miércoles, 26 de noviembre de 2014

La existencia auténtica

La mayor parte de la gente busca insertarse en la sociedad y en el mundo, realizando esfuerzos mediante un doble proceso de adaptación, es decir, hacia la sociedad y hacia las leyes naturales que rigen todo lo existente. Cuando la sociedad no ha buscado previamente adaptarse a la ley natural, aparecen incompatibilidades entre lo que los hombres aceptan o pretenden, y lo que el orden natural impone, debiendo priorizar uno de ellos. De esta prioridad depende nuestra satisfactoria supervivencia.

Podemos hablar de una existencia auténtica cuando un individuo puede integrarse en forma óptima a la sociedad y cuando la sociedad se ha adaptado en forma óptima al orden natural. De ahí que será una situación ideal a la cual se tiende, aunque muchas veces sin lograrse. Lo importante, en esta descripción, es que los actores de la comedia humana; individuo, sociedad y Dios (u orden natural) están presentes. Ignace Lepp escribió: “La división de la existencia en auténtica e inauténtica se debe a Martin Heidegger. Para él es auténtica la existencia que se sabe absurda y que tiene el valor de aceptar su condición de ser absurda y para-morir. Quienes no osan mirar cara a cara la absoluta inanidad de la condición humana y tratan de inventarse razones para vivir, sólo tienen una existencia inauténtica. Por supuesto que nosotros no la entendemos así”.

“Nuestra filosofía querría apoyarse en la experiencia existencial total del hombre en situación, del hombre que es, a la vez e indisolublemente, individuo y miembro de la comunidad humana. Esta experiencia nos permite concluir que la vida humana no es una vana y absurda agitación, sino que tiene un fin, una tarea que realizar. Vivir auténticamente quiere decir para nosotros aceptación de la condición humana con su llamado a la creación y a la superación. Por el contrario, es inauténtica toda existencia que se contenta con lo que es, que se repliega sobre sí misma, que acepta ser una cosa entre las cosas”.

No todos están de acuerdo en que debemos referirnos a los actores mencionados, ya que algunos descartan al último, es decir, a Dios, o al orden natural; incluso tratan de reemplazarlo por un orden artificial diseñado por el hombre. De ahí que no resulte extraño que Heidegger haya apoyado el “nuevo orden” que pretendían imponer los nazis por el mundo. Matthew Stewart escribió: “Heidegger llevó una mortecina y apagada vida, con una excepción: el episodio nazi. Cuando Hitler llegó al poder, el rector de la Universidad de Friburgo fue obligado a dimitir, y Heidegger lo reemplazó. Sus discursos y escritos hacían palmario que no sólo se felicitó por la llegada de los nazis al poder, sino que consideró ésta como la culminación de su destino filosófico. Rápidamente puso su filosofía, completada con sus expresiones personales y su jerga sobre la autenticidad, al servicio del Reich” (De “La verdad sobre todo”-Ediciones Turus-Buenos Aires 1998).

Las posturas filosóficas que descartan la existencia de Dios, o del orden natural, se denominan ateas. Ignace Lepp escribió al respecto: “Los principales pensadores ateos de nuestra época –Heidegger, Sartre, Camus, Malraux…-rechazan la visión racionalista de la existencia por demasiado superficial e inadecuada a la realidad profunda. Han vuelto a descubrir el carácter fundamentalmente trágico de la existencia humana. Como a los griegos, esta tragedia les parece una fatalidad, un Destino….Sólo somos «muertos sin sepultura», y hagamos lo que hagamos, no saldremos jamás de la nada que somos. A lo sumo, un Malraux prevé la posibilidad de la rebeldía, pero tampoco ella conduce más que al fracaso”. “Leamos a Heidegger, a Sartre o aun a Camus, doquiera se desprende el mismo olor de desesperación y muerte” (De “La existencia auténtica”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Tampoco ha de extrañar que Jean-Paul Sartre haya simpatizado con el marxismo. Matthew Stewart escribió: “Sin duda su prolongado e incuestionado apoyo al estalinismo, posición que compartió con gran parte de la intelligentsia francesa de la posguerra, ha de ser considerado como otro episodio triste en la historia intelectual. Pues demuestra claramente, y quizás con un efecto cruel sobre las víctimas de aquellos tiempos, que incluso aquellos que precian el pensamiento libre y la responsabilidad individual pueden cegarse con sus propios prejuicios de grupo”.

Albert Camus asocia el sufrimiento humano a la desvinculación del hombre de sus proyectos, mientras que la cuestión esencial es la de establecer si existe una finalidad impuesta por el orden natural a los hombres, o si en realidad no existe ningún sentido asociado al universo, escribiendo al respecto: “¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario a la vida? Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin recurso, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el hombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo. Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio, se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada”.

