lunes, 29 de julio de 2013

La conversión religiosa

El proceso de conversión religiosa implica una previa apertura mental de tipo intelectual hasta que se llega al momento concreto en que se adquiere la idea básica, o la intuición adecuada, que provoca en el individuo un cambio esencial en su vida. Puede considerarse análogo al proceso de invención científica en el cual, luego de bastante tiempo de pensar sobre algún aspecto de la realidad, surge la idea que clarifica totalmente el pensamiento permitiendo llegar al nuevo conocimiento.

Una de las conversiones relatadas por los historiadores, es la del físico y matemático Blaise Pascal, en la cual puede distinguirse una etapa de conversión intelectual seguida de una experiencia calificada como mística, en una etapa posterior de su vida. Morris Bishop escribió: “En su vida de Blaise, afirma Gilberte que, desde el día de su conversión, Blaise abandonó por completo toda investigación y dio de lado a todo para dedicarse exclusivamente a la sola cosa que Jesucristo llama necesaria. Pero, no es ello del todo cierto”. “Su primera conversión no fue, por tanto, de efectos permanentes. Tal vez pensara en su propia experiencia incompleta cuando decía: «Con frecuencia los hombres confunden a sus imaginaciones con sus corazones, y creen que se han convertido en cuanto piensan que debieran convertirse»”.

En el simbolismo bíblico, “nacer de nuevo” implica la ocurrencia de una conversión religiosa, ya que se nace a la vida espiritual o ética, de ahí la descripción de la segunda conversión de Pascal: “El Pascal de más talla, el poeta y consejero, nació el 23 de noviembre de 1654. Aquella noche, bajó Dios envuelto en fuego y habló con Pascal por espacio de dos horas. Por la gracia de tal noche, a él descendida, se liberó Pascal para siempre de la servidumbre de la corrupción, desprendióse del antiguo hombre de carne y hueso, y surgió en él un hombre todo rectitud. Del fuego de aquella noche salió hecho una criatura diferente, seguro de haber nacido de nuevo a la luz.” (De “Pascal”-Editorial Hermes-México 1959).

Puede decirse que el cristianismo adquiere su importancia y difusión por la ocurrencia de un hecho con bajas probabilidades de acontecer, tal la conversión del emperador Constantino y la posterior adopción por parte del Imperio Romano. Su madre era cristiana y de ahí, seguramente, le llega la primera influencia. Si su madre no lo hubiese sido, posiblemente la historia de la humanidad habría sido distinta. Will Durant escribió: “La tarde anterior a la batalla, dice Eusebio, Constantino vio en el cielo una cruz flamígera con las palabras griegas «en toutoi nika», «vence con este signo». En la madrugada siguiente, Constantino oyó en sueños una voz que le ordenaba hacer que sus soldados marcasen en sus escudos la letra X cruzada por una línea recta doblada en la parte superior: el símbolo de Cristo. En cuanto se levantó del lecho obedeció el mandato y luego avanzó hacia la primera fila de batalla detrás de un estandarte (desde entonces llamado labarum) en el que aparecían las iniciales de Cristo entrelazadas con una cruz”. “Constantino ganó la batalla del puente. El vencedor entró en Roma aclamado como indiscutido señor de Occidente”.

“¿Fue sincera esta conversión? ¿Fue un acto de fe religiosa o un golpe maestro de habilidad política? Lo más probable es lo segundo. Su madre Helena se había hecho cristiana cuando Constancio [padre de Constantino] la repudió; cabe pensar que habría hecho conocer a su hijo las excelencias del modo de vida cristiano; y, sin duda, en el ánimo de Constantino habían causado fuerte impresión las constantes victorias que alcanzaron sus armas bajo la bandera y la cruz de Cristo” (De “César y Cristo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1967).

La adopción del cristianismo por parte de los romanos, en cierta forma “obligados” por decisión de su emperador, puede considerarse como una conversión religiosa masiva. Si bien una decisión bajo presión exterior no parece tener un sólido fundamento, al menos el hábito y la actitud hacia la nueva religión fue imponiendo su influencia en los pueblos occidentales de la antigüedad. En cuanto a la voz escuchada por Constantino, podemos citar una expresión de Thomas Hobbes: “Decir que Dios le hablaba en sueños no es lo mismo a decir que soñaba en que Dios le hablaba”.

Debido al orden jerárquico existente en Roma, no resulta llamativo que el emperador haya interpretado que Dios lo había llamado personalmente. Tal actitud, sin embargo, se encuentra frecuentemente en las sociedades actuales en las que se justifican adhesiones religiosas aduciendo “haber escuchado el llamado de Dios”. Habrá otros creyentes que no son llamados y otro sector, el de los ateos, no creyentes y demás, que no lo serán nunca, constituyendo la categoría espiritual inferior de la sociedad. Este es uno de los casos que favorece la discriminación religiosa que promueve el alejamiento de la gente de las Iglesias. Los “elegidos”, por lo general, poco tienen en cuenta el prioritario “Amarás al prójimo como a ti mismo”, por lo que ignoran la esencia misma de su religión, ya que al ateo o al no creyente no se lo considera como prójimo. Blaise Pascal escribió:

“La vanidad está tan arraigada en el corazón del hombre, que un soldado, un sirviente de soldado, un cocinero, un mozo de cuerda se jacta de ello y se perece por tener admiradores; también los codician los filósofos; y los que escriben contra la vanidad quieren lograr la fama de haber escrito bien; y los lectores desean el prestigio de haberles leído, y yo mismo que esto escribo tal vez tengo tal deseo; y acaso los que esto lean…..” (De “Pensamientos”).

El criterio para identificar al creyente convertido es el mismo que el empleado para distinguir la verdadera felicidad de la falsa, siendo la verdadera la que puede transmitirse a los demás mientras que la falsa tan sólo puede mostrarse a los demás. La identidad de ambos atributos en el hombre se manifiesta en la actitud que nos permite compartir las penas y las alegrías ajenas, ya que implica aceptar la prioridad cristiana y a la vez haber encontrado el camino hacia la felicidad.

Para Wolfgang Goethe, el problema esencial de la humanidad radica en la cuestión religiosa, por lo que escribió: “El verdadero, único y más hondo tema de la historia del mundo y de la Humanidad, al cual están subordinados todos los demás, es el conflicto entre la incredulidad y la fe”. Quien “soluciona” de manera original este conflicto, es uno de los fundadores de cálculo de probabilidades, Blaise Pascal. Para ello supone que el hombre, al desconocer la existencia, o no, de Dios, debe proceder a evaluar distintas posibilidades para actuar de manera de adoptar la que le resulte más beneficiosa. De ahí que presenta las distintas opciones:

I) Apostamos a que Dios existe

Consecuencias posibles: a) Si Dios existe, lo ganamos todo. b) Si Dios no existe, no perdemos nada

II) Apostamos a que Dios no existe:

Consecuencias posibles: a) Si Dios existe, lo perdemos todo. b) Si Dios no existe, no ganamos nada

Observamos que la decisión más inteligente es la de apostar a favor de la existencia de Dios, adoptando, por supuesto, los mandamientos éticos que provienen de la religión.

Es oportuno decir que tal conflicto, entre incredulidad y fe, sólo existe en el caso de quienes adoptan una postura filosófica mediante la cual ven al mundo como un orden dirigido exteriormente por el propio Creador, tal la actitud del creyente, mientras que quien no adhiere a esa postura sería el incrédulo. En el caso de la postura filosófica en la cual se acepta la existencia de un orden natural autoorganizado, al cual nos debemos adaptar, el problema señalado por Goethe se traduce a un problema más sencillo; el que separa el conocimiento de la ignorancia. El que advierte un universo en el que todo está regido por leyes naturales invariantes, incluida nuestra propia mente, sólo le queda la opción de adaptarse a esas leyes, o bien desconocerlas. También existirán, por supuesto, quienes desconfían, o no aceptan, la visión que proviene de la ciencia. Sin embargo, por ambos caminos puede llegarse a una conclusión ética similar, tal la adopción de la actitud cooperativa del amor. La conversión religiosa del deísta resulta ser esencialmente intelectual.

La tarea esencial de la Iglesia es la de lograr la conversión masiva de la sociedad pero, para ello, debe lograr que se produzca una conversión secundaria luego de que cada convertido por el pastor transmita su estado de felicidad para que otros sigan el mismo camino. Es oportuno advertir que, con el método de la religión tradicional, o teísta, quedarán necesariamente excluidos de tal posibilidad tanto los que sostienen una visión científica del mundo como quienes, tradicionalmente, pertenecen a otras religiones. De ahí las ventajas de la religión natural, o deísmo, ya que su método y su contenido tienen validez universal.

La religión universal ha de tener evidentemente un carácter público, antes que privado. Justamente, las ideologías totalitarias han propagado la idea de que la religión es algo de validez y de trascendencia personal, antes que social, por cuanto se trataría de algo subjetivo que poco tiene que ver con la realidad, lo que en muchos casos es cierto. Sin embargo, si nos atenemos a las leyes naturales que rigen nuestra conducta, advertiremos la existencia de una ética implícita en ellas. La religión, como medio para la “unión de los adeptos”, debe ser pública y universal para ser, precisamente, religión. Podemos sintetizar la situación:

a) Religión de validez personal: al no tener trascendencia social, no debe considerarse como religión, cualquier sea la razón que impida dicha trascendencia
b) Religión de validez sectorial: al no tener un fundamento científico, o al ignorar que lo tiene, admite una trascendencia social limitada, generando conflictos
c) Religión de validez universal: la que se fundamenta en la ley natural asociada a atributos observables del hombre que son adoptados como punto de partida para la descripción de su comportamiento social

Si bien la influencia del marxismo ha ido decayendo a partir de su ineficacia económica, aun sigue vigente como ideología que predica el odio y descalifica a la religión, excepto cuando acepta colocarse un disfraz religioso para introducirse en sociedades tradicionales. Todavía esperamos la segunda caída del Muro de Berlín. Los difusores de la ética cristiana, al tratar de prescindir de las ciencias sociales como un fundamento adicional, consiguen “obsequiarle” nada menos que el fundamento científico al enemigo que pretende destruirla, ya que éste adopta, justamente, el disfraz científico aunque cada vez engañe a una menor cantidad de personas.

domingo, 28 de julio de 2013

Sobre el afán de apaciguar la envidia

Por Henry Hazlitt

Cualquier intento de igualar la riqueza o la renta mediante la distribución imperativa sólo tenderá a destruir ambas. Históricamente, lo más que los sedicentes niveladores han conseguido es igualar hacia abajo. Incluso se ha afirmado, cáusticamente, que ésa era su intención. “Vuestros igualitarios –decía Samuel Johnson a mediados del siglo XVIII- quieren poner a todo el mundo a su bajo nivel, pero no soportan que alguien se eleve sobre ellos”. Y en nuestros días vemos a un liberal tan eminente como el difunto magistrado Homes escribir: “No siento el menor respeto por la pasión igualitaria, que me parece simple envidia idealizada”.

No cabe duda de que muchos igualitarios están motivados, al menos parcialmente, por la envidia, mientras que el motivo de otros no es tanto la propia envidia como el temor a lo que puedan suscitar en los demás, y el deseo de acallarla o satisfacerla.

Pero este esfuerzo siempre será inútil. Casi nadie está plenamente satisfecho de su lugar relativo en la sociedad. El ansia de ascenso social del envidioso resulta insaciable. Apenas ha subido un peldaño en la escala social, sus ojos ya están fijos en el siguiente. Envidian a cuantos se encuentran por encima de ellos, poco o mucho; pero es más probable que envidien a sus vecinos y conocidos que viven un poco mejor, que a celebridades o millonarios de quienes les separa un abismo. La situación de estos parece inalcanzable, pero del prójimo que les lleva una mínima ventaja se sienten tentados a pensar: “¿Porqué él y no yo?”.

