sábado, 29 de noviembre de 2014

Del mérito al hiperigualitarismo

Mediante premios se tiende a promover lo deseado, o lo que previamente se ha considerado bueno, mientras que, mediante castigos, se trata de desalentar lo indeseado, o lo que se ha considerado malo. Esta es la forma natural que el hombre dispone para buscar el predominio del bien sobre el mal, siendo la Biblia un libro cuyo contenido describe justamente la lucha histórica entre los contendientes de ambos extremos éticos con una esperanzadora victoria final del primero. Premios y castigos justos; adecuados al mérito o a la culpa, han sido empleados también por otros pueblos, por lo que se trata de una práctica universal; incluso excesivos y desmesurados han formado parte de la historia de los pueblos.

Las desigualdades son aceptadas cuando existen méritos, o valores, que las justifican; así, quien más produce y más colabora con la sociedad, tiene méritos para tener más. Rubén H. Zorrilla escribió: “Allí donde el reclamo de igualdad ha sido masivo, no ha tenido como meta la desaparición de todas las desigualdades, sino ha comprendido algunos o varios de estos aspectos específicos. No ha sido, salvo en intelectuales, una aspiración a la igualdad total”. “Esta resignación, tácita o expresa, frente a la desigualdad, ha sido acompañada con la propuesta de que ella debe ser el resultado del mérito” (De “Principios y leyes de la Sociología”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1992).

La existencia de premios y castigos autoinfligidos son parte de nuestra propia naturaleza humana; los que se advierten al sentir felicidad como recompensa a la actitud cooperativa y sufrimiento ante la actitud competitiva y la envidia. De ahí la ventaja de la actitud promovida por el cristianismo al sugerir el amor al prójimo, ya que hace innecesarios premios y castigos adicionales ante la libre acción individual. Como el mencionado mandamiento bíblico pocas veces se cumple estrictamente, será siempre necesario corregir las conductas estimulando lo bueno y desalentando lo malo. El sentimiento de igualdad entre los hombres surge de compartir como propia la tristeza y la alegría que a otro afecta.

En los últimos tiempos, sin embargo, se ha dejado un tanto de lado la búsqueda de la igualdad en el sentido indicado, derivada de lo afectivo y lo emocional, para ser reemplazada por la búsqueda de la igualdad social y económica (igualitarismo). Así, lo deseado, el bien, ha sido desplazado por la “igualdad” y lo no deseado, el mal, por la “desigualdad”, con un significado nuevo para antiguas palabras. Con el igualitarismo se trata de anular la posibilidad de sentir envidia, por lo cual la nueva búsqueda puede considerarse como una tendencia hacia el logro de la felicidad negativa, ya que no se busca tanto lograr la felicidad como evitar el sufrimiento.

La ética del bien y del mal va cediendo terreno a la ética de la igualdad y la desigualdad, siendo la primera compatible con la naturaleza humana y la segunda con el marxismo. Las expresiones del lenguaje corriente van induciendo y reflejando un cambio lento, pero sostenido. Octavio Paz escribió: “En el libro XIII de los Anales, Tzu-Lu pregunta a Confucio: «Si el Duque de Wei te llamase para administrar su país, ¿cuál sería tu primera medida? El maestro dijo: La reforma del lenguaje». No sabemos en donde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro. Las cosas se apoyan en sus nombres y viceversa” (De “Solo a dos voces” de Octavio Paz y Julián Ríos-Fondo de Cultura Económica-México 1999).

Puede hacerse una síntesis de las posturas mencionadas para introducir el exceso posterior:

a) Igualdad afectiva o emocional: se busca compartir las penas y las alegrías de los demás como propias. Se corrigen las actitudes mediante estímulos para acentuar el bien y castigos para desalentar el mal.

b) Igualitarismo: como los premios elevan y los castigos rebajan, tienden a producir desigualdades. De ahí que se suprimen los premios que antes se otorgaban a los buenos y los castigos a los malos.

c) Hiperigualitarismo: acentuando la tendencia igualitarista, se llega al extremo de premiar a los malos y castigar a los buenos.

Como se entiende por justicia “dar lo justo a cada uno”, es decir, el premio o el castigo merecido, al desaparecer premios y castigos, desaparece la justicia, al menos en la forma en que antes se la entendía. De ahí que se la reemplace por la “justicia social”, que es aquella situación que implica igualdad social y económica. Gonzalo Fernández de la Mora escribió: “Los demagogos apelan a la envidia porque su universalidad hace que todos los hombres sean víctimas potenciales y porque la invencible desigualdad de las capacidades personales y la irremediable limitación de muchos bienes sociales hacen que, necesariamente, la mayoría sea inferior a ciertas minorías. El cultivo de ese sentimiento de inferioridad envidiosa es la táctica política dominante, por lo menos, en la edad contemporánea. El demagógico fomento de la envidia, como cuanto se refiere a ese sentimiento inconfesable, no se realiza de modo franco, sino encubierto. Un enmascaramiento muy actual de la envidia colectiva es la llamada «justicia social»” (De “La envidia igualitaria”-Sudamericana-Planeta-Barcelona 1984).

Sin premios se debilita el bien, sin castigos se fortalece el mal. Aplíqueselo a la educación, a la seguridad pública o a la economía nacional, y se verá de inmediato cómo se deterioran tales sistemas. Es la fórmula infalible para la decadencia de las instituciones y de la nación.

Hace algunas décadas, el alumno secundario que cometía alguna falta severa, era expulsado de la escuela. De ahí que era poco común enterarse que habían echado a algún alumno por cuanto todos sabían lo que les esperaba. En la actualidad, al abolir sanciones disciplinarias y expulsiones, el deterioro escolar resulta alarmante. Tal es así que muchos buenos alumnos dejan la escuela pública para irse a una privada. Puede decirse que la escuela pública acepta al mal alumno y expulsa al bueno, siendo una inversión total respecto de la justicia tradicional, es decir, la que premiaba al bueno y castigaba al malo, para llegar al hiperigualitarismo educativo, que premia al malo y castiga al bueno.

Recientemente, las autoridades educativas de la provincia de Mendoza emitieron una norma por la cual se habría de admitir, en los establecimientos primarios, la posibilidad de ser abanderado de la escuela a alumnos que hubiesen repetido de curso o hubiesen tenido fallas de conducta, siendo un ejemplo de hiperigualitarismo explícito. La medida fue pronto revocada por el Poder Ejecutivo provincial.

El garantismo y el abolicionismo, en el derecho penal, apuntan a reducir y a eximir de penas a peligrosos delincuentes, lo que implica una segura pena de muerte aplicada a varios inocentes que deberán soportar los efectos del experimento hiperigualitarista; premio a los malos, castigo a los buenos.

En el ámbito de la política y de la economía, mediante el Estado de bienestar, se trata de combatir, no tanto la pobreza, como la desigualdad económica. Para ello el Estado confisca gran parte de las riquezas a quienes las producen para otorgarlas a quienes no; se castiga al que se debe alentar y se premia al que se debe desalentar.

Bajo los sistemas populistas, el periodista que dice la verdad puede ser castigado con la pérdida de su trabajo, mientras que el pseudoperiodista que miente a favor de los gobernantes, ha de ser premiado y halagado. El intelectual que dice la verdad será calumniado y difamado públicamente, mientras que el pseudointelectual que repite palabras del líder populista, será recompensado de varias maneras.

Se considera que la desigualdad social (o económica) es la culpable de todos los males de la sociedad; del bajo rendimiento escolar, de la violencia urbana, de la poca efectividad de la economía, etc. De ahí que la solución obvia vendría por el lado del Estado de bienestar y de las distintas formas de abolicionismo. En realidad, los problemas humanos dependen de las fallas éticas individuales, como vagancia, desinterés, egoísmo, maldad, etc., que se mejoran con una educación adecuada y con la firme voluntad mayoritaria de reincorporar a nuestra mentalidad generalizada los antiguos valores éticos fortalecidos con el estímulo positivo de los premios, desalentando los antivalores con los castigos correspondientes. De ahí la conveniencia de dejar de lado el hiperigualitarismo, que no es otra cosa que la promoción del mal y el desaliento del bien utilizando el antiguo mecanismo de premios y castigos.

Según el criterio vigente, el síntoma de la desigualdad social se observa en el reducido porcentaje de la población que posee el mayor porcentaje de riquezas. Bajo esta estadística no se hace distingo entre el empresario exitoso, que obtuvo su capital productivo trabajando, del político que, mediante robos legales, y sin producir nada, llegó a poseer niveles similares de capital. Sin embargo, la gente pide que se distribuya la riqueza del empresario productivo y no la del político redistribuidor. Incluso se propone como solución la expropiación estatal de los medios de producción para concentrarlos en manos de un tirano como Fidel Castro.

Que el capital productivo esté en pocas manos no significa que un Bill Gates consuma alimentos y vestimenta en cantidades equivalentes al consumo de millones de personas. No debería pensarse que toda persona productiva ha de ser necesariamente un “bicho maligno, devorador de riquezas”. Deberíamos preocuparnos por la gran cantidad de individuos que no tratan de aprender a ganarse la vida por sus propios medios por cuanto están esperanzados de que el Estado de bienestar se encargará de quitarle parte de la producción a las empresas para mantenerlos juntos a sus familias.

Se acepta que ya no deberíamos preocuparnos por acentuar nuestras virtudes morales ni por atenuar nuestros defectos, por cuanto la causa aparente de todos los males de la sociedad es la desigualdad social. Para que exista mayor igualdad social sólo debemos tomarnos el trabajo de elegir en sucesivas elecciones al líder populista que “mejor sepa” redistribuir lo que produce el reducido sector productivo. Se acepta que debemos ignorar todo lo que dice la Biblia o, mejor aun, debemos hacer exactamente todo lo contrario de lo que nos sugiere, ya que se opone totalmente al hiperigualitarismo.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

La existencia auténtica

La mayor parte de la gente busca insertarse en la sociedad y en el mundo, realizando esfuerzos mediante un doble proceso de adaptación, es decir, hacia la sociedad y hacia las leyes naturales que rigen todo lo existente. Cuando la sociedad no ha buscado previamente adaptarse a la ley natural, aparecen incompatibilidades entre lo que los hombres aceptan o pretenden, y lo que el orden natural impone, debiendo priorizar uno de ellos. De esta prioridad depende nuestra satisfactoria supervivencia.

Podemos hablar de una existencia auténtica cuando un individuo puede integrarse en forma óptima a la sociedad y cuando la sociedad se ha adaptado en forma óptima al orden natural. De ahí que será una situación ideal a la cual se tiende, aunque muchas veces sin lograrse. Lo importante, en esta descripción, es que los actores de la comedia humana; individuo, sociedad y Dios (u orden natural) están presentes. Ignace Lepp escribió: “La división de la existencia en auténtica e inauténtica se debe a Martin Heidegger. Para él es auténtica la existencia que se sabe absurda y que tiene el valor de aceptar su condición de ser absurda y para-morir. Quienes no osan mirar cara a cara la absoluta inanidad de la condición humana y tratan de inventarse razones para vivir, sólo tienen una existencia inauténtica. Por supuesto que nosotros no la entendemos así”.

“Nuestra filosofía querría apoyarse en la experiencia existencial total del hombre en situación, del hombre que es, a la vez e indisolublemente, individuo y miembro de la comunidad humana. Esta experiencia nos permite concluir que la vida humana no es una vana y absurda agitación, sino que tiene un fin, una tarea que realizar. Vivir auténticamente quiere decir para nosotros aceptación de la condición humana con su llamado a la creación y a la superación. Por el contrario, es inauténtica toda existencia que se contenta con lo que es, que se repliega sobre sí misma, que acepta ser una cosa entre las cosas”.

