viernes, 29 de abril de 2022

Descentralizada y neutral

Por Hans-Hermann Hoppe

Los Estados, independientemente de su constitución, no son empresas económicas. A diferencia de éstas, los Estados no se financian mediante la venta de productos y servicios a clientes que pagan voluntariamente, sino mediante gravámenes obligatorios: impuestos recaudados mediante la amenaza y el uso de la violencia (y mediante el papel moneda que crean literalmente de la nada). Por ello, los economistas se han referido a los gobiernos —es decir, a los titulares del poder estatal— como bandidos estacionarios. Los gobiernos y todos los que están en su nómina viven del botín robado a otras personas. Llevan una existencia parasitaria a costa de una población sometida y «anfitriona».

De ello se desprenden otras ideas.

Naturalmente, los bandidos estacionarios prefieren un botín mayor que un botín menor. Esto significa que los Estados siempre intentarán aumentar sus ingresos fiscales y aumentar aún más sus gastos emitiendo más papel moneda. Cuanto mayor sea el botín, más favores podrán hacerse a sí mismos, a sus empleados y a sus partidarios. Pero hay límites naturales a esta actividad.

Por un lado, los bandidos tienen que tener cuidado de no agobiar tanto a su «anfitrión», cuyo trabajo y rendimiento hacen posible su existencia parasitaria, que éste deje de trabajar. Por otro lado, tienen que temer que sus «huéspedes» —y especialmente los más productivos— emigren de su dominio (territorio) y se instalen en otro lugar.

En este contexto, se hacen comprensibles una serie de tendencias y procesos históricos.

En primer lugar, se entiende por qué hay una tendencia a la expansión territorial y a la centralización política: con ello, los Estados consiguen poner bajo su control a un número cada vez mayor de «anfitriones» y dificultar su emigración a territorios extranjeros. Se espera que esto se traduzca en una mayor cantidad de botín. Y queda claro por qué el punto final de este proceso, el establecimiento de un Estado mundial, no sería en absoluto una bendición para toda la humanidad, como se suele afirmar. Porque no se puede emigrar de un Estado mundial, y en este sentido no hay posibilidad de escapar del saqueo estatal mediante la emigración. Por lo tanto, es de esperar que con el establecimiento de un Estado mundial, el alcance y la extensión de la explotación estatal —indicada, entre otras cosas, por el nivel de ingresos y gastos del Estado, por la inflación monetaria, el número y el volumen de los llamados bienes públicos y de las personas empleadas en el «servicio público»— siga aumentando más allá de cualquier nivel conocido anteriormente. Y esto no es una bendición para la «población anfitriona» que tiene que financiar esta superestructura estatal.

En segundo lugar, se hace comprensible una razón central para el ascenso de «occidente» hasta convertirse en la principal región económica, científica y cultural del mundo. A diferencia de China, Europa se caracterizó por un alto grado de descentralización política, con cientos o incluso miles de dominios independientes desde la Alta Edad Media hasta el pasado reciente. Algunos historiadores han descrito este estado de cosas como «anarquía política ordenada». Y ahora es común entre los historiadores económicos ver en este estado cuasi-anárquico una razón clave para el llamado milagro europeo. Porque en un entorno con una gran variedad de territorios independientes y de pequeña escala en la vecindad inmediata entre sí, es comparativamente fácil para los súbditos votar con los pies y escapar de los robos de los gobernantes estatales mediante la emigración. Para evitar este peligro y mantener a raya a los productores locales, estos gobernantes se ven constantemente presionados para moderar su explotación. Y esta moderación, a su vez, promueve el espíritu empresarial económico, la curiosidad científica y la creatividad cultural.

Por último, a la luz de las consideraciones anteriores, es posible realizar una clasificación y evaluación histórica bien fundamentada de la Unión Europea (UE).

La UE es un ejemplo excelente de la mencionada tendencia a la expansión territorial y a la centralización política, con las consecuencias resultantes: un aumento de las medidas estatales de explotación y el correspondiente crecimiento de la superestructura estatal parasitaria (palabra clave: Bruselas).

Más concretamente: la UE y el Banco Central Europeo (BCE) son el primer paso hacia el establecimiento de un superestado europeo, que finalmente debería fusionarse con un gobierno mundial dominado por los Estados Unidos y su banco central, la Reserva Federal. En contra de los eufónicos pronunciamientos políticos, la UE y el BCE nunca han tenido como objetivo el libre comercio internacional y la competencia. Para ello no se necesitan miles y miles de páginas de papel, llenas de ordenanzas y reglamentos. Más bien, siempre y sobre todo se trató de armonizar las disposiciones fiscales, legales y reglamentarias de todos los Estados miembros para reducir o eliminar así toda competencia de localización económica. Porque si las tasas impositivas y las regulaciones estatales son iguales en todas partes o se alinean cada vez más, entonces hay cada vez menos razones económicas para que las personas productivas trasladen sus actividades a otro lugar, y los bandidos estacionarios pueden estar tanto más tranquilos y, por lo tanto, continuar en su actividad de tomar y distribuir el botín.

Además, la actual UE, como cártel de varios gobiernos, sólo se mantiene unida mientras los bandidos más ricos, que pueden recurrir a una «población de acogida» más productiva, sobre todo los gobiernos alemanes, estén dispuestos y sean capaces de apoyar a sus homólogos más necesitados del sur y del este, con sus «anfitriones» menos productivos, de forma permanente y a gran escala. ¡Y todo a costa de los productores locales!

En resumen, la UE y el BCE son monstruosidades morales y económicas. No se puede penalizar sistemáticamente la productividad y el éxito económico mientras se premia el parasitismo, el despilfarro y el fracaso económico sin provocar un desastre. La UE irá cayendo de crisis económica en crisis y acabará desintegrándose.

En vista de ello, parece urgente hacerse una idea clara de las posibles alternativas al actual curso de creciente centralización política. Y el recuerdo del mencionado «milagro europeo» debería señalar el camino a seguir. La descentralización radical es necesaria para que Europa prospere. En lugar de la UE y el BCE, lo que se necesita es una Europa formada por miles de Liechtensteins y cantones suizos, vinculados por el libre comercio y un patrón oro internacional y que compitan por mantener y atraer a personas productivas con condiciones de localización atractivas.

Sin embargo, para que esta situación sea no sólo concebible, sino factible, es necesario que los Estados y los políticos dejen de ser considerados como lo que dicen ser, sino como lo que realmente son: bandidos estacionarios, gángsters y ladrones. Hasta hace poco, esta idea era impensable para la inmensa mayoría de la población. Pero el régimen del coronavirus de los últimos dos años, con sus arbitrarias y absurdas prohibiciones de salir, de contacto y de reunión, y sus constantes cambios en los reglamentos de pruebas, certificados y vacunas, incluida la vacunación obligatoria, ha provocado entretanto que un gran número de políticos sean considerados como delincuentes violentos fuertemente armados y sin escrúpulos.

PD: ¿Los actuales acontecimientos militares en Ucrania exigen una revisión o corrección de los análisis anteriores?

Al contrario.

En primer lugar, no son los rusos, los ucranianos, los alemanes o los americanos los que provocan las guerras, sino las bandas de bandidos que gobiernan Rusia, Ucrania, Alemania y América y que pueden trasladar los costes de una guerra a la población civil en cuestión.

Entonces, los Estados pequeños o las bandas de bandidos sólo libran guerras pequeñas contra oponentes pequeños. Los Estados grandes, en cambio, que surgieron de pequeñas guerras anteriores con éxito, suelen ser más belicosos y libran no sólo guerras pequeñas sino también guerras más grandes contra oponentes grandes. Y el mayor y más poderoso de todos los Estados, EUA, y sus Estados vasallos reunidos en la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte), es el más aficionado a la guerra y a la expansión. Sólo eso es una razón para los Estados pequeños y la descentralización.

Por último, cuando un Estado más pequeño se enfrenta al impulso expansionista y a la amenaza de uno más grande, tiene básicamente dos opciones: Puede someterse. O puede intentar mantener su independencia. Y para lograr este objetivo y evitar la guerra o minimizar el riesgo de guerra, sólo hay una receta prometedora: la neutralidad. No se interfiere en los asuntos internos de la gran potencia, y no se la amenaza o provoca. Incluso una gran potencia no puede invadir sin más otro país. Porque esto siempre requiere una justificación ante su propia población, que tiene que soportar la carga de una guerra. Y cuanto más pequeño es un Estado, más difícil es presentar su comportamiento como una amenaza o una provocación. (¡¿Quién se siente amenazado por Liechtenstein?!)

Y este imperativo de neutralidad se aplica aún más cuando, como en el caso de Ucrania, te enfrentas a dos grandes potencias con pretensiones rivales al mismo tiempo y tomar partido por una significa una amenaza adicional para la otra. La guerra actual es el resultado de múltiples violaciones de esta norma por parte del gobierno de Ucrania. Si el gobierno que llegó al poder en un golpe de Estado orquestado por los Estados Unidos en 2014 se hubiera abstenido expresamente de entrar en la OTAN y en la UE, como hizo Suiza, y se hubiera dejado marchar a las dos provincias de habla rusa entonces escindidas en el este del país en lugar de amedrentarlas y aterrorizarlas, la amenaza potencial para Rusia se habría reducido y la catástrofe actual no se habría producido casi con toda seguridad.

Bajo la presión sostenida de EEUU, combinada con su propia audacia, la camarilla gobernante ucraniana no hizo nada de eso y siguió exigiendo el ingreso en la OTAN. Esto habría ampliado la presencia militar de EEUU hasta las fronteras de la gran Rusia, que había sido declarada Estado enemigo. Por tanto, nadie podía dudar de que el comportamiento del gobierno ucraniano sería percibido por la parte rusa como una tremenda provocación y una grave amenaza. El resultado real de esta provocación, que ahora se conoce, no era previsible, pero sí era bastante previsible que el propio comportamiento también haría más probable una reacción rusa como la que realmente tuvo lugar. En la guerra de Ucrania, como tantas veces en la historia, Putin no tiene un solo padre, sino varios. Por lo tanto, la histeria y la agitación antirrusa completamente unilateral que se extiende actualmente en Occidente no sólo es incorrecta desde el punto de vista de los hechos, sino que pretende principalmente distraer del propio papel de Occidente en el drama actual. Y pretende hacernos olvidar que Estados Unidos y sus vasallos de la OTAN han sido responsables de muchas más víctimas y daños de guerra en los últimos treinta años que Rusia desde el colapso de la Unión Soviética y actualmente en Ucrania.

(De www.mises.org.es)

miércoles, 27 de abril de 2022

Bergoglio y el gobierno mundial

A lo largo de la historia se ha visto el surgimiento de líderes religiosos, militares o políticos que, “generosamente”, se mostraron dispuestos a gobernar el mundo bajo sus criterios personales, llegando así a generar las peores catástrofes sociales de toda la historia, como fue el caso de los gobiernos totalitarios, comunistas y nazis, si bien no lograron el dominio total del planeta, como tenían planeado. De ahí que un gobierno universal y personal implica un gran peligro, aun cuando no sea desechable la posibilidad de alguien con buen criterio y buenas intenciones.

Para evitar riesgos extremos, los sistemas democráticos establecen leyes que deben ser también acatadas por los propios gobernantes. Por ello, un gobierno universal debería, en principio, estar constituido esencialmente por leyes humanas, antes que por un líder que adopta decisiones personales. Incluso tales leyes deben ser compatibles con las leyes naturales que gobiernan nuestra naturaleza humana; de lo contrario no tendrían razón de ser.

Las leyes naturales descriptas por la ciencia, que son las mismas leyes de Dios consideradas por la religión, deben constituir entonces el gobierno universal que todos buscamos. Esto se conoce como el Gobierno de Dios sobre el hombre, o el Reino de Dios, para distinguirlo de los distintos gobiernos del hombre sobre el hombre, desaconsejados y opuestos a la religión.

Cuando Cristo manifiesta que “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Regnum Dei intra vos est) indica que el gobierno universal es esencialmente un autogobierno, individual; que se inicia cuando el hombre se decide a adaptarse a tales leyes y a aceptar tal gobierno superior junto al mandamiento que nos propone adoptar una actitud cooperativa, tal el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, o, compartirás las penas y las alegrías ajenas como propias.

En la actualidad se ha llegado al extremo de que algunos “cristianos” ubican en un lugar secundario al contenido ético priorizando alguna forma misteriosa de vínculo del creyente con el propio Cristo. Este es el caso de la máxima autoridad de la Iglesia Católica, Jorge Bergoglio, quien expresó en Twitter: “Ser cristianos no es ante todo una doctrina o un ideal moral, es la relación viva con el Señor Resucitado” (18/4/21).

En cuanto a un posible gobierno mundial, distinto del propuesto en la Biblia, Jorge Castro escribió: "La Iglesia es la fe encarnada que torna visible lo invisible; y no puede vincularse a un sistema como el capitalista contemporáneo...Sólo puede hacerlo (esa es su vocación más profunda) en su condición de Católica (unida y universal) en el terreno estrictamente político, cuya razón de ser es la legitimidad".

"Por eso Francisco, al igual que Benedicto XVI, proclama la necesidad de instaurar una Autoridad politica global, un Estado mundial fundado en valores trascendentes".

