan tres fuerzas: la aspiración a la libertad, el deseo de poder y la codicia. Tal es el verdadero contenido de los objetivos de la Revolución Francesa. El Reino del hombre se presenta como una proclamación universal: el hombre será, en adelante, libre, omnipotente y estará consagrado a sus propios intereses. No será «el señor ni el esclavo de nadie»; adquirirá, bajo la forma de la igualdad, el poder universal y se «realizará» mediante la satisfacción de sus necesidades materiales. En principio, esto implica que el ser humano se ha declarado soberano, que desde ese momento no es responsable ante ninguna autoridad superior y que se sitúa pues en el lugar de Dios”. “El hombre ha sucumbido a la tentación. Ha querido ser «como dioses» y por ahí ha caído en el pecado fundamental, el mayor que existe: el orgullo espiritual, superbia” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).

En realidad, el odio o el egoísmo son partes de nuestra naturaleza humana de la misma manera en que lo es el amor. Sin embargo, teniendo presente la mencionada optimización de nuestra conducta, podemos decir que el odio y el egoísmo dejan de pertenecer al hombre plenamente adaptado al orden natural y al espíritu de la ley que nos gobierna. Los ideales de libertad, a medida que las poblaciones crecen, resultan ser necesidades cotidianas prioritarias para una adecuada supervivencia. Respecto de la libertad, John Stuart Mill escribió: “Comprende, desde luego, el fuero interno, exigiendo libertad de conciencia en su sentido más amplio, la libertad de pensar y sentir, la libertad absoluta de opiniones y sentimientos sobre toda cuestión práctica, especulativa, científica, moral o teológica. La libertad de expresar y publicar sus opiniones puede parecer sometida a un principio diferente puesto que pertenece a aquella parte de la conducta de un individuo que afecta a los demás; pero como tiene casi tanta importancia como la misma libertad de pensar, y descansa en gran parte en idénticas razones, estas dos libertades son inseparables en la práctica”.

“En segundo lugar, el principio de la libertad humana requiere la libertad de gustos y de persecución de fines, la libertad de regular nuestra vida según nuestro carácter, de hacer nuestra voluntad, suceda lo que quiera, sin que nos lo impidan nuestros semejantes, mientras no les perjudiquemos, y aun cuando conceptúen nuestra conducta como tonta o censurable”. “En tercer lugar, de esta libertad de cada individuo se deduce, con iguales limitaciones, la libertad de asociación entre individuos, la libertad de reunirse para un objeto cualquiera que no perjudique a otro, siempre bajo el supuesto de que las personas asociadas son mayores de edad y no son forzadas ni engañadas”.

“Ninguna sociedad es libre, cualquiera que sea su forma de gobierno, si estas libertades no son en todo caso respetadas y ninguna es completamente libre si estas libertades no están garantidas de una manera absoluta y sin reservas” (De “El utilitarismo-La libertad”-Editorial Americalee-Buenos Aires 1945).

Una gran parte de los intelectuales de izquierda, sin embargo, aceptan como algo natural el hecho de que quienes dirigen el Estado deben pensar por los demás y que los demás sólo deben estar preparados para obedecer. Hilda Molina expresó: “A los cubanos, cuando decidimos pensar con cerebro propio, el gobierno nos convierte en una no persona. Y yo tengo muchas personas que me quieren, pero que tienen miedo de hablar conmigo. Y yo prefiero que no me hablen. Por eso evito ir a las instituciones de salud cubanas”. “En Cuba se han hecho muchas ejecuciones morales. Cuando usted trata de degradar a un ser humano ante su pueblo, lo está ejecutando moralmente. A veces es mejor hasta que te maten físicamente” (De “Reportajes 2” de Jorge Fontevecchia-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).

Las tendencias anarquistas contemplan un futuro sin Estado, sin embargo, ello debe admitirse como tendencia antes que como una forma de gobierno a adoptar en el corto plazo. Para revertir la tendencia del Estado creciente y opresivo, es necesario tratar de reducirlo paulatinamente, contemplando la inercia social propia de cada comunidad. Morris y Linda Tannehill escribieron: “La perspectiva de una libertad real, en una sociedad de laissez-faire, es deslumbrante, no obstante ¿cómo puede tal sociedad ser alguna vez lograda? A lo largo de décadas, el gobierno silenciosamente ha crecido y se ha expandido con insidioso empuje, entrelazando sus tentáculos en casi todas las áreas de nuestras vidas. Nuestra sociedad está en la actualidad tan profundamente penetrada por la burocracia del gobierno y nuestra economía tan enredada por los controles gubernamentales, que la disolución del Estado provocaría graves y dolorosos trastornos temporarios. Los problemas que produce el ajuste a una sociedad de laissez-faire [dejar hacer] son un tanto semejantes a los que enfrenta un alcohólico o un adicto a la heroína que trata de abandonar el hábito. Las dificultades y malestares que esto traería aparejado pueden hacer que algunas personas decidan que estaríamos mejor simplemente quedándonos como estamos” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Ediciones-Buenos Aires 2014).

Los políticos, ante sus ambiciones desmedidas de poder, tratan de justificarlas aduciendo que buscan proteger a los pobres ante la maldad del sector productivo, ya que existiría una extraña ley, que podríamos denominar “ley de Marx”, que indica que mientras mayor capacidad para producir tiene una persona, hasta convertirse en empresario, mayor será su perversidad, mientras que, a una menor capacidad productiva, mayor será su virtud.

viernes, 26 de diciembre de 2014

La actitud semidemocrática

En la Argentina predomina la idea de que en política debe existir un sistema democrático ya que el ciudadano medio es suficientemente apto para elegir al candidato que le conviene a la sociedad. Sin embargo, se supone que en cuestiones económicas son los políticos quienes, desde el Estado, deben dirigir y orientar a la economía, ya que el mismo pueblo, maduro para lo político, resultaría inmaduro para realizar los intercambios y emprendimientos que constituyen el mercado, que no es otra cosa que las millones de decisiones que individualmente adoptan los distintos integrantes de la sociedad. Ernesto Sandler escribió: “Los mismos que alzan su voz contra los gobiernos que cercenan su libertad política son los que demandan con igual pasión que el Estado dirija la economía, ponga limites a las empresas privadas, regule los precios, controle el mercado, limite las importaciones, supervise las inversiones y exija un cierto nivel en los salarios de los trabajadores. Mientras defienden la libertad política individual como sustento necesario para desarrollar una democracia plena, por el otro lado exigen que el Estado cancele o circunscriba la libertad económica de los miembros de la sociedad. Lo hacen bajo la convicción de que esa libertad es no sólo una farsa para las grandes mayorías, sino también negativas para la democracia”.

Esta preponderancia de democracia en política y totalitarismo en economía se hizo evidente durante las últimas elecciones presidenciales (2011) en las cuales no participó ningún candidato democrático, sino varios semi-democráticos, seguidores de Perón, Yrigoyen y Marx, incluso algunos disfrazándose de democráticos en lo político, ya que poco respetan las reglas de tal sistema. Álvaro Alsogaray comentaba hechos similares en el pasado: “Los líderes políticos carecían de fuerza y de convicción porque estaban ellos mismos sujetos a fundamentales contradicciones. Actuaban en un determinado sentido al considerar los problemas políticos y procedían de una manera diametralmente opuesta o por lo menos absolutamente incongruente al referirse a los problemas económicos” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).

El auge de las tendencias intervencionistas, en contra del mercado, van surgiendo a medida que decae el elevado lugar que ocupaba el país en el orden internacional. Ernesto Sandler escribe: “Para principios del siglo XX, el ideario a favor de la construcción de un Estado omnipresente que planificara la economía y controlara la actividad privada estaba en plena ebullición. Todas las normas legislativas apuntaban a un Estado más presente y a una limitación del mercado. Sin embargo, fue el peronismo forjado en la década del ’40 el responsable de dar el último golpe de horno a la construcción de un tipo de Estado omnipresente y regulador de las relaciones económicas. El peronismo no sólo expresó a viva voz el ideario en contra de la libertad económica y a favor del ordenamiento económico a cargo del Estado, sino que le dio forma jurídica e institucional”.

