miércoles, 26 de diciembre de 2012

La oligarquía y el pueblo

La reciente expropiación del predio de la Sociedad Rural Argentina, ubicado en Palermo, motivada seguramente por objetivos electorales, es una muestra más de la existencia de una nación dividida que sólo mira hacia pasado. Tal decisión constituye una especie de venganza contra la “oligarquía” que hará feliz por cierto tiempo a un sector del “pueblo”; es decir, a una parte de la masa peronista. Sin embargo, esta expropiación implica una nueva señal del gobierno que pareciera sugerir a los futuros inversores que deben asegurar sus capitales invirtiéndolos en otros países. Mientras menor sea la cantidad de inversiones, menor será la cantidad de puestos de trabajo disponibles, aunque ello parece carecer de importancia para quienes buscan la permanencia en el poder y para gran parte de la población.

Mientras que el proceso de repartición de tierras en los EEUU, en las épocas iniciales de esa nación, consistía en otorgar una extensión compatible con lo que cada agricultor podía labrar, en la Argentina se otorgaron extensas parcelas a la minoría que detentaba el poder político del momento. Si bien, con los siglos transcurridos y con la llegada de la inmigración, principalmente europea, la tenencia de tierras adquiere otras características, tal acontecimiento del pasado es utilizado para mantener en vigencia el antagonismo entre sectores y la plena justificación del populismo como defensor de las masas ante el poder de la oligarquía.

En cuanto al significado de la palabra, Torcuato S. Di Tella escribe: “En la acepción clásica, es el gobierno ejercido por un sector reducido de personas. Aristóteles la concibe como una desviación de la aristocracia, gobierno de pocos que se propone lo mejor para la ciudad, mientras que la oligarquía es el gobierno de pocos en interés de ellos mismos” (Del “Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2008).

El sector mayoritario de la población, la clase media, trata de mantenerse al margen de tal conflicto histórico; aunque, debido a la unificación del enemigo por parte de los sectores populistas, la no adhesión al líder totalitario lo convierte en enemigo. Además, tal conflicto fue la justificación de la existencia del peronismo, todavía vigente, hecho que contrasta con la actitud adoptada por varios países de Europa, que han dejado atrás los distintos tipos de totalitarismo (fascismo, nazismo, comunismo).

El antagonismo entre sectores debería quedar en el pasado y más aún teniendo presente la importancia económica que tiene la producción y la exportación agrícolas. Oscar González Oro escribió: “Los grandes proyectos son siempre a favor de algo y no en contra de nada. Borges era ciego y sin embargo no escribía en contra de nadie. Cada paso que da Kirchner, en cambio, cada palabra que sale de su boca y cada reacción suya ante cualquier evento que cuestione alguna de sus decisiones parecen estar guiados por el odio y el resentimiento” (De Radiografía de mi país”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2009).

El movimiento peronista fue definido por algunos autores como la “nueva oligarquía analfabeta” por cuanto los seguidores del dictador no buscaban tanto abolir los privilegios de una clase adinerada sino de reemplazarla por otra que habría de constituirse con los recursos económicos confiscados a la primera a través de la intermediación del Estado. Mientras que el político surgido del radicalismo, por lo general, finaliza su periodo de funcionario público con un patrimonio personal similar al que tenía cuando lo inició, el político peronista trata por todos los medios de enriquecerse a costa del Estado para disponer del dinero suficiente para vivir como los oligarcas a los que tanto odia y difama.

El reemplazo de la oligarquía terrateniente por una oligarquía política es una característica repetida en todo sistema totalitario. De ahí que al ciudadano común le resulte a veces indiferente saber quien centraliza el poder unificado. Sin embargo, la diferencia esencial radica en que generalmente la oligarquía terrateniente es productiva mientras que la de extracción política es parasitaria (no puede existir sin usurpar aquella previamente) e ilimitada en cuanto a sus ambiciones. Hélène Carrère d´Encausse escribió:

“El Partido bolchevique se apoderó, en octubre de 1917, del poder que las masas revolucionarias habían tomado y trataban de organizar. Transformó el poder popular en dictadura del proletariado, es decir, en dictadura del Partido, tanto sobre el proletariado como sobre toda la sociedad. El sistema político nacido de esta substitución de las masas por el Partido, está fundamentado sobre diversos principios. El Partido reivindica el monopolio del poder y de la ideología. Legitima esta pretensión identificando los intereses de la sociedad con sus proyectos propios invocando la «necesidad histórica», los imperativos de la lucha de clases, la garantía de la «ciencia marxista». Esta legitimidad nada debe a la sociedad” (De “El poder confiscado”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Por lo general, el individuo que mentalmente se siente parte de la clase alta, o media alta, es alguien que, estando en un lugar público, a veces ni siquiera dirige una mirada a quienes le rodean. Si alguien le formula una pregunta, puede no responder o bien apenas emitirá algún monosílabo. Tal persona carece, por lo tanto, de inteligencia social o emocional, aunque pueda tener inteligencia para otras cosas.

A pesar de la severa limitación social que se autoimpone, o que padece, provocará la envidia en muchas personas ya que, según la escala de valores que éstas han adoptado, se sienten inferiores al indiferente. Luego, un gobierno populista adoptará como principal misión proteger al envidioso de la “desigualdad social” que siente por considerarse inferior al ricachón que lo ha ignorado soberanamente.

Se ha escrito bastante acerca del individuo con mentalidad de clase alta de la Argentina, ya que, al menos hasta épocas recientes, tenía la pretensión de sentirse un integrante más de la nobleza, precisamente desde el momento en que los negocios le resultaban positivos. En cierta forma pretendía copiar el modelo europeo aunque olvidaba que muchos de aquellos nobles disponían no sólo de dinero, sino también de atributos culturales de cierta valía. De ahí que se habla de la oligarquía argentina como “la nobleza del medio pelo”. Arturo Jauretche escribió:

“En principio, decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee. Con lo dicho está claro que la expresión tiene un valor históricamente variable según la composición de la sociedad donde se aplica”. “Medio pelo es el sector que dentro de la sociedad construye un status sobre una ficción en que las pautas vigentes son las que corresponden a una situación superior a la suya, que es la que se quiere simular. Es esta ficción lo que determina ahora la designación y no el nivel social ni la raza”.

“Cuando en la Argentina cambia la estructura de la sociedad tradicional por una configuración moderna que redistribuye las clases, el medio pelo está constituido por aquella que intenta fugar de su situación real en el remedo de un sector que no es el suyo y que considera superior. Esta situación por razones obvias no se da en la alta clase porteña que es el objeto de imitación; tampoco en los trabajadores ni en el grueso de la clase media. El equívoco se produce en el ambiguo perfil de una burguesía en ascenso y sectores ya desclasados de la alta sociedad” (De “El medio pelo en la sociedad argentina”-A. Peña Lillo Editor SRL-Buenos Aires 1973).

La tendencia peronista, que promovía la división entre sectores de la sociedad, estaba vinculada esencialmente a los atributos psicológicos o personales del propio líder y fundador del movimiento. Por lo general, son las emociones, y no la razón, las que determinan la adhesión, o no, a determinada actitud social. Raúl Damonte Taborda escribió: “La interpretación freudiana, unida a las confesiones hechas por Perón a algunos «mediums» y médicos, así como las manifestaciones de algunos «testigos» entre las que se encontraba su propia esposa, configuraría un origen psicofisiológico o anatómico, a su neurosis de angustia persecutoria. Pero sus anormales relaciones familiares, y la absoluta insensibilidad afectiva, especialmente hacia su propia madre, dan base a suponer que sus vahídos, sus dificultades motoras y sus ataques de furia agresiva y depresión epileptoide, tuvieran su origen en una lesión cerebral” (De “Ayer fue San Perón”-Ediciones Gure-Buenos Aires 1955).

