domingo, 27 de julio de 2014

La lucha antirreligiosa

Por lo general, los conflictos religiosos tienen como contendientes a los seguidores de dos religiones distintas, como es el caso de musulmanes contra judíos, o católicos contra musulmanes. También son posibles las disputas dentro de una misma religión, como las que hubo entre católicos y protestantes. Además, existe otra entre el ateísmo activo en contra del cristianismo, de donde surge el comunismo. Si bien la historia no ha de cambiar a partir de nuevos rótulos que podamos aplicarle a sus capítulos, con ellos será posible entender algo mejor algunos aspectos del pasado. Wolfgang Goethe escribió: “El verdadero, único y más hondo tema de la historia del mundo y de la Humanidad, al cual están subordinados todos los demás, es el conflicto entre la incredulidad y la fe”.

La lucha del marxismo-leninismo contra del cristianismo ha sido simbolizada como el Reino del Hombre contra el Reino de Dios, o bien el Reino del César contra el Reino del Espíritu. Desde el punto de vista de la ciencia actual, podemos decir que se trata de una lucha entre una ideología que desconoce o rechaza las leyes psicológicas elementales, por una parte, en contra de una religión que, según se ha podido advertir, las contempla fundamentando sus prédicas en ellas, por otra parte. Mientras que el marxismo-leninismo se opone al orden natural, el cristianismo promueve la adaptación al mismo. Alfredo Saénz escribió: “La Revolución Francesa y la Revolución Soviética son las únicas dos grandes revoluciones de la historia. No «golpes de Estado» sino revoluciones, que no es lo mismo. Ambas, contra el orden natural y sobrenatural” (De “De la Rus' de Vladímir al «hombre nuevo» soviético”-Ediciones Gladius-Buenos Aires 1989).

Algunos autores aducen que el comunismo fue inicialmente impuesto en Rusia debido a características propias de su pueblo, como una anti-religión que luego pretendió expandirse a todo el planeta. Para su intromisión se utilizaron “prestadas” imágenes simbólicas del Reino de Dios, una sociedad que surgiría luego de que la mayor parte de sus integrantes adoptara como norma para sus vidas el amor al prójimo. Con las imágenes “prestadas” de esa sociedad ideal, se engañó al pueblo con otra en su reemplazo, muy diferente, el “socialismo” o “comunismo”, que habría de establecerse mediante el odio y la mentira; un camino opuesto al indicado por Cristo. Georg Siegmund escribió:

“Con todo, sería totalmente insuficiente considerar al marxismo como filosofía. Lo que al marxismo le ha dado su asombrosa pujanza es el hecho de que las energías liberadas de una antigua fe han encontrado en él un sucedáneo secularizado. Desde hacía tiempo, sobre todo en Rusia, un oscuro y flotante, pero fervoroso mesianismo andaba buscando un remedio no sólo a sus necesidades materiales, sino muy especialmente al general fracaso humano, refugiándose en una tierra de promisión; febrilmente, grandes masas populares, que aún no habían perdido todo el gusto por la vida, esperaban el establecimiento de un «Reino de Dios», del que se oían las cosas más extrañas. Un pueblo esclavizado, que creía en su predestinación, esperaba poder realizar el reino mesiánico, después de la más radical revolución y de la dictadura del «proletariado». Como la ideología de Karl Marx descansaba en una fe, realmente fanática, en la eficacia salvadora de la revolución, estaba muy en condiciones, al ser aceptada por el ardiente anhelo mesiánico del pueblo ruso, para convertirse en un delirio, que no se calmará hasta implantar la revolución mundial”.

“La fuerza que anima a esta contra-fe, se formula así: Nosotros somos la energía del porvenir, con nosotros marcha el progreso, que no admite interrupciones, sino que se impone con la misma necesidad que un proceso cualquiera de la Naturaleza. Fundamental, para esta pseudo-religión es la fe, admitida gratuitamente por principio, en el progreso histórico, que estará siempre del lado del materialismo dialéctico. Sin embargo, la «rueda» de la historia ha girado ya demasiado, colocándonos lo de abajo arriba y lo de arriba abajo, para poder justificar una fe tan rectilínea en el progreso. Al no descansar tal fe en argumentos, cosa que rechaza expresamente, es natural que el desengaño de una inesperada evolución histórica la desenmascare como puro delirio. Y tales desengaños no pueden ser disimulados. Recientemente [escrito en 1956] se celebró en Moscú un congreso de técnicos en la propaganda atea, que no tuvieron más remedio que confesar el hecho de que la «rancia superstición» sigue imperando en amplios sectores del pueblo como fuerza viva, y a pesar de ser tan combatida, ha podido seguir ganando adeptos. Con esto no cabe duda que el tópico de «religión anticuada» que, -una vez que se le haya privado de todo apoyo externo- tiene que morir por sí misma, ha experimentado un rudo golpe. Carece de sentido el querer calcular de qué lado se encuentran las energías más fuertes y prometedoras, para intentar un pronóstico. Las fuerzas vitales, que una fe puede atraer hacia sí, no es, en fin de cuentas, lo decisivo, sino la fuerza espiritual de la verdad, sobre la que esa fe descansa” (De “La lucha en torno a Dios”-Ediciones Studium-Madrid 1962).