“Todos los gobiernos que se sucedieron, incluidos los que desalojaron por la fuerza al peronismo, no se limitaron a mantener la misma matriz ideológica, sino que la ampliaron, dando lugar a la consolidación de un Estado omnipresente y rector del quehacer económico. Por eso, la sentencia que asegura que todos los argentinos son peronistas es, desde la perspectiva económica, absolutamente acertada. A partir del establecimiento del peronismo, la economía argentina nunca cambió su rumbo y su matriz. El Estado asumió gradualmente un poder ascendente y avanzó sobre todo el orden económico, aunque los argentinos siguieran sosteniendo que estaban dentro de un régimen de mercado con libertad económica”.

El accionar del Estado debería presuponer un normal comportamiento del empresario estableciendo tanto el marco jurídico como la seguridad e infraestructura necesarias, presuponiendo tal normalidad hasta que se demuestre lo contrario. En cambio, al considerar que el empresario es culpable hasta que demuestre lo contrario, el Estado prioriza una actitud de control y mando en lugar de colaborar con la producción. No es lo mismo decir que todos son buenos excepto unos pocos a decir que todos son malos excepto unos pocos. Si bien la realidad no ha de cambiar a partir de la presunción de los porcentajes respectivos de bondad o maldad, lo que sí ha de cambiar es la actitud del empresariado respecto del Estado por cuanto un Estado pro-mercado favorece a los empresarios auténticos mientras que un Estado intervencionista favorece a los empresarios que tratan de beneficiarse a partir de un vínculo personal establecido con los políticos.

“Los trabajadores que quieren vivir de su trabajo terminan explotados por monopolios privados que actúan con el beneplácito del Estado. Los que se inclinan por la industria del juicio, usufructúan los subsidios públicos o emprenden negocios espurios, obtienen notables ganancias sin trabajar, amparados por leyes promulgadas por funcionarios irresponsables. Los empresarios independientes viven dentro de un corsé instalado por la regulación pública, que les impide actuar en libertad. El orden económico está plagado de regulaciones e impuestos exorbitantes, y supeditado a un régimen de inseguridad jurídica como consecuencia de la arbitrariedad del Estado omnipresente. Sólo se salvan de la quiebra los empresarios privados que se asocian con los funcionarios estatales para defender sus privilegios” (De “El Estado terminator” de Ernesto Sandler-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2014).

En cuanto a la forma de pensar predominante en la ciudadanía argentina, el citado autor escribió: “Se podría decir que los argentinos tienen un pensamiento dual o bipolar sobre la economía. Son portadores de dos visiones diferentes y opuestas sobre cómo deben funcionar las relaciones económicas, según las analicen desde una perspectiva personal o social. Tienen una opinión cuando emprenden una actividad económica individual y otra totalmente diferente cuando hacen referencia al sistema económico que debe regir para toda la sociedad”.

“Al cambiar la perspectiva de análisis entre lo individual y lo colectivo, la opinión de los argentinos cambia radicalmente. De un pensamiento a favor de la libertad para emprender proyectos por cuenta propia, pasan a uno totalmente opuesto sobre cómo debe organizarse la economía global. Están convencidos de que el Estado debe ser el responsable excluyente de ordenar y dirigir la economía social. No se percatan de que esa exigencia incide negativamente sobre la libertad y autonomía que reclaman para emprender sus actividades individuales”. “En otras palabras, los argentinos exigen el máximo de libertad económica personal y el máximo control para los otros. Esa es la síntesis del ideario dominante en el país”.

Esta mentalidad dominante puede también describirse como una actitud que adopta una moral individual distinta de la moral social; algo así como si se respondiera a un mandamiento tal como “ámate a ti mismo, pero odia al prójimo”. Tal actitud se hace evidente ante la forma de interpretar un mismo hecho según quienes sean los protagonistas. Así, cuando un jugador argentino hace trampas en un Mundial de Fútbol, se alaba su “viveza” y su “picardía” aduciendo luego haber utilizado “la mano de Dios”. Sin embargo, cuando consideramos que nos perjudicó algún error arbitral, de inmediato se habla de “una mano negra”.

En la Argentina se le tiene cierto temor al liberalismo por cuanto hubo quienes, en su nombre, transfirieron la deuda empresarial al Estado, es decir, al resto de la población. Algo injusto que poco tiene que ver con el liberalismo que se opone tanto a las confiscaciones de empresas por parte del Estado como la transferencia de deudas privadas a deuda pública, ya que en todos esos casos no existe la búsqueda de beneficio simultáneo entre dos partes, sino el perjuicio de una a favor de la otra. Además, los intentos de adoptar una economía de mercado sin contemplar la gradualidad que se necesita para vencer la inercia social propia de toda sociedad, sin dar tiempo a una lenta adaptación, condujeron a resultados muy pobres.

Una de las “pruebas” aducidas contra la privatización de empresas esgrimida por el sector semi- democrático es que algunas de esas empresas siguen funcionado tan mal como cuando eran estatales. En realidad, lo importante de una privatización implica que una empresa quede sometida a las reglas del mercado, ya que no existe gran diferencia entre una empresa estatal o privada si ninguna de las dos compite con otras, sino que son monopolios. Al quedar bajo su jurisdicción, es el Estado quien debe cubrir las pérdidas que anualmente generan.

Como se sostiene que las empresas privadas buscan beneficios particulares mientras que el Estado busca el “bien común”, las ganancias empresariales se consideran como “algo malo”. Eric D. Butler escribió: “Uno de los rasgos esenciales del sistema económico de libre empresa es el factor ganancia. Pero los comunistas, mediante su continua propaganda inescrupulosa, han conseguido crear la opinión de que el factor ganancia es algo malo. Se ha logrado establecer eficazmente lo que podríamos llamar complejo de culpa en gran escala” (De “Psicopolítica” de Kenneth Goff-Editorial Nuevo Orden-Buenos Aires 1966).

De ahí que muchos admitan que las grandes empresas estatales, que producen enormes pérdidas anuales, cumplen sin embargo “una función social” y que no debemos preocuparnos por ello. Tal es el caso de Aerolíneas Argentinas, con pérdidas que van de 1 a 2 millones de dólares diarios. Adviértase que con 1 millón de dólares puede construirse un pequeño barrio de unas 20 viviendas. Los excesivos gastos del Estado, sostenidos con emisión monetaria, es la principal causa de inflación, que luego ha de incidir en el aumento de los niveles de pobreza.

Cuando alguien padece cáncer, consistente en un tumor que crece destruyendo tejidos y órganos sanos, pocos lo van a ver como algo positivo. Sin embargo, las empresas estatales con enormes pérdidas, que constituyen un verdadero cáncer para la sociedad, son consideradas orgullosamente como “bien nuestras”. Y si alguien prefiere privatizar tal “tumor”, se lo ha de considerar un “traidor a la patria”, o algo similar, ya que ha de permitir que algún empresario, especialmente extranjero, se beneficie con ello obteniendo “pingües ganancias”.

El sistema semi-democrático favorece la desigualdad social que trata de combatir, ya que existe un sector de marginados que avanza año a año. Incluso algunas mediciones indican que el nivel de pobreza actual es del 36% de la población, mientras que en la década de los 60, cuando comienza el accionar de la guerrilla “liberadora de los pobres”, el nivel de pobreza era menor a un dígito y cercana al 5%. Países como Venezuela y la Argentina están mostrando al mundo cómo, a pesar de tener riquezas naturales suficientes, pueden llegar a niveles de pobreza muy altos cuando las ideas predominantes no son las adecuadas.

jueves, 25 de diciembre de 2014

El enemigo necesario

Mientras que los políticos populistas, tanto como los totalitarios, necesitan de un enemigo, real o ficticio, para ofrecer al pueblo su “generosa protección”, el pueblo “protegido” requiere de alguien que oriente o conduzca parte del disconformismo individual ya existente, surgido por diferentes motivos personales, y también inducido por las difamaciones que surgen de los políticos hacia ese enemigo. Cada vez que existe odio, ha de existir un enemigo, ya que enemigo es la persona por quien se siente odio.

En un sistema democrático, por el contrario, existe competencia entre rivales ocasionales en lugar de una confrontación entre enemigos, como ocurre en los sistemas pseudo-democráticos. En los regimenes totalitarios ya constituidos, la lucha se materializa en persecuciones, exclusiones, exilios e incluso hasta la eliminación selectiva del bando opositor. Ernesto Che Guevara expresó en un discurso: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Una personalidad opuesta a la anterior es la del Mahatma Gandhi, ya que, mientras que Guevara luchó para que los pueblos latinoamericanos cayeran bajo la opresión del Imperialismo Soviético, Gandhi luchó para que la India se liberara de la opresión del Imperialismo Británico. La India mantiene actualmente su libertad y su dignidad, mientras que el pueblo de la Cuba castrista-guevarista todavía tiene que padecer el encarcelamiento debido a una eterna fidelidad a un imperio terrorífico que ya no existe. Gandhi escribió: “Supongo que soy incapaz de odiar a criatura alguna. A través de un largo camino de disciplina y oración he logrado, en los últimos cuarenta años de mi vida, llegar a no odiar a nadie”.