Se dice que iguales efectos siguen a iguales causas, por lo que podemos encontrar en el presente algunas de las características de la época peronista. Raúl Damonte Taborda escribió: “Perón ha hecho una revolución totalitaria para servir sus planes demenciales, en el país más rico de Latinoamérica, en 1943, con miles de millones de dólares en divisas, oro y créditos, con una moneda sana y un consumo «per capita», de carne y pan, superior al de los ciudadanos de los EEUU”. “¿Qué se ha hecho de la energía y de las riquezas acumuladas por generaciones y generaciones de pacientes y honestos trabajadores? Se han robado y dilapidado”.

“El peronismo agobiado por la crisis que le está impidiendo ya abastecerse de hierro, carbón, estaño, cobre, petróleo, que necesita importar constantemente, trata hoy, con un lápiz mágico, de resolver las contradicciones de su economía de guerra, lanzando, como ya lo hizo Hitler, llamados a la agricultura, «batallas de producción”, remodelando estadísticas y cambiando su organización ministerial, que de ocho carteras aumentó a veintiuna, para bajarlas nuevamente de número. Tiende una cortina de hierro alrededor de la Argentina, para tratar de impedir la fuga vertiginosa de capitales, que se refugian en el Uruguay, Brasil y Chile y lanza su llamado angustioso y triste a los EEUU, el «capitalismo imperialista infame y explotador», para obtener los dólares que le permitirían continuar subsistiendo”.

“La inflación acelerada produce billetes y reanima los circuitos financieros internos de la Argentina peronista, retardando con el terrible precio del encarecimiento geométrico de la vida, los estallidos internos, pero esos billetes sin valor no van a servir para adquirir en el extranjero los productos necesarios a la industria ligera, ni los minerales estratégicos que la industria pesada le exige”.

Actualmente no se habla tanto de la oligarquía como de las “corporaciones”; los grandes grupos empresarios. Como no se dan nombres, pareciera que todas las corporaciones se consideran nefastas para la nación. De ahí que habría que expulsar del país a empresas tales como Ford, General Motors, Mercedes Benz, Renault, etc., lo que resulta evidentemente absurdo. Recordemos que en los setenta, los integrantes de Montoneros, grupo homenajeado por el gobierno nacional, asesinaban incluso a altos funcionarios de algunas de esas empresas, como Fiat y Peugeot. Parece que la única explicación coherente radica, no en la perversidad de las corporaciones o de la oligarquía, sino en la búsqueda irresponsable de su usurpación por parte de sectores políticos altamente parasitarios.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Formación vs. persuasión política

En el ámbito de la política pueden distinguirse dos extremos en cuanto a la forma en que se busca la adhesión a cierta tendencia o partido. En un caso tenemos la postura democrática en la cual se persigue la formación intelectual del individuo, asociada al conocimiento científico, mientras que en el otro extremo tenemos la postura totalitaria que busca la persuasión del hombre masa a través de frases y slogans. Así, las figuras representativas del liberalismo son economistas como Ludwig von Mises, Friedrich Hayek o Milton Friedman (Premios Nobel los últimos) quienes han realizado trabajos de investigación económica además de libros de divulgación de su ciencia tratando de convencer al ciudadano común de las ventajas que otorga a la sociedad tanto la democracia política como económica (mercado), mientras que las figuras representativas del totalitarismo han sido por lo general propagandistas y agitadores de masas, como Marx, Lenin, Goebbels o Hitler. Al respecto, Ludwig von Mises escribe:

“Como economista, Marx no es más que un heredero sin originalidad de la economía clásica; es incapaz de estudiar los elementos económicos de los problemas sin sufrir la influencia de consideraciones políticas; observa las relaciones sociales desde el punto de vista del agitador, para quien la acción sobre las masas constituye la cosa esencial”. “Como sociólogo y filósofo de la historia, Marx nunca fue sino un hábil agitador que escribía para satisfacer las necesidades cotidianas de su partido. El materialismo histórico está desprovisto de valía científica” (De “El socialismo”-Editorial Hermes SA-México 1961).

En cuanto a la diferencia existente entre propagandista y agitador, Plejanov escribió: “El propagandista inculca mucha ideas a una sola persona o a una muy pequeña cantidad de ellas; el agitador inculca sólo una idea o una pequeña cantidad de ellas, pero, en cambio, las inculca a toda una masa de personas”. Jean-Marie Domenach escribe: “En un comentario a esta definición, Lenin dice que el agitador, partiendo de una injusticia concreta engendrada por la contradicción del régimen capitalista, «se esforzará por suscitar el descontento y la indignación de la masa por esta injusticia irritante, dejando al propagandista la tarea de dar una explicación completa de esta contradicción. Es por esto que el propagandista actúa principalmente por escrito y el agitador a viva voz»”.

Los sistemas socialistas asignan una gran importancia a los medios masivos de difusión, ya que su objetivo principal consiste esencialmente en el dominio mental de las masas. Las leyes promulgadas para la regulación de los medios de información establecidas recientemente en países como Venezuela, Ecuador y Argentina, tienen como finalidad afianzar sistemas totalitarios (todo en el Estado). El citado autor agrega:

“El papel de estos hombres es, en primer lugar, hacer propaganda y agitación con todos los recursos, tratando de adaptar sus argumentos al medio en que actúan. Una de las características de la propaganda comunista es la muy grande diversidad de su prensa. En la Unión Soviética hay diarios para cada región y cada profesión; dicen todos lo mismo, pero lo dicen de manera apropiada a las diversas mentalidades. Por otra parte, la propaganda no es posible sin un aporte constante de información. Es éste el segundo cometido de los especialistas comunistas: alimentar las revelaciones políticas por un flujo continuo de noticias extraídas de todos los sectores profesionales y sociales. Cada célula funciona como una antena de información y, en los regimenes soviéticos, los diarios poseen una multitud de «corresponsales populares» ubicados en todos los niveles de las actividades del país. Este trabajo de información es para la propaganda comunista un indiscutible elemento de superioridad; les permite, en particular, reaccionar mucho más rápido que las propagandas adversas, desconcertarlas y, a menudo, adelantárseles” (De “La propaganda política”-EUDEBA-Buenos Aires 1962).

Esto nos trae a la memoria la “elección del fascismo” para la Argentina, que hizo Juan D. Perón en épocas de la Segunda Guerra Mundial, suponiendo que el país debía alinearse a la tendencia que dominaría al mundo. En la actualidad, pareciera que las autoridades gubernamentales quieren encaminar al país hacia el totalitarismo socialista aun cuando el resto del mundo hace tiempo que lo dejó atrás. La elección de sistemas que fracasaron rotundamente no parece ser el mejor camino.

Los políticos totalitarios tratan, por lo general, de “unificar al enemigo”, tal el caso del kirchnerismo y el Grupo Clarín. Se supone que todo individuo que no esté de acuerdo con el gobierno actual, ha sido influenciado por el mencionado grupo de medios de información y pasa a ser, de inmediato, parte del bando enemigo, sin que a uno le den la opción a aceptar tal “honrosa distinción”. Jean-Marie Domenach escribe:

“En todos los campos, la propaganda se esfuerza en primer lugar por lograr la simplicidad. Se trata de dividir su doctrina y sus argumentos en algunos puntos que serán definidos tan claramente como sea posible”. “Una buena propaganda no se asigna más que a un objetivo principal por vez. Se trata de concentrar el tiro en un solo blanco durante un periodo dado. Los hitlerianos practicaron perfectamente este método de concentración que fue el ABC de su táctica política. Aliados primero a los partidos burgueses y reaccionarios contra los marxistas, después a la derecha nacionalista contra los partidos burgueses y, finalmente, al eliminar a los nacionalistas, se las arreglaron siempre para tener un único enemigo”.

“Concentrar en una sola persona las esperanzas del campo al cual se pertenece o el odio que se siente por el campo adverso es, evidentemente, la forma de simplificación más elemental y más beneficiosa”. “Reducir la lucha política a una rivalidad de personas, es sustituir el difícil enfrentamiento de tesis, el lento y complejo mecanismo parlamentario, por una suerte de juego del cual los pueblos anglosajones aman el aspecto deportivo, y los pueblos latinos el lado dramático y pasional”.

