miércoles, 30 de julio de 2014

El intercambio cooperativo

Se considera, en el ámbito de la economía, que el individuo racional, que trata de beneficiarse en todo intercambio, logrará establecer, en libertad y junto a otros individuos semejantes, el sistema autorregulado del mercado. Se considera, además, que tal sistema económico puede funcionar muy bien a pesar del egoísmo de sus participantes, incluso no faltan los optimistas que aducen que funciona mejor cuanto más egoísmo exista, lo que crea cierto conflicto con la ética y, seguramente, con la propia realidad.

Primeramente debe analizarse el caso ideal en el cual participan dos personas en las cuales predomina netamente la actitud cooperativa sobre el egoísmo que puedan tener. En ese caso, ambos buscan un beneficio simultáneo en el intercambio comercial que han de realizar. Desde el punto de vista ético, puede decirse que son personas que tienen la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas y el beneficio simultáneo es la consecuencia esperada. Se advierte que esta situación implica un vínculo estable entre comprador y vendedor ya que podrá prolongarse en el tiempo.

Analicemos ahora el intercambio establecido entre dos personas egoístas, que sólo les interesa su propio beneficio. En principio, el intercambio realizado podrá considerarse tan cooperativo como el anterior, ya que se benefician ambas partes, no advirtiéndose diferencias notables. Sin embargo, es posible que este vinculo comercial sea inestable, y que no perdure en el largo plazo, ya que es un caso similar al de un matrimonio cuyos integrantes forman “un egoísmo de a dos”, que posiblemente terminará en separación, en oposición al matrimonio cooperativo que perdurará hasta el final de la vida.

En el intercambio entre personas egoístas podrá darse el caso en que, alguna vez, la mercadería adquirida resultó deteriorada o de calidad inferior a la normal, situación involuntaria por parte del vendedor. Luego, el comprador egoísta, que poco o nada se interesa por lo que le pueda suceder al vendedor, podrá denunciarlo buscando recibir una indemnización o bien intentará perjudicarlo en actitud de venganza. Este comportamiento pondrá fin al vínculo comercial, que resultó ser inestable. De ahí que el egoísmo no sea recomendable en el ámbito de la economía.

Supongamos ahora un caso mixto, en el cual participa un vendedor cooperativo y un comprador egoísta. En un intercambio típico, el vendedor de cierta mercadería cuyo precio de mercado es de $ 100 la ofrece a sólo $ 80 para beneficiar al cliente reduciendo su propia ganancia (quizás con las intenciones de conquistarlo para futuros intercambios). Sin embargo, como el cliente es egoísta y piensa sólo en su propio beneficio, piensa por un instante que el comerciante pasa por algún apuro económico y que por ello podrá adquirir la mercadería a un precio todavía menor, estableciendo una contraoferta de $ 40. El vendedor se sentirá ofendido por cuanto advierte que el cliente egoísta piensa sólo en su propio beneficio aun a costa del perjuicio ajeno. El vínculo ni siquiera es inestable, ya que no pudo establecerse.

Una situación similar es la de otro comerciante que vende por $ 200 la mercadería mencionada, es decir, al doble del precio de mercado. Un inadvertido comprador, cuando se entera de la situación un tiempo después de haber cerrado la operación, se siente estafado ya que el vendedor egoísta pensó sólo en sus ventajas, aun perjudicando al comprador. Lo que resulta inestable en este caso, además del vínculo comercial, es el futuro del comerciante, ya que, con su comportamiento, perderá muchos clientes.

Si intercambiamos la dupla comerciante-cliente por la dupla empresario-empleado, la situación será semejante. Habrá una situación estable cuando en ambos predomine una actitud cooperativa, siendo inestable cuando el empresario pague menos que el salario de mercado, o cuando tal salario resulte insuficiente, costándole muy poco pagar algo más; o bien cuando el empleado trabaja por mucho menos de lo que se le paga, mostrando además otras deficiencias laborales como irresponsabilidad o negligencia.

Para solucionar los inconvenientes mencionados, de alguna forma debe todo individuo dejar de lado el egoísmo adoptando una actitud cooperativa, beneficiándose con ello una mayor cantidad de personas, principalmente quien acepta el cambio. Esta solución proviene de quienes admiten una visión optimista de la naturaleza humana, o realista, por cuanto la actitud cooperativa forma parte de tal naturaleza al igual que el egoísmo y otras actitudes negativas.

Quienes descartan la existencia de la cooperación natural entre personas suponiendo que todas son necesariamente egoístas, aducen que la economía basada en los libres intercambios no puede funcionar debido a su inherente inestabilidad y al predominio del fuerte sobre el débil. De ahí que propongan suprimir tales intercambios siendo reemplazados por una asignación igualitaria de mercaderías provenientes de una producción planificada por quienes dirigen el Estado, previa expropiación de los medios de producción (socialismo).

Aun cuando no se llegue a esa situación extrema, en las sociedades con economías similares a la de mercado, se establecen controles y distorsiones, por parte del Estado, que perjudican los intercambios cooperativos, tanto como la producción correspondiente, en la presunción de que en tales intercambios predomina totalmente el egoísmo del más fuerte. Aunque tales situaciones existan parcialmente, debe apuntarse siempre a una situación compatible con la naturaleza humana, de lo contrario, partiendo de creencias con ella incompatibles, tarde o temprano surgirán los inconvenientes.

En el caso en que una persona esté impedida de trabajar, necesitará de la ayuda de los demás. Imaginemos la situación de alguien que pide ayuda en la calle, siendo una persona naturalmente agradecida. Cuando otra persona, con buena predisposición, le ofrece una ayuda, se benefician ambas partes. El que obsequió su dinero, obtuvo a cambio una satisfacción moral proporcional al monto respectivo, o al “dolor” momentáneo que la separación de su dinero le provocó, mientras que el receptor se benefició doblemente por el valor económico recibido y por la actitud cooperativa del donante. En caso de que ambas personas fuesen egoístas, no se producirá ninguna ayuda ni habrá beneficios para nadie.

En caso de que el benefactor cooperativo ni siquiera reciba un reconocimiento por dar una ayuda, por cuanto su egoísta destinatario supone que tiene la obligación moral de hacerlo, o por cualquier otra razón, la situación no ha de perdurar. Tampoco resulta aceptable la situación en que un egoísta da algo de sí sólo cuando hay varios espectadores atestiguando su acción. Es posible que el receptor se sienta mal cuando advierte que ha sido usado para una muestra de dudosa generosidad. Peor aún es el caso en que el dador de la ayuda lo hace para resaltar la gran diferencia económica con el receptor, incluso con la alegría disimulada ante la existencia de alguien que sufre una situación adversa.

Para que no queden dudas de la sinceridad de una ayuda, debe ésta ser secreta y sin espectadores. La tradición nos otorga el ejemplo de Santa Claus, o San Nicolás de Bari, una persona con muchos recursos económicos que depositaba en forma anónima una ayuda económica a quien la necesitaba. Quienes tienen una visión negativa de la naturaleza humana, por el contrario, aseguran que no existe una bondad natural en las personas y que cada vez que realizan una ayuda es para mostrarse ante los demás o bien para degradar a quien la recibe. Y de ahí que proponen nuevamente al Estado para desempeñar tal función social. El caso típico de esta actitud fue el de Eva Perón, que acusaba a la “oligarquía” de ayudar a los pobres para denigrarlos, por lo cual desde el Estado peronista se redujo drásticamente la posibilidad de acción de todas las sociedades de beneficencia estableciendo una especie de monopolio de la ayuda en la Fundación Eva Perón. De esa forma, con los aportes coercitivos exigidos a los empresarios, logró el apoyo de medio país (y sus votos vitalicios), mientras que la otra mitad, que recibía sus descalificaciones y calumnias, sentía desprecio por ella. Puede hacerse una síntesis del peronismo:

1- Se confiscan bienes desde el Estado al sector productivo
2- Se los distribuye en nombre del justicialismo
3- Se publicita la ayuda sin exaltar a quien produjo los bienes, sino a quien los confiscó
4- Se descalifica y difama públicamente al sector productivo aduciendo que no distribuyó sus riquezas en forma espontánea, sino bajo presión

Quienes suponen que la naturaleza humana es perversa, tratan luego de reemplazarla por una “naturaleza artificial”, tal la que se basa en el altruismo, actitud que implica beneficiar a los demás aun a costa de perjudicarse a uno mismo. Esta actitud podemos observarla en algunos “cristianos” que mecánicamente dan alguna ayuda sin sentir la satisfacción moral derivada de los afectos, siendo principalmente motivados por la creencia en un Dios que observa desde el cielo y anota en una libreta las buenas acciones cotidianas del creyente en vistas a un futuro premio posterior. En forma similar, la ayuda altruista de los socialistas consiste en otorgar mecánicamente algún bien necesario a quien lo necesita motivado principalmente por la creencia en que un burócrata del Partido Comunista lo observa y anota en una libreta las buenas acciones cotidianas en vistas a un futuro ascenso en la escala jerárquica de la burocracia estatal. Morris y Linda Tannehill escriben:

“A pesar de las «moralidades» tradicionales que glorifican «una vida de sacrificio al servicio de los demás», el sacrificio no puede beneficiar a nadie. Desmoraliza tanto al dador, que ha disminuido su cúmulo total de valor, como al receptor, quien se siente culpable por aceptar ese sacrificio, y resentido porque siente que está moralmente obligado a devolver el «favor» a costa de sacrificar algún valor propio. El sacrificio, llevado hasta sus últimas consecuencias, resulta en la muerte; es exactamente lo opuesto a lo moral o sea al comportamiento pro-vida, pese a que contradiga a los «moralistas» tradicionales”. “No sólo cada hombre debe ser libre para actuar, sino que también debe tener libertad para disfrutar plenamente de los beneficios de todas sus acciones pro-vida. Lo que él gane en placer emocional, bienes materiales y valores intelectuales (como la admiración y el respeto) debe ser completamente suyo; no debe ser obligado contra su voluntad a renunciar a nada de eso para el supuesto beneficio de los demás. No debe ser obligado a sacrificarse, ni siquiera por «el bien de la sociedad»”.

“En la medida en que el hombre no es libre de vivir su vida en paz de acuerdo a sus propios estándares ni de poseer plenamente lo que fuere que él se gane, es un esclavo. Esclavizar a los hombres «por el bien de la sociedad» es una de las formas más sutiles y extendidas de esclavitud, por la que abogan constantemente sacerdotes, políticos y filósofos charlatanes que, mediante el trabajo de los esclavizados, esperan ganar lo que no se han ganado” (De “El mercado para la libertad”-Barbarroja Lib.-Bs. As. 2014).

martes, 29 de julio de 2014

Judaísmo vs. sionismo

Si la religión es el alma de una nación, el Estado será su cuerpo. De la misma manera en que debe existir en todo individuo una armonía entre alma y cuerpo, o entre los aspectos afectivos e intelectuales y los aspectos materiales, en toda nación debe imperar una armonía entre Estado y religión. De ahí que podrá haber entendimiento entre ambos o bien conflictos. Para permitir el entendimiento, se establece un criterio similar al de la división de poderes imperante en las democracias, tal el que promueve la separación de Estado y religión, mientras que los conflictos surgirán cuando el Estado trate de dominar, minimizar, separar, reemplazar o suprimir la religión. Como ejemplos de estas posibilidades tenemos a la España de Francisco Franco en donde el Estado domina a la Iglesia Católica; a la Argentina de Juan D. Perón donde se trata de desplazar la Doctrina Católica para imponer la Doctrina Justicialista, incluso sus seguidores queman varios templos; a la Rusia de Vladimir Lenin en donde el Estado suprime la religión eliminando a miles de sacerdotes y predicadores. También puede darse el caso inverso, en donde es la religión la que domina al Estado, como ocurre en algunos países islámicos.

