martes, 30 de enero de 2024

El totalitarismo teológico

De la misma forma en que hay sectores de una sociedad que son convencidos ideológicamente por líderes políticos totalitarios, existen también sectores que son convencidos por líderes religiosos que promueven el totalitarismo teológico. Incluso se ha llegado al extremo de negar la palabra a aquellos ciudadanos que advierten los serios peligros que cualquier forma de totalitarismo acarrea. Así, en un video por Internet aparece un parlamentario, posiblemente español, hablando a su pares acerca de los peligros que se vislumbran con el avance del islamismo mientras que la persona que preside la sesión le obliga a callar, o a terminar su discurso.

Algo similar ocurrió hace algunos años atrás cuando la periodista Oriana Fallaci, que escribía acerca del comportamiento y planes del islamismo en Italia y Europa, prácticamente es obligada a emigrar de su país por el hecho de oponerse a la conquista mental europea por parte del sector musulmán.

Toda religión que resulte incompatible con la ley natural, y con la ética natural elemental, no puede denominarse religión, y mucho menos una supuesta religión que apunta a la conquista mental y material de otros seres humanos combatiendo contra quienes pertenecen a otras religiones, o bien a ninguna.

A continuación se transcribe un artículo al respecto:

MIEDO DE CRITICAR EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO

Por Marcos Aguinis

La humanidad va aprendiendo. En gran parte del planeta ya no es aceptable la discriminación por raza, etnia, religión o sexo. Tampoco gusta el elogio de la guerra. No obstante, en extensas porciones subsisten esos males. ¡Y cómo!

El aprendizaje, realizado sobre todo en Occidente, ha conducido, sin embargo, a exageraciones negativas. Fueron tan gravosas y estúpidas las guerras de religión, por ejemplo, que existe una equivocada restricción a criticar manifestaciones religiosas incivilizadas.

En el pasado, la religión fue motivo de fervorosas rivalidades. Ahora, la mayoría de ellas promueve el diálogo, la solidaridad y la paz. En el variopinto mapa titila un caso diferente: el islamismo. Quizás convenga señalar que ayudaría a entendernos la diferencia entre la religión del islam y la ideología del islamismo. Implica conferir a estas dos categorías algo que no se aplicaría al cristianismo, ni al judaísmo, ni al shintoísmo, ni al budismo, ni al hinduismo, porque funcionan sólo como la fe desprovista de agresividad e intenciones opresivas. El islamismo, en cambio, las tiene en grado sumo.

El islamismo no se conforma con el ejercicio de la fe, sino que aspira a imponerse por medios violentos incluso y forzar la práctica universal de la sharía. Ha resucitado aspiraciones que corresponden a un pasado que ya no calzan en la modernidad.

Hasta no hace mucho el cristianismo también padeció esa patología. Pero también prueba cuánto ha ganado al abandonar esa utopía de dominación. El islamismo, en cambio, pareciera vivir en la Edad Media. O una parte tenebrosa de la Edad Media, porque en vastas zonas con predominio del islam hubo una relativa convivencia pacífica, como en España y la Mesopotamia. Ahora sufrimos decepción por su fanatismo excluyente, respaldado por porciones del texto sagrado. Exaltan la muerte por sobre la vida, la guerra sobre la paz, la uniformidad por sobre el pluralismo. Esta prédica no surge de comités políticos ni de sectas clandestinas, sino de innumerables mezquitas. Los imanes y ulemas, en vez de predicar la convivencia, exaltan la confrontación. Aspiran con mente alucinada a reconstruir el califato de tiempos idos e imponer la sharía, especialmente en sociedades que han desarrollado tradiciones y culturas que no aceptan muchas de sus normas.

Este trágico enfrentamiento no es denunciado con palabras firmes. Se teme volver a las discriminaciones religiosas que fueron tan graves en Occidente. Y, de este modo, se deja crecer la peor de las corrientes discriminatorias que actualmente representa el alienado islamismo. Encogerse ante su agresivo avance, es traicionar nuestra propia dignidad.

Para hacer más ilustrativa esta situación, brindaré una anécdota triste y humorística a la vez. En una parada de taxis, en Londres, un musulmán devoto ingresa al auto. Una vez sentado, pide al taxista que apague la radio para no oír música, tal cual lo prescribe su religión, dice, porque en tiempos del Profeta no había música, y menos música occidental, que es la música de los infieles. El chofer del taxi educadamente apaga la radio, se baja del auto, se dirige a la puerta del lado del pasajero y la abre. El hombre pregunta: "¿Qué está haciendo?". Respuesta del taxista: "En el tiempo de su Profeta no había taxis, por eso bájese y espere el próximo camello".

Tampoco en el tiempo del Profeta había alcantarillas, ni servicios sanitarios, ni hospitales, ni aviones, ni aire acondicionado, ni antibióticos, ni electricidad, ni imprenta, ni cine. ¿Todo eso debería ser prohibido? ¿Para ser un buen musulmán es necesario habitar en carpas? Claro que no, responderían, porque en los países con férreo régimen musulmán existen muchos de esos objetos. ¿Entonces? Entonces ocurre que se realiza una selección. Una selección que confiesa su arbitrariedad.

El gobierno de Aceh, una provincia autónoma en el norte de Sumatra, Indonesia, país que no es considerado muy discriminatorio en el mapa del islamismo, acaba de aprobar una ley que exige a todos los ciudadanos musulmanes y no musulmanes, a obedecer la sharía. La sharía es la ley islámica que, entre otras cosas, prohíbe beber alcohol, comer cerdo, obliga a cubrirse el cabello a las mujeres, castiga con la pena de muerte el adulterio, la apostasía y la conversión al cristianismo, el testimonio de un hombre vale más que el de dos mujeres en un juicio.

Estas disposiciones vulneran radicalmente la democracia, la libertad y la igualdad de género. Además, esa ley prohíbe llevar collares con cruces o símbolos cristianos, así como también castiga la posesión de Biblias. No es menos retrógrado que se obligue a pagar un impuesto a los dhimmies (judíos y cristianos), la yizya, para que se los proteja de la espada del islam y se les permita vivir en la región.

Interesa, por ser más ilustrativo, este aditamento a esa disposición: toda persona que haya bebido alcohol o haya transgredido los códigos de conducta moral islámica, sea residente o turista, será castigado con seis a nueve azotes con vara. Tres violaciones del código de vestimenta (por ejemplo, las mujeres que no se cubran la cabeza) recibirán nueve latigazos.

Nos hemos habituado a escuchar sobre los suicidas musulmanes. La religión del islam tiene suficientes suras, magníficas de verdad, para condenarlos. Pero muchos imanes y ulemas martillan en sentido opuesto. No los motiva el amor ni la fe, sino el odio. Y el odio a sí mismos en muchos casos. Existe ejemplos de jóvenes suicidas que pudieron ser frenados y que, no obstante saber que su objetivo de masacre fracasaría, continuaron adelante hasta caer muertos.

No piensan que los otros también son criaturas de Alá, que son sus hermanos bajo la sombra de Dios, sino un recurso egoísta que les da el privilegio de quitarse la propia vida. Un suicida palestino dejó el siguiente mensaje: "Alá, llévame hacia ti; tus siervos me lo han estado haciendo duro para mí". Es decir, ni siquiera se refería a sus víctimas israelíes, sino a su propia familia o su propio círculo.

Estos suicidas deberían ser condenados hasta después de muertos, porque constituyen un ejemplo maligno. Pero ocurre a la inversa: su matanza es celebrada. Plazas y calles son bautizadas con sus nombres por decisión de la Autoridad Palestina. En lugar de considerarlos pobres víctimas de enseñamzas detestables y adalides del camino erróneo, los convierten en héroes que deben ser imitados.