En cuanto a la visión que Gandhi tenia de la política, escribió: “Poder político significa capacidad para regular la vida de la nación a través de sus representantes nacionales. Si la vida de la nación se vuelve tan perfecta como para regirse a sí misma, la representación se vuelve innecesaria. Surge entonces un estado de anarquía ilustrada, en que cada uno es su propio soberano. Cada uno se gobierna a sí mismo de manera que jamás es un estorbo para el prójimo. En ese estado ideal, no existe el poder político, porque no existe el Estado. Pero el ideal no se da jamás en la vida real. De ahí, la clásica aseveración de Thoreau que dice: «El gobierno mejor es el que gobierna menos»” (De “Pensamientos escogidos” de R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Tanto el amor como el odio son aspectos inherentes a la naturaleza humana y pocos están exceptuados de poseerlos en alguna medida. Así, mientras algunos traen desde nacimiento una personalidad sin una pizca de maldad, otros pocos la traen sin una pizca de bondad, poseyendo el resto ambas actitudes. El “largo camino de disciplina y oración” mencionado por Gandhi implica tomar conciencia de los defectos personales conociéndolos, expresándolos mediante palabras y razonando sobre ellos. Luego de esa primera etapa, viene la adaptación emocional a tales ideas que resultarán predominantes.

Políticamente hablando, si uno quitara toda referencia al enemigo en el discurso populista o totalitario, perdería toda su fuerza y toda su elocuencia. En forma similar, los individuos que suspenden momentáneamente en sus conversaciones toda referencia al enemigo, se muestran incomunicativos y poco creativos hasta en un simple y elemental diálogo. Además, parecería que en esos casos se les quitara el sentido de sus vidas que consiste en ver liquidado o derrotado a su enemigo (por lo cual tendrían la imperiosa necesidad de cambiarlo por otro).

Como el que siente odio es la persona inferior, siendo el odio el perverso agregado de burla y envidia, tratará de disfrazar de alguna manera su actitud, recurriendo necesariamente a la mentira y al disimulo. Incluso la difamación y la calumnia al enemigo, junto a la tergiversación de los hechos concretos de la realidad, forman parte de tal actitud mentirosa y encubridora. Friedrich Nietszche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.

De la misma forma en que un país se considera económicamente subdesarrollado, puede considerarse culturalmente subdesarrollado cuando es dirigido mentalmente por algún líder populista o totalitario, ya sea que esté vivo o sea un difunto. Por lo general, el desarrollo y el subdesarrollo se dan simultáneamente tanto en el aspecto económico como en el cultural. En el caso argentino, tenemos dos naciones bien diferenciadas; una que adopta como líderes a Cristo y a San Martín, y otra a las controvertidas figuras de Perón, Eva Duarte y el Che Guevara. La primera aspira a la unión en el amor y la libertad, mientras que la otra busca someterla y denigrarla. Como ejemplo de tal actitud, podemos mencionar una insinuación a la violencia emitida por Perón: “Por cada uno de los nuestros que caiga, caerán cinco de ellos”. No reclamaba una venganza equitativa, de uno por uno, sino una más amplia, por lo cual puede imaginarse el nivel existente de odio en su resentida personalidad. Debe aclararse que ésta no fue una expresión surgida en un momento de ofuscación, ya que otros llamados a la violencia fueron emitidos durante la primera y, especialmente, durante su segunda presidencia.

Si nuestras preferencias políticas surgieran de nuestra razón, y no tanto de nuestras emociones, quizás los conflictos podrían solucionarse en tiempos prudenciales. Sin embargo, nuestra propia naturaleza humana parece estar orientada principalmente por los afectos, ya sean positivos o negativos, y de ahí la perdurabilidad de los antagonismos y las crisis sociales. Ernesto Sandler escribió: “Hasta hace muy poco, los científicos consideraban que la adhesión emocional a cualquier idea debía pasar por el filtro de la razón. Esta presunción daba por sentado que la adhesión emocional a una idea era posterior a un análisis objetivo y valorativo a cargo de nuestra mente racional. Recién cuando la conciencia terminaba de analizar y verificar racionalmente la certeza de una idea, se pasaba a un estrato mental dominado por las emociones subjetivas. Sin embargo, la neurociencia ha puesto de manifiesto que los mecanismos mentales no se dan habitualmente de esa manera ni transitan ese camino tan lineal y perfecto”.

“La neurociencia ha puesto en evidencia que los sentimientos, emociones, intuiciones y pasiones influyen notablemente en nuestra mente. Por ende, condicionan el análisis objetivo de las ideas antes de que intervenga la razón. Se ha comprobado que la mayoría de la gente sostiene ideas y adhiere a ellas sin haberlas analizado ni verificado empíricamente. Es decir que el paso de la conciencia racional a la conciencia emocional suele ser a la inversa de lo que antiguamente se sostenía. De esta forma, la adhesión a las ideas comienza habitualmente con los sentimientos y emociones subjetivas”.

“Este descubrimiento de la neurociencia explica por qué la mayoría de las veces la subjetividad suele predominar en la formación de un ideario, dejando de lado todo tipo de objetividad científica o verificación empírica. La influencia de los estados emocionales llega a ser tan importante que induce a la adhesión a ideas totalmente irracionales o que no describen objetivamente la realidad”. “En el caso argentino, no hay duda de que las sucesivas crisis económicas, el desengaño por las promesas fallidas, la desesperanza ante los fracasos de los planes económicos y las promesas demagógicas, han contribuido a la construcción de un pensamiento colectivo sustentado en las emociones subjetivas, más que en la razón objetiva. Ante las reiteradas crisis, la gente duda de la certeza de las ideas de quienes se autoproclaman expertos. Los argentinos prefieren aferrarse a sus sentimientos primarios, a experiencias personales, a creencias sobre hechos ocurridos en el pasado y hasta a concepciones religiosas, antes de basarse en un conocimiento objetivo” (De “El Estado terminator”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2014).

Hace algunos años, Néstor Kirchner rompe sus relaciones con el, hasta entonces, aliado Grupo Clarín debido a que publica denuncias realizadas por posible corrupción del gobierno. Al respecto dijo: “Esto no es una pelea. Es una guerra. Una guerra total. Pero no te preocupes. A esta guerra la voy a ganar yo, mientras me quede plata y poder”. “Esto va a ser una guerra total. Aquí no va a haber espacio para hacerse el boludo. O estás conmigo o estás con ellos” (De “Él y ella” de Luis Majul-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2011).

Orientando el odio previamente existente en el sector kirchnerista, sus adeptos pasan desde la adhesión a un aliado de su jefe espiritual al odio más intenso debido a su absoluta incondicionalidad. Este comportamiento se ha intensificado luego de la desaparición de Kirchner. Incluso si alguien critica al actual gobierno de CFK, sus incondicionales seguidores lo descalifican presuponiendo cierta estupidez preguntando si tal opinión adversa la leyó en Clarín. Mientras mayor es la obsecuencia hacia el líder, mayor es la soberbia evidenciada ante los opositores.

Los pueblos poco democráticos dependen bastante del estado mental de sus Presidentes. En la Argentina, si uno indaga acerca de la niñez y adolescencia de Perón, Eva, o los Kirchner, encontrará la explicación de sus nefastos comportamientos. Por razones similares, la médica cubana Hilda Molina pedía para Cuba alguien “normal” que resolviera su severa crisis: “Pienso que lo primero que tiene que ser un dirigente de cualquier país es ser una persona normal”. “Normal quiere decir un ser humano que cuando habla no ofende, no insulta, que hace raciocinios mesurados, que no anda en confrontación con el mundo entero, como no solamente Fidel Castro hace. Que lo mismo se sienta a dialogar con uno que lo ha estado ofendiendo hasta el momento”.