"El control de la técnica es la verdadera prueba de poder que deberá afrontar el Estado mundial en ciernes. la emergencia de una sociedad global implica la necesidad de pensar en un plan común para un solo mundo. Este es el contenido de la política mundial en el siglo XXI, sostiene el Papa jesuita".

La preponderancia de la política sobre la religión, como parece constituir el fundamento de la postura de Bergoglio, puede vislumbrarse en sus siguientes palabras: "Poner en vigencia lo político es garantizar la unidad de la Nación, amenazada por la discordia y la enemistad interna...Es retormar el horizonte de la síntesis y de la unidad nacional...La política es unidad y búsqueda de acuerdo en lo esencial. Sin ella, la identidad nacional está en riesgo de desintegración, e incluso es frágil y transitoria la vida social" (Citado en "La visión estratégica del Papa Francisco" de Jorge Castro-Distal SRL-Buenos Aires 2015).

viernes, 22 de abril de 2022

El liberalismo light

Entendida la libertad como una condición en la cual no existe gobierno del hombre sobre el hombre, por lo general se deja de lado que tal condición debe surgir de un nivel aceptable de responsabilidad personal. Si todos los seres humanos fueramos responsables por nuestros actos, contemplando los efectos que producen en los demás, no habría necesidad de Estado, ni de policías, ni de ningún tipo de sanción, ya que estarían demás.

Podríamos denominar "liberalismo light" a la tendencia a buscar la libertad personal, en el sentido indicado, sin adquirir previamente la responsabilidad personal correspondiente. En la actual época posmoderna, ello se traduce en la exigencia desmesurada por el respeto de nuestros derechos personales, desde la sociedad, sin ocuparnos por cumplir con los deberes que previamente correspondería para legitimar tales exigencias. La libertad, en este caso, implica "hacer cada uno lo que le viene en ganas".

La tradición liberal implica algo bastante distinto a esta tendencia. Jesús Huerta de Soto escribió al respecto: "No podemos hacernos los ciegos y debemos reconocer que el movimiento libertario, que sigue creciendo y expandiéndose por el mundo, está en buena parte contagiado de burguesía materialista, indiferencia moral y nihilismo filosófico".

"Muchos de los hoy llamados libertarios defienden, por supuesto, la libertad, pero se quedan tan sólo en el nivel básico de no coacción y en la defensa del principio de no agresión, sin ser capaces de pensar en nada superior que esté un centímetro elevado del suelo. De ese modo, en lo único que piensan es que un mundo libre les traerá mayor riqueza material para aumentar su comodidad y bienestar, creen que cualquier opción de vida es moralmente indiferente, consideran que filosóficamente no existe algo que objetivamente valga la pena y, en resumen, afirman que nada tiene valor en sí mismo más allá de la utilidad inmediata que le reporte al individuo".

"La mejor línea de la Economía Austriaca, en cambio, ve al hombre como un ser trascendente que la mera acumulación de átomos ordenados y células organizadas. La herencia filosófica que recibieron los pensadores austriacos de los siglos XIX y XX viene de muy antaño, y especialmente merece la pena destacar los siglos XVI y XVII que, durante el llamado Siglo de Oro Español, produjeron desde Salamanca el primer intento (quizás involuntario) de sistematización de lo que podríamos llamar un incipiente pensamiento austrolibertario".

"Esa Escuela Española, madre de la Escuela Austriaca, conocía perfectamente la trascendencia vital del ser humano, que no había venido al mundo a respirar y pastar como lo hace una vaca. Es por eso que este libro intenta volver a los orígenes, rescatar la esencia del pensamiento español sobre la libertad, conservar la línea del auténtico pensamiento austriaco sobre la organización social, y propone continuar la noble tarea intelectual de profundizar en la teoría económica, en la teoría política, en la teoría jurídica y en la teoría ética que conduzca a un mundo más libre, sí, pero también más civilizado y trascendente" (Del Epílogo de "El manifiesto austrolibertario" de Pol Victoria-Unión Editorial SA-Madrid 2018).

miércoles, 20 de abril de 2022

La maldición del utopismo

Axel Kaiser sostiene que los liberales clásicos suelen perder ante la opinión pública debido a que los socialistas debaten desde un sueño mientras que los liberales lo hacen desde una realidad conocida e imperfecta.

Por Axel Kaiser

La palabra “utopía” fue acuñada por Thomas More en 1516 para referirse a una sociedad basada en una extensa igualdad, sin propiedad privada regular y conducida por hombres sabios y viejos. “Utopía” viene del griego “topos” o “lugar” y “u”, prefijo que significa “inexistente”. Una utopía, es, por lo tanto, un lugar inexistente. Pero en la misma obra, More habla también de Eutopia, lo que desde el griego podría traducirse como “lugar feliz”.

Si bien More nos legó el concepto “utopía” como un lugar feliz inexistente, el utopismo es probablemente tan antiguo como la consciencia humana. Sus primeros registros se han encontrado en tablas de arcilla sumerias que datan del año dos mil antes de Cristo y evidencia de utopías posteriores se observa en sociedades de distintas regiones y épocas. Todas las utopías conocidas tienen en común el cuestionar la forma en que vivimos. Tower Sargent los llama “sueños sociales”.

Quienes se encuentran inmersos en culturas impregnadas de utopismo, como es ciertamente el caso de América Latina, se enfrentan con el desprecio por la realidad y con la eterna insatisfacción con lo alcanzado de vastos sectores de sus élites y habitantes. Visto así, el utopismo, es una forma de inmadurez social de consecuencias potencialmente devastadoras.

No hay ejemplo más persistente del poder destructivo del utopismo que la doctrina socialista. De hecho, originalmente, el concepto “socialismo” surgió para describir una utopía. Marx desecharía a los primeros socialistas precisamente por ser “utópicos”, abogando en cambio por un socialismo que él denominaba “científico”. Pero el socialismo de Marx era tan utópico en sus pretensiones como aquel en contra del cual se rebelaba y jamás pudo ofrecer ni económica ni sociológicamente una representación fidedigna de la realidad. De ahí que todas sus profecías fracasaran. A pesar de ello, su idea de que la creación de una sociedad basada en el amor fraternal, la igualdad y la abundancia para todos, era no solo posible sino una inevitabilidad histórica, continúa permeando entre sus seguidores y movilizando sentimientos incluso más allá de ellos.

Frente a ese mensaje utópico, quienes defienden la realidad, el mercado y la libertad, estarán siempre en desventaja a nivel discursivo y, por tanto, también a nivel político. Es por eso que el default, el orden natural de las cosas, en nuestra cultura al menos, tiende siempre hacia la izquierda.

Ahora bien, esta ventaja moral, hay que insistir, la poseen los socialistas, no por lo que han conseguido en la práctica —genocidios, miseria, dictaduras— sino porque lo que prometen es infinitamente superior para nuestra imaginación que lo que ya tenemos. Por eso no pagan un costo proporcional al mal que hacen en términos del prestigio de sus ideas, pues el ser humano está dispuesto a tolerar los peores crímenes cuando son cometidos en nombre de buenas intenciones. ¿Acaso llegar al paraíso no hace que casi cualquier costo valga la pena? A diferencia del concepto “socialismo” el de “capitalismo” asociado al liberalismo emergió desde el principio para describir un sistema real con todos sus problemas. La desesperación de liberales partidarios del libre mercado por su permanente derrota ante la tribuna de la opinión pública tiene mucho que ver con esta diferencia comunicativa: “socialismo” es un concepto normativo, esto es, con fuerza moral, “capitalismo” es meramente uno descriptivo de algo conocido e imperfecto.

Los adversarios del liberal discuten, así, no desde la realidad, sino desde un sueño. Como planteaba Jean François Revel, el socialismo ofrece una solución a todos los problemas del mundo, algo que el liberalismo clásico no hace, pues a diferencia del primero, reconoce en la realidad la fuente de información y el fundamento de la acción. Esta desventaja narrativa del liberalismo clásico tiene profundas repercusiones psíquicas e implica que el esfuerzo por mantener vibrante sus ideas debe ser mucho más grande en escala que el de los socialistas.

Lamentablemente, en nuestras tierras esto no se cumple porque prácticamente toda la élite intelectual, social y empresarial comparte, en diversos grados, la mentalidad utópica. En otras palabras, siente que los socialistas, en esencia, se encuentran del lado correcto del debate, incluso cuando racionalmente rechacen por razones prácticas sus propuestas concretas de política pública y económica.

Como consecuencia, el realismo por el que abogamos los liberales está condenado a ser sacrificado una y otra vez en nombre de una gran idea y a encontrar algo de defensa recién cuando el utopismo de la izquierda amenaza con arrasar absolutamente todo a su paso.

Este artículo fue publicado originalmente en El Mercurio (Chile) el 9 de abril de 2022.

(De www.elcato.org)

martes, 19 de abril de 2022

Krugman y la antieconomía

Juan Ramón Rallo comenta la aseveración de Paul Krugman en CNN de que lo que necesita la economía estadounidense es un incremento masivo del gasto, como el que podría proporcionarnos otro rearme militar estimulado por los temores a una invasión alienígena.

Por Juan Ramón Rallo

Dejó escrito Lionel Robbins que la Economía es la ciencia que estudia la distribución de medios escasos hacia fines competitivos. Dado que nuestras necesidades superan los recursos de que disponemos para satisfacerlos, se vuelve imprescindible economizar esos recursos; a saber, dedicarlos siempre a aquellos objetivos que resulten prioritarios.

El keynesianismo supuso un radical giro copernicano hacia la Antieconomía: al contrario que los clásicos, el problema fundamental no era ser muy cuidadoso en el uso que les dábamos a unos recursos siempre escasos para evitar despilfarrarlos, sino lograr, como fuere, la plena ocupación de esos recursos. La Economía dejó de ser una ciencia que estudiaba cómo los medios derivaban su valor de usarse para la consecución de los fines más valiosos (usos productivos) para convertirse en una pseudociencia que otorgaba valor en sí mismo a la utilización de los recursos con independencia de sus objetivos (usos improductivos).

El enésimo chascarrillo keynesiano, protagonizado cómo no por Paul Krugman, podrá sorprender a aquellos que todavía pensaban que eso del keynesianismo era algo serio, pero desde luego no asombrará a quienes conocemos las entrañas del monstruo. Ni corto ni perezoso, el de Princeton afirmó en una entrevista en la CNN que lo que necesita la economía estadounidense para salir de la depresión es un incremento masivo del gasto, como el que nos proporcionó el rearme militar de la II Guerra Mundial o como el que podría proporcionarnos otro rearme militar estimulado por los temores a una invasión alienígena. Sólo eso: en apenas 18 meses, según Krugman, todas nuestras dificultades estarían solventadas.

No es la primera vez que Krugman alaba la guerra como un importante catalizador de la actividad económica. Aunque a muchos izquierdistas les agrade atribuir buena parte de la crisis actual a todo el gasto y endeudamiento públicos en el que tuvo que incurrir Bush a cuenta de la guerra de Irak (y en este caso… ¡tendrían razón!), el Nobel ya les explicó en 2008 que esa narrativa no es coherente con el resto de su credo: “El hecho es que, en general, las guerras son expansivas para la economía, al menos en el corto plazo. Recordad, la II Guerra Mundial puso fin a la Gran Depresión. Los 10.000 millones de dólares que cada vez gastamos en Irak van dirigidos, sobre todo, a adquirir bienes y servicios producidos en EE.UU., lo que significa que la guerra ha sustentado la demanda”.

Los liberales clásicos siempre tuvieron bien claro que lo que hace florecer una sociedad no es la guerra, sino el comercio. La guerra tiende a ser mutuamente destructiva, a destruir la división internacional del trabajo, a acabar con las vidas de miles de seres humanos, a dilapidar el capital y a instaurar un control económico sobre el país derrotado que durante un período más o menos prolongado suele asemejarse mucho a la planificación central del socialismo.

Aun así, sería absurdo negar que en ocasiones las guerras son necesarias e incluso económicamente convenientes, pero no porque generen riqueza, sino porque minimizan su destrucción. Es el caso de las guerras defensivas: si un invasor está decidido a arrasar una comunidad, esclavizar a su población y a pasar a cuchillo a los más débiles, sería absurdo recibirlos con los brazos abiertos esperando convencerles de que comerciando y abrazando a Adam Smith todos seremos felices y comeremos perdices. Pero insisto: en todo caso, la guerra no sería un bien, sino un mal menor.

Para Krugman y Keynes, la guerra sí es, en cambio, económicamente un bien, mas no porque les encanten las matanzas o porque piensen que el botín de guerra será suficiente para sufragar sus gastos, sino porque la guerra constituye uno de los pocos casos en los que el Gobierno está aparentemente legitimado para tomar un control absoluto de la economía y, por tanto, para darles algún tipo de empleo a todos los factores productivos. No importa que esos empleos nada tengan que ver con la satisfacción de las necesidades de los distintos individuos, pues lo único importante es que todos estén ocupados en algo, aunque no se dediquen a producir nada de valor. El ejemplo histórico no es sólo la II Guerra Mundial, sino también la Alemania nacional-socialista; ya lo dijo John Kenneth Galbraith en La era de la incertidumbre: “Hitler fue el auténtico precursor de las ideas keynesianas”.