No todos están de acuerdo en que debemos referirnos a los actores mencionados, ya que algunos descartan al último, es decir, a Dios, o al orden natural; incluso tratan de reemplazarlo por un orden artificial diseñado por el hombre. De ahí que no resulte extraño que Heidegger haya apoyado el “nuevo orden” que pretendían imponer los nazis por el mundo. Matthew Stewart escribió: “Heidegger llevó una mortecina y apagada vida, con una excepción: el episodio nazi. Cuando Hitler llegó al poder, el rector de la Universidad de Friburgo fue obligado a dimitir, y Heidegger lo reemplazó. Sus discursos y escritos hacían palmario que no sólo se felicitó por la llegada de los nazis al poder, sino que consideró ésta como la culminación de su destino filosófico. Rápidamente puso su filosofía, completada con sus expresiones personales y su jerga sobre la autenticidad, al servicio del Reich” (De “La verdad sobre todo”-Ediciones Turus-Buenos Aires 1998).

Las posturas filosóficas que descartan la existencia de Dios, o del orden natural, se denominan ateas. Ignace Lepp escribió al respecto: “Los principales pensadores ateos de nuestra época –Heidegger, Sartre, Camus, Malraux…-rechazan la visión racionalista de la existencia por demasiado superficial e inadecuada a la realidad profunda. Han vuelto a descubrir el carácter fundamentalmente trágico de la existencia humana. Como a los griegos, esta tragedia les parece una fatalidad, un Destino….Sólo somos «muertos sin sepultura», y hagamos lo que hagamos, no saldremos jamás de la nada que somos. A lo sumo, un Malraux prevé la posibilidad de la rebeldía, pero tampoco ella conduce más que al fracaso”. “Leamos a Heidegger, a Sartre o aun a Camus, doquiera se desprende el mismo olor de desesperación y muerte” (De “La existencia auténtica”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Tampoco ha de extrañar que Jean-Paul Sartre haya simpatizado con el marxismo. Matthew Stewart escribió: “Sin duda su prolongado e incuestionado apoyo al estalinismo, posición que compartió con gran parte de la intelligentsia francesa de la posguerra, ha de ser considerado como otro episodio triste en la historia intelectual. Pues demuestra claramente, y quizás con un efecto cruel sobre las víctimas de aquellos tiempos, que incluso aquellos que precian el pensamiento libre y la responsabilidad individual pueden cegarse con sus propios prejuicios de grupo”.

Albert Camus asocia el sufrimiento humano a la desvinculación del hombre de sus proyectos, mientras que la cuestión esencial es la de establecer si existe una finalidad impuesta por el orden natural a los hombres, o si en realidad no existe ningún sentido asociado al universo, escribiendo al respecto: “¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario a la vida? Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin recurso, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo. Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio, se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada”.

“El tema de este ensayo es, precisamente, esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida de lo absurdo. Se puede sentar como principio que para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción. La creencia en lo absurdo de la existencia debe gobernar, por lo tanto, su conducta. Es una curiosidad legítima la que lleva a preguntarse, claramente y sin falso patetismo, si una conclusión de este orden exige que se abandone lo más rápidamente posible una situación incomprensible. Me refiero, por supuesto, a los hombres dispuestos a ponerse de acuerdo consigo mismo”.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía” (De “El mito de Sísifo”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1998).

Se advierte que el mundo visto desde el punto de vista del ateo, no tiene una solución aparente, por lo que se recomienda en estos casos conocer el desarrollo de la ciencia experimental para advertir que, hasta ahora, puede afirmarse que todo lo existente, incluso seres humanos y sociedades, están regidos por leyes naturales. Si existen leyes, puede hablarse entonces de la existencia de un orden, en este caso de un orden natural, que necesariamente ha de tener alguna finalidad implícita y aparente, que puede responder al Dios de la simbología bíblica. E. Borne escribió: “La revuelta atea que no reemplaza a Dios por un antiguo ídolo no descubre en torno a sí más que el absurdo de un universo privado de finalidad”.

Se dice también que “ateo es el que no cree en la existencia de Dios (ateo teórico) o vive como si Dios no existiese (ateo práctico)”. Podemos sintetizar las distintas alternativas:

a) Cristianismo: Hombre + Sociedad + Orden natural = Tiene solución

b) Ateísmo: Hombre + Sociedad + Nada = No tiene solución

c) Totalitarismo: Hombre + Sociedad + Orden artificial = Mala solución

Julian Huxley ha definido con cierta precisión la tarea que el orden natural nos ha impuesto a los hombres, dándonos una finalidad para la vida: “El nuevo modo de comprender el universo ha resultado de la acumulación de nuevos conocimientos, durante los últimos cien años, por psicólogos, biólogos y otros hombres de ciencia, por arqueólogos, antropólogos e historiadores. De acuerdo con él, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados. A lo que esta ocupación se reduce, es realmente a la realización más completa de las posibilidades humanas, sea por el individuo, sea por la comunidad, o sea por la especie en la aventura de su marcha a lo largo de los corredores del tiempo”.

“La primera cosa que la especie humana tiene que hacer para prepararse para el cargo cósmico a que se encuentra llamada, consiste en explorar la naturaleza humana, en descubrir cuáles son las posibilidades que se le ofrecen, incluyendo, por supuesto, sus limitaciones, sean inherentes o impuestas por hechos de índole externa. Hemos dado fin, o poco menos, a la exploración geográfica de la Tierra; hemos llevado la exploración científica de la naturaleza, inerte o viva, a un punto en el que sus lineamientos principales ya son claros; pero por lo que a la exploración de la naturaleza humana y sus posibilidades atañe, apenas se ha comenzado. Un vasto Nuevo Mundo de posibilidades inexploradas está esperando su Colón” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

La información útil, para favorecer el proceso de adaptación cultural al orden natural, deberá quedar exenta de toda simbología. De esa manera se evitará gran parte de los problemas y limitaciones de la religión. El citado autor escribió: “La posible creación de una unidad de saber mediante la extensión de un sistema común de hechos y de ideas a toda la especie humana, implica muchas cosas. Desde el momento que el único tipo potencialmente universal de conocimiento es científico, en el sentido de que se apoya en la observación demostrable, o experimentación, dedúcese que dicha unidad de saber sólo puede alcanzarse abandonando los métodos no científicos de sistematizar la experiencia, tales como la mitología y la superstición, las fórmulas mágico-religiosas y las puramente intuitivas. He aquí una tarea enorme, y de importancia vital, para los intelectuales del mundo; fomentar el desarrollo y la propagación de un noosistema con base científica. [Noosistema: conjunto de las actividades y productos, compartibles y transmisibles, de la mente humana, del pensamiento y la ciencia, el arte y el ritual, la ley y la moral, que forma la base de la sociedad humana]. Esto contribuirá también a suprimir el segundo de los grandes defectos de todos los noosistemas presentes y pasados, su falta de correspondencia con los hechos naturales. Los hechos naturales no sólo comprenden los de la naturaleza cósmica, física y biológica, sino también los de la naturaleza humana, o psicológico-social, incluyendo la organización social y la evolución cultural; y aún más, no sólo abarcan los hechos de organización estática, sino también la dinámica de la naturaleza como un proceso”.

La existencia auténtica implica hacerse un colaborador de Dios en la suprema tarea de la creación de la humanidad, proceso en el que mucho hace falta realizar para que permita cobijar plenamente a todos los integrantes de la especie humana.

martes, 25 de noviembre de 2014

Intelectuales latinoamericanos

Los movimientos revolucionarios, que actuaron en países latinoamericanos durante los setenta del siglo pasado, tuvieron el apoyo ideológico de reconocidas figuras de la literatura. Si bien muchos advirtieron los nefastos resultados del comunismo soviético, otros siguieron fielmente sus creencias. En estos casos se observó una moral individual discordante con la moral pública. Mario Vargas Llosa escribió: “Tengo a la poesía de Neruda por la más rica y liberadora que se ha escrito en castellano en este siglo, una poesía tan vasta como es la pintura de Picasso, un firmamento en el que hay misterio, maravilla, simplicidad y complejidad extremas, realismo y surrealismo, lírica y épica, intuición y razón y una sabiduría artesanal tan grande como capacidad de invención. ¿Cómo pudo ser la misma persona que revolucionó de este modo la poesía de la lengua el disciplinado militante que escribió poemas en loor de Stalin y a quien todos los crímenes del estalinismo –las purgas, los campos, los juicios fraguados, las matanzas, la esclerosis del marxismo- no produjeron la menor turbación ética, ninguno de los conflictos y dilemas en que sumieron a tantos artistas?”.

En cuanto al servilismo de Alejo Carpentier frente a Fidel Castro, escribió: “Hay una extraordinaria paradoja en que la misma persona que, en la poesía o en la novela, ha mostrado audacia y libertad, aptitud para romper con la tradición, las convenciones y renovar raigalmente las formas, los mitos y el lenguaje, sea capaz de un desconcertante conformismo en el dominio ideológico, en el que, con prudencia, timidez, docilidad, no vacila en hacer suyos y respaldar con su prestigio los dogmas más dudosos e incluso las meras consignas de la propaganda” (De “Redentores” de Enrique Krauze-Debate-Buenos Aires 2012).

La misión del intelectual entraña esencialmente disponer de una visión propia sobre la realidad. Ello implica la construcción paulatina de un andamiaje teórico en el cual puede encuadrar gran parte de la realidad. “Comprometernos como escritores quería decir asumir, ante todo, la convicción de que escribiendo no sólo materializábamos una vocación, a través de la cual realizábamos nuestros más íntimos anhelos, una predisposición anímica espiritual que estaba en nosotros, sino que por medio de ella también ejercitábamos nuestras obligaciones de ciudadanos y, de alguna manera, participábamos en esa empresa maravillosa y exaltante de resolver los problemas, de mejorar el mundo”.

El distanciamiento del intelectual, respecto de los regímenes totalitarios, comienza cuando se le exige cierta incondicionalidad, siendo el preciso momento en opta por ser un intelectual, o deja de serlo, tal el caso de Mario Vargas Llosa, quien fue atraído inicialmente por las ideas socialistas. “Mi adhesión a Cuba es muy profunda, pero no es ni será la de un incondicional que hace suyas de manera automática todas las posiciones adoptadas en todos los asuntos por el poder revolucionario. Ese género de adhesión, que incluso en un funcionario me parece lastimoso, es inconcebible en un escritor, porque … un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y opinar en alta voz ya no es un escritor sino un ventrílocuo. Con el enorme respeto que siento hacia Fidel y por lo que representa, sigo deplorando su apoyo a la intervención soviética en Checoslovaquia, porque creo que esa intervención no suprimió una contrarrevolución sino un movimiento de democratización interna del socialismo en un país que aspiraba a ser de sí mismo algo semejante a lo que, precisamente, ha hecho de sí Cuba”.

“El caso Padilla [intelectual detenido por Castro] sirvió habilísimamente para que Cuba se desprendiera de cierto tipo de aliados y solamente tuviera los incondicionales, esos aliados que iban a estar con la revolución hiciese lo que hiciese, o porque eran sectarios, eran estalinistas y funcionaban como los perros de Pavlov, por reflejos condicionados, o porque eran comprables, baratos, que se compraban con un pasaje de avión, con una invitación a un congreso. Al día siguiente de haber roto con Cuba, empecé a recibir una lluvia de injurias, lo que fue para mí muy instructivo. Pasé, después de haber sido una figura muy popular en los medios de izquierda y en los medios rebeldes, a ser un apestado. Las mismas personas que me aplaudían con mucho entusiasmo cuando iba a dar una conferencia, si yo aparecía por allí me insultaban y me lanzaban volantes”.

