La mentalidad favorable a la democracia se sustenta en la adhesión a principios éticos antes que a la búsqueda de intereses individuales o sectoriales, ya que en el primer caso predomina una actitud cooperativa que, incluso, orienta todo tipo de competencia hacia la profundización de la tendencia solidaria. Por el contrario, la mentalidad desfavorable implica el predominio de una actitud competitiva de tipo destructivo dirigida hacia todo individuo o sector considerado como rival. La mentalidad favorable tanto a la democracia política como a la económica, no es otra cosa que el patriotismo, ya que prioriza el bien común en lugar del éxito de ideologías de validez sectorial o de ambiciones egoístas. Cuando existe una mentalidad favorable a la democracia, implica que quienes la sustentan son los integrantes de una nación, mientras que, cuando no existe tal mentalidad, se trata de un simple conglomerado humano. José María Goñi Moreno escribió:
“Hace quince años se celebraba en Wellington, capital de Nueva Zelanda, la reunión de expertos en seguridad social de la OIT (Oficina Internacional del Trabajo). Al inaugurarse las deliberaciones el Primer Ministro neocelandés dijo a los expertos reunidos: «Las realizaciones sociales que ustedes elogian, justifican nuestro orgullo. Pero debemos advertir que esta legislación social fue implantada antes que nosotros llegásemos al gobierno»”. Terminado el discurso se escuchó una voz desde el fondo de la sala. «Pido mi palabra en mi carácter de ex Primer Ministro. Es verdad, señores, que nosotros, los laboristas, planeamos el sistema de seguridad social que se aplica en este país. Pero esta es una parte de la verdad. Las realizaciones que ustedes admiran son obra de los conservadores, que se caracterizan por perfeccionar las instituciones que les dejamos»”.
“Y ante la sorpresa de muchos expertos agregó: «Nosotros también conocemos, señores, la lucha política. Combatimos por el triunfo. Pero después de las elecciones, los neocelandeses somos llamados a colaborar con prescindencia de nuestra militancia, en un esfuerzo de conjunto en bien del país». Me encontraba entre los expertos convocados. Fue la enseñanza más inolvidable que recibí en una reunión internacional. Me parecían increíbles esas palabras. Y desde entonces imaginé que una escena semejante, demostrativa de una auténtica y sincera cultura política, podría vivirse algún día en los niveles dirigentes de la República Argentina” (De “La hora decisiva”-Editorial Pleamar-Buenos Aires 1968).
La mentalidad favorable a la democracia, o el verdadero patriotismo, no es algo que surge de un momento a otro, sino que se da como la consecuencia de haber previamente adoptado una escala de valores con cierto contenido ético. De ahí que poco sentido tiene contemplar las leyes y las instituciones de países exitosos cuando en realidad debemos adoptar previamente el nivel cultural de quienes favorecieron ese éxito. Dante Ramaglia escribió: “La adopción de principios y un orden constitucional que promovían la igualdad de derechos constituyen, según Álvarez, la expresión de una razón abstracta que no se ajustaba a la realidad; lo que funcionaba en la práctica eran los hábitos arraigados fuertemente en la conciencia y comportamientos sociales” (De “El pasado y el presente”-Antologia de Agustín Álvarez-Ediciones Culturales de Mendoza-1998).
Lo opuesto al patriotismo está materializado, como se dijo, en las ambiciones egoístas y personales. Agustín Álvarez sugería en una carta enviada a Julio A Roca: “No reorganicen en partidos personales las ambiciones bastardas, hagan patria, pero patria grande como la desea la inmensa mayoría de los escasos pobladores del gran desierto que media entre el Cabo de Hornos y la Quebrada de Humahuaca”.
Al interiorizarnos acerca de las ideas y actitudes dominantes a fines del siglo XIX en la Argentina, advertimos que las cosas no han cambiado demasiado, por lo que, como generalmente se estima, nuestro fracaso tiene que ver con nuestra herencia hispana que, por cierto, tampoco cambió demasiado con la posterior llegada de la inmigración europea, principalmente italiana. Dante Ramaglia escribió:
“En este sentido, el «carácter hispano colonial» representa una gravosa herencia que arrastran los países latinoamericanos, aún en su fase independiente. El honor, el orgullo, la vanidad, propios del espíritu hidalgo, llevan a tratar de alcanzar la consideración pública a través de la actuación política y militar, donde se privilegia el personalismo y el propio grupo en lugar de los intereses comunes. Esto se traduce en actitudes de intolerancia y atropello frente a los adversarios, en una creencia dogmática respecto a las ideas defendidas y en la predilección por las formas verbales que evidencian la falta de sentido práctico. La invocación del patriotismo como justificativo de los enfrentamientos nacionales habían retrasado nuestra organización”, mientras que Agustín Álvarez escribe:
“En la América Latina, por ejemplo, no se conocían casi en la época de la emancipación más tipos generales de felicidad que el honor de mandar, la gloria de pelear, la fama de libertador o protector de pueblos; y entonces surgieron por centenares a raíz de la libertad de los libertadores, los protectores, los grandes mariscales, los jefes de teorías políticas, los restauradores, Washingtons, Lafayettes, Camilos, Cincinatos y Catones sudamericanos, de tal manera que las pobres patrias nuevas casi fracasan en pañales, victimas de tanto patriota que a todo trance querían hacer de partero o padrino de la libertad, victimas de una espantosa exuberancia de protectores y libertadores que se obstruyen, se chocan y se guerrean entre sí para libertarse recíprocamente los pueblos” (De “South América”-Talleres Gráficos Argentinos L.J. Rosso¨-Buenos Aires 1933).