El pésimo razonamiento de Krugman a cuenta de las bondades de una invasión extraterrestre culmina especialmente al final: según el Nobel, si después de readaptar toda la economía a la guerra intergaláctica descubriéramos que todo había sido un fraude a lo Orson Wells, que nunca había existido riesgo de invasión alguna, todos nos enriqueceríamos notablemente, pues habríamos disfrutado de todo el gasto militar asociado a las guerras sin ninguna de sus funestas consecuencias.

En otras palabras, una vez descubrimos que todas las inversiones que hemos efectuado para defendernos de los extraterrestres no tienen ninguna utilidad y que han supuesto una dilapidación de capital que haría parecer la burbuja inmobiliaria como una granito menor, entonces resultará que todos somos más ricos. El razonamiento es brillante: riqueza es pobreza, economizar es despilfarrar, acertar es equivocarse, lo esencial es lo inútil. Orwell redivivo. La Antieconomía.

(De www.elcato.org)

domingo, 17 de abril de 2022

Gorki y la utilización política de personajes famosos

Son frecuentes los casos en que reconocidos personajes públicos son convocados a las filas de un partido político, no tanto como reconocimiento a sus méritos, sino con fines propagandísticos. El personaje elegido, por cierto, contempla las ventajas de aceptar la convocatoria rechazándola en cuanto la tarea política encomendada resulta incompatible con sus principios morales. Otras veces, las ventajas le hacen relegar tales principios.

En el caso de Máximo Gorki se advierte una etapa de acercamiento y posterior alejamiento de Lenin. Luego, al ser convocado por Stalin, parece ceder antes las ventajas ofrecidas debiendo dejar un tanto de lado sus creencias o certezas de tipo ético. Boris Souvarine escribió al respecto: "Máximo Gorki, nacido de 1868, dos años antes que Lenin y a quien los comunistas proclaman como el más grande escritor proletario y hasta el maestro del «realismo socialista», era de origen burgués".

"En 1905 conoció a Lenin. Sin inscribirse en el partido, hizo muchos servicios a la causa del mismo y hasta fue invitado al Congreso socialista de Londres en 1907. No comprendía nada de las querellas entre bolcheviques y mencheviques, y reprochaba ya a Lenin su «falta de tolerancia». Lenin le respondía que el Partido no era una «casa de tolerancia», pero trataba con miramientos al escritor que juzgaba «útil» y utilizable. Así Gorki se unió cada vez más al bolchevismo".

"Durante el golpe de Estado bolchevique de noviembre de 1917, se indignó a causa de la actuación arbitraria del nuevo poder; protestó con vehemencia y se opuso a la demagogia amotinadora y obrerista que se vertía a chorros. Publicó varios artículos. Los comunistas suprimieron su revista y su periódico. Se dedicó entonces a las obras filantrópicas, protegió a los escritores y a los artistas, ayudó a los intelectuales que perseguía el régimen soviético, intervino contra el terror rojo...Lenin le toleró muchas cosas, pero en 1921 se le quitó de en medio aconsejándole se fuera a cuidar su salud al extranjero. Gorki se negó; después dudó y por fin decide irse, primero para Alemania y después para Italia, instalándose en Sorrento".

"Durante este nuevo exilio semi-voluntario se desolidarizó del bolchevismo y reeditó sus artículos de 1917. Al conocer la prohibición de los grandes escritores rusos y extranjeros está a punto de romper con la Rusia soviética, pero se siente desgarrado por las contradicciones, la nostalgia de su país le hace sufrir y lleva sus pensamientos hacia el pueblo en que ha nacido, cuya lengua es su propio verbo. No se encontraba en su casa fuera de Rusia, sentía la necesidad carnal del contacto ruso, de hombres de su especie. De su patria le vienen sin cesar emisarios, admiradores, llamamientos, cartas innumerables que le conjuran que regrese y le dan el gusto anticipado de una felicidad inefable. En 1928 se decide" (De "Cuadernos" Marzo-Abril 1958-Congreso por la Libertad de la Cultura).

Cuando Gorki regresa a la URSS, Lenin ha muerto y Stalin está al mando de la nación. Esta vez el escritor intenta adaptarse al gobierno de turno. Souvarine agrega: "Con gran extrañeza general, Gorki renuncia aparentemente a su actitud crítica del tiempo de Lenin para dejarse rodear por los halagos de Stalin. Tiene sesenta años, es cierto, y aspira a estabilizarse en el país natal. Stalin le prodiga honores y privilegios, le rodea de secretarios, de cortesanos, de espías, de servidores: se trata siempre de «utilizar» al hombre célebre. Colmado de homenajes y favores, Gorki parece ciego a las atrocidades del stalinismo y sordo a los gritos de angustia que salen de todas partes. En realidad, sabe y comprende, pero se consume en la impotencia. Piensa, tal vez, liberar su conciencia en el momento propicio y lleva un diario íntimo cuya divulgación le rehabilitará ante la posteridad. Entre tanto, prisionero de la gloria oficial, multiplica las pruebas de lealtad, se resigna a silencios cómplices y cada invierno vuelve a Sorrento para preservarse de los rigores del frío ruso".

"Pero en 1935, Stalin le niega el pasaporte, decisión siniestra de la que nadie descubre todavía el sentido pero que va a explicarse cuando el déspota, ebrio de rabia homicida, acomete la tarea de exterminar a todos los compañeros íntimos de Lenin, a toda la «vieja guardia» del bolchevismo: un Gorki libre en el extranjero no hubiera podido callarse, evidentemente, ante tal horror".

"El 18 de junio de 1936, Pravda anuncia con grandes títulos y signos de duelo la muerte de Máximo Gorki, certificada como natural por cinco médicos eminentes y después por los que hicieron la autopsia". "No hay ninguna razón para conceder el menor crédito a los auxiliares de Stalin, capaces de añadir todas las mentiras a todos los crímenes, como su jefe. Gorki, muy enfermo y gastado, estaba en edad de acabar de muerte natural. Pero si se retiene la hipótesis de un «asesinato médico» es preciso decir que sólo Stalin tenía interés en esta muerte".

viernes, 15 de abril de 2022

Deísmo, la religión racional de la ley natural y la libertad: la política del deísmo

Por George H. Smith

[Nota de los editores: ¿Sabías que las raíces del liberalismo están filosóficamente conectadas con las del pensamiento científico? Surgen ambas de la noción de orden natural comprensible mediante la razón. En esta serie te explicaremos el deísmo, la religión del orden natural.
La ciencia moderna, vista como resultado de una evolución de ideas, su genealogía, viene del deísmo o también llamado ‘religión natural’, una filosofía-religión que busca a Dios en las leyes naturales en vez de encontrarlo en revelaciones proféticas y libros sagrados o ‘religión revelada’. Sin noción de la existencia de leyes naturales no habría ciencias como las conocemos hoy, ¿qué propósito tendrían las ciencias si no asumiésemos la postura metafísica de la existencia de un orden natural?
Por otro lado, ¿eres de los que piensas que al libertarismo podría faltarle una religión que inspire la comprensión total del mundo pero que a la vez no niegue la razón? Quizás algunos de los primeros libertarios o liberales clásicos europeos de hace alrededor de 300 a 200 años tenían ya una intuición de cuál podría ser la respuesta a esa inquietud y podríamos retomar sus ideas al respecto.]

Las implicaciones políticas del repudio deísta a la revelación especial y los milagros

“Mi hipótesis (que en realidad no es tan hipotética) ilustra las enormes implicaciones políticas de una revelación especial. El absolutismo político se defendía típicamente apelando a la voluntad de Dios revelada en ese depósito de revelación especial conocido como la Biblia.”

Hasta ahora, mi serie sobre “Libre pensamiento y libertad” ha cubierto algunas ideas defendidas por los primeros deístas y otros librepensadores. Y aunque he mencionado algunas implicaciones políticas de las críticas deístas del cristianismo ortodoxo, no he presentado una visión general completa de esas implicaciones. Hacerlo es el propósito de este ensayo.

Muchos deístas estaban en la tradición política de Locke. Según John Locke, en el estado de naturaleza (antes de la formación de la sociedad política) la gente disfrutaba de “libertad natural”. Esto se refería a una sociedad anarquista sin gobierno, una condición de igualdad de derechos en la que no hay autoridad política, dominio o subordinación, una sociedad en la que (en palabras de Locke) todo “Poder y Jurisdicción es recíproco, nadie tiene más derechos que otro “. La soberanía política, que exige que los súbditos obedezcan a los gobernantes, no es una condición natural de la humanidad; nadie nace con la autoridad moral para gobernar a otros. Solo mediante un proceso de consentimiento pueden las personas enajenar algunos de sus derechos transfiriéndolos, o el poder de hacerlos cumplir, a un soberano. Esto se hace, según Locke, para hacer que el resto de nuestros derechos, especialmente los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, sean más seguros de lo que serían en un estado natural.

Aunque Locke no originó la noción de igualdad de derechos y libertad en una sociedad sin gobierno (filósofos anteriores habían propuesto modelos teóricos similares), fue la formulación de Locke la que ejerció la mayor influencia entre los deístas y otros librepensadores liberales clásicos. Este punto es esencial si queremos comprender la característica principal de la hostilidad mostrada por los deístas hacia la revelación especial, en contraste con la revelación natural. A diferencia de la revelación natural, o el conocimiento de la naturaleza adquirido por la facultad natural de la razón, la revelación especial se refiere a una comunicación divina supuestamente transmitida directamente de Dios a una persona o grupo de personas en particular. A partir de entonces, esos agentes especiales e inspirados que recibieron el mensaje divino, comúnmente conocidos como profetas, les dicen a otros lo que Dios supuestamente les dijo.

Los deístas rechazaron este enfoque, que se encuentra en todas las religiones reveladas (incluido el cristianismo, el judaísmo y el islam), porque el profeta, al afirmar haber recibido una revelación especial de Dios, oculta sus afirmaciones de conocimiento con un estado cognitivo especial; es decir, el profeta afirma poseer un conocimiento que otros no pueden verificar directamente mediante el uso de la razón. Además, el profeta, que dice actuar en nombre de Dios, a veces afirma una autoridad política especial sobre otros. Y esto implica que la doctrina de los derechos naturales e iguales, que genera una teoría del gobierno por consentimiento, puede ser anulada por mandatos divinos, revelados a través del agente humano designado por Dios.

Considere esto hipotético: un profeta autoproclamado entra en un pueblo y anuncia que ha sido autorizado y ordenado personalmente por Dios para gobernar ese pueblo y castigar a los pecadores. Dios está enojado con los habitantes de esa ciudad, por lo que designó a su agente, el profeta, para comunicar su disgusto y castigar a los pecadores en su nombre. Los cristianos escépticos, habiendo aprendido de la Biblia acerca de los falsos profetas, repudiarían al futuro dictador como un impostor, pero esto plantea la pregunta: ¿Con qué criterios objetivos podemos diferenciar entre verdaderos y falsos profetas? Una señal de un profeta auténtico, como se acepta tradicionalmente en el cristianismo, fue la capacidad de realizar milagros. Incluso esta señal fue problemática, sin embargo, para los principales teóricos cristianos, como Agustín, admitió que los demonios y otros secuaces de Satanás también pueden realizar milagros. Pero evitemos este error y centrémonos en las implicaciones si un profeta que se identifica a sí mismo es capaz de persuadir a otros de su misión divina a través de la realización de aparentes milagros. Si esto sucede, entonces el profeta habrá legitimado su dominio político y su derecho a castigar a los pecadores. Este derecho político a gobernar será un derecho especial, revelado con autorización divina, no un derecho natural de todos. Y ese derecho revelado no dependerá del consentimiento de los gobernados, ya que fue conferido al profeta directamente por Dios, quien no requiere el consentimiento de sus criaturas para hacer cumplir su voluntad.

Mi hipótesis (que en realidad no es tan hipotética) ilustra las enormes implicaciones políticas de una revelación especial. El absolutismo político se defendía típicamente apelando a la voluntad de Dios revelada en ese depósito de revelación especial conocido como la Biblia. Considere, por ejemplo, el siguiente pasaje de Pablo (Romanos 13.1-2, RSV), que tuvo un impacto incalculable en la teoría política cristiana y fue el pasaje pilar utilizado por los defensores de la obediencia incondicional a un gobierno establecido.

Que todos estén sujetos a las autoridades gobernantes. Porque no hay autoridad sino de Dios, y las que existen han sido instituidas por Dios. Por tanto, el que resiste a las autoridades se resiste a lo que Dios ha designado, y los que resistan incurrirán en juicio.

Ahora bien, si Pablo hubiera sido visto como un filósofo como cualquier otro filósofo, entonces su mandato de obedecer a los gobiernos establecidos no habría tenido un significado especial. Pero como los cristianos creían que Pablo era un profeta importante inspirado por Dios, su mandato recibió un estatus especial como un mandato divino comunicado a través de una revelación especial. En resumen, desobedecer el mandato de Pablo sería desobedecer la voluntad de Dios.