Por otra parte, el envidioso suele disfrutar más si ve a otro privado de algo que si lo consigue para sí. Lo que les alborota no es tanto lo que a ellos les falta como lo que tienen los demás. Los envidiosos no se satisfacen con la igualdad; lo que secretamente anhelan es la superioridad y el desquite. Se cuenta que en la revolución francesa de 1848, una repartidora de carbón decía a una dama ricamente ataviada: “Sí, señora; ahora todos vamos a ser iguales; yo vestiré de seda y usted tendrá que acarrear carbón”.

La envidia es impecable. Las concesiones sólo consiguen abrirle el apetito. Como escribe Schoeck, “la envidia humana alcanza su máxima intensidad cuando todos son casi iguales; sus clamores de que se reparta se hacen más fuertes cuando virtualmente no hay más que repartir”. (Debemos, naturalmente, distinguir siempre entre esta envidia puramente negativa, codiciosa del bien ajeno, y la ambición positiva que lleva al hombre a la emulación, la competencia y el esfuerzo creador).

Pero la acusación de envidia, o incluso de miedo a la envidia ajena, como motivo dominante de toda propuesta de redistribución es algo muy grave y muy difícil, si no imposible, de probar. Además, los motivos de una propuesta, aunque nos sean conocidos, tienen poco que ver con las ventajas de lo que se propone.

Podemos, no obstante, aplicar ciertos tests objetivos. A veces, el propósito de aplacar la envidia ajena es confesada abiertamente. Hay socialistas que se expresan a menudo como si cualquier forma de miseria para todos fuese preferible a una abundancia “mal repartida”. Una renta nacional que crece sin tregua en términos absolutos y prácticamente para todos se juzgará deplorable porque hace más ricos a los ricos. Uno de los principios tácitos, y a veces confesados, del partido laborista británico después de la última guerra era el de que “nadie debe tener lo que no pueden tener todos”.

Pero el principal test objetivo de una medida social no consiste sólo en saber si pone mayor acento en la igualdad que en la abundancia, sino si va más allá, y se propone obtener aquélla a expensas de ésta. El objetivo primordial de esa medida, ¿es ayudar a los pobres o castigar a los ricos? Y ¿castigaría a los ricos a costa de perjudicar a los demás?.

Este es el efecto real de los impuestos sobre la renta acusadamente progresivos y los impuestos confiscatorios sobre la herencia. Tales gravámenes no sólo son contraproducentes desde el punto de vista fiscal (al conseguir menor recaudación por los tipos más altos de la que se obtendría con tipos más bajos), sino que desalientan o confiscan la acumulación e inversión de capital, que hubiese incrementado la productividad nacional y los salarios reales. Muchos de los fondos así confiscados son después disipados por el gobierno en gastos consuntivos corrientes. A largo plazo, el efecto de tales tipos impositivos es, por supuesto, dejar a los trabajadores pobres en peor situación de la que ya estaba a su alcance.

Hay economistas que, aun admitiendo todo cuanto acabamos de decir, replicarán que, políticamente, es necesario imponer tales gravámenes casi confiscatorios, o dictar otras medidas redistributivas del mismo jaez, a fin de aplacar a los descontentos y envidiosos: en realidad, para evitar una revolución. Tal argumento no puede ser más especioso. Lo que se consigue al tratar de aplacar la envidia es provocarla aún mayor.

La teoría más común acerca de la revolución francesa es que se produjo porque las condiciones económicas de las masas empeoraban sin cesar, mientras el rey y la aristocracia permanecían ciegos a la realidad. Pero Tocqueville, uno de los más agudos observadores sociales de su época, y aun de todas las épocas, dio una explicación exactamente opuesta. Permítaseme exponerla primero tal como la resumió en 1899 un eminente comentarista francés:

“He aquí la teoría inventada por Tocqueville…Cuanto más ligero es un yugo, más insoportable resulta: lo que exaspera no es el peso, sino la traba que supone; lo que inspira la rebeldía no es la opresión, sino la humillación. Los franceses de 1789 estaban irritados contra los nobles porque eran casi sus iguales. Son estas pequeñas diferencias las que se nos hacen presentes y, por tanto, las que cuentan. La clase media del siglo XVIII era rica. Su posición le permitía ocupar la mayoría de los cargos, y era casi tan poderosa como la nobleza. Fue este casi lo que la exasperó, y su estímulo la cercanía de la meta, pues son siempre los últimos trancos los que provocan la impaciencia”.

He citado este pasaje porque no encuentro la teoría expresada en forma tan adecuada por el propio Tocqueville. Pero tal es en esencia el tema de su obra L’Ancien Régime et la Révolution, donde ofrece convincente documentación en su apoyo. He aquí un fragmento típico: “A medida que se desarrolla en Francia la prosperidad que acabo de describir, los espíritus parecen, sin embargo, más intranquilos, más inquietos; el descontento público se va agriando cada vez más; el odio a las antiguas instituciones va en aumento. La Nación marcha visiblemente hacia una revolución”.

“Es más, las zonas de Francia que habían de ser el foco principal de esta revolución son precisamente aquellas en que los progresos son más notorios…Extrañará tal espectáculo, pero la historia está llena de otros semejantes. No es siempre yendo de mal en peor como se cae en la revolución. Ocurre con mucha frecuencia que un pueblo que ha soportado sin quejarse, como si no las sintiera, las leyes más abrumadoras, las rechaza violentamente en cuanto su peso se aligera. El régimen que una revolución destruye es casi siempre mejor que el que lo ha precedido inmediatamente, y la experiencia nos enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es generalmente aquel en que empieza a reformarse. Solamente un gran talento puede salvar a un príncipe que emprende la tarea de aliviar a sus súbditos tras una prolongada opresión. El mal que se sufría pacientemente como inevitable resulta insoportable en cuanto concibe la idea de sustraerse a él. Los abusos que entonces se eliminan parecen dejar más al descubierto los que quedan, y la desazón que causan se hace más punzante: el mal se ha reducido, es cierto, pero la sensibilidad se ha avivado…”.

“En 1790 nadie pretende ya que Francia esté en decadencia; se diría, por el contrario, que no hay en aquel momento límites a sus progresos. Es entonces cuando surge la teoría de la perfectibilidad continua del hombre. Veinte años antes, no se esperaba nada del porvenir; ahora nada se teme de él. La imaginación, apoderándose por adelantado de esta felicidad próxima e inaudita, hace a los hombres insensibles a los bienes que ya tienen y los precipita hacia cosas nuevas”.

Las expresiones de simpatía de la clase privilegiada sólo sirvieron para agravar la situación: “Las gentes que tenían más que temer de la cólera del pueblo conversaban en alta voz en su presencia sobre las crueles injusticias de que siempre había sido víctima; se indicaban unos a otros los vicios monstruosos que encerraban las instituciones que más pesadas resultaban para el pueblo: empleaban su elocuencia para describir las miserias y el trabajo mal recompensado de éste; y al esforzarse de este modo para aliviarlo, lo que conseguían era llenarlo de furor”.

Tocqueville sigue citando largamente las recriminaciones en las que el monarca, los nobles y el parlamento se culpaban mutuamente de las desgracias del pueblo. Al leerlas, tenemos la pavorosa impresión de hallarnos ante un plagio de la retórica de nuestros obreristas de salón.

Todo esto no significa que debamos vacilar en adoptar cualquier medida realmente adecuada para aliviar las penalidades y disminuir la pobreza. Lo que afirmo es que nunca ha de actuarse con el simple propósito de calmar a los envidiosos o apaciguar a los agitadores, o de evitar una revolución. Tales medidas, que denotan debilidad o mala conciencia, sólo conducen a exigencias mayores e incluso desastrosas. El gobierno que cede ante el chantaje sólo conseguirá precipitar las mismas consecuencias que teme.

(Extractos del libro “La Conquista de la Pobreza”–Unión Editorial SA–Madrid 1974)

Visión católica y protestante de la pobreza

Respecto de la Biblia y del mensaje cristiano surgieron diversas interpretaciones, siendo la actitud adoptada frente a la pobreza una consecuencia de aquéllas. Podemos sintetizar las actitudes predominantes en el catolicismo y en el protestantismo, sin dejar de advertir que puede incurrirse en errores debido a los múltiples sectores que abarcan las dos principales ramas del cristianismo.

El hombre, para sentirse independiente de los demás, y de lo material, adopta dos posturas extremas; puede elegir una vida con mínimas necesidades y poco dinero, o bien opta por intentar lograrlo en cantidad suficiente para poder “comprar su propia libertad”. Tales decisiones constituyen una especie de sistema de seguridad adicional que debe ayudarnos a lograr un nivel aceptable de felicidad. La primera tendencia es más cercana al catolicismo mientras que la restante lo está respecto del protestantismo.

La pobreza voluntaria está ejemplificada por la vida de San Francisco de Asís, quien rechaza tanto una vida acomodada como la propia riqueza familiar optando por una vida extremadamente austera. Con ello habrá de disponer de la libertad necesaria para lograr una vida virtuosa. Podemos decir que da un paso desde la riqueza a la pobreza considerando que de esa forma habrá de elevar su nivel de felicidad.

Es posible considerar a esta decisión como un salto evolutivo en el proceso de adaptación cultural al orden natural, ya que con su ejemplo muestra que es posible llevar una vida plena aun bajo condiciones materiales severas. Si bien la pobreza no resulta deseable para nadie, es una realidad que puede observarse en gran parte del planeta; de ahí la importancia que adquiere tal posibilidad, al menos mientras las personas vayan saliendo de su precaria situación. Donald Spoto escribe sobre el santo:

“A diferencia de los cátaros, los valdenses y otros, Francisco no pretendía imponer a los demás su pobreza radical ni su estilo de vida, a menos que alguien manifestase expresamente su deseo de ingresar a la fraternidad. Pensaba que cada persona debía decidir por sí misma las circunstancias de su fidelidad personal al Evangelio”. “La gente se percató de inmediato de la diferencia entre Francisco y otros predicadores ambulantes. En la Europa medieval, los sermones públicos trataban sobre todo del juicio final, la penitencia y el riesgo de la condenación eterna, y Roma explotó al máximo el miedo al infierno para mantener a raya a sus creyentes. En casi todos los tímpanos, arquivoltas y chapiteles de las catedrales medievales aparecen demonios torturando a los condenados” (De “Francisco de Asís”-Ediciones B-Barcelona 2004).

Es posible que el origen de la actitud católica respecto de la pobreza provenga esencialmente del santo mencionado, y no de una premeditada y perversa acción ideológica de las “clases dominantes” orientada a engañar a los pobres de manera de explorarlos sin que protesten, como generalmente aduce el marxismo. Mariano Grondona escribió: “Marx llamó a la religión (publicana) «el opio de los pueblos» porque, entreteniendo a los perdedores con promesas de ultratumba, adormecía en ellos la pasión revolucionaria contra el orden establecido por los ganadores”.

Resulta aceptable considerar a la pobreza como una situación indeseable que debe erradicarse con el tiempo, mientras que, cuando se la asocia a cierta virtud, necesariamente se deberán asociar defectos al sector rico, lo que no necesariamente resulta justo en una sociedad real. La etapa siguiente, la de culpar a los ricos por la situación de los pobres, lleva a la postura básica del marxismo, cuya “solución propuesta” le costó a la humanidad varias decenas de millones de victimas.