Vargas Llosa sentía una profunda animadversión por las dictaduras, ya que incluso tuvo que soportar la excesiva autoridad de su propio padre: “Si hay algo que yo odio, algo que me repugna profundamente, que me indigna, es la dictadura. No es solamente una convicción política, un principio moral: es un movimiento de las entrañas, una actitud visceral, quizá porque he padecido muchas dictaduras en mi propio país, quizá porque desde niño viví en carne propia esa autoridad que se impone con brutalidad”.

Las actitudes tiránicas, ya sea ejercidas en un ambiente hogareño o bien en la sociedad, posiblemente respondan a causas similares: el resentimiento como respuesta hacia quienes supone superiores. Enrique Krauze escribe respecto de los padres de nuestro escritor: “Dorita y Ernesto se trasladaron a Lima luego de la boda. Desde el principio Ernesto manifestó su carácter tiránico: Dorita fue «sometida a un régimen carcelario, prohibida de frecuentar amigos y, sobre todo, parientes». Las violentas escenas de celos no eran el problema mayor. Ernesto era presa del mal que «envenena la vida de los peruanos: el resentimiento y los complejos sociales». A pesar de su piel blanca, ojos claros y figura apuesta, se sentía socialmente inferior a su mujer. No se trataba, o no únicamente, de una cuestión racial. De algún modo, la familia de Dorita llegó a representar para Ernesto «lo que nunca tuvo o lo que su familia perdió», y por tanto concibió hacia esa familia una terrible animadversión, que se traducía en violencia hacia su esposa. Esa aprehensión social tenía poco sustento: la familia Llosa en Arequipa, si bien gozaba de respeto, distaba de ser aristocrática”.

Con los años, Vargas Llosa se aleja del socialismo advirtiendo las ventajas del liberalismo, escribiendo al respecto: “Ahora los países pueden, por primera vez, elegir la riqueza….allí está el ejemplo de las economías exportadoras de Oriente que hace tres décadas eran más pobre que el Perú…hay que desterrar el mercantilismo, privatizar los teléfonos, las aerovías, los bancos, las cooperativas agrarias, apoyar a los «informales» en la economía citadina y a los «parceleros» en el campo…hay que vencer al terrorismo organizado a la sociedad civil en rondas de defensa….hay que cobrar la educación a los privilegiados y semiprivilegiados para que la inmensa mayoría de pobres tenga acceso real y no demagógico a ella … hay que limpiar el «gigantesco basural de la palabrería populista» y devolverle sentido a las palabras … hay que denunciar a los intelectuales y académicos que desde sus cubículos en universidades y fundaciones norteamericanas practican la guerrilla de escritorio, o desde sus prebendas y puestos públicos se dedican a perpetuar la escolástica del resentimiento”.

También Octavio Paz debió confrontar con intelectuales motivados por emociones negativas antes de serlo por ideales acompañados de nobles sentimientos. Como Vargas Llosa, se aleja del socialismo extremo de su tiempo. Respecto de una manifestación de comunistas, en su contra, escribió: “Fue una acción concebida y dirigida por un grupo con el fin de intimidar a todos los que piensan como yo y se atreven a decirlo. Este chantaje político encontró un dócil instrumento en el fanatismo ideológico de muchos intelectuales y contó con la complicidad de algunos politicastros y de no pocos periodistas y escritorzuelos. Por último, el combustible nacional: la envidia, el resentimiento. Es la pasión que gobierna en nuestra época a la clase intelectual, sobre todo en nuestros países. En México es una dolencia crónica y sus efectos han sido terribles. A ella le atribuyo, en gran parte, la esterilidad de nuestros literatos. Es una cólera sorda y callada que a veces asoma en ciertas miradas –una luz furtiva, amarillenta, metálica …En mi caso la pasión ha alcanzado una virulencia pocas veces vista por la unión del resentimiento con el fanatismo ideológico” (De “Redentores”).

En el Congreso de Escritores Antifascistas, realizado en Valencia, en 1937, existe el objetivo oculto de condenar a André Gide, escritor que se animó a decir la verdad sobre el estalinismo. La oposición a la difusión de la verdad resulta impropia de un escritor. Octavio Paz escribe al respecto: “Había un ambiente de gran presión y de condena hacia Gide. Hubo varias sesiones privadas, con los miembros de las delegaciones latinoamericanas, en las que se discutió el libro de Gide [“Retorno de la URSS”], su actitud y la necesidad de repudiarlo. Se propuso redactar una condena firmada por todos los delegados latinoamericanos y se hizo una votación para lograr el acuerdo de todos. En esa ocasión Carlos Pellicer defendió el derecho de André Gide de pensar diferente y de externar sus opiniones. En la votación final que decidió redactar el repudio a Gide, sólo hubo dos abstenciones: la de Pellicer y la mía” (De “Las palabras del árbol” de Elena Poniatowska-Plaza & Janés Editores-Barcelona 1998).

En cuanto a la labor del escritor, expresó: “Creo que en México, una de las cosas que hay que destruir es la retórica revolucionaria y la retórica nacionalista”. “¿Cómo? A través de la crítica. A mí lo que me asombra en los discursos de los políticos mexicanos es la sustitución de la realidad por la retórica. Si nosotros aplicamos la crítica literaria a sus discursos, destruimos esa retórica. Yo no creo que los escritores puedan salvar a la sociedad; creo que un escritor es bastante modesto y lo que tiene que hacer es cumplir con su deber y su deber es hablar con honradez: esto muy pocos lo hacen”.

“Yo creo que la cultura moderna es por esencia crítica; esto empezó desde el siglo XVIII. Cada vez que el Estado o las burocracias han querido orientar a la cultura, lo que producen es arte oficial, que es bastante malo. En la civilización moderna la crítica es un componente esencial de la creación; por ejemplo en las grandes novelas del siglo XIX: en Balzac, en Flaubert, en Dickens o en Proust, se hace una crítica de la sociedad, del hombre. La descripción de la realidad implica siempre su crítica; una literatura que no es crítica no es moderna. Si los mexicanos vamos a tener un día una literatura y la estamos teniendo, es porque la literatura tiene dos condiciones esenciales: por una parte es un espacio donde la imaginación es libre, y por otra, esa imaginación tiene contacto con la realidad que describe. Hay siempre una especie de intercomunicación entre realidad e imaginación, son inseparables; no hay literatura absolutamente pura, la literatura es impura porque está contagiada de realidad y, claro está, de crítica”.

“La gran falla de los sistemas socialistas en el mundo actual es que no tienen crítica y por lo tanto no son regimenes realmente modernos. Desgraciadamente creo que las sociedades cambian mucho menos rápidamente de lo que uno piensa, las ideologías cambian, pero las prácticas permanecen…”.

En cuanto a Gabriel García Márquez, expresó: “Pocos intelectuales latinoamericanos de derecha o de izquierda han pensado. Repiten lugares comunes. No le reprocho a García Márquez que use su talento para defender sus ideas. Le reprocho que éstas sean pobres. Hay una diferencia enorme entre lo que hacemos. Yo trato de pensar y él repite eslogans”.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Determinismo genético y actividad cerebral

El determinismo, en el ser humano, es entendido en forma similar al fatalismo de la religión. Así, cada “creyente” se quita de encima la responsabilidad que le corresponde por los efectos que sus acciones producen en los demás por cuanto supone que no tiene la suficiente libertad de elección para optar entre distintas alternativas, ya que se considera un autómata dirigido desde algún sector del universo o dirigido rígidamente por sus propios atributos heredados: “Fatalismo: 1. Doctrina según la cual todo sucede por las determinaciones ineluctables del destino. 2. Enseñanza de los que opinan que una ley ineludible encadena a todos los seres, sin que pueda existir en ninguno libertad” (Del “Diccionario de la Lengua Española”-Ediciones Castell 1988).

En la segunda acepción puede advertirse un error, por cuanto si no existiesen las leyes naturales que rigen al hombre, como vínculos entre causas y efectos, existiría el caos y las ciencias sociales no tendrían razón de ser. En realidad, el hombre elige a cada instante las condiciones iniciales de una secuencia de causas y efectos, y esa posibilidad de elección constituye nuestra libertad.

Con los avances de la biología molecular se ha podido advertir cierto determinismo biológico o genético, mediante el cual la conformación de todo individuo queda definida por su genoma único y personal, que será finalmente el que determinará todos y cada uno de sus atributos. Incluso en el reino animal determinará la mayor parte de las acciones individuales. Steven Rose escribió: “Hay genes para justificar cada aspecto de nuestras vidas, desde el éxito personal hasta la angustia existencial: genes para la salud y la enfermedad, para la criminalidad, la violencia, la orientación sexual «anormal» y hasta el «consumismo compulsivo». También hay genes que explican, como siempre, las desigualdades sociales que nos dividen por clase, género, raza, origen étnico…Y donde hay genes, la ingeniería genética y farmacológica nos ofrecen las esperanzas de salvación abandonadas por la ingeniería social y la política”.

Todo parece indicar que el hombre depende tanto de su herencia genética como de la influencia adquirida desde el medio social. Sin embargo, entre las posibilidades extremas encontramos a quienes sostienen que no existe la naturaleza humana y que el hombre depende sólo de la influencia recibida. Jean-Paul Sartre escribió: “Ante todo, el hombre existe, se encuentra a sí mismo, aparece en el mundo, y se define después…Será lo que haga de sí mismo. Por consiguiente, no existe la naturaleza humana…El hombre es, sin más. Es lo que quiere…Uno jamás podrá explicar sus acciones con referencia a una naturaleza humana dada y concreta. Dicho de otra manera, no hay determinismo: el hombre es libre, el hombre es la libertad” (De “Existencialismo y humanismo”). En el otro extremo encontramos a Richard Dawkins, quien profesa una postura afín al determinismo estricto: “Somos máquinas de supervivencia: vehículos robot programados ciegamente para conservar esas moléculas egoístas llamadas genes” (De “El gen egoísta”).

Steven Rose escribe al respecto: “Desde luego, cada uno es un alarde de agitación política más que una posición filosófica sostenible. ¿Qué dice la libertad de Sartre acerca de la ineluctabilidad de la decadencia humana, los estragos del cáncer, el ataque destructivo del mal de Alzheimer? ¿Cómo justifica la visión genética de Dawkins los horrores de los campos de concentración nazis o el heroísmo de los hombres y mujeres de la Resistencia francesa?”. “Desde luego que ni uno ni otro punto de vista surgieron en forma acabada de la pluma de su autor; cada uno desciende de una larga estirpe de polémicas religiosas, filosóficas y científicas. Y no soy tan ingenuo como para suponer que mis argumentos sobre las dos posiciones serán la última palabra sobre el asunto. Sin embargo, creo conveniente exponer mi tesis desde el comienzo. Los seres humanos no somos organismos vacíos, espíritus libres restringidos solamente por los límites de la imaginación, o más prosaicamente, por los determinantes socioeconómicos en los cuales vivimos, pensamos y actuamos. Tampoco se nos puede reducir «apenas» a máquinas replicadoras de ADN. Antes bien, somos producto de la dialéctica constante entre «lo biológico» y «lo social» a través de la cual han evolucionado los seres humanos, se ha hecho la historia y nos hemos desarrollado como individuos”. (De “Trayectorias de vida”-Ediciones Granica SA-Barcelona 2001).

