Aunque los analistas políticos no las consideran adecuadas por imprecisas, las calificaciones de derecha, centro e izquierda mantienen su vigencia en el vocabulario cotidiano. Ello se debe principalmente a que en una conversación se trata de reducir al mínimo la cantidad de palabras usadas por lo que se opta por denominaciones breves e imprecisas a otras largas pero que mejor definen el concepto que se describe. La imprecisión asociada a tales descripciones deriva principalmente en que actualmente no existe un acuerdo acerca de cuál es el criterio previo adoptado para la asignación de tales denominaciones.
Uno de los criterios es el adoptado por el liberalismo, para el cual la referencia es la forma en que se desarrollan tanto la economía como la política. A partir de tal criterio, la democracia económica (mercado) junto a la democracia política (elecciones libres + división de poderes) constituyen la derecha del espectro ideológico. La izquierda, como contrapartida, implica un sistema que limita o prohíbe al mercado tanto como a la democracia, cayendo bajo tal denominación los sistemas totalitarios (todo en el Estado). Al existir diferencias entre totalitarismos, algunos autores liberales denominan al marxismo como la “izquierda roja” mientras que al fascismo y al nazismo los denominan como la “izquierda negra”. Alberto Benegas Lynch escribió: “Los argentinos tenemos la fortuna de contar con nuestra sabia Constitución de 1853/1860 en la que se hallan estampados los principios rectores de toda sociedad de hombres libres, que hicieron la grandeza de los mejores tiempos idos de nuestra joven República”. “La denominación de derecha constitucional es correcta para identificar a quienes defienden el sistema republicano y la democracia genuina”.
“Parece, pues, acertado decir que, en el espectro político concebido con ubicaciones a la derecha, al centro y a la izquierda, la derecha está representada por los más fervorosos defensores de la sociedad libre, basada en la propiedad privada, la libertad personal y gobierno con poderes limitados al cumplimiento de sus tareas específicas. Lo cual significa, tal como muy bien lo expresó Benjamín Constant, que el Estado, en el ámbito que le compete, debe tener todo el poder necesario para el cumplimiento de las funciones que le son propias, pero fuera de él no debe tener poder alguno”.
“Dichos regimenes totalitarios [nazi-fascistas] conculcan los derechos a la propiedad y a la libertad igual que lo hacen los totalitarismos comunistas. En los sistemas nazi-fascistas la propiedad privada tiene existencia sólo nominal. Por cuanto sus atributos esenciales –el uso y la libre disposición de los bienes poseídos con justo título- escapan a la voluntad de los propietarios nominales. Es decir, dependen de un modo incuestionable de las órdenes dictadas por el burócrata oficial de turno”.
“En cuanto a la libertad personal, no hace falta entrar en detalles sobre los horrores cometidos en los regímenes comunistas-nazis-fascistas contra la libertad y la dignidad de los seres humanos. En resumen, los comunistas son la izquierda roja, mientras sus primos hermanos, los nazi-fascistas, son la izquierda negra, igualmente despótica y opresora, violatoria de la propiedad y la libertad de las personas. Por todo ello, quienes defendemos el orden social de la libertad y la dignidad del ser humano, consideramos sencillamente absurdo darles un lugar en la derecha del espectro político a los nazi-fascistas” (De “Ideas sobre la libertad” (47)-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires 1985).
En cuanto al centro político, debemos distinguir el que mira hacia el liberalismo (centro-derecha) del que mira hacia el socialismo (centro-izquierda), ambos democráticos. La diferencia radica en que la centro-derecha admite la participación del Estado en la economía, pero sin distorsionar al mercado, mientras que el centro-izquierda admite cierto intervencionismo que puede, incluso, distorsionarlo.
Si bien, hasta el momento, ha quedado clara la diferencia entre liberalismo y totalitarismo, falta distinguir con más precisión al fascismo del comunismo. En primer lugar, puede decirse que ambos se oponen al liberalismo ya que éste admite que no existe, bajo una economía de mercado, oposición alguna entre los intereses individuales y los de la sociedad, algo que no es aceptado por las distintas tendencias totalitarias. Carlos Ibarguren escribía en la década de los 30:
“Ambas [fascismo y comunismo] procuran un cambio fundamental en las instituciones; ambas transforman al Estado en el que implantan un poder fuerte, ambas son antiindividualistas; en las dos los intereses sociales priman y gobiernan sobre los particulares. La diferencia substancial entre ellas está en otros aspectos: en los conceptos de la nacionalidad, de la familia, de la moral, de la economía, de la propiedad, de la distribución de la riqueza y de la organización del trabajo. El comunismo soviético niega y destruye a la democracia liberal y se basa en la dictadura de una sola clase: el proletariado. El fascismo ataca también al liberalismo democrático individualista, busca el equilibrio social que impida la lucha de clases, crea el Estado corporativo fundado en la democracia funcional y resume en ese Estado la idea de la nación, no solamente en su significado político, sino también en el sentido místico de la patria y en el amplísimo de la sociedad que ella comprende”.
“En el sistema político soviético que reposa en la dictadura de una clase, los órganos del Estado no representan ni a la nación, en el significado que tiene para nosotros, ni a la masa de individuos denominada «pueblo» por la democracia individualista, sino a las uniones profesionales. El hombre sólo tiene derechos políticos si pertenece a una «colectividad de trabajadores». El derecho de contestar la elección corresponde no a las personas sino a las organizaciones. El Estado absorbe tiránicamente al individuo, cambia por completo la organización de la familia, de la propiedad y de la industria; destruye al capitalismo, a la religión y a la idea y sentimiento de patria”.