En el caso del protestantismo, la valoración de la pobreza resulta diferente. Existe un texto de Mariano Grondona que hace un paralelo entre las actitudes católica y protestante: “A lo largo de la historia, la religión ha sido la fuente más rica de valores. Fue sin duda Max Weber quien identificó el protestantismo, en especial la rama calvinista, como raíz del capitalismo. En otras palabras, lo que inició el desarrollo económico fue una revolución religiosa, una revolución en la que el tratamiento de los ganadores (los ricos) y los perdedores (los pobres) de la vida era muy importante. Weber calificó a la corriente religiosa (esencialmente católica romana) que mostraba preferencia por los pobres sobre los ricos «publicana», y a la que prefería a los ricos y exitosos (esencialmente protestante) «farisaica»”.

“Allí donde predomina la religión publicana, el desarrollo económico será difícil porque los pobres se sentirán justificados en su pobreza y los ricos estarán incómodos porque se verán como pecadores. Por el contrario, los ricos, en las religiones farisaicas, celebran su éxito como prueba de la gracia de Dios, y los pobres contemplan su condición como condena divina. Tanto ricos como pobres tienen un fuerte incentivo para mejorar su condición mediante la acumulación y la inversión”. “En el contexto de esta tipología, las religiones publicanas promueven valores que se oponen al desarrollo económico, mientras que las religiones farisaicas promueven valores que lo favorecen” (De “La cultura es lo que importa” de S. P. Huntington y L. E. Harrison-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2001).

El auge del capitalismo se debió esencialmente a la actitud del rico que, sin una necesidad imperante, seguía produciendo e invirtiendo, es decir, acumulando capital, que es el factor esencial de la producción y de la riqueza. Max Weber escribió respecto de la actitud protestante:

“El hombre es tan sólo un administrador de los bienes que la gracia divina se ha dignado concederle y, como el criado de la Biblia, ha de rendir cuenta de cada céntimo que se le confía, y por lo menos es arriesgado gastarlo en algo cuyo fin no es la gloria de Dios, sino el propio goce. Basta tener los ojos abiertos para encontrar, incluso en la actualidad, representantes de esta mentalidad. El hombre que está dominado por la idea de la propiedad como obligación o función cuyo cumplimiento se le encomienda, a la que se supedita como administrador y, más aún, como «máquina adquisitiva», tiene su vida bajo el peso de esta fría presión que ahoga en él todo posible goce vital. Y cuanto mayor es la riqueza, tanto más fuerte es el sentimiento de la responsabilidad por su conservación incólume ad gloriam Dei [a la gloria de Dios] y el deseo de aumentarla por medio del trabajo incesante. A no dudarlo, la génesis de este estilo vital tiene alguna de sus raíces (como tantos otros elementos del moderno espíritu capitalista) en la Edad Media; pero sólo en la ética del protestantismo ascético halló su más consecuente fundamentación; con lo que se ve de modo claro su alcance para el desenvolvimiento del capitalismo”.

“El ascetismo laico del protestantismo actuaba con la máxima pujanza contra el goce despreocupado de la riqueza y estrangulaba el consumo, singularmente el de los artículos de lujo; pero, en cambio, en sus efectos psicológicos, destruía todos los frenos que la ética tradicional ponía a la aspiración a la riqueza, rompía las cadenas del afán de lucro desde el momento que no sólo legalizaba, sino que lo consideraba como precepto divino (en el sentido expuesto). La lucha contra la sensualidad y el amor a las riquezas no era una lucha contra el lucro racional, sino contra el uso irracional de aquéllas”. “Por uso irracional de la riqueza se entendía, sobre todo, el aprecio de las formas ostentosas del lujo –condenable como idolatría- de las que tanto gustó el feudalismo, en lugar de la utilización racional y utilitaria querida por Dios, para los fines vitales del individuo y de la colectividad. No se pedía «mortificación» al rico, sino que usase sus bienes para cosas necesarias y prácticamente útiles” (De “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”-Alba Libros SL-Madrid 1998).

Es oportuno citar un caso comparativo, que ocurre dentro de un mismo país, para observar los distintos efectos que puede producir una misma decisión en sectores protestantes y católicos. Mariano Grondona escribió: “Empeñado en aumentar la productividad de sus trabajadores, un industrial alemán que poseía fábricas tanto en la protestante Prusia como en la católica Baviera, decidió pagarles más por hora. Muchos de los que trabajaban en Prusia multiplicaron a partir de ahí sus horas de trabajo, con la idea de acumular un sobrante gracias al cual años después habrían de convertirse ellos mismos en empresarios. Pero en Baviera, la mayoría optó por trabajar menos horas que antes gracias al mayor ingreso promedio, con el objeto de pasar más tiempo con sus amigos y su familia. La misma regla sirvió para aumentar la producción en Prusia y para disminuirla en Baviera, porque fue recibida en dos opuestos contextos culturales; uno moderno, el otro tradicional” (De “Las condiciones culturales del desarrollo económico”-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1999).

Pocas veces se escucha decir que sectores protestantes se opongan a la economía de mercado, mientras que es bastante frecuente la divulgación de opiniones de sectores de la Iglesia Católica en contra de tal sistema, que es el más adecuado para combatir la pobreza. P.A. Mendoza, C.A. Montaner y A. Vargas Llosa escribieron: “Lo trágico de esta obstinada resistencia de los obispos católicos a admitir la realidad en materia económica –fielmente reproducida por órdenes como la Compañía de Jesús- le hace un terrible daño a los pobres latinoamericanos, porque contribuye a perpetuar políticas públicas contrarias al desarrollo intensivo de nuestros pueblos”. “Es como si estos ilustres purpurados no pudieran darse cuenta que los veinte países más prósperos y felices del planeta son, precisamente, democracias políticas en las que impera la economía de mercado”.

“No se trata de un problema de fe o de teología. No es un cisma. Es, simplemente, un debate de carácter intelectual con unos señores secularmente anclados en el error, la incomprensión y el desprecio por la razón. Si los obispos no son capaces de entender el enorme peso ético que hay tras la libertad económica y lo que eso significa como responsabilidad individual; si no comprenden el mercado como expresión de la soberanía del individuo; si no son capaces de valorar la importancia de la competencia y no entienden el carácter ineludible del afán de lucro; si pretenden que una burocracia, generalmente ineficiente y corrupta, fije «precios justos» a la infinita variedad de bienes y servicios que circulan en la sociedad; si permanecen ciegos ante el único mecanismo racional que tienen los seres humanos para la satisfacción de sus necesidades materiales; si continúan empeñados en acercarse a los fenómenos económicos blandiendo la utopía de crear «hombres nuevos» que no conozcan la ambición y disfruten con el aguijón de la pobreza; si insisten en condenar a los ricos porque poseen lo superfluo y consumen «codiciosamente»; si yerran al pedir niveles dignos de consumo para los pobres, sin aclarar qué es superfluo y qué es esencial; si persisten en desconocer que las necesidades humanas son infinitas e imprecisables en número y variedad; entonces lo mejor es ignorar totalmente a estos santos varones, por lo menos en los asuntos que tan poco conocen, y –de paso- perdonarlos porque, francamente, no saben lo que hacen. Ni lo que dicen” (De “Fabricantes de miseria”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1998).

sábado, 27 de julio de 2013

Herejes e infieles

La evolución cultural de la humanidad se ha estado estableciendo a través de sucesivas “mutaciones culturales”. Estos cambios, a veces aceptados y a veces rechazados, se producen tanto en la religión como en la filosofía y en la ciencia. Todo cambio en religión implica oponerse parcialmente a lo que se viene aceptando, por lo que surgen reacciones desde la tradición en contra de la innovación, siendo considerado como “hereje” quien propone cambios significativos. El propio Cristo es condenado a muerte por intentar introducir cambios en la religión judía, mientras que Baruch de Spinoza es expulsado de la sinagoga por sus ideas filosóficas.

El innovador será considerado en un primer momento como un enemigo de la religión, recayendo incluso tal calificativo en quienes desde la ciencia experimental establecieron teorías que fueron consideradas incompatibles a las creencias vigentes en una determinada época, tales los casos de Copérnico, Galileo, Darwin y otros; ninguno de los nombrados fue un opositor de la religión, mientras que Copérnico era sacerdote y Galileo el padre de una monja.

Mientras que no tenemos derecho a hablar públicamente respecto de alguien, especialmente cuando sus acciones no afectan a los demás, tenemos amplio derecho a hacerlo respecto de quien “se introduce en nuestro televisor”. Con un criterio similar, quienes se dedican a la religión, o a cualquier actividad con trascendencia social, deben aceptar el derecho que los demás integrantes de la sociedad tienen para cuestionar su posible influencia.

Entre los conflictos de tipo religioso tenemos el antagonismo aparente entre religión revelada y religión natural, que surge de dos posturas filosóficas distintas. Puede decirse que es aparente si lo consideramos desde el punto de vista de la acción ética sugerida en ambos casos, ya que resulta similar. La primera postura supone la existencia de un Dios con atributos humanos, mientras que la restante admite la existencia de un orden natural con leyes invariantes (resumido en la expresión de Spinoza: “Dios o la naturaleza”). En el primer caso, la religión se basa en la fe y en la obediencia, mientras que en el otro caso se basa en la observación y el razonamiento, haciéndose indistinguible de la ciencia experimental.

La religión revelada, o sobrenatural, supone la existencia de seres que actúan fuera de las leyes naturales, que hacen “contactos” con el mundo real a través de la revelación y de los milagros. La fe religiosa se apoyaría en pruebas aportadas respecto de tales materializaciones de lo espiritual. La religión natural, por el contrario, trata de espiritualizar a la materia, ya que considera que no hace falta algo distinto a tal sustancia para la formación del hombre, tal como lo establece cada vez con mayor convicción el caudal de conocimientos aportados por la neurociencia.

En la religión revelada se prioriza la fe a la acción, suponiendo que aquélla asegura un adecuado comportamiento ético, lo que no siempre ocurre así. En la religión natural se prioriza la actitud ética antes que cualquier postura filosófica o religiosa adoptada. La primera brinda mayor seguridad porque se supone que Dios acudirá en nuestro auxilio cuando sea necesario, aunque también debilita en cierta forma el hábito de tomar precauciones suficientes en cada circunstancia que ofrezca riesgos. Por el contrario, la religión natural, al admitir la existencia de leyes naturales invariantes, sugiere que la seguridad ha de quedar en nuestras propias manos sin dejar de reconocer la existencia de procesos mentales “auto-protectores” que pueden existir aun cuando no los conozcamos en detalle.

La religión revelada centra su atención en la existencia de la vida eterna; sin embargo, si existe, o no, no depende de nuestras creencias, sino de cómo funciona el mundo real. Por el contrario, la religión natural centra su atención en la acción ética, especialmente la que resulta accesible a nuestras decisiones y es el camino que nos lleva a la felicidad y que nos llevará a la vida eterna en caso de que exista. En un caso, se supone la existencia de un Dios que premia la creencia y castiga la infidelidad; mientras que en el otro caso se premiaría o se castigaría la propia acción, ya que el orden natural autoorganizado así habría de hacerlo.

Si bien existen cambios en la actualidad, es oportuno citar algunas prohibiciones surgidas en la Iglesia Católica del siglo XIX. Los denominados anatemas podían conducir a la excomunión del creyente, o del que renunció a tal condición: “Sea anatema: Quien niegue el único Dios verdadero creador y señor de todas las cosas visibles e invisibles. Quien afirme sin rubor que sólo existe materia. Quien diga que la sustancia o esencia de Dios y de todas las cosas es única e igual”. “Quien diga que el hombre puede y debe por sus propios esfuerzos y por progresos constantes llegar al cabo de la posesión de toda verdad y virtud. Quien rehúse aceptar como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura íntegros, con todas sus partes, según fueron enumerados por el santo Concilio de Trento, o niegue que son inspirados por Dios”. “Quien diga que la razón es tan sabia e independiente, que Dios no puede pedirle la fe. Quien diga que la revelación divina no puede hacerse creíble por pruebas exteriores. Quien diga que no pueden hacerse milagros o que nunca pueden conocerse con certeza, y que el origen divino del cristianismo no puede probarse por ellos. Quien diga que la revelación divina no incluye misterios, sino que todos los dogmas de la fe pueden comprenderse y demostrarse por la razón debidamente comprobada. Quien diga que la ciencia humana debe proseguirse con tal espíritu de libertad que puedan considerarse sus afirmaciones como verdaderas, aun cuando se opongan a la verdad revelada. Quien diga que llegará un tiempo en el progreso de las ciencias en que las doctrinas enseñadas por la Iglesia deban tomarse en otro sentido que aquel que la Iglesia les dio y les da todavía” (Citado en “Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia” de Juan G. Draper-Editorial Toba-Buenos Aires 1954).