La religión es esencialmente una cuestión de moral antes que un tema adecuado para el entretenimiento intelectual de los filósofos. William James expresó: “Dios es real porque produce efecto reales”. De ahí que el predominio religioso, o bien el predominio ateo, se observará en los efectos reales que una creencia produce en la sociedad. Si se afronta una crisis severa, puede decirse que predomina el ateismo, en forma independiente de la cantidad de personas que afirmen adherir a alguna postura religiosa. Por el contrario, en una sociedad con elevado nivel ético, predominan los efectos de la influencia de una religión moral, o de alguna ideología equivalente. Entre las causas que promueven la decadencia moral, se encuentra el deterioro de la religión ocasionado por sus propios difusores, que han priorizado las actitudes filosóficas “aliadas” rechazando las diferentes sin apenas tener presente el comportamiento ético resultante. Es conveniente tener en cuenta que no todo ateísmo necesariamente es marxista, en cuyo caso queda excluido de la lucha mencionada.

En la Argentina actual podemos advertir los rastros de esa lucha en el campo de la política, la cultura y la economía. Al ateismo activo, que propone un totalitarismo económico y político, apoya tácitamente a la delincuencia, promueve el aborto y el libertinaje moral, se desinteresa por el tráfico de drogas, promueve el odio a empresarios y opositores, etc. A este ateísmo se le opone un catolicismo no del todo unánime ni suficientemente convencido; de ahí el predominio del primero.

Entre las debilidades mostradas por las Iglesias cristianas, se observa la pretensión de que no sólo las predicas de Cristo sean aceptadas masivamente, sino toda una filosofía asociada que muchas veces resulta incomprensible. Luego, ante la exigencia de que todo ello debe ser aceptado como dogma de fe, espantan a más de uno. En lugar de acentuarse la postura científica que postula la existencia de una ley natural invariable, a la cual nos debemos adaptar, se sigue con las antiguas prácticas paganas de pedir a Dios que interrumpa tales leyes para que nos resulten favorables. Incluso, considerando la enorme cantidad de santos que ha existido a lo largo de la historia religiosa, en lugar de disponer ejemplos para adoptar según una elección individual, se los utiliza como amuletos de la buena suerte que gentilmente participarían de un intercambio de promesas y homenajes por beneficios concedidos.

La fuerza del reproche ateo contra la religión radica en que ataca, no tanto al cristianismo original, sino a su versión distorsionada y casi pagana, que tarde o temprano termina destruyendo toda religión moral, a menos que se hagan esfuerzos para que ello no ocurra. De ahí que Marx ni siquiera se haya molestado en estudiar la religión en serio, sino que parece haber considerado la “versión callejera” del cristianismo, observando algunos casos de evidente paganismo, ya que al adepto le resulta más sencillo amoldar la religión a sus gustos personales que cambiar su personalidad ante los requerimientos de la religión. Luego, los seguidores de Marx, por fidelidad al líder espiritual, acataron su exacerbado ateísmo. Ignace Lepp escribió:

“Marx no siente ninguna necesidad de verificar y de justificar sus afirmaciones desde el momento en que se trata de la religión”. “Podía por cierto haber encontrado lo que él llama «principios sociales del cristianismo» en el comportamiento de algunos cristianos y quizás también en algunos sermones, pero habría buscado en vano su confirmación en algún escrito teológico o un documento pontificio. Esto confirma plenamente nuestra convicción de que el ateismo de Karl Marx nada tiene de científico, sino que depende de una situación afectiva compleja y cuya explicación no debe darla la economía política, sino la psicología profunda”.

De la misma forma en que Adolf Hitler sentía una aversión personal contra los judíos, por algún conflicto de tipo psicológico, Karl Marx la sentía por los cristianos por razones de ese tipo. La gravedad del caso radica en la masiva adhesión que ambos lograron induciendo odios colectivos a gran escala. De ahí que no resulte difícil comprobar lo poco que vale la vida de un judío para algunos de los adeptos nazis que todavía existen, o lo poco que vale la vida de un cristiano para los numerosos seguidores de Marx en la actualidad; incluso no resulta extraño que exalten con cinismo la figura de un asesino serial como el Che Guevara o adhieran a la violencia urbana considerando al delito como “la justicia ante una sociedad excluyente”, como afirmó cierto juez kirchnerista. Ignace Lepp agrega:

“El rechazo del cristianismo se hace, tanto en Marx como en Freud, en nombre de la ciencia, pero en este rechazo salta a la vista la parte desempeñada por el elemento pasional afectivo. Si el socialismo occidental del siglo XIX se ha afirmado, desde el comienzo, completamente ateo, ello se debe, al parecer, al considerable número de intelectuales judíos que encontramos entre sus protagonistas. Para comprender esto, no es menester imaginar no sé qué complot de los Sabios de Sión contra la religión de Cristo. La verdad es mucho más simple. La Europa occidental de su tiempo no era religiosamente cristiana, si bien pretendía serlo sociológicamente. La intelligentzia judía chocaba por doquier, en su voluntad de ascensión, con barreras erigidas en nombre de la religión. Sus miembros luchaban pues, conscientemente, contra la «enajenación religiosa» en nombre de la filosofía, de la ciencia o de la historia. Inconscientemente, se rebelaron contra el cristianismo, cuyos adeptos los ponían aparte, los obligaba a sentirse extraños en países que, sin embargo, eran sus patrias” (De “Psicoanálisis del ateismo moderno”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Todo parece indicar que, conociendo un poco mejor la verdad, se adquiere una mayor conciencia de las cosas, y las soluciones a los conflictos pueden comenzar a aparecer. Es posible que en poco tiempo más, la visión clarificadora de las ciencias humanas y sociales, iluminará los puntos oscuros de nuestro conocimiento para el inicio de una nueva etapa de la humanidad, mejor que las anteriores.

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