La división existente en la población de un país, junto a la división conflictiva entre Estado y religión, es un problema tan viejo como el mundo, siendo generalmente promovido por líderes con excesivas ansias de poder. En la simbología cristiana aparece tal división como el Reino del Hombre, o Reino del César, en oposición al Reino de Dios. Dentro de la comunidad judía se advierte una división interna entre adherentes al judaísmo tradicional y aquellos que apoyan al sionismo, aunque el primer grupo reúna, en todo el mundo, a unos cientos de miles en contraste con los millones restantes con que cuenta el segundo. Yakov Rabkin menciona una proclama de manifestantes de Montreal en ese sentido:

“Peor que el sufrimiento, la explotación, la muerte y la profanación de la Torá ha sido la putrefacción interior que el sionismo inyectó en el alma judía. El sionismo ha ofrecido una definición laica de la identidad judía como un reemplazo de la fe unánime de nuestro pueblo en la Torá recibida del cielo. Ha llevado a los judíos a ver el exilio como el resultado de una debilidad militar; y también ha destruido el concepto religioso del exilio como un castigo por nuestras transgresiones. Ha sembrado la confusión entre los judíos tanto en Israel como en los EEUU, haciendo de nosotros un Goliat opresor. Ha hecho de la crueldad y la corrupción la norma de sus adeptos”. “Es por eso que el quinto día del mes de Iyar [fecha de la proclamación del Estado de Israel según el calendario judío] es un día de pena extraordinaria para el pueblo judío y para toda la humanidad. Los círculos ortodoxos lo marcaron con un ayuno y un duelo, haciendo penitencia con un sayal y la ceniza. ¡Quizás nos merezcamos poder ver el desmantelamiento pacifico del Estado y el arribo de la paz entre musulmanes y los judíos de todo el mundo” (De “Contra el Estado de Israel”-Ed. Martínez Roca-Buenos Aires 2008).

Es ésta la típica división entre sectores que podríamos denominar patriotas, por una parte, y nacionalistas, por la otra. Así, el judaísmo tradicional se identifica con los patriotas, que aman a su pueblo sin menoscabo del resto de los pueblos, mientras que el sionismo se identifica con el nacionalismo, que pretende que sus seguidores amen a su pueblo pero muy poco al resto. Mientras que los distintos patriotismos se proyectan hacia un “saludable” internacionalismo, los diversos nacionalismos se orientan, cuando las circunstancias lo permiten, hacia algún tipo de imperialismo (sin descartar el que a veces ejercen contra sus propios connacionales).

Mientras que el judaísmo se preocupa por el “alma” de la comunidad, incluso aceptando su condición histórica de “inquilinos” dispersos por el mundo, el sionismo se preocupa por el “cuerpo” de la comunidad, asegurando la existencia de una “casa propia”, como es el Estado de Israel. De ahí que, si predominara el judaísmo en lugar del sionismo, seguramente no se habrían producido los serios conflictos con los palestinos, como los ocurridos recientemente en Gaza y que son sólo una muestra de un estado de guerra casi permanente desde la fundación de dicho Estado.

Los sionistas pretenden hablar en nombre de todos los judíos del mundo, mientras que los adeptos al judaísmo temen convertirse en rehenes, en el resto de los países, de las políticas israelíes y de sus consecuencias. “Los sionistas afirman que el Estado de Israel debe ser conocido como «el Estado sionista» y no como «el Estado judío» o «el Estado hebreo»”. “Al indicar que «el Estado ha pasado a ser más importante que los judíos» se pone de relieve la transformación de identidad que sufren los judíos desde hace más de un siglo, pasando de una «colectividad de fe» hacia una «colectividad de destino»”.

La presencia preponderante del Estado se advierte desde los inicios de su fundación. Yakov Rabkin agrega: “El verdadero fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion (1886-1973), admira a Lenin, y se puede comprender mejor el proyecto sionista en la admiración que él siente respecto de la imposición del régimen comunista en Rusia: «La gran revolución, la revolución primordial, que debía arrancar de raíz la realidad imperante, estremeciendo sus fundamentos hasta lo más recóndito de esa sociedad decadente y putrefacta»”.

Recordemos que Vladimir Lenin establece un poderoso Estado que trata de borrar todo vestigio de religión, especialmente cristiana. Si los posteriores dirigentes sionistas piensan y sienten en forma similar a Ben Gurion, no resulta extraño que se haya reemplazado también en Israel su religión por un pensamiento esencialmente antirreligioso, aunque seguramente se hayan respetado las apariencias. El escaso respeto hacia la vida de los palestinos sigue de cerca el desprecio que Lenin sentía por la vida de los cristianos de la Rusia de principios del siglo XX. Resulta evidente que el Estado de Israel resulta bastante más afín al ideal totalitario del marxismo-leninismo que a la tradición religiosa que ha pretendido suplantar. De la misma forma en que un pequeño grupo bolchevique se arrogaba el derecho de representar a toda una clase social (el proletariado), el sionismo se arroga el derecho a representar a todos los judíos, lo que implica, necesariamente imponer sus criterios sectoriales borrando, o minimizando, algunos aspectos importantes de sus “representados”, como es la religión.

En cuanto los objetivos perseguidos por el sionismo, el citado autor escribe: “El sionismo representa un movimiento nacionalista que persigue cuatro objetivos esenciales:

1- Transformar la identidad transnacional judía centrada en la Torá en una identidad nacional a semejanza de otras naciones europeas
2- Desarrollar una nueva lengua vernácula, es decir una lengua nacional, fundada en el hebreo bíblico y rabínico
3- Desplazar a los judíos de sus países de origen hacia Palestina
4- Establecer un control político y económico sobre Palestina

“Mientras que los otros nacionalismos de la época sólo tienen que ocuparse de la lucha por el control de su país, para convertirse en «dueños de casa», el sionismo se propone un desafío más grande y debe al mismo tiempo realizar los tres primeros objetivos”. “A fin de comprender la complejidad que subyace en cualquier discusión sobre el pueblo judío en los siglos XIX y XX, es necesario reconocer primero la secularización, es decir el abandono del «yugo de la Torá y de sus mandamientos”, que ahonda la división entre «judeidad» y «judaísmo»”.

Varios autores señalan que existen, además, planes siniestros para el resto del mundo, que estarían incluidos en los Protocolos de los Sabios de Sión. Sin embargo, si la adhesión de Ben Gurion a Lenin fuese compartida por el resto de los lideres sionistas, no habría necesidad alguna de tales Protocolos; a menos que Lenin los hubiese leído y puestos en práctica con anterioridad.

La escala de valores promovida por el sionismo difiere esencialmente de aquella promovida por la tradición. “Los alumnos de las escuelas públicas en Israel aprenden los mitos fundadores del nuevo Estado….Pero antes que nada, ellos aprenden el valor del arrojo, del coraje, de la intrepidez, cualidades que habrían desaparecido de la vida judía a causa del exilio. Las escuelas jaredis [ultra-ortodoxos], al contrario, enseñan que son esas mismas cualidades, a saber: el orgullo y la intransigencia, las que habrían causado el exilio. Los dos puntos de vista son totalmente opuestos y afectan las lecciones que cada grupo extrae de la historia judía”.

La postura tradicionalista supone que todo lo que le acontece a un individuo, o a un pueblo, depende de sus acciones, lo que en general es cierto, incluso acepta una intervención directa de Dios que impone premios y castigos fuera de la estricta ley natural que rige los acontecimientos humanos, lo que puede no ser cierto. Paul Johnson escribió: “El Holocausto y la nueva Sión estuvieron orgánicamente relacionados. El asesinato de seis millones de judíos fue un factor causal básico en la creación del Estado de Israel. Y esto armonizaba con una antigua y poderosa fuerza motriz de la historia judía: la redención por medio del sufrimiento. Millares de judíos piadosos entonaron su profesión de fe mientras se los empujaba hacia las cámaras de gas, porque creían que el castigo infligido a los judíos, un proceso en que Hitler y las SS eran meros agentes, era obra de Dios y constituía en sí mismo la prueba de que Él los había elegido. De acuerdo con el profeta Amós, Dios había dicho: «Sólo a vosotros he reconocido entre todas las familias de la tierra, y por lo tanto os castigaré por todas vuestras iniquidades». Los sufrimientos de Auschwitz no eran meros sucesos. Eran sanciones morales. Eran parte de un plan. Confirmaban la gloria futura. Más aun, Dios no sólo estaba irritado con los judíos. Estaba dolorido. Lloraba con ellos. Los acompañaba a las cámaras de gas, como los había acompañado al Exilio” (De “La historia de los judíos”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1991).

Mientras que el judaísmo propone continuar con una forma de vida que sitúa a los judíos en diversos países, pero unidos por la religión y la fe, el sionismo pretende unirlos en el Estado de Israel, bajo el asedio permanente de pueblos hostiles que sólo piensan en hacerlo desaparecer. Hannah Arendt escribió: “Incluso si los judíos pudieran ganar la guerra, los judíos victoriosos estarían rodeados por una población árabe totalmente hostil, aislados detrás de las fronteras, amenazados, absorbidos por la necesidad de la autodefensa física. Y este sería el destino de una nación que –poco importa el número de inmigrantes que pudiera integrar, y poco importa también hasta dónde podrían extenderse sus fronteras- albergará un pueblo muy pequeño ante vecinos hostiles mucho más numerosos” (Cita en “Contra el Estado de Israel”).

domingo, 27 de julio de 2014

La lucha antirreligiosa

Por lo general, los conflictos religiosos tienen como contendientes a los seguidores de dos religiones distintas, como es el caso de musulmanes contra judíos, o católicos contra musulmanes. También son posibles las disputas dentro de una misma religión, como las que hubo entre católicos y protestantes. Además, existe otra entre el ateísmo activo en contra del cristianismo, de donde surge el comunismo. Si bien la historia no ha de cambiar a partir de nuevos rótulos que podamos aplicarle a sus capítulos, con ellos será posible entender algo mejor algunos aspectos del pasado. Wolfgang Goethe escribió: “El verdadero, único y más hondo tema de la historia del mundo y de la Humanidad, al cual están subordinados todos los demás, es el conflicto entre la incredulidad y la fe”.

La lucha del marxismo-leninismo contra del cristianismo ha sido simbolizada como el Reino del Hombre contra el Reino de Dios, o bien el Reino del César contra el Reino del Espíritu. Desde el punto de vista de la ciencia actual, podemos decir que se trata de una lucha entre una ideología que desconoce o rechaza las leyes psicológicas elementales, por una parte, en contra de una religión que, según se ha podido advertir, las contempla fundamentando sus prédicas en ellas, por otra parte. Mientras que el marxismo-leninismo se opone al orden natural, el cristianismo promueve la adaptación al mismo. Alfredo Saénz escribió: “La Revolución Francesa y la Revolución Soviética son las únicas dos grandes revoluciones de la historia. No «golpes de Estado» sino revoluciones, que no es lo mismo. Ambas, contra el orden natural y sobrenatural” (De “De la Rus' de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

Algunos autores aducen que el comunismo fue inicialmente impuesto en Rusia debido a características propias de su pueblo, como una anti-religión que luego pretendió expandirse a todo el planeta. Para su intromisión se utilizaron “prestadas” imágenes simbólicas del Reino de Dios, una sociedad que surgiría luego de que la mayor parte de sus integrantes adoptara como norma para sus vidas el amor al prójimo. Con las imágenes “prestadas” de esa sociedad ideal, se engañó al pueblo con otra en su reemplazo, muy diferente, el “socialismo” o “comunismo”, que habría de establecerse mediante el odio y la mentira; un camino opuesto al indicado por Cristo. Georg Siegmund escribió:

“Con todo, sería totalmente insuficiente considerar al marxismo como filosofía. Lo que al marxismo le ha dado su asombrosa pujanza es el hecho de que las energías liberadas de una antigua fe han encontrado en él un sucedáneo secularizado. Desde hacía tiempo, sobre todo en Rusia, un oscuro y flotante, pero fervoroso mesianismo andaba buscando un remedio no sólo a sus necesidades materiales, sino muy especialmente al general fracaso humano, refugiándose en una tierra de promisión; febrilmente, grandes masas populares, que aún no habían perdido todo el gusto por la vida, esperaban el establecimiento de un «Reino de Dios», del que se oían las cosas más extrañas. Un pueblo esclavizado, que creía en su predestinación, esperaba poder realizar el reino mesiánico, después de la más radical revolución y de la dictadura del «proletariado». Como la ideología de Karl Marx descansaba en una fe, realmente fanática, en la eficacia salvadora de la revolución, estaba muy en condiciones, al ser aceptada por el ardiente anhelo mesiánico del pueblo ruso, para convertirse en un delirio, que no se calmará hasta implantar la revolución mundial”.