“La individualización del adversario ofrece muchas ventajas. Los nazis transformaban cada escrutinio en un «combate contra el último opositor». Los hombres prefieren enfrentar a personas visibles más bien que a fuerzas oscuras”.

Otra de las tácticas observadas en el kirchnerismo consiste en responder toda crítica calificando al opositor con los mismos adjetivos utilizados previamente por éste. Así, si se dice que el gobierno es incapaz, corrupto y que produce divisiones en la sociedad, adjetivos y acusaciones similares serán destinados públicamente a quien se atrevió a expresarlas. Jean-Marie Domenach escribió: “En la forma en que la propaganda hitleriana explotaba el sentido del enemigo, había una táctica de una extraordinaria eficacia psicológica y política. Es el arte del bluff llevado al límite que consiste en adjudicar al adversario los propios errores o la propia violencia, exhibición generalmente desconcertante. P. Rainwald destaca con justicia que «el hecho de atribuir al enemigo los propios defectos y adjudicarle los actos que se está a punto de cometer, se ha transformado, gracias a Hitler, en la característica de la propaganda nacionalsocialista»”.

La exageración y la desfiguración de los hechos es otro aspecto vinculado a la propaganda totalitaria. Uno de tales hechos ha sido el del “crecimiento económico a tasas chinas” en la Argentina, repetido incluso en medios periodísticos adversos. Por empezar, los economistas sostienen, por lo general, que el crecimiento económico está asociado al crecimiento de la cantidad de capital productivo per capita de una nación. Cuando la mayor parte del PBI (producto bruto interno) se destina al consumo, y no tanto a la inversión, el crecimiento económico no es equivalente al crecimiento del PBI.

En cuanto a la comparación con la China, debemos tener presente que se trata de circunstancias diferentes. Supongamos que en ese país existen 100 empresas y que, luego de un año, se convierten en 110. Podemos decir que creció la economía porque creció la inversión productiva. Si vamos al caso argentino, podemos decir que, suponiendo una existencia inicial de 100 empresas, que con la crisis del 2001 se redujeron a 70, no se necesitó la creación de muchas empresas sino solamente de la puesta en marcha de las previamente existentes y que estaban paradas, y de ahí el “gran crecimiento” del PBI. Lo mismo ocurrió con la “creación de puestos de trabajo”.

Los movimientos totalitarios se caracterizan por ser dirigidos por un líder al cual seguirá un grupo numeroso de obsecuentes. Se producirá cierta identificación con el hombre masa, materializando el fenómeno de la “rebelión de las masas” descrito por José Ortega y Gasset. Al respecto, Jean-Marie Demenach escribe: “La preocupación constante de los propagandistas hitlerianos fue siempre lo burdo. «Toda propaganda, se dice en Mein Kampf, debe establecer su nivel intelectual según la capacidad de comprensión del más limitado de aquéllos a quienes se dirige. Su nivel intelectual deberá ser, entonces, tanto más bajo cuanto más grande sea la masa de hombres que deba convencer». De ahí la ironía pesada, la burla cínica, las injurias que caracterizaban la elocuencia hitleriana. Jules Monnerot subrayó que los tiranos modernos tuvieron el don de «lo primario» y volvieron a escribir su doctrina en un «lenguaje de masas». Según el cuadro de todos los grandes propagandistas confeccionado por Bruce L. Smith, uno solo de ellos había cursado estudios superiores humanistas, el doctor Goebbels”.

La repetición incesante de los temas principales es otra característica de la propaganda totalitaria, de ahí que Goebbels decía en chiste que «la Iglesia Católica se mantiene porque repite lo mismo desde hace dos mil años. El Estado nacionalsocialista debe actuar de la misma manera”.

El éxito en la orientación de las masas se logra cuando en ellas existe previamente una predisposición para aceptar ciertas ideas en lugar de otras. Así, pueden distinguirse los mitos orientadores propuestos por nazis y fascistas y el odio entre sectores estimulado por los marxistas. El citado autor escribe: “Los verdaderos propagandistas no creyeron nunca que se pudiera hacer propaganda partiendo de cero e imponer a las masas cualquier idea en cualquier momento. Por regla general, la propaganda opera siempre sobre un sustrato preexistente, se trate de una mitología nacional (la Revolución Francesa, los mitos germánicos, etc.), o de un simple complejo de odios y de prejuicios tradicionales: «chauvinismo», «fobias» o «filias» diversas. Es un principio conocido por todo orador público el de no contradecir frontalmente a una muchedumbre, comenzando por declararse de acuerdo con ella, por colocarse en su corriente, antes de doblegarla”.

En la Argentina, país orientado hacia el totalitarismo, gran parte de la sociedad no teme caer bajo un régimen colectivista, sino que, por el contrario, teme a la economía de mercado, que alguna vez produjo el “milagro alemán” luego de la Segunda Guerra Mundial. Una eficaz propaganda lo puede casi todo.

martes, 18 de diciembre de 2012

Liberalismo para todos

Aun cuando la postura liberal involucre algunas actitudes filosóficas coincidentes, existirán aspectos ideológicos de los cuales surgirán desacuerdos permanentes. Sin embargo, si se pretende que algún día la tendencia política y económica asociada al liberalismo logre cierta vigencia en la mayor parte de la población, es necesario establecer una ideología básica que refuerce la mayor parte de los conceptos sobre los cuales existen coincidencias. Salvador de Madariaga escribió:

“En los liberales, el aspecto negativo de su actitud, ese respeto-indiferencia para con el problema ajeno, puede muy bien traducirse en cierta neutralidad para con las opiniones de los demás; cierta tendencia a oponer aun a las herejías más monstruosas un mero y cortés: «quizá tenga Ud. razón». Otra vez los dos aspectos: el positivo, la tolerancia; el negativo, la indiferencia ante el error. «Yo tengo buena salud porque nunca discuto. Si me contradicen, cedo», decía una vez uno de estos liberales. Y el interlocutor le replica: «Pero ya tendrá que discutir Ud. alguna vez» - «Sí, a veces». La historieta es típica de cierto liberalismo flojo y campechano. Pero no es seguro que sea ese el liberalismo verdadero”.

“Esta hospitalidad intelectual abierta a todo visitante hace del liberalismo una especie de caravasar adonde se congregan los viajeros más incongruentes y dispares. Con tanto abrir sus puertas a todos los vientos del liberalismo termina por quedarse sin paredes, y hasta sin límites que lo definan. Pero el liberalismo no puede aspirar a rejuvenecer el mundo desvaneciéndose así en el aire de lo indefinido. Hay pues que empezar a definir una doctrina liberal y concretar luego lo que el verdadero liberal entiende por tolerancia; porque sería absurdo ver en el liberalismo una escuela dispuesta a aceptarlo todo, aun aquello que es contrario a su razón de ser y a su esencia propia. En nuestros días vemos cómo los enemigos más encarnizados del liberalismo, los comunistas y los fascistas, alegaban las doctrinas liberales para matarlo mejor; y hasta a liberales defender el derecho de los comunistas a matar la libertad”.

“Hora es de poner en claro todo esto. El liberal está dispuesto a escuchar lo que las demás doctrinas quieran decir; pero no a admitir que todas ellas sean compatibles con la doctrina liberal. Estará pues siempre abierto a todo lo que se diga en la plaza pública, pero no a admitir que todo lo que se dice sea exacto, justo o razonable. Una vez definida la doctrina liberal, sus adeptos deben defenderla con la intransigencia necesaria; porque intransigencia no es más que la sombra proyectada por la luz de nuestra fe” (“De la angustia a la libertad”-Editorial Hermes –Buenos Aires 1955).