Sahar Gul, una niña afgana de doce años, fue vendida en matrimonio por cinco mil dólares, como es tradicional donde impera la sharía. Padeció horrores en el nuevo hogar, porque los familiares de su marido la encadenaron en el sótano, la golpearon con tubos de hierro y le arrancaron las uñas cuando se negó a prostituirse para ellos. Cuando este caso pasó a la justicia, la sentencia que condenaba a sus agresores quedó reducida a un año. Peor aún, la Cámara Baja del Parlamento afgano acaba de aprobar un proyecto de ley que prohibiría a los familiares de los agresores testificar ante un tribunal. Esto impediría que se hiciera justicia con innumerables niñas y mujeres sometidas a situaciones análogas. Por Internet se lanzó una campaña estinada a reunir un millón de firmas para detener esta funesta iniciativa.

La crítica contra la plaga del islamismo debería contar con musulmanes dignos y valientes, dispuestos a defender su fe de las distorsiones sádicas que tanto la perjudican. Quienes no somos musulmanes, pero respetamos las porciones magníficas del islam, debemos acompañarlos con firmeza.

(De "Incendio de ideas"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017)

domingo, 28 de enero de 2024

Esclavitud voluntaria e involuntaria

En toda sociedad existe un sector de personas que tienen pocas fuerzas anímicas para enfrentar la cotidiana lucha por la vida y prefieren cambiar su libertad por una protección que los libere de pensar, de tener responsabilidades y de tener que tomar decisiones. En cierta forma ello constituye una esclavitud voluntaria y es el sector de la sociedad que siempre votará a favor del socialismo.

Cuando este sector adquiere una dimensión importante, se instala el socialismo; de esa forma el resto de la sociedad, que no votó a favor del socialismo, pasará a constituir el grupo de los esclavos sometidos contra su voluntad. Como ambos sectores siempre existirán (socialistas y liberales) ambas posturas coexistirán en toda época y en todo país, si bien con distintos porcentajes en cada caso.

Si bien la esclavitud socialista no produce las penurias de la esclavitud vigente en épocas remotas (al menos en varios países), la esclavitud asociada a la pobreza generalizada es inducida conscientemente por los líderes socialistas en la búsqueda de la obediencia y de la abdicación total, siendo la inflación una de las armas utilizadas para esos fines, y que surge del desmedido gasto estatal orientado a la compra de votos, que es disfrazada como "justicia social". Así, mientras la riqueza es una posible forma de liberarse del dinero, la pobreza resulta eficaz para que todo individuo dedique todas sus fuerzas y pensamientos a luchar por la supervivencia cotidiana con exclusividad a otras actividades.

La esclavitud no voluntaria se la asocia casi siempre a la impuesta a los pobladores africanos, comercializados luego a Occidente, si bien los esclavizadores surgieron en la propia África, según algunas versiones. Al respecto se transcribe el siguiente escrito:

ÁFRICA PIDE PERDÓN POR LA ESCLAVITUD

Por Marcos Aguinis

Se necesita coraje y honestidad para afirmar que los mismos habitantes negros de África vendieron millones de personas a los traficantes de esclavos. Hasta el presente se había impuesto sólo la versión sobre la codicia de una sola parte, la blanca. Pero Philip Amoa-Mensá, un guía turístico de la lúgubre fortaleza Emina, sobre la costa ghanesa, dice que "mucho antes de que los europeos llegasen, aquí se practicaba la esclavitud". Añade que se vendían miembros del propio pueblo. Y sobre esta iniquidad "debemos pedir perdón".

La fortaleza Emina, helada y tenebrosa, construida con enormes piedras, recibe los golpes del mismo océano que vio un comercio incesante de personas cazadas como animales, encadenadas sin clemencia y puestas a esperar las naves que las llevarían a su destino misterioso, pero que intuían infectado de humillación y crueldad.

Ghana fue el primer país negro en liberarse del yugo colonial. Cuando celebró el medio siglo de su independencia lanzó la iniciativa de expandir por el mundo una campaña turística en torno al tráfico de esclavos. Pretendía activar el interés de las comunidades negras dispersas para reconectarse con el país de sus ancestros. Pero lo sorprendente es que la invitación venía acompañada de una conmovedora disculpa. No una disculpa de los países que se señalan como responsables del comercio vil, sino de los mismos residentes en África, algunos de cuyos antepasados fueron cazadores de su propia gente. Emmanuel Hagan, del ministerio de Turismo y Relaciones Diaspóricas, afirmó: "Debemos mirar a la cara; algo anduvo mal; se cometieron errores y estamos arrepentidos por lo que ha pasado".

La Unesco estima que 17 millones de niños, mujeres y hombres fueron tomados a la fuerza y hundidos en barcos que los llevaron hacia América. La travesía era un anticipo del horror que les esperaba. Muchos perecieron en el curso del viaje y pavimentaron el fondo del océano con alfombras de cadáveres. Los libros de historia se han concentrado en forma predominante sobre los negreros (horrible palabra) de origen portugués, holandés y británico, que compraban la angustiada mercancía en la costa de África y la vendían en los puertos americanos. Pero se marginaba casi siempre el dato de que jefes y jefezuelos africanos eran quienes secuestraban y vendían hombres, mujeres y niños para arrastralos a fortalezas sin retorno, desde donde se los embarcaba con el granizo de los azotes.

El gobierno de Ghana no se quedó en ambigüedades y asumió con dignidad la verdad entera. Los folletos que imprimió para este inédito y doloroso turismo, describen las junglas próximas al mar y también cómo se cazaban hombres y mujeres, arrancándolos de sus aldeas. Describe las columnas de gente golpeada con garrotes y látigos, asesinada ante la menor resistencia y sujetada con cadenas que desollaban la piel.

Ghana posee unos cincuenta monumentos que evocan esa época trágica. Funcionan como hitos del peregrinaje de los que van en busca de sus raíces. Es el primero y hasta ahora el único país de mayoría negra que formuló su pedido de perdón por el tráfico de esclavos. "Sólo queremos pedir perdón, sólo queremos pedir que nos calmemos ante tanto sufrimiento e intentamos repararlo", insistió Emmanuel Hagan. Quienes ya efectuaron estas visitas han tenido reacciones diferentes, desde una rabiosa devastación, hasta una serenidad nirvánica.

El proyecto se llamó "Joseph". Hace referencia a José, el novelesco personaje de la Biblia que fue vendido por sus propios hermanos, quien fue luego encarcelado en las prisiones del Faraón, de las que logró salir e iniciar un camino de prosperidad que finalmente lo llevó a reencontrarse con su familia. Lejos de guardar resentimiento hacia ella, la abrazó con lágrimas de felicidad.

Esta iniciativa ya ha desatado numerosas investigaciones. Es sabido que la esclavitud persiste hasta la actualidad. En países como Mauritania y Sudán fueron denunciados muchos casos. Pero la Comisión de Derechos Humanos de la ONU está controlada desde hace décadas por gobiernos dictatoriales, corruptos y reaccionarios, que se cubren unos a otros las respectivas fechorías. Por lo general nunca llegan a tratarse los hechos más horribles, de los que son responsables.

Además, contrariamente a la idea que impusieron los mitos, la esclavitud no empezó con los africanos trasladados a América. Tampoco la esclavitud tiene estricta vinculación con la raza. La Biblia se refiere a los siervos que provenían de pueblos vecinos y que, en realidad, no eran más libres que los esclavos de otras partes, aunque el monoteísmo ético imponía fuertes límites al abuso; los hebreos no dejaban de repetir que también ellos habían sido esclavos en Egipto.

Mucho antes aún había empezado esta institución nefasta, en la remota prehistoria, cuando el hombre se dio cuenta de que en vez de matar al enemigo derrotado, convenía hacerlo trabajar; en aquella época significó un progreso, porque se pasó del asesinato a cierto respeto por la vida. La esclavitud fue un fenómeno universal durante la antigüedad, en la que cabían todos los colores de la piel y todas las raíces de origen. Para Aristóteles, nada menos, era una institución aceptable.