Un pasaje similar y frecuentemente citado aparece en I Pedro 2.13-14.

Sométete, por el amor del Señor, a toda institución humana, ya sea al emperador como supremo o a los gobernadores enviados por él para castigar a los que obran mal y alabar a los que hacen el bien.

Este pasaje a menudo se invocaba para justificar nuestro deber de obedecer incluso a gobiernos tiránicos, ya que Dios envió a los tiranos para castigar a una nación pecadora. Por supuesto, aquellos cristianos que más tarde defendieron los derechos de resistencia y revolución contra gobiernos tiránicos encontraron formas de sortear la doctrina de la obediencia pasiva, pero para ello tuvieron que apartarse de la interpretación tradicional de los dos pasajes del Nuevo Testamento (citados anteriormente) y ofrecer su opinión y propia interpretación en su lugar.

La probabilidad de interpretaciones contradictorias de la revelación especial no planteó un problema teórico tanto para los católicos como lo fue para los protestantes. En la Iglesia Católica, el Papa era el árbitro último de las controversias doctrinales. Su función era más bien parecida a la de la Corte Suprema en el derecho estadounidense; lo que dijo el Papa fue definitivo, y ese fue el fin del asunto (al menos en teoría). Pero los protestantes, al rechazar la autoridad papal y al sostener que cada persona debería usar su propia conciencia para comprender las Escrituras, se generaron un serio problema para ellos. Surgieron cientos de sectas protestantes, y sus interpretaciones conflictivas de la Biblia con frecuencia se extendieron a la política. Por lo tanto, los críticos católicos de Lutero, Calvino y otros reformadores tenían básicamente razón cuando predijeron que el enfoque protestante de la Biblia resultaría en un tipo de anarquía religiosa, ya que cada individuo se veía a sí mismo como la autoridad suprema en asuntos religiosos. Volviendo a mi analogía anterior, el resultado fue similar a lo que sucedería si Estados Unidos no tuviera un Tribunal Supremo o un sistema judicial de ningún tipo, y cada estadounidense fuera libre de interpretar e implementar la ley de acuerdo con su propio juicio.

Los deístas ingleses cortaron este nudo gordiano al negar por completo la razonabilidad de la revelación especial, especialmente si esa revelación no podía verificarse independientemente por medios racionales. Y como parte de este proyecto crítico, también argumentaron que es irracional creer en milagros, porque, como se señaló anteriormente, los milagros eran una señal por la cual un verdadero profeta, un supuesto comunicador de una revelación especial, podría ser identificado. Por lo tanto, el asalto deísta a la ortodoxia cristiana fue todo menos críticas al azar y sin sentido a los creyentes religiosos sinceros. Los deístas, contrariamente a sus críticos (entonces y ahora), no querían socavar los fundamentos morales de la sociedad. En la controversia deísta intervinieron cuestiones políticas profundas; en particular, los deístas liberales deseaban bloquear el camino por el cual los defensores de la soberanía política exigían la obediencia incondicional de los súbditos, sobre la base de pretensiones de revelación especial que intentaban eludir la justificación racional.

Había muchas facetas en la agenda deísta, pero es importante comprender su actitud básica hacia la revelación especial y los milagros. Como creyentes en un Dios de la naturaleza omnipotente, omnisciente y benévolo, los deístas no negaron la capacidad de Dios para comunicarse personalmente con individuos seleccionados. Los deístas tampoco negaron la capacidad de Dios para realizar milagros. Sus críticas (como veremos en ensayos posteriores) fueron más complicadas que eso. Por ejemplo, su crítica típica de los milagros, como la presentó David Hume de la manera más famosa, se centró no en la imposibilidad de los milagros per se, sino en la irracionalidad de creer informes de milagros históricos. Ser testigo de un aparente milagro de primera mano es una cosa, pero aceptar el informe de otra persona que afirma haber presenciado un milagro es otra cosa completamente distinta. Evaluar la plausibilidad de los milagros históricos requiere que apliquemos cánones racionales de juicio histórico, y ningún milagro histórico, según los deístas, podrá pasar esa prueba.

Dado que la Biblia es la base del cristianismo, y dado que los cristianos aceptaron la Biblia como un documento histórico que relata auténticos milagros, el asalto deísta a los milagros históricos amenazó con socavar el fundamento mismo del cristianismo; porque rechazar la autenticidad de los milagros bíblicos era despojar a la Biblia de su condición divina y reducirla al nivel de cualquier otro libro. Por eso los teólogos cristianos reaccionaron al movimiento deísta con denuncias airadas y críticas vehementes. Los críticos también entendieron las implicaciones políticas radicales del deísmo. Si los escritores del Nuevo Testamento no podían reclamar legítimamente ninguna autoridad divina especial, entonces su teoría del gobierno y la obediencia, como cualquier otra teoría política, requería una justificación racional. Si los gobernantes cristianos no podían basar su soberanía en una revelación especial de Dios, como se informa en la Biblia, entonces prevaleció la teoría lockeana de la igualdad de derechos. Ninguna persona nació con una autoridad natural o derechos especiales sobre otra persona, por lo que los monarcas cristianos necesitaban explicar y justificar su supuesto derecho moral a exigir obediencia a los demás.

Las apelaciones a la igualdad de derechos de las personas, derechos que un soberano no puede invalidar o anular si busca justificar su poder apelando a la Biblia u otra revelación especial, aparecen en muchos escritos deístas. Aquí hay un pasaje típico de uno de los libros deístas más leídos del siglo XVIII, un libro que obtuvo más de 150 respuestas: El cristianismo tan antiguo como la creación de Mathew Tindal, publicado por primera vez en 1730.

Los legisladores humanos están tan lejos de tener el derecho de privar a sus súbditos de esta libertad natural, que su principal objetivo al someterse al gobierno es ser protegidos actuando como creen conveniente en casos en los que nadie resulta herido; y aquí consiste toda la libertad humana, siendo lo contrario un estado de mero vasallaje; y los hombres son más o menos miserables, según estén más o menos privados de esta libertad; especialmente en cuestiones de mera religión, en las que deberían ser más libres.

Los deístas liberales intentaron salvaguardar la igualdad de derechos de los individuos desacreditando todas las apelaciones a la revelación especial que buscaban poner fin a los derechos naturales y, por lo tanto, justificar el dominio político sobre los sujetos no dispuestos. Por supuesto, los deístas sabían que muchos cristianos ortodoxos valoraban la libertad y no deseaban usar la revelación especial para propósitos políticos nefastos. Pero los deístas liberales también entendieron que la libertad requiere más que buenas intenciones. Creían que una teoría cristiana importante que se había utilizado para justificar el despotismo en nombre de Dios debería ser analizada y refutada, punto por punto. Este proyecto crítico, a través de análisis detallados de revelaciones especiales y milagros, resultó en el repudio absoluto de cualquiera que afirme poseer derechos especiales otorgados por Dios.

(De www.mises.org.es)

Se necesita un "Manual de instrucciones" para el ser humano

Por lo general, los fabricantes de dispositivos tecnológicos de cierta complejidad, entregan un manual de instrucciones a los compradores. Ello surge de la necesidad de brindar información acerca de tales dispositivos, no sólo para poder utilizarlos evitando deterioros por el mal manejo, sino también permitiendo disponer de todas las potencialidades que tales artefactos permiten.

Como el ser humano es un organismo de gran complejidad, necesitamos también un "Manual de instrucciones" que nos permita adaptarnos plenamente al orden natural, lo que implica, esencialmente, adaptarnos al resto de los seres humanos. De lo contrario, el mal uso y el reducido aprovechamiento del potencial humano, conducirán a situaciones indeseables y al sufrimiento generalizado, tal como ocurre parcialmente en nuestro planeta.

Por lo general, se acepta tácitamente que los Libros Sagrados de las distintas religiones, como es el caso de la Biblia, constituyen los "Manuales de instrucciones" otorgados por el Creador a través de sus enviados. Sin embargo, las diferencias de contenidos, incluso de interpretaciones de un mismo Libro, hacen surgir dudas al respecto, principalmente porque constituyen conjuntos de informaciones de hombres que miran a Dios y no de hombres que escriben lo que Dios les ordena. Thomas Hobbes decía que "no es lo mismo decir que Dios nos habla en sueños a decir que soñamos con que Dios nos habla".

En la actualidad observamos las limitaciones que presentan las religiones de la fe ya que cada religión tiene validez sectorial y ello conduce, por lo general, a divisiones y antagonismos que se oponen a la intención unificadora de las religiones (en el mejor de los casos).

Entre los requisitos que deberá cumplir todo "Manual de instrucciones" aparece la necesidad de vivir "bajo una perspectiva de eternidad", como sugiere Baruch de Spinoza. Lo eterno es la ley natural; de ahí que la condición esencial del ser humano ha de ser la contemplación de la vida teniéndola presente en cada instante, lo que se conoce generalmente como la presencia de Dios en la vida de cada ser humano. Aunque esta vez no ha de ser para establecer ritos ni pedidos, sino para ser conscientes de la necesidad de adaptarnos a dicha ley natural.

Se advierte que la actitud religiosa no es algo que deba ser dejada de lado ni tampoco como algo perteneciente a un pasado pleno de errores, sino que, al considerar la presencia permanente de las leyes naturales, no se está demasiado lejos de la actitud que prevalece en todo científico.

Si viviéramos mirando el mundo "bajo una perspectiva de eternidad", nos consideraríamos "ciudadanos del mundo", dejando de lado el egoísmo colectivo de los nacionalismos o de los regionalismos cerrados, que tantos males provocan. De esa manera, el "prójimo" será todo ser humano regido por leyes naturales similares a las que nos rigen a cada uno de nosotros, y surgiría así la visión de igualdad; de una igualdad que poco o nada tiene que ver con la igualdad social o económica que se pretende imponer sin alcanzar previamente la "perspectiva de eternidad".

Todo "Manual de instrucciones" ha de constituir esencialmente una ética. Pero una ética eficaz no habrá de reducirse a unas pocas sugerencias acerca de la actitud que deberíamos adoptar respecto de los demás seres humanos, ya que tales sugerencias deberán ir acompañadas de ciertas ideas, o de cierto conocimiento, que nos lleve previamente a mirar la realidad bajo la perspectiva mencionada.

Como ejemplo de "Manual de instrucciones", además de la Biblia, puede mencionarse la "Ética demostrada según el orden geométrico", de Baruch de Spinoza. En ellos se advierten mensajes éticos, o de comportamiento familiar y social, junto al conocimiento necesario de la voluntad de Dios (en el caso de la Biblia) o de la "voluntad aparente" del orden natural (o su ausencia) (en el caso de Spinoza). En el primero se supone que Dios interviene en los acontecimientos humanos, interrumpiendo a veces las leyes naturales, o las condiciones iniciales en una secuencia de eventos, mientras que en el segundo caso se supone la existencia de leyes naturales invariantes.

Debido a que, en el ámbito de la ciencia experimental, se acepta, explícita o tácitamente, la existencia de leyes naturales invariantes, no es difícil advertir que, en el futuro, se podrá establecer un vínculo estrecho entre religión natural y ciencia experimental, de donde podrá salir un nuevo "Manual de instrucciones" que ayude a los seres humanos a encontrar el definitivo camino hacia la plena adaptación al orden natural.

domingo, 10 de abril de 2022

El libro negro del comunismo

Por Jorge Martínez

Historia de una ideología criminal

La obra colectiva se proponía investigar el carácter asesino de la idea que dominó el siglo XX. Ese enfoque nunca antes intentado fue recibido con una feroz campaña denigratoria de las elites culturales y periodísticas.

Aparecido hace 25 años, el Libro Negro del Comunismo fue el ensayo colectivo de once historiadores que, tardíamente, rompió un tabú cultural que se había respetado durante casi un siglo. Su publicación generó, en principio, dosis parejas de interés y controversia. Luego quedó en el centro de una intensa campaña de prensa negativa que terminó por desnaturalizar el sentido del trabajo y enfrentar a algunos de los autores en una disputa seguramente buscada (y celebrada) por sus detractores.

Su aparición había sido pensada para coincidir con el octogésimo aniversario de la toma del poder en Rusia por los bolcheviques. La originalidad del enfoque elegido por el coordinador de la obra, el historiador Stéphane Courtois, radicaba en que se proponían estudiar la Revolución Rusa y la historia completa del comunismo en el planeta a partir de su carácter esencialmente criminal, haciendo a un lado la apelación a la utopía de sus ideólogos y las justificaciones de sus numerosos simpatizantes y compañeros de ruta.

Nunca antes se había intentado trazar un balance sistemático de la criminalidad comunista, acompañado de una indagación en sus causas profundas. Eran más o menos conocidas sus matanzas, sus excesos y delirios, pero siempre entendidos como desvaríos ocasionales, meros "accidentes de tránsito" en el camino a la radiante utopía socialista que en el futuro habría de redimir todas sus aberraciones. Entender que esos crímenes eran rasgos inseparables de la idea comunista comportaba una herejía historiográfica que no podía tolerarse y no se toleró.

De ahí los ataques. Que se iniciaron y multiplicaron en la prensa progresista francesa, y desde allí se difundieron por todo el mundo en un momento en que la izquierda seguía digiriendo, con evidente dificultad, el derrumbe del pretendido "socialismo real" y la disolución, en 1991, de la Unión Soviética, la madre patria de la revolución.