“La fuerza que anima a esta contra-fe, se formula así: Nosotros somos la energía del porvenir, con nosotros marcha el progreso, que no admite interrupciones, sino que se impone con la misma necesidad que un proceso cualquiera de la Naturaleza. Fundamental, para esta pseudo-religión es la fe, admitida gratuitamente por principio, en el progreso histórico, que estará siempre del lado del materialismo dialéctico. Sin embargo, la «rueda» de la historia ha girado ya demasiado, colocándonos lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, para poder justificar una fe tan rectilínea en el progreso. Al no descansar tal fe en argumentos, cosa que rechaza expresamente, es natural que el desengaño de una inesperada evolución histórica la desenmascare como puro delirio. Y tales desengaños no pueden ser disimulados. Recientemente [escrito en 1956] se celebró en Moscú un congreso de técnicos en la propaganda atea, que no tuvieron más remedio que confesar el hecho de que la «rancia superstición» sigue imperando en amplios sectores del pueblo como fuerza viva, y a pesar de ser tan combatida, ha podido seguir ganando adeptos. Con esto no cabe duda que el tópico de «religión anticuada» que, -una vez que se le haya privado de todo apoyo externo- tiene que morir por sí misma, ha experimentado un rudo golpe. Carece de sentido el querer calcular de qué lado se encuentran las energías más fuertes y prometedoras, para intentar un pronóstico. Las fuerzas vitales, que una fe puede atraer hacia sí, no es, en fin de cuentas, lo decisivo, sino la fuerza espiritual de la verdad, sobre la que esa fe descansa” (De “La lucha en torno a Dios”-Ediciones Studium-Madrid 1962).

La religión es esencialmente una cuestión de moral antes que un tema adecuado para el entretenimiento intelectual de los filósofos. William James expresó: “Dios es real porque produce efecto reales”. De ahí que el predominio religioso, o bien el predominio ateo, se observará en los efectos reales que una creencia produce en la sociedad. Si se afronta una crisis severa, puede decirse que predomina el ateismo, en forma independiente de la cantidad de personas que afirmen adherir a alguna postura religiosa. Por el contrario, en una sociedad con elevado nivel ético, predominan los efectos de la influencia de una religión moral, o de alguna ideología equivalente. Entre las causas que promueven la decadencia moral, se encuentra el deterioro de la religión ocasionado por sus propios difusores, que han priorizado las actitudes filosóficas “aliadas” rechazando las diferentes sin apenas tener presente el comportamiento ético resultante. Es conveniente tener en cuenta que no todo ateísmo necesariamente es marxista, en cuyo caso queda excluido de la lucha mencionada.

En la Argentina actual podemos advertir los rastros de esa lucha en el campo de la política, la cultura y la economía. Al ateismo activo, que propone un totalitarismo económico y político, apoya tácitamente a la delincuencia, promueve el aborto y el libertinaje moral, se desinteresa por el tráfico de drogas, promueve el odio a empresarios y opositores, etc. A este ateísmo se le opone un catolicismo no del todo unánime ni suficientemente convencido; de ahí el predominio del primero.

Entre las debilidades mostradas por las Iglesias cristianas, se observa la pretensión de que no sólo las predicas de Cristo sean aceptadas masivamente, sino toda una filosofía asociada que muchas veces resulta incomprensible. Luego, ante la exigencia de que todo ello debe ser aceptado como dogma de fe, espantan a más de uno. En lugar de acentuarse la postura científica que postula la existencia de una ley natural invariable, a la cual nos debemos adaptar, se sigue con las antiguas prácticas paganas de pedir a Dios que interrumpa tales leyes para que nos resulten favorables. Incluso, considerando la enorme cantidad de santos que ha existido a lo largo de la historia religiosa, en lugar de disponer ejemplos para adoptar según una elección individual, se los utiliza como amuletos de la buena suerte que gentilmente participarían de un intercambio de promesas y homenajes por beneficios concedidos.

La fuerza del reproche ateo contra la religión radica en que ataca, no tanto al cristianismo original, sino a su versión distorsionada y casi pagana, que tarde o temprano termina destruyendo toda religión moral, a menos que se hagan esfuerzos para que ello no ocurra. De ahí que Marx ni siquiera se haya molestado en estudiar la religión en serio, sino que parece haber considerado la “versión callejera” del cristianismo, observando algunos casos de evidente paganismo, ya que al adepto le resulta más sencillo amoldar la religión a sus gustos personales que cambiar su personalidad ante los requerimientos de la religión. Luego, los seguidores de Marx, por fidelidad al líder espiritual, acataron su exacerbado ateísmo. Ignace Lepp escribió:

“Marx no siente ninguna necesidad de verificar y de justificar sus afirmaciones desde el momento en que se trata de la religión”. “Podía por cierto haber encontrado lo que él llama «principios sociales del cristianismo» en el comportamiento de algunos cristianos y quizás también en algunos sermones, pero habría buscado en vano su confirmación en algún escrito teológico o un documento pontificio. Esto confirma plenamente nuestra convicción de que el ateismo de Karl Marx nada tiene de científico, sino que depende de una situación afectiva compleja y cuya explicación no debe darla la economía política, sino la psicología profunda”.

De la misma forma en que Adolf Hitler sentía una aversión personal contra los judíos, por algún conflicto de tipo psicológico, Karl Marx la sentía por los cristianos por razones de ese tipo. La gravedad del caso radica en la masiva adhesión que ambos lograron induciendo odios colectivos a gran escala. De ahí que no resulte difícil comprobar lo poco que vale la vida de un judío para algunos de los adeptos nazis que todavía existen, o lo poco que vale la vida de un cristiano para los numerosos seguidores de Marx en la actualidad; incluso no resulta extraño que exalten con cinismo la figura de un asesino serial como el Che Guevara o adhieran a la violencia urbana considerando al delito como “la justicia ante una sociedad excluyente”, como afirmó cierto juez kirchnerista. Ignace Lepp agrega:

“El rechazo del cristianismo se hace, tanto en Marx como en Freud, en nombre de la ciencia, pero en este rechazo salta a la vista la parte desempeñada por el elemento pasional afectivo. Si el socialismo occidental del siglo XIX se ha afirmado, desde el comienzo, completamente ateo, ello se debe, al parecer, al considerable número de intelectuales judíos que encontramos entre sus protagonistas. Para comprender esto, no es menester imaginar no sé qué complot de los Sabios de Sión contra la religión de Cristo. La verdad es mucho más simple. La Europa occidental de su tiempo no era religiosamente cristiana, si bien pretendía serlo sociológicamente. La intelligentzia judía chocaba por doquier, en su voluntad de ascensión, con barreras erigidas en nombre de la religión. Sus miembros luchaban pues, conscientemente, contra la «enajenación religiosa» en nombre de la filosofía, de la ciencia o de la historia. Inconscientemente, se rebelaron contra el cristianismo, cuyos adeptos los ponían aparte, los obligaba a sentirse extraños en países que, sin embargo, eran sus patrias” (De “Psicoanálisis del ateismo moderno”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Todo parece indicar que, conociendo un poco mejor la verdad, se adquiere una mayor conciencia de las cosas, y las soluciones a los conflictos pueden comenzar a aparecer. Es posible que en poco tiempo más, la visión clarificadora de las ciencias humanas y sociales, iluminará los puntos oscuros de nuestro conocimiento para el inicio de una nueva etapa de la humanidad, mejor que las anteriores.

sábado, 26 de julio de 2014

La actitud del científico

La falta de entendimiento y los conflictos entre naciones provienen tanto de fallas éticas como también de cuestiones cognitivas. Ello se debe a que, mientras que unas están orientadas por distintas creencias, otras lo están por diversas evidencias. De ahí que la solución de conflictos deba esperar coincidencias previas en los aspectos señalados, es decir, en las formas que adopta el pensamiento dominante en los diversos pueblos. Auguste Comte señalaba que toda rama del conocimiento pasaba por tres etapas: teológica (religiosa), metafísica (filosófica) y positiva (científica), de donde, presuponiendo la validez de esta hipótesis, puede deducirse que los conflictos se deben a que los distintos pueblos transitan, en una misma época, distintas etapas cognitivas y que la mayor parte de ellos vive alejada de la actitud científica (además de los desencuentros por carencias éticas ya señalados).

El científico, por lo general, no pregunta por qué el mundo funciona de tal o cual manera, ya que las posibles respuestas serán difíciles de verificar. Adopta una postura más simple y menos exigente contentándose con describir cómo funciona la pequeña porción de universo a la que dedica sus indagaciones, mientras que los “por qué” reciben siempre una misma respuesta: porque Dios lo hizo así, o porque la naturaleza ha sido creada de esa manera. El religioso, mediante la revelación de la verdad, tiene respuestas para todo, siendo su conocimiento incompatible con otras creencias, mientras que el filósofo trata de lograr una visión personal y general de todo lo existente.

El científico colabora con su pequeño aporte para la construcción de un edificio realizado por muchas manos, mientras que el filósofo sólo puede realizar una pequeña vivienda. El primero es el que, al especializarse, “sabe todo de nada”, mientras que el segundo, al no especializarse, “sabe nada de todo”.

El científico se distingue de los teólogos por cuanto adopta como referencia la propia realidad, sin confiar demasiado en las opiniones de otros hombres y ni siquiera de la propia, ya que la pone a prueba a cada instante. Por el contrario, el religioso, al basarse en la fe, una mezcla de creencia y de confianza en la palabra de otro hombre, la adopta como referencia. En realidad, el científico tiene muy en cuenta las opiniones y los resultados obtenidos por otros hombres, especialmente en su etapa de formación. Sin embargo, sus maestros son sólo intermediarios entre la realidad y sus discípulos. De ahí que se pretenda en la educación que los alumnos adopten un pensamiento critico, no en el sentido de dudar de todo lo que se les dice, sino de adoptar la realidad como referencia tanto para su formación ética como intelectual. Albert Einstein escribió:

“La insistencia exagerada en el sistema competitivo y la especialización prematura en base a la utilidad inmediata matan el espíritu en que se basa toda vida cultural, incluido el conocimiento especializado”. “Es también vital para una educación fecunda que se desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente, desarrollo que corre graves riesgos si se le sobrecarga con muchas y variadas disciplinas. Este exceso conduce inevitablemente a la superficialidad. La enseñanza debería ser de tal naturaleza que lo que se ofreciese se recibiera como un don valioso y no como un penoso deber” (De “De mis últimos años”-Aguilar SA de Ediciones-México 1969).

No son pocos los que ven un antagonismo entre ciencia y religión al no advertir que en ambos casos se busca conocer leyes naturales, o las leyes de Dios; que rigen el mundo material y orgánico en el caso de la indagación científica y los aspectos éticos y conductuales en el caso de la religiosa. Ernst Mayr escribió: “Prácticamente todos los arquitectos de la revolución científica siguieron siendo devotos cristianos; por eso no debe sorprendernos que el tipo de ciencia que desarrollaron fuera, en muchos aspectos, una ramificación de la fe cristiana. Desde su punto de vista, el mundo había sido creado por Dios y, por lo tanto, no podía ser caótico. Estaba gobernado por Sus leyes, que, puesto que eran leyes divinas, eran universales. Se consideraba que una explicación de un fenómeno o un proceso era sólida si se ajustaba a una de dichas leyes. De este modo se pretendía llegar a un conocimiento claro y absoluto del funcionamiento del cosmos, y con el tiempo sería posible demostrar y predecir todo. Así pues, la tarea de la ciencia de Dios consistía en descubrir aquellas leyes universales para descubrir la verdad universal definitiva encarnada en dichas leyes, y en poner a prueba su veracidad mediante predicciones y experimentos” (De “Así es la biología”-Editorial Debate SA-Madrid 1995).