En las prohibiciones mencionadas está implícita la penosa separación entre ciencia y religión; incluso la exclusión de la Iglesia de todos aquellos que tengan del mundo una visión compatible con la de la ciencia. De ahí que una religión que pretenda ser universal, o católica, debería tener un mensaje compatible con las leyes naturales, que son las leyes de Dios, de manera de priorizar los mandamientos bíblicos a la postura filosófica adoptada. Una Iglesia que puede excluir aun a los que “aman al prójimo como a si mismos”, por no compartir sus dogmas básicos, no responde a lo esencial del cristianismo. Juan G. Draper escribió: “Venimos, pues, a parar a esta conclusión: que el cristianismo católico y la ciencia son absolutamente incompatibles, según reconocen sus respectivos adeptos. No pueden existir juntos: uno debe ceder ante la otra, y la humanidad tiene que elegir, pues no puede conservar ambos”.

En la actualidad, si alguien pretende ser un seguidor de Cristo, dejando de lado todo misterio, ya que no necesita de ninguna materialización de lo espiritual, será visto como un infiel, ya que para el “creyente” resulta prioritaria, no la ética, sino la legitimación de la intermediación que avalaría una determinada postura filosófica respecto del funcionamiento del mundo real.

El filósofo Giordano Bruno, quemado vivo por la Inquisición, repetía antes de morir, dirigiéndose a sus captores: “Ustedes tienen más miedo que yo”. En la actualidad cabe la pregunta acerca de quién debe tener más miedo respecto de una posible condena eterna: el que tiene una conducta ética adecuada (ignorando los misterios) o el que predica el cristianismo (priorizando los misterios) y alejando del cristianismo a gran parte de la población, a pesar de la imperiosa necesidad de orientación que existe en épocas de crisis.

Uno de los últimos casos de herejía fue el del sacerdote y paleontólogo Pierre Teilhard de Chardin, que fue marginado de la Iglesia por buscar la unión entre ciencia y religión. Respecto de su obra científica, el Santo Oficio afirmó: “Confunde el espíritu con la materia, al reducir aquél a un simple estado superior de la materia” (Citado en “Gigantes de la Filosofía” de Oriol Fina-Editorial Bruguera SA-Barcelona 1979).

Mientras que la Iglesia mira hacia el pasado, Teilhard mira hacia el futuro. La postura estática y tradicional se opone a la actitud dinámica y futurista. Georges Crespy escribe: “Al final de este proceso, es evidente que el Cristo de Teilhard se presenta a nuestros ojos fundamentalmente hacia delante, absolutamente igual que el Cristo de la parusía” (De “Ensayo sobre Teilhard de Chardin”).

En cuanto al psicólogo social, que a partir de conceptos tales como cooperación, competencia y actitud característica, describe el comportamiento ético del hombre sugiriendo adoptar una actitud similar a la sugerida por Cristo, no debería ser considerado un infiel por cuanto tan sólo transmite lo que ha comprendido basándose en la razón y en la observación. Sin embargo, se le “prohíbe” autodenominarse cristiano por cuanto su razonamiento excluye lo sobrenatural.

Cuando se establece una teoría basada en la psicología de las actitudes, que permite interpretar gran parte de la ética cristiana, como una ética natural, se tiene un indicio de que no hace falta revelación alguna para llegar a tal conocimiento. Uno cree haber hecho un aporte a la sociedad porque fundamenta las prédicas cristianas en aspectos observables dejando de lado los misterios y haciendo que el contenido de la religión sea accesible al hombre común. Sin embargo, el cristianismo sin revelación y sin misterios es considerado una herejía.

Ante la acusación de que la religión natural deja de lado la creencia en la resurrección, en la vida eterna, etc., puede responderse que el científico social es un buscador de la verdad, y de ahí que sólo afirme lo que pudo ver y lo que pudo comprender. Esto resulta menos riesgoso que utilizar el nombre de Cristo con la posibilidad de predicar algo distinto a lo que quiso significar, aunque debe respetarse la prioridad científica de la ética cristiana una vez que se llega a algo similar desde la psicología social. Además, debe reconocerse que la ética cristiana involucra conceptos muy simples, que han sido relegados por gran cantidad de conceptos tradicionales haciéndoles perder el carácter prioritario que aparece en los propios Evangelios. Por lo general, no se predica lo que Cristo dijo a los hombres sino lo que los hombres dicen sobre Cristo, algo que relega a un lugar secundario al mensaje original. Baruch de Spinoza escribió: “La Escritura no enseña sino cosas muy sencillas, ni busca otra cosa que la obediencia, y que, acerca de la naturaleza divina, tan sólo enseña aquello que los hombres pueden imitar practicando cierta forma de vida” (Del “Tratado teológico-político”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1994).

Si alguien no puede entender el proceso de la resurrección, o de la vida eterna, ello no implica que lo niegue. Simplemente no necesita pruebas distintas a las propias palabras de Cristo. Admite la enseñanza ética, que es lo único accesible a sus decisiones; se identifica con el Cristo de los Evangelios, que predica la existencia del Reino de Dios y el camino para lograrlo.

La religión, para ser verdaderamente la “unión de los adeptos”, debe tener validez universal de manera de no favorecer la discriminación religiosa. Tal universalidad ha de provenir necesariamente de su compatibilidad con la ley natural. Además, debe tener carácter público antes que privado ya que es común en muchos “cristianos” observar con total indiferencia la cada vez menor influencia de la religión por cuanto sólo parece interesarles llegar en forma individual a la vida eterna sin apenas importarles el resto de la sociedad, tendencia que afortunadamente tiende a ser revertida por el Papa Francisco.

Quien no comprende el cristianismo tradicional por tener una formación intelectual en las ciencias exactas, por lo general no duda de los beneficios que podrá ofrecer dicha religión al individuo y a la sociedad, aunque no llegue a ser una parte importante de su vida por cuanto su mente no le permite admitir una gran variedad de aparentes incoherencias lógicas provenientes de las interpretaciones admitidas de la Biblia. Hasta que un día habrá de asociar la idea del Reino de Dios a la existencia de la adaptación cultural del hombre al orden natural. Desde ese momento, la religión pasará a tener un sentido claro y eliminará de su mente todo antagonismo entre ciencia y religión con la optimista suposición de que tales ideas podrán ser útiles a los demás.

El creyente, en su condición de tal, a veces se siente eximido de cumplir con normas éticas elementales, mientras que al hereje nada se le perdona. El buscador de la verdad, sin embargo, siente su conciencia tranquila luego de haber hecho el máximo esfuerzo intelectual tratando de colaborar en una posible disminución del sufrimiento humano, ya que es lo único que está a su alcance.

Es conveniente que los “creyentes” centren su interés en sus propias acciones y en sus propias ideas, ya que gran parte de la Iglesia de Cristo ha caído en un simple y vulgar paganismo en el que sólo se busca el intercambio de ofrendas por pedidos concedidos. Ello poco tiene que ver con el cambio ético que Cristo esperaba de los hombres.

La universalidad de la religión se logrará dejando de lado todo subjetivismo, asociándose a la ciencia; compartiendo su método y su actitud. Al compatibilizarse ambas, ya no será necesario vincular el cristianismo a posturas filosóficas, políticas o económicas ajenas a su esencia, ya que la conversión religiosa o ética implica admitir el mensaje de los Evangelios tal como fueron expresados originalmente siendo suficientes para establecer una sociedad nueva a través de un hombre nuevo.

jueves, 25 de julio de 2013

El endeudamiento crónico

En las economías libres se admite el crédito como un medio que facilita los intercambios en el mercado, apareciendo como una innovación comercial, ya que, en épocas previas a su surgimiento, los pagos se efectuaban estrictamente al contado. La historia de la economía nos recuerda la forma en que James Watt y sus socios logran introducir en el mercado la máquina de vapor concediéndoles a los compradores la posibilidad de pagarlas en cuotas cuyo monto era equivalente al ahorro mensual en combustible que les permitía la nueva máquina al reemplazar a la anterior de Thomas Newcomen. Puede decirse que la Revolución Industrial no sólo fue favorecida por la innovación tecnológica asociada a dicha máquina, sino también a la previa innovación comercial constituida por el crédito.

Los historiadores afirman que el surgimiento del Imperio Británico estuvo también asociado a los préstamos, esta vez los recibidos por el Estado inglés desde el siglo XVII. Niall Ferguson escribió: “Hubo en concreto una institución que alteró decididamente la trayectoria de la historia inglesa. En un importante artículo publicado en 1989, North y Weingast argumentaban que la verdadera trascendencia de la Revolución Gloriosa reside en la credibilidad que otorgó al Estado inglés como prestatario soberano. A partir de 1689, el Parlamento controló y mejoró la tributación, supervisó los gastos de la realeza, protegió el derecho a la propiedad privada y prohibió en la práctica el impago de deudas”. “Como resultado, el Estado inglés pudo pedir dinero prestado a una escala que antes habría sido imposible debido al hábito de los soberanos de incumplir sus pagos o de gravar o expropiar arbitrariamente a sus súbditos. Así, al final del siglo XVII y el comienzo del XVIII inauguraron un periodo de rápida acumulación de deuda pública sin que se incrementaran los costes crediticios, sino más bien lo contrario”.

“Al acostumbrar a los ricos a invertir en valores de papel, también sentó las bases de una revolución financiera que canalizaría los ahorros ingleses hacia todo un abanico de cosas, desde canales hasta ferrocarriles, desde el comercio hasta la colonización, desde fundiciones hasta fábricas textiles. Aunque la deuda nacional creció enormemente…..tuvo un rendimiento sustancial, puesto que en la otra columna del balance general, adquirido en gran medida con una armada financiada por la deuda, había un imperio global. Además, en el siglo posterior a Waterloo se logró reducir la deuda gracias a una combinación de crecimiento sostenido y superávits presupuestarios primarios. No hubo ningún impago. No hubo inflación. Y Gran Bretaña pasó a dominar el mundo”.

Esta política contrasta con la adoptada por el kirchnerismo, ya que el Estado argentino, al recibir préstamos de particulares a cambio de bonos estatales cuyos intereses se ajustarían según la inflación, se tomó la decisión de falsificar el índice respectivo para pagar menos intereses estafando de esa manera a quienes decidieron prestar su dinero al Estado. Tal decisión recibió el apoyo de un sector importante de la sociedad y es el que tiende a pensar, al igual que el gobierno, en “el corto plazo”. Como era de esperar, los préstamos que se otorgan tanto al Estado como a particulares, si son en dólares y provienen del exterior, se otorgan a tasas de interés bastante mayores que las solicitadas a otros países de la región, por lo cual el país ha quedado prácticamente sin financiación. Tal es así que se ha abierto un blanqueo de capitales que incluso permite la legalización (o blanqueo) de dinero que puede provenir de actividades ilícitas, y hasta delictivas. Al hacer trampas a la gente honesta, se termina negociando con posibles delincuentes. Pedir al pueblo que deje de apoyar decisiones tramposas parece pedir demasiado, de ahí que debemos, al menos, considerar las desventajas económicas que tales decisiones acarrean en el mediano y en el largo plazo.