Los totalitarismos se han caracterizado por adoptar estas posturas extremas. Así, para el marxismo, no existe la naturaleza humana, como señalaba Sartre, por lo que el perfeccionamiento de la sociedad habría de lograrse mediante la creación del socialismo. El hombre nuevo soviético estaría conformado a partir de la influencia del medio socialista, mientras que el resto, que no se adapta a la nueva vida, debía eliminarse en beneficio de la humanidad. Para el nazismo, por otra parte, la estructura del hombre depende totalmente de su herencia genética o racial, por lo que el perfeccionamiento de la humanidad habría de lograrse a partir de la eliminación de las razas inferiores. Christian de Duve escribió:

“En su forma radical, el conflicto se centraba en dos absolutos opuestos: «determinismo genético» -el comportamiento es completamente innato- y el «determinismo ambiental» -el medio tiene un poder ilimitado para moldear el comportamiento-. El primero corresponde a la doctrina (darwinismo social) más vigorosamente defendida por el filósofo inglés del siglo XIX Herbert Spencer, que dice que las desigualdades sociales son producto de la selección natural, y que por lo tanto deben ser aceptadas e inevitables como lo ha ordenado la naturaleza. El último apoya el enfoque marxista que dice que el comportamiento humano es casi infinitamente maleable, y sólo requiere de las medidas políticas, sociales, educativas y económicas apropiadas para que se establezca una sociedad igualitaria y justa. Aun los más radicales entre los oponentes, han llegado a aceptar que la verdad se encuentra en algún lugar intermedio entre estos dos extremos. Ahora es asunto de proporciones. ¿Cuánto por cuenta de la naturaleza? ¿Cuánto por la de la crianza?”.

“La respuesta se puede encontrar en los impactos relativos de la evolución biológica y cultural sobre el comportamiento humano”. “Debemos tener en cuenta la imponente importancia de la evolución cultural y su capacidad para alterar el curso de la evolución biológica. La historia pasada y la presente diversidad de las estructuras sociales, refuerzan la conclusión de que los genes humanos prescriben pocas reglas del comportamiento social. El más específicamente humano de nuestros genes abrió el camino a la innovación, la comunicación, la intencionalidad y la libre elección, contribuyendo así a liberar las poblaciones humanas de la camisa de fuerza social impuesta por la selección natural. Si esta liberación será o no explotada con sabiduría, está aún por verse. La manera cómo utilicemos nuestra libertad evolutivamente adquirida, resulta crucial para el futuro de nuestra especie y la mayor parte del resto de mundo viviente” (De “Polvo vital”-Editorial Norma SA-Bogotá 1999).

Entre los inconvenientes que surgen de las distintas interpretaciones acerca del origen de nuestro comportamiento se encuentra el de atribuirle una causa principal ignorando las restantes. Aun cuando los biólogos estén de acuerdo en que nuestras acciones dependen tanto de nuestra herencia genética como de nuestra actividad cerebral, las discusiones filosóficas y políticas siguen vigentes. H. S. Jennings escribió: “Cuando un factor desempeña un papel, los otros factores no desempeñan parte alguna, o sea la falacia que deduce conclusiones negativas partiendo de observaciones positivas”.

“Esta falacia contribuye, en gran parte, a hacer de la ciencia un espectáculo de entretenimiento; de ella surgen controversias pintorescas. La «causa» descubierta por el segundo investigador resulta no ser la «causa» descubierta por el primero y el asunto cobra vida gracias a un combate, que a los seres humanos les gusta contemplar. Pero si, en resumidas cuentas, la verdad es más importante que el entretenimiento, debe entonces reconocerse que todo fenómeno biológico surge como resultado de la interacción de muchos factores”.

“Se sostiene que una característica debe tener como causa, o bien la herencia o el ambiente, y que esas dos alternativas se excluyen mutuamente. Este es un error fundamental con consecuencias perniciosas. Todas las características son productos del desarrollo, y el desarrollo siempre se lleva a cabo mediante la interacción de los «materiales de la herencia», los genes, el ambiente y otras cosas más” (De “Bases biológicas de la naturaleza humana”-Editorial Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1950).

Podemos recurrir a una analogía entre hombres y computadoras. Así, mientras que el hardware (circuiterío) de la computadora está determinado por el diseño y el tipo de microprocesador, nuestra estructura personal está determinada por el ADN. Sin embargo, el comportamiento de la computadora puede abarcar una amplia variedad de posibilidades debido a que puede incorporar diversos programas (software). El equivalente en el hombre, lo que le da las posibilidades de elegir entre muchas alternativas, es precisamente la información que podemos guardar en nuestra memoria y que depende de la influencia social y de la educación recibida.

En cuanto al vínculo que compatibiliza nuestra herencia genética con la información adquirida, puede mencionarse el proceso de condicionamiento de nuestra conducta a través de las ideas. Para entender este proceso podemos partir del condicionamiento adquirido estudiado por Ivan Pavlov. En forma similar, el aumento paulatino de respuestas espontáneas, o no razonadas, puede lograrse cuando el hombre condiciona su personalidad mediante ideas compatibles con el mundo real. Por ejemplo, interpretando adecuadamente el mandamiento del amor al prójimo, como una tendencia a compartir las penas y las alegrías ajenas, es posible que tal información vaya conformando una respuesta espontánea, luego de una primera etapa en que se requiere un razonamiento previo (como cuando uno aprende a conducir un automóvil). La solución mencionada resultará más efectiva y segura que aquella que intenta modificar nuestros genes o bien modificar nuestras neuronas.

El proceso general de adaptación para la supervivencia implica la evolución biológica que favorece la aparición de las emociones. Luego, mediante la evolución cultural, a cargo del hombre, se produce la concientización que nos permite elegir la actitud más favorable entre las cuatro existentes (amor, odio, egoísmo, indiferencia). La difusión masiva de la actitud cooperativa predicada por el cristianismo actúa como un adaptador del hombre a la ley natural. De ahí que todo intento surgido desde la religión, de la filosofía o de la ciencia experimental, debe tener presente las leyes naturales que nos rigen. De lo contrario, implicará un retroceso en el proceso adaptativo.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Exceptocracia y populismo

Por “exceptocracia” se entiende el marco legal e institucional predominante en un país en donde el Poder Ejecutivo domina a los restantes poderes a través de decretos de necesidad y urgencia, y por otros medios. Parte del pueblo como el gobierno entienden que todo el poder político y económico debe quedar en manos del presidente, bajo la siguiente “matemática populista”:

50% + 1 % = 100 % y 50% - 1% = 0 %

Ello implica que quien gana las elecciones dispone de todo el poder y quien pierde no tiene derechos ni siquiera a opinar, constituyendo una falsa democracia, que es el populismo. Ricardo A. Ferraro y Luis Rappoport escriben: “El control parlamentario sobre el Poder Ejecutivo no funciona. La reforma constitucional de 1994 abrió fisuras que permiten gobernar mediante decretos de necesidad y urgencia. Y el presidente absoluto abusa de sus poderes aun por encima de la Constitución. Los parlamentarios no tienen voluntad ni incentivos para ejercer control alguno; tampoco tienen autonomía para legislar y generar –a través del Congreso-formas de interacción entre ciudadanos y el Estado”.

“Como los cortesanos de las viejas monarquías absolutas, muchos parlamentarios están condicionados en su carrera política por los favores del presidente, o bien por los gobernadores provinciales, que, en muchos casos –a todos los efectos útiles- funcionan como el presidente absoluto en sus ámbitos locales. Los gobernadores y el Senado podrían constituir un control de la discrecionalidad del presidencialismo absoluto, pero están, a su vez, condicionados por el sistema de reparto de recursos y por el intercambio de favores políticos que realiza el Poder Ejecutivo Nacional. Cuando el poder del presidente absoluto es insuficiente para conseguir la adhesión parlamentaria –a juzgar por la historia reciente-, queda abierto el camino de la corrupción lisa y llana para ratificar la inexistencia de control parlamentario” (De “Presidencialismo absoluto”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2008).

Por otra parte, Mario D. Serrafero escribió: “¿Qué se entiende por exceptocracia? El gobierno de la excepción. Y aquí, importa menos quien es el soberano que lo que un tipo de gobierno representa. Si la anomia concierne a un territorio sin ley o su franco incumplimiento, la exceptocracia menta un sistema legal e institucional que se ve continuamente agujereado no ya por la decisión desnuda de un soberano sin fronteras (jurídicas), sino por una práctica regular y colectiva que se sale del ordenamiento legal y lo justifica racionalmente recreándolo en senderos que se bifurcan y coexisten. Hay un ordenamiento legal, pero éste es siempre más provisorio que lo que el cambio de costumbre, contextos y situaciones aconsejarían. Es más, la excepción puede incluso no responder a la necesidad de la realidad. Podría hasta decirse que a la realidad la construye la excepción”.

Bajo el populismo, no gobierna la ley sino el presidente, que puede ignorarla cada vez que surja un conflicto entre sus deseos y el marco legal vigente. Perfeccionando el sistema, se procede a cambiar la ley para adaptarla al capricho presidencial. “Otros conceptos como decisionismo y presidencialismo tampoco enfocan de lleno el fenómeno. Es que una exceptocracia excede la figura del primer mandatario pues envuelve el Estado, sus instituciones y la materia prima sobre la que se asienta: la sociedad. Tampoco la democracia Ejecutivista se ajusta plenamente a su contenido. Si bien es cierto que este tipo de democracia parece más permeable a un Estado Administrativo de discrecionalidad desarrollada y a la excepción que proviene de la voluntad presidencial –caprichos y antojos, incluidos-, lo cierto es que también existe un Congreso que vuelve sobre sus propios pasos, una Corte que puede graciosamente cambiar jurisprudencia y teorías que se superponen para justificar lo que hasta ayer constituía anatema del sistema y violación de principios de larga data” (De “Exceptocracia ¿Confín de la democracia?”-Ediciones Lumiere SA-Buenos Aires 2005).

Debe señalarse que el citado autor no pretende agregar un término más a los ya existentes, ya que el neologismo tan sólo le pareció útil para designar el contenido de su libro. “La teoría acerca de la correcta metodología nos advierte sobre la tentación de la invención de nuevos términos que, lejos de aportar al corpus teórico, suelen reiterar bajo otra denominación lo ya existente, confundir más de la cuenta o bien impedir la correcta acumulación de conocimientos bajo las clasificaciones y los conceptos que cuentan con el consenso de la comunidad académica”.

Si bien los distintos marcos constitucionales, al no poder prever la infinidad de posibilidades que pueden surgir, incorporan excepciones al estricto cumplimiento de la ley, tales excepciones abren las puertas para que políticos populistas consideren cualquier situación normal como algo excepcional. “El argumento de la excepción permite el infinito virar de rumbo pretendiendo que es sólo eso, una excepción, cuando en realidad se convierte en puro acontecer. Si el hecho extraordinario, no previsto y que asalta al ordenamiento jurídico estaba en la base de justificación de la excepción ahora la excepción abarca hechos ordinarios. En realidad, no se trata de un problema de justificación, pues la excepción se justifica a sí misma”.

Carlos Nino se refería a la Argentina como “un país al margen de la ley”, incluyendo tanto al pueblo como al gobierno. La excepción, constituida en regla jurídica, materializa la anomia gubernamental. Serrafero agrega: “El cambio de reglas es la lógica, no ya como patología de una dirigencia subdesarrollada y de una sociedad que sufre anorexia de cultura cívica, sino como síntoma de una creencia colectiva donde la excepción, como excepción, no existe. Y si ello es así, en realidad, no hay reglas, sólo existe la excepción como supranorma. En este marco, la excepción no crea derecho, es Derecho. La excepción barre con la cultura jurídica y habilita el territorio de la pura y cruda política. La exceptocracia es más que inseguridad jurídica, es, sobre todo, inseguridad fáctica”.

“En la exceptocracia no hay límites, sólo confusión e identidad entre derecho, hecho y, por sobre ellos, excepción. No hay excepciones, hay excepción. Y, esta última, ordena y descalabra a un mismo tiempo derecho y hecho. Si englobamos a la sociedad en franca complacencia con la exceptocracia, ¿podríamos decir que sería otra forma de democracia? ¿Quizás sus confines? Si antes teníamos una sociedad complaciente con el incumplimiento de las normas, ahora, lo es con su creación contra «legem»”.