Quienes promueven el odio masivo entre sectores, y aun entre países, buscando objetivos personales, degradan a sus propios pueblos burlándose de ellos en silencio cuando buscan desesperadamente el lujo y las riquezas materiales que tanto critican en el “imperio enemigo”. Hilda Molina agrega: “La injusticia social no es justo que exista. Hay gobiernos que utilizan este sentimiento como coartada para justificar su incapacidad y hasta su propia corrupción. Es significativo que haya personas que se han enriquecido gobernando países pobres, que tienen a sus hijos estudiando en Europa y que ven como lo peor al capitalismo salvaje. Culpan de todas las cosas que suceden en sus propios países a los EEUU. Ahí se unen una coartada y una hipocresía del individuo que pregona de una manera y vive de otra. Si usted critica tanto a los norteamericanos, usted debiera ser una persona muy humilde. Ahora, si usted vive como el más rico y millonario de los estadounidenses a expensas de su propio pueblo, usted es un hipócrita” (De “Reportajes 2” de Jorge Fontevecchia-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Ética económica

Si hemos de valorar a una persona, desde un punto de vista ético, podremos hacer una contabilidad de tipo comercial anotando en la columna del Debe todo lo malo realizado, mientras que anotaremos en el Haber todo lo bueno. Luego, el carácter de malo o de bueno provendrá de la diferencia entre el Debe y el Haber. Si ambas sumas son equivalentes, o si poco se ha hecho en ambos aspectos, la persona mostrará un comportamiento éticamente neutro. Esta contabilidad, con poco sentido práctico, es atribuida a un Dios justiciero que al final de nuestros días decidirá según nuestras acciones. Si tenemos en cuenta el relativismo moral imperante, quedaría sin efecto tal posibilidad y negaríamos la función del Dios repartidor de premios y castigos.

Cuando valoramos el accionar ético de alguien, intuimos cuál ha de ser su “saldo ético” a partir de la actitud mostrada aun en pequeños detalles. Se dice que “para muestra basta un botón”. Hasta podremos intuir cuál habrá de ser su comportamiento en otras circunstancias si somos suficientemente aptos como observadores. Tanto esta predicción como la contabilidad anterior podrán hacernos conscientes de nuestro valor social y, sobre todo, para indicarnos que la inacción impide considerarnos buenas personas.

Adviértase que la expresión bíblica “los últimos serán los primeros” (para entrar al Reino de Dios) implica que, ante un cambio de actitud, se “borra la cuenta anterior”, por cuanto un posible premio, o un posible castigo, tanto en el más allá como en el más acá, dependen de nuestra actitud y de la ley natural, y no de las decisiones de un Dios que podría padecer de un severo cargo de conciencia si tuviese que enviar al infierno a varios de sus hijos.

Si se nos sugiere valorar las personas según su comportamiento económico, podremos hacer un análisis similar. En este caso, en el Haber hemos de colocar todo lo que hemos producido a lo largo de nuestra vida, mientras que en el Debe colocaremos todo lo que hemos consumido. La persona útil a la sociedad será aquella en la que predomina el Haber sobre el Debe. El valor económico de una persona formará parte del valor ético, considerando las aptitudes para el trabajo y el ahorro como virtudes.

Como no todos tenemos iguales aptitudes laborales, debemos considerar también el valor económico indirecto, como es el de un niño pequeño. Aun cuando no pueda producir, dará motivos suficientes para hacerlo. Esto trae a la mente la respuesta del físico Michael Faraday cuando la Reina Victoria le preguntó para qué servía la, entonces, reciente rama del electromagnetismo; contestando: “para lo que sirve un recién nacido”. En este caso se refería al valor económico directo, sin tener en cuenta el indirecto y el potencial.

Entre las fallas éticas observables en una población, encontramos la pretensión de vivir a costa del trabajo ajeno. De esa manera se trata de disponer de tiempo libre para el ocio, los vicios o la delincuencia. Para colmo, existe una tendencia política dominante que entiende que la misión del Estado no es la de colaborar con la producción, sino la de ser un intermediario entre el productor y quienes resultan poco adeptos al trabajo, confiscando la producción a los primeros para otorgarla a los últimos.

En la Argentina populista, según la propaganda televisiva oficial, sobre unos 42 millones de habitantes, 17 millones dependen económicamente, en forma total o parcial, del ANSES, institución asociada a las jubilaciones y pensiones. Si excluimos de los 17 millones a jubilados, pensionados e incapacitados, que podrán llegar a 6 o 7 millones, significa que unos 10 millones, que pueden trabajar, necesitan ser mantenidos indirectamente por el sector productivo, constituyendo un país de mendicantes. Sin embargo, tales cifras no se muestran desde el gobierno con tristeza, sino con el orgullo que otorga todo éxito.

Al sector mendicante agréguese la enorme burocracia estatal, con trabajadores idóneos y también con miles de pseudo-trabajadores ubicados por los políticos, más el daño ocasionado a la economía por las empresas estatales deficitarias. De ahí que uno deba preguntarse si un país puede salir adelante siguiendo el rumbo emprendido.

Al sector productivo se le quitan los medios necesarios para la inversión y el posterior crecimiento económico, mientras se acostumbra a un importante sector a la vagancia y a la dependencia económica. Para colmo, en lugar de promover cierto agradecimiento hacia el sector productivo, los políticos lo denigran constantemente por no producir lo suficiente ni ofrecer la cantidad de puestos de trabajo necesarios, haciéndole ver a la sociedad que es obligación empresarial mantener al resto, que “siempre exige y nunca agradece”, como señalaba Ortega y Gasset en “La Rebelión de las masas”.

Una de las paradojas que aparece en la vida económica de muchas naciones es la existencia de una notable desocupación. En principio, si hay gente desocupada, alguien podría pensar que las necesidades de la gente están satisfechas y de ahí el ocio obligado de algunos. Sin embargo, ocurre que tal situación se da en forma simultánea a la existencia de un nivel importante de pobreza. Si hay pobreza y desocupación, ello implica que falta el nexo entre ambos, que es la empresa y los empresarios. Tal ausencia se debe a la falta de iniciativa de una parte de la población así como también de los pocos incentivos que se le brindan al futuro empresario ante las enormes cargas impositivas que le ha de imponer el Estado. En la Argentina, el 80% de las empresas quiebra antes del segundo año de haber iniciado sus actividades.

Las ventajosas leyes sociales que benefician al trabajador promueven, en algunos casos, cierta predisposición a extorsionar al empresario ante la certeza de que no podrá echarlo dada la elevada suma de dinero requerido tratándose de alguien con varios años de antigüedad. De ahí que muchas empresas optan por contratar trabajadores mediante contratos a corto plazo quedando el trabajador en una situación laboral inestable. Las leyes laborales muy ventajosas para el trabajador hacen que todo aquel que quiera iniciar una empresa lo piense varias veces antes de hacerlo.

Cuando la cantidad de empresas es bastante menor a la necesaria, se logra un mercado subdesarrollado, y el país que posee tal mercado será un país subdesarrollado. Esta característica se hace evidente en la existencia de un grupo empresarial pequeño, que logra mayores riquezas que el resto, y de ahí que se lo culpe de “explotar” a los trabajadores, recayendo en ellos todas las responsabilidades sociales sin tener en cuenta lo que el Estado hace mal y lo que la población no hace bien.

Por lo general, no se tiene en cuenta que existe algo peor que la explotación laboral, que es la desocupación plena y la miseria. Y la desocupación no depende de los empresarios que hay, sino principalmente de los que faltan. Viviane Forrester, que también parece culpar sólo a los empresarios existentes, escribió: “En vista de cómo descartan a hombres y mujeres en función de un mercado de trabajo errático, cada vez más virtual, comparable a la «piel de zapa», un mercado del cual dependen ellos y sus vidas pero que no depende más de ellos; de cómo con frecuencia no se los contrata ni se los contratará más, y cómo vegetan, sobre todo los jóvenes, en un vacío sin límites, degradante, en el cual se las ven negras; de cómo, a partir de entonces, la vida los maltrata y se la ayuda a maltratarlos; de que hay algo peor que la explotación del hombre por el hombre: la ausencia de explotación…¿cómo evitar la idea de que al volverse inexplotables, imposibles de explotar, innecesarios para la explotación porque ésta se ha vuelto inútil, las masas y cada uno dentro de ellas pueden echarse a temblar?” (De “El horror económico”-Fondo de Cultura Económica SA-Buenos Aires 1997).

La difamación a la que se ve sometido todo empresario, al suponerse que nunca ofrece un trabajo bajo un contrato que beneficia a ambas partes, sino que necesariamente se ha de beneficiar perjudicando al empleado, implica una notable discriminación social de la cual un porcentaje importante de empresarios debiera ser excluido. Tal parece ser la forma discriminatoria implícita en el párrafo mencionado. Tal tipo de difamación resulta ser un estímulo negativo para el surgimiento de nuevos empresarios y uno positivo para acentuar la desocupación aunque la autora mencionada aduzca preocuparse por ese problema.