Los Estados actúan en forma similar a las personas, de ahí que, al igual que éstas, pueden pedir préstamos para utilizarlos bien o mal, para cumplir o para estafar al prestamista, pueden pedir sin saber si podrán devolverlos, y todas las posibilidades restantes. Los políticos a cargo del Estado son quienes toman las decisiones al respecto, por lo general pensando más en futuras elecciones que en el bienestar y la seguridad de la población. Si sus decisiones son erróneas, o nefastas, la sociedad culpará a los bancos, o al “sistema capitalista”, pero nunca al político que previamente la convenció de su “honestidad”.

Luego de la severa crisis que asoló a varios países desarrollados, aparecieron distintas explicaciones sobre un proceso que aun a los especialistas les resulta difícil describir. La crisis, o inestabilidad, sin embargo, ha sido el efecto tardío de una situación que se viene gestando desde antes. De ahí que sea de mayor interés conocer las causas primeras antes que sus consecuencias necesarias que tarde o temprano aparecerán. Tal causa parece ser el endeudamiento crónico que padecen los distintos países centrales y la posterior imposibilidad de cumplir con sus compromisos. Pero no son solamente los Estados los que se encuentran endeudados excesivamente, como una situación habitual de la economía, sino que los propios habitantes lo están a nivel particular. De ahí, posiblemente, la inestabilidad esencial que resta todo margen de error a las posibles decisiones que se tomarán en el futuro.

Para tener una idea adecuada de la magnitud del endeudamiento, debe tomarse como referencia, en el caso de los particulares, a sus entradas de dinero mensuales. Si un deudor tiene que afrontar mensualmente el pago de deudas por un monto similar al que recibe como sueldo, decimos que su deuda es del 100%, sin que necesariamente sepamos cual es el monto mencionado. En forma similar, se evalúa la magnitud de las deudas nacionales tomando como referencia el PBI (Producto bruto interno) anual. De ahí que un país cuya deuda sea similar al de su PBI, se dice que tiene una deuda del 100% del PBI, lo que implica, como en el caso del particular, una deuda poco fácil de saldar. Niall Ferguson escribió: “Si las sumamos [a las deudas privadas en las que han incurrido tanto las familias como las sociedades financieras y no financieras] a las deudas públicas, obtenemos unas cargas sin precedentes en la historia: Japón, el 512% del PBI, Gran Bretaña, el 507%, Francia, el 346%, Italia, el 314%, EEUU, el 279%, y Alemania, el 278%” (De “La gran degeneración”-Debate-Buenos Aires 2013).

Una elevada deuda implica dos posibilidades: si es usada bien, puede permitir grandes realizaciones sociales y económicas, hasta saldarse completamente, mientras que usada mal, puede generar crisis severas con difícil salida, “contagiando” además a los acreedores que no podrán recuperar el dinero invertido.

La diferencia esencial entre empresas y naciones es que las primeras son dirigidas por empresarios mientras que los Estados lo son por políticos. Si bien éstos disponen de asesores capaces, debe considerarse que tienen intereses predominantemente políticos, o electorales, por lo cual sus decisiones son “contaminadas” por ese hecho, favoreciendo los nefastos resultados que debe padecer un sector importante de la población. En cuanto a las posibles salidas a las abultadas deudas, el citado autor escribe: “Cualquier economía fuertemente endeudada se enfrenta a una limitada gama de opciones. En esencia son tres: 1) Aumentar la tasa de crecimiento por encima del tipo de interés gracias a la innovación tecnológica y (quizá) a un uso juicioso del estímulo monetario. 2) Incumplir el pago de una gran proporción de la deuda pública y declararse en quiebra para eludir la deuda privada; y 3) Saldar las deudas por medio de la depreciación monetaria y la inflación”. “Pero nada en la teoría económica establecida puede predecir cuál de las tres –o qué combinación de ellas- elegirá un país concreto”.

Recordemos que la hiperinflación de Alemania, que se inicia a partir de 1918, fue promovida por la necesidad de pagar la abultada deuda que le impusieron los países vencedores en la Primera Guerra Mundial. Además, cuando alguien pretende reducir la deuda, es posible que no reciba el apoyo necesario por parte de la población. El citado autor escribió: “La experiencia parece indicar que cualquier gobierno que trata con seriedad de reducir su déficit estructural termina expulsado del poder”.

Entre las causas que llevan a los países a contraer abultadas deudas, encontramos la decisión política de promover objetivos sociales sin tener en cuenta suficientemente el proceso económico, careciendo el Estado de bienestar de un sólido fundamento y de ahí las consecuencias indeseables que necesariamente se producirán. Niall Ferguson escribe: “Si retomamos el paralelismo con las abejas, el Estado de bienestar parece crear un número cada vez mayor de zánganos dependientes a los que las abejas obreras tienen que mantener. Asimismo, emplea a un gran número de abejas solo para transferir recursos de las obreras a los zánganos. Y trata de beneficiarse acumulando promesas de futuro en forma de deuda pública”.

A pesar de las crisis severas que padecen varios países, las sociedades persisten en descalificar al liberalismo por cuanto éste recomienda atenerse estrictamente a las recomendaciones de la ciencia económica, entre ellas la de no gastar más de lo que se dispone y de lo que se puede, y si se adquiere una deuda, debe asegurarse que su utilización será positiva para la sociedad como si se la podrá devolver en el futuro.

Asociado a cada error económico es posible encontrar, en principio, algún error ético. Además de los señalados respecto de los políticos y de las sociedades que los promueven, debe considerarse el hecho de que, al priorizar el presente antes que el futuro, como consecuencia de pedir préstamos, se transfieren los problemas a las generaciones que vendrán, mientras que los beneficios serán disfrutados por quienes asisten a la “fiesta del consumo”. Los efectos negativos recaerán en seres que todavía no han nacido, sin que por ello deje de ser una actitud egoísta e irresponsable. El citado autor escribe: “Lo esencial del asunto es el modo en que la deuda pública permite a la generación actual de votantes vivir a expensas de los que todavía son demasiado jóvenes o aún no han nacido”.

El conflicto generacional aludido ya fue tenido en cuenta por Edmund Burke en sus “Reflexiones sobre la Revolución en Francia”, de 1790, escribiendo al respecto: “Uno de los primeros y más importantes principios en los que se consagran la república y las leyes, a fin de que los poseedores temporales y rentistas vitalicios en ella, inconscientes de lo que han recibido de sus antepasados o de lo que es debido a su posteridad, actúen como si fueran los amos absolutos, es que no deben pensar que entre sus derechos figura el de cortar el vinculo o derrochar la herencia destruyendo a su placer todo el tejido original de su sociedad, aventurándose a dejar a los que vienen después de ellos una ruina en lugar de una morada, y enseñando a tales sucesores a respetar sus invenciones tan poco como ellos mismos han respetado las instituciones de sus antepasados. La sociedad es de hecho un contrato. El Estado es una asociación no solo entre quienes viven, sino entre quienes viven, quienes han muerto y quienes han de nacer”.

miércoles, 24 de julio de 2013

Acerca de la felicidad

El objetivo común a todos los hombres es el logro de la felicidad. Tenemos la necesidad de encontrar imperiosamente el camino que nos conduzca hacia esa meta, ya que nuestro tiempo de vida es limitado y, por lo tanto, escaso y valioso. Tal sendero se considera también como “el sentido de la vida”, y debemos encontrarlo atendiendo a nuestra propia personalidad individual como a nuestra común naturaleza humana. William James escribió: “Cómo conseguir, conservar y recuperar la felicidad es de hecho la motivación secreta de todo lo que han realizado todos los seres humanos en todos los tiempos” (Citado en “Psicología” de David G. Myers-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2006).

Los psicólogos sostienen que nuestro nivel de felicidad no cambia esencialmente aun cuando ocurran en nuestra vida algunos acontecimientos importantes, de ahí que no debemos tratar de realizar proyectos que pongan en riesgo nuestra seguridad y tengamos más probabilidades de perder lo que tenemos que de ganar lo que poco nos beneficiará en el futuro. David G. Myers escribió: “La realidad es sorprendente: sobreestimamos el impacto emocional de las noticias muy malas en el largo plazo y subestimamos nuestra capacidad de adaptación. Este hallazgo, que indica que sobreestimamos la duración de las emociones, nos sacude. Incluso en menos tiempo que lo que la mayoría de las personas supone, el impacto emocional de los acontecimientos significativos se disipa. El efecto de los acontecimientos notablemente positivos también es temporario. Una vez que el ataque de euforia se esfuma, los ganadores de la lotería suelen darse cuenta de que, en general, su felicidad no ha cambiado”. Resulta oportuno mencionar una caricatura que aparece en el libro mencionado y en donde aparece un hombre rico confiándole a un amigo: “Me pondría a llorar cuando pienso en los años que perdí acumulando dinero, sólo para saber que mi disposición jovial es genética”.

Es importante dejar de tener ambiciones económicas excesivas ya que, a la larga, el ambicioso cometerá errores que tienden a perturbar el bienestar general de la sociedad. Ya en la época en que se inicia la ciencia económica (siglo XVIII), Adam Smith escribía: “La mente de cada hombre, en un tiempo largo o corto, vuelve a su estado de tranquilidad natural y habitual. En la prosperidad, después de cierto tiempo, se vuelve a caer en ese estado; en la adversidad, después de cierto tiempo, se asciende a ese estado” (De “La teoría de los sentimientos morales”).

Nuestros pensamientos condicionan nuestras emociones, que serán positivas si positivos son aquéllos. Al existir una mentalidad generalizada de la sociedad, influirá en sus integrantes y de ahí que el nivel de felicidad individual tenga relación con las ideas dominantes en la sociedad, por lo que la felicidad personal resulta ser también un fenómeno social.

Por lo general, asociamos el bien a la felicidad y a nuestra capacidad para compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias. De ahí que tal aspecto de nuestra personalidad, cuando es auténtico, se lo puede transmitir a los demás; de lo contrario, sólo se lo podrá mostrar. Myers escribió: “La felicidad no es sólo sentirse bien, es hacer el bien”. “Entre los estudiantes universitarios de todo el mundo, aquellos que dicen que tienen un alto nivel de satisfacción en la vida le dan más importancia al amor que al dinero”.

Para lograr un aceptable nivel de felicidad es necesario saber valorar lo que se tiene; consiste en ser una persona agradecida antes que exigente. Implica ponerse metas accesibles de manera de vivir siempre con la sensación de haberlas cumplido, mientras que quien se impone metas inaccesibles, ha de vivir siempre con la sensación de haber fracasado. Es frecuente el caso de científicos, artistas, empresarios, etc., que logran destacarse en sus respectivas actividades sin lograr un aceptable nivel de felicidad, por lo que resulta importante tener presente la existencia de la inteligencia emocional, como una aptitud mental favorable para ese logro. Arthur Schopenhauer escribió: “Nunca pensamos en lo que tenemos, sino siempre en lo que nos falta”.

Podemos sintetizar la secuencia que va desde las actitudes individuales erróneas hasta la crisis social:

1- El hombre ignora tanto su aspecto emocional como el intelectual, por lo cual busca la felicidad en el bienestar y en las comodidades para su cuerpo.
2- Surge el consumismo, o la sociedad de consumo.
3- El que mucho consume y tiene bastante dinero, hace ostentación de su alto grado de “felicidad”.
4- El que poco consume y tiene una insuficiente cantidad de dinero, siente envidia del ostentoso.
5- El líder populista obtiene los votos de los envidiosos por cuanto promete repartir las ganancias de los ricos en forma equitativa.