La ardorosa polémica en torno a la esclavitud que se desarrolló en los Estados Unidos desde su independencia, creó la falsa impresión de que en este país tuvo una presencia más numerosa que en el resto del mundo. La Constitución sancionada por los padres fundadores determinaba que "todos los hombres nacen iguales" y esa frase la puso en escandaloso enfrentamiento con la realidad. Dinesh D'Souza, ensayista de origen hindú, escribió que "en muchas civilizaciones de Occidente y de Oriente la esclavitud no necesitó de defensores porque no tenía críticos". En cambio en los Estados Unidos sobraban los críticos y no se dejaba de debatir una cuestión que irritaba el principio constitucional. La consecuencia fue una sangrienta Guerra de Secesión, con el triunfo de los antiesclavistas.

En su libro Controversia sobre reparaciones por la esclavitud, David Horowitz señala que entre los años 650 y 1600, es decir antes de que Occidente empezara su comercio negrero, cerca de diez millones de africanos habían sido comprados por mercaderes musulmanes, que los usaban en las sociedades saharianas y para su comercio con el océano Índico. En contraste con ese lapso de siglos, la esclavitud en los Estados Unidos duró 89 años, desde 1776 hasta 1865, y el total de esclavos que ingresaron redondea las 800.000 personas, menos que las que fueron llevadas a América latina.

El debate continúa, porque existen organizaciones y personalidades que exigen el pago de reparaciones por la esclavitud de sus antepasados. Las demandas no han podido prosperar aún, ni siquiera en las organizaciones internacionales porque, como ya señalamos, casi todas están controladas por países que prefieren concentrarse en algunas cortinas de humo y no tener que asumir sus propios pecados. La iniciativa de Ghana echó sal a la polémica al introducir una cuña de sinceridad y de inédita coloratura, al margen de las reparaciones. El proyecto Joseph focalizará inequidades que no deberían persistir en este mundo.

(De "Incendio de Ideas"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017).

miércoles, 24 de enero de 2024

Leyes laborales que impiden el progreso

Uno de los derechos exigidos por los sindicalistas, respecto de los empleados, implica la seguridad laboral en el sentido de que el empleado mantenga su trabajo hasta el momento de su jubilación. Para lograr este objetivo, la ley vigente obliga al empleador a pagar una cuantiosa indemnización en caso de que tenga que despedir al empleado.

Con un caso real y concreto puede advertirse un efecto de esta ley. Así, un pequeño comercio tiene un empleado bastante irresponsable, por lo que el dueño preferiría cambiarlo por otro mejor. Pero como el antiguo empleado lleva varios años de trabajo, para echarlo debería vender o cerrar su comercio. Como el empleado protegido por la ley laboral conoce esta situación, hace lo que le viene en ganas porque sabe que no podrán echarlo.

Para colmo, por cada $ 100 pesos que recibe un empleado como sueldo, el empleador debe pagar un adicional, al Estado y a los sindicatos, de unos $ 60. Como cuesta poco suponer, en la Argentina no crece el empleo privado desde hace unos diez años, ya que nadie se arriesga a contratar a alguien que, en caso de no responder como se espera, debe aguantarlo por mucho tiempo o bien pagarle un dineral al dejarlo cesante.

Por lo general, los sindicalistas suponen que los empleadores tienen cierta predisposición por echar empleados, cuando en realidad es el capital humano eficiente lo que favorece el funcionamiento de una empresa. Las leyes laborales vigentes están hechas para proteger a los empleados ineficientes y para impedir que las nuevas generaciones logren un trabajo dependiente registrado. De ahí la gran cantidad de jóvenes que emigran de la Argentina continuamente.

Mientras siga vigente la actual ley protectora del trabajador ineficaz, seguirá la tendencia a no aceptar nuevos empleados por parte de las empresas, siguiendo con las contrataciones por tiempos definidos y los trabajos informales. Si se reducen las indemnizaciones por despido, seguramente habrá una mayor predisposición empresarial para ofrecer nuevos empleos.

Acerca de las actitudes

Es deseable disponer, en las ciencias sociales, de algún concepto unificador que permita deducir la mayor parte de los fenómenos descriptos por aquéllas. Tal parece ser el concepto de actitud, tema central de la psicología social. M. Ginsberg escribió: “El papel de la psicología social es mostrar cómo las estructuras sociales y sus modificaciones influyen sobre la mentalidad de los individuos y los grupos que forman la sociedad; y recíprocamente, cómo el estado mental de los miembros afecta las estructuras sociales”.

"Una actitud es una tendencia o predisposición adquirida y relativamente duradera a evaluar de determinado modo a una persona, suceso o situación y actuar en consonancia con dicha evaluación" (Del "Manual de Psicología Social" de James W. Vander Zanden-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1986).

Si algún aspecto observable puede constituir el punto de partida de sucesivas deducciones, se trata de un axioma que podrá establecer el fundamento de alguna teoría. Además, el concepto de actitud constituye una especie de puente natural entre el individuo y la sociedad, de ahí su gran generalidad. Jean Maisonneuve escribió: “La aparición del concepto de actitud significa un progreso muy importante, porque la actitud, intermediaria entre el plano psicológico y el plano social, traduce la posición de un individuo, miembro de un grupo, frente a un problema colectivo. Por ejemplo, la actitud de Juan o Pedro en su familia, en un juego, o en una reunión política, expresa a la vez una reacción frente a ciertos hechos sociales determinados, y la intención de asumir cierta determinación, cierto rol”.

“Pero la actitud es también un concepto colectivo: podemos considerar las actitudes de un grupo frente a otro, de un público frente a una obra de teatro o una película; de un partido o de un sindicato frente a algún problema nacional o internacional. Bajo el aspecto verbal de la opinión, se presta a encuestas y a manipulaciones estadísticas que debían muy pronto alcanzar enorme desarrollo”.

“Las ventajas de una noción como la de actitud son múltiples; en primer lugar, libera a los investigadores de controversias entre escuelas sobre problemas tan trillados como los de individuo-sociedad, naturaleza-educación; en segundo lugar, gana en significación concreta, puesto que permite precisar a la vez los individuos estudiados y las situaciones y ambientes en los que se los considera. Por último, al mismo tiempo que es susceptible de un tratamiento cuantitativo simple, la actitud presenta un contenido cualitativo y significativo” (De “Psicología Social”- Editorial Paidós SA-Buenos Aires 1967).

Seguramente, la principal función teórica del concepto de actitud característica implica su aplicación en cuestiones de ética. Por lo general, se comete el error de asociar validez ética, o no, a las múltiples acciones humanas posibles, en lugar de validar éticamente, o no, a las reducidas componentes emocionales de nuestra actitud. De esa forma se facilita la mejora y la orientación ética de todo individuo, además de resolver problemas filosóficos asociados a las múltiples acciones posibles.

Podemos hacer un breve esquema de una descripción del individuo y de la sociedad a través del concepto mencionado de actitud:

1- La actitud (y sus componentes) puede considerarse como un punto de partida o axioma.
2- La actitud es el vínculo natural entre individuo y grupo social
3- Es posible realizar deducciones, a partir de los axiomas, para la descripción de la mayor parte de los fenómenos sociales.

El siguiente planteamiento cubriría, en principio, todos los requerimientos de una teoría básica de las ciencias sociales, pero éste no es sino un “esqueleto” básico que debe completarse de una manera adecuada. El presente esquema permite, desde la psicología social, obtener una visión amplia de la sociedad.

Componentes emocionales: son las posibles respuestas de todo individuo ante la presencia o la referencia de otros individuos: Amor. Odio. Egoísmo. Negligencia.