El lema que sugiere producir “de cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad” bajo un sistema socialista, queda desvirtuado cuando en realidad quien produce no elige el destinatario de sus productos, sino que lo hará para el gran intermediario: el Estado, que “generosamente” los repartirá “según las necesidades”. Quien recibe bienes del Estado, agradecerá a los políticos que lo dirigen, mientras que quien produjo los bienes no recibe recompensa por su labor por cuanto sólo cumple con una obligación. La falta de estímulos para la producción, y los estímulos para un consumo sin equitativa contraprestación laboral, impiden que se logren aceptables resultados económicos.

Por el contrario, el intercambio entre productor y consumidor, que beneficia a ambas partes, sin la intermediación del Estado, es lo que permite el buen resultado del proceso económico. Así, “de cada uno según su capacidad”, implica que el productor, eligiendo libremente con quien hacer intercambios, producirá lo suficiente para satisfacer las necesidades de “cada uno”. La ausencia del Estado como intermediario no implica que no deba existir, sino que debe abocarse a tareas no económicas que permitan el mejor accionar de empresarios y de trabajadores.

La inestable situación económica de la Argentina, que invariablemente desemboca en crisis en lapsos cercanos a los diez años, se debe a la existencia de ideas erróneas imperantes en la sociedad que no son fáciles de erradicar, aunque será necesario hacerlo si queremos alejarnos definitivamente de tales procesos negativos que van sumiendo en la pobreza a un sector de la población cada vez más numeroso. Ernesto Sandler escribió: “Los argentinos se quejan de los desequilibrios que padecen, pero pareciera que no están dispuestos a cambiar sus creencias. Las cosas están mal, pero no tan mal como para cambiar las ideas que sustentan desde hace décadas. Normalmente, la mayoría adhiere a las ideas que coinciden con la manera de pensar de las generaciones anteriores. Nadie quiere escuchar que para salir de la histórica decadencia económica es necesario abandonar los paradigmas dominantes. Antes de cambiar los dogmas que predominan en el saber colectivo, la gente prefiere construir una realidad artificial que ratifique la veracidad de sus creencias”.

“Los argentinos prefieren achacar los fracasos del pasado a conspiraciones económicas de grupos homogéneos o a la incapacidad de los dirigentes de llevar a fondo sus creencias. Pocos están dispuestos a analizar el ideario que ha conducido a la economía argentina a un fracaso tras otro. La sociedad ha manifestado históricamente a través de su voto que no está dispuesta a cambiar su ideario, pues no acepta que existan otras verdades que invaliden las ideas que sostienen” (De “El Estado terminator”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2014).

martes, 23 de diciembre de 2014

Psicopolítica

Los denominados “lavados de cerebro”, practicados a nivel individual, se consideran como una práctica psicopolítica cuando se los aplica a nivel masivo. Julio Meinvielle escribió: “El primer material sobre Psicopolítica fue hecho conocer en los EEUU en el año 1955 por Charles Stickley y luego en 1956 por Kenneth Goff, quienes hicieron conocer en realidad el mismo texto usado por el poderoso policía de la Unión Soviética Lavrenti Beria”.

Ante la necesidad del socialismo soviético de crear el “hombre nuevo”, se buscaron métodos psicológicos para la adaptación del hombre renuente a ese objetivo y también para intentar avasallar a los países enemigos. En el Manual respectivo puede leerse: “La psicopolítica es el arte y la ciencia de obtener y mantener un dominio sobre el pensamiento y las convicciones de los hombres, de los funcionarios, de los organismos y de las masas, y de conquistar a las naciones enemigas por medio del «tratamiento mental»”. “Nuestro primer paso decisivo es producir el caos máximo en la cultura enemiga. Nuestros propósitos fructifican en el caos, en la desconfianza, en la crisis económica y en la confusión científica”. “El psicopolítico debe esforzarse para producir el caos máximo en el terreno de la «cura mental». Debe reclutar y utilizar todos los organismos y medios disponibles de la «cura mental». Debe trabajar empeñosamente para aumentar sus agentes y sus elementos hasta que, por último, toda la rama de la ciencia psiquiátrica esté minada por los principios y los objetivos comunistas” (De “Psicopolítica”-Kenneth Goff-Editorial Nuevo Orden-Buenos Aires 1966).

En el Manual de Psicopolítica utilizado en la URSS se advierte la idea colectivista de evitar toda actitud individualista negando objetivos particulares y considerando la sociedad como un cuerpo que necesita de todos sus órganos para poder vivir plenamente. Se considera al individualismo una enfermedad mental que debe ser combatida o eliminada. “Así como vimos que un individuo se enferma cuando cada uno de sus órganos deja de funcionar para el conjunto, así también comprobamos que el Estado se enferma cuando los individuos no obedecen a normas rigurosamente codificadas y compulsivas”. “Hubo algunos que, en épocas menos ilustradas, indujeron al Hombre a creer que los objetivos son los que cada uno se fija y persigue por cuenta propia, y que en realidad el impulso total del Hombre hacia cosas superiores provenía de la Libertad. Debemos recordar que esos mismos que profesan tal filosofía fueron también quienes mantuvieron al Hombre en el mito de la existencia espiritual”. “Los objetivos estatales deben ser formulados por el Estado para obtener la obediencia y cooperación de cada miembro del Estado. Un Estado sin objetivos así establecidos es un Estado enfermo. Un Estado sin el poder ni el deseo de hacer cumplir sus objetivos es un Estado enfermo. Cuando el Estado comunista imparte una orden, y no es obedecido, la consecuencia es una enfermedad. Cuando la obediencia falla, las masas sufren”.

“Los objetivos del Estado dependen de la lealtad y la obediencia para su realización. Cuando los objetivos del Estado pretenden ser interpretados, se debe a que han interferido la terquedad, la codicia, la pereza, o el individualismo feroz y la iniciativa egoísta. Se comprobará que los fines del Estado han sido obstruidos por alguna persona cuya deslealtad y desobediencia son resultado directo de su desubicación en la vida”. “No siempre es imprescindible eliminar a dicho individuo. Es posible destruir sus tendencias opuestas a los objetivos y al beneficio del grupo. Los métodos de la psicopolítica se extienden desde la eliminación del individuo mismo hasta la mera erradicación de las tendencias que motivan su falta de cooperación”.

Las técnicas de la psicopolítica tienen, en la actualidad, la posibilidad de ser puestas en acción en aquellos países dominados por monopolios de los medios masivos de comunicación, ya sean estatales o privados, siendo poco posible su aplicación en sociedades en donde predomina la libertad de prensa.

Además de la técnica mencionada, puede incluirse en la psicopolítica la tergiversación del significado de las palabras. Eric D. Butler escribió: “En 1896 el gran filósofo francés, Gustave Le Bon, publicó su pequeña pero importantísima obra “La psicología de las multitudes”, en la que hacía notar que la mayoría de las revoluciones se han hecho cambiando el significado de las palabras, de lo cual ha resultado una confusión de ideas. Una cantidad de gente repite sin pensar ciertas consignas premeditadas sin darse cuenta de sus verdaderos alcances” (De la Introducción de “Psicopolítica”).

Entre las palabras a las que se les ha cambiado de significado, se encuentra “individualismo”, con su nuevo significado de “egoísmo”. Este cambio surge al observar una sociedad libre para compararla luego con lo que debería ocurrir en una colectivista. El individuo que en la primera tiene objetivos individuales, sin ser necesariamente una persona egoísta, es vista desde el ideal socialista como alguien no colectivista, es decir, alguien que se opone al objetivo impuesto por el Estado, y de ahí que tal actitud se la considere como un defecto personal.

La palabra “igualdad” nos sugiere la existencia de personas cercanas, afectivamente hablando, o bien similares desde el punto de vista de sus derechos, mientras que, bajo el socialismo, implica algo bastante distinto, ya que se entiende por igualdad la situación relativa entre los gobernados que ocupan un peldaño inferior al de los gobernantes. Alexis de Tocqueville escribía ya en 1848: “La democracia extiende la esfera de la libertad individual; el socialismo la restringe. La democracia atribuye todo valor posible al individuo; el socialismo hace de cada hombre un simple agente, un simple número. La democracia y el socialismo sólo tienen en común una palabra: igualdad. Pero adviértase la diferencia: mientras la democracia aspira la igualdad en la libertad, el socialismo aspira a la igualdad en la coerción y en la servidumbre” (Citado en “Camino de servidumbre”).