En realidad, ante los avances de las investigaciones acerca de la conducta humana, se halla cada vez más cerca la posibilidad de que la ética sea una rama más de la ciencia experimental. En cuanto a la visión científica de la realidad, podemos asociarla esencialmente a la supuesta existencia de un universo regido íntegramente por leyes naturales invariables, siendo la tarea del científico describirlas en una forma objetiva tratando de llegar a una verdad aproximada, cuando la diferencia (o error) entre la ley natural y la descripción es muy pequeña, o bien llegar a la verdad cuando el error sea nulo.

“Otro rasgo de la ciencia que la distingue de la teología es su carácter abierto. Las religiones se caracterizan por su relativa inviolabilidad; en las religiones reveladas, una diferencia en la interpretación de una sola palabra del documento fundacional revelado puede dar origen a una nueva religión. Esto contrasta de manera espectacular con la situación en cualquier campo activo de la ciencia, donde existen versiones diferentes de casi todas las teorías. Continuamente se hacen nuevas conjeturas, y la diversidad intelectual es considerable en todo momento. De hecho, la ciencia avanza por un proceso darviniano de variación y selección en la elaboración y comprobación de hipótesis”.

Si el “oficio” del científico es la búsqueda de la verdad, se sobreentiende que la ha de buscar con ansiedad respetando las leyes y convenciones aceptadas tácitamente en su actividad. Idealmente debería sentirse mejor con un nuevo e importante conocimiento aportado por otro investigador, que por un pequeño avance logrado por él mismo. “Los científicos tienen tradiciones y valores propios y específicos, que aprenden de un profesor, un colega de más edad o algún otro modelo. El sistema de valores no sólo proscribe los fraudes y mentiras, sino que obliga a dar crédito adecuado a los competidores si éstos tienen prioridad en un descubrimiento. Un buen científico defenderá tenazmente sus propias reivindicaciones de prioridad, pero al mismo tiempo suele estar deseoso de agradar a las figuras principales de su campo y a veces acatará su autoridad aunque debería ser más crítico”.

“Toda trampa o manipulación de datos se descubre tarde o temprano y significa el final de una carrera; aunque sólo fuera por esta razón, el fraude no es una opción viable en la ciencia. La inconsistencia es un defecto más extendido; seguramente no existe un solo científico que esté completamente libre de él”.

“Reconociendo que el error y la inconsistencia son frecuentes en la ciencia, Karl Popper propuso en 1981 un conjunto de normas éticas profesionales para científicos. El primer principio dice que no existe la autoridad; las inferencias científicas van mucho más allá de lo que cualquier individuo puede dominar, aunque se trate de un especialista. En segundo lugar, todos los científicos cometen errores algunas veces; parece algo inevitable. Hay que buscar los errores, analizarlos cuando se los encuentra y aprender de ellos. Ocultar los errores es un pecado imperdonable. En tercer lugar, aunque esta autocrítica es importante, tiene que complementarse con críticas ajenas, que pueden ayudarnos a descubrir y corregir los errores propios. Para poder aprender de los errores, hay que reconocerlos cuando otros nos los señalan. Y por último, siempre hay que ser conscientes de los errores propios cuando se señalan los ajenos”.

Se advierte que, mientras que el hombre avanza en el conocimiento científico asociado a la materia y a la vida no humana, permanece atrasado en los conocimientos necesarios para adecuar su vida a las leyes naturales existentes. Si bien se aduce generalmente que ello se debe a que las humanidades son más difíciles que las otras ciencias, no debe dejarse de considerar la posibilidad de que el atraso se deba a que no exista una real voluntad por conocer la verdad o bien por no establecer las preguntas adecuadas que orientarán la indagación intelectual.

En cierta forma, debe imitarse la actitud del científico en el sentido de que busca la verdad con todas sus fuerzas, rechaza la mentira de igual manera tanto como todo conocimiento dudoso o incompleto, observa los resultados de su tarea y corrige los errores. Por el contrario, en el caso de la religión, es impensable que se vaya a ceder un poco ante críticas adversas recibidas. Así, cuando Hans Kung, en años recientes, cuestionó la “infalibilidad papal” en aspectos asociados a la fe, decretada en 1870 por la Iglesia Católica, fue separado de la misma en sus funciones de teólogo católico.

De la misma manera en que resulta efectivo que los Estados sean regidos principalmente por leyes ante que por decisiones del momento de líderes políticos, la religión debería adoptar una postura similar. Daisaku Ikeda escribió: “El mundo de hoy requiere urgentemente un sistema de pensamiento superior. No obstante, creo que deberíamos analizar la naturaleza de una creencia de este tipo en función de las bases sobre las cuales se asienta. Lo que quiero decir es que tendríamos que preguntarnos si una religión superior debería basarse en un dios o en una ley. Creo que el hombre actual se beneficiaría creyendo en una religión basada en una ley, porque un culto así, además de ser confiable, superaría los criterios modernos regidos por la lógica y la razón” (De “Elige la vida”-A.J. Toynbee y D. Ikeda-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2005).

Mientras que la actitud del científico no es tibia ni neutral, ya que en forma decisiva propone la verdad y rechaza el error y la mentira, los pueblos adoptan el multiculturalismo y el relativismo cultural y moral, que conducen a la aceptación igualitaria tanto del bien como del mal, o de la verdad como la mentira. Tal es así que la religión está siendo usada como vehículo para imponer un totalitarismo teocrático en Europa, constituyendo un serio riesgo tanto para la civilización como para la libertad y la seguridad individual.

En el campo económico ocurre otro tanto ya que, ante el fracaso del comunismo, consecuencia de seguir una filosofía errónea, se critica al denominado “pensamiento único”, es decir, para el científico social, existe una ciencia económica aceptada y verificada, y también posturas anticientíficas, debiendo rechazar una de las dos. Al elegir la ciencia, será luego difamado como promotor de tal pensamiento “excluyente”, que es justamente el tipo de pensamiento que fue puesto en práctica en los países socialistas ante toda manifestación científica y religiosa que, por lo general, no se adecuaba, no a la realidad, sino a la ideología imperante.

jueves, 24 de julio de 2014

Amor y empatía

La empatía es una respuesta emocional, considerada por los psicólogos sociales, mientras que el amor es una respuesta sugerida inicialmente por la religión. Si la empatía se define como la capacidad para compartir el sufrimiento de otras personas, el amor es la capacidad para compartir tanto el sufrimiento como las alegrías de los demás, por lo que se trata de la misma actitud. Michael A. Hogg y Graham M. Vaughan escribieron: “La empatía es una respuesta emocional al sufrimiento de otra persona, una reacción al ser testigo de un evento perturbador. Es la capacidad de identificarnos con las experiencias de otra persona, especialmente con sus sentimientos” (De “Psicología Social”-Editorial Médica Panamericana SA-Madrid 2010).

La definición del amor aparece en forma explícita en los escritos de Baruch de Spinoza en el siglo XVII: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza: y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”. Siguiendo el retroceso en el tiempo, llegamos a uno de los mandamientos de Cristo: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, expresión que, para ser compatible con la definición anterior, implica “compartir las penas y las alegrías de los demás como propias”.

A partir de la empatía podemos definir la empatía negativa, que implica alegrarse del sufrimiento ajeno, estando el odio vinculado a tal actitud. Baruch de Spinoza escribió: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según mayor o menor el afecto contrario sea en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1984).

A partir de estas actitudes es posible definir una ética natural objetiva e, incluso, una escala de valores objetiva. Así, los mejores serán los que posean una elevada capacidad para amar, mientras que los peores tendrán una elevada capacidad para odiar. Luego, el amor y el odio, junto al egoísmo y a la indiferencia, completan las cuatro actitudes básicas del hombre.

Los mandamientos de Cristo aparecen también en el Antiguo Testamento, aunque no tienen la relevancia que se les da en los Evangelios, algo similar a lo que ocurre con el amor y la empatía en los libros de psicología. Indagando en otras religiones, encontramos que el amor aparece en la tradición budista y confucionista. Daisaku Ikeda escribió al respecto:

“El concepto budista de jihi da al amor un valor sustancial. Su significado –un profundo sentimiento de benevolencia y empatía- se define, literalmente, como eliminar el sufrimiento de los demás e infundirles felicidad (bakku yoraku)”. “La palabra bakku significa erradicar la causa del sufrimiento oculto en las profundidades de la vida humana. Bakku comienza siendo una corriente de empatía (doku), es decir, sentir el dolor de otro semejante como si fuese el propio pesar, y querer aliviarlo. Sin la vivencia del doku, no habría acciones concretas inspiradas en el deseo de paliar la angustia ajena. Doku requiere de sutil inteligencia y de imaginación, pues, para sentir el dolor de otra persona, hay que ser capaz de crear un lazo emotivo con el prójimo e imaginar su penosa situación, identificándose con ella, poniéndose exactamente en su lugar…Las personas de escasa inteligencia son indiferentes al sufrimiento de otros seres”.

“Doku es la base sobre la cual se desarrolló la vida comunitaria que caracteriza al ser humano. La convivencia grupal cooperativa es común en el mundo de los seres vivos, pero el ser humano es el único que conserva una fuerte individualidad, al mismo tiempo que preserva el grupo en atención a las necesidades de la vida cotidiana. El hombre puede hacerlo, porque percibe el sufrimiento de sus semejantes y comprende que el grupo es una estructura de protección. Pero el sentimiento de doku no debe convertirse en lástima o en mero consuelo, desprovisto de acción. Por eso hay que ir de la empatía (doku) a la eliminación activa de la causa que genera el sufrimiento (bakku)”. “¿Por qué motivo sigue habiendo tantos conflictos y guerras sangrientas, pese a que las grandes religiones del mundo predican el amor en todas las latitudes? Sin duda, no será porque el amor es más débil que el odio. La verdadera razón es que al amor no se le ha dado una expresión práctica, fiel a la naturaleza; se lo mantuvo en el plano de la mera abstracción. Por ese motivo, el odio sacó tanta ventaja” (De “Elige la vida” de Arnold J. Toynbee y Daisaku Ikeda-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2005).

En cuanto al confucionismo, el citado autor expresa: “En la historia de la filosofía china, se produjo una polémica en torno de la jerarquía de las distintas formas de amar. El filósofo confuciano Mencio, citando palabras del propio Confucio para convalidar su punto de vista, sostuvo que el amor debía ser distribuido de manera desigual y distintiva; así pues, el amor a los miembros de la propia familia debía estar por encima del amor a los desconocidos y extranjeros. En esta controversia, el antagonista de Mencio era Mo Tzu, para quien el amor del ser humano debía asignarse imparcialmente a todos los individuos y semejantes. Éste es uno de los eternos problemas éticos y sociales de la existencia humana”.

“Las perspectivas de Confucio y Mo Tzu difieren, dado que uno propugna jerarquizar el amor y poner en la cúspide el sentimiento familiar, por sobre cualquier otro tipo de afectividad, y el otro propone un amor universal, dirigido a todas las personas con la misma intensidad con que el individuo se ama a sí mismo. No obstante, tiene usted razón [se refiere a Toynbee] al decir que la sociedad moderna necesita imperiosamente de ambas clases de amor benevolente. En muchos casos, la falta de amor es dolorosamente visible; es común ver personas que no aman a sus padres o a sus hermanos. Y hasta hay padres que no sienten afecto por sus hijos. Esta carencia suele verse reflejada en la conducta de personas que llegan a suicidarse, por considerar su propia vida con profundo menosprecio. ¿De qué sirve la máxima de amarnos como al prójimo, cuando hay personas dispuestas a acabar con su vida por tener el corazón lleno de odio hacia sí mismas?”.