Adam Smith escribió: “La humanidad está más dispuesta a simpatizar con nuestra alegría que con nuestra tristeza. Por ello, hacemos parada de nuestra riqueza y ocultamos nuestra pobreza. Si no ¿por qué nos tomaríamos tanto trabajo para parecer o ser ricos? ¿Es acaso para abastecer las necesidades de nuestra naturaleza? El salario del más modesto trabajador puede hacerlo. ¿Acaso creen los ricos que sus estómagos son mejores o que duermen mejor? No, es la vanidad y no el afecto concreto del placer lo que les interesa. En cambio, el hombre pobre se avergüenza de su pobreza. La oscuridad lo cubre pese a que está a la luz del día y nada le duele más que sentir que nadie toma noticia de él”.

En una sociedad en la que predomina la vida ética, no existe la envidia, por cuanto el logro de satisfacciones morales está al alcance de todos. Por el contrario, en la sociedad en la que predomina la vanidad y la vida estética, se supone que sólo puede ser feliz el que posee medios materiales suficientes, y por ello la envidia, con la violencia asociada, son algo corriente. En la sociedad estética, no sólo debe considerarse “materialista” al que busca al dinero como fuente de la felicidad, sino que también lo es quien se menosprecia por no disponerlo en cantidad suficiente. La mayor parte de los pensadores concuerdan en que la felicidad depende esencialmente de los afectos antes que del dinero. De ahí que podamos mencionar una síntesis que aparece en el libro de David G. Myers:

“Las investigaciones han descubierto que las personas felices tienden a: tener una autoestima alta (en los países individualistas), ser optimistas, demostrativos y agradables, tener amigos íntimos o un matrimonio satisfactorio, tener trabajo y tiempo libre de acuerdo con sus capacidades, tener una fe religiosa importante, dormir bien y hacer ejercicios físicos”. “No obstante, la felicidad parece que no está muy relacionada con otros factores como: la edad, el sexo, los niveles de educación, la paternidad (tener hijos o no), el atractivo físico”.

Existe una descripción detallada del proceso por el cual compartimos las penas y las alegrías de los demás que conviene tener presente. Mariano Grondona escribió citando a Adam Smith: “Smith comienza por considerar, primero, el sentimiento de la «simpatía». ¿Por qué habla de «sentimientos»? Esto coincide con la «escuela escocesa del sentido común», que afirma que el hombre tiene un sentido moral («moral sense») intuitivo, no «racional». Para Smith, el primero de esos sentimientos es la «simpatía». «La simpatía es aquella facultad por la cual podemos entrar en los sentimientos de otro». Por ejemplo, si yo veo a alguien que le cometen una injusticia, él siente un sentimiento de indignación y yo lo comparto, salvo que él exagere ese sentimiento, pues entonces ya no podría «entrar» ahí. Si yo experimento una sensación aguda de dolor, nada me es más grato que tú simpatices conmigo. El espectador que no padece el drama puede imaginariamente simpatizar con el verdadero actor del drama y éste recibe un consuelo, un apoyo de «simpatía». Es decir que el primer sentimiento que Smith advierte es un sentimiento de solidaridad en el hombre, que sale de sí mismo para compartir la situación de otro. ¿Cómo compatibilizar esta premisa con su presunta adhesión al egoísmo del «homo economicus»?”.

“Entonces, si yo tengo un sentimiento agudo que me aqueja, que me perturba, cuando lo expreso ante el grupo social con el cual convivo, tengo que bajar el tono de ese sentimiento porque si no lo hago los demás no pueden entrar en él. Si yo expreso «todo» el sentimiento que tengo, te impido entrar. He de expresarlo hasta donde te sea posible acompañarme. A la vez, a ti el sentimiento de simpatía te hará salir de tu indiferencia para «subir» a la altura hasta la cual yo «bajé». Esto se llama «concordia». La con-cordia (es decir, «corazones con…» otros) es un doble movimiento –de subir y bajar- hasta que se produce la armonía. Por eso dice Smith que generalmente «los hombres de mundo» son «apropiados», ya que están acostumbrados a compatibilizar sus estados de ánimo, a lograr el común denominador de la armonía. Por ello, «…es raro que la compañía de los hombres no nos ayude a aliviar nuestros dolores»”.

“Esta es la conclusión de Smith: «Por lo tanto, sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, contener las afecciones egoístas e impulsar las benévolas, constituye la perfección de la naturaleza humana y es lo único que puede producir esa armonía de sentimientos y pasiones que constituye la gracia de la relación social. Y así como debes querer más a tu prójimo, debes quererte menos a ti mismo; hasta donde el prójimo te pueda querer” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

Los marxistas, por el contrario, no sólo predican el odio entre sectores sociales y naciones, sino que también difaman a quienes promueven actitudes cooperativas, como en el caso de Adam Smith, el realizador de “La riqueza de las naciones”, el primer tratado de economía política. En el escrito previo se advierte la postura ética básica que dicho pensador sugiere para el desarrollo posterior del proceso del mercado; actitud que no difiere esencialmente del camino a la felicidad propuesto por la mayor parte de los filósofos y científicos sociales. Mariano Grondona agrega: “«La teoría de los sentimientos morales» refuta esa imagen según la cual Smith alaba el «homo economicus»”.

Debido a una errónea interpretación del significado del amor, hay quienes suponen que debemos acostumbrarnos al sacrificio cotidiano de ayudar a los demás. En realidad, quien posee atributos favorables a la tendencia a compartir las penas y las alegrías de sus semejantes, sentirá felicidad al hacer el bien, y por ello lo hará con frecuencia. Por el contrario, para quien sea un sacrificio, es posible que con el tiempo desestime su poco efectiva tarea emprendida para lograr la felicidad. De ahí la esencial diferencia entre el altruismo (sacrificio al hacer el bien) y el amor (felicidad al hacer el bien); de donde se explica por qué el socialismo altruista no tuvo éxito mientras que el mercado solidario sí lo tiene.

lunes, 22 de julio de 2013

El darwinismo social

Se ha denominado darwinismo social a la aplicación de algunos aspectos concernientes a la biología en la descripción del comportamiento social del hombre, llegando a conclusiones erróneas que han incidido en forma relevante en la concreción de grandes catástrofes humanas como las ocurridas durante el siglo XX y que fueran promovidas principalmente por los distintos totalitarismos. Se ha llegado a justificar y a promover tanto la violencia como el odio colectivos mediante ideologías que aun hoy siguen teniendo difusión a pesar de sus trágicas consecuencias. Steven Pinker escribió:

“Las muertes por democidios se debían en su inmensa mayoría a gobiernos totalitarios: regímenes comunistas, nazis, fascistas, militaristas o islamistas que intentaban controlar todos los aspectos de las sociedades que dominaban. Los sistemas totalitarios fueron culpables de 138 millones de muertes, el 82% del total, de los que 110 millones (65% del total) correspondían a los regímenes comunistas”. “Cuando Rummel analizó porcentajes en vez de números, observó que los gobiernos totalitarios del siglo XX acumulaban una cifra de víctimas que equivalía al 4% de sus poblaciones. Los gobiernos autoritarios mataban al 1% y las democracias, al 0,4%” (De “Los ángeles que llevamos dentro”-Editorial Paidós-Barcelona 2012).

Adviértase que las cifras mencionadas no se refieren a victimas ocasionadas por enfrentamientos bélicos, sino a asesinatos masivos inflingidos por los propios Estados sobre sus poblaciones, como fueron la matanza de judíos y de otros grupos étnicos por parte de los nazis y de poblaciones civiles “burguesas” por parte de Stalin, Mao Tse Tung y otros dictadores comunistas.

El darwinismo biológico se asocia a la teoría de la evolución por selección natural que fuera enunciada por Charles Darwin y Alfred Wallace, en forma independiente y simultánea, durante el siglo XIX. Implica que las variaciones genéticas favorables a la adaptación al medio persisten por herencia en las nuevas generaciones mientras que las variaciones poco favorables tienden a desaparecer con el tiempo. De esa forma se va perfeccionado la especie considerada por cuanto adquiere mayores niveles de adaptación en relación al medio en donde vive. En realidad, el proceso en sí no hace referencia a una lucha entre distintas especies sino a una supremacía, y posterior selección, dentro de una misma especie. La lucha entre “enemigos naturales” podría establecerse aun cuando no existiese evolución alguna.

Herbert Spencer fue quien primero propone la idea de la “supervivencia del más apto”, en la lucha cotidiana entre seres humanos, proceso que llevaría al mejoramiento de la sociedad. Luego, con la aparición de la teoría de Darwin-Wallace, se vislumbra una posible confirmación de su hipótesis. Marvin Harris escribió: “Lo que aquí hay que dejar en claro es el hecho de que los principios de Darwin eran una aplicación a la biología de conceptos de las ciencias sociales. Fue el análisis y el estudio del progreso y la evolución sociocultural por teóricos sociales …..el que facilitó el marco dentro del que se desarrolló el estudio de la evolución biológica”. “Otro hecho del que es preciso tomar nota es que fue Spencer y no Darwin el que popularizó el término «evolución»”. “Tampoco fue Darwin quien introdujo la expresión «supervivencia de los más aptos», sino Spencer” (De “El desarrollo de la teoría antropológica”-Siglo xxi de España Editores SA-Madrid 1996).

Por otra parte, Barrows Dunham escribió: “El intelectual del siglo XIX tenia ante si una visión cósmica más temible que la que hubiera podido concebir cualquier antiguo adorador de Moloc: un espectáculo de egoísmo necesario, de brutalidad ineludible. Era la «naturaleza bruta con garras y dientes», que descorazonaba a Tennyson. Spencer, sin embargo, lo contemplaba impertérrito y extraía de allí algunas lecciones para la sociedad”. “Es cierto que el hecho es triste e insoportable para espíritus sentimentales, decía; pero tiene también sus aspectos positivos: «Es mucho mejor para el rumiante al cual la vejez ha privado del vigor que daba placer a su existencia, ser muerto por una bestia de presa que seguir viviendo achacoso y enfermo hasta morir de hambre». Este razonamiento es muy similar al del lobo cuando explica al corderito el favor que está a punto de otorgarle. También evoca el caso del cardenal Bellarmine, quien, al condenar a la hoguera a jóvenes herejes, justificaba su acción diciendo que, cuanto más tiempo se les permitiese vivir, más condenados estarían” (De “El hombre contra el mito”-Ediciones Leviatán-Buenos Aires 1956).

Una vez que se aceptó la “veracidad” del darwinismo social, es decir, cuando fue aceptado por aquellos que lo consideraban como una ley de la naturaleza, debían adoptar una postura al respecto, surgiendo tres respuestas principales: a) la de quienes lo aceptaban y se resignaban, b) la de quienes proponían afianzar el éxito de los hombres superiores, y c) la de quienes proponían la rebelión de los hombres inferiores. Como, en realidad, se trataba de una ley falsa, cuando fueron aplicadas a la sociedad las dos últimas posturas se favoreció el surgimiento de los totalitarismos que produjeron las catástrofes mencionadas, en ocasiones como respuesta a las ideas predominantes poco favorables a los más débiles.

En cuanto a la actitud de aceptación y resignación, Barrows Dunham escribió: “El argumento que hemos visto desarrollar a los señores Spencer y Linn sostiene dos principios: 1) Que ningún intento de mejorar la suerte del género humano puede cambiar en forma apreciable el curso actual de los acontecimientos. 2) Que si se produjera una pequeña mejora, ésta no sería deseable porque retardaría la eliminación de los incapaces de entre los capaces. La conclusión es que el destino de todas las reformas es vano y peligroso”.