En cuanto a la palabra “libertad”, Friedrich A. Hayek escribió: “El advenimiento del socialismo iba a ser el salto desde el reino de la indigencia al reino de la libertad. Iba a traer la «libertad económica», sin la cual la ya ganada libertad política «no tenía valor». Sólo el socialismo era capaz de realizar la consumación de la vieja lucha por la libertad, en la cual el logro de la libertad política fue sólo el primer paso”. “El sutil cambio de significado a que fue sometida la palabra libertad para que esta argumentación se recibiese con aplauso es importante. Para los grandes apóstoles de la libertad política la palabra había significado libertad frente a la coerción, libertad frente al poder arbitrario de otros hombres, supresión de los lazos que impiden al individuo toda elección y le obligan a obedecer las órdenes de un superior a quien está sujeto. La nueva libertad prometida era, en cambio, libertad frente a la indigencia, supresión del apremio de las circunstancias, que, inevitablemente, nos limitan a todos el campo de elección, aunque a algunos mucho más que a otros”.

“En este sentido, la libertad no es más que otro nombre para el poder o la riqueza”. “La «libertad colectiva» que nos ofrece no es la libertad de los miembros de la sociedad, sino la libertad ilimitada del planificador para hacer con la sociedad lo que se le antoje. Es la confusión de la libertad con el poder, llevada al extremo”.

“Si no se ha pasado personalmente por la experiencia de este proceso, es difícil apreciar la magnitud de este cambio de significado de las palabras, la confusión que causa y las barreras que crea para toda discusión racional. Hay que haberlo visto para comprender cómo, si uno de dos hermanos abraza la nueva fe, al cabo de un breve tiempo parecen hablar lenguajes diferentes, que impiden toda comunicación real entre ellos. Y la confusión se agrava porque este cambio de significado de las palabras que expresan ideales políticos no es un hecho aislado, sino un compromiso continuo, una técnica empleada consciente o inconscientemente para dirigir al pueblo. De manera gradual, a medida que avanza este proceso, todo el idioma es expoliado, y las palabras se transforman en cáscaras vacías, desprovistas de todo significado definido, tan capaces de designar una cosa como su contraria” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 1978).

Es oportuno sintetizar las actitudes propuestas por el liberalismo y el socialismo teniendo presentes las dos tendencias motivadoras de la acción humana: cooperación y competencia.

Liberalismo:

a) Cooperación: Propone la división del trabajo para establecer luego el intercambio de bienes y servicios en el mercado. Los intercambios benefician a ambas partes, por lo que existen suficientes motivaciones para el trabajo.

b) Competencia: Propone encauzar la competitividad humana hacia la cooperación. De esa manera, se busca evitar la formación de monopolios.

Socialismo:

a) Cooperación: Propone el trabajo bajo la planificación estatal teniendo presente el lema: “De cada uno según su capacidad; a cada uno según su necesidad”. Aconseja el altruismo pensando en el beneficio del Estado antes que en el propio, por lo que el individuo pierde motivaciones para el trabajo.

b) Competencia: Propone la anulación de todo tipo de competencia, en lugar de buscar reencauzarla con un sentido cooperativo. Ello lleva a la formación del monopolio estatal absoluto, que produce mayor concentración de poder y mayor ineficiencia que en un sistema competitivo, o de mercado.

Los ideólogos socialistas, sin embargo, consideran que no existe cooperación en la sociedad liberal (mientras que, en realidad, el liberalismo propone acentuarla mediante una competencia en la que triunfa quien más coopera con los demás). Luego consideran que el hombre competitivo es egoísta (o “individualista”), ya que suponen que los objetivos individuales se oponen necesariamente a los colectivos. Como los objetivos individuales no necesariamente se oponen a los colectivos, la visión negativa de los socialistas resulta una burda difamación que distorsiona totalmente la realidad, siendo un claro ejemplo de influencia psicopolítica estimulada por quienes sólo buscan lograr el poder mediante la mentira y el engaño generalizado.

sábado, 20 de diciembre de 2014

La idolatría del Estado

Puede considerarse a la idolatría profesada hacia el Estado como un neopaganismo que predomina en muchos países. El culto totalitario reemplaza a la religión de carácter moral. El bien, la verdad y la libertad son desplazados por el odio, la mentira y la esclavitud. Jacques Maritain escribió: “La tragedia de las democracias modernas consiste en que ellas mismas no han logrado aún realizar la democracia. Las causas de este fracaso son innumerables. En primer lugar, los enemigos del ideal democrático no se han desarmado nunca; y sus resentimientos, su odio al pueblo y a la libertad, no han hecho más que crecer a medida que las debilidades y las faltas de las democracias modernas les iban dando pretextos” (De “Cristianismo y democracia”-Editorial Dedalo-Buenos Aires 1961).

El igualitarismo predicado por el nuevo paganismo apunta a denigrar todo valor logrado a través del mérito; se anulan premios y castigos; se exaltan los derechos mientras se anulan los deberes. De esa forma el individuo igualitario y soberbio pretende dominar a quienes lo superan. Ludwig von Mises escribió: “Los abogados del socialismo que son bastante sagaces para comprenderlo nos dicen que la libertad y la democracia carecen de valor para las masas. El pueblo, dicen, quiere comida y techo, y para obtener más y mejor pan está dispuesto a renunciar a la libertad y a la autodeterminación sometiéndose a una competente autoridad paternal. A esto los antiguos liberales solían replicar que el socialismo no mejorará el nivel de vida de las masas, sino que, por el contrario, lo empeorará, pues el socialismo es un sistema de producción menos eficiente que el capitalismo. Pero tampoco esta respuesta imponía silencio a los paladines del socialismo. Concedamos, replicaban muchos de ellos, que el socialismo no traerá la riqueza para todos, sino una menor producción de riqueza; con todo, las masas serán más felices bajo el socialismo, porque compartirán preocupaciones con todos sus conciudadanos y no habrá clases ricas envidiadas por los pobres. Los harapientos obreros que en la Rusia soviética se mueren de hambre son mil veces más felices, nos dicen, que los obreros de occidente que viven en condiciones que comparadas con las normas rusas son lujosas; la igualdad en la pobreza es un estado más satisfactorio que el bienestar donde hay personas que gozan de más lujo que el término medio” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1953).

La degradación del hombre común, a quien se le ofrece la esclavitud socialista a cambio de liberarlo de la envidia que siente hacia quienes poseen más y mejores bienes materiales, viene sustentada por una ideología que lo aleja de la realidad. Así, Karl Marx sostiene que el despojo revolucionario de los medios de producción y su posterior confiscación por parte del Estado, solucionarán todos los conflictos sociales. Con el tiempo -sostiene Marx- el Estado habrá de desaparecer por cuanto ya no será necesaria su coerción. Esta contradicción surge al considerar que, en las condiciones ideales del comunismo, el Estado no resultará necesario restringiendo la libertad individual, de ahí que habría de volverse a la propiedad privada de los medios de producción. Pero, por otra parte, antes se dijo que la propiedad privada de los medios de producción es la causa de todos los males existentes.

Para solucionar este embrollo, Marx dice que el hombre, bajo el socialismo, modificará su propia naturaleza humana y que, luego de varias generaciones, al heredar los atributos sociales adquiridos, no necesitará la coerción del Estado. Además, los marxistas sostienen que no hay contradicción alguna por cuanto, según la dialéctica, lo que resulta falso en un momento puede resultar verdadero en otra época, y viceversa. Vladimir Lenin fue quien puso en práctica la ideología marxista tratando de lograr el “hombre nuevo soviético”, adaptado al socialismo. Como la naturaleza humana depende tanto de nuestra herencia genética como de la influencia recibida del medio social, resultó ser todo un disparate.

La dialéctica es opuesta a la lógica utilizada por los científicos serios, la herencia de los caracteres adquiridos se opone a la genética mendeliana, la planificación económica se opone a la ciencia económica que describe al mercado, el altruismo resulta ser una tergiversación del amor natural, predicado por el cristianismo y descrito por la psicología social.