“En lo que respecta a las condiciones internacionales, coincido en que el amor universal de Mo Tzu es absolutamente pertinente en nuestro mundo, tan socavado por el odio, los prejuicios y la incomprensión. Las ideas de Mo Tzu armonizan muy bien con los ideales de la abolición bélica. Su exhortación a que la humanidad abandone los propósitos egoístas y busque metas más altruistas conduce directamente al tipo de política exterior que las grandes potencias harían muy bien en adoptar”.

La postura de Mo Tzu coincide con el mandamiento cristiano del amor al prójimo, el cual debe considerarse como una dirección hacia la cual debemos apuntar sin ser una meta concreta, dada la dificultad que ello conlleva. Arnold J. Toynbee escribe al respecto: “La propuesta confuciana de jerarquizar el amor en círculos concéntricos, de intensidad decreciente, es más afín a la naturaleza humana que el planteo de Mo Tzu, referido al imperativo del amor universal. Cada ser humano sabe, por propia experiencia, que es más fácil amar a los seres cercanos y conocidos que a personas extrañas. Así y todo, la necesidad más acuciante de nuestra época es, precisamente, poner en práctica este mandato ético tan difícil de amar a los desconocidos y de traducir este amor universal en actitudes y conductas cotidianas. Incluso el confucionismo dice que nuestro amor debe ser de alcance universal, aun cuando, en el anillo exterior de la jerarquía concéntrica, sea legítimamente menos intenso que en el núcleo. En este aspecto, el confucionismo adquiere semejanzas con el pensamiento de Mo Tzu”.

“El «motzuismo» es más difícil de poner en práctica que el confucionismo. Pero creo que es Mo Tzu, y no Confucio, el filósofo cuya enseñanza resulta más imprescindible para nosotros en la época actual. En el extremo occidental del Viejo Mundo, Zenón, el fundador de la escuela estoica de pensamiento griego, enseñó que el hombre era ciudadano del universo. En cierta forma, Zenón fue un «motzuista», sin saber que había tenido un predecesor entre los filósofos del Lejano Oriente”.

Si bien se ha logrado un progreso evidente al definir con precisión la meta ética que debemos alcanzar, es imprescindible transmitirla sin agregados y sin oscurecerla con diversos misterios, como ha ocurrido con frecuencia. De esa manera se habrá podido establecer un vínculo entre religiones y entre ciencia y religión. Así, el amor no sólo ha de ser el vínculo entre los distintos seres humanos, sino también entre sus instituciones más importantes. “Amor es la sensación de dolor/que siento al saber/que algo te hace sufrir.”. “Amor es el inmenso placer/que siento al saber/que la felicidad a ti volverá” (De “Una opinión sobre el mundo”-Pompilio Zigrino-Mendoza 1978).

Es de esperar que, a partir de las intensas investigaciones realizadas en el ámbito de las neurociencias, en poco tiempo el amor y la empatía sean entendidos en sus aspectos básicos. Tal conocimiento podrá ser accesible al ciudadano común sin la necesidad de una intermediación religiosa, ya que, desgraciadamente, disponiendo de información muy precisa e importante, las distintas religiones han tenido la triste “habilidad” de sembrar disputas y divisiones en una forma totalmente opuesta a su tarea esencial. Ello no implica el fin de las religiones, sino el umbral de una nueva etapa en la que se resolverá gran parte de los problemas que aquejan a la humanidad. Marco Iacoboni escribió: “La imitación y la sincronía son el adhesivo que nos une. De allí, la aseveración que formulé con toda confianza de que las neuronas espejo son esenciales para la necesidad que tenemos los humanos de encuadrar lo más armónicamente en nuestro contexto social”. “Las necesitamos. Nos permiten reconocer las acciones de otras personas, imitar a otras personas, entender sus intenciones y sentimientos” (De “Las neuronas espejo”-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

Puede reproducirse la secuencia básica que va desde el descubrimiento de la empatía (fenómeno natural o biológico) y del amor (fenómeno cultural derivado de la empatía), ignorando involuntariamente algunos descubrimientos no conocidos por el autor:

1- Antiguo Testamento
2- Confucio
3- Buda
4- Cristo
5- Baruch de Spinoza
6- Psicología Social
7- Neurociencias

Seguramente surgirán opiniones descalificadoras ante la presunta quita de valor de la vida y el ejemplo de Cristo. Sin embargo, debe tenerse presente que debemos contemplar la religión en función del destinatario y no de los emisores de la información. De ahí que debemos considerar como un hecho positivo que se corroboren y fortalezcan distintas visiones religiosas, aunque sea parcialmente. En forma de “protesta”, Giovanni Papini escribió: “En el Budismo el amor del hombre al hombre no es más que un ejercicio saludable para desarraigar totalmente el amor a sí mismo, el primero y más fuerte sostén de la existencia. Buda quiere suprimir el dolor, y para suprimir el dolor no encuentra otro medio mejor que sumergir las almas personales en el alma universal, en el nirvana, en la nada. El budista no ama al hermano por amor al hermano, sino por amor a sí mismo, es decir, para apartar el dolor, para vencer el egoísmo, para encaminarse al aniquilamiento. Su amor universal es frío, interesado, egoísta: una forma de la indiferencia estoica tanto en presencia del dolor como de la alegría” (De “Historia de Cristo”-Ediciones del Peregrino-Rosario 1984)

miércoles, 23 de julio de 2014

La crisis que supimos conseguir

Cuando alguien critica la decadencia de una nación, tanto en el aspecto económico como en el político y cultural, es posible que reciba como respuesta que gobiernos anteriores fueron tan malos, o peores. De ahí que, en cierta forma, se le sugiere al ciudadano disconforme que le conceda al gobierno de turno una tolerancia similar. Luego, debemos esperar en silencio la llegada del próximo gobierno. Puede decirse que en la Argentina no pueden preverse las crisis por cuanto, quienes critican una nueva gestión, no serán escuchados y el rumbo se mantendrá firme hasta que nos enfrentemos con la dura realidad. Roberto Cachanosky escribió:

“Recuerdo que poco después de asumir Kirchner, un amigo –que por piedad no voy a nombrar- me reprochó que no podía ser tan bárbaro de criticarlo si recién había asumido el cargo. Mi respuesta fue: «Hay cosas que no hace falta ver para saber que existen». Ninguno de nosotros vio un átomo, pero sabemos que existe. De la misma manera, no es indispensable esperar un tiempo para advertir que ciertas políticas indefectiblemente van a fracasar. Y no es que sea un visionario, sino que simplemente tuve la suerte de leer y recorrer buena y extensa bibliografía y aprendí a discernir entre políticas públicas que son sustentables y aquellas que constituyen una especie de droga que genera un auge artificial para luego caer en la depresión. Eso es lo que hizo Kirchner desde el inicio. Drogó la economía con medidas artificiales, ayudado por el «viento de cola» del mundo que nos regalaba altos precios de los commodities, y hoy pagamos el costo de habernos dejado drogar. Por si fuera poco, nos dio una sobredosis que, si bien no es letal, dejará a muchos muy mal por un largo tiempo” (De “Por qué fracasó la economía K”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2009).

El citado autor, junto a otros economistas, fue catalogado de “agorero” por no apoyar la orientación económica impuesta por el gobierno, ya que optó por aceptar lo que dice la mayor parte de los libros de economía. Si bien los detalles no son simples, puede decirse que, cuando Kirchner comenzó a emitir billetes a un ritmo superior al del crecimiento del PBI, fue incubando la inflación que tarde o temprano habría de aparecer. En tales libros se advierte que en dicho proceso se produce un comienzo muy “prometedor”, aunque al final llega la crisis (de lo contrario, todos los países lo emplearían).

La orientación que debe tomar un país debe ser independiente de la situación reinante en un momento, salvo medidas de emergencia. Si se trata de una crisis severa, o de un momento de bonanza económica, no se debe dejar de apuntar hacia la inversión productiva, hacia la reducción de gastos estatales superfluos y a una administración gubernamental responsable. Además, debe dejarse de lado el populismo que impide que salgamos de una persistente caída, aun con situaciones internacionales favorables.

En pleno siglo XXI, todavía es importante tener presentes al menos dos de los mandamientos del Antiguo Testamento: no robar y no mentir. Ni hablar de intentar cumplir con el mandamiento del Nuevo Testamento; el del amor al próximo, que deberá tener vigencia recién cuando hayamos alcanzado tal nivel de civilización que los mandamientos de Moisés sean cumplidos por la mayor parte de la población. Los mandamientos mencionados ni siquiera son respetados por los altos mandos del gobierno, ya que se adulteran los índices económicos nacionales e, incluso, el vicepresidente está acusado de presionar a los dueños de la empresa que confecciona el papel moneda para quedarse con ella. Si bien todavía no existe una sentencia firme, llama la atención que desde el mismo gobierno no saben decir de quién era la empresa que luego fue estatizada.

Si nos proponemos no mentir, pronto se esclarecerá el pasado y se podrán contemplar los errores políticos, económicos y culturales cometidos. Luego, cuando la sociedad deje de admirar a los peores políticos del pasado (aunque algunos hayan sido beneficiados en forma personal), será posible comenzar a vislumbrar un futuro mejor. Cuando la mentira y el robo generalizados nos avergüencen como integrantes de una sociedad corrupta, será posible comenzar a detener la sostenida caída de la nación.

Es oportuno citar la opinión de un intelectual europeo con bastante experiencia, tal el caso de Guy Sorman: “¿Y que hay allí dentro de la Argentina real? La que el kirchnerismo reduce a fino polvo, triturada por la corrupción política, el exilio de los empresarios más importantes, la descomposición económica y la indiferencia del mundo. El kirchnerismo, se me dirá, también es típicamente argentino; se ubica en la clara estela de una tradición caudillista que, desde la Casa Rosada, administra el país como si se tratara de la estancia familiar. Es cierto, pero ¿a qué razón misteriosa se debe que toda América Latina –salvo Venezuela y Bolivia, países muy aculturizados- se haya librado del caudillismo y no la Argentina, tan occidentalizada y globalizada? Más que buscar explicaciones históricas y culturales, me veo tentado a admirar el genio político de los Kirchner. Ellos entendieron como nadie cómo esclavizar a una nación mediante el uso sofisticado de los engranajes aparentes de la democracia. Comprendieron perfectamente que la era de las grandes ideologías estaba perimida y que el ejercicio del poder no exigía tanto grandes proyectos como un buen dominio de los hilos de la opinión”.

“A menudo se describe a los Kirchner como dinosaurios, como el último estertor de un pasado autoritario que en la Argentina no logra desaparecer del todo. Me veo tentado a imaginarlos también como ingenieros posmodernos, apolíticos y desideologizados. Cuando se desvanecen las ideas y los proyectos de una sociedad, quedan dos pilares del poder sobre los cuales se puede operar: las pasiones políticas y la compra de votos. La revancha histórica, el odio a los ricos, la exaltación de la identidad nacional (con la condición de no definirla)…los Kirchner entienden de eso. Por suerte quedan algunos generales deteriorados por la edad, algún economista con un pie en la tumba, listos para ser sacados del placard de la historia para resucitar el pasado oscuro”.

“A falta de guerra civil, los Kirchner la representan a fuerza de juicios: como escribió Karl Marx, la historia se repite pero como farsa. Para el kirchnerismo es esencial no entrar en una reconciliación nacional, ni siquiera en una búsqueda de la verdad histórica: necesitan reanimar viejos odios igual que los vampiros dependen, para sobrevivir, de la sangre de los otros. Esta vampirización de la historia no es exclusiva del kirchnerismo: también es posible encontrar sus rastros en España, cuando los socialistas empiezan a encontrarse con dificultades, y en Europa del Este, cuando la izquierda que alguna vez fue comunista se acerca al poder”.