“El tema de este ensayo es, precisamente, esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida de lo absurdo. Se puede sentar como principio que para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción. La creencia en lo absurdo de la existencia debe gobernar, por lo tanto, su conducta. Es una curiosidad legítima la que lleva a preguntarse, claramente y sin falso patetismo, si una conclusión de este orden exige que se abandone lo más rápidamente posible una situación incomprensible. Me refiero, por supuesto, a los hombres dispuestos a ponerse de acuerdo consigo mismo”.

“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale la pena o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía” (De “El mito de Sísifo”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1998).

Se advierte que el mundo visto desde el punto de vista del ateo, no tiene una solución aparente, por lo que se recomienda en estos casos conocer el desarrollo de la ciencia experimental para advertir que, hasta ahora, puede afirmarse que todo lo existente, incluso seres humanos y sociedades, están regidos por leyes naturales. Si existen leyes, puede hablarse entonces de la existencia de un orden, en este caso de un orden natural, que necesariamente ha de tener alguna finalidad implícita y aparente, que puede responder al Dios de la simbología bíblica. E. Borne escribió: “La revuelta atea que no reemplaza a Dios por un antiguo ídolo no descubre en torno a sí más que el absurdo de un universo privado de finalidad”.

Se dice también que “ateo es el que no cree en la existencia de Dios (ateo teórico) o vive como si Dios no existiese (ateo práctico)”. Podemos sintetizar las distintas alternativas:

a) Cristianismo: Hombre + Sociedad + Orden natural = Tiene solución

b) Ateísmo: Hombre + Sociedad + Nada = No tiene solución

c) Totalitarismo: Hombre + Sociedad + Orden artificial = Mala solución

Julian Huxley ha definido con cierta precisión la tarea que el orden natural nos ha impuesto a los hombres, dándonos una finalidad para la vida: “El nuevo modo de comprender el universo ha resultado de la acumulación de nuevos conocimientos, durante los últimos cien años, por psicólogos, biólogos y otros hombres de ciencia, por arqueólogos, antropólogos e historiadores. De acuerdo con él, se han definido la responsabilidad y el destino del hombre, considerándolo como un agente, para el resto del mundo, en la tarea de realizar sus potencialidades inherentes tan completamente como sea posible. Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados. A lo que esta ocupación se reduce, es realmente a la realización más completa de las posibilidades humanas, sea por el individuo, sea por la comunidad, o sea por la especie en la aventura de su marcha a lo largo de los corredores del tiempo”.

“La primera cosa que la especie humana tiene que hacer para prepararse para el cargo cósmico a que se encuentra llamada, consiste en explorar la naturaleza humana, en descubrir cuáles son las posibilidades que se le ofrecen, incluyendo, por supuesto, sus limitaciones, sean inherentes o impuestas por hechos de índole externa. Hemos dado fin, o poco menos, a la exploración geográfica de la Tierra; hemos llevado la exploración científica de la naturaleza, inerte o viva, a un punto en el que sus lineamientos principales ya son claros; pero por lo que a la exploración de la naturaleza humana y sus posibilidades atañe, apenas se ha comenzado. Un vasto Nuevo Mundo de posibilidades inexploradas está esperando su Colón” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

La información útil, para favorecer el proceso de adaptación cultural al orden natural, deberá quedar exenta de toda simbología. De esa manera se evitará gran parte de los problemas y limitaciones de la religión. El citado autor escribió: “La posible creación de una unidad de saber mediante la extensión de un sistema común de hechos y de ideas a toda la especie humana, implica muchas cosas. Desde el momento que el único tipo potencialmente universal de conocimiento es científico, en el sentido de que se apoya en la observación demostrable, o experimentación, dedúcese que dicha unidad de saber sólo puede alcanzarse abandonando los métodos no científicos de sistematizar la experiencia, tales como la mitología y la superstición, las fórmulas mágico-religiosas y las puramente intuitivas. He aquí una tarea enorme, y de importancia vital, para los intelectuales del mundo; fomentar el desarrollo y la propagación de un noosistema con base científica. [Noosistema: conjunto de las actividades y productos, compartibles y transmisibles, de la mente humana, del pensamiento y la ciencia, el arte y el ritual, la ley y la moral, que forma la base de la sociedad humana]. Esto contribuirá también a suprimir el segundo de los grandes defectos de todos los noosistemas presentes y pasados, su falta de correspondencia con los hechos naturales. Los hechos naturales no sólo comprenden los de la naturaleza cósmica, física y biológica, sino también los de la naturaleza humana, o psicológico-social, incluyendo la organización social y la evolución cultural; y aún más, no sólo abarcan los hechos de organización estática, sino también la dinámica de la naturaleza como un proceso”.

La existencia auténtica implica hacerse un colaborador de Dios en la suprema tarea de la creación de la humanidad, proceso en el que mucho hace falta realizar para que permita cobijar plenamente a todos los integrantes de la especie humana.

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