El marxismo-leninismo no sólo induce un intenso odio por el prójimo, sino que destruye a la sociedad al debilitar el vínculo que debe imperar entre los hombres. También impide que se adquieran los conocimientos que ofrece la ciencia universal por cuanto se opone y contradice a la mayor parte de sus ramas, especialmente las sociales. Sin embargo, bajo el nombre de socialdemocracia, el totalitarismo disfrazado de democracia, predomina sobre las tendencias compatibles con la libertad, con la verdad y con la ética natural. Jesús Huerta de Soto escribió: “El análisis histórico es incontrovertible: el Estado no ha dejado de crecer. Y no ha dejado de crecer porque la mezcla del Estado, como institución monopolista de la violencia, con la naturaleza humana es «explosiva». El Estado impulsa y atrae como un imán de fuerza irresistible las pasiones, vicios y facetas más perversas de la naturaleza del ser humano que intenta, por un lado, evadirse a sus mandatos y, por otro, aprovecharse todo lo que pueda del poder monopolista del Estado. Además, y especialmente en los entornos democráticos, el efecto combinado de la acción de los grupos privilegiados de interés, los fenómenos de miopía gubernamental y «compra de votos», el carácter megalómano de los políticos y la irresponsabilidad y ceguera de las burocracias generan un cóctel peligrosamente inestable y explosivo, continuamente zarandeado por crisis sociales, económicas y políticas que, paradójicamente, son siempre utilizadas por los políticos y «líderes» sociales para justificar ulteriores dosis de intervención que, en vez de solucionar, crean y agravan aún más los problemas”.

“El Estado se ha convertido en el «ídolo» al que todos recurren y adoran. La estatolatría es, sin duda alguna, la más grave y peligrosa enfermedad social de nuestro tiempo. Se nos educa para creer que todos los problemas pueden y deben ser detectados a tiempo y solucionados por el Estado. Nuestro destino depende del Estado y los políticos que lo controlan deben garantizarnos todo lo que exija nuestro bienestar. El ser humano permanece inmaduro y se revela contra su propia naturaleza creativa (que hace ineludiblemente incierto su futuro). Exige una bola de cristal que le asegure no sólo conocer lo que va a pasar sino además que cualesquiera problemas que surjan le serán solucionados”.

“Esta «infantilización» de las masas se fomenta de forma deliberada por los políticos y líderes sociales pues así justifican públicamente su existencia y aseguran su popularidad, situación de predominio y capacidad de control. Además una legión de intelectuales, profesores e ingenieros sociales se suman a esta arrogante borrachera del poder. Ni siquiera las iglesias y denominaciones religiosas más respetables han sido capaces de diagnosticar que la estatolatría es hoy en día la principal amenaza al ser humano libre, moral y responsable; que el Estado es un ídolo falso de inmenso poder al que todos adoran y que no consiente que los seres humanos se liberen de su control ni tengan lealtades morales o religiosas ajenas a las que él mismo pueda dominar. Es más, ha logrado algo que a priori podría parecer imposible: distraer sinuosa y sistemáticamente a la ciudadanía de que él es el verdadero origen de los conflictos y males sociales, creando por doquier «cabezas de turco» (el «capitalismo», el ánimo de lucro, la propiedad privada) a las que culpar de los problemas y dirigir la ira popular, así como las condenas más serias y rotundas de los propios líderes morales y religiosos, casi ninguno de los cuales se ha dado cuenta del engaño ni atrevido hasta ahora a denunciar que la estatolatría es la principal amenaza en el presente siglo a la religión, a la moral y, por tanto, a la civilización humana”.

“Que el Estado y el poder político sean la encarnación institucional del Anticristo debe resultar obvio para cualquiera con mínimos conocimientos de historia que lea las consideraciones del Papa [Benedicto XVI] sobre la más grave tentación que puede hacernos el Maligno: «El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. Vladimir Soloviev atribuye un libro al Anticristo, «El camino abierto para la paz y el bienestar del mundo», que se convierte, por así decirlo, en la nueva Biblia y que tiene como contenido esencial la adoración del bienestar y la planificación racional” (J. Ratzinger en «Jesús de Nazaret» I)” (De “Liberalismo vs. anarco-capitalismo” en www.anarcocapitalista.com ).

La mayor ambición de los idólatras del Estado es poder observar la caída del capitalismo, que, en caso de producirse, habrá de ser una catástrofe social sólo superada por aquellas producidas por comunistas y nazis. La severa crisis financiera del 2008 fue interpretada en ese sentido, aunque en realidad se trataba de una crisis del intervencionismo económico y del Estado de bienestar, impulsados por la socialdemocracia. Armando Ribas escribió: “La crisis actual [la del 2008] si bien se considera que fue causada por la falta de regulación, no es menos cierto que la sobre-especulación surgida en el mercado inmobiliario fue el resultado de la demagogia inserta en el proyecto del presidente Jimmy Carter de que cada americano tenía derecho a tener su propia casa, un derivado del artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El crédito creciente surgido como consecuencia de satisfacer ese supuesto derecho unido a la reducción de las tasas de interés, provocó en el mercado lo que Minsky denominara especulación pura, es decir, cuando se compran bienes no para usarlos sino para revenderlos” (Citado en “La idolatría del Estado” de Carlos Mira-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2009).

La reducción por parte del Estado de las tasas de interés implica cierto intervencionismo económico, “prohibido” por el capitalismo, ya que cada vez que se distorsiona el mercado buscando alguna mejora en algún sentido, las cosas empeoran en ese sentido. Gabriel J. Zanotti escribió: “La bajada artificial de la tasa de interés produce los efectos estudiados con ocasión de analizar el precio máximo (precio tope); se contrae la oferta de ahorros y aumenta su demanda, pues ahora, con la tasa de interés más baja, a muchos inversores les es posible encarar proyectos que antes, con tasas de interés más alta, no les era posible encarar o abordar. Existe, pues, un artificioso excedente de demanda sobre la oferta, excedente que sin embargo es «tapado» por el papel moneda inyectado que simula ser ahorro. Tal es el proceso de la expansión crediticia”. “Aquí comienza el proceso que finalmente desemboca en la tan temida crisis”. “O sea, lo que fundamentalmente le preocupaba a Ludwig von Mises: la expansión gubernamental de medios fiduciarios” (De “Introducción a la Escuela Austriaca de Economía”-Unión Editorial SA-Madrid 2012).

La expansión crediticia artificial en los EEUU fue favorecida por cláusulas de 1996 que obligaban a Fannie Mae y Freddie Mac asignar entre el 12 y el 22% de la cartera de hipotecas a sectores de menos recursos, constituyendo claramente la intervención estatal inicial que permitió la severa crisis posterior. Sin embargo, aun cuando tales intervenciones son rechazadas por principio por los economistas liberales, se culpó por la crisis a las “fallas del sistema capitalista” en lugar de hacerlo con el “sistema intervencionista”.

viernes, 19 de diciembre de 2014

La creatividad del lenguaje

Los distintos lenguajes surgen de la necesidad imperiosa que tiene el hombre de comunicarse con sus semejantes y así convertirse en un ser social por cuanto, como individuo aislado, tiene pocas posibilidades de supervivencia. Debido a las similitudes entre distintos lenguajes, varios autores suponen que existió un lenguaje original y común que se fue difundiendo, con cambios, por todo el planeta. Sin embargo, resulta más convincente suponer que se fueron generando en forma espontánea en los distintos lugares y pueblos debiéndose tales coincidencias a los atributos biológicos genéticamente heredados, que son similares en cada individuo. Noam Chomsky escribió: “Más interesante es, para mí por lo menos, la posibilidad de que a través del estudio del lenguaje podamos descubrir los principios abstractos que gobiernan su uso y su estructura, los cuales son universales por necesidad biológica y no meros accidentes históricos, y derivan de características mentales de la especie” (De “Reflexiones sobre el lenguaje”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1984).

Al existir un fuerte vínculo entre pensamiento y lenguaje, surge el interrogante acerca de la posibilidad de que este último constituya un medio eficaz para la creatividad intelectual. El vínculo mencionado puede evidenciarse en la siguiente expresión de Max Müller: “Pensar es hablar en voz baja. Hablar es pensar en voz alta”. Henry Hazlitt escribió al respecto: “El corolario del postulado de Max Müller revista una importancia extraordinaria. Todo individuo equipado con un vocabulario pobre será casi con toda seguridad un mal pensador. Cuanto más rico y abundante sea nuestro léxico y mayor sea nuestra conciencia de las distinciones y de los matices semánticos, tanto más fecundo y preciso será nuestro pensamiento. El conocimiento de las cosas y de las palabras que las designan se desarrollan conjuntamente”.