De la postura política de Herbert Spencer puede decirse que era proclive al capitalismo primitivo. Marvin Harris escribió: “Social Statics [libro de Spencer] está consagrado abiertamente a la defensa de la propiedad privada y de la libre empresa, con advertencias de los desastres bioculturales que caerán sobre la humanidad si se permite que el gobierno intervenga a favor de los pobres. Son extremadamente pocas las áreas de la vida en las que Spencer estaba dispuesto a conceder al Estado legítima autoridad”.

Respecto de la postura que sugiere favorecer la plena vigencia de los aptos, podemos citar algunas frases de Friedrich Nietzsche: “Los débiles y malogrados deben perecer: artículo primero de nuestro amor a los hombres. Y además se debe ayudarlos a perecer”. “¿Hay algo más perjudicial que cualquier vicio? Sí, la compasión que experimenta el hombre de acción hacia los débiles y los idiotas: el cristianismo”. “Debéis buscar vuestro enemigo y hacer vuestra guerra. Debéis amar la paz como medio para nuevas guerras, y la paz de corta duración más que la larga. Decís que es la bondad de la causa la que santifica la guerra; yo digo, es la bondad de la guerra lo que santifica toda causa”. “¿Quién alcanzará algo grande si no tiene la fuerza y la voluntad de infligir grandes sufrimientos? Saber sufrir es poco; hay mujeres y esclavos que han destacado como maestros en este arte. Pero no sucumbir ante los ataques de la angustia íntima y de la duda turbadora cuando se causa un gran dolor y se oye el grito de este dolor, esto sí es grande”. “El hombre superior se distingue del inferior por la intrepidez con que provoca la desgracia” (De “El anticristo”-Edicomunicación SA-Barcelona 1997).

Recordemos que son varios los autores que señalan a Nietzsche como uno de los escritores preferido por nazis y fascistas, por cuanto existe cierta identificación entre sus ideas y la acción de Adolf Hitler. El citado filósofo escribió: “Escuchad y os diré lo que es el superhombre. El superhombre es el sentido de la Tierra. Que vuestra voluntad diga: sea el superhombre el sentido de la Tierra. ¡Yo os conjuro, hermanos míos, a que permanezcáis fieles al sentido de la Tierra y no prestéis fe a los que os hablan de esperanzas ultraterrenas! Son destiladores de veneno, conscientes o inconscientes. Son despreciadores de la vida; llevan dentro de sí el germen de la muerte y están ellos mismos envenenados. La Tierra, está cansada de ellos: ¡muéranse pues de una vez!” (De “Así habló Zaratustra”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).

Respecto de tan oscuro personaje, Henri Baruk escribió: “Estos sujetos son incapaces de sentir amor. Asimismo, son incapaces de sentir simpatía por la humanidad”. “Tienen la impresión de ser rechazados, excluidos, y de esta manera conciben una violenta aversión por toda la humanidad, a la que desprecian profundamente y a la que quieren someter, dominar, aplastar bajo su bota en un deseo ardiente de compensación y venganza y, en caso de necesidad, de exterminio”. “Esta mentalidad harto especial se encuentra en las obras de Nietzsche y de los discípulos de Nietzsche”. (De “Psiquiatría moral experimental”–Fondo de Cultura Económica-México 1960).

En cuanto a la postura restante, el marxismo, puede decirse que trata de provocar una rebelión entre los perdedores para que, tras una lucha violenta, ocupen el lugar de los momentáneamente ganadores a través de la “revolución” y de la posterior “dictadura del proletariado”. La lucha de clases, como clave de la historia, lleva implícita la aceptación de la veracidad del darwinismo social. Una vez que se ha sembrado el odio a nivel colectivo, resulta difícil limitar sus consecuencias y de ahí la enorme cantidad de victimas provocadas por los seguidores de Karl Marx, quien escribió junto a Friedrich Engels: “Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar” (De “El Manifiesto Comunista”).

Se han establecido comparaciones entre nazis y marxistas ya que ambos produjeron las mayores catástrofes sociales en toda la historia de la humanidad. A partir de la aceptación del darwinismo social, es simple ver que los nazis, con la “noble finalidad de mejorar la humanidad”, trataban de eliminar a las razas que ellos consideraban inferiores, mientras que los marxistas, al observar que existía una clase social explotadora y perversa, consideraron que la solución evidente e inmediata era su eliminación.

Respecto de la peligrosidad de ambos totalitarismos, puede advertirse que, mientras que el nazi es sincero ya que manifiesta sus macabras intenciones a través de los escritos de Adolf Hitler, el marxismo adopta disfraces de humanismo y de actitudes protectoras hacia los pobres cuando en realidad sus intenciones verdaderas es la de utilizarlos para que, de alguna forma, traten de eliminar a la clase social “incorrecta”.

Ambos totalitarismos son opositores acérrimos del cristianismo y de la religión en general, ya que, en el caso de Nietzsche, según se vio, sostenía que Cristo promovía una actitud “antinatural” al pretender la ayuda a los “inferiores”, mientras que Marx sostenía que la religión eran una farsa creada por la clase dominante para explotar más fácilmente a los débiles.

domingo, 21 de julio de 2013

Las humanidades y la unificación de sus conceptos

En toda actividad científica es deseable disponer de una descripción unificada de manera de permitir establecer deducciones a partir de unos pocos principios básicos; o, al menos, hacia ello debemos apuntar. En el caso de las ciencias sociales, se propone una descripción unificada a partir de la Psicología Social, tomando de ella algunas de sus variables típicas:

Psicología Social = Cooperación + Competencia + Actitud característica

La anterior igualdad surge de considerar que el ser humano se comporta socialmente orientado por dos tendencias principales, como son la cooperación y la competencia, disponiendo, además, de un atributo exclusivo de cada individuo como lo es la actitud característica, que puede definirse como:

Actitud característica = Respuesta / Estímulo

Existirán tantas actitudes diferentes como seres humanos habiten el planeta, por lo que, en una primera impresión, puede parecer inadecuado adoptar tal concepto con el objetivo de definir todo comportamiento individual. Sin embargo, veremos que es posible encontrar en cada actitud individual algunas componentes comunes que permitirán clasificarlas de manera de describir la mayor parte de las respuestas posibles, tanto desde el punto de vista afectivo como del cognitivo. Adviértase que si no existiese tal respuesta típica, o característica, de cada individuo, seria imposible conocerlo o habría de ser dificultoso predecir su posible comportamiento futuro. Podemos entonces decir que:

Actitud característica = Componentes afectivas + Componentes cognitivas

Siendo las componentes afectivas las siguientes:

a) Cooperativa: Amor (significa compartir las penas y las alegrías de los demás)
b) Competitivas: Odio (implica alegrarse del sufrimiento ajeno y entristecerse por su alegría), Egoísmo (implica interesarse sólo por uno mismo)
c) Otra: Indiferencia (significa no interesarse por nadie, incluido uno mismo)

En base a lo considerado hasta aquí, podemos establecer algunas conclusiones importantes. En primer lugar, se observa que la respuesta característica es un concepto que se utiliza ampliamente en las ciencias naturales, por lo que, en principio, se ha adoptado una metodología similar, en lugar de una propia de las ciencias sociales. En segundo lugar, al poder elegir la componente afectiva de tipo cooperativo, en lugar de las demás, estamos considerando la existencia de una ética natural que coincide esencialmente con la ética cristiana, calificando como el Bien a la tendencia cooperativa y el Mal a las restantes. En tercer lugar, al adoptar el método de las ciencias naturales y al definir el Bien y el Mal, y la forma en que se llega al primero y se evita al segundo, estamos definiendo una religión natural compatible con la ciencia.

Para una aceptable descripción del comportamiento humano, no basta con disponer de una visión adecuada de los aspectos afectivos, sino que es necesario describir además los aspectos cognitivos, que también han de formar parte de nuestra actitud característica. En cuando al aspecto cognitivo del hombre, podemos considerar la teoría del conocimiento propuesta por Karl Popper que involucra tanto al conocimiento científico como al vulgar, siendo el proceso elemental el de prueba y error, para una posterior selección de las hipótesis propuestas. Dicho proceso implica adoptar una referencia para realizar comparaciones, siendo la propia realidad la adoptada en el caso del pensamiento científico. En el caso del pensamiento cotidiano habrá otras posibles referencias adicionales, siendo las componentes cognitivas las siguientes:

a) La propia realidad (pensamiento científico)
b) Lo que uno mismo ha pensado o conoce
c) Lo que otra persona ha pensado o conoce
d) Lo que piensa, conoce o dice la mayoría

La actitud cognitiva real es una mezcla o agregado de las componentes básicas, si bien generalmente predomina alguna de ellas. Como conclusión podemos decir que, además de la lógica asociada a los razonamientos del tipo verdadero o falso, debe considerarse también una lógica analógica que es la que permite realizar comparaciones con las referencias mencionadas, constituyendo la lógica simbólica el “pensamiento lento” y la analógica el “pensamiento rápido”, en el sentido propuesto por Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman.

A partir de la descripción realizada de la conducta humana, podemos afirmar que disponemos de una teoría de la personalidad adicional. Además, a partir de las componentes afectivas hemos definido el Bien, restando definir la verdad para disponer también de una unificación de las virtudes humanas, considerando que tanto el Bien como la verdad incluyen a las restantes. Podemos, entonces, definir a la verdad como sigue:

Error = (La descripción) – (Lo descrito)
Verdad (Cuando el Error = 0)

En realidad, nunca llegamos a una descripción en la cual se ha podido reducir el error a cero. Sin embargo, debemos tener presente la forma en que nos hemos de aproximar a tal situación ideal. Incluso en la física, una de las teorías vigente se ha acercado tanto a la exacta descripción que la diferencia entre teoría y experimento se manifiesta recién en el décimo lugar luego de la coma decimal. En cuestiones sociales, son admisibles errores bastante mayores.

Finalmente, debemos encontrar, si existe, un vínculo entre los aspectos afectivos y cognitivos. Con ello veremos que se logrará dar respuesta a uno de los temas centrales de la antropología, tal el de la evolución cultural de la humanidad. Entre las etapas evolutivas propuestas aparece la secuencia que va desde el salvajismo a la barbarie y, luego, a la civilización. Esta secuencia puede considerarse como una consecuencia de la evolución del hombre tanto desde el punto de vista afectivo, o ético, como del cognitivo.

Por otra parte, Auguste Comte propuso que el conocimiento humano, en todas sus ramas, sigue una secuencia que va desde el conocimiento teológico, seguido del metafísico para concluir con el positivo, que podemos interpretar como conocimiento religioso, filosófico y científico, respectivamente. Estas etapas podemos describirlas en base al cambio de la referencia adoptada comenzando por lo que dicen otras personas (los Libros Sagrados a través de la fe, en el caso religioso), o lo que piensan los demás o uno mismo (los filósofos a través de la razón) hasta llegar a tomar como referencia la propia realidad (la ciencia a través de la verificación experimental).

Considerando que transitamos por la etapa científica del conocimiento, debemos encontrar un vínculo entre lo afectivo y lo cognitivo para que, de esa manera, mediante la razón, podamos acercarnos a un comportamiento ético adecuado para nuestra óptima adaptación al orden natural. Tal principio de adaptación tuvo relación inicialmente con las experiencias de Ivan Pavlov y su descubrimiento de los hábitos adquiridos o reflejos condicionados, como es el caso del perro que incorpora una respuesta nueva al escuchar el estimulo constituido por el sonido de una campana, tal el de segregar saliva aun sin tener comida presente. Posteriormente, John B. Watson estudió el comportamiento de niños pequeños que jugaban amistosamente con ciertos animalitos; introduciendo una variante en el juego (que dejó de ser tal) por la cual producía un fuerte ruido detrás de un niño cada vez que éste tocaba al animalito. Como ese ruido le producía miedo, finalmente el niño terminó sintiendo miedo por el animalito, aun sin escuchar el fuerte ruido, adquiriendo un hábito que no poseía en un comienzo.