“Pero los Kirchner, luego de jubilarse, podrían abrir una especie de academia de formación para potentados con crisis de inspiración. El otro fundamento del kirchnerismo es más clásicamente la compra de votos, que en diversos grados se practica en todas las democracias. En una democracia honesta, como Francia o EEUU, los votos se compran virtualmente mediante promesas y programas electorales. El desarrollo infinito y hoy ruinoso del Estado de bienestar está fundado en la suma de esas promesas electorales, categoría social por categoría social. Como decía Frédéric Bastiat, diputado francés en 1848: «El Estado es una ficción en la que cada uno cree que puede vivir a expensas de los demás»”.

“Ese motor de sufragios funciona siempre que el crecimiento económico lo alimente: apenas se detiene un poco el crecimiento, el Estado de bienestar se degenera en lucha de clases. En el caso argentino, la confiscación de la propiedad ajena y la redistribución con fines electorales conducen necesariamente a la lucha de clases, pues no hay suficientes ricos como para comprar a todos los pobres. Como la perennidad del kirchnerismo está indexada en la confiscación y la redistribución, los límites aparecen cuando ya no queda más para confiscar y redistribuir. La etapa definitiva sería la revolución comunista, que permitiría a todos los argentinos seguir siendo pobres pero estar juntos, con la excepción de los agentes del aparato”.

“Pero lo cierto es que uno puede pensar en ese modelo, puede acercarse a él, pero no se puede entrar en él. Así como Stalin comprendió que el comunismo sólo era realizable en un país con fronteras herméticamente cerradas, el kirchnerismo integral supondría una Argentina barricadizada y autárquica. Por eso los Kirchner llegaron demasiado tarde: alcanzaron los límites de la exacción posible. Seré claro: nunca me junté con los Kirchner, así que no tengo una opinión sobre ellos. Considero el kirchnerismo una categoría de la ciencia política, un fenómeno contemporáneo que merece ser analizado como tal. Ocurre que los Kirchner (que podrían llamarse de otro modo) comprendieron algo que sus adversarios políticos no: tienen una inteligencia del poder que sus opositores no dominan, al menos por el momento. Los Kirchner, pues, son menos culpables de «kirchnerizar» la Argentina que sus oponentes, que los dejaron hacerlo” (De “Wonderful World”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010).

Por lo general, los socialistas piensan en recibir de los demás, aunque nunca en dar algo de lo suyo. Esperan que el Estado confisque la propiedad de los ricos para redistribuirla entre el resto de la población. No piensan que también podrá ser confiscada una parte del sueldo de los trabajadores para dárselo a los más pobres (en el mejor de los casos). La popularidad del kirchnerismo ha bajado justamente por aplicar lo que todos esperan: confiscación y redistribución. El error radica en no advertir que existen personas con nivel de vida inferior al de los asalariados que pagan el impuesto a las ganancias.

Existen coincidencias entre la cultura populista y la socialista, y ellas coinciden con la “cultura del perro que muerde la mano de quien le da de comer”. En ambos casos se sataniza la figura del empresario, que es el principal actor en la economía capitalista. Tal es así que se considera, como función principal del político, llegar al poder para confiscar y redistribuir lo que producen las empresas (tal político nunca piensa en producir ni en repartir algo de su propio patrimonio), mientras que el hombre-masa apoya electoralmente a quienes prometieron tales acciones. Los países dominados por esta cultura (o mejor, anticultura) pocas posibilidades tienen de lograr el desarrollo.

La cultura del trabajo se ha perdido para darle paso a la cultura de la recepción de la ayuda social estatal. De ahí que la escala de valores en la Argentina sea encabezada por el político populista y finalizada con el empresario, mientras que en países con una cultura del trabajo consolidada, tal escala es encabezada por los empresarios y finalizada con los demagogos, que casi no tienen cabida. Guy Sorman escribió: “¿No habría que enseñarles economía a todos los franceses desde jóvenes? Así la economía se convertiría en un tema real y no mítico: el principio de realidad se impondría por sobre los políticos y ya no estaría permitido, por ejemplo, hacer creer que la reducción de la jornada laboral crearía empleo. La misma realidad económica, si se asumiera, dejaría a la vista que el gobierno francés, al agravar los gastos públicos en 2006, perjudicó el crecimiento. La derecha no dice nada al respecto por solidaridad política; la izquierda no dice nada porque está a favor del gasto público”.

martes, 22 de julio de 2014

Ciencia e ideología

En los inicios de su utilización, se asoció a la palabra ideología un significado próximo al de ciencia de las ideas, o del estudio de la aparición de los distintos sistemas cognitivos sin tener en cuenta el grado de concordancia con el mundo real. Posteriormente se la consideró peyorativamente, siendo este último el significado dominante en el ámbito de la política. Nicola Abbagnano escribió: “El término fue creado por Destutt de Tracy (Idéologie, 1801) para indicar «el análisis de las sensaciones y de las ideas», según el modelo de Condillac. La ideología fue la corriente filosófica que señaló el tránsito del empirismo iluminista al espiritualismo tradicionalista que floreció en la primera mitad del siglo XIX. Dado que algunos de los ideólogos franceses le fueron hostiles, Napoleón adoptó el término en sentido despectivo, llamando «ideólogos» a los «doctrinarios», o sea a personas privadas de sentido político y, en general, sin contacto con la realidad. En ese momento se inicia la historia del significado moderno del término que se aplica, no a una especie cualquiera de análisis filosófico, sino a una doctrina más o menos privada de validez objetiva, pero mantenida por los intereses evidentes o escondidos de los que la utilizan” (Del “Diccionario de Filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1986).

Una definición general debe contemplar tanto a las ideologías compatibles con la realidad como a las demás, como la siguiente: “La ideología es un sistema de certezas, opiniones y creencias, como expresión ordenada de ideas –por eso hablamos de sistema- que tiene un punto de partida consciente o inconscientemente axiomático. Este punto de arranque está fuertemente penetrado de valoraciones, lo cual explica que se exprese ordinariamente en una terminología o lenguaje emocional y persuasivo. De allí también el uso de símbolos, palabras o frases claves o recursos semejantes”.

En cuanto a las ideologías incompatibles con la ciencia, los autores prosiguen: “Es, en definitiva, un sistema cerrado, sin fisuras, e impermeable a cualquier cuestionamiento. Este fuerte cerrazón, propio de las ideologías, explica, por un lado, el choque y la contrastación irreconciliable entre ideologías de distinto signo, y por otro, la imposibilidad de su «refutabilidad» o falsabilidad, como diría Popper; despoja a las ideologías del carácter científico que sus mentores pretenden atribuirle, y que él lo ejemplifica magistralmente en sus análisis del freudismo y del marxismo” (Del “Diccionario de Sociología” de Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

No sólo entran en el esquema anterior las ideologías políticas y filosóficas, sino también las religiosas, ya que, en definitiva, parten de creencias que no pueden fundamentarse en observaciones y verificaciones concretas. De ahí que en ese ámbito no sea posible llegar a acuerdo alguno por cuanto no toman a la realidad como referencia, llegándose sólo a una aceptable “tolerancia”. En cambio, si se tratara de distintas teorías propuestas para describirla, o a partes de ella, se aceptaría la que se aproxima en mayor medida a dicha realidad rechazándose el resto.

Que una descripción no sea admitida en el ámbito de la ciencia experimental, no implica que necesariamente su contenido sea falso, sino que, debido a la imposibilidad de verificación, no puede conocerse su grado de aproximación a la realidad. Mario Bunge escribió: “La idea de ideología está a la orden del día. Hay mucho interés, en particular, por las relaciones entre ideología por una parte, y ciencia y filosofía por otra. Desgraciadamente abundan, especialmente en el Tercer Mundo, quienes confunden ideología con filosofía y aun con ciencia social: vociferan consignas en lugar de hacer análisis filosóficos o sociológicos, y repiten y comentan dogmas ideológicos en lugar de construir teorías filosóficas o sociológicas. Esto es más fácil que hacer ciencia o filosofía, y produce la ilusión de ser socialmente útil”.

“De hecho estas confusiones obstruyen el avance del conocimiento, ya que van acompañadas de la repetición dogmática o del comentario libresco. Y al obstaculizar el avance de la investigación de la realidad bloquea la comprensión de ésta y, por ese motivo, hace imposible la modificación racional y eficaz de la misma. En definitiva, el ideologismo –que habitualmente se opone al cientificismo- es culturalmente retrógrado y políticamente inoperante cuando no destructivo” (De “Ciencia y desarrollo”-Ediciones Siglo Veinte-Buenos Aires 1984).

Otra forma de evitar la utilización del método científico consiste en utilizarlo a medias, es decir, se establece una hipótesis, sin modificaciones o correcciones posteriores, buscando compatibilizarla con la realidad. Simplemente se trata de teorías erróneas que son defendidas haciéndolas pasar por científicas. Debe advertirse que la ciencia experimental está asociada al método de prueba y error y a la competencia entre distintas teorías, por lo cual, por cada teoría científica verdadera quedaron en el camino varias erróneas y son las que, en lugar de ser abandonadas, pasan a ser partes del conjunto de las ideologías no verificadas.

Los movimientos totalitarios, que motivaron las mayores catástrofes sociales del siglo XX, con un alto costo de vidas humanas, mostraron los peligros a los que se exponen los pueblos al ser guiados por ideólogos cuyas prédicas no sólo están alejadas de la ciencia experimental, sino de la moral elemental. Tal fue el caso de nazis y marxistas quienes, al culpar en sus escritos, por todos los males sociales, a judíos y burgueses, respectivamente, promovieron masivos asesinatos sin que hiciera falta inducir a tales acciones en forma explícita. Jean-François Revel escribió:

“¿Qué es una ideología? Es una triple dispensa: intelectual, práctica y moral. La primera consiste en retener los hechos favorables a la tesis que se sostiene, incluso en inventarlos totalmente, y en negar los otros, omitirlos, olvidarlos, impedir que sean conocidos. La dispensa práctica suprime el criterio de la eficacia, quita todo valor de refutación a los fracasos. Una de las funciones de las ideologías es, además, fabricar explicaciones que los excusan”. “La dispensa moral abole toda noción de bien y mal para los actores ideológicos; o más bien, el servicio de la ideología es el que ocupa el lugar de la moral. Lo que es crimen o vicio para el hombre común no lo es para ellos. La absolución ideológica del asesinato y del genocidio ha sido ampliamente tratada por los historiadores. Se menciona menos a menudo que santifica también la malversación, el nepotismo, la corrupción. Los socialistas tienen una idea tan alta de su propia moralidad que casi se creería, al oírlos, que vuelven honrada a la corrupción cuando se entregan a ella, en vez de ser ella la que empaña la virtud cuando sucumben ante la tentación” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).

Los conflictos ocurridos entre ciencia y religión derivan esencialmente de un conflicto entre ciencia e ideología religiosa, tal el caso de Galileo Galilei, en su defensa y apoyo al sistema copernicano, y la Iglesia Católica de su época. Lo que llama la atención es que la ciencia astronómica es éticamente neutral, mientras que la religión es una cuestión esencialmente asociada al comportamiento del hombre en sociedad. El citado autor escribe respecto del Islam: “El integrismo islámico actúa menos en la única esfera de la religión que como movimiento político vestido con justificaciones religiosas. Es en esto en lo que nos afecta, manifestándose ante todo como un odio de una parte del Tercer Mundo a la civilización democrática occidental y una voluntad de destruirla”.