Eran malos tiempos para la intelligentsia izquierdista gala. En 1995, el distinguido historiador Francois Furet, especialista en la Revolución Francesa y ex miembro del PC, había publicado El pasado de una ilusión, uno de los mejores ensayos críticos sobre el afianzamiento y la vigencia de la idea comunista en contra de las numerosas refutaciones que le habían opuesto la historia y la realidad. Furet debía prologar el Libro Negro pero lo impidió su muerte en julio de 1997.

En La gran mascarada (2000), otro formidable ensayo de aquellos años, Jean-Francois Revel apuntaba que, si bien con notoria incomodidad, el mundo cultural francés había recibido con elogios mayoritarios la obra de Furet, pese a lo demoledor que resultaban sus conclusiones para la izquierda. No sucedió lo mismo con el Libro Negro, que "atrajo el furor inmediato y durable de las elites de la izquierda pensante y periodística". "Todos los artificios, estratagemas, engaños y fraudes sacados del viejo arsenal estalinista -recordaba- fueron desplegados para desacreditar el libro sin discutirlo y antes incluso de que saliera a la venta".

LOS COMPLICES

La razón de la diferencia, proseguía Revel, estaba en la pretensión de Courtois y compañía de investigar el comunismo como fenómeno criminal, antes que como filosofía o movimiento político. El ser humano, escribió en La gran mascarada, "puede reconocer que sucumbió a las seducciones de una «ilusión», pero casi nunca que fue cómplice de un crimen". Mientras que es posible confesar un error, "muy a regañadientes se confiesa un crimen, o la complicidad con un crimen, o el haber cerrado los ojos pese a que no se podía ignorar que lo estaban cometiendo". Revel lo expresaba luego de manera más terminante: "Con el Libro Negro pasamos de la amonestación paterna al tribunal penal".

Precisamente en el prólogo y el epílogo de la obra, Courtois mentaba el ejemplo del tribunal de Nüremberg, que en 1946 juzgó a los criminales de guerra nazis, y planteaba la necesidad de buscar una instancia similar para procesar los horrores del comunismo. También se hacía preguntas incómodas que, salvo en algunos pocos países de Europa oriental, no tuvieron la respuesta que merecían.

Los atropellos leninistas, estalinistas, maoístas y la experiencia del Khmer Rouge en Camboya (que en tres años y medio a partir de 1975 liquidó a cerca de la cuarta parta de su población), "presentaban a la humanidad -lo mismo que a los juristas e historiadores- una nueva duda: ¿cómo calificar el crimen que consiste en exterminar por razones político-ideológicas no sólo a individuos o grupos limitados de opositores, sino a fracciones masivas de la sociedad? ¿Habría que inventar una nueva denominación?...¿O hacer como los jueces checos, que a los crímenes cometidos bajo el régimen comunista simplemente los denominaron «crímenes comunistas»?"

Aunque Courtois tuvo la precaución de preservar el lugar que tiene la llamada "singularidad de Auschwitz" en la memoria histórica moderna, eso no le alcanzó para eludir la acusaciones de "antisemita" y "fascista" que recibió de inmediato por animarse a criticar el recuerdo "hemipléjico" de los totalitarismos del siglo XX.

Acto seguido, y yendo un poco más lejos, Courtois admitía que desde 1945 en adelante, el genocidio de los judíos "apareció como el paradigma de la barbarie moderna", hasta el punto de "ocupar todo el espacio reservado a la percepción del terror de masas del siglo XX". Pero la historia misma del siglo había demostrado que la "práctica, por Estados o por partidos estatales, de matanzas masivas no había sido una exclusividad nazi". Si hubo una versión "hitleriana" de crímenes contra la humanidad, también existió "una versión leninista y estalinista, y ya no es aceptable elaborar una historia hemipléjica que ignore la vertiente comunista".

Después el autor se proponía trazar equivalencias entre la barbarie de las dos ideologías. "La muerte por hambre del hijo de un kulak (terrateniente) ucraniano empujado deliberadamente a la hambruna por el régimen estalinista -señalaba- «equivale» a la muerte por hambre del hijo de un judío del gueto de Varsovia empujado a la hambruna por el régimen nazi. Tal constatación de ningún modo pone en duda la «singularidad de Auschwitz»".

La idea era, por lo tanto, intentar una "reflexión comparativa respecto de la similitud entre el régimen que a partir de 1945 fue considerado el más criminal del siglo, y el sistema comunista que hasta 1991 conservó toda su legitimidad internacional y que, incluso en nuestros días, está en el poder en ciertos países y conserva adeptos en el mundo entero".

Los autores (aparte de Courtois eran Nicolas Werth, Jean-Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin, Rémi Kauffer, Pierre Rigoulot, Pascal Fontaine, Yves Santamaria y Sylvain Boulouque) atribuían al comunismo el exterminio de unas 100 millones de personas desde 1917.

China ostentaba el primer lugar en criminalidad, con la matanza de 65 millones de seres humanos entre ejecuciones, encarcelamientos, hambrunas y deportaciones. Luego aparecía la Unión Soviética, con unos 20 millones, seguida por Corea del Norte y Camboya, cada uno con 2 millones de muertos, y Vietnam, con un millón. El resto se repartía entre Europa del Este, Africa, Afganistán (invadido y ocupado por la URSS entre 1979 y 1988) y América latina, donde registraban alrededor de 150.000 víctimas.

MIRADA MUNDIAL

El estudio, que dedicaba el mayor espacio al totalitarismo soviético (a cargo de Werth) y al chino y asiático (según Margolin y Rigoulot), paseaba su mirada histórica por todo el mundo. Se incluyeron capítulos detallados sobre las campañas subversivas en medio planeta de la Komintern, la sangrienta intervención estalinista en la Guerra Civil Española, las numerosas revoluciones fomentadas en el sudeste de Asia, las purgas y persecuciones en los satélites europeos de Moscú, el papel de Cuba como promotor de la violencia guerrillera latinoamericana y la tardía devastación que sufrieron los países africanos (Etiopía, Mozambique, Angola) atrapados bajo regímenes comunistas, en todos los casos con ayuda del régimen de La Habana.

La caída de la URSS había facilitado, por un tiempo, la apertura de archivos que nutrió el trabajo con documentos reveladores y precisos, pero en la mayoría de los casos las fuentes principales eran obras con varias décadas de antigüedad. Lo cual confirmaba que el fenómeno era conocido pero se había beneficiado, especialmente en Occidente, de la "ceguera voluntaria" frente al bolchevismo de quienes insistían en proclamarse "demócratas" y "progresistas".

LA CEGUERA

Eso mismo había sucedido con los autores del libro, a quienes, escribió Courtois, "no les había sido ajena la fascinación con el comunismo". Varios de ellos incluso "habían sido miembros, a un nivel modesto, del sistema del comunismo, ya fuera en su versión ortodoxa leninista-estalinista, ya en sus versiones anexas o disidentes (trotskista, maoísta)". Al momento de escribir la obra casi todos seguían ubicándose en la izquierda cultural. "Y porque permanecen anclados en la izquierda -advertía Courtois con insólita honradez- les corresponde reflexionar sobre las razones de su ceguera".

Querían cumplir, además, con dos deberes muy trajinados por la intelectualidad francesa desde la Segunda Guerra Mundial. El deber de historia y el deber de memoria.

El primero exigía el trabajo científico de rastrear los testimonios y la documentación entre las diferentes capas de ocultamiento, manipulación y terror ideológico, sabiendo que su tarea equivalía a ejercer una "historiografía de la mentira". En el segundo caso, la exigencia era diferente. Se trataba, definió Courtois, de la "obligación moral de honrar la memoria de los muertos, sobre todo cuando son las víctimas inocentes y anónimas de un Moloch del poder absoluto que buscó borrar hasta su recuerdo".

Un cuarto de siglo después, en nombre de esas innumerables víctimas olvidadas, sólo cabe agradecerles que se hubieran arriesgado a cumplir con ambos deberes.

(De www.laprensa.com.ar)

La inflación no es lo que los «expertos» dicen que es.

Por Manuel Tacanho

La inflación no es lo que los «expertos» dicen que es. La confusión de términos es deliberada

La inflación, específicamente la inflación monetaria, es tan deseada y necesaria para el Estado como la comida es necesaria para la alimentación humana. La inflación, más que los impuestos, es el principal alimento que permite al Estado, de forma lenta pero segura, crecer hasta convertirse en un gran aparato burocrático de gran alcance que interviene en casi todos los aspectos de los asuntos sociales y económicos.

Sin inflación, el Estado se encuentra encadenado dentro de los límites de lo que puede confiscar a través de los impuestos. Un gobierno limitado y no intervencionista es, como demuestra la economía y la historia, vital para la libertad, la prosperidad y la paz.

Pero como el Estado es el inherentemente violento y coercitivo, al tener el poder de legislar y hacer cumplir la legislación, es por lo tanto inevitable que el gobierno, a través de artimañas políticas y mentiras económicas, socave un sistema de dinero sano a favor del sistema de dinero fiduciario que facilita la inflación. Por ello, el sistema monetario preferido por el Estado es el basado en la moneda fiat, protegida de la competencia por las leyes de curso legal, frente al dinero sano por la libertad monetaria.

Esta es también la razón por la que, desde el punto de vista del Estado y de la economía estatista (por ejemplo, la economía keynesiana), la definición de inflación tuvo que ser deliberadamente distorsionada—para facilitar la inflación monetaria y el envilecimiento de la moneda. Lo que alimenta al Estado con los nutrientes que necesita para crecer en tamaño, alcance y ámbito en detrimento de la verdad, la justicia y la libertad.

Definición de inflación

La definición popular y de libro de texto de la inflación es un aumento generalizado de los precios de los bienes y servicios. Se suele medir con el Índice de Precios al Consumo (IPC). Esta definición no es errónea en sí misma, pero es inexacta y sumamente engañosa, y deliberadamente.

La definición original y exacta de inflación es el aumento artificial de la oferta de dinero (y de crédito). Por artificial se entiende que la expansión de la oferta de dinero no está determinada por el mercado, sino por un organismo que supervisa el sistema monetario centralizado y monopolizado—normalmente un banco central.

En el actual sistema económico estatista basado en la inflación del dinero fiduciario, que existe desde 1971, cuando se cortó el último vínculo entre el dólar y el oro, es por tanto conveniente y necesario que el gobierno promueva una definición distorsionada y engañosa de la inflación.

Esta distorsión no es casual. Es intencionada. Dada la inherentemente inflacionaria y totalmente inmoral 48 Comments que vivimos (la humanidad) desde hace 50 años.

Distorsión deliberada

La inflación se ha distorsionado deliberadamente por dos razones principales. En primer lugar, el gobierno y su agencia monetaria—el banco central—se protegen de cualquier culpa futura por el continuo aumento de los precios y la pérdida de poder adquisitivo de la moneda que inevitablemente ocurre como resultado de la inflación monetaria. Esto permite al gobierno y a los medios de comunicación que colaboran con él desviar la culpa hacia otra cosa, siendo los sospechosos habituales, o los chivos expiatorios, los «empresarios codiciosos» o las «corporaciones».

En segundo lugar, y más trágico, la definición oficial y distorsionada de la inflación —un aumento generalizado de los precios de los bienes y servicios— oculta la verdad, impidiendo así que el público sepa que la inflación y la pérdida de poder adquisitivo de la moneda es una política deliberada del gobierno/banco central desde el principio. Y si no se conoce la verdadera causa de un problema, no se podrá resolver definitivamente.

Cuando la inflación muerde muy fuerte y empobrece a muchos (entre otras muchas consecuencias perjudiciales para la sociedad), los funcionarios del gobierno/banco central no tendrán que admitir que ellos crean la crisis de la inflación. Por ejemplo, este informe afirma que la mayoría de los americanos creen que «la avaricia de las empresas, la especulación y los precios abusivos» son la causa de la actual crisis de inflación en Estados Unidos, donde la inflación de los precios alcanzó un récord de 40 años.

Lo que es más inquietante es que el mismo informe descubrió que la mayoría de los encuestados también cree que el gobierno debe intervenir y resolver el problema. En otras palabras, la gente quiere que la causa del problema lo resuelva. Qué trágico.

Tal es la profundidad del mar de desinformación y deseducación económica en el que se ahoga el público en general. Tal vez, si el público supiera que desde la creación del actual banco central de EEUU en 1913, el dólar perdió más del 95 por ciento de su poder adquisitivo en relación con el oro, no culparía de la crisis de la inflación a la «avaricia corporativa».

La agencia monetaria del gobierno y el actual sistema de dinero fiat son la causa de la situación monetaria actual, cada vez más inflacionaria y caótica. No la codicia de las empresas, los especuladores, el capitalismo de libre mercado, Vladimir Putin o el clima.

Cuando se tiene un sistema de dinero fiat, lo que significa que los bancos centrales pueden aumentar fácil, artificial y sistemáticamente la oferta monetaria, casi como un truco de magia, la inflación (leve o grave) se convierte en la norma. Y este proceso inflacionario destruye gradualmente el poder adquisitivo de la moneda, lo que se traduce en un aumento de los precios.