Para intentar cumplir con la sugerencia del autor citado, es necesario y prioritario encontrar principios de validez general que permitan conformar un cuerpo de ideas concreto que promueva en forma simultánea tanto la igualdad como la libertad, para que sea compatible con las ideas preponderantes en esa tendencia del pensamiento social. Podemos, entonces, proponer los siguientes:

a) Principio de igualdad: “Trata de compartir las penas y las alegrías de tus semejantes como si fuesen propias”.
b) Principio de libertad: “Trata de no depender de las decisiones de otras personas ni que otras personas dependan de las tuyas”.

Nótese que los principios de igualdad y de libertad, que dan justificación a la economía de mercado y a la democracia, implican tendencias que requieren de cierta adaptación ética previa para darles una vigencia satisfactoria. Pablo Da Silveira escribió: “Los filósofos universalistas buscan principios y normas que permitan evaluar (y eventualmente modificar) nuestro comportamiento individual o el funcionamiento de la sociedad en su conjunto. El problema que les preocupa es el de la acción o el del orden correctos. Para intentar resolverlo buscan respuestas que puedan ser justificadas sin atender a ningún contexto especifico, de modo que también puedan ser aplicadas a todas las situaciones y a todos los individuos” (De “Política & Tiempo”-Ediciones Taurus SA-Buenos Aires 2000).

Puede decirse que la izquierda política promueve la igualdad a costa de la libertad, aunque por lo general no obtiene ni una ni la otra; mientras que la derecha promueve la libertad a costa de la igualdad, aunque por lo general sólo la logra parcialmente. Andrés Fescina escribió: “De la tradicional disputa entre igualdad y libertad, el centro y sólo el centro, garantiza que ninguna se hará a expensas de la otra. La virtud política del centro es sintetizar la acción integradora y simultánea de ambas” (De “El centro político”-De los Cuatro Vientos Editorial-Buenos Aires 2008).

A partir de la vigencia del Principio de igualdad, surge la posibilidad del intercambio que beneficia a ambas partes en toda transacción en el mercado, que resulta ser la condición básica y necesaria para que la economía de libre empresa produzca resultados óptimos. Por otra parte, a partir del Principio de libertad se justifica la división de poderes y la renovación de autoridades asociadas al proceso democrático, cuya finalidad esencial es la protección del ciudadano ante el poder excesivo que podría lograr el político a cargo del Estado. El ciudadano debe ser gobernado por leyes antes que serlo por otros hombres.

Como contrapartida del orden social propuesto por el liberalismo tenemos al socialismo, que distingue justamente a una clase dirigente que ha de tomar decisiones en lugar del ciudadano común presuponiendo una desigualdad natural entre gobernantes y gobernados. Tales decisiones incluyen las de tipo económico respecto a qué y a cuánto consumir, quedando la economía absorbida por la política y restringida a un mínimo la libertad individual, por lo que el socialismo es una forma de totalitarismo.

El principio de igualdad propuesto antes es esencialmente el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, del cristianismo, mientras que el principio de libertad implica que debemos observar las leyes de Dios, o las leyes naturales, para aceptar de esa forma el gobierno de Dios sobre el hombre (en lugar del gobierno de otros hombres). De ahí que este principio sea análogo al “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Robert Schuman escribió: “La democracia debe su existencia al cristianismo, que fue el primero en enseñar la igualdad de todos los hombres”.

Es posible que más de un liberal “proteste” por cuanto, aducirá, el liberalismo no es una religión ni debe identificarse con una de ellas, sino que debe prever la posibilidad de que individualmente cada uno elija en libertad. Como respuesta se le puede decir que la tendencia liberal, especialmente el centro derecha, debe adoptar principios explícitos de igualdad y de libertad que fortalezcan esa postura. Al ser tales principios ya establecidos con anterioridad por el cristianismo, o se aceptan para un fortalecimiento efectivo del liberalismo y de la sociedad, o se sigue contemplando con indiferencia y resignación el auge de las mentiras y descalificaciones que provienen del marxismo y de otros sectores totalitarios. Los principios mencionados son compatibles con el pensamiento de las figuras representativas del liberalismo. De ahí que no debería sorprender a nadie una postura esencialmente ética para una ideología que pretende promover un ordenamiento social, económico y político definido.

Existen dos posturas extremas respecto del mejoramiento del orden social. En una de ella se sostiene que primero debe establecerse un mejoramiento económico para que, luego, sobrevenga un mejoramiento ético individual. Esta postura es sostenida por algunos liberales y también por el marxismo (sólo que difieren en la forma de establecer el orden económico que consideran óptimo). Tal postura, denominada “economismo”, difiere esencialmente del método en el que lo ético es lo prioritario. Salvador de Madariaga escribió:

“Hemos procurado fundar nuestra opinión de la vida colectiva en reacción contra lo que hemos designado con el nombre de economismo, o sea, la tendencia a mirar las cosas bajo la especie de la economía, imaginándose que basta con haber demostrado que tal o cual sistema o medida es el mejor desde el punto de vista económico para que haya que adoptarlo sin más. Para nosotros, esta manera de pensar es nefasta y contraria a la naturaleza social; por lo cual hemos procurado siempre circunscribir con cuidado el alcance de los argumentos económicos”. “En suma, equivale a decir que no aceptamos la supeditación de la existencia a la producción, sino que por el contrario creemos que hay que supeditar la producción a la existencia. A fuerza de repetir el axioma de Adam Smith «no hay más riqueza que la vida», las gentes han terminado por invertirlo en: no hay más vida que la riqueza. Nuestra ambición sería volver las cosas a su centro y forma echando las bases de un Estado liberal moderno”.

“El único dios universal del mundo moderno, el único que se yergue por encima de los dioses nacionales y mira desde arriba al águila de una o dos cabezas, al leopardo, al gallo, al león, al elefante, al canguro, al oso y hasta al unicornio, es el becerro de oro”. “Suele concebirse la libertad económica como un deseo de deshacerse de toda traba oficial para ganar dinero, a reserva de acogerse a la protección del Estado en cuanto van mal las ganancias”.

Los principios éticos, de alguna manera, deben hacer surgir en cada uno de nosotros una actitud definida respecto de nuestros deberes y derechos. Cuando se trata de sugerencias tales como los principios mencionados, es posible que surjan, como prioritarios, ciertos deberes que debemos respetar ya que involucran a las demás personas que integran nuestro medio social. Podemos decir “tratemos de cumplir con nuestros deberes, ya que de esa forma se cumplirá efectivamente con los derechos de todos”. Por el contrario, cuando el Estado (o quienes lo dirigen) se atribuye la responsabilidad de suplantar todo tipo de decisión personal, se promueve un estado característico de masificación personal por el cual todo individuo “exige que se respeten sus derechos”, ya que sus deberes han sido delegados al Estado. De esa forma, por lo general, sus derechos serán pobremente satisfechos.

El liberalismo resulta irreconciliable con el socialismo, al menos en el caso de los individuos más representativos de esas tendencias. Esto se debe a que, mientras que el liberal busca compartir las penas y las alegrías ajenas (principio de igualdad), el socialista impide tal objetivo por cuanto resulta poco posible compartir una actitud de odio hacia la burguesía, el empresariado, los ricos, los estadounidenses, Occidente, etc. Además, mientras que el liberal trata de no gobernar personalmente a persona alguna, ni a ser gobernado por nadie (principio de libertad), el socialista pretende dominarlo e, incluso, “redistribuir” las riquezas que produce cuando tenga el poder que otorga el Estado.

