Entre los atributos que caracterizan a los movimientos totalitarios se encuentra la prioritaria acción política sin un fundamento teórico sólido, ya sea porque no disponen de una base ideológica aceptable o bien porque establecieron una que resulta incompatible con el conocimiento aportado por las ciencias sociales. De ahí que la acción resulte prioritaria al pensamiento racional, ya que los movimientos totalitarios, o populistas, se basan en la fuerza material que el número de adeptos les otorga, pero pocas veces se apoyan en la razón, y mucho menos en la verdad. Carlos Ibarguren escribió respecto del fascismo: “No tuvo una doctrina previa, se ha ido elaborando en la realidad de la revolución de Roma, en la vida y en la lucha…” (De “La inquietud de esta hora”-Roldán Editor-Buenos Aires 1934).
En cuanto al peronismo, o justicialismo, muy pocos lo pueden definir ideológicamente por cuanto no existe tal cosa como un conjunto de ideas coherentes respecto de las acciones a emprender y mucho menos una previa visión de la realidad que las justifique. Cuando se buscan objetivos e intereses personales, o sectoriales, se adoptan las actitudes, y se emiten las expresiones, que los partidarios quieren ver y escuchar, por lo que poco sentido tiene tratar de encontrar cierta coherencia detrás de tal oportunismo. Marcos Aguinis escribió:
“Para estudiarlo en forma completa se lo clasifica en sucesivas versiones: primer peronismo, segundo, tercero”. “O a su color circunstancial: nacional y populista (1946-1950), dictatorial y amigo de las inversiones extranjeras (1951-1955), maldito de la burguesía (1955-1968), socialista y guerrillero (1969-1972), dialoguista (1972-1973), represor de la izquierda y terrorista de Estado (1974-1976), socialdemócrata (1982-1989) y neoliberal (1989-1999)” (De “El atroz encanto de ser argentinos”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2002).
Los seguidores de los populismos y de los totalitarismos son esencialmente los denominados hombres-masa, con intereses intelectuales muy limitados, y de ahí el tipo de discursos y mensajes emitidos por los agitadores que pretenden conquistarlos. Hannah Arendt escribió: “Los movimientos totalitarios pretenden lograr organizar a las masas –no a las clases, como los antiguos partidos de intereses de las naciones-estados continentales; no a los ciudadanos con opiniones acerca de la gobernación de los asuntos públicos y con intereses en estos, como los partidos de los países anglosajones. Mientras que todos los grupos políticos dependen de una fuerza proporcionada, los movimientos totalitarios dependen de la pura fuerza del número, hasta tal punto que los regímenes totalitarios parecen imposibles, incluso bajo circunstancias por lo demás bien favorables, en países con poblaciones relativamente pequeñas”.
“Las masas no se mantienen unidas por la conciencia de un interés común y carecen de esa clase especifica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles. El término de masa se aplica sólo cuando nos referimos a personas que, o bien por su puro número, bien por indiferencia, o por ambos motivos, no pueden ser integradas en ninguna organización basada en el interés común, en los partidos políticos, en la gobernación municipal o en las organizaciones sociales profesionales y en los sindicatos. Potencialmente, existen en cada país y constituyen la mayoría de esas muy numerosas personas, neutrales y políticamente indiferentes, que jamás se adhieren a un partido y difícilmente acuden a votar”.
“Fue característico del auge del movimiento nazi en Alemania y del de los movimientos comunistas de Europa después de 1930 el hecho de que precisamente reclutaran a sus miembros en esta masa de personas aparentemente indiferentes, a quienes todos los demás partidos habían renunciado por considerarlas demasiado apáticas o demasiado estúpidas para merecer su atención. El resultado fue que la mayoría de sus afiliados eran personas que nunca habían aparecido anteriormente en la escena política. Esto permitía la introducción de métodos enteramente nuevos en la propaganda política y la indiferencia a los argumentos de los adversarios políticos; estos movimientos no sólo se situaban ellos mismos al margen y contra el sistema de partidos como tal, sino que hallan unos seguidores a los que jamás habían llegado los partidos y que nunca habían sido «echados a perder» por el sistema de partidos. Por eso no necesitaban refutar los argumentos opuestos, y, consecuentemente, preferían los métodos que concluían en la muerte más que en la persuasión, que difundían el terror más que la convicción. Presentaban los desacuerdos como originados invariablemente en profundas fuentes naturales, sociales o psicológicas, más allá del control del individuo y por ello más allá del poder de la razón. Esto hubiera constituido una desventaja si hubiesen entrado sinceramente en competencia con los demás partidos; no lo eran si estaban seguros de tratar con personas que tenían razones para sentirse igualmente hostiles a todos los partidos” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Ediciones Aguilar-Buenos Aires 2010).
Alguien dijo que “una idea es tan importante, que llena todo un cerebro”. Este parece ser el caso de las frases que se originan en el comando central del populismo y que luego son repetidas y aplaudidas por los seguidores incondicionales hasta establecerse finalmente en las masas. Estas breves alocuciones bastan y sobran para conducirlas hacia donde el líder crea oportuno y conveniente hacerlo. Juan A. González Calderón escribió: “La tiranía peronista había abolido, como es de público y completo conocimiento, todos los derechos individuales, todas las libertades cívicas, toda manifestación de cultura, toda posibilidad de emitir otra voz que no fuese la del sátrapa instalado en la Casa de Gobierno con la suma del poder, coreada por sus obsecuentes funcionarios y legisladores, por sus incondicionales jueces, por sus domesticados sindicatos y por sus masas inconscientes” (Citado en “Autopsia del socialismo” de A. Benegas Lynch (h) y G. D. Perednik-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2013).