Componentes cognitivas: son las referencias principales sostenidas por todo individuo para la aceptación o el rechazo de un nuevo conocimiento o de una opinión ajena. Esta referencia estará constituida por la propia realidad, la postura de otro, la postura propia, lo que opina la mayoría.

Si bien estas componentes permiten la deducción de muchos aspectos inherentes al individuo y a la sociedad, deben incluirse algunos valores básicos, que vendrían a ser los objetivos o tendencias generales respecto de lo que cada hombre pretende hacer con su propia vida. Edwin Hollander escribió: “Los gustos, los modales y la moral que nos caracterizan reflejan nuestras actitudes, así como los valores sociales que les sirven de base. La visión que un individuo tiene de su mundo y el modo en que actúa frente a él pueden ser entendidos, en gran medida, observando las actitudes que conforman su campo psicológico”.

“Actitudes y valores por igual poseen propiedades que definen lo que se espera y lo que se desea. Cabe concebirlos, por consiguiente, como estados motivacional-perceptuales que dirigen la acción” (De “Principios y métodos de Psicología Social”-Amorrortu Editores SCA-Buenos Aires 1968).

Es oportuno mencionar el siguiente párrafo del biólogo Françoise Jacob: “Llevo pues en mí, esculpida desde mi infancia, una especie de estatua interior que da continuidad a mi vida y que es la parte más íntima, el núcleo más duro de mi carácter. Esta estatua la he ido moldeando durante toda la vida. La he ido retocando sin cesar. La he afinado. La he pulido. Mi escoplo y mi cincel son encuentros y combinaciones…” (De “La estatua interior”-Tusquets Editores SA-Barcelona 1989).

En este caso hace referencia a la adopción de ciertos valores básicos adoptados desde niño y que luego acrecentará durante el resto de su vida.

Para la descripción de los valores adoptados por la mayor parte de los seres humanos, podemos sintetizarlos en los siguientes:

Éticos (Afectivos, que apuntan hacia el Bien).
Estéticos (Asociados a la belleza exterior y a las comodidades del cuerpo).
Intelectuales (Asociados a la búsqueda de la Verdad).
Sin valores (Ausencia de objetivos definidos).

Respecto de la realización de estudios en neurociencia sobre los aspectos éticos, estéticos y cognitivos del hombre, Jean-Pierre Changeux escribió: “Los cursos de los últimos años me permitieron ir más allá y tratar temas que se encuentran en la interfase sensible de las ciencias humanas y la neurociencia. Entre los que más me interesan están la estética, la ética y también la epistemología, cuya «naturalización» se encuentra en curso, pero que sin duda aún tomará muchos años más. Espero que este libro pueda dar al menos una idea de la inmensidad del campo que se abre gracias a la neurociencia contemporánea por sus interacciones con las ciencias humanas y sociales” (De “Sobre lo verdadero, lo bello y el bien”-Katz Editores-Buenos Aires 2010).

En cuanto a las deducciones que podrán establecerse luego de explicitarse los principios adoptados, deberán dar respuesta a los interrogantes fundamentales del hombre cuya ignorancia puede seguir acarreando sufrimiento y conflictos. Uno de esos casos lo constituye la “natural bondad” o bien la “natural maldad” del hombre, siendo esta última una creencia que promueve el establecimiento de Estados totalitarios.

Considerando las cuatro componentes emocionales de la actitud característica, podemos afirmar que el hombre dispone tanto de actitudes cooperativas como de competitivas, y que el predominio de una sobre las otras depende de lo que los propios hombres decidan. A lo largo de la historia hemos comprobado que puede predominar tanto la “bondad natural” como la “maldad natural”, por cuanto no es adecuado considerarlas como puntos de partida de una filosofía o de una postura política o económica, ya que existen distintas actitudes básicas en la propia naturaleza humana siendo su predominio algo enteramente decidido por los propios seres humanos.

También es objeto de controversia la preponderancia del individuo sobre la sociedad o bien la preponderancia de la sociedad sobre el individuo. Es indudable de que existe una influencia en ambos sentidos pero, si deseamos mejorar tanto al individuo como a la sociedad, resulta evidente que debemos hacer prevalecer nuestras actitudes cooperativas, adoptar como referencia a la propia realidad y tener una equilibrada ambición de valores personales, es decir, éticos, estéticos y culturales, sin dejar de lado ninguno de ellos.

martes, 23 de enero de 2024

La locura de la compulsión

Entre los aspectos a considerar, asociados a la libertad de los seres humanos, aparece la necesaria inexistencia de presiones o compulsiones para orientar los pensamientos y las acciones individuales. Tales presiones equivalen a comprimir un resorte que, en cualquier momento, volverá a su posición original. De ahí que siempre será conveniente el previo conocimiento de las diversas situaciones, por parte de todo individuo, para que sus decisiones se establezcan sin ninguna, o muy poca, presión exterior.

Esta postura resulta del todo opuesta a la promovida por los sectores socialistas, ya que éstos suponen que, sin la presión ejercida desde el Estado, los seres humanos se moverán en un ámbito de caos y desorden. Rechazan la existencia de un orden social espontáneo y abogan por un "orden artificial" impuesto por los políticos que dirigen al Estado.

Aun los políticos motivados por las mejores intenciones, parecen presuponer que sus decisiones, desde el Estado, serán suficientes para orientar a la sociedad en el buen sentido, es decir, el que promueve una mejora generalizada de la situación. Sin embargo, olvidan la existencia de cierta inercia mental en la sociedad que tiende a limitar los efectos de las correctas decisiones de los gobiernos. Este es el caso argentino, en donde se vislummbra una posible mejora generalizada, aunque limitada por una mentalidad poco acorde con la ética necesaria para salir de la crisis. En este sentido, es acertado el intento de Javier Milei por promover el necesario cambio en la mentalidad imperante.

Desde el liberalismo se critica la tendencia a concentrar la ayuda social en el Estado, no porque se trate de una postura que se desinterese por la seguridad de cada integrante de la sociedad, sino porque se considera que tal función debe recaer principalmente en individuos particulares y en las instituciones de ayuda social privadas. La justificación de tal postura deriva de los resultados logrados en los distintos países y en las distintas épocas. Cuando el Estado se autoproclama como la institución que ha de monopolizar toda forma de ayuda social, tiende a restringir severamente toda iniciativa individual favoreciendo que la sociedad se oriente a un conjunto de personas desinteresadas en los demás por cuanto la solidaridad ha sido “confiscada” por el Estado. De ahí que el rol del Estado debería ser supletorio en lugar de monopólico.

El proceso generalizado de cobrar impuestos en forma no voluntaria, parte de un proceso similar a un robo. De ahí que esto sea un indicio de que tal proceso no resulta compatible con la ética natural elemental. De todas formas, como el comportamiento general de los integrantes de la sociedad no resulta tampoco compatible con tal ética, es posible que los problemas se resolverán parcialmente con procedimientos poco éticos. Al menos es oportuno tenerlo presente.

Se menciona a continuación parte de un artículo de Leonard E. Read en el cual se pone énfasis en la necesidad de la ausencia de compulsión que debería predominar en toda sociedad:

LA LOCURA DE LA COMPULSIÓN

Si para Aristóteles era obvio que la compulsión es contraria a la naturaleza, ¿por qué, entonces, no lo es para nosotros? Si fuera evidente, la cantidad de sujetos que obran en oposición a la naturaleza sería menor. Esta razón es suficiente para reflexionar acerca de este problema, por cierto, el más serio de todas las cuestiones sociales.

En el ámbito de la psicopatología, la compulsión se define como “un impulso irresistible de realizar algún acto irracional”. En la patología de la vida diaria hay numerosos ejemplos de programas compulsivos; alimentación para familias de bajos ingresos, seguridad social, control de precios, fijación de salarios mínimos, horarios de labor, aranceles, etc.

¿Cuántos actos irracionales se cometen asiduamente en la sociedad en que vivimos? Cuenten, si pueden, las personas que abogan por imponer compulsivamente un determinado privilegio especial, que luego multiplican por el número de coerciones necesarias para hacer valer las nuevas prebendas –quizás cientos-, y allí encontrarán la respuesta. El ejercicio repetido de la coacción es una afrenta denigrante de la naturaleza.

Aristóteles tenía absoluta razón cuando manifestó que la compulsión es contraria a la naturaleza. Nadie, que yo sepa, la ha definido con mayor agudeza que Goethe: “La naturaleza no se vale de bufonadas: siempre es verdadera, seria y severa: siempre es correcta; los errores y los defectos siempre son humanos. Desprecia al hombre incapaz de apreciarla, pero se somete y revela sus secretos al apto, al puro y al verdadero”.

Goethe, al igual que antes Spinoza, utilizó el término "naturaleza" como sinónimo de Dios (justicia divina). La compulsión, en consecuencia, se opone al concepto más elevado, o sea, es contraria a la voluntad de Dios.

Es evidente que los actos irracionales se fundan en impulsos irrefrenables. Si quienes los cometen pudieran resistir a tales impulsos, sin lugar a dudas, no procederían de ese modo. La razón por la cual no pueden dominar esos instintos reside en la falta de percepción y visión para descubrir dónde están sus intereses. Los que ignoran este hecho consideran ganancia a todo lo que pueden tomar compulsivamente de los demás, desconociendo por completo que este procedimiento acabará empobreciéndolos a ellos tanto como al resto de sus congéneres.

Todas las "ganancias" obtenidas mediante un procedimiento político compulsivo, comparable a un acto de pillaje, primero ocasionan pérdidas a las víctimas, es decir, a quienes han sido despojados. Pero, la cuestión no termina allí. Cuando los gobiernos inician procesos de redistribución, seguramente se producirán determinadas consecuencias. Los costos del Estado superan lo que puede recaudarse mediante impuestos visibles, la inflación surge y el dinero pierde paulatinamente su poder adquisitivo.

Si estos individuos irracionales actuaran conforme al orden de la naturaleza y guiados por el sabio interés personal, se percatarían de que quienes ganan más son los que sirven mejor. Dar y recibir, la reciprocidad, son dos caras de la misma moneda económica y moral. Si estuvieran dotados de este entendimiento, no se verían impulsados a cometer actos irracionales. ¡Cuánto mejor económicamente estaría la comunidad entera!

La compulsión, la peor de todas las locuras sociales, proviene de actos personales necios, contrarios a la naturaleza. Las observaciones de Goethe acerca de la naturaleza, si se comprende bien, iluminarán el camino de los que quieren aprender.

(Extractos de "Ideas sobre la libertad" Número 37-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Julio/1979)

viernes, 19 de enero de 2024

Robert Nozick y el Estado mínimo

Por Mariano Grondona

Anarquía, Estado y Utopía

El libro de Nozick, Anarquía, Estado y Utopía, comienza con una frase que parece ser continuación del libro que escribiría después: “Las personas tienen derechos, que no les pueden ser violados legítimamente”. Aquí se resume la perspectiva de Nozick. Ese tipo de personas que él ha descripto en Explicaciones filosóficas son seres tan valiosos que, por serlo, han de ser respetados, sin que ningún argumento pueda ir contra esto. Aquí resuena la concepción de Kant: el hombre es un fin en sí mismo.

La dignidad del hombre es tal, que no puede aceptar de ninguna manera que se violen sus derechos. Esta es la premisa. En el prefacio de Anarquía…, además, se dicen algunas cosas que son dignas de atención. Por ejemplo, que no se puede usar coerción para hacer a alguien mejor de lo que es, ni para obligarlo a ayudar a los demás.

A estas alturas debe llegar cada persona. Mortimer Adler, que ha escrito acerca de la idea de la libertad, dice: “…lo que puede hacer el individuo, nadie lo debe hacer por él”. A cada individuo se lo debe ayudar en lo que no puede hacer, pero él no tiene el derecho de reclamar que se lo sustituya en lo que puede hacer.

En la primera parte del libro, Nozick discute con los anarquistas. Él es casi anarquista, pero ese “casi” tiene que probarlo. Parafraseando a Heidegger, que se asombra ante el ser y empieza a razonar desde la nada, Nozick se pregunta: ¿Por qué el Estado y no más bien la anarquía? Esta es una pregunta liberal; lo asombroso es el Estado, no la libertad. La pregunta de un totalitario es: ¿Por qué el individuo y no más bien el Estado?

Aquello ante lo cual uno se asombra, es aquello cuya existencia le tienen que probar. Es lo que llamamos en derecho el “onus probandi”. En este caso el “onus probandi” recae sobre el Estado. Tiene que demostrarme a mí por qué ha de existir. Porque lo natural es la anarquía. Si uno reflexiona, Locke dice lo mismo: primero, el estado de naturaleza, que es una anarquía (no-gobierno). La anarquía no tiene para los anglosajones los ribetes siniestros que tiene entre nosotros, porque hemos vivido en ella mucho tiempo. Para los anglosajones, lo peor es la tiranía, no la anarquía, porque confían en la autodisciplina individual.

En la tiranía hay reglas. En cambio, en la anarquía todos son tiranos. Nozick, siguiendo una complicada explicación, dice que el Estado nace en definitiva de un monopolio del poder. A nosotros nos explicaron que el Estado es la comunidad políticamente organizada, algo muy semejante a una “polis” englobante y totalitaria. Para Weber, en cambio, es una agencia que reclama con éxito el monopolio de la coacción legal.

¿Cómo llega Nozick, siendo liberal, a aceptar esa agencia? Supone un estado de naturaleza en donde las personas, libradas a su autodefensa, van formando agencias de protección recíproca. Cuando hay varias agencias en un mismo espacio, es posible la lucha entre ellas. La única solución será que una de ellas se convierta en dominante e imponga la paz al resto. Ha nacido un Estado, un monopolio en ciernes.

Nozick distingue entre un “ultramínimo” y un “mínimo” Estado. En el ultramínimo mi agencia (dominante) me protege a mí y a los míos pero, como no todo el mundo es socio de ella, no protege a los otros. Este sería un Estado, por ejemplo, que sólo protegería a los contribuyentes y no a los no contribuyentes. Pero aquí falta justicia. Nozick rechaza el concepto de redistribución. Si la agencia distribuye su protección entre los no asociados, que no pagaron, ¿es esto redistribución? No, dice Nozick, pero de todos modos sería injusto imponerle reglas al resto de la sociedad, cuando no se la compensa con la protección.

Finalmente, los demás también entran en la agencia dominante porque reciben una compensación –bajo la forma de protección que también se extiende a ellos- por la restricción que se les exige en sus comportamientos. Nozick elude así la trampa de la “redistribución” y se salva manteniéndose en el límite de la justicia conmutativa: los que han quedado afuera de la agencia dominante de protección (y no pagan por ella), también son protegidos por ella en virtud de que se les debe algo a cambio de restricciones que les impone la agencia dominante. El Estado que protege a sus contribuyentes y extiende su protección a los no contribuyentes, ya no es “ultramínimo” sino “mínimo”, porque a todos abarca.

“Cualquier Estado más extenso que éste –nota Nozick- viola derechos personales”. “No hay redistribución, porque nunca hubo distribución”. En Nozick no hay pacto sino lo que él llama la “teoría del título”. “Toda distribución es justa, si cada uno obtuvo lo que tiene a través de un justo título”. Recordemos a Locke; si tú haz ganado lo que tienes de una manera legítima, es tuyo. Rawls, en cambio, diría que es tuyo si lo obtienes de tal manera que se beneficien los demás.

¿Y qué pasa si no lo haz adquirido legítimamente? Corresponde lo que Nozick llama el principio de rectificación: “Si bien caer en el socialismo sería un castigo excesivo por nuestros pecados, el principio de rectificación podría llegar a tremendas transferencias de riqueza”. Es la teoría del justo título, llevada a su extremo rigor.

Nozick refuta largamente a Rawls, especialmente su teoría del “velo de ignorancia”. Como Locke, Nozick piensa que todos llegamos a la sociedad con algo, y no “ignorantes y desnudos, sin saber qué nos va a pasar”, como en Rawls. Y agrega: “…la compasión debe ser aceptada –si es libre- como un agregado a la justicia”. Esto es igual a Smith: la justicia la impone el Estado mínimo; la compasión o benevolencia forma parte del desarrollo personal de cada uno.

Habíamos visto en Rawls que la falta de envidia es la condición indispensable para el pacto social. En el fondo de esta filosofía –también en Nozick- reposa la idea de que los millonarios son socialmente útiles. La aceptación social del millonario impulsa a la sociedad. Una sociedad empeñada en que no haya millonarios, se bloquea a sí misma.

Nozick también rechaza la envidia, pero llega a una nueva conclusión: “La envidia es una agresión a mi autoestima, que otro –sin querer- produce por efecto de la comparación entre los dos”. El éxito del otro disminuye mi autoestima. Si yo podía hacer diez e hice seis, que podía hacer diez lo aprendo cuando el otro los hace. Cuando el otro hace diez, sé que mi seis es insignificante. Aquí disminuye mi autoestima y aquí siento un impulso de venganza contra aquel que disminuyó mi autoestima con su éxito.

Esto está en el fondo del “antiimperialismo”. Estados Unidos no nos explotó, pero nos demostró que no habíamos llegado. Es esto lo que no fue perdonado. Siempre alguien tiene la culpa, porque el que bate el “record” es quien disminuye “mi record”. En una sociedad mediocre, donde nadie se eleva, nadie se subestima. Por eso la envidia trata de promoverla, anulando el esfuerzo de los excelentes.

Mientras haya comparación, habrá envidia. La única superación de la envidia es que no puede haber comparación. Si cada unidad orgánica se considera un valor original, y si cada persona cuenta como algo único, una sociedad superdesarrollada llegaría a destruir las pautas de comparación. Entonces, el señor que lanzó un cohete a la Luna no tiene nada que envidiarle al presidente, porque él en lo suyo ha logrado lo máximo que podría lograr. A medida que se van especializando las funciones y las vocaciones, finalmente se logra una sociedad en que cada uno, siendo único, solamente puede compararse consigo mismo. Pero aun si sabe que no logró lo que debía, no hay quién origine esta subestimación salvo su propia biografía.

En esa sociedad, todos pueden sentirse realizados o, en todo caso, únicos culpables por no haberlo conseguido plenamente; la envidia desaparece. En sociedades muy desarrolladas, se ve que en parte esto ocurre. En cambio, en sociedades muy estancadas, subdesarrolladas, se divide tan poco el trabajo que son muy pocos los cargos que conllevan la idea del éxito. Por ello, solamente el rol político es aquel que sigue brillando, el de Jefe de Estado. Lo cual, tarde o temprano, genera universal envidia. Tal es la pasión política que brota en las sociedades estancadas, que exaltan al político en el momento del triunfo y muy poco tiempo después lo culpan por todo.

Nozick termina con esta frase: “¿No es entonces el Estado mínimo, este marco para la utopía, una visión inspiradora? El Estado mínimo nos trata como individuos inviolables, que no pueden ser usados por otros como medios. Nos trata con respeto porque respeta nuestros derechos y nos permite a cada uno de nosotros, individualmente y con aquellos que escojamos, elegir nuestra vida y realizar nuestros fines y nuestra concepción de nosotros mismos, junto con aquellos que tienen la misma dignidad que nosotros. ¿Cómo puede atreverse cualquier Estado o grupo de individuos a negar esto, a procurar más o menos que esto?”.

En Nozick encontramos una percepción muy clara del “para qué” la libertad. Esta era la dimensión que faltaba al mensaje liberal. Sin esta contrapartida ética, el ideal político y económico de la libertad queda como una cáscara vacía. Lo que realmente hace brillar los ojos de la gente no es la libertad externa que les da, sino advertir lo que se puede hacer con ella.

Cuando se tiene la impresión de lo que se puede hacer con ella, entonces se exige la libertad. Nozick ofrece esta dimensión. ¿Qué puedo hacer con mi libertad? ¿Por qué es importante que me la den? Todo esto latía en Kant, pero de forma más severa y rigurosa, correspondiendo a un siglo más severo y riguroso. La visión de Nozick, en cambio, es un canto a la vida muy en el tono del hombre contemporáneo. Nos muestra cuán atractiva es la vida en libertad. Pero también, cuán cooperativa, cuán respetuosa del otro, cuán abierta al otro es la vida en libertad. Es que la solidaridad se realiza mucho mejor a partir del perfeccionamiento individual que a partir de la coacción estatal.

(De “Los pensadores de la libertad” de Mariano Grondona-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986)

El discurso de Milei en Davos contra el socialismo: ¿Arcaico o necesario?

Por Marcelo Duclos

Luego de lo que generó la presentación del presidente argentino, se abren varias preguntas en el marco de la discusión entre sus detractores y críticos: ¿Está muerto el socialismo? ¿Es una amenaza para Occidente en la actualidad? ¿Somos víctimas, sobre todo los argentinos, de la vigencia de las ideas colectivistas?

Los críticos de Javier Milei señalaron que su discurso no eran compatibles con el mundo actual, ya que retrotraían a esos tiempos, donde medio planeta estaba bajo las garras del socialismo.

No hay dudas de que la intervención del mandatario argentino, Javier Milei, fue la más importante en el Foro Económico Mundial. En Argentina, sus partidarios celebraron sus palabras, pero sus críticos fueron lapidarios. Consideraron que se trató de un discurso “arcaico”, para otro momento.

En materia de ciencias sociales, las definiciones son, lógicamente, más amplias que en las ciencias duras, donde el significado de un átomo o una partícula es inapelable. En la actualidad, hay autodenominados socialistas que no descreen de la propiedad privada y autopercibidos liberales que consideran que es rol del Estado generar, por ejemplo, mecanismos de redistribución secundarios al proceso de mercado. Claro que, en pos de la seriedad del argumento, cada uno debería poder justificar su perspectiva.

Más allá de estas cuestiones, para que las definiciones tengan algún tipo de sentido –sino sería imposible la comunicación básica de los seres humanos- uno no puede darle el contenido que desee a las palabras. En un marco mínimo, podemos denominar al socialismo como el conjunto de ideas colectivistas, que pueden ir de la planificación centralizada total, hasta la convivencia con un sector privado regulado, con impuestos progresivos y políticas denominadas redistributivas. En este universo, que busca por sobre todas las cosas la “igualdad”, ese proceso se hace mediante la ley.

De la vereda de enfrente, podríamos acordar que el universo liberal tiene como piedra fundamental la libertad individual. Aquí también tenemos diferentes matices, ya que el pensamiento libertario puede ir desde el anarcocapitalismo hasta el liberalismo clásico, donde el sector privado convive con un Estado, que, a diferencia del socialismo, no busca la igualdad, sino la protección de los derechos individuales, para que cada uno busque su propio modelo de vida. Aquí la única igualdad que existe es ante la ley o no mediante ella.

A pesar de la distancia en la teoría, en la mayor parte del siglo XX (entre 1917 y 1989) el mundo vio competir a ambos modelos en el marco de la Guerra Fría. Con el desastre soviético y la caída del Muro de Berlín, en grandes rasgos, la discusión debería haber quedado saldada. Ayer, los críticos de Javier Milei señalaron que su discurso no eran compatibles con el mundo actual, ya que retrotraían a esos tiempos, donde medio planeta estaba bajo las garras del socialismo.

Luego de lo que generó el discurso de Milei, se abren varias preguntas en el marco de la discusión entre sus detractores y críticos: ¿Está muerto el socialismo? ¿Es una amenaza para Occidente en la actualidad? ¿Somos víctimas, sobre todo los argentinos, de la vigencia de las ideas colectivistas?

Los que compartimos y suscribimos el discurso de Milei ayer tenemos claro nuestras respuestas; sin embargo, para que el debate sea más fértil y constructivo, es necesario fundamentarlo. Del otro lado se han limitado a decir que el discurso fue demodé y que el país estuvo pésimamente representado por un fanático. Pero no han argumentado absolutamente nada para fundamentar esta posición.

Dicen que los que ganan la guerra escriben la historia. Pero la democracia liberal y la economía de mercado son sistemas que no escriben, a pesar de sus probados beneficios. En cambio, los burócratas que gozan de los privilegios del poder, sí. Lamentablemente (al menos hasta ahora, donde el discurso de Milei pudo haber sido la primera etapa “contrarrevolucionaria”) la batalla cultural la ganó el socialismo.

Una muestra de la influencia del colectivismo en la actualidad es que el nacionalsocialismo alemán sea repudiado por todo el mundo (con lógica razón), mientras que el socialismo proletario es reivindicado moralmente, hasta en la mayoría de los centros del mundo. A pesar que el segundo se haya cargado entre 10 y 15 veces más vidas humanas que el primero.

Este proceso es el resultado de un trabajo de décadas, que pudo sí haber empezado durante la Guerra Fría. El ex-espía y desertor soviético Yuri Bezmenov reconoció en los ochenta que la URSS le dedicó mucho más tiempo, dinero y recursos humanos a la infiltración ideológica socialista en Estados Unidos y Occidente. Puede que esta infiltración de subversión cultural haya tenido más éxito que la Unión Soviética en sí, ya que la visión socialista tiene influyentes partidarios en las democracias occidentales en las escuelas, universidades, medios de comunicación y credos religiosos. Tan fuerte y exitoso ha sido este proceso, que las premisas marxistas aparecen hasta en curas y rabinos, a pesar de la opinión del padre fundador del “socialismo científico” sobre las religiones, las que consideraba como “el opio de los pueblos”.

A pesar de la caída de la URSS, el que niegue que las premisas fundamentales que dieron razón de ser al comunismo real tienen absoluta vigencia, está mirando otra película. Cabe destacar que este drama no es exclusivo de Argentina. En España, la “igualdad” tiene hasta su propio ministerio, bajo un gobierno (del Partido Socialista) que estuvo largo rato en alianza con un espacio que se reivindica como comunista (Podemos). Si algo evitó que la tragedia sea total para los españoles, esto fue la pertenencia a la Unión Europea y el euro como moneda, lejos de la discrecionalidad de un Pedro Sánchez, que hubiera hecho destrozos con sus propias pesetas.

Ejemplos como el de Colombia y su fallido gobierno actual sobran en el mundo, sin caer en el extremo venezolano del que ya escribimos más que suficiente. Hasta en Estados Unidos se escuchó en más de una oportunidad al presidente actual insistir con la necesidad de los impuestos progresivos, que no son más que una recomendación del mismo Karl Marx, que tenía como finalidad “despojar de modo progresivo a la burguesía”.

Es necesario reparar un instante en esta cuestión del impuesto progresivo, ya que suele ser defendida con base a una mentira. Para implementarlo, se le suele preguntar a la ciudadanía si es justo o no que los ricos paguen más impuestos que los pobres, lo que suele tener una respuesta clara en la sociedad. Sin embargo, el flat tax (carga impositiva de preferencia de los liberales y única compatible con la igualdad ante la ley) ya hace que las personas de mayores recursos paguen más impuestos. Supongamos que el gravamen es de 10 %. El que gana 10 paga 1, el que gana 100 paga 10, el que gana 1000 paga 100 y el que gana 1.000.000 paga 100.000. Es decir, el rico siempre paga más que el de menores ingresos. Sin embargo, este modelo no altera las posiciones relativas y sigue incentivando a la creación de riqueza. En cambio, el impuesto progresivo dice que el que gana 10 paga el 1 %, que el que gana 1.000 paga el 10 % y el que gana 1.000.000 paga el 50 %. Este esquema, que produce “exiliados fiscales” daña considerablemente a las sociedades, ya que las descapitaliza. A esto se refería Milei ayer cuando habló de los ministerios inútiles (como el de la Mujer) que se financian con la voracidad fiscal de Estados quebrados, a los que nunca les alcanzan los recursos. Detrás de todas iniciativas, siempre está presente el horizonte moral de la igualdad socialista, aunque no se exhiba como estandarte el martillo y la hoz.

Volviendo a nuestra región, es imposible separar el éxito político del colectivismo con la estrategia planteada por el Foro de Sao Pablo, que tuvo entre sus principales figuras al actual mandatario de Brasil. En los documentos de estas reuniones, el socialismo moderno se planteó abiertamente la reformulación del sujeto revolucionario del comunismo original, por nuevas figuras de identificación para los latinoamericanos. El obrero proletario ya no podía ser la piedra fundamental de la aventura colectivista, ya que el capitalismo de libre mercado dejó en evidencia que un trabajador norteamericano vivía mucho mejor que su equivalente soviético, al momento del derrumbe de la URSS.

Allí se establecieron nuevas luchas como la de la mujer, los homosexuales, los pueblos originarios, minorías raciales y el ambientalismo. Claro que todo esto está enmarcado en la tradicional hipocresía socialista de siempre. En Occidente, las mujeres, los gays y las diversas minorías fueron garantes de derechos igualitarios ante la ley mucho más que en el universo soviético, que, además contaminó durante su existencia mucho más el medioambiente que las potencias capitalistas, que fueron mejorando sus procesos de producción de la mano del sistema de precios y mercado.

Todos estos sujetos de la “nueva lucha” son la excusa mentirosa de una agenda política actual y vigente que, le digan como le digan, tiene la finalidad de la concentración de poder en manos del Estado y la reducción de autonomía individual ante la burocracia.

Si los críticos de Milei, que aseguran que ayer hizo el ridículo en Davos, desean dejar de lado el término “socialismo”, está bien. Lo que no pueden apartar del debate son las causas que llevan a ese modelo económico al fracaso y su vigencia, en mayor o menor medida, en países como la Argentina.

Pocos años después de la revolución bolchevique, cuando el mundo miraba con expectativas los primeros resultados del experimento soviético, Ludwig von Mises advirtió con precisión quirúrgica que éste estaba condenado al fracaso. Anticipó que la eliminación de la propiedad privada traería consigo la supresión de los precios de mercado. Para el pensador austríaco, este es el único coordinador de la economía y los agentes sociales. Su tesis fue que sin propiedad no habría precios. Sin ellos, el colapso total de la economía estaba asegurado. Así sucedió, al pie de la letra. Al día de hoy, los socialistas siguen buscando hipótesis ad hoc para justificar un modelo que no falla en la práctica (como la mayoría en Occidente cree), sino que tiene su error fundamental en la teoría.

Si el siglo XX dejó como enseñanza que la planificación centralizada, con el Estado como dueño de “los medios de producción” fue un fracaso, que terminó en las más sanguinarias dictaduras, las primeras dos décadas del 2000 ya enseñaron otra cosa. Si la supresión de la propiedad elimina las señales que emiten los precios, la sobrerregulación sobre la misma termina generando otros problemas: las distorsiones que descapitalizan la economía, generando pobreza y aumentando los índices de miseria. Los dolores de cabeza que atraviesa la economía argentina hoy tiene mucho que ver con la reinstauración de los precios relativos. ¿A quién se le ocurre que un boleto de autobús salga cuatro o cinco veces menos que una medialuna en una panadería?

Así está toda la economía actualmente y la transición no será nada sencilla. El estatismo híperegulador del kirchnerismo generó desincentivos económicos, planteó cambiar los precios de mercado por “precios justos” y limitó a las personas a que puedan hacer uso libremente de su propiedad. El que no le quiera llamar “socialismo” a este modelo está en su derecho, pero al menos, en pos de la honestidad intelectual, debería discutir las consecuencias concretas del modelo en cuestión. Si se hace eso, el nombre es lo de menos. Sin embargo, no lo hacen. Se limitan a decir que Milei combate en su discurso con enemigos imaginarios, sin analizar el desastre que dejaron, sus causas y consecuencias. Es que, si lo hacen públicamente, se llegaría de forma inequívoca a una sola conclusión: que, a pesar de como quieran denominar al conjunto de ideas que nos llevó hasta acá, la única solución posible para revertir la situación se encuentra en la receta del capitalismo de libre mercado.

(De panampost.com)

jueves, 18 de enero de 2024

Reportaje a Joseph LeDoux

Por Cédric Routier

¿Por qué es esencial el cerebro emocional para comprender y explicar nuestro comportamiento? ¿Cómo pueden servirnos de guía las emociones para nuestra mente «racional»?

Casi todo lo importante que hacemos involucra los sistemas de la emoción. Incluso aunque no seamos conscientes de lo que estamos haciendo. De hecho, la mayoría de nuestras respuestas a las cosas que cuentan son inconscientes. Es a posteriori que nos volvemos conscientes de lo que experimentamos y entonces explicamos nuestras emociones sobre la base de la situación presente. Es la teoría que proponen Schacter y Singer, creo.

Con Gazzaniga llegamos a esta conclusión después de estudios en pacientes con cerebro dividido. Basta que el hemisferio derecho produzca una respuesta simple, como saludar con la mano, para que el hemisferio izquierdo nos invente una historia, en la que cree, sobre la razón por la que piensa que el paciente produjo esa respuesta: “Ví un amigo…”. El paciente siempre tiene una explicación, aunque nosotros sepamos que no es la correcta; nosotros lo hicimos actuar de esa manera.

Las emociones activan el comportamiento; luego nos inventamos una historia para explicar nuestro comportamiento, porque a la conciencia le gusta mucho tener una historia-mito acerca de quienes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Eso forma parte de una especie de teoría narrativa de la conciencia. De hecho, cuando ocurre algo importante no podemos hacer otra cosa que involucrar nuestras emociones. El resto del comportamiento son respuestas instrumentales; todo lo demás que hacemos se basa en las emociones iniciales estimuladas.

¿Cómo influyen en el pensamiento racional? Es lo que logró desarrollar Damasio. Algunas veces, nuestras emociones no son muy sofisticadas desde un punto de vista cognitivo, al menos al principio. En cierto aspecto, no mienten, nos dicen lo que nuestros cerebros piensan y sienten realmente. Por lo tanto, podemos utilizar esas reacciones llamadas viscerales para seguir a nuestra mente “inconsciente”, pero no estoy seguro de que siempre sea una buena idea. En la base, estamos animados de sesgos raciales, toda clase de cosas negativas que reprimimos todo el tiempo; es importante para la racionalidad mantener los instintos básicos bajo control. No creo que haga falta seguir nuestras reacciones primarias. No estoy seguro de que ésa sea la forma correcta de tomar decisiones.

Usted habla de inconsciente. ¿Cómo lo puede definir?

El inconsciente es todo lo que no fue colonizado, con el uso, del conocimiento en sí. Tradicionalmente, la idea comenzó con Freud, quizás antes, incluso. Hay varias formas de definir el inconsciente. Una de ellas, el preconsciente, contiene información potencialmente consciente, pero no consciente en el momento presente: son todos los recuerdos a los que tenemos acceso: usted me pregunta qué tomé en el desayuno y yo se lo digo, porque esa información está allí, disponible y de fuente segura. Pero si me pregunta por qué mi corazón se va a acelerar si usted aplaude, yo no puedo contestarle, porque no es accesible.

La mayor parte del tiempo el cerebro actúa en forma inconsciente. No controlamos nuestro corazón ni nuestra digestión, aunque sean elementos esenciales de nuestras respuestas corporales, y que sea importante que el cerebro controle esas funciones. Pero ese control no es consciente. Tampoco tenemos el control consciente de nuestra postura cuando caminamos, podemos cambiarla pero normalmente caminamos de una manera determinada, a cierto ritmo y eso se regula inconscientemente.

Intermediario entre el preconsciente y lo que podríamos llamar el inconsciente trivial, existe un inconsciente más significativo que almacena muchas informaciones emocionales; es inconsciente e inaccesible. La razón de eso es que no tenemos relación directa, consciente, con la amígdala, sobre la que no tenemos control, ni sobre otros sistemas que podrían almacenar informaciones inconscientemente. Nos volvemos conscientes de estas cosas cuando requieren la adaptación de nuestro comportamiento y entonces explicamos conscientemente lo que hicimos, cómo hablamos de ello.

¿Nuestras emociones invaden la vida cotidiana sin que seamos, en general, conscientes?

Sí, eso creo. Por ejemplo, todos nos caracterizamos por rasgos de personalidad, existe gente introvertida y gente extrovertida. El introvertido siempre tiene que enfrentar su timidez. No es necesariamente consciente, pero, debido a la forma en la que interactúa normalmente, debe ajustar sus previsiones frente a las situaciones sociales. Piensa: ¿tengo que ir o no a la reunión? ¿Y cómo? Porque me van a poner a prueba, socialmente… Al principio puede ser consciente, luego, poco a poco, esa persona evita directamente determinadas situaciones, en las que no se sentiría cómoda.

Creo que existen situaciones como ésa en las que nos adaptamos constantemente. Aprendemos estilos de adaptaciones que utilizamos en la vida diaria sin ni siquiera pensarlo. También está la idea de que la gente se vuelve introvertida por un exceso de alerta del sistema nervioso autónomo: a fin de evitar ser fuertemente estimulados, se quedan al margen de las situaciones… Tienen una especie de comprensión inconsciente de su cuerpo y adaptan su comportamiento para evitarlo.

(Extractos de “Los nuevos psi” de Catherine Meyer-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2010)

miércoles, 17 de enero de 2024

Con el impuesto inflacionario, los pobres subvencionan a los ricos

El efecto que provoca la inflación en los diversos individuos es enteramente similar, económicamente hablando, que la imposición de un nuevo impuesto por parte del Estado. De ahí que pueda llamarse el "impuesto inflacionario".

Los políticos a cargo del gobierno, siempre pensando en los votos a recibir en próximas elecciones, tienden a disfrazar la realidad económica de un país, reduciendo artificialmente el costo de la electricidad, el agua y el gas. Pero, para seguir manteniendo tales servicios a bajo precio, deben complementar la recaudación de las empresas proveedoras con un subsidio, generalmente logrado en base a emisión monetaria. Tal emisión es la causante de la inflación.

Lo que cada individuo se "ahorra", lo pagará luego en forma de inflación. Sin embargo, algunos consumidores se verán beneficiados y otros perjudicados. Así, los grandes consumidores de luz, agua y gas se verán beneficiados por el precio reducido, o bien el precio reducido favorecerá que gran parte de los consumidores se conviertan en "grandes consumidores", ya que en los países subdesarrollados el derroche y la ostentación parece ser un síntoma de riqueza para mostrar a los demás.

Los pequeños consumidores, posiblemente la mayoría de la población, seguirá consumiendo luz, gas