Quienes logran armonizar libertad e igualdad, tratan de compartir con los demás el conocimiento adquirido. Por el contrario, quienes ven sólo un aspecto limitado de la realidad, ignorando ambos principios, tratan de imponer por la fuerza o por el engaño lo que consideran “su razón”.

martes, 11 de diciembre de 2012

Prueba y error vs. fundamentalismo

El proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural se realiza principalmente mediante el método de “prueba y error”. Posteriormente, se establece una selección que permitirá quedarnos con la propuesta que produjo el error más pequeño. Por ejemplo, suponiendo que buscamos un método para que un niño aprenda a leer, sugerimos varias propuestas, que luego serán sometidas a prueba, obteniéndose cierto error respecto del ideal buscado, tal el caso del correcto aprendizaje del proceso de lectura y de interpretación de textos. En caso de poderse cuantificar el error asociado a cada método, elegiremos, o seleccionaremos, el que produjo un menor error, o se acercó más al objetivo. Maryanne Wolf escribe:

“De qué manera aprende a leer un niño es un cuento de magia y hadas o uno de oportunidades perdidas innecesariamente. Estos dos panoramas corresponden a dos infancias muy diferentes: en una ocurre casi todo lo que esperamos; en la otra se cuentan pocos cuentos, se aprende poco vocabulario y el niño se queda cada vez más rezagado, antes incluso de empezar a leer” (De “Cómo aprendemos a leer”-Ediciones B SA-Barcelona 2008).

Los distintos procesos culturales se desarrollan de forma similar, aunque por lo general se necesitan varias generaciones para que se lleguen a lograr resultados convincentes. Recordemos que la evolución biológica se produce también mediante “prueba y error”. Considerando las variaciones genéticas hereditarias, el medio en donde se desarrolla la vida “acepta” la que mejor se adapta al mismo. Las leyes de la herencia se encargan de hacer perdurar a unas, rechazando a las demás.

La ciencia experimental ha logrado sus importantes resultados mediante el mismo método, especialmente en aquellos ámbitos en donde es posible la realización de experimentos convincentes. Así, en el campo de la física, se proponen varias teorías para la descripción de un conjunto de fenómenos. A nadie le resulta claro cual será la que mejor se ha de adaptar a la realidad, hasta que un experimento crucial “elige a la ganadora”. Demás está decir que, previamente a la concreción de propuestas para ser investigadas, el científico ha debido adquirir un conocimiento básico suficiente de la ciencia en cuestión.

Respecto a la industria farmacológica, Arthur Kornberg, Premio Nobel de Medicina, escribió: “Si realizamos un paralelismo y salvando las distancias, las investigaciones médicas parecen más bien un juego de pool que un juego de billar: los puntos son marcados sin importar en qué agujero entra la bola, porque cada aumento en la técnica y en la comprensión de una enfermedad pueden beneficiar a los esfuerzos de los investigadores que trabajan en otras diferentes enfermedades”.

“Incluso cuando el diseño racional de drogas fracasa, se pueden seguir acumulando beneficios. Los científicos estuvieron satisfechos cuando el Alopurinol, el cual sintetizaron para la terapia del cáncer, confirmó ser eficaz en el tratamiento contra la gota en un primer paciente estudiado; la droga emerge como un tratamiento excepcional para la artritis gotosa. Ni siquiera se desconcertaron cuando el Acyclovir, que siempre ha sido deseado como tratamiento para el cáncer, resultó ser una de los mejores drogas contra las infecciones del virus herpes”.

“Al mismo tiempo, un programa de investigación encabezado por el Dr. Robert Weinberg en el MIT, dirigido a estudiar tumores de cerebro de ratas, dio una mayor contribución a nuestro entendimiento para el cáncer de mama humano. De los varios genes, ahora conocidos por estar envueltos en el cáncer de mama humano, todos menos uno fueron descubiertos por trabajar en otra cosa que no sea el cáncer de mama. La ubicuidad de los planes de la biología muestra claramente que tener como objetivo un modelo específico de enfermedad es demasiado estrecho para abarcar los complejos procesos de las enfermedades, tales como el SIDA o el cáncer. Nuevamente, la investigación médica es todavía un juego de azar: obtienes puntos sin importar en qué agujero entra la bola” (De “La hélice de oro”-Universidad Nacional de Quilmes Ediciones-Bernal, Prov. Buenos Aires 2001).

En cuestiones vinculadas con el comportamiento humano, tales como la ética y la moral, se procede de manera similar. Así, no resulta extraño que, en el caso de diversas y antiguas civilizaciones, se adoptaron normas de conducta semejantes sin que aparentemente haya existido algún acuerdo o comunicación previa. Luego, algunos pueblos interpretaron tales normas como surgidas desde la propia divinidad. De esa manera, la prohibición y el castigo del robo y del asesinato, por ejemplo, aparece en casi todas las normas morales debido a los evidentes efectos negativos que provocan. Marcelin Berthelot escribió: “Cuando se trata de concretar no procedemos jamás en nombre de principios absolutos, porque hemos reconocido que todos los nuestros reposan sobre hipótesis tomadas de los hechos de observación en forma directa o disimulada. Es una ilusión deducirlo todo de principios absolutos; quien pretenda apoyarse sobre el absoluto se apoya sobre la nada” (De “Ciencia y moral”-Editorial Elevación-Buenos Aires 1945).

En oposición al método de ensayo y error, utilizado tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales, aparece, principalmente en ámbitos como la religión y la política, el método fundamentalista, caracterizado principalmente por una negación sistemática a una posible confrontación con la realidad, tanto en el caso de sus principios como de sus conclusiones, como así también se caracteriza por sus intentos de imponerlos a los demás sectores de la sociedad o de la humanidad.

Si uno se pregunta porqué existe tanta violencia de origen religioso o político, podrá advertir que en uno de los bandos en conflicto, o en ambos, prevalecen posturas fundamentalistas. Cuando los analistas políticos sugieren a los bandos en conflicto “sentarse en una mesa a dialogar”, se debe tener presente que ello sólo tiene sentido cuando ambos toman como referencia a la realidad objetiva y buscan una postura que mejor se adapte a ella. Si, por el contrario, una de las partes, o ambas, parten de “principios ideológicos subjetivos” (de validez sectorial), resulta imposible llegar a cualquier acuerdo.

Respecto de los distintos grupos religiosos y movimientos políticos fundamentalistas, debemos distinguir entre dos casos posibles, si bien los resultados negativos serán similares:

a) El líder o autor de la ideología del grupo no es fundamentalista, ya que adhiere al método de prueba y error.
b) El líder o autor de la ideología del grupo es fundamentalista, ya que no adhiere al método de prueba y error.

En el primer caso podemos citar al cristianismo cuya ética propuesta resulta ser el resultado de una previa observación del proceso de la empatía y de los positivos resultados que en el individuo y en la sociedad produce la adopción del amor como actitud predominante. Sin embargo, una parte importante de sus seguidores dejaron de lado tal aspecto prioritario para promover, incluso, posturas opuestas a las establecidas por la ciencia experimental. El término “fundamentalismo” aparece justamente para designar la actitud de grupos protestantes que promovieron la prohibición de la enseñanza de la teoría de Charles Darwin en las escuelas. No tuvieron en cuenta que la evolución no es una teoría sino un hecho biológico comprobable.

Entre los grupos religiosos fundamentalistas actuales se destacan los de origen islámico. Incluso en algunos países que adhieren a esa religión, se distingue entre el conocimiento (la ciencia) y la sabiduría (el Islam), atribuyendo a esta última una categoría superior a la primera. De ahí que no resulte extraño que hasta hace algunos años, solamente Abdus Salam, físico paquistaní, era el único científico musulmán ganador de un Premio Nobel en ciencias.

En el segundo caso podemos citar como ejemplo al marxismo, el cual adopta una postura opuesta a la ciencia experimental desde la temprana labor de sus iniciadores. Desconoce el principio de invariabilidad de la ley natural y la validez de la lógica simbólica por cuanto, a partir del método dialéctico, admite que un enunciado puede ser verdadero en una época y falso en otra, sobre un mismo aspecto de la realidad. Desconoce tanto el proceso espontáneo del mercado como base de la economía como las ventajas de la democracia. Desconoce todo tipo de norma ética que haya sido adoptada mediante “prueba y error” por las distintas generaciones humanas y por los distintos pueblos para ser reemplazadas por directivas surgidas de la mente de sus iniciadores.