El individuo común, que no puede participar personalmente en la política partidaria, compensa la situación idolatrando a los personajes públicos en una forma similar a la mostrada en su adherencia a un club de fútbol, por lo cual el personalismo se acentúa en lugar de disminuir. Se ha llegado al extremo de aceptar elevados grados de corrupción de políticos partidarios por el sólo hecho de serlos. El deterioro económico y moral de la nación le resulta bastante menos importante que la popularidad del líder idolatrado, lo que delata la ausencia de patriotismo. Justamente, se confunde a la patria con el Estado y con el gobierno, en lugar de identificarla con la totalidad de la población. Implica una tácita exclusión de la sociedad de quienes, justamente, deben ser considerados como sus integrantes.
Las dictaduras militares a veces se establecieron para derrocar dictadores y para volver a la democracia, mientras que otras veces surgieron para consolidarse en el poder, mientras que los políticos, muchas veces, utilizaron la democracia para consolidar dictaduras, como fue el caso del peronismo y del actual kirchnerismo. De ahí que, puede decirse, que no existe en la Argentina una mentalidad favorable a la democracia tanto política como económica (mercado), y de ahí nuestro permanente subdesarrollo. Además de los relativismos compartidos con otras sociedades, tenemos el “relativismo político” ya que el carácter de dictadura, o de democracia, depende principalmente de la adhesión personal, o no, del ciudadano, quien a veces considera como democrática a una dictadura si es que resulta de su agrado.
En forma similar al peronismo del pasado, el kirchnerismo ha avanzado sobre la sociedad creando divisiones irreconciliables. Así, si alguien critica al gobierno por la inflación, la inseguridad, la pobreza creciente, la fuga de capitales, la falta de inversiones, la anticonstitucionalidad de las leyes que promueve, etc., será mirado como una mala persona por cuanto, supone, que “todo lo que hace el gobierno nacional y popular es en favor de los pobres” y, en consecuencia, todo opositor está “en contra de los pobres”. De ahí que no pueda haber un vínculo social, comercial ni mucho menos amistad personal entre un kirchnerista y sus “enemigos”. Una sociedad deja de serlo cuando se la ha dividido en dos partes antagónicas. La Argentina tiende a dejar de comportarse como una nación debido a la ausencia de patriotismo ya que se apunta a la condición de simple conglomerado de seres humanos con pocos proyectos en común.
Tanto la política como la economía, alejadas de un nivel ético razonable, nunca lograrán consolidarse. Dante Ramaglia agrega:
“Modificar los hábitos que conforman el ambiente moral es el camino elegido por Álvarez para llevar a cabo una reforma de la sociedad. Enfocada desde lo individual, la tarea de renovar las costumbres traía como consecuencia inmediata la relativización del cambio de estructuras políticas y económicas, lo cual avala la alternativa seguida por la elite dirigente de despolitizar los problemas existentes y canalizar su solución dentro del orden consolidado bajo el régimen liberal. De allí se concluye en el argumento restrictivo con respecto a la participación popular a través del voto, sustentado esto en el caso de Álvarez en que hasta tanto el pueblo no haya aprendido a dirigirse a si mismo y actúe guiado únicamente por la «razón natural», resulta inepto para elegir a un gobernante y termina siendo manipulado por éste”.
Si bien resulta adecuado observar las costumbres y las ideas vigentes en otros pueblos, poco se logrará si tendemos a copiar sus acciones sin antes haber logrado el nivel ético y cultural de quienes pretendemos emular. Agustín Álvarez escribió: “Proponerle, pues, a un individuo, a un partido, a un pueblo la imitación de otro reconocidamente mejor que él, es pedirle que vea las cosas bajo una luz que no es la suya, porque sólo viéndolas de la misma manera podría tomar en los mismos casos las mismas determinaciones de sus mejores. Darle esa luz es la cuestión, pues entonces hará lo mismo porque verá lo mismo, y lo imitará sin propósito de imitarlo. De consiguiente, crear y aumentar por la educación la conciencia moral en todos o en la mejor parte de los individuos es levantar los individuos, los partidos y los pueblos, porque es levantar en la medida de lo justo, lo recto, lo honesto, lo noble y lo sensato. Lo demás, el temor del infierno, la mera ilustración, con vapor y electricidad, y prensa libre, y bicamarismo, y sermones, y ejemplos sacados de la historia, sólo puede conducir a las tropelías de guante blanco”.
Cuando desde la propia Presidencia de la Nación se ironiza y se descalifica a todo el sector opositor, se estimula el odio colectivo que degrada tanto a adeptos como a adversarios. El antagonismo que divide en dos a una sociedad equivale a una especie de cáncer social. En este sentido debe admitirse el éxito del gobierno actual al tratar de favorecer la “igualdad social”, sólo que resulta mejor llegar a sentirnos iguales en la altura de los valores morales que iguales en la bajeza de las oscuras pasiones humanas.
La pobre vocación democrática del pueblo argentino puede vislumbrarse en la aceptación de los personajes históricos de mayor popularidad, como es el caso de Juan D. Perón, el dictador que mayor daño produjo a la Argentina a lo largo de toda su historia. Incluso en sus últimos años, no perdió la oportunidad de apoyar el accionar de los guerrilleros terroristas de los setenta ni tampoco de iniciar su destrucción una vez que los utilizó para que posibilitaran su regreso al poder, poniendo su sello personal en una de las etapas más violentas de los últimos tiempos.
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