Entre los conflictos entre ciencia e ideología no científica, como los mencionados, aparece la existente entre el marxismo-leninismo y las distintas ciencias sociales, como la economía. Con todo cinismo, y ante el público, han cambiado los roles mostrando que tal ideología no científica es “una ciencia”, mientras que el resto es todo “ideología”. En realidad, el liberalismo económico sigue los lineamientos básicos de la ciencia económica, sin que ello garantice su validez ilimitada o una siempre acertada aplicación de la misma, mientras que el marxismo-leninismo aborrece y desconoce totalmente al sistema autoorganizado del mercado. Revel agrega: “La ideología no puede ser, según ellos [los marxistas], más que mentira, pero no excluye la sinceridad, porque la clase social que se beneficia de ella cree esa mentira. Ello es lo que Engels llamó «la falsa conciencia». Para colmo, la mentira puede parecer igualmente verdadera a la clase explotada, extravío que se ha bautizado con un vocablo que, él también, ha hecho carrera: la «alienación». En un sentido amplio, se puede incluir en la ideología no sólo las concepciones políticas y económicas, sino los valores morales, religiosos, familiares, estéticos, el derecho, el deporte, la cocina, los juegos del circo y del ajedrez”.

Todo esto implica que gran parte de los intelectuales de la actualidad adopta posturas anticientíficas, o bien pseudo-científicas. Como la intelectualidad, junto a los docentes, actúa como una mediadora entre la creación del conocimiento y su difusión, en realidad está cumpliendo un papel deformador del conocimiento científico comprobado, haciéndose difusora de prácticas totalmente opuestas a la ciencia y a la verdad. “La ideología es una mezcla de emociones fuertes y de ideas simples acordes con un comportamiento. Es, a la vez, intolerante y contradictoria. Intolerante, por su incapacidad de soportar que exista algo fuera de ella. Contradictoria, por estar dotada de la extraña facultad de actuar de una manera opuesta a sus propios principios, sin tener el sentimiento de traicionarlos. Su repetido fracaso no la induce nunca a reconsiderarlos; al contrario, la incita a radicalizar su aplicación”.

No debemos descartar la futura realización de un conjunto de ideas, compatible con la ciencia experimental, que pueda servir de guía para una óptima adaptación cultural al orden natural. Esta alternativa presenta una variante respecto de los antiguos sistemas filosóficos y religiosos, ya que para tener éxito no hace falta poseer los pocos comunes atributos intelectuales de las figuras destacadas de antaño, sino la aptitud del docente que puede ordenar el conocimiento adquirido por la humanidad para retransmitirlo en una forma simple y sintetizada. Mario Bunge escribió: “Hemos llamado ideologías clásicas a las que no adoptan el método científico. Pero una ideología no es necesariamente ajena a la ciencia. Es concebible una ideología científica, esto es, compatible con las ciencias sociales del momento y adecuada a la realidad social de determinada área en determinado periodo. Semejante ideología no podrá ser estática o dogmática: tendrá que evolucionar junto con la ciencia social. Tendrá que ser, pues, tan reformista o aun revolucionaria como la ciencia misma”.

“En principio es posible diseñar ideologías científicas, esto es, sistemas de creencias fundadas en el estudio científico de la realidad social y de las necesidades y deseos de la gente. Una ideología científica, o no clásica, será entonces ciencia social aplicada al servicio de la mayoría. El día que nazca dejará de ser ideología en el sentido clásico y se terminará entonces el conflicto entre ciencia e ideología”.

domingo, 20 de julio de 2014

Restauración vs. revolución

Cuando se producen severas crisis sociales, dos son las formas extremas propuestas para salir de ellas. La primera surge de una visión optimista del hombre por la cual se supone que es naturalmente bueno, sin desconocer que también puede ser “naturalmente malo” cuando elige caminos equivocados. En ese caso, la solución buscada recurre a la restauración de valores vigentes en mejores épocas y el redescubrimiento de potencialidades escondidas en su propia naturaleza. Por el contrario, para quienes creen que el hombre es siempre “naturalmente malo”, el único camino posible es el de la revolución, por la cual se destruye el antiguo orden para establecer uno nuevo. La libertad individual será suprimida por cuanto, se supone, favorece la proliferación del mal. Tage Lindbom escribió:

“La revolución es la eliminación total de un orden existente y la instauración de un orden nuevo. Deben establecerse nuevos valores, nuevos criterios, nuevos artículos de fe, nuevos sistemas y nuevas estructuras. No es solamente, como la sublevación, una insurrección violenta contra una opresión con vistas a alcanzar un nuevo régimen. No es tampoco, como la revuelta, una acción que intente poner término a un poder juzgado intolerable. Tanto una como otra pueden formar parte –y lo hacen a menudo- de los preliminares que conducen o que pertenecen a un proceso revolucionario. Pero sólo con la revolución en sí se produce el derribo total; los signos más y menos se invierten. Esta inversión puede tener lugar en el plano social y económico; puede ser de carácter filosófico, político o cultural. Aún es más frecuente que intervenga en todos esos dominios. En efecto, poco puede hacerse para lograr que escape un sector cualquiera de la vida humana, porque, en su esencia, es universal y concierne tanto a los principios como a la humanidad en su conjunto”.

“La sublevación y la revuelta quieren abolir abusos y desequilibrios limitados en el tiempo y en el espacio. No atacan ningún principio del orden establecido, intentando, al contrario, hacer respetar los principios en su estado puro y original. La sublevación y la revuelta quieren restablecer. La revolución en cambio quiere acabar con un orden. Apunta siempre hacia lo alto. Ataca a la autoridad en sí; es, en su esencia, antiautoritaria”. “No conoce límite en el tiempo ni en el espacio. Tiene la pretensión de anunciar una verdad «eterna»”.

“El orden al que el Creador nos ha sometido no conoce ninguna revolución ni conmoción susceptible de introducir en las cosas creadas un cambio cualquiera de principio. Los hombres sólo tienen una elección: obedecer o desobedecer”. “La revolución es la más implacable de todas las acciones humanas. Destruye los puentes y quema las iglesias. Exalta y glorifica la ilegitimidad. Todo acto revolucionario es una obra colectiva que no deja lugar a ninguna desviación que pueda satisfacer los deseos y necesidades de los individuos. Porque la revolución no está hecha para los individuos, sino para esa figura de leyenda mística que se llama el Hombre y cuya manifestación colectiva es el Pueblo. Es al Hombre, al Pueblo, a quien se trata de liberar, de purificar, de hacer renacer”.

“Será el fuego el gran símbolo que tendrá preeminencia sobre los demás. Porque, en manos revolucionarias, las antorchas no tienen como primera función esparcir la luz, las teas flameantes encenderán grandes hogueras. La misión del fuego es doble: quemar y consumir lo antiguo y al mismo tiempo purgar y sanear. El fuego funde el mineral y el oro puro es separado de la escoria. Cada revolución es un purgatorio secular”.

“Todos los vínculos que, espacialmente, han unido a los hombres, a las familias, a las tribus, a las naciones, a los pueblos, así como todos los que temporalmente les relacionan con las cadenas de la tradición o conectan a las generaciones entre sí, deben ser cortados. La nueva divinidad de la Tierra ha sido proclamada: es el Hombre”. “Marx ha podido decir: «Para el hombre el Ser supremo es el hombre mismo»” (De “La semilla y la cizaña”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1980).

En cuanto a las crisis sociales, podemos encontrar sus primeros síntomas en el simple trato cotidiano en cada ambiente social. Es así que podremos sentirnos cómodos, o no, dependiendo de la sensación, o sentimiento, de igualdad, que surja en el trato. Si nos hacen sentir “poca cosa”, degradándonos de alguna manera, tal situación podrá incluso repercutir en nuestra autoestima, especialmente cuando no sea muy alta. También podremos sentirnos incómodos cuando tratan mal a otras personas, o bien cuando somos completamente ignorados. Por el contrario, al advertir un trato igualitario, nos surge la idea de que el interlocutor nos considera igual de importantes que su propia persona, o que al menos hacia ello apunta.

El sentimiento de igualdad, que surge del trato cotidiano, poco tiene que ver con nuestro nivel económico o social, sino que depende esencialmente de la predisposición de las personas a establecer vínculos sociales, ya que, por lo general, no conocemos nada acerca de ese nivel. De ahí que la mayor parte de los pueblos ha tratado de promover el buen trato, la educación y esencialmente la empatía, por la cual nos ubicamos imaginariamente en el lugar de los demás quedando predispuestos a compartir sus estados de ánimo.

La base de la restauración social es un proceso tanto cognitivo como afectivo, por cuanto primero conocemos, a través del lenguaje de los gestos, lo que una persona siente y transmite. Luego respondemos en forma solidaria tratando de compartir su alegría o su sufrimiento. Emilio J. Gimeno escribió: “Recientes investigaciones demuestran que sentimientos como el amor, no sólo se generan en áreas sub-corticales dominantes de los sistemas emotivos, sino en zonas con función racional cognitiva cortical, cuyas conexiones generan conductas con efectos de motivación cognoscitivas complejas. Por lo tanto el amor no es sólo una emoción, sino un complejo funcionamiento de centros, donde también intervienen aspectos de nuestra esfera racional” (De “Las huellas de las ideas”-Mesa Editorial-Buenos Aires 2012).

Una vez que encontramos en nuestra propia naturaleza la posibilidad de disponer de una potencialidad cooperativa y empática, desaparece el motivo (o el pretexto) para realizar la revolución. Ello no implica algo nuevo en el cristianismo, sin embargo, son importantes los conocimientos aportados por la neurociencia. La visión pesimista del hombre surge de personas que odian a la sociedad creyendo que los demás actúan también de esa manera. Jeremy Rifkin escribió: “En las ciencias biológicas y cognitivas está surgiendo una visión nueva y radical de la naturaleza humana”. “Descubrimientos recientes en el estudio del cerebro y del desarrollo infantil nos obligan a replantear la antigua creencia de que el ser humano es agresivo, materialista, utilitarista e interesado por naturaleza. La conciencia creciente de que somos una especie esencialmente empática tiene consecuencias trascendentales para la sociedad” (De “La civilización empática”-Editorial Paidós SACIAF-Buenos Aires 2010).

Mientras que la restauración implica transitar desde la desobediencia a Dios a la obediencia (o a la obediencia a la ley natural), la revolución implica transitar desde la desobediencia a la obediencia a un líder revolucionario. Mientras que la restauración está asociada al sentimiento de igualdad motivado por la empatía, la revolución proyecta el igualitarismo (o igualdad artificial), que implica que una clase dirigente minoritaria ha de comandar a otra clase social, mayoritaria, compuesta por seres carentes de atributos individuales, ya que serán borrados por el igualitarismo.

Lo novedoso de la revolución es que últimamente no promueve cambios abruptos, sino que la destrucción del antiguo orden ha de establecerse en “cuotas”, bajo un disfraz democrático. El igualitarismo, aplicado a la clase mayoritaria, anula tanto los premios como los castigos. No hay premios porque implica distinguir y elevar a algunos promoviendo así la desigualdad. No hay castigos porque implica distinguir y rebajar a otros promoviendo también desigualdad. La ausencia de premios reduce los estímulos para los más capaces mientras que la ausencia de castigos estimula la delincuencia. Incluso la lógica revolucionaria no descarta la posibilidad de castigar a los mejores y premiar a los peores con tal que se acelere el proceso. De ahí el desprecio manifiesto por los personajes representativos de la restauración y la admiración por quienes llevan adelante la revolución.

La restauración propone erradicar defectos en los individuos sembrando virtudes; la revolución propone arrasar con todo lo existente para levantar el socialismo sobre los escombros del antiguo orden social. La quita de premios y castigos afecta tanto a la educación como a la economía y a la seguridad social, sistemas que sufren de inmediato los efectos de la revolución en cuotas. Brian Crozier escribe sobre la experiencia pseudo-democrática de Chile en los setenta:

“Una simple trasposición puede ayudar a entender cómo fue la situación que ese país tuvo que soportar. Imaginemos que un primer ministro británico, que llega a Downing Street, gracias a un número minoritario de votos, que ha ganado en una elección en la que intervinieron tres partidos, declarara públicamente que no tiene confianza en la policía y disuelve sus cuerpos de seguridad. Imaginemos que después amnistiara a los terroristas de la Angry Brigade o del IRA, detenidos, que les diera armas y que los declarara guardianes a su cargo. Sigamos adelante. Imaginemos que este primer ministro, ignorando todos los votos de censura, despachara a un verdadero ejército de fisgones oficiales a espiar los negocios privados y que alentara a sus ministros para que fomentasen huelgas y desórdenes. Que se embarcara en un irracional programa de nacionalización y que lo financiara imprimiendo papel moneda, de modo que tres años más tarde la inflación alcanzara al 400% anual. Pero esto no es todo. Imaginemos que el primer ministro invitara a establecerse en Gran Bretaña no sólo al IRA sino también a terroristas palestinos adiestrados, a la pandilla Baader-Meinhof de Alemania y a grupos similares; que además llamara a la KGB y los coreanos del Norte para que dictaran clases de adiestramiento revolucionario”. “Pues bien, eso es lo que Allende hizo en Chile y lo sorprendente no es que las fuerzas armadas hayan intervenido sino que no lo hayan hecho antes. Cualquiera que haya sido el origen de donde provino el mandato de Allende, sin duda que no fue del Cielo” (De “Teoría del Conflicto”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1977).