Una de las ideas más importantes, surgida de la psicología, implica la posibilidad de condicionar las respuestas afectivas en función de nuestros propios pensamientos. Esta posibilidad puede admitirse considerando que, si condicionamos nuestras respuestas a un simple ruido, o a otras causas, no debería resultar sorprendente que podamos orientar nuestras acciones mediante la adquisición de información depositada en nuestra memoria que nos indica lo positivas o negativas que pueden ser nuestras actitudes predominantes. Disponiendo de tal información podremos continuar, quizás a un ritmo mayor, el proceso de adaptación cultural mencionado. De ahí que resulte necesario e imprescindible disponer de una teoría unificada de las ciencias sociales, no tanto para satisfacer el espíritu crítico de los científicos o de los filósofos sociales, sino, sobre todo, para poder orientar al hombre común en un cercano acuerdo a la tendencia que nos imponen las leyes naturales.

Pero, quizás, el mayor salto evolutivo asociado al proceso de nuestra evolución cultural, ha de ser la aceptación generalizada y prioritaria de las leyes de Dios, o leyes naturales, como nuestra referencia a adoptar, en lugar de las descripciones de tales leyes y que constituyen el fundamento de las religiones morales (no paganas), ya que los Libros Sagrados sólo tienen sentido si se los lee “con un ojo puesto en la propia realidad”. La obra de Dios debe ser considerada prioritaria a las obras escritas por los hombres, por bienintencionadas que sean sus intenciones. Cuando Cristo indica: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”, nos sugiere dar prioridad al orden natural y a las leyes naturales que lo conforman, para que en nuestra vida predomine la justicia asociada a las mismas, en la que viene implícita la finalidad aparente del universo y de la vida de todo hombre.

viernes, 19 de julio de 2013

La acción política sin pensamientos previos

Entre los atributos que caracterizan a los movimientos totalitarios se encuentra la prioritaria acción política sin un fundamento teórico sólido, ya sea porque no disponen de una base ideológica aceptable o bien porque establecieron una que resulta incompatible con el conocimiento aportado por las ciencias sociales. De ahí que la acción resulte prioritaria al pensamiento racional, ya que los movimientos totalitarios, o populistas, se basan en la fuerza material que el número de adeptos les otorga, pero pocas veces se apoyan en la razón, y mucho menos en la verdad. Carlos Ibarguren escribió respecto del fascismo: “No tuvo una doctrina previa, se ha ido elaborando en la realidad de la revolución de Roma, en la vida y en la lucha…” (De “La inquietud de esta hora”-Roldán Editor-Buenos Aires 1934).

En cuanto al peronismo, o justicialismo, muy pocos lo pueden definir ideológicamente por cuanto no existe tal cosa como un conjunto de ideas coherentes respecto de las acciones a emprender y mucho menos una previa visión de la realidad que las justifique. Cuando se buscan objetivos e intereses personales, o sectoriales, se adoptan las actitudes, y se emiten las expresiones, que los partidarios quieren ver y escuchar, por lo que poco sentido tiene tratar de encontrar cierta coherencia detrás de tal oportunismo. Marcos Aguinis escribió:

“Para estudiarlo en forma completa se lo clasifica en sucesivas versiones: primer peronismo, segundo, tercero”. “O a su color circunstancial: nacional y populista (1946-1950), dictatorial y amigo de las inversiones extranjeras (1951-1955), maldito de la burguesía (1955-1968), socialista y guerrillero (1969-1972), dialoguista (1972-1973), represor de la izquierda y terrorista de Estado (1974-1976), socialdemócrata (1982-1989) y neoliberal (1989-1999)” (De “El atroz encanto de ser argentinos”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2002).

Los seguidores de los populismos y de los totalitarismos son esencialmente los denominados hombres-masa, con intereses intelectuales muy limitados, y de ahí el tipo de discursos y mensajes emitidos por los agitadores que pretenden conquistarlos. Hannah Arendt escribió: “Los movimientos totalitarios pretenden lograr organizar a las masas –no a las clases, como los antiguos partidos de intereses de las naciones-estados continentales; no a los ciudadanos con opiniones acerca de la gobernación de los asuntos públicos y con intereses en estos, como los partidos de los países anglosajones. Mientras que todos los grupos políticos dependen de una fuerza proporcionada, los movimientos totalitarios dependen de la pura fuerza del número, hasta tal punto que los regímenes totalitarios parecen imposibles, incluso bajo circunstancias por lo demás bien favorables, en países con poblaciones relativamente pequeñas”.

“Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común y carecen de esa clase especifica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles. El término de masa se aplica sólo cuando nos referimos a personas que, o bien por su puro número, bien por indiferencia, o por ambos motivos, no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en la gobernación municipal o en las organizaciones sociales profesionales y en los sindicatos. Potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas muy numerosas personas, neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y difícilmente acuden a votar”.

“Fue característico del auge del movimiento nazi en Alemania y del de los movimientos comunistas de Europa después de 1930 el hecho de que precisamente reclutaran a sus miembros en esta masa de personas aparentemente indiferentes, a quienes todos los demás partidos habían renunciado por considerarlas demasiado apáticas o demasiado estúpidas para merecer su atención. El resultado fue que la mayoría de sus afiliados eran personas que nunca habían aparecido anteriormente en la escena política. Esto permitía la introducción de métodos enteramente nuevos en la propaganda política y la indiferencia a los argumentos de los adversarios políticos; estos movimientos no sólo se situaban ellos mismos al margen y contra el sistema de partidos como tal, sino que hallan unos seguidores a los que jamás habían llegado los partidos y que nunca habían sido «echados a perder» por el sistema de partidos. Por eso no necesitaban refutar los argumentos opuestos, y, consecuentemente, preferían los métodos que concluían en la muerte más que en la persuasión, que difundían el terror más que la convicción. Presentaban los desacuerdos como originados invariablemente en profundas fuentes naturales, sociales o psicológicas, más allá del control del individuo y por ello más allá del poder de la razón. Esto hubiera constituido una desventaja si hubiesen entrado sinceramente en competencia con los demás partidos; no lo eran si estaban seguros de tratar con personas que tenían razones para sentirse igualmente hostiles a todos los partidos” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Ediciones Aguilar-Buenos Aires 2010).

Alguien dijo que “una idea es tan importante, que llena todo un cerebro”. Este parece ser el caso de las frases que se originan en el comando central del populismo y que luego son repetidas y aplaudidas por los seguidores incondicionales hasta establecerse finalmente en las masas. Estas breves alocuciones bastan y sobran para conducirlas hacia donde el líder crea oportuno y conveniente hacerlo. Juan A. González Calderón escribió: “La tiranía peronista había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas inconscientes” (Citado en “Autopsia del socialismo” de A. Benegas Lynch (h) y G. D. Perednik-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2013).

En cuanto a la mentalidad del hombre-masa, Gustavo D. Perednik escribió: “[En la obra de Sebastián Soler se] define el «espíritu de abstracción» que activa al resentido: «un sujeto que ha construido los más sumarios esquemas, pero resuelve que ese conocimiento es suficiente para la acción, que no quiere saber más»”. “Toda información adicional lo irritaría porque ella podría cuestionar sus esquemas establecidos. Quiere descansar en la limitada «información» que obra en su poder; no necesita más a fin de poder actuar violentamente en consecuencia. Ansía descargar esa violencia, y le molesta que un nuevo dato pueda modificar el esquema en el que esa violencia se sustenta”.

“Por eso, nada podrá convencerlo de que no debe golpear. Sebastián Soler se refiere a la peligrosidad de «cuando ese conocimiento defectuoso, acompañado de la voluntad de no saber más, se proyecta sobre las relaciones humanas y sociales….porque nuestras acciones son desencadenadas a partir de una imagen, pero recaen sobre un ser real»”. “Y concluye que «no es pensamiento especulativo; no está movido propiamente por una voluntad de conocer, sino por una voluntad de actuar. En su esencia no es propiamente pensamiento sino acción aberrante»”.

El totalitarismo de mayor peligro, históricamente hablando, ha sido el marxismo. Y no sólo por las decenas de millones de victimas que sus seguidores produjeron en todo el mundo, sino por revestir sus objetivos bajo un disfraz de “conocimiento científico”. No sólo el marxismo se opone a la ciencia económica cuando propone abolir el mercado, también se opone a la lógica simbólica cuando trata de reemplazarla por la dialéctica, mientras que propone, como fundamento de la explicación de la historia y de la sociedad, a la lucha de clases, concepto de poca aplicación si se busca cierta coherencia entre una descripción y la propia realidad.

Una de las causas por las que el marxismo abre sus puertas al hombre-masa, al individuo que quiere saber muy pocas cosas, es la afirmación de que el sistema de producción en una sociedad es el que impone, en definitiva, las ideas y la forma de pensar de todos sus integrantes (excepto en los que luego serán “liberados” leyendo a Marx). Como la religión aceptada por la burguesía, o la ciencia surgida en el sector capitalista, provienen de una sociedad “incorrecta”, tales aspectos, como la cultura capitalista en general, deben ser necesariamente falsos y por lo tanto, corresponde que sean abolidos. Luego, el seguidor de Marx ya no tendrá que criticarlos, ni mucho menos aprenderlos o valorarlos, sino que deberá destruirlos. Gustavo D. Perednik escribió:

“Con todo, también [el marxista] está trabado para agregar información a lo que ya sabe, porque siente que, por ser marxista, es el portador de una ciencia básica y universal. Él, por el mero hecho de adherir a la doctrina de la sabiduría, ya es plenamente docto y, en la práctica, capaz de emitir juicios casi sobre cualquier tema sin demasiados esfuerzos”. “Por ello es tan acertado el título del último libro de Hayek «La fatal arrogancia» (1998), en el que no sólo muestra al socialismo como un gran error, sino que desenmascara la arrogancia del ingeniero social”. “Éste presume poder diseñar y organizar áreas del entramado de las interacciones humanas. Actúa como si tuviera toda la información sobre ellas cuando, no solamente carece casi enteramente de ella, sino que tampoco admite que se le suministre más, y procede a imponer sus decisiones”.

“Aunque está ante un conocimiento disperso y un orden espontáneo, la arrogancia del planificador central lo convence de que sabe todo, y los resultados de su plan son usualmente fatales para su sociedad”. “Arrogancia paralela abona la tesis post-modernista acerca del «fin de las ideologías». No cabe duda de que hay ideologías que se han desmoronado estrepitosamente, como el marxismo, pero sorprende que precisamente los que hasta hace poco la sostenían olímpicamente, compensan ahora su incapacidad de autocrítica con el escudo de que «todas» las ideologías han muerto, ergo no hay nada que revisar”. “Yo me equivoco, tu te equivocas, todos nos equivocamos, aquí no ha pasado nada, y un siglo de estulticia intelectual hipnotizada por el espejismo socialista, no merecería ni siquiera una revisión (ni qué hablar de disculpas)”.

Todo político argentino que pretenda ganar una elección, deberá ser peronista, o populista, o bien deberá aparentarlo; mientras que todo periodista, si quiere tener audiencia y producir un buen «rating», deberá hablar bien del ex-dictador o, al menos, no deberá nunca mencionar cierta parte de la verdad histórica. Así como se ha dicho que “los pueblos que ignoran su pasado están condenados a repetirlo”, podemos decir también que “los países que tergiversan su historia, o no difunden la verdadera, están condenados a reeditarla”. La tendencia hacia la profundización del modelo kirchnerista, populista y totalitario, es un proceso que parece no tener fin, tanto por el impulso que viene de parte de quienes lo apoyan, como por la indiferencia de quienes lo hemos de padecer y poco hacemos por detenerlo. Podemos decir que estamos en plena rebelión del hombre-masa, proceso que nunca ha producido buenos resultados.