En cuanto a la mentalidad del hombre-masa, Gustavo D. Perednik escribió: “[En la obra de Sebastián Soler se] define el «espíritu de abstracción» que activa al resentido: «un sujeto que ha construido los más sumarios esquemas, pero resuelve que ese conocimiento es suficiente para la acción, que no quiere saber más»”. “Toda información adicional lo irritaría porque ella podría cuestionar sus esquemas establecidos. Quiere descansar en la limitada «información» que obra en su poder; no necesita más a fin de poder actuar violentamente en consecuencia. Ansía descargar esa violencia, y le molesta que un nuevo dato pueda modificar el esquema en el que esa violencia se sustenta”.
“Por eso, nada podrá convencerlo de que no debe golpear. Sebastián Soler se refiere a la peligrosidad de «cuando ese conocimiento defectuoso, acompañado de la voluntad de no saber más, se proyecta sobre las relaciones humanas y sociales….porque nuestras acciones son desencadenadas a partir de una imagen, pero recaen sobre un ser real»”. “Y concluye que «no es pensamiento especulativo; no está movido propiamente por una voluntad de conocer, sino por una voluntad de actuar. En su esencia no es propiamente pensamiento sino acción aberrante»”.
El totalitarismo de mayor peligro, históricamente hablando, ha sido el marxismo. Y no sólo por las decenas de millones de victimas que sus seguidores produjeron en todo el mundo, sino por revestir sus objetivos bajo un disfraz de “conocimiento científico”. No sólo el marxismo se opone a la ciencia económica cuando propone abolir el mercado, también se opone a la lógica simbólica cuando trata de reemplazarla por la dialéctica, mientras que propone, como fundamento de la explicación de la historia y de la sociedad, a la lucha de clases, concepto de poca aplicación si se busca cierta coherencia entre una descripción y la propia realidad.
Una de las causas por las que el marxismo abre sus puertas al hombre-masa, al individuo que quiere saber muy pocas cosas, es la afirmación de que el sistema de producción en una sociedad es el que impone, en definitiva, las ideas y la forma de pensar de todos sus integrantes (excepto en los que luego serán “liberados” leyendo a Marx). Como la religión aceptada por la burguesía, o la ciencia surgida en el sector capitalista, provienen de una sociedad “incorrecta”, tales aspectos, como la cultura capitalista en general, deben ser necesariamente falsos y por lo tanto, corresponde que sean abolidos. Luego, el seguidor de Marx ya no tendrá que criticarlos, ni mucho menos aprenderlos o valorarlos, sino que deberá destruirlos. Gustavo D. Perednik escribió:
“Con todo, también [el marxista] está trabado para agregar información a lo que ya sabe, porque siente que, por ser marxista, es el portador de una ciencia básica y universal. Él, por el mero hecho de adherir a la doctrina de la sabiduría, ya es plenamente docto y, en la práctica, capaz de emitir juicios casi sobre cualquier tema sin demasiados esfuerzos”. “Por ello es tan acertado el título del último libro de Hayek «La fatal arrogancia» (1998), en el que no sólo muestra al socialismo como un gran error, sino que desenmascara la arrogancia del ingeniero social”. “Éste presume poder diseñar y organizar áreas del entramado de las interacciones humanas. Actúa como si tuviera toda la información sobre ellas cuando, no solamente carece casi enteramente de ella, sino que tampoco admite que se le suministre más, y procede a imponer sus decisiones”.
“Aunque está ante un conocimiento disperso y un orden espontáneo, la arrogancia del planificador central lo convence de que sabe todo, y los resultados de su plan son usualmente fatales para su sociedad”. “Arrogancia paralela abona la tesis post-modernista acerca del «fin de las ideologías». No cabe duda de que hay ideologías que se han desmoronado estrepitosamente, como el marxismo, pero sorprende que precisamente los que hasta hace poco la sostenían olímpicamente, compensan ahora su incapacidad de autocrítica con el escudo de que «todas» las ideologías han muerto, ergo no hay nada que revisar”. “Yo me equivoco, tu te equivocas, todos nos equivocamos, aquí no ha pasado nada, y un siglo de estulticia intelectual hipnotizada por el espejismo socialista, no merecería ni siquiera una revisión (ni qué hablar de disculpas)”.
Todo político argentino que pretenda ganar una elección, deberá ser peronista, o populista, o bien deberá aparentarlo; mientras que todo periodista, si quiere tener audiencia y producir un buen «rating», deberá hablar bien del ex-dictador o, al menos, no deberá nunca mencionar cierta parte de la verdad histórica. Así como se ha dicho que “los pueblos que ignoran su pasado están condenados a repetirlo”, podemos decir también que “los países que tergiversan su historia, o no difunden la verdadera, están condenados a reeditarla”. La tendencia hacia la profundización del modelo kirchnerista, populista y totalitario, es un proceso que parece no tener fin, tanto por el impulso que viene de parte de quienes lo apoyan, como por la indiferencia de quienes lo hemos de padecer y poco hacemos por detenerlo. Podemos decir que estamos en plena rebelión del hombre-masa, proceso que nunca ha producido buenos resultados.
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