domingo, 10 de abril de 2022

El libro negro del comunismo

Por Jorge Martínez

Historia de una ideología criminal

La obra colectiva se proponía investigar el carácter asesino de la idea que dominó el siglo XX. Ese enfoque nunca antes intentado fue recibido con una feroz campaña denigratoria de las elites culturales y periodísticas.

Aparecido hace 25 años, el Libro Negro del Comunismo fue el ensayo colectivo de once historiadores que, tardíamente, rompió un tabú cultural que se había respetado durante casi un siglo. Su publicación generó, en principio, dosis parejas de interés y controversia. Luego quedó en el centro de una intensa campaña de prensa negativa que terminó por desnaturalizar el sentido del trabajo y enfrentar a algunos de los autores en una disputa seguramente buscada (y celebrada) por sus detractores.

Su aparición había sido pensada para coincidir con el octogésimo aniversario de la toma del poder en Rusia por los bolcheviques. La originalidad del enfoque elegido por el coordinador de la obra, el historiador Stéphane Courtois, radicaba en que se proponían estudiar la Revolución Rusa y la historia completa del comunismo en el planeta a partir de su carácter esencialmente criminal, haciendo a un lado la apelación a la utopía de sus ideólogos y las justificaciones de sus numerosos simpatizantes y compañeros de ruta.

Nunca antes se había intentado trazar un balance sistemático de la criminalidad comunista, acompañado de una indagación en sus causas profundas. Eran más o menos conocidas sus matanzas, sus excesos y delirios, pero siempre entendidos como desvaríos ocasionales, meros "accidentes de tránsito" en el camino a la radiante utopía socialista que en el futuro habría de redimir todas sus aberraciones. Entender que esos crímenes eran rasgos inseparables de la idea comunista comportaba una herejía historiográfica que no podía tolerarse y no se toleró.

De ahí los ataques. Que se iniciaron y multiplicaron en la prensa progresista francesa, y desde allí se difundieron por todo el mundo en un momento en que la izquierda seguía digiriendo, con evidente dificultad, el derrumbe del pretendido "socialismo real" y la disolución, en 1991, de la Unión Soviética, la madre patria de la revolución.

Eran malos tiempos para la intelligentsia izquierdista gala. En 1995, el distinguido historiador Francois Furet, especialista en la Revolución Francesa y ex miembro del PC, había publicado El pasado de una ilusión, uno de los mejores ensayos críticos sobre el afianzamiento y la vigencia de la idea comunista en contra de las numerosas refutaciones que le habían opuesto la historia y la realidad. Furet debía prologar el Libro Negro pero lo impidió su muerte en julio de 1997.

En La gran mascarada (2000), otro formidable ensayo de aquellos años, Jean-Francois Revel apuntaba que, si bien con notoria incomodidad, el mundo cultural francés había recibido con elogios mayoritarios la obra de Furet, pese a lo demoledor que resultaban sus conclusiones para la izquierda. No sucedió lo mismo con el Libro Negro, que "atrajo el furor inmediato y durable de las elites de la izquierda pensante y periodística". "Todos los artificios, estratagemas, engaños y fraudes sacados del viejo arsenal estalinista -recordaba- fueron desplegados para desacreditar el libro sin discutirlo y antes incluso de que saliera a la venta".

LOS COMPLICES

La razón de la diferencia, proseguía Revel, estaba en la pretensión de Courtois y compañía de investigar el comunismo como fenómeno criminal, antes que como filosofía o movimiento político. El ser humano, escribió en La gran mascarada, "puede reconocer que sucumbió a las seducciones de una «ilusión», pero casi nunca que fue cómplice de un crimen". Mientras que es posible confesar un error, "muy a regañadientes se confiesa un crimen, o la complicidad con un crimen, o el haber cerrado los ojos pese a que no se podía ignorar que lo estaban cometiendo". Revel lo expresaba luego de manera más terminante: "Con el Libro Negro pasamos de la amonestación paterna al tribunal penal".