Cuando el escritor Francis Fukuyama propone a la economía de mercado y a la democracia liberal como los procesos económico y político que establecen el “fin de la historia”, pretende afirmar que tales sistemas, en base a los resultados negativos del socialismo y del totalitarismo, resultan ser los más aconsejables para ser adoptados por la sociedad. Este planteo, que resulta bastante evidente, es equivalente a decir que es conveniente que el individuo deje de lado el robo y el asesinato debido a los efectos negativos que producen. No significa que, una vez que la sociedad llegó a tal conclusión, se produjo el “fin de la historia”, por cuanto siguen existiendo robos y asesinatos, como fácilmente se puede comprobar. Las severas críticas destinadas a Fukuyama se deben principalmente a que, de ser aceptada su propuesta, reemplazaría a la profecía marxista en la cual es el socialismo “el fin de los tiempos”.

En la economía de mercado se requiere disponer de varios oferentes para que el consumidor pueda elegir o seleccionar a uno de ellos. También se requiere disponer de varias alternativas de consumo, en cada tipo de producto, para poder tomar decisiones individuales que tenderán a mejorar tanto la calidad de los productos como la eficiencia de los oferentes. En el caso de la democracia pasa otro tanto, siendo el sistema que permite elegir entre varias alternativas posibles y cambiar los gobernantes cuando el electorado lo crea conveniente. Estas posibilidades son restringidas y hasta anuladas por las distintas variantes de socialismo.

En la Argentina, en lugar de buscar las formas de optimizar el mercado y la democracia, todavía estamos discutiendo acerca de las ventajas o las desventajas que presenta el socialismo. Las catástrofes sociales asociadas a Stalin y a Mao Tse Tung, incluso la muralla de Berlín, apenas son tenidas en cuenta por quienes se basan en una ideología que poco tiene que ver con la realidad. Podemos decir que ha comenzado un proceso fundamentalista de cuyos efectos no deberíamos asombrarnos tanto, ya que, psicológicamente, el marxista actual no difiere esencialmente del que actuó en otras épocas y en otros lugares.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El distribucionismo

La búsqueda de una mejor distribución de las riquezas es un objetivo que difiere de la búsqueda de la eliminación de la pobreza, ya que se busca disminuir, no tanto esta última, sino la desigualdad económica en sí. Para comprender este aspecto del comportamiento humano, debemos tener presente la existencia de la envidia; actitud por la cual un individuo se entristece cuando observa, por ejemplo, que otro tiene un mejor nivel económico. El economista Fred Hirsch, en su libro “Límites sociales del crecimiento”, se preguntaba: “¿Por qué la sociedad moderna se preocupa tanto por la distribución –la división de la torta-cuando está claro que la gran mayoría de la gente puede elevar su nivel de vida sólo mediante la producción de una torta más grande?”.

La respuesta correcta posiblemente provenga de considerar que la envidia ocasiona un malestar muy grande en quien la siente, y de ahí que produzca el mismo resultado elevar el nivel económico del que siente envidia como reducir el de la persona envidiada. Marcelo E. Aftalión, y otros, escriben: “Hirsch llamaba a este tema la «compulsión distributiva». Todo ello está vinculado con la muy conocida hipótesis psicosociológica de la «privación relativa». Según la misma, las privaciones (de bienes, de estima, de gratificaciones) no importan tanto en términos absolutos sino en términos relativos o comparados: ¿de cuánto estoy privado yo que no está privado mi prójimo? O, dicho de otra manera, yo comienzo a sufrir una situación como de escasez o privación cuando percibo que ella no afecta a mi prójimo. Yo me doy cuenta que no tengo cuando veo que el otro tiene. De aquí hay un solo paso para razonar falazmente; yo no tengo porque el otro tiene” (De “¿Qué nos pasa a los argentinos?”-M.E. Aftalión, M. J. Mora y Araujo y F. A. Noguera-Sudamericana/Planeta Editores SA-Buenos Aires 1985).

Este comportamiento se acentúa en épocas en que predomina el consumismo, cuando “poseer” vale mucho más que “ser”. Los autores citados prosiguen: “El «consumismo» es la apetencia exagerada de bienes y servicios, la preocupación por «tener» antes que por «ser». Pero tener más no significa ser mejor. La sociedad de consumo atenta contra sí misma, pues confunde medios con fines. Es una caricatura social”.

“Si el «consumismo» es condenable ¿por qué sus detractores alegan tanto a favor del «distribucionismo»? (¿Acaso la distribución no es el paso previo al consumo?) He aquí una paradoja que merece ser explicitada”. “El «distribucionismo» pone el énfasis en la distribución de los bienes como remedio para los males sociales originados en la escasez, que son la mayoría. Para no pecar por desmedida, la doctrina distribucionista aclara que su pretensión no va más allá de las necesidades vitales de la población. Es decir, quiere que se distribuyan aquellos bienes necesarios para que la gente pueda vivir humanamente. Arguye fundamentos humanitarios y justicieros y, por ende, tiene un atractivo evidente”.

“El problema comienza cuando se trata de definir con precisión a las necesidades de una vida humana. Resulta que los conceptos sociales están teñidos por las características propias de la sociedad que los define. Entonces, la sociedad de consumo en que vivimos define como «necesidades» a lo que bien podría definirse como meros «deseos» o «caprichos», de acuerdo con una escala de valores más espiritualista”.

Algunos autores pensaban, en forma optimista, que el progreso económico de las sociedades, en las que la mayoría posee un automóvil, permitiría que esta vez se sintieran satisfechos con su suerte dejando de pensar competitivamente en los demás. Sin embargo, la tendencia se mantiene ya que ahora se compite respecto de quien posee mejor automóvil. Los autores citados escriben: “El descontento cunde. Por ejemplo, si yo, junto con los demás, mejoramos nuestro nivel de vida, mi aumento de ingresos no mejora mi posición relativa, mi «status». Tengo más que antes, pero sigo teniendo menos que mi prójimo. Mi bienestar (psicológico-subjetivo) no ha aumentado. Me siento frustrado a pesar de mi esfuerzo. Conclusión: que mi prójimo me dé lo que tiene más que yo. Razón aparente: lo tiene «de más», por influencia de la sociedad de consumo; apliquemos la justicia distributiva para satisfacer mis «necesidades». Razón real: provoca mi malestar (psicológico-subjetivo), «necesito» sus bienes porque los deseo; yo también estoy en la sociedad de consumo”.

Si bien la envidia es un defecto que perjudica seriamente a quien lo padece, también resulta ser un serio defecto hacer ostentación de riquezas imaginando el sufrimiento que despertará en los demás. Por lo general, el ostentador alegará que utilizó métodos legales para lograr su nivel económico. Sin embargo, debe tener presente que no sólo existen las leyes humanas sino también las leyes éticas, que son más importantes que aquéllas. Gonzalo Fernández de la Mora escribió:

“Aunque la envidia es antisocial puede ser manipulada como aglutinante de los envidiosos contra los envidiados. Tales alianzas no se producen espontáneamente y son promovidas por los demagogos, quienes subrayan las inferioridades de unos grupos respecto de otros, las califican de inicuas y prometen utopías igualitarias. Una interpretación ad hoc de la justicia distributiva sirve de pseudolegitimación a tales movilizaciones sociales. Cuando los líderes de los envidiosos llegan al poder aplican políticas expropiatorias mediante nacionalizaciones o a través de impuestos progresivos y discriminatorios e imponen ideologías oficiales para establecer la igualdad de pensamiento. Los programas igualitarios son incompatibles con la libertad y exigen intervencionismos económicos crecientes, hipertrofia de la burocracia y, en último término, métodos totalitarios. Luego, la utopía igualitaria no se cumple y aparece una nueva clase que, al monopolizar el poder político y el económico, alcanza una superioridad mayor que ninguna otra en una situación liberal y, finalmente, se reanuda la inevitable dialéctica de la envidia dentro de la clase dirigente –las purgas- y en los restantes niveles sociales”.