Mientras que la democracia facilita la consecución tanto de metas inobjetables como de otras discutibles, como es la del “sueño americano”, objetivo netamente materialista, el populismo facilita la ejecución de metas aun más discutibles, como es la del “sueño latinoamericano” (o argentino): lograr vivir sin trabajar siendo mantenido por el resto de la sociedad a través del Estado distributivo, o Estado de bienestar. Bajo una aparente intención de protección social, al poco adepto al trabajo se lo termina marginando de la sociedad ya que tal protección anula su capacidad de lucha, o de supervivencia, convirtiéndolo en alguien totalmente dependiente de la protección y de la dádiva estatal. También se convierte en un marginado cuando es mirado, con cierto desprecio, por quienes trabajan arduamente para llegar a fin de mes con un monto monetario similar, ya que el Estado le quitó una parte importante del fruto de su trabajo para compensar la “desigualdad social” de quien no quiere trabajar.

En cuanto al kirchnerismo, puede decirse que es un caso típico, y acentuado, de populismo argentino. Puede describirse en base a tres aspectos básicos:

Kirchnerismo = Exceptocracia + Presidencialismo absoluto + Totalitarismo

Ello implica que “disfruta” del marco legal que favorece que haga lo que le venga en ganas para continuar acrecentando poder político y económico. Existe, además, un cambio de actitud respecto de los métodos violentos utilizados por la guerrilla de los 70 para imponer un sistema totalitario, ya que esta vez utiliza las sugerencias de Antonio Gramsci, es decir, actúa como si quisiera implantar el socialismo mediante un proceso no violento. Quique Pesoa y Luis Mattini escriben: “El gran revolucionario Antonio Gramsci fue el que lanzó la teoría de la hegemonía [supremacía que un Estado ejerce sobre otros]. Él habla del bloque hegemónico en política y lo que descubre, el gran aporte que hizo Gramsci con esto, es que los regímenes, los sistemas y los gobiernos no se mantienen por la represión. No hay sistema que se pueda mantener sólo por la represión. El sistema represivo tiene una duración que se agota”.

“Además Gramsci lo dice: en última instancia, los podemos vencer militarmente, creamos otro ejército. Él dice que los sistemas se sostienen porque en el fondo tienen la hegemonía sobre la población”.

“En ese momento [los medios de comunicación] no estaban de moda, pero él ya los visualizó como responsables. Gramsci dice que el sistema educativo es el primer responsable y esto te hace saber que cada docente es responsable”. “Después de la educación habla de las instituciones religiosas y luego de los medios de comunicación. Entonces lo que tiene el poder es hegemonía sobre eso y eso hace que la gente acepte la dominación”. “Que acepte la dominación con cierta naturalidad. Ése fue el gran aporte de Gramsci porque hasta ese momento se creía que la revolución sólo se podía hacer venciendo la parte represiva, o sea, el ejército y la policía. Gramsci escribe sobre su propia experiencia ya que él pierde en Italia no precisamente por el ejército, sino porque llegó el fascismo, y el fascismo fue la hegemonía por excelencia”, “Según él, no basta con combatir a las Fuerzas Armadas represivas sino que también hay que generar pensamiento independiente en la gente”.

“Gramsci dice que hay que desarrollar la contrahegemonía y para eso hay que tener lugar en los medios de comunicación, en la educación, e incluso en la religión. Por ejemplo, los curas del Tercer Mundo fueron contrahegemonía, vos [uno de los autores] en los medios de comunicación y lo que muchos intentamos hacer en la docencia, en el sistema educativo, eso es lo más importante….esos tres espacios. Yo soy un poco extremista,…yo digo que más importante que tomar el ejército, tomar los mandos, es tomar la universidad, ahí está la hegemonía central”. “El sistema educativo es el que puede permitirnos que dentro de veinte años tengamos una clase dirigente avivada” (De “¿Estás ahí?”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

El kirchnerismo ha dado muestras de buscar el control total de los medios de comunicación y de los contenidos de la educación, favoreciendo la visión totalitaria, por lo que tiene un fuerte apoyo de los sectores populistas y totalitarios argentinos. Para esto sectores, todavía no ha caído el muro de Berlín, ni China ni Rusia adoptaron la economía de mercado; o bien lo saben muy bien, pero persiguen el fracaso y la decadencia por cuanto ellos estarán a salvo ocupando los altos mandos en un futuro gobierno totalitario.

martes, 18 de noviembre de 2014

Vida y universo

El hombre dispone de un limitado tiempo de vida, de donde surge cierta sensación de angustia. De ahí que busquemos integrarnos a alguna institución, o a algún grupo social, para compartir su trascendencia más allá de nuestra permanencia en este mundo. Si lográramos sentirnos parte de la humanidad y del universo, podremos aliviar cualquier síntoma de malestar existencial. Hubert Reeves escribió: “Estoy inscrito en este momento preciso de la historia del mundo. Durante algunos decenios sostengo la antorcha de la conciencia que este latido del corazón me garantiza. Como antes tantos otros, se extinguirá y otros se encenderán. Vértigo de esta formidable aventura de la vida sobre la Tierra”.

“La gente se muere, pero la vida tiene un modo de continuar como si nada. No hay que ver la muerte como una detención, sino como un relevo, según la imagen del corredor griego que entregaba la antorcha del fuego olímpico antes de caer agotado. Nuestra vida es breve, pero nuestra especie es de larga duración. Tenemos la responsabilidad de los eslabones de una cadena”.

“Nuestra relación con la muerte es fundamentalmente doble. Apartarla lejos el mayor tiempo posible, pero aceptarla como una parte normal de la vida. Es preciso que las fuerzas de la vida intenten ganar, pero también es necesario que sean vencidas. Batirse encarnizadamente para permanecer en la existencia, y acoger a la muerte como un pasaje natural hacia un no sé qué. Quizá la nada. Quizá no. ¿Sostendrá nuestros últimos instantes la curiosidad por estar finalmente a punto de saberlo?” (De “El espacio adquiere la forma de mi mirada”-Ediciones Granica SA-Buenos Aires 2000).

La visión del astrofísico Hubert Reeves puede considerarse como una opinión representativa de quienes conocen de cerca el conocimiento aportado por la ciencia experimental, incluso interviniendo en forma directa en su desarrollo, siendo plenamente consciente del lugar del individuo en el proceso de adaptación cultural en el cual estamos inmersos. Es esencial la toma de conciencia de nuestro lugar en el mundo y de la misión que el orden natural nos ha impuesto. “Mensaje de la astronomía contemporánea. Como los antiguos, tenemos conciencia de estar ligados al cielo. Pero en un marco de una amplitud que nadie imaginó nunca. Participan planetas, estrellas y galaxias. Nuestra existencia tiene resonancias cósmicas”. “Pienso: la mariposa conoce muy bien la tarea de mariposa. Tiene la vida muy bien trazada. No sabe de la angustia del hombre, que debe forjar por sí mismo el modo de su existencia”. “La dificultad para percibir la naturaleza tal cual es proviene de que de ella surgimos. Formamos parte de ella tal como todas las impresiones y reacciones que nos provoca. Por intermedio de nosotros, la naturaleza se reenvía una imagen de sí misma”.

El hombre tiene como objetivo principal ligarse afectivamente a los demás seres humanos y también ligarse intelectualmente al universo y sus leyes. El camino de nuestro perfeccionamiento implica adoptar una actitud ascendente (que mira al universo), lateral e igualitaria (que mira a nuestros semejantes). La postura sugerida por la visión que nos da la ciencia experimental no es algo diferente de la actitud promovida por el cristianismo. “Animal que ríe, se decía antes para definir al hombre. Habría que decir, mejor: animal que procura religarse. Del latín «religare», la misma raíz de la palabra religión. Los antropólogos nos lo enseñan: no hay grupo humano, por más aislado que esté, ni tribu por más primitiva que sea que no haya establecido y codificado sus relaciones con una realidad divina intangible y de este modo haya procurado el medio para religarse al mundo a pesar y a través de todos los misterios”.

Los átomos que componen nuestro cuerpo fueron parte integrante, en un pasado remoto, de alguna lejana estrella que agotó su combustible y lo arrojó al espacio para permitir la continua labor creativa de la evolución, que no sólo comanda la formación de las distintas especies animales, sino que promueve el surgimiento de la vida a partir de una complejidad ascendente impuesta a la materia elemental. “La historia del cosmos es la de la materia que se organiza. Del caos inicial de hace quince mil millones de años ha nacido la maravillosa complejidad del mundo contemporáneo: la vida y la conciencia. Para llegar allí, la naturaleza, como un factótum, hace de todo. Utiliza el determinismo de las leyes de la física y también la contingencia de las colisiones planetarias. Aquel meteorito (un asteroide gigante que golpeó la Tierra hace sesenta y cinco millones de años) simplemente hizo «saltar el cerrojo»”.

El hombre común, sin embargo, prefiere ignorar el mensaje de quienes proponen hacernos conscientes de nuestra ubicación en el universo, para ser gobernado por individuos que sugieren tendencias opuestas a la vida. “La acumulación de armas nucleares posibilita que hoy se elimine a nuestra especie. La humanidad se puede destruir a sí misma. La toma de conciencia de este suceso aterrador ha tenido un efecto saludable en el ser humano. El más temerario de los técnicos está obligado a reflexionar. La ética ha ingresado en el dominio de la ciencia”.

En lugar de preguntarnos acerca de los atributos del Creador de todo lo existente, debemos preguntarnos por la creación misma, ya que, de esa manera, “por sus frutos lo conoceréis”. “El asunto no es tanto saber si Dios existe o no existe. Más bien: ¿quién es y a qué juega? A qué «gran juego» corresponde la evolución del cosmos, la aparición de la vida y nuestra propia existencia”.

El principal interrogante va dirigido a la posible existencia de un sentido del universo; de una finalidad del mismo, que nos permita encontrar un sentido objetivo para la vida de los hombres. “El lector recorre los capítulos de una novela policial e intenta adivinar la solución. El autor astuto desbarata constantemente las intuiciones del lector y consigue plantearle una situación aparentemente sin salida”. “Sin embargo, incluso en la confusión más profunda, incluso en el momento en que toda solución parece lógicamente imposible, el lector sabe que todo se esclarecerá en el último capítulo. La frustración se vuelve tolerable, pues sabe que puede saltar inmediatamente a las últimas páginas”. “La analogía, por supuesto, es la de nuestra existencia. Los seres humanos, en todas las generaciones, han anclado profundamente en sí mismos la convicción de que en alguna parte la realidad tiene un sentido; y han intentado formular, con los conocimientos disponibles en cada época, la expresión de ese sentido. Esas formulaciones adquirieron la forma de sistemas filosóficos y religiosos”.

“¿Y si descubrimos en el último capítulo, como en nuestra novela, que no existe solución? En primer lugar, es preciso reconocer que hay que considerar esta hipótesis. Nada nos permite excluirla. Y enseguida, hay que enfrentar la idea. Para algunos resulta visceralmente inaceptable. En otros ejerce una atracción considerable, que bordea la seducción. Efectuada la confrontación, reconocidas y aceptadas las reacciones, podemos volver atrás más tranquilos. A fin de cuentas, puede que la realidad tenga un sentido…”.