En los recientes festejos por el subcampeonato mundial de fútbol, logrado por el seleccionado argentino, en Buenos Aires, no faltaron los hechos vandálicos que afectaron a negocios y locales céntricos. La policía detuvo a 170 delincuentes que fueron prontamente liberados (menos a dos) por algún juez “revolucionario en cuotas” que dispuso que no se les debía aplicar castigo teniendo presente, posiblemente, el principio igualitarista. Con ello promueve hechos similares que serán cometidos por quienes se divierten destruyendo la propiedad ajena y la seguridad económica de sus víctimas ocasionales.

jueves, 17 de julio de 2014

Ciencia y desarrollo

El desarrollo integral de las naciones requiere, entre otros aspectos, de un ambiente científico y cultural adecuado; aunque resulta redundante mencionar juntos ambos aspectos por cuanto la ciencia es una parte importante de la cultura. Richard Feynman escribió en el Epílogo de sus “Lecciones de Física“: “Por último, permítanme agregar que la intención principal de mis clases no ha sido prepararlos para un examen –tampoco prepararlos para trabajar en la industria o en las fuerzas armadas-. El propósito mayor ha sido hacerles apreciar lo maravilloso que es el mundo y cómo lo encara el físico, porque creo sinceramente que esto constituye una gran parte de la verdadera cultura de los tiempos modernos” (De “Lecciones de Física” Tomo III- de R.P. Feynman, R.B. Leighton y M. Sands-Fondo Educativo Interamericano SA-Bogotá 1971).

Uno de los prejuicios dominantes en personas con poca cultura, pero que pretenden pasar por cultos, es el desprecio por las ciencias exactas junto a una desmedida exaltación del arte, las humanidades o las letras, ya que las primeras requieren, para su comprensión, de mucha predisposición y trabajo intelectual, mientras que las últimas, al menos para un observador superficial, la exigencia es bastante menor. Stephen Jay Gould escribió: “El Nobel británico Peter Medawar, un científico de educación humanística y clásica, decía que no era justo que un científico que conocía poco el arte y la música fuese considerado entre la gente de letras como un imbécil y un filisteo, mientras que ellos no se sentían en absoluto obligados a conocer la ciencia para considerarse cultos: toda persona culta tenía que poseer una cultura artística, musical y literaria, pero no necesariamente científica” (De “La Tercera Cultura” de John Brockman-Tusquets Editores SA-Barcelona 1996).

La actividad científica se justifica esencialmente por su aspecto cultural, existiendo además la posibilidad de formar capital humano apto para aplicaciones concretas posteriores. Aquí podemos aplicar un criterio similar al cristiano: “Busca la verdad por puro «espíritu deportivo», que lo demás vendrá por añadidura”. Existen, sin embargo, otras posturas al respecto, por lo que podemos sintetizarlas en el siguiente resumen:

a) Ciencia para la mente: sirve para satisfacer nuestras inquietudes intelectuales y, luego, para las necesidades de nuestro cuerpo.
b) Ciencia para el cuerpo: al buscarse una utilidad “práctica”, relega al aspecto intelectual, no permitiendo satisfacer adecuadamente ninguna de las necesidades del hombre

Bernardo Houssay escribió: ““Dos grandes tendencias extremas hay en la apreciación del papel social de la ciencia y entre ellas varias posiciones intermedias. Para algunos, el papel de la ciencia es adquirir nuevos conocimientos. Para otros, la ciencia es un esfuerzo para satisfacer las necesidades materiales y los deseos de la vida corriente. Esta posición, cuya expresión más categórica se halla en los países comunistas, lleva a considerar que a los hombres de ciencia no puede dárseles libertad de elegir el objeto de sus investigaciones; deben obedecer a un plan central, de modo que sus trabajos tiendan a satisfacer necesidades materiales y deseos del hombre. Así, S.I. Vasilov ha dicho que «los días de la llamada ciencia pura han terminado para siempre en el país de los Soviets», expresión que ha sido imitada por algún dictador sudamericano”.

“Un concepto diametralmente opuesto es el de los países democráticos. En ellos, la ciencia es la búsqueda del conocimiento, con libertad de investigación, expresión y crítica. Se estima que es un valor independiente, de gran trascendencia social en el plano intelectual, técnico y moral”.

Comparando los resultados logrados por la ciencia planificada desde el Estado con aquellos obtenidos por la realizada libremente, se advierten mejores resultados en este último caso. Andrei Sajarov escribe: “La comparación de los logros de la URSS en el campo de la ciencia, la técnica y la economía, con los obtenidos por los países extranjeros lo demuestra con toda claridad. No es casualidad que sea precisamente en nuestro país donde, durante largos años, se hayan visto privados de su normal desarrollo muchos y prometedores intentos científicos de la biología y la cibernética, mientras, revestidas de suntuosos colores, la demagogia descarada, la ignorancia y la charlatanería ganaban florecientes la luz pública. No es casualidad que hayan sido realizados en otros países todos los hallazgos importantes de la ciencia y de la técnica modernas: la mecánica cuántica, las nuevas partículas elementales, la fisión del uranio; el descubrimiento de los antibióticos y de la mayoría de los nuevos preparados farmacéuticos de alta efectividad; la invención del transistor, de las computadoras electrónicas y del rayo láser; la generación de nuevas especies vegetales de gran rendimiento agrícola, el descubrimiento de otros componentes de la «revolución verde» y la creación de una nueva tecnología de la agricultura, la industria y la construcción” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

La actividad científica surge de la necesidad personal del individuo que confía en la existencia de leyes naturales subyacentes a todo lo existente. Si esas leyes se asocian a la materia orgánica como a la inorgánica, entonces el individuo se dedica a la ciencia experimental. Si se asocian al comportamiento del hombre que busca adaptarse al orden natural, se dedica a la religión, no habiendo una diferencia esencial entre ambas actitudes. Max Planck escribió: “Estudiando su vida [la de Johannes Kepler] es posible darse cuenta de que la fuente de sus energías inagotables y de su capacidad productiva se encontraba en la profunda fe que tenía en su propia ciencia, y no en la creencia de que eventualmente lograse llegar a una síntesis aritmética de sus observaciones astronómicas; es decir, su fe inextinguible en la existencia de un plan definido oculto tras el conjunto de la creación. La creencia en ese plan le aseguraba que su tarea era digna de ser continuada, y la fe indestructible en su labor iluminó y alentó su árida vida” (De “¿Adónde va la ciencia?”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1961).

Gran parte de los problemas existenciales actuales radican en el descuido del aspecto intelectual que poseemos. Como necesariamente hemos de llenar nuestro tiempo pensando en algo concreto, sería beneficioso dedicarlo parcialmente a alguna actividad intelectual como la ciencia, ya sea como actor o bien como observador. De esa manera se irá revirtiendo la tendencia al materialismo y a la superficialidad reinante. La utilidad práctica de la ciencia debe asociarse principalmente con este aspecto cultural. Bernardo Houssay escribió: “La investigación científica es una de las bases principales de la civilización actual. Ella ha mejorado el bienestar de los hombres; los ha liberado de la esclavitud del trabajo pesado y ha hecho su vida más sana, bella y más rica en espiritualidad”.

“De la investigación científica dependen la salud, el bienestar, la riqueza, el poder y hasta la independencia de las naciones. Les permite sobrevivir y progresar en medio de una competencia mundial en la que triunfan los países que han dado mayor ayuda a los hombres de ciencia y han llegado a una alta jerarquía por la cantidad y número de sus centros de investigación”.

“Los resultados que se obtienen de la investigación fundamental desinteresada son extraordinarios. Así el químico Pasteur, partiendo del estudio de la asimetría de los cristales y las fermentaciones, llegó a demostrar el origen infeccioso de muchas enfermedades. Fue un hombre de ciencia que, si bien no era médico, revolucionó la medicina mediante estudios de ciencia pura. Por ellos se transformó la higiene y fue posible el desarrollo de la cirugía” (De “La investigación científica”-Editorial Columba-Buenos Aires 1960).

Quienes no están de acuerdo con las inversiones en investigación científica, reflejan sus posturas preguntando: ¿Para qué sirve tal o cual investigación? ¿Para qué sirve la astronomía? Es oportuno recordar que Isaac Newton enuncia la Ley de Gravitación Universal junto a los fundamentos de la Mecánica sin ningún otro objetivo que el de satisfacer sus necesidades intelectuales. Sin embargo, su síntesis de la Mecánica pronto se constituyó en el fundamento científico del posterior desarrollo tecnológico e industrial, siendo la “añadidura” que casi siempre acompaña al progreso científico.

Una nación desarrollada se asemeja a un vehículo de tres ruedas que funcionan con normalidad, y ellas son: política, economía y cultura. Una nación subdesarrollada avanza muy poco por cuanto tiene deteriorada una, o más, de tales ruedas. Por lo tanto, el impedimento para salir del subdesarrollo implica generalmente apuntar a la reparación de una de las ruedas en desmedro de las otras, en lugar de intentar la reparación conjunta de las tres.

En realidad, tanto la política, como la economía y la cultura dependen bastante de las ideas dominantes en una sociedad, y éstas serán acertadas, o no, para los tres casos. Así, en un Estado totalitario, se opta por un control y una planificación central estatal que limita no sólo las libertades políticas, sino también las económicas y las culturales, mientras que en los Estados democráticos tales actividades son permitidas y apoyadas por el Estado en beneficio de todos. El citado autor agrega:

“La inmensa importancia de los hombres de ciencia no está aún reconocida en las jóvenes naciones de Iberoamérica”. “En estas naciones se cree erróneamente que esto puede subsanarse, en un instante, por inversiones crecidas de dinero. Los fondos son necesarios para el desarrollo científico, pero no son eficaces si falta la competencia. Es inútil el riego (el dinero) si no hay la semilla o la planta (el hombre capaz)”. “En todas las naciones que marchan a la cabeza de la civilización, se practica el «full-time» (consagración o dedicación exclusiva), condición indispensable para la formación de los grandes investigadores y la utilización eficaz de su competencia. Pero esto no confiere vocación y capacidad a los que no la tienen. Aplicándolo a medianías se crea una burocracia pseudo-científica que se prodiga en pequeños trabajos dispersos, conferencias y tomos anuales, en lo que se gasta mucho y sin ningún provecho para la ciencia”.

“La investigación científica en el campo de la medicina ha estado confiada, en primer lugar, a los institutos privados (Instituto Pasteur, Instituto Rockefeller, Instituto Kaiser Wilhelm [hoy Max Plack], etc.), a las universidades, a los institutos oficiales y a los laboratorios de investigación médica de grandes fábricas de medicamentos. Los subsidios a las investigaciones fueron acordados sobre todo por fundaciones filantrópicas”. “Los institutos de investigación privada tienen la ventaja de realizar estudios básicos desinteresados y sin preocuparse de si su aplicación será inmediata o demorada. En cambio, es muy difícil llevarlos a cabo en institutos oficiales o industriales, inclinados, por lo general, a las investigaciones aplicadas”.