“El fascismo italiano es la gran fuerza que se opone en este momento al comunismo marxista. No es fruto del demo-liberalismo al que repudia encarnizadamente, ni es reaccionario, ni es burgués, ni es capitalista. No tuvo una doctrina previa, se ha ido elaborando en la realidad de la revolución de Roma, en la vida y en la lucha, a diferencia del liberalismo democrático individualista que fue resultante de la ideología de la revolución francesa y del comunismo ruso que deriva de la teoría de Marx. Sin embargo, fueron en ciertos aspectos filósofos precursores del fascismo Peguy, Nietzsche, Sorel. El fascismo ha creado un régimen de trabajo productivo y solidario, es decir, un régimen social: el de las corporaciones que representan la sola actividad decidida y orgánica desplegada en Europa para suprimir la lucha de clases”.
“El esfuerzo del fascismo no solamente es material y social, sino también espiritual. Mientras que para el marxismo el problema de la vida moral del hombre sólo existe en relación al mecanismo económico, del cual aquél es un esclavo, el fascismo que rechaza el materialismo positivista, opone una concepción espiritual, ética y religiosa de la vida. El marxismo coloca el centro de la vida fuera del hombre: en las fuerzas de producción económica; el fascismo lo finca en el espíritu humano que con su voluntad y energía debe luchar para conquistar una existencia digna” (De “La inquietud de esta hora”-Roldán Editor-Buenos Aires 1934).
Resulta siempre oportuno y necesario distinguir entre los planteamientos teóricos, en los cuales se exponen “elevadas” intenciones, de la realidad concreta una vez que se han puesto en práctica. De ahí que, en la actualidad, no tenga mucho sentido considerar las ideologías totalitarias dados los desastrosos resultados que obtuvieron, excepto atendiendo a una necesaria disposición para prever y alertar sobre posibles brotes de totalitarismo, como en la actualidad se presentan en la Argentina.
Por lo general, los sistemas totalitarios se apoyan en la idea de que quienes los impulsan heredan, de la historia o de Dios, algunos atributos que los hacen superiores al resto de los mortales, algo que reclamaban los reyes de otros tiempos aduciendo el derecho divino recibido para el mando. Ludwig von Mises escribió: “En el fondo de las doctrinas totalitarias yace la creencia en que los gobernantes son más sensatos y tienen más visión que los gobernados y saben mejor que ellos lo que les conviene. Werner Sombart, durante muchos años fanático paladín del marxismo, fue lo bastante audaz para afirmar francamente que al Führer le daba las órdenes Dios, supremo Führer del universo, y que el Führertum es una revelación permanente” (De “Omnipotencia gubernamental”-Editorial Hermes-México 1943).
La izquierda totalitaria actúa como una religión pagana por cuanto identifica a Dios con el Estado, exigiendo alabanzas y fidelidad a quienes lo personifican, siendo los no creyentes considerados como enemigos. La falsa religión totalitaria es esencialmente la religión del odio, ya que el sentido de la vida que otorga a los adeptos dejaría de existir si no tuviesen a un enemigo a quien atacar y denigrar. Hannah Arendt escribe sobre la personalidad típica del adherente totalitario:
“No es nada nueva la atracción que para la mentalidad del populacho supone el mal y el delito. Ha sido siempre cierto que el populacho acogerá satisfecho los «hechos de violencia con la siguiente observación admirativa: serán malos, pero son muy hábiles». El factor inquietante en el éxito del totalitarismo es más bien el verdadero altruismo de sus seguidores: puede ser comprensible que un nazi o un bolchevique no se sientan flaquear en sus convicciones por los delitos contra las personas que no pertenecen al movimiento o que incluso sean hostiles a este; pero el hecho sorprendente es que no es probable que ni uno ni otro se conmuevan cuando el monstruo comienza a devorar a sus propios hijos y ni siquiera si ellos mismos se convierten en víctimas de la persecución, si son acusados y condenados, si son expulsados del partido o enviados a un campo de concentración. Al contrario, para sorpresa de todo el mundo civilizado, pueden incluso mostrarse dispuestos a colaborar con sus propios acusadores y a solicitar para ellos mismos la pena de muerte con tal de que no se vea afectado su status como miembros del movimiento”.
“Sería ingenuo considerar como simple expresión de idealismo ferviente a esta tozudez de convicciones que supera a todas las experiencias conocidas y que cancela todo inmediato interés por sí mismo. El idealismo, loco o heroico, siempre procede de una decisión y de una convicción individuales y está sujeto a la experiencia y a los argumentos. El fanatismo de los movimientos totalitarios, contrario a todas las formas de idealismo, se rompe en el momento en que el movimiento deja a sus fanáticos seguidores en la estacada, matando en ellos cualquier convicción que quedara de que pudieran haber sobrevenido al colapso del mismo movimiento. Pero dentro del marco organizador del movimiento, mientras que los mantenga unidos, los miembros fanatizados no pueden ser influidos por ninguna experiencia ni por ningún argumento; haber destruido la misma capacidad para la experiencia, aunque esta resulte tan extremada como la tortura o el temor a la muerte” (De “Los orígenes del totalitarismo”-Editorial Aguilar-Buenos Aires 2010).
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