El economista Hans F. Sennholz escribió: No es el dinero, como a veces se dice, sino la depreciación del dinero —la destrucción cruel y astuta del dinero— la raíz de muchos males. Porque destruye el ahorro individual y la autosuficiencia al erosionar gradualmente los ahorros personales. Beneficia a los deudores a expensas de los acreedores, ya que transfiere silenciosamente la riqueza y los ingresos de los segundos a los primeros. Genera los ciclos económicos, los movimientos de auge y caída de las empresas que infligen un daño incalculable a millones de personas.

La destrucción monetaria no sólo genera pobreza y caos, sino también tiranía gubernamental. Pocas políticas están más calculadas para destruir las bases existentes de una sociedad libre que el debilitamiento de su moneda. Y pocas herramientas, si es que hay alguna, son más importantes para el defensor de la libertad que un sistema monetario sólido.

Conclusión

Para terminar, una subida generalizada de los precios de los bienes y servicios, es una consecuencia de la inflación, no la inflación en sí misma. Así es como se definía clásicamente (antes de la economía keynesiana).

Tiene sentido utilizar los términos inflación monetaria para especificar el aumento artificial de la oferta de dinero, por un lado, y utilizar la inflación de precios para referirse a una subida generalizada de los precios de los bienes y servicios, por otro.

En cualquier caso, la inflación distorsiona la economía de forma lenta, sigilosa pero segura, roba el poder adquisitivo del pueblo y empobrece a la sociedad mientras beneficia a las élites gobernantes. Así que su definición fue deliberadamente distorsionada para engañar al público y servir mejor a los intereses secretos del gobierno.

La historia (y el sentido común en realidad) deja claro que los sistemas de dinero fiduciario son acuerdos insostenibles que siempre e inevitablemente fracasan. Como tal, dudo que el actual sistema global de dinero fiduciario liderado por el dólar de EEUU desafíe las leyes económicas naturales para resistir la prueba del tiempo.

La buena noticia es que cuando el estándar global del dólar fiduciario se desmorone (¿por la (hiper)inflación o por la subida de los tipos de interés? ¿Quizás una combinación de ambas? ), las falacias económicas profundamente arraigadas y los conceptos erróneos que han surgido a su alrededor durante las últimas décadas, se desmoronarán junto con él.

(De www.mises.org.es)

sábado, 9 de abril de 2022

La época del anti-capitalismo

Si bien en toda época y en todo logar es posible encontrar personas que abogan por una mayor producción de bienes y servicios y otras que sugieren una mayor distribución de lo existente, en una época determinada, y a nivel mundial, es posible advertir el predominio de una de estas posturas.

La época del anti-capitalismo se inicia con la Primera Guerra Mundial y tiene dos versiones principales:

a) Anti-capitalismo salvaje: comunismo y nazismo
b) Anti-capitalismo civilizado: keynesianismo

Alberto Duhau describe la situación: "La libertad económica sufrió un duro golpe el 2 de agosto de 1914, iniciación de la Gran guerra. Pudo haber sido reconstituida en su antiguo esplendor una vez terminada. No lo fue. Y a poco andar vimos aparecer diversas dictaduras nacidas a la sombra del dirigismo estatal. Y luego la Segunda guerra mundial".

"En cambio la era capitalista liberal fue una de las más luminosas de la historia humana. Las ciencias y las artes, la cultura toda tuvo un florecimiento como jamás vieron los tiempos idos, debido al acrecentamiento de la riqueza que lo hizo posible. Favoreció ella también a la clase más numerosa de la población" (Del Prefacio de "El fatal estatismo" de Federico Pinedo-Editorial Guillermo Kraft Ltda.-Buenos Aires 1956).

La crisis económica mundial surgida en EEUU en 1929 pareció ser el golpe definitivo contra la economía capitalista y a favor de una economía dirigida desde el Estado. Federico Pinedo escribió al respecto: "Durante la gran depresión que siguió al colapso económico del año 30 fueron innumerables los expositores, socialistas o no, para quienes era una verdad fuera de discusión que el reino de la economía llamada capitalista había llegado al límite y que su final era inminente".

"Según algunos era evidente que no había salida posible de la depresión si no se hacía definitivo y total abandono de los principios liberales fundamentales; si no se renunciaba a la producción para el mercado, determinada por los precios; a la iniciativa individual y a la libre competencia, y si no se cedía el paso a una economía totalmente dirigida por la autoridad pública, que diría qué debía producirse y cómo y cuánto".

"Los supuestos en que se basaba esa exigencia de acción inmediata eran casi siempre los mismos. Se daba por sentado que, al terminar la guerra, la economía de los grandes países, especialmente de los Estados Unidos, en cuanto se redujeran los pedidos oficiales para atender necesidades bélicas se vendrían irremisiblemente abajo; y con el colapso de la economía americana se produciría la de todo el mundo".

"Había derecho, sin duda, a tener esas opiniones y a proponer que se edificara sobre esa base, pero lo malo es que todo eso no se presentaba como una hipótesis a considerar, sino como una certeza, de la que era criminal prescindir. En exposiciones preparadas para el vasto público todo eso se decía, con diferencias en cuanto a la forma pero con parecido dogmatismo en cuanto al fondo".

"Con columnas de cifras y gráficos llamativos se explicaba a las masas que si el Estado no se decidía en el acto a gastar en grande, desequilibrando intencionalmente sus finanzas más de lo que lo estaban y aumentando la deuda pública en billones, la catástrofe era segura, porque era fatal que la demanda privada para consumo y para inversiones quedaría corta con respecto a la posibilidad de producir y que la consecuencia sería desocupación de elementos de producción y desocupación de hombres".

"Antes se consideraba que era razonable no gastar más que lo que se tenía, pero el progresismo expresaba que la forma moderna de ser razonable consistía en gastar mucho más de lo que se tenía y de lo que se podía tener. Aconsejar lo contrario era «irresponsabilidad». Había que huir del horror del ahorro, que siguiendo más o menos de cerca afirmaciones de Keynes o de Hansen estaba de moda presentar como el enemigo más temible del género humano, si alguien -el Estado- no se ocupaba de gastar en el acto por lo menos el equivalente de lo que otros ahorraban".

"Había que emanciparse de reglas financieras del pasado para tener la seguridad de que la economía marcharía a velocidad suficiente. Y nada de pensar en aliviar a los industriales reduciendo sus cargas fiscales, que por el contrario había que aumentar. El remedio estaba del otro lado, en «crear demanda» aumentando los ingresos de las masas por mejores salarios y mayores beneficios sociales...y, si todo eso tendía a aumentar los precios, siempre estaba a mano el remedio, por lo menos en el mercado interno, de extender y reforzar el control de los precios y de recurrir a subsidios para que éstos bajaran".

"Si no era igualmente fácil suprimir las consecuencias externas de la elevación de los costos y la exportación se hacía imposible y las divisas se volvían raras se buscaba el remedio reforzando el control de cambios, aunque quedara estrangulada la importación, dejándose por supuesto previamente de pagar las obligaciones contraídas".

La descripción realizada por Pinedo hace más de 60 años, se adapta a la perfección a la actual situación y mentalidad predominante en el gobierno peronista de la Argentina, y en gran parte de la población. Como síntoma de la severa destrucción de la economía y del orden social, puede mencionarse el hecho de que los ingresos de las familias, vía subsidios por parte del Estado, sin contraprestación laboral, excede actualmente el nivel de ingresos promedio de quienes trabajan y no reciben subsidios del Estado. De ahí que la pobreza aumenta continuamente.

jueves, 7 de abril de 2022

Vidas paralelas: Lenin y Hitler

Si viviera en nuestras épocas Plutarco, el historiador romano, seguramente habría escrito un libro titulado "Vidas paralelas: Lenin y Hitler", por cuanto ambos personajes fueron los iniciadores de los sistemas totalitarios, que provocaron gran cantidad de víctimas durante el siglo XX.

Ambos políticos basaron sus respectivas luchas en la destrucción de las sociedades democráticas liberales, o capitalistas. De ahí que Lenin atacó a los kulaks, el sector de agricultores de Rusia, mientras que Hitler lo hizo con los judíos, a los que asoció el predominio en las finanzas. Fernando Díaz Villanueva escribió: "Hitler y Lenin fueron como dos gotas de agua en el modo de ejercer el poder de un modo absoluto e incontestable y, sobre todo, en sus planes de destrucción y creación ex novo de un mundo que tenían por imperfecto e irreformable".

"De ahí la emergencia de la revolución y de ponerlo todo patas arriba. Para construir un edificio sobre un solar que ya está ocupado no hay otra posibilidad que derribarlo hasta los cimientos y comenzar sobre ellos la obra nueva. Hitler y Lenin aborrecían de la portentosa Europa judeocristiana y liberal en la que habían nacido. Querían rehacerla desde abajo. Para ello no quedaba otro camino que derruirla a conciencia" (Del Prefacio de "Lenin y Hitler. Los dos rostros del totalitarismo" de Luciano Pellicani-Unión Editorial SA-Madrid 2011).

La lucha entre totalitarismo y democracia surge en la antigüedad, ya advertida en el antagonismo entre Esparta y Atenas, cercana al totalitarismo la primera y a la democracia liberal la segunda; colectivista la primera, individualista la segunda.

Si se ha de materializar la figura bíblica del Anticristo, seguramente la encontraremos por partida doble en ambos políticos. Luciano Pellicani escribió: "Todo sucedió como si de los estratos profundos de Europa se hubieran desencadenado terroríficas fuerzas poderosas decididas a hacer tabula rasa de la civilización de los derechos y de las libertades, trabajosamente construida a lo largo de siglos de luchas y experimentos: un espectáculo tan inquietante que indujo a Benedetto Croce a evocar la figura del Anticristo, «destructor del mundo, que disfruta con la destrucción, sin que le importe no poder contribuir sino al proceso cada vez más vertiginoso de esta misma destrucción, lo negativo que quiere comportarse como positivo y ser como tal no ya creación sino destrucción»".

A imitación del cristianismo, que proponía el surgimiento del "hombre nuevo", adaptado a las leyes naturales, Lenin y Hitler también proponían establecer los atributos del "hombre nuevo", esta vez adaptado a los requerimientos de sus respectivas sociedades totalitarias. Mientras el hombre nuevo bíblico surgiría del mejoramiento ético del hombre común, el hombre nuevo soviético, o el nazi, surgirían por obediencia y acatamiento a los líderes respectivos, mientras que quienes se opusieran, o bien pertenecieran a las razas o a las clases sociales incorrectas, serían eliminados. "Como en todas las revoluciones totalitarias, en la revolución nazi interactuaron dos componentes fundamentales: «Una destructiva, de visceral rebelión contra la civilización, y otra constructiva, un original intento de crear un hombre nuevo, un nuevo cuerpo social y un nuevo orden nazificados en Europa y en el mundo. Esa revolución se proponía reconstruir el paisaje social de Europa de conformidad con los principios de su racismo biológico, matando a millones de personas que sus fantasías raciales consideraban peligrosas o superfluas, para incrementar la proporción de las razas superiores, reforzando la cepa biológica de toda la humanidad»".

El desprecio por la vida humana ha sido otro de los atributos compartidos por nazis y comunistas. Pellicani escribió al respecto: "El léxico de Lenin, exactamente como el léxico de Hitler, es el de la parasitología: el mundo se describe como un pantano infestado de «insectos nocivos» -pulgas, chinches, vampiros, arañas venenosas, sanguijuelas; en una palabra, no-hombres- que deben ser exterminados recurriendo a los medios más brutales y despiadados. Y, en efecto, la ferocidad de los métodos de tortura escogidos por los bolcheviques sólo puede compararse con la de los nazis".

En la actualidad, ambos personajes gozan de cierta simpatía por parte de las masas, por cuanto el anti-capitalismo mantiene su vigencia. De ahí que la severa crisis moral puede vislumbrarse ante este masivo apoyo.

martes, 5 de abril de 2022

Religión y libertarismo

Por Walter Block

La relación entre el libertarismo y la religión es larga y tormentosa.

No se puede negar que Ayn Rand ha tenido una larga, fuerte y profunda relación con el libertarismo. Aunque nos menospreció como “hippies de derechas” (pronunciándolo “ippes of de racht” en inglés), muchos de nosotros todavía estamos cautivados por ella, inspirados por ella, y en deuda con ella, por habernos introducido por vez primera en la temática de la moral en la libre empresa. Desde luego, me incluyo en esta categoría.

Su ateísmo beligerante es una de las influencias más poderosas que ha ejercido sobre el movimiento libertario. Para muchos seguidores de la filosofía de la libertad, un combativo rechazo de Dios y de todos los asuntos religiosos podría ser, también, el axioma básico de su visión del mundo. Confieso que durante muchos años también mi postura personal sobre este asunto fue más o menos esa. También es la perspectiva de un adinerado donante potencial del Instituto Mises, que habría podido contribuir de manera importante si esta organización hubiera cambiado su punto de vista sobre estas cuestiones, adoptando una posición de principios en contra de toda religión. Afortunadamente, Lew Rockwell se negó a desvirtuar la misión de su Instituto en tal sentido. Aún siendo él mismo creyente, Rockwell se mantuvo firme: El Instituto Mises continuaría involucrándose en el estudio de la economía y la libertad, pero nunca directamente de la religión.