Precisamente en el prólogo y el epílogo de la obra, Courtois mentaba el ejemplo del tribunal de Nüremberg, que en 1946 juzgó a los criminales de guerra nazis, y planteaba la necesidad de buscar una instancia similar para procesar los horrores del comunismo. También se hacía preguntas incómodas que, salvo en algunos pocos países de Europa oriental, no tuvieron la respuesta que merecían.

Los atropellos leninistas, estalinistas, maoístas y la experiencia del Khmer Rouge en Camboya (que en tres años y medio a partir de 1975 liquidó a cerca de la cuarta parta de su población), "presentaban a la humanidad -lo mismo que a los juristas e historiadores- una nueva duda: ¿cómo calificar el crimen que consiste en exterminar por razones político-ideológicas no sólo a individuos o grupos limitados de opositores, sino a fracciones masivas de la sociedad? ¿Habría que inventar una nueva denominación?...¿O hacer como los jueces checos, que a los crímenes cometidos bajo el régimen comunista simplemente los denominaron «crímenes comunistas»?"

Aunque Courtois tuvo la precaución de preservar el lugar que tiene la llamada "singularidad de Auschwitz" en la memoria histórica moderna, eso no le alcanzó para eludir la acusaciones de "antisemita" y "fascista" que recibió de inmediato por animarse a criticar el recuerdo "hemipléjico" de los totalitarismos del siglo XX.

Acto seguido, y yendo un poco más lejos, Courtois admitía que desde 1945 en adelante, el genocidio de los judíos "apareció como el paradigma de la barbarie moderna", hasta el punto de "ocupar todo el espacio reservado a la percepción del terror de masas del siglo XX". Pero la historia misma del siglo había demostrado que la "práctica, por Estados o por partidos estatales, de matanzas masivas no había sido una exclusividad nazi". Si hubo una versión "hitleriana" de crímenes contra la humanidad, también existió "una versión leninista y estalinista, y ya no es aceptable elaborar una historia hemipléjica que ignore la vertiente comunista".

Después el autor se proponía trazar equivalencias entre la barbarie de las dos ideologías. "La muerte por hambre del hijo de un kulak (terrateniente) ucraniano empujado deliberadamente a la hambruna por el régimen estalinista -señalaba- «equivale» a la muerte por hambre del hijo de un judío del gueto de Varsovia empujado a la hambruna por el régimen nazi. Tal constatación de ningún modo pone en duda la «singularidad de Auschwitz»".

La idea era, por lo tanto, intentar una "reflexión comparativa respecto de la similitud entre el régimen que a partir de 1945 fue considerado el más criminal del siglo, y el sistema comunista que hasta 1991 conservó toda su legitimidad internacional y que, incluso en nuestros días, está en el poder en ciertos países y conserva adeptos en el mundo entero".

Los autores (aparte de Courtois eran Nicolas Werth, Jean-Louis Panné, Andrzej Paczkowski, Karel Bartosek, Jean-Louis Margolin, Rémi Kauffer, Pierre Rigoulot, Pascal Fontaine, Yves Santamaria y Sylvain Boulouque) atribuían al comunismo el exterminio de unas 100 millones de personas desde 1917.

China ostentaba el primer lugar en criminalidad, con la matanza de 65 millones de seres humanos entre ejecuciones, encarcelamientos, hambrunas y deportaciones. Luego aparecía la Unión Soviética, con unos 20 millones, seguida por Corea del Norte y Camboya, cada uno con 2 millones de muertos, y Vietnam, con un millón. El resto se repartía entre Europa del Este, Africa, Afganistán (invadido y ocupado por la URSS entre 1979 y 1988) y América latina, donde registraban alrededor de 150.000 víctimas.

MIRADA MUNDIAL

El estudio, que dedicaba el mayor espacio al totalitarismo soviético (a cargo de Werth) y al chino y asiático (según Margolin y Rigoulot), paseaba su mirada histórica por todo el mundo. Se incluyeron capítulos detallados sobre las campañas subversivas en medio planeta de la Komintern, la sangrienta intervención estalinista en la Guerra Civil Española, las numerosas revoluciones fomentadas en el sudeste de Asia, las purgas y persecuciones en los satélites europeos de Moscú, el papel de Cuba como promotor de la violencia guerrillera latinoamericana y la tardía devastación que sufrieron los países africanos (Etiopía, Mozambique, Angola) atrapados bajo regímenes comunistas, en todos los casos con ayuda del régimen de La Habana.