“Los demagogos apelan a la envidia porque su universalidad hace que todos los hombres sean victimas potenciales y porque la invencible desigualdad de las capacidades personales y la irremediable limitación de muchos bienes sociales hacen que, necesariamente, la mayoría sea inferior a ciertas minorías. El cultivo de ese sentimiento de inferioridad envidiosa es la táctica política dominante, por lo menos, en la edad contemporánea. El demagógico fomento de la envidia, como cuando se refiere a ese sentimiento inconfesable, no se realiza de modo franco, sino encubierto. Un enmascaramiento muy actual de la envidia colectiva es la llamada «justicia social». ¿En qué consiste esta argumentación ideológica o, como diría Pareto, derivativa? Se sienta el postulado fundamental de que una sociedad es tanto más justa cuanto más iguales son sus miembros en preparación, posición y patrimonio; y se añade que se va a luchar sin descanso por esa «justicia». Evidentemente, el atractivo del axioma y del programa es insuperable para los envidiosos, puesto que se les promete suprimir la inferioridad inasimilada que les desazona. La igualdad es la promesa paradisíaca para el envidioso, el aliciente definitivo”.

“Una primera deducción de este concepto ad hoc de la justicia es que quienes se encuentran en posiciones de superioridad son explotadores inicuos y que el que se siente en una situación de inferioridad es un explotado inocente. Este corolario suena como música celestial al envidioso, quien ve así justificado éticamente su malestar por la felicidad ajena, y plenamente satisfecho su resentimiento: el que parecía «mejor» es, ahora, el «peor». El segundo corolario es que hay que expropiar al superior y distribuir sus bienes entre los inferiores. Este desposeimiento coactivo del triunfador y capaz, y el consiguiente enriquecimiento gratuito de los fracasados e impotentes colma la suprema ambición del envidioso. Y aunque, en la practica, casi nunca se consiga el ascenso propio, se intenta y, a veces, se logra lo verdaderamente esencial para el que envidia; rebajar al otro”.

“Las convocatorias de cruzadas contra la superioridad ajena como, por ejemplo, la marxista, tienen una amplia acogida no porque de hecho sean mayoría los envidiosos y los resentidos, sino porque lo son potencialmente, y las ideologías igualitarias no cesan de fomentar tales sentimientos. Si se subraya la desigualdad, si se la califica de arbitraria y aun delictiva, si se promete el reparto gratuito, si se disuelve la conciencia de culpabilidad envidiosa en la irresponsabilidad de un colectivo-el partido o la clase- y si se la justifica con una supuesta fundamentación moral, las inclinaciones envidiosas se multiplicarán e intensificarán. El igualitarismo es el opio de los envidiosos, y los demagogos son los interesados inductores de su consumo masivo”.

“Así es como la envidia ha llegado a ser factor decisivo de las confrontaciones políticas contemporáneas con raras excepciones, como la de los EEUU, donde ha prevalecido la emulación sobre la envidia. Si se prescinde del sentimiento envidioso, la historia resultaría inexplicable a partir de la Revolución de 1789 y, sobre todo, a partir del Manifiesto Comunista de 1848” (De “La envidia igualitaria”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1984).

Puede decirse que el kirchnerismo es un gobierno distribucionista, ya que ha promovido el consumo en desmedro de la inversión. Quienes observan la sociedad desde el corto plazo, han visto con agrado tal estrategia. Sus adeptos concuerdan con el gobierno cuando éste se dedica a sacarles riquezas al que produce para dárselas a los menos activos. De tanto distribuir, se quedaron sin recursos suficientes, por lo cual debieron recurrir al antiguo método de la excesiva impresión monetaria. Luego, al producirse indefectiblemente el proceso inflacionario, el Estado perjudica a los pobres y beneficia a los ricos, lo que constituye el anti-distribucionismo, es decir, lo opuesto a lo que se predica.

Como antes se dijo, la envidia es la actitud por la cual nos entristecemos por la alegría ajena, de ahí que necesariamente, en otra oportunidad, nos hemos de alegrar por el sufrimiento ajeno, lo que lleva a que exterioricemos tal actitud en forma de burla. De ahí que el odio es una suma de burla y envidia. Para poder realizar un adecuado y popular “festival del odio”, destinado a los adeptos al gobierno, la televisión pública emite un programa (678) que colma de “felicidad” a los burlescos y envidiosos, ya que tienen la oportunidad de observar las degradaciones y difamaciones destinadas al sector opositor, es decir, a los “enemigos”. Promover el odio en la población es lo peor que se le podría ocurrir a un gobernante porque el burlesco y el envidioso pertenecen a la escala social y ética más baja en cualquier sociedad.

En la Argentina, al extraer recursos del sector productivo para dárselo “igualitariamente” al sector bastante menos productivo, se desvían recursos que podrían haber mejorado la inversión e incluso se habría reducido la pobreza, que ronda el 21 % de la población. De ahí que resulta claro que no es lo mismo combatir la pobreza que promover la distribución igualitaria.

sábado, 1 de diciembre de 2012

El monopolio

El proceso del mercado, para establecerse plenamente, requiere de la presencia de dos o más vendedores en competencia, además de los compradores. Cuando, por alguna razón, queda un solo vendedor, no puede hablarse ya de un mercado, sino de un monopolio. Esta situación es deseada por gran parte de los productores por cuanto tienen, en principio, la posibilidad de lograr elevadas ganancias sin tener que mejorar la calidad de sus productos ni tampoco de aumentar sus inversiones, por cuanto ningún competidor podrá disputarles su cautiva clientela. Luigi Einaudi escribió:

“Tal vez han oído ustedes hablar de aquel fabricante de ladrillos y tejas que en su pueblo, donde sólo él los vende, los cobra a razón de 150 liras por 1.000 ladrillos y 200 liras por 1.000 tejas: y, en cambio, en los pueblos un poco más lejanos, donde debe tener en cuenta la competencia de otros ladrilleros, vende los mismos ladrillos y las mismas tejas a 120 liras y 150 liras, respectivamente. «¡Linda justicia, lindo respeto por los conciudadanos!», dice la gente del lugar; «¡hacernos pagar caros los ladrillos y las tejas a nosotros y darlos más baratos a los de afuera!»”.

“Y sin embargo, desde el punto de vista del ladrillero, la cosa es natural: en el pueblo los vende él solo, afuera está la competencia. Esta competencia, que es la salvaguardia del consumidor, en el pueblo no existe y los clientes sufren las consecuencias. Estos productores que están solos o casi solos se llaman monopolistas o casi monopolistas. Puede ser que sean muchos y hasta muy numerosos, pero suele suceder que se ponen de acuerdo para actuar como uno solo; en este caso su conjunto se llama consorcio, sindicato, trust, cártel” (De “Florilegio del buen gobierno”- Librería “El Ateneo” Editorial-Bs. As. 1970).

Las ganancias del monopolio están limitadas por la ley de la oferta y la demanda, ya que a mayor precio, menor será la demanda. Además, si el monopolio tiene grandes ganancias es posible que despierte el interés de otros empresarios que pronto ingresarán al mercado. Luigi Einaudi escribió: “Un día se le ocurrió a uno de los gobiernos italianos alentar la formación de un consorcio siciliano del azufre, que aumentó los precios a cargo de los ingleses y norteamericanos, grandes consumidores del azufre. «Son ricos», se decía, «y pueden pagar». En cambio, esos consumidores se enojaron y empezaron, primero, a extraer el azufre de piritas, y después se pusieron a buscar azufre por todas partes y, de tanto buscar, lo encontraron en Tejas, por añadidura a menor precio que el siciliano”.

En cuanto a los grupos monopólicos, existen dos formas principales de actuar. En la primera, tratan de controlar a las empresas rivales adquiriendo parte de sus acciones, mientras que en la segunda forma, se establece cierta planificación previa para repartir el mercado. Enrique Ballestero escribió: “La organización de estos monopolios de grupo (holdings) se suele ajustar al modelo de una pirámide, con unas empresas dominantes en el vértice y unas empresas dominadas en la base (estructura piramidal). Suponemos que para dominar una sociedad anónima basta poseer el 20 por 100 de sus acciones, ya que la mayoría de sus accionistas no votan y se abstienen de intervenir en los asuntos de la sociedad”.