¿Qué fue lo que cambió mi opinión? ¿Por qué soy ahora tan empedernidamente ateo como he sido siempre y, sin embargo, amigo y partidario de la religión? No tiene nada que ver con que trece de los últimos diecisiete años haya yo trabajado en instituciones católicas de los jesuitas. Fui profesor en el College of the Holy Cross desde 1991 hasta 1997. También he estado en la Loyola University de Nueva Orleáns, desde 2001 hasta la actualidad.

Algunos, aquellos que siguen cautivados por la visión randiana de la religión y la libertad, consideran bastante malo que un libertario tenga una visión positiva de la religión. Para la mayoría, que un ateo como yo sea partidario e incluso admirador de la religión, no parecerá otra cosa que una contradicción lógica. Me explico.

En esto me guío por el aforismo “el enemigo de mi enemigo, es mi amigo”. Aunque esto no siempre es cierto, en este caso creo que si lo es.

Entonces, ¿qué institución constituye el mayor enemigo para la libertad humana? Sólo puede haber una respuesta: el Estado en general, y su versión totalitaria en particular. Quizás no haya mejor ejemplo de un gobierno semejante que el de la URSS, y sus dictadores Lenin y Stalin (aunque la primacía en términos de cantidad total de inocentes asesinados podría pertenecer a la China de Mao). Nos preguntamos entonces, ¿qué instituciones fueron singularmente expuestas al oprobio por estos dos ilustres rusos? Sólo puede haber una respuesta: en primer lugar la religión, y en segundo la familia. No fue por accidente que los soviets promulgaran leyes que recompensaban a los niños para que entregaran a sus padres por actividades anticomunistas. Con seguridad, no hay mejor manera de disolver la familia que esta diabólica política. ¿Y cómo trataron a la religión? Preguntar esto es responderlo. La religión se convirtió en el enemigo público número uno, y sus practicantes fueron cruelmente perseguidos.

¿Por qué meterse con la religión y la familia? Porque son estos los dos grandes competidores del estado por la lealtad de la gente. Desde su propia perspectiva malvada, los comunistas estaban en lo cierto al fijar su atención en estas dos instituciones. Por lo tanto, todos los enemigos del Estado arrogante harían bien en abrazar religión y familia como sus amigos, tanto si ellos mismos son ateos como si no, tanto si son padres de familia como si no.

La principal razón de que la religión se les atragante a los líderes laicos es que esta institución define la autoridad moral al margen del poder que ellos ostentan. Cualquier otra organización de la sociedad (con la posible excepción de la familia) ve al Estado como la fuente última de aprobación ética. A pesar del hecho de que algunos líderes religiosos efectivamente han doblado la rodilla ante los funcionarios gubernamentales, existe una enemistad natural y fundamental entre las dos fuentes de autoridad. Puede que el Papa y otros líderes religiosos carezcan de regimientos de soldados, pero sí que tienen algo de lo que carecen presidentes y primeros ministros, con gran pesar por parte de estos últimos.

Esta es mi posición. Rechazo la religión, toda religión, ya que, como ateo, no estoy convencido de la existencia de Dios. En realidad voy más allá. No soy un agnóstico, sino que estoy convencido de su no existencia. Sin embargo, como animal político, acojo calurosamente esta institución. Es un baluarte contra el totalitarismo. Aquél que desee oponerse a la depredación estatista, no podrá hacerlo sin el apoyo de la religión. La oposición a la religión, incluso si se basa en motivos intelectuales y sin intenciones políticas, equivale, de facto, a apoyar al Estado.

Pero, ¿qué hay del hecho de que la mayoría, si no todas, las religiones apoyan al Estado? “Render unto Caesar… (dad al Cesar…) etc.”. No podemos ignorarlo. A pesar del hecho de que la religión organizada puede encontrarse con frecuencia en el lado del estatismo, paradójicamente no fue así en el caso de estos dos dictadores, Lenin y Stalin; los líderes de semejantes “religiones” estaban en lo cierto: a pesar del hecho de que la gente religiosa con frecuencia apoya al Estado, estas dos instituciones, religión y estatismo, en el fondo son enemigos. Estoy “de acuerdo” con Lenin y Stalin en este asunto. Desde su propio punto de vista, reprimir brutalmente la práctica religiosa era completamente correcto. Esto hace que sea aún más importante que el resto de nosotros, seamos o no ateos, apoyemos a aquellos que adoran a Dios. El enemigo de mi enemigo es mi amigo.

Llegados aquí, se nos objetará enérgicamente que numerosas personas inocentes han sido asesinadas en nombre de la religión. Es cierto; por desgracia, muy cierto. Sin embargo, un poco de perspectiva no viene mal en este punto. ¿Cuántas personas fueron asesinadas por los excesos religiosos, como la inquisición? Aunque las estimaciones son muy variables, las mejores consideran que el número de muertes durante esta triste época, que tuvo lugar durante varios siglos, fue de entre 3.000 y 10.000. Algunos expertos estiman una cantidad tan baja como 2.000. Si no fuera porque estamos hablando de seres humanos asesinados, considerando únicamente las magnitudes relativas, uno podría decir en justicia que esto palidece por su absoluta insignificancia, comparado con la devastación infligida sobre la raza humana por los Estados. De acuerdo con las mejores estimaciones, las víctimas del estatismo solamente durante el siglo XX se aproximan a la marca de los 200 millones. ¡No se trata de un error de imprenta! Comparar unos pocos miles de muertes injustificadas con varios cientos de millones no es razonable. Sí, incluso el asesinato de una sola víctima es un ultraje. Pero al comparar religión y Estado, uno debe tener en cuenta estas astronómicas diferencias.

Aquí tenemos una lista de personas devotamente religiosas que he conocido personalmente, que han realizado grandes contribuciones a la libertad; quizás esto ayude a demostrar cual es la contribución a nuestras metas que nuestros colegas religiosos han realizado: William Anderson, Doug Bandow, William Barnett II, Peter Boettke, Steve Call, Art Carden, Paul Cwik, Ken Elzinga, Marshall Fritz, Stephen Grabill, Gary Galles, Jeff Herbener, Paul Heyne, PJ Hill, Guido Hülsmann, el rabino Israel Kirzner, el rabino Dan Lapin, Bill Luckey, Robert Murphy, Gary North, Rev. Edmund Opitz, Joe Peden, Duane and Morgan Poliquin, Shawn Rittenour, Lew Rockwell, Joann Rothbard, Fr. James Sadowsky, S.J., Fr. James Schall, S.J., Hans Sennholz, Fr. Robert Sirico, Monsignor Greg Smith, Timothy Terrell, Jeff Tucker, Laurence Vance, Jim Viator, Fr. Kevin Wildes, S.J., Tom Woods, Steven Yates. (Probablemente he dejado fuera de esta lista a algunos amigos míos, que se sentirán dolidos por la omisión de sus nombres; si fuera así, les ruego que me envíen un recordatorio, y corregiré este error no intencionado para una posterior revisión de esta publicación. Diré en mi defensa que, al ser yo una persona no religiosa, sólo marginal o accidentalmente puedo tener conocimiento de las prácticas religiosas de muchos de mis colegas de la comunidad Austro-libertaria).

Luego está la escuela de Salamanca, representada principalmente por sacerdotes como los siguientes: Los dominicos: Francisco de Vitoria, 1485-1546; Domingo de Soto, 1494-1560; Juan de Medina, 1490-1546; Martín de Azpilcueta, 1493-1586; Diego de Covarrubias y Leiva, 1512-1577; Tomás de Mercado, 1530-1576. Los jesuitas: Luis Molina, 1535-1600; Cardenal Juan de Lugo, 1583-1660; Leonard de Leys, 1554-1623; Juan de Mariana, 1536-1624. Esta escuela de pensamiento es verdaderamente nuestra predecesora intelectual y moral.

Ya es hora, ya hace mucho tiempo que es hora, de que el movimiento Austro-libertario rechace la virulenta oposición randiana a la religión. Si, Ayn Rand ha hecho contribuciones a nuestros esfuerzos; no debemos tirar al bebe con el agua del baño. Pero, sin duda, el sentimiento antirreligioso pertenece a la categoría del agua del baño, no a la del bebe.

Las opiniones expresadas encima están en consonancia con la perspectiva de mi mentor durante mucho tiempo, Murray Rothbard. Este estudioso, que con frecuencia fue llamado “Señor libertario”, era muy pro-religión, especialmente pro-católico. Él atribuyó los conceptos de individualismo y libertad al cristianismo (y casi cualquier otra cosa positiva en la civilización occidental), y defendió con rotundidad que mientras los libertarios hicieran del odio a la religión un principio básico o principio de organización, no irían a ninguna parte, ya que la inmensa mayoría de las personas de todos los tiempos y lugares han sido siempre religiosas.

Walter Block desea agradecer a William Barnett II y Guido Hülsmann por sus útiles sugerencias en referencia a un borrador anterior de este ensayo. Todos los errores, omisiones y otros desaciertos son de su propia responsabilidad, naturalmente.

(De www.mises.org.es)

domingo, 3 de abril de 2022

La inflación es, siempre y en todo lugar, un fenómeno de hipocresía

Por Dardo Gasparré

Varios de los problemas que acucian a las sociedades se crean por su actitud hipócrita de no pensar en los costos de todo tipo que pagarán si se les concede lo que reclaman con urgencia y vehemencia, o violencia.

Cuando en 1835 el gran filósofo político Alexis de Tocqueville plasmó en La Democracia en América su juicio sobre el sistema que los EEUU habían concebido apenas medio siglo antes, señaló los dos más grandes riesgos que a su criterio enfrentaba el nuevo modelo, a la par de la gran esperanza que ofrecía a los individuos del todo el mundo. El primero era la demagogia, que hoy podría sintetizarse como populismo, la deformación monstruosa que movería a los políticos candidatos a los puestos de gobierno a sobornar a las masas prometiéndole logros incumplibles, bienestar instantáneo y otros milagros, para lograr su voto. El segundo, era simétrico al anterior: el peligro de que los ciudadanos exigieran de sus candidatos que les prometieran los mismos milagros para votarlos, y, una vez votados, que les exigieran hacer esos milagros para reelegirlos. A doscientos años de esa profecía-temor, no cabe duda alguna de que el joven abogado y aristócrata (con perdón de la palabra) francés estaba en lo cierto. Desgraciadamente, lo que los argentinos consideraban un privilegio exclusivo, la inflación sistémica, consentida y provocada, parece haberse expandido por el mundo con mayor eficacia que un virus, inventado o no, chino o no. Pero con efectos más deletéreos.

Cuando Milton Friedman decidió incluir en su prédica el concepto principal de los economistas austríacos que consideraban la inflación como el cáncer del sistema económico instaurado por el capitalismo, dejó grabada a fuego su famosísima definición de que la inflación es, siempre y en todo lugar, un fenómeno monetario, concepto de pura lógica, más que de economía. Pero ha habido muchos cambios en el funcionamiento político mundial. Uno de esos cambios se origina en la permanente insistencia del socialismo marxista en que había otras maneras de lograr el bienestar y la equidad -que nunca supo ni pudo demostrar cuando fue gobierno. Otro cambio de fondo se fue gestando como un plan, que parece orgánico, que se conoce como gramscismo, por el jefe del comunismo italiano Antonio Gramsci, que es el mecanismo de resistencia revolucionaria que usó el marxismo luego de sus múltiples fracasos, consistente en apoderarse de la educación –o deseducación- adueñarse de la intelectualidad masiva, de una mayoría de opinión periodística, y en descalificar o cancelar los valores tradicionales occidentales, sin ofrecer alternativas realistas, sino simplemente atizando la disconformidad y cancelando, desvirtuando o bastardeando sus principios éticos, morales y sociales.

Comparándose absolutamente con nada, las sociedades del siglo XXI reclaman logros, beneficios, igualdades por las que no han hecho ningún esfuerzo, y –como temía Tocqueville- se lo reclaman a los gobiernos, y los gobiernos son medidos por el modo en que satisfacen esos reclamos, o, mejor dicho, por las promesas que hacen de satisfacer esos reclamos. Los gobernantes, que son finalmente políticos a quienes lo único que les interesa es conseguir el poder por el poder mismo, o conseguir el poder para enriquecerse, para ser sinceros, usando los consejos maquiavelianos como una suerte de biblia que todo lo perdona y todo lo justifica, están encantados con ese papel de milagreros que le adjudican los votantes, de modo que se configuran y perfeccionan las dos advertencias del gran politólogo galo.