“De la ineludible dependencia recíproca entre el pensamiento y el lenguaje se pueden extraer otros corolarios. Quien aspire a pensar con claridad y precisión, deberá aspirar también a escribir con esas mismas cualidades. La buena redacción es hermana gemela del pensamiento exacto. Quien quiera aprender a pensar, tendrá que aprender a escribir”. “Francis Bacon lo sintetizó con insuperable concisión: «La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil; el escribir lo hace preciso»” (De “El pensar como ciencia”-Editorial Nova SACI-Buenos Aires 1969).

En cuanto a la “creatividad del lenguaje”, se recurrirá a una analogía con la “creatividad de las matemáticas”. Luego que el físico Paul Dirac establece una ecuación matemática aplicada a los fenómenos atómicos, advierte que entre sus soluciones aparecen estados de energía negativa, que permiten el posterior descubrimiento teórico de la antimateria. Dirac comentó el hecho diciendo que “la ecuación es más inteligente que su autor”, ya que él mismo no había previsto tal fenómeno. Puede decirse que el hombre tiene capacidad para establecer ecuaciones matemáticas y que, a la vez, las ecuaciones matemáticas poseen cierta creatividad implícita que permite aportar conocimientos inaccesibles por otros medios, como la propia imaginación del científico.

Cuando se habla de la “creatividad del lenguaje” se hace referencia a la posibilidad de que las descripciones verbales o simbólicas permitan establecer nuevas ideas que no han sido previstas por otros medios, como la formación de imágenes no asociadas a palabras. En este caso, la creatividad es limitada por cuanto las palabras son bastante menos complejas que las ecuaciones matemáticas, y sólo constituyen un medio adicional que emplea el razonamiento para establecer su proceso. En realidad, el proceso creativo es el mismo que el empleado para la adquisición del conocimiento ya establecido, aunque a veces se llega a la innovación motivados por el mismo afán impulsor. José Hierro S. Pescador escribió: “Chomsky ha afirmado que el uso del lenguaje se caracteriza por ser creativo, y que esta creatividad se manifiesta en los hechos siguientes. Primero, en que el uso del lenguaje es innovador, en cuanto que gran parte de las expresiones que pronunciamos son totalmente nuevas y no constituyen una repetición de las ya escuchadas con anterioridad. Incluso que ni siquiera son «semejantes en estructura»”. “Otra es la afirmación de que el número de expresiones que pueden formarse correctamente en un lenguaje es potencialmente infinito” (De “Principios de Filosofía del Lenguaje”-Alianza Editorial SA-Madrid 1997).

El pensamiento no sólo se basa en el lenguaje, sino también en imágenes no asociadas a palabras. David G. Myers escribió: “Los artistas piensan en imágenes. Lo mismo hacen los compositores, los poetas, los matemáticos, los atletas y los científicos. Albert Einstein reconoció que algunos de sus más grandes descubrimientos los realizó mediante imágenes visuales y más tarde pudo explicarlos con palabras” (De “Psicología”-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2006).

Henri Poincaré agrupaba a los matemáticos bajo dos categorías principales: los que razonaban en base a imágenes y los que lo hacían en base a símbolos, escribiendo al respecto: “Es imposible estudiar las obras de los grandes matemáticos, y aun las de los pequeños, sin observar y sin distinguir dos tendencias opuestas o, más bien, dos clases de espíritus enteramente diferentes. Unos están preocupados, ante todo, por la lógica; al leer sus trabajos, se siente la tentación de creer que no han avanzado sino paso a paso….sin abandonar nada al azar. Los otros se dejan guiar por la intuición y, desde el primer momento, hacen conquistas rápidas, pero a veces precarias, como osados caballeros de vanguardia”.

“No es la materia que tratan la que les impone uno u otro método. Si de los primeros se dice, a menudo, que son analistas, y si se llama geómetras a los otros, esto no impide que unos permanezcan analistas aun cuando estudien geometría, mientras que los otros son todavía geómetras, aun cuando se ocupen de análisis puro. Es la propia naturaleza de sus espíritus quien los hace lógicos o intuitivos, y no pueden despojarse de ella cuando abordan un asunto nuevo” (De “El valor de la ciencia”¨-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1947).

Mientras que el intuitivo se parece a un hombre que da un fuerte golpe para hacer oscilar un columpio, el lógico se asemeja al que aplica leves golpes con una frecuencia similar a la propia de oscilación del columpio, llegando a inducirle una oscilación similar, aunque empleando un tiempo mayor. De ahí que el pensamiento intuitivo sea rápido, mientras que el pensamiento lógico resulta lento. Mientras que la verdad aparece más claramente ante el pensamiento en base a imágenes, la coherencia lógica está asociada al pensamiento verbal. Por ello resulta necesario un control entre ambos tipos de pensamiento, para asegurar tanto la verdad como la coherencia lógica. Daniel Kahneman escribió: “Durante décadas, los psicólogos han mostrado gran interés por dos modos de pensamiento”. “El Sistema 1 opera de manera rápida y automática, con poco o ningún esfuerzo y sin sensación de control voluntario”. “El Sistema 2 centra la atención en las actividades mentales esforzadas que lo demandan, incluidos los cálculos complejos” (De “Pensar rápido, pensar despacio”-Debate-Buenos Aires 2012).

En filosofía, frecuentemente encontramos autores que establecen deducciones lógicas a partir de palabras llegando a laberintos lingüísticos de dudosa validez. De ahí que no deba descartarse la posibilidad de que también por ese medio se llegue a conocimientos compatibles con la realidad. En todos los casos debe tenerse presente que nuestro razonamiento implica tanto imágenes como palabras, y que deben controlarse los resultados obtenidos por un método compatibilizándolos con el otro. Oswald Ducrot escribió: “El análisis lingüístico aparece realizado de manera sistemática –y considerado a menudo como la única indagación filosófica legítima- en la obra de casi todos los filósofos ingleses de primera mitad del siglo XX, que se llaman a sí mismos «filósofos del lenguaje» y dan a su investigación el nombre de filosofía analítica”.

“Sostienen que casi todo cuanto se ha escrito en materia de filosofía es, si no falso, carente de sentido y que su apariencia de profundidad está dada por una mala utilización del lenguaje cotidiano” (Del “Diccionario Enciclopédico de las Ciencias del Lenguaje” de O. Ducrot y T. Todorov-Siglo Veintiuno Editores-Buenos Aires 2014).

En cuanto a las limitaciones del lenguaje, puede decirse que, al no requerirse, para la formación de oraciones, una estricta coherencia lógica, el lenguaje no puede tener en forma implícita una creatividad similar a la asociada a los entes matemáticos, como erróneamente alguien pueda creer. Karl Vossler escribió: “Una falsedad filosófica, un absurdo empírico y hasta una inexactitud lógica pueden presentarse en forma idiomáticamente correcta. La justeza y corrección gramatical no tiene nada que ver con la exactitud empírica, ni con la histórica, ni con la lógica. Ni tampoco con la verdad. Nada hay en el reino del error ni en el de la mentira que no pueda envolverse en palabra y estilizarse en forma impecable” (De “Filosofía del Lenguaje”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1968).

La utilización frecuente del lenguaje nos permite reforzar los vínculos entre neuronas al pensar insistentemente sobre un concepto, ya que iguales palabras evocan imágenes similares. Nombrar y vincular en nuestra mente una misma cosa implica realizar un ejercicio, o entrenamiento, mental que, de la misma forma en que el ejercicio físico fortalece el músculo, ha de fortalecer los circuitos neuronales respectivos. De ahí que la buena memoria dependa también de una intensa actividad mental, ya que ésta refuerza circuitos neuronales al pensar una y otra vez sobre cada concepto memorizado.

Desde el punto de vista educativo, surge un aspecto a tener en cuenta y es el de llegar a que el docente transmita al alumno cierto nivel umbral de información que le permita luego realizar razonamientos propios sobre el tema. Para cada tema existe una extensión óptima que le permite al receptor realizar razonamientos posteriores. Este óptimo implica las imágenes básicas y necesarias para un posterior razonamiento. Menos información resulta incompleta porque no permite tal objetivo, mientras que más información tiende a encubrir las ideas importantes. Con ello se apunta a la formación de la actitud crítica, que no es otra cosa que la capacidad para razonar por cuenta propia. Galileo Galilei escribió: “Uno no puede enseñarle nada al hombre, sólo puede permitirle aprender por sí mismo”.