“Otra variante en el cuadro de los monopolios de grupo, son los cárteles, que tuvieron un cierto auge en la Alemania de los kaisers, donde estaba muy extendida una mentalidad de planificación y coordinación de decisiones a todos los niveles”. “A este fin, el grupo elaboraba un programa común de oferta y, con arreglo a él, fijaba las cuotas de producción y venta que correspondían a cada sociedad miembro. Por ejemplo, las sociedades miembro A, B y C se comprometían a no ampliar la producción por encima de 25, 30 y 22 unidades físicas, respectivamente, que eran las cantidades máximas (cuotas), autorizadas por el cártel” (De “Introducción a la teoría económica”-Alianza Editorial SA-Madrid 1988).

Quienes están en contra de todo tipo de competencia, son los que están a favor del monopolio, tal el caso de la izquierda política. Pero, en realidad, están a favor del monopolio estatal ya que encuentran muchos defectos en los monopolios privados. La diferencia esencial radica en que el monopolio estatal estará dirigido por políticos y el privado por empresarios; los primeros “buscan el bienestar del pueblo” y los segundos “su propio bienestar” (al menos en teoría).

Quienes están a favor de la economía de mercado están en contra de los monopolios, tanto privados como estatales, tal el caso del liberalismo, ya que, justamente, si hay monopolio no hay mercado. De ahí que proponen una competencia entre productores que resultará beneficiosa para todos. Prefieren que la producción sea dirigida por empresarios y que el Estado lo sea por políticos. En este caso se sugiere que el Estado interfiera lo menos posible en el proceso del mercado. Faustino Ballvé escribió: “Las crisis, como los monopolios, no tienen nada que ver con la economía de libre empresa. No son consubstanciales con ella ni procedentes de ella, ni constituyen defectos de ella. Son, al contrario, el resultado de apartarse de la economía y sustituirla por la política”.

Por lo general, al ciudadano común le han contado una historia algo distinta, ya que se le ha dicho que el liberalismo propone a los monopolios y a la concentración de poder económico en pocas manos; algo que es totalmente opuesto a los objetivos de la economía de mercado. También se le ha dicho que los sistemas socialistas proponen una estricta igualdad económica; algo que contrasta notablemente con la total concentración de poder económico (y de los otros) en manos de la minoría que dirige al Estado. Quienes le creen a los difamadores, por lo general los ven como buenas personas, y a las buenas personas como seres detestables. Así funciona la sociedad.

Los monopolios, por lo general, surgen al amparo del “proteccionismo” del Estado. Faustino Ballvé escribió al respecto: “Esta protección, mediante licencias de implantación de industria, derechos aduaneros prohibitivos para la mercancía extranjera, exención de impuestos, subsidios a la producción o a la exportación, etc., etc., se habrá dado, ya por un interés nacional bien o mal entendido, ya legislando para un estado de guerra, sencillamente, como en los tiempos de Luis XIV, para favorecer a los amigos (que a veces son además, socios de los gobernantes)”. “De lo que no hay un solo ejemplo es de un monopolio que haya subsistido sin la protección oficial” (De “Diez lecciones de economía”-Victor P. de Zavalía Editor-Buenos Aires 1960).

Pocas veces se ha visto en la Argentina tanto interés y entusiasmo, desde un gobierno, por destruir un grupo empresarial acusado de establecer actividades monopólicas, tal el Grupo Clarín. Una de las razones principales de tal decisión radica en que Clarín fue “designado” como el principal enemigo del gobierno. Como se dijo antes, para la izquierda política, es malo todo grupo empresarial privado con atributos monopólicos como los antes mencionados, pero no tiene nada de malo establecer un monopolio estatal al servicio del partido político gobernante. De hecho, si se fractura dicho consorcio, el periodismo televisivo quedará casi exclusivamente en manos del oficialismo.

Dada la importancia brindada a tal acontecimiento destructor, no faltó alguna revista de humor que manifestó que luego del 7D (7 de diciembre de 2012, fecha judicial límite del consorcio) no habrá más inflación, inseguridad, fuga de capitales, pobreza, etc. En realidad, con la mayor parte de los medios periodísticos a favor del partido gobernante, sólo se transmitirán “buenas” noticias, aunque bastante alejadas de la realidad. Esta iniciativa del gobierno es otro llamado de atención para posibles inversores nacionales y extranjeros, ya que, aun cuando se haya actuado de acuerdo a las leyes vigentes en un momento, una empresa podrá quedar desmantelada si el Estado propone y aplica leyes con carácter retroactivo.

Es oportuno mencionar el hecho de que una empresa que presente alguna innovación tecnológica importante, podrá en su momento no tener competencia en el nuevo rubro, por lo que podrá aparecer, ante la ley, como un monopolio, algo que ha de resultar injusto. Ayn Rand escribió: “Bajo las leyes antimonopólicas, un hombre se convierte en criminal desde el momento en que comienza a hacer negocios, sin importar lo que haga. Basta con que se encuadre (según el burócrata de turno) en una de esas leyes, para que afronte la prosecución penal bajo varias otras. Por ejemplo, si cobra precios que algunos burócratas sentencian como demasiado altos, puede ser enjuiciado por monopolio, o mejor dicho, por un «exitoso intento de monopolizar»; si cobra precios más bajos que sus competidores, puede ser enjuiciado por «competencia desleal» o por «impedimento al comercio»; y si cobra los mismos precios que sus competidores, puede ser enjuiciado por «confabulación» o «conspiración»”.

Más adelante: “Esto implica que un hombre de negocios no tiene forma de saber por anticipado si la acción que él toma es legal o ilegal, si es culpable o inocente. Implica que un empresario tiene que vivir bajo la amenaza de un desastre repentino, imprevisible, tomando el riesgo de perder todo lo que posee o ser sentenciado a la cárcel, con su carrera, su reputación, su propiedad, su fortuna, el logro de toda una vida dejado a la misericordia de cualquier joven burócrata ambicioso que, por cualquier razón, pública o privada, puede elegir entablar una demanda contra él”.

“Toda la tradición de la jurisprudencia anglosajona rechaza la retroactividad de la ley (o ex post facto), es decir, una ley que castiga a un hombre por una acción que no estaba legalmente definida como crimen al momento de cometerla, es una forma de persecución practicada únicamente en las dictaduras y prohibida por todo código de derecho civilizado. Está específicamente prohibida por la Constitución de EEUU. No se supone que exista en EEUU y no se aplica a nadie, excepto a los hombres de negocios”. Ayn Rand cita en su libro a Harold Fleming, quien escribió: “Uno de los peligros que ahora deben tomar en consideración los gerentes de ventas, es que alguna política seguida actualmente, a la luz de la mejor opinión legal, el próximo año puede ser reinterpretada como ilegal. En tal caso el delito y el castigo pueden ser aplicados con retroactividad” (De “Capitalismo; el ideal desconocido”-Grito Sagrado Editorial-Buenos Aires 2008).

La autora mencionada también se refiere al prejuicio que existe en la sociedad en contra de las grandes empresas ya que, en lugar de pensar que son grandes y exitosas por sus buenos desempeños, se supone que lo son por realizar alguna actividad perniciosa. Por ello escribe: “A falta de algún criterio de juicio racional, la gente trató de juzgar los asuntos inmensamente complejos de un mercado libre por un estándar tan superficial como el tamaño. Aún se puede oír en estos días que: «la gran empresa», «el gran gobierno» o «el gran trabajo» son denunciados como amenazas para la sociedad, sin reparos por la naturaleza, la fuente, o la función de ese «tamaño» como si el tamaño, como tal, fuera malo. Este tipo de razonamiento significaría que un gran genio como Edison, y un gran gángster como Stalin, fueran igual de malos: uno inundó al mundo de valores inconmensurables y el otro con masacres sin medida, pero ambos lo hicieron en escala muy grande”.