Juego maquiavélico

Cuando los políticos gobernantes ven en peligro su constituency, sus votos, su riqueza y sus cabezas ante la imposibilidad de cumplir instantáneamente las promesas que han hecho en ese juego maquiavélico –valga la deliberada redundancia– acuden a la emisión, y consecuentemente a la inevitable inflación que ella produce, que corrompe el sistema y la moral general. Eso pasa en Argentina, pasa en el mundo, pasa ahora y pasó siempre. La inflación es fruto de la irresponsabilidad de los mandatarios, y de la hipocresía de sus mandantes, o sea la sociedad. Como la única manera de parar una inflación es con una cuota de recesión, retirando el dinero emitido de más con algún recurso, los gobiernos no se atreven a provocar esa recesión ni por un mes, porque el pueblo les retiraría el permiso para enriquecerse y se evidenciaría la impotencia de los mandatarios. Tampoco aceptan una deflación, porque se notaría la emisión pasada y muchas deudas se volverían impagables y los déficits insoportables.

Por eso la primera defensa de los gobernantes es negar la influencia de la emisión, que es de su responsabilidad exclusiva, para lo que primero inventan multicausalidades que no existen, ni en teoría ni en la práctica, o culpan del aumento de precios a especuladores, “avivados”, pícaros o egoístas, y en estos aspectos coinciden curiosamente Alberto Fernández y Joe Biden, Christine Lagarde con Janet Yellen o Jerome Powell, la Fed con el BCE, y un burro con un gran profesor.

Cuando Biden dice que la inflación se produce por la suba del precio del petróleo, miente a sabiendas. Se produce porque se ha emitido dinero suficiente para pagar esos aumentos. Y porque él fomenta el aumento salarial de todo el sistema americano sin correlato con la productividad, lo que la consolida. De lo contrario bajaría el volumen consumido o bajaría el consumo de otros bienes. Elemental, mi querido Joe, diría Sherlock. El petróleo ya llegó a 100 dólares antes, y no se produjo la inflación actual. Y eso vale aún para el encarecimiento del transporte. Cuando Biden acusa a las empresas de no querer producir más para satisfacer la demanda adicional creada por sus 9 trillones de dólares sin respaldo emitidos en menos de 2 años (40% del circulante estadounidense), no entiende la acción humana, ni el razonamiento empresario, que no lo quiere acompañar en el suicidio, pero los acusa igual para tirarles la culpa de su mano rota. Le falta la amenaza del alambre de fardo. Tampoco entiende cómo funciona el proceso del fracking y los tiempos de reacción que toma, evidentemente.

Seguramente se dirá que la inflación argentina es mucho peor, ignorando que la emisión de dólares americanos es tan grave como la emisión local, y que ya se ha perdido más del 10% del capital y el ahorro en el mundo entero en un año, y creciendo. Por supuesto que siempre se encontrarán argumentos para explicar ese despojo organizado, como las guerras, o las pandemias. Argumentos que también ocultan sistemáticos errores de los políticos en varios años de sus políticas de emisión monetaria, que han agravado con un tratado climático insostenible que hambreará a muchos países en breve. Y de paso, con un tratamiento incompetente y acomodaticio en las percepciones de la geopolítica, que se mezclan con negocios y negociados de todo tipo, apañamiento de corrupción y otras distorsiones de las que no se podrá hablar en breve por las redes.

La impotencia de los políticos

La inflación representa la impotencia de los políticos para cumplir promesas que nunca debieron hacer, porque lo que prometieron y prometen es inviable, porque las demandas que ellos mismos fomentaron no son alcanzables, porque la pobreza que generarían si tratasen de cumplir su palabra empeñada es más grave que lo que garantizaron lograr para sus pueblos. Porque, además, la inflación es silenciosa, no se aprueba en el Congreso o Parlamento, no se debate, supone venir del cielo, una especie de Don’t Look Up, como un meteorito, un factor exógeno que siempre se explica como un tsunami, una inundación o un terremoto, o con un enemigo externo malo que amenaza exterminar o esclavizar a la humanidad, una excusa orwelliana que no sólo no se puede probar, sino que no se puede discutir porque hacerlo sería traición a algo.

“La inflación es siempre y en todo lugar un fenómeno espontáneo e incontrolable” parece ser la paráfrasis que deja conformes a los políticos. Y a los individuos que ven desaparecer su patrimonio, sus sueños, y muchas veces su libertad al conjuro de semejante flagelo sin vacuna. Esto por el lado de los políticos, monarcas modernos. Como no es posible ni sería serio atribuirles ignorancia en temas que no admiten ya discusión, que han sido probados por la evidencia empírica y por la teoría sólida miles de veces, sólo cabe la explicación de una deliberada lenidad para esconder la basura que generan debajo de la alfombra de las sociedades, para que al cabo de cierto tiempo aflore el daño, pero se le pueda echar la culpa a alguna causal exógena, un eclipse o un Big Brother enemigo.

¿Qué es lo que han hecho en las dos o tres últimas décadas EEUU, la UE, Argentina y en mayor o menor grado muchísimos gobiernos? Han escondido su emisión debajo de la alfombra. Una forma aparente de resolver el problema, las broncas, los reclamos populares o los desfalcos de los amigos, o de dejar conforme al votante con cómodos subsidios, sin someterlos a la necesidad de esfuerzo, trabajo o éxito alguno. El recuerdo del FMI diciendo a los cuatro vientos durante el cierre pandémico, (otro vil invento digno de Orwell, -o indigno de–) que no era el momento para preocuparse por el déficit y el nivel de gasto, como si fueran temas menores, fue una estafa de corte keynesiano que desató la inflación salvadora. Salvadora de políticos hipócritas, incompetentes, irresponsables y bastante faltos de ética y moral. Un fenómeno de hipocresía, contradiciendo al maestro Friedman.

Pero esa es una de las preocupaciones de Tocqueville. La otra es la gente, el pueblo, el votante, la sociedad, los individuos, la masa, como le quieran llamar. Que obviamente no constituye una unidad de pensamiento ni de procederes. Hasta que vota. Y ahí viene el complemento sine qua non que necesita el político. También la sociedad hace gala de su mayor cara de inocencia y estupidez cuando cree que le conviene, y sobre todo, cuando reclama instantaneidad, el “llame ya”, “el ahora 24”, el subsidio, la renta universal sin trabajar, la marcha, el piquete, las pedreas, la destrucción de Buenos Aires, o de París, o de Santiago. Cuando no una constitución igualitaria que resuelva de un plumazo todas las injusticias, todas las desigualdades, y sobre todo, que anule todo esfuerzo y trabajo previo, toda educación, formación o aprendizaje. Y si bien la columna usa ejemplos locales, para mejor comprensión, se aplica a todo el mundo, porque finalmente, no hay diferencias entre los seres humanos, ya se ha llegado a esa conclusión.

La sociedad culpable

La sociedad también tiene su cincuenta por ciento de aporte en el problema. Muchos protestan porque los precios suben, o piden subsidios y dádivas, pero a nadie se le ocurre pedir que paren la emisión, que se baje el déficit, que se deje de crear ministerios para los amigos o correligionarias, o amantes. Como los colgados piden que no se les corte la luz porque se les arruinó la comida que tienen en la heladera y el periodismo les pone un micrófono y las movileras se compadecen, y a nadie se le ocurre pensar que regalarles esa energía producirá déficit de la balanza de pagos y más emisión y/o cepo, y lo mismo vale para el transporte, los alquileres, el tratamiento de mascotas enfermas, como tampoco se les ocurre comparar con lo que cada uno destina al pago de otros servicios o bienes, conveniencia facilista que bendice y abraza la inflación y también implica una distorsión en los precios relativos que será gravísima. Y de nuevo, estas observaciones no son solamente válidas para Argentina. Valen para Europa, para Estados Unidos, aún para Uruguay, que aún sin estos extremos no alcanzan a comprender que igualmente marchan hacia el socialismo por senderos alternativos pero eficientes en lo desastroso.

Esa hipocresía lleva a reclamar por los pobres jubilados que ganan el mínimo, sin advertir que la gran mayoría que gana ese mínimo nunca hizo aporte alguno y fueron jubilados de favor, o sea más inflación. En nombre de la solidaridad. Y en un panorama más amplio, esa solidaridad sensible lleva a que simultáneamente se defienda el derecho de cada uno a hacer lo que desee con su cuerpo, pero luego se pide al Estado que se ocupe de proveer tratamientos de obesidad a los obesos, o tratamientos abortivos a quienes quieran abortar, o copas, tampones y analgésicos a las mujeres con su período, obviamente sin reparar si eso obliga a una emisión inflacionaria o no. Entonces cuando sube el costo de vida, la solución que la sociedad pretende es que alguien le aumente su sueldo o su subsidio. Con lo que se crea más inflación. Y el FMI apoya porque esa inflación licua el gasto, a la vez que licua el futuro y el bienestar de los argentinos, pero ¿a quién le importa?

Nadie se preocupa mucho por cómo se financia su necesidad y urgencia. Sólo le importa la satisfacción de lo que considera un derecho divino. No muy diferente a un discurso de un piquetero o equivalente, que siempre parece tener razón en lo que pide, que es en definitiva no trabajar y cobrar mensualmente una cifra a negociar. Una renta universal a la criolla. Tampoco muy diferente a los colgados en los countries, o a quienes se anotaron como falsos pobres para no pagar aumentos de tarifas eléctricas. La pretensión de que el Estado prácticamente regale el consumo de energía es la forma más clara de hipocresía de quienes luego protestan por la inflación, o se hacen los desentendidos cuando ven que otros precios suben, porque ellos están más preocupados por el precio de un celular y su correspondiente abono mensual que por su consumo eléctrico, que han decidido que no les corresponde pagar, quien sabe por qué privilegio papal. Por supuesto que puntualizar estos temas es aparecer como insensible. Con lo que el caso nacional, y seguramente en otros casos, no hay solución real a la vista, salvo más mentiras. O sea más inflación, más default, más estafas.

La hipocresía de la sociedad excede a la inflación. Tómese por caso la educación argentina. No sólo ha sido delegada en el trotskismo, con las consecuencias sabidas y descontadas, sino que los padres trompean a los maestros que no aprueban a sus hijos. Y aún en escuelas pagas los padres hacen valer el derecho de sus cuotas para que su hijo apruebe. Para luego quejarse amargamente por la paupérrima formación que sus vástagos reciben.

Imagínese por un instante lo que ocurriría si se eliminara el CBU y se reimplantase el examen de ingreso con cupos a la universidad, como ocurre en buena parte del mundo, inclusive en países que mandan a sus jóvenes a estudiar a la Argentina, sin costo alguno, sin ingreso y sin demasiadas molestias. El país del diploma fácil, podría decirse. También el país del 50 o 60% de inflación anual. Seguramente esa deseducación inútil y estéril es percibida como una conquista por muchos.

El otro nombre del robo

La inflación es el otro nombre del robo. Del robo compartido de la sociedad y de los políticos. Cuando se satura la carga impositiva, políticos, empresarios y sindicalistas amigos, prebendarios, acomodados, subsidiados, pilotos, contrabandistas, importadores de drogas, laboratorios con pauta, piqueteros, amantes, saturadores de la administración pública, del Congreso, de todas las ramas del Estado, de protegidos del gobierno en cargos inventados vergonzosos, de miles de Nachas Guevaras, pueden seguir enriqueciéndose gracias a la inflación. Y a la complicidad de la sociedad, muchas veces, que ha elegido ignorar que esa inflación es un acto de prestidigitación que tarde o temprano, se paga con pobreza y desempleo. Y lo paga ella misma en un todo.

Nada es ignorancia. Los bancos centrales de todo el mundo, que no tienen nada de independientes, otra hipócrita farsa, saben lo que hay que hacer y cuándo lo tienen que hacer. Simplemente están buscando argumentos y excusas para no hacerlo. Esa es la hipocresía mayor, en la que acompañan medios periodísticos líderes globales. Los argumentos de la Reserva Federal o del Banco Central Europeo, que sostienen que la inflación provocará la reducción del desempleo, son otra barbaridad técnica que nunca se demostró en la historia. Al contrario, al poco tiempo el empleo obtenido por vía de la inflación se cae, y reponerlo cuesta una mayor inflación cada vez. Cuando no stagflation. Nadie se anima a contradecirlos. Por ejemplo, el tratado de calentamiento, en estos momentos, aumenta y consolida exponencialmente esa inflación que pagarán los países más pobres. Lo mismo ocurre con el aumento en la rigidez salarial americana. Los países con sindicalismo más duro e inflexible serán los más perjudicados. Lo bueno es que no hará falta medio siglo para verlo.

En ese marco, los políticos (ayudando a Gramsci) han logrado que el término “estadista” suene como una ridiculez imposible y soñadora. Y una parte trascendente de la sociedad ha logrado convencerse y ser convencida de su incapacidad para defenderse y procurarse su propio sustento y bienestar, el sueño de los dictadores.

No es Cristina Kirchner, no es sólo Argentina. No es un estilo. Es el Estado complaciente bondadoso, complaciente y potencial dictador benigno y la gente que busca la protección feudal de ese Estado. En la medida en que hagan la misma cosa, en cualquier país, con cualquier excusa, se obtendrán los mismos resultados. Y serán malos. No es una opinión. La inflación es una consecuencia económica inexorable de promesas imposibles de cumplir y reclamadas por la masa, con efectos altamente nocivos también inexorables, aunque los políticos del mundo elijan creer que se trata de un tifón, de un meteorito o de algún otro fenómeno meteorológico.

Inflación. Hipocresía. Reseteo. Miseria. Es lo mismo.

(De www.laprensa.com.ar)