La astronomía del siglo XX nos hizo conscientes de nuestra pequeñez, obligándonos a descubrir en otros atributos el lugar que ocupamos en el cosmos. “Los conocimientos científicos nos dan una imagen nueva del ser humano. Destronado de sus pretensiones de «centro del mundo», encuentra una dignidad nueva. Se sitúa muy alto en la escala de seres organizados de la naturaleza. Allí lo ha conducido esa prolongada gestación en la cual están comprendidos todos los fenómenos cósmicos”. “Comparte esta dignidad con todos sus hermanos humanos, sea cual sea su origen. El respeto de los derechos del hombre es también la toma de conciencia de la importancia de cada individuo en la historia del universo”. “En la escala de la masa y el volumen, el hombre no es nada: ínfima mota de polvo en un espacio sin límite. Pero según el criterio, mucho más significativo, de la organización, se sitúa muy alto. Nuestro conocimiento indica que ocupa el escalón más elevado, aquel desde donde puede ver el universo y plantear preguntas acerca de su origen y su porvenir. Nadie antes que nosotros –por lo menos en este planeta- ha podido acceder a esas preguntas”.

“Estamos comprometidos, con las nebulosas y los átomos, con todo lo que existe, en esta vasta experiencia de organización de la materia. No somos unos extraños en el universo, pero estamos insertos en una aventura que prosigue en distancias de miles de millones de años luz. Somos los niños de un cosmos que nos ha dado nacimiento después de un embarazo de quince mil millones de años. Como en la tradición hindú, piedras y estrellas son nuestras hermanas. Y descubrimos que dependemos de todos los vivientes, vegetales y animales, que han participado en la elaboración de nuestra fértil biosfera”.

Ser conscientes de nuestro lugar en el universo implica una necesidad primaria para el logro de nuestra supervivencia. Posiblemente sea el inicio de una cadena de razonamientos que nos dará la madurez suficiente para desempeñarnos adecuadamente en todo contexto social, lo que no resulta diferente de la influencia religiosa de otras épocas. El hombre no sólo requiere alimentos para su cuerpo, sino también para su mente y sus afectos. “Estar «del lado de la vida». Compasión universal por todo lo que vive. No son opciones del orden de la racionalidad, sino del orden de los valores. La racionalidad se sitúa como aval. Distinguir «razonable» de «racional». Lo primero incluye intuición y afectos. Lo segundo sólo implica un despliegue correcto del proceso lógico”.

“La conciencia nos sirve, entre otras cosas, para descubrir que somos mortales. ¿No sería mejor no saberlo? Los animales no saben que van a morir –por lo menos eso suponemos- y no sufren la angustia de la muerte. ¿No deberíamos envidiarlos?”. “La conciencia, en cambio, permite el encuentro de los seres, el reconocimiento del otro como otro. ¿Podrían desarrollar sentimientos recíprocos un par de ordenadores en red?”. “La compasión nace de la toma de conciencia del sufrimiento y de la angustia de los otros. Como el afecto, no existiría sin la conciencia. Tampoco, por lo demás, la relación con el mundo y el universo. Los ordenadores no tratan de comprender el sentido de su existencia”. “La conciencia de la precariedad de la existencia agrega valor al momento presente”.

Hubert Reeves sugiere un “testamento” dejado a las nuevas generaciones; un mensaje que no busca el reemplazo de la religión, sino su perfeccionamiento. “Habría que dejar una especie de testamento espiritual a los que quedan aquí, a los que vendrán después. Comunicarles cuanto hemos creído percibir y comprender acerca del sentido de esta realidad que hemos orillado algunos años. Transmitirles nuestras recetas acerca de cómo manejar esta existencia. Lo que se puede llamar oficio o, mejor, arte de vivir”. “Tengo la íntima convicción de que la relación con los otros seres –nuestros compañeros de viaje- es el elemento a un tiempo más misterioso y más significativo de nuestra vida personal y, finalmente, de toda la evolución cósmica”. “Lo importante se situaría en la riqueza del contacto con el universo. En la unión del mundo interior y el mundo exterior. Pertenecería al orden del placer y de la contemplación”.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La especulación y los especuladores

En una economía en la que el Estado fija el precio del dólar oficial, o legal, en $8, accesible sólo a algunos compradores, mientras que considera ilegal al dólar cuyo precio surge del libre juego de la oferta y la demanda, que llega a veces hasta los $14, promueve tanto la especulación como el surgimiento de nuevos especuladores, ya que alguien habilitado para comprar dólares a $ 8 aprovechará la oportunidad de comprarlos para, inmediatamente, venderlos a $ 14, ganando dinero sin producir nada a cambio.

Al prohibir el libre intercambio de pesos por dólares, el Estado prohíbe una de las libertades esenciales del hombre, tal la de hacer intercambios voluntarios con sus semejantes, por lo que la ley estatal que los prohíbe, va contra la naturaleza humana, siendo, además, inconstitucional. La prohibición mencionada apunta contra la especulación sin advertir que, justamente, quien la favorece es el propio Estado con las medidas económicas propuestas, y quienes la practican son justamente los “amigos” del funcionario que autoriza la compra a $ 8.

En economías normales, el ámbito que permite tanto la inversión productiva como la especulación es la Bolsa de valores, donde concurren las empresas que buscan financiación y los propios inversores que tratan de ubicar sus ahorros en el sector productivo para obtener alguna ganancia. Debido a las fluctuaciones de la cotización de las acciones, el especulador trata de obtener elevadas ganancias en un breve tiempo comprando acciones a un precio, en momentos de suba, para venderlas a un precio superior, o bien vendiéndolas a un precio, en momentos de baja, para adquirirlas luego a un precio inferior.

El inversor, por el contrario, trata de mantener y proteger sus ahorros buscando alguna ganancia en el largo plazo. De ahí que exista una línea difusa que separa especulación de inversión. Por ello se dice que una inversión es una especulación que ha salido mal. Quienes proponen eliminar la especulación bursátil, no advierten que simultáneamente buscan eliminar la inversión, con resultados peores aun que lo que se quiere subsanar.

En cuanto a las fuerzas que promueven las acciones bursátiles, José Poal Marcet escribió: “Dentro de la estructura mental de un individuo existen, entre otros, dos impulsos mentales antagónicos y destructores: el miedo y la codicia”. ”El miedo de los inversores tiene dos vertientes. El miedo de perder y el miedo de perdernos una buena ocasión de ganar dinero”. “La codicia es otro extremo de nuestra constitución emocional. Es el resultado de la combinación de mucha confianza y del deseo de conseguir mucho dinero en el espacio más corto de tiempo posible”.

La especulación despierta atracción en las personas en forma similar a cómo la ejerce el juego, pudiendo convertirse en un vicio. “¿Cómo se convierte uno en especulador? De una manera muy parecida a cómo una tímida muchacha de pueblo acaba ejerciendo el oficio más antiguo del mundo: se empieza por curiosidad, se sigue por pasión y se acaba haciendo por dinero. En la Bolsa se respira un ambiente muy singular que, a veces, actúa como una droga” (De “La bolsa y la vida”-Ediciones Granica SA-Barcelona 2003).

Entre los especuladores podemos encontrar a personajes famosos. El citado autor agrega: “La especulación ha sido la gimnasia cerebral de multitud de hombres, desde filósofos hasta artistas, y no hay nada de extraño ni de censurable. Cicerón, que opinaba que la especulación constituía el motor de la formación de capitales, consiguió reunir una considerable fortuna”. “Isaac Newton perdió mucho dinero en el derrumbamiento de las acciones de los Mares del Sur. Acabó prohibiéndole a la gente de su entorno que mencionase la palabra Bolsa delante de él”.

“Voltaire se pasaba las horas enteras con su amante hablando de las acciones de la Compañía de Lorena. Especuló con terrenos y grano, pero consiguió más fama como contrabandista de divisas”. “Beaumarchais y el escandaloso Casanovas, al igual que Balzac, fueron empedernidos bolsistas. Balzac necesitaba importantes sumas de dinero para mantener su nivel de vida, para conseguirlo escribía relatos, novelas y ensayos, pero como no le bastaba se hizo especulador bursátil. Con frecuencia intentaba extraer alguna confidencia o consejo al Barón de Rothschild. El economista David Ricardo y el filósofo Spinoza combinaban la especulación con sus actividades intelectuales”. “Lord Keynes, quizás el más importante economista del siglo XX, fue un hábil especulador. Al pie de su retrato el gobierno británico puso esta inscripción: «Lord John Maynard Keynes, el hombre que consiguió crear una fortuna sin trabajar»”. “Paul Gauguin, Richard Strauss, Ernest Hemingway y muchos otros personajes insignes empleaban parte de su precioso tiempo en el seguimiento de los mercados financieros”.

La crisis económica de 1929, fue principalmente una consecuencia de la especulación bursátil a nivel masivo, ya que se estima en unos 2 millones de norteamericanos, sobre una población de 115 millones, quienes la ejercieron. No sólo especulaban con sus propios ahorros, sino que pedían préstamos bancarios para comprar acciones y revenderlas, motivados por la ambición de volverse ricos mediante ese procedimiento, y no a través del trabajo. “Haciendo un compendio de obras de Schiller, Le Bon, Freud y Adler, podemos decir que algunas características de la multitud son: el contagio de las ideas, la irresponsabilidad, la alucinación colectiva, la impetuosidad, el triunfalismo, la sugestión y la inferioridad intelectual. En definitiva, la locura de las masas que arrasa todo lo que encuentra en sus deseos de hacerse ricos o en su pánico para evitar la miseria”. “Los felices años 20 encontraron en la Bolsa una especie de religión material que impregnaba el espíritu de la época”.

La especulación es diferente del juego, si bien se estima en dos tercios la cantidad de especuladores que termina perdiendo dinero. Edward Chancellor escribió: “El amor por el intercambio es una característica humana innata. También está profundamente arraigado el afán de adivinar el futuro. Juntos conforman el acto de la especulación financiera”. “El nombre que recibe la incertidumbre financiera es «riesgo». Los economistas diferencian juego y especulación diciendo que el juego implica la creación deliberada de nuevos riesgos en aras de la inversión, mientras que la especulación implica asumir los inevitables riesgos del proceso capitalista. En otras palabras, cuando un jugador apuesta a un caballo está creando un riesgo, mientras que el especulador que compra acciones sólo participa en la transferencia de un riesgo existente. Se considera que la especulación es más arriesgada que la inversión” (De “Sálvese quien pueda”-Ediciones Granica SA-Barcelona 2000).

Según lo anterior, unos pocos especuladores no generan riesgos adicionales a los ya existentes, mientras que una masiva cantidad de especuladores influye en el mercado bursátil presionando la llegada de una crisis. Se advierte, en los últimos años, un acentuado aumento de la especulación masiva, incluso financiada con créditos, conformando las condiciones ideales para futuras crisis. José Poal Marcet escribió: “La Bolsa nunca había sido tan popular. Todo el mundo está en la Bolsa a través de los Fondos de Inversión y/o de los Fondos de Pensiones”. “El descenso de los tipos de interés ha permitido una extraordinaria liberación de recursos financieros que ha propiciado el desarrollo espectacular del capitalismo financiero”. “Realmente hemos asistido a una Burbuja Financiera; situación en la que, temporalmente, los altos precios de las acciones están sostenidos fuertemente por el entusiasmo de los inversores, más que por la estimación del valor real”. “La tasa de ahorro baja drásticamente y el nivel de endeudamiento alcanza cotas nunca vistas”.