La caída de la URSS había facilitado, por un tiempo, la apertura de archivos que nutrió el trabajo con documentos reveladores y precisos, pero en la mayoría de los casos las fuentes principales eran obras con varias décadas de antigüedad. Lo cual confirmaba que el fenómeno era conocido pero se había beneficiado, especialmente en Occidente, de la "ceguera voluntaria" frente al bolchevismo de quienes insistían en proclamarse "demócratas" y "progresistas".

LA CEGUERA

Eso mismo había sucedido con los autores del libro, a quienes, escribió Courtois, "no les había sido ajena la fascinación con el comunismo". Varios de ellos incluso "habían sido miembros, a un nivel modesto, del sistema del comunismo, ya fuera en su versión ortodoxa leninista-estalinista, ya en sus versiones anexas o disidentes (trotskista, maoísta)". Al momento de escribir la obra casi todos seguían ubicándose en la izquierda cultural. "Y porque permanecen anclados en la izquierda -advertía Courtois con insólita honradez- les corresponde reflexionar sobre las razones de su ceguera".

Querían cumplir, además, con dos deberes muy trajinados por la intelectualidad francesa desde la Segunda Guerra Mundial. El deber de historia y el deber de memoria.

El primero exigía el trabajo científico de rastrear los testimonios y la documentación entre las diferentes capas de ocultamiento, manipulación y terror ideológico, sabiendo que su tarea equivalía a ejercer una "historiografía de la mentira". En el segundo caso, la exigencia era diferente. Se trataba, definió Courtois, de la "obligación moral de honrar la memoria de los muertos, sobre todo cuando son las víctimas inocentes y anónimas de un Moloch del poder absoluto que buscó borrar hasta su recuerdo".

Un cuarto de siglo después, en nombre de esas innumerables víctimas olvidadas, sólo cabe agradecerles que se hubieran arriesgado a cumplir con ambos deberes.

(De www.laprensa.com.ar)

3 comentarios:

Carlos Zigrino dijo...

Si, cien millones de muertos, la ideologia mas asesina, fracasada y racista de la historia, porque abrumadoramente, la inmensa mayoria de los dirigentes son paisanos de Marx, Engels, Heller, Kichner y Kicillof. Los nazis los limpiaron por comunistas.

agente t dijo...

Las estrategias de desvalorización de “El libro negro del comunismo” son variadas, pero todas tienen en común el intento de cobertura de los regímenes marxistas pese a su praxis criminal en todos y cada uno de los casos dados y la desvirtuación de las afirmaciones que allí se hacen, de los hechos probados sobre los que está escrito. Por ejemplo, se intenta justificar que el régimen de Pol Pot matara en los cuatro años que estuvo en el gobierno a la cuarta parte de la población de Camboya aduciendo que los bombardeos norteamericanos en la guerra civil previa a la toma del poder por los comunistas polpotianos facilitaron tanto esa toma del poder como la reacción sanguinaria mencionada, algo a todas luces falso porque la violencia no se descargó contra los extranjeros que participaron en la guerra civil sino contra una buena parte de la población autóctona sin vínculos con el anterior régimen o con los norteamericanos.

Otra maniobra de distracción es comparar las muertes acaecidas durante los escasos 80 años que el comunismo ha gobernado en una buena porción del planeta con las producidas a lo largo de siglos con la trata de esclavos o la explotación colonial, fenómenos indudablemente con componente violento, pero no “fundamentalmente” violentos, pues era generalmente una violencia puramente instrumental para un objetivo económico y sin apenas cobertura ideológica, y que por supuesto no era producto específico de las democracias que se enfrentaron al comunismo sino de los regímenes previos a ellas.

Heber Rizzo dijo...

Twitteado, GABeado y Facebookeada, como corrsponde.
Las verdades deben ser conocidas, y por eso es necesario difundirlas ampliamente, sin temores y sin silencios cómplices.