Se puede definir una crisis bursátil como la generación de burbujas financieras promovidas por la especulación masiva con la posterior caída de los valores de las acciones hasta niveles muy bajos. El citado autor describe las dos secuencias:

a) La burbuja se infla: “Existe la creencia de una nueva idea o concepto que ofrece ilimitadas ganancias y la posibilidad de hacerse rico. Existe en ese momento liquidez y pocas alternativas de inversión; el germen empieza su contagio. Una vez que la manía se va popularizando la idea tiene suficiente poder para que se extienda de una minoría a una mayoría que imita a los «líderes». Los precios empiezan a subir de niveles normales a niveles de mucha sobrevaloración. Los precios sobrevalorados son aceptados como «normales». Existe miedo de perderse esa «gran oportunidad». Comienzan a presentarse oportunidades parecidas (más empresas de «alta tecnología» por ejemplo). La banca ofrece créditos para participar en el «gran negocio». Se popularizan figuras «de culto» de ese gran éxito. La burbuja dura más de lo que se esperaba y, entonces, se la considera una tendencia sólida. Atmósfera de fiesta, ganancias fáciles y comienza a conocerse grandes y «malas prácticas» de algunos de los «ídolos» del sector”.

b) La burbuja “pincha”: “La subida de precios es muy intensa y eso facilita la oferta de nuevos activos del sector. Suele coincidir con una subida de los tipos de interés por exceso de demanda de créditos para invertir en esa «manía». Los precios empiezan a bajar y se colapsan. La espiral hacia abajo se va autoalimentado. Los fraudes y los asuntos «turbios» se empiezan a conocer y eso suele representar un punto de inflexión que colapsa los precios y hace caer la pirámide de deuda que se había creado para participar en el «gran negocio». A veces los gobiernos intentan intervenir para restablecer la confianza, pero casi siempre con poco éxito o éxito muy fugaz”.

En lugar de “trabajar y ahorrar”, como sugiere el “mandamiento capitalista”, se estila “pedir prestado y especular”, que poco o nada lo tiene en cuenta. Quienes asocian la especulación financiera con el capitalismo son quienes denominan “capitalismo” a todo lo que funciona mal, sin pensar en lo que dicen. Mientras que trabajar y ahorrar es compatible con la moral natural, arriesgar el dinero ajeno pretendiendo hacerse rico sin trabajar, es incompatible con dicha moral.

Cada vez que se produce una crisis bursátil, no faltan las críticas contra la economía de mercado augurando la pronta “caída del capitalismo”. Ello se debe a que tal sistema económico no funciona bien ante quienes buscan masivamente hacerse ricos sin trabajar y sin antes haber trabajado (por cuanto piden prestado para especular). Lo grave del capitalismo sería precisamente que funcionase bien aun con elevados porcentajes de especuladores. La eficacia de un sistema debe verificarse en base al siguiente criterio:

a) Funciona bien cuando la gente busca establecer intercambios de bienes y servicios que benefician a ambas partes.

b) Funciona mal cuando la gente busca establecer un beneficio propio no vinculado a la creación de bienes y servicios.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Mentiras y política

El político bien intencionado, que dice la verdad sobre su país y su gente, podrá ser rechazado por un electorado que optará por quien emita palabras que el pueblo quiere escuchar, aunque no digan la verdad. Si el político democrático quiere acceder al poder, deberá omitir algunas opiniones para acercarse al electorado. Así, si un candidato menciona que el pueblo es mayoritariamente corrupto e irresponsable, pronto quedará fuera de la carrera política emprendida. Por el contrario, quien vaya dando muestras de capacidad para la gestión, podrá permitirse el “atrevimiento” de decir de vez en cuando alguna verdad. De ahí que un intelectual, cuyo “oficio” consiste en decir siempre la verdad, haciéndola extensiva a los demás, nunca podrá ser un buen político, aunque facilitará que el pueblo se acerque algo más a aquella. Puede decirse que el político‚ al tener que omitir lo políticamente incorrecto‚ debe compensar el trabajo mal hecho por los intelectuales‚ docentes y periodistas. Alejandro Rozitchner escribió:

“Al mentir, el político ofrece un servicio a la ciudadanía. La opinión pública no quiere verdades”. “¿Por qué el político al mentir ofrecería un servicio a la ciudadanía? Porque de esa forma le permite eludir la dificultad de tener que enfrentar los problemas reales. La prueba que puede esgrimirse a favor de esta idea es la de que los candidatos que más verdad ponen sobre la mesa no son aquellos que más votos consiguen. Por el contrario, un candidato que aspire a resultar elegido tiene que mentir‚ ofrecerle al votante la coartada que le permita formular su deseo infantil‚ debe confirmarle sus mayores prejuicios y también transmitirle la siempre un poco absurda sensación de que ha llegado la persona indicada y que nos salvará del despelote que han armado otros”.

“Un candidato que dijera: «Estamos así porque somos una ciudadanía tosca poco participativa‚ resentida‚ hipercrítica‚ atada a valores de la nostalgia y el rencor y no a valores de invención y avance‚ estamos así porque no le hemos encontrado la vuelta a la cosa»‚ no tendría demasiadas chances. Un candidato que dijera: “Sí‚ las exigencias internacionales son duras‚ a veces representan intereses contrapuestos a los nuestros‚ pero aun así es necesario y bueno para nosotros cumplir con ellas‚ porque no es que se ensañen con nosotros sino que el mundo funciona de esa forma y no conviene tanto aislarse como aceptar esas reglas y aprovecharlas»‚ no resultaría demasiado simpático. Si fuera capaz de verdad‚ incluso‚ un candidato debería decir: «Es injusto que le echemos la culpa al presidente anterior de todo lo sucedido y es injusto que no veamos aquellas cosas que mi predecesor ha hecho bien; sé que la población está descontenta, pero es importante que entendamos que esa sensación no merece ser proyectada sobre la gestión del presidente en ejercicio cuando ha sido la opinión pública la que disfrutó de hacer una oposición nefasta y poco constructiva, inmadura; me gustaría ser presidente, estoy preparado, pero no quiero mentirles: el presidente anterior tuvo buenas intenciones e incluso grandes logros de su gobierno se pasan por alto». ¿Cosecharía muchos votos semejante discurso? Cosecharía algunos, los de aquellos que están cansados del juego de la culpabilización irresponsable, de la acusación, de la incomprensión y la pasividad que caracterizan al disfrute constante de la disolución del ámbito público, pero seguro que no serían suficientes para que el imaginado sincero terminara en la presidencia” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Juan Bautista Alberdi advertía en el siglo XIX acerca de las mentiras en el ámbito político: “Para ser, parecer y poder decir la verdad en esta América, se necesita del poder de un soberano, es decir, disponer de miles de soldados y de millones de pesos. Pero lo primero que necesita el que posee esas cosas, es callar la verdad, porque no debe su adquisición sino a la mentira, y sólo la mentira podrá asegurarle su conservación. De aquí es que la verdad en América es completamente inútil y estéril, aun en los casos en que deja de ser un peligro. El resultado natural de esto es que nadie la estudia, nadie la busca, nadie la quiere y todos la evitan como causa de antipatía, de pobreza, de aislamiento y de inferioridad”.

“Representada por la verdad de convención, que es hecha al paladar de cada uno, la verdad original no queda sino para servir al fin ocioso de dañar a la verdad que agrada, aunque ésta sea mentira. Esta ley de las cosas de estos países, que es más antigua que su moderno régimen, les ha dado un molde tan lejano y distante de la forma normal y natural, que la verdad no puede abrir sus labios sino para criticar, humillar, desacreditar, entristecer, ofender la manera de ser de todos y de todo. Del filósofo al verdugo no deja de ser odioso porque su oficio sea el de ejecutar la justicia que protege a todos contra el asesino y el ladrón, que a todos dañan” (De “Peregrinación de luz del día”-Editorial Choele-Choel-Buenos Aires 1947).

Mientras se acepta la mentira del político democrático análogamente a la mentira piadosa que el médico pronuncia ante la gravedad del paciente, la mentira surgida del populismo no sólo tergiversa totalmente la realidad, sino que, en lo ideológico y en lo conceptual, utiliza un lenguaje similar al del político democrático, pero en el cual previamente se ha distorsionado el sentido de las palabras de manera de confeccionar un disfraz democrático que le ha de permitir engañar a todos. Alejandro Katz escribió: “El kirchnerismo ha dejado de ser el ocasional gobierno del Estado para intentar convertirse en un régimen, una forma de control del Estado que establece su propio conjunto de reglas y de leyes de modo autoritario, y cuyo principal objeto es la preservación en el poder del grupo dirigente. Para ello, ha utilizado y utiliza todos los recursos que tiene a su alcance, sin ningún escrúpulo y violentando todos los principios que la ética pública, las virtudes cívicas y el autocontrol deben imponer como límites a los gobiernos democráticos, aunque deba destruir para ello, como lo hace, las agencias de control y las instituciones”.

“Con todo, a pesar de su importancia, no es ése el peor daño que el kirchnerismo le habrá causado a la sociedad argentina cuando deje el poder. Lo más grave, el mayor perjuicio, está en el orden del lenguaje, en el menoscabo, la quiebra, la devaluación de palabras con las que era posible expresar ideas que a muchos todavía nos provocaban emoción, y con las que designábamos cuestiones muy concretas: justicia, igualdad, inclusión, democracia. Palabras que el kirchnerismo ha degradado cuando, al afirmar que venía a ocuparse de ellas, las convirtió en consignas vacías porque sus políticas reales ignoraron lo que ellas designaban. Palabras a las que resultará muy laborioso volver a conferir un sentido pleno después de la manipulación y el menosprecio al que han sido sometidas”.

“Lo que parece caracterizar al gobierno actual, lo que parece introducir una diferencia, una marca original, lo que lo hace distinto y singular es la mentira. El kirchnerismo ha hecho de la mentira un arte: miente las biografías de sus líderes, miente las estadísticas públicas, miente en sus intenciones y en sus hechos, en las obras inexistentes que inaugura dos veces, en las cifras que dan cuenta de la pobreza y en el costo de alimentarse siendo pobre. El kirchnerismo, principalmente, miente”.

“Así como la sucesión permanente de mentiras es algo distinto que una gran mentira, la sucesión interminable de conductas hipócritas no es una gran hipocresía. Es un simulacro, y el simulacro, a diferencia de la mentira y de la hipocresía, carece de toda conexión con la verdad, es indiferente a cómo son las cosas en la realidad. Al simulador la realidad lo tiene sin cuidado, y por ello su discurso es lo que en inglés se denomina «bullshit»: cháchara, palabrería, charlatanería. Al simulador no le interesa mentir respecto de algo en particular –las cifras de la inflación, por ejemplo, o su heroico pasado revolucionario-. Le interesa satisfacer sus objetivos y, para ello, pretende manipular las opiniones y actitudes de su auditorio, sin poner ninguna atención a la relación entre su discurso y la verdad”.

“Cuando el discurso del Gobierno se construye con una sucesión de mentiras, lo importante no es que intenta engañar respecto de cada una de las cosas que tergiversa, sino que intenta engañar respecto de las intenciones de lo que hace. El problema del Gobierno no es informar la verdad, ni ocultarla. Decir la verdad o falsearla exige tener una idea de qué es verdadero, y tomar la decisión de decir algo verdadero y ser honesto, o de decir algo falso y ser un mentiroso. Pero para el Gobierno estas no son las opciones: el kirchnerismo no está del lado de la verdad ni del lado de lo falso. Su mirada no está para nada dirigida a los hechos, no le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente: sólo las elige o las inventa a fin de que le sirvan para satisfacer sus objetivos”.

“El simulacro kirchnerista tiene diversos portavoces, pero todos comparten un aire de familia. El impostor, que finge o engaña con apariencia de verdad, e inaugura obras que no existen, o que no están concluidas, o que se han inaugurado, o que existían hace años. Turbinas eléctricas, tramos de autopistas, hospitales, museos, talleres ferroviarios, aeropuertos, «soterramiento» de trenes hacen parte de una lista infinita de imposturas a la que hay que sumar las perversas cifras de inflación, las de la pobreza, las del costo de la comida para los pobres. El estafador, el que debajo del manto esconde un negocio para quedarse con el dinero ajeno, el que propone una ley sólo para encubrir un fraude: fábricas de dinero, blanqueo de capitales, compra de vagones de ferrocarril inútiles y abandonados en vías muertas y abandonadas”.

“El simulacro es impune, porque su promesa no puede nunca ser medida contra las evidencias de la realidad, aunque en ocasiones la realidad se le oponga bajo la forma terrible de un obstáculo insalvable: los trenes chocan y la gente muere, las ciudades se inundan y la gente muere” (De “El simulacro”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

Mientras que el político democrático busca halagar los oídos del pueblo con una grandeza nacional que puede no ser tal, o con un gran futuro difícil de alcanzar, el populismo se caracteriza por estimular el odio escondido en la población, ya sea destinado a los ricos, los empresarios, el imperialismo yanki, o lo que sea. En la Argentina populista, al observar que sus actuales autoridades no pierden oportunidad para atacar o degradar al “enemigo”, sea cual fuere, además de mentir sistemáticamente, nos sentimos, en lugar de una sociedad, como un conjunto de seres humanos que padecemos una locura colectiva. Al designar a todo “no kirchnerista” como un enemigo, que ha de recibir la burla y la descalificación televisiva en programas oficialistas, la persona decente, que tiene suficiente dignidad, no encuentra otra alternativa que suspender cualquier tipo de vínculo o relación social con un adepto al gobierno, a menos que acepte ser difamado y calumniado sin que ello lo afecte en lo más mínimo. Quien se siente atacado en su propia patria por un sector calumniador y mentiroso, no duda en mirar la realidad actual y futura bajo la alternativa: Patria o Kirchnerismo.

jueves, 13 de noviembre de 2014

El pobrismo

La existencia de ricos y pobres, y una posible relación entre nivel económico y moral, ha dado lugar a diversas opiniones que tienen influencia tanto en política como en religión. Si bien existe un gran porcentaje de la población que pertenece a la clase media, sigue vigente la antigua asignación de ricos y pobres, que se justifica como definición de los extremos entre los que se ubicará el resto de las clases, desde el punto de vista económico. En cuanto a las principales actitudes adoptadas, podemos mencionar:

a) Realismo: no existe un vínculo observable entre nivel económico y moral.
b) Pobrismo: los ricos carecen de virtudes mientras que los pobres las poseen suficientemente.
c) Marxismo: los ricos son egoístas y explotadores mientras que los pobres son sus víctimas inocentes.

Puede advertirse que tanto en el caso del pobrismo como del marxismo, se discrimina socialmente al rico por cuanto se le atribuye una carencia de virtudes o bien la posesión de defectos morales, en forma generalizada. Tal discriminación ha llevado a las mayores catástrofes sociales de la historia de la humanidad bajo las directivas del marxismo-leninismo.

El pobrismo es la actitud predominante en los países subdesarrollados, siendo una de las causas de esa situación. Alejandro Rozitchner escribió: “No hagamos de la pobreza un valor; a no ser que busquemos hundir al país”. “Ser pobre no es ser bueno, es ser pobre. Endiosar la carencia no parece ser un camino recomendable”. “Decir que hay una cultura de la pobreza, o incluso sugerir que hay una producción intencional de pobreza, puede parecer a una primera mirada una afirmación cuando menos cínica, si no del todo idiota”. “Que ser pobre suele ser visto como prueba de bondad y que tener algo más que un buen pasar o una existencia limitada y modesta es considerado como un estado negativo, son hechos innegables. La argumentación bien pensante diría que el origen de toda riqueza es dudoso, porque ante todo deberíamos pautar un reparto igualitario de los bienes disponibles. El hecho de que este hermoso principio de orden social esté en contra de toda manifestación vital, animal o natural suele pasarse por alto” (De “Amor y país”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

Recientemente, el Papa Francisco prologó un libro titulado “Pobre y para pobres”, del cardenal Gerhard L. Müller. Si tal título significa una “Iglesia pobre” dedicada a “fieles pobres”, entonces quedan afuera las clases media y alta, renunciando a la división cristiana de la sociedad en justos y pecadores para considerar una división de tipo económico para encuadrarse plenamente en el pobrismo. Incluso una parte importante de sacerdotes tercermundistas da un paso más llegando a convertirse en marxista, alejándose completamente del cristianismo.

La exaltación de la pobreza se advierte en San Francisco de Asís, quien renuncia a las riquezas familiares para encontrar en una vida austera la posibilidad de desarrollar sus potencialidades espirituales. Para él, la pobreza material no es una desgracia sino una alternativa que la vida le presenta. La Madre Teresa de Calcuta, por otra parte, siempre nos recuerda que la carencia de afectos (la pobreza de los ricos), puede producir tanto o más sufrimiento que la carencia de alimentos. Por esas razones, el cristianismo es una religión destinada a quienes carecen de bienes materiales como de valores espirituales, aunque priorizando estos últimos. Rozitchner agrega: “Si el pobre es bueno y el que no es pobre es menos bueno, la sociedad tendrá más facilidad para generar pobres que para generar otro tipo de personas que no sean pobres. Por otra parte, hay que admitirlo, la riqueza de una sociedad, cuando ella existe, no es producto del avance racional y contenido de los pueblos ordenados, hace falta atrevimiento, hace falta la osadía del rico, su ambición, su sed de riqueza y preeminencia. La moral social representada en la ley debería favorecer este rasgo de afirmación personal, darle alas, y ponerle reglas”. “Compadecerse del pobre, querer solucionar la pobreza, son posiciones que no deben confundirse con la habitual consagración de la pobreza como un estado de gracia y virtud”.

La elección papal del nombre Francisco, nos sugiere una preferencia por alguien que buscó la pobreza extrema. Donald Spoto escribió sobre San Francisco: “Como quizás era de esperar en un converso fervoroso, a sus veintitantos años Francisco adquirió el hábito de castigarse por los medios más extremos: fueron tantas las mortificaciones con que maceró su cuerpo –según sus primeros compañeros- que, así, sano como enfermo, fue austerísimo y apenas o nunca condescendió en darse gusto”. “Muy raras veces consentía en comer viandas cosidas, y cuando las admitía, las componía muchas veces con ceniza o las volvía insípidas a base de agua fría”.

“Otro factor que puede resultar clave en la comprensión de la pobreza que estamos intentando es esta negativa a lo que es llamado por los santos el sensualismo, pero que visto desde un punto de vista menos moral puede ser considerado como la capacidad de una sensibilidad de trabar relación con las cosas del mundo, de quererlas al punto de encontrar en el «darse el gusto» un básico y mínimo modelo educativo, formativo, de los valores de la producción y la cultura. ¿Por qué validar esta búsqueda de una sobriedad extrema, como si el sentido de la vida fuera más la ausencia del ser que su expresión abundante y determinada”.

Incluso la renuncia franciscana involucra los aspectos intelectuales, por lo que Spoto agrega: “Otro rechazo meritorio, otro pilar en la construcción de la nada sagrada de la miseria: «Mis hermanos que se dejan llevar por la curiosidad de saber, se encontrarán el día de la retribución con las manos vacías. Quisiera más que se fortalecieran en la virtud, para que, al llegar las horas de la tribulación, tuviesen consigo al Señor en su angustia». El saber es también un sensualismo, ya que actúa como potenciador de la efectividad del deseo y ayuda en la lucha por el avance social. La ignorancia, aliada imprescindible de la pobreza, suele ser presentada en muchas circunstancias, como un estado de gracia, como un valioso rechazo de las complejidades en pos de una vida simple, es decir, vacía y pobre. Por otra parte, la vida compleja, capaz de saber y de aceptar esa complejidad que siempre el saber trae aparejada, es descripta como el resultado de haberse apartado del camino de la perfecta simplicidad de la vida pura. La pobreza es también expresión de estos ideales de pureza, ideales que dan lugar a una vida ausente, extática, en donde, para huir de la angustia posible, se recomienda la inmersión en un sacralizado padecimiento constante” (De “El santo que quiso ser hombre”-Citado en “Amor y país”).

Debe recordarse que Cristo, junto a sus seguidores, era criticado por comer demasiado, por lo cual se advierte que sus prédicas, y su ejemplo, pueden ser adoptados por sus seguidores, al menos en su mayor parte. Por el contrario, las costumbres franciscanas, restrictivas en extremo, son difíciles adoptar por la mayoría de las personas.

El populismo político, por otra parte, se enorgullece de que haya millones de pobres dependientes de los planes sociales otorgados desde el Estado, y financiados con los aportes del sector productivo, que siempre resulta difamado, por cuanto las masas nunca agradecen, sino que exigen. El populista, por lo general, siente satisfacción de dar limosnas al inferior haciendo pública su “generosidad” que no sería llevada a la práctica si los aportes respectivos salieran de su propio patrimonio personal. Por el contrario, puede suponerse que la Madre Teresa de Calcuta se habría sentido bastante más feliz si la cantidad de carenciados a su cargo hubiese sido mucho menor.

El populismo transforma la ayuda social estatal en una masiva compra efectiva de votos para ser favorecido en futuras elecciones. Los fondos públicos son utilizados por el partido político gobernante para presionar a los beneficiados, ya que, en caso de no triunfar, se les hace saber que podrían verse impedidos de la ayuda mencionada. La pobreza es promovida de esa forma para fines personales o sectoriales.

Por lo general, tanto el pobrista como el demagogo y el marxista, poco o nada hacen por los pobres, sino que tratan de repartir lo ajeno, nunca lo propio. Incluso muestran una gran hipocresía cuando consideran a quienes no los apoyan, como personas que carecen de sentimientos humanos o que sienten satisfacción al ver los padecimientos del pobre, incluso oponiéndose a que se los ayude de alguna manera. “Pobrismo es halagar el sentido común, halagar al pueblo en sus aspectos más quedados y conservadores, pobrismo es conformar ese poder de un pueblo encaprichado con su facilismo, armar una ciudadanía con el lomo de sus prejuicios bien sobado, contenta de ser mediocre y tiránica a la hora de descalificar cualquier instancia que busque desafiarla, hacerla crecer, llevarla a confrontar con sus límites de comodidad y a desprenderse de su moral de pobreza justa, de pobreza racionalizada, de pobreza padecida pero de la cual siempre otro es responsable, de pobreza que se convierte en plan de lucha en contra de aquel que osó no ser pobre para castigar su osadía”.

El pobrismo surge a veces como justificación del fracaso y de la aceptación tácita de la vagancia como forma de vida; es la pseudo-espiritualidad del que buscó cierto éxito económico y que no pudo lograr, optando por una falsa conversión desde una escala de valores material a una espiritual. La falsa espiritualidad confunde la pobreza con el amor, siendo metas muy distintas. “Pobrismo es preferir no hacer olas y quedarse en el confort y la retroalimentación que produce el grupo de frustrados, es no querer explorar las posibilidades disponibles, preferir el juego de rechazarlas a todas para hacer más fuerte el sentido colectivo de la frustración y centrarse en una lucha inverosímil e inventada; es optar por culpar al rico, al menos pobre, al que busca, como si fuera responsable absoluto de la existencia de las dificultades que se padecen”.

El odio inoculado a los pobres, por demagogos y marxistas, en contra de los ricos, se proyecta a nivel colectivo como un odio nacional hacia los habitantes de los países ricos, a quienes se los culpa por todos los males padecidos. Se condena la supuesta explotación laboral desde una postura que poco o nada hace al respecto. Pocas veces se da el caso que demagogos y marxistas intenten crear un medio de producción para sacar de la pobreza a sus potenciales trabajadores. De la misma manera en que la esclavitud fue un progreso social respecto del asesinato masivo de los integrantes del bando perdedor, en una contienda bélica, la explotación laboral resulta ser un progreso social respecto del abandono social de las personas desempleadas. Los hipócritas parecen no advertir que están en un peldaño social bastante más bajo que el del explotador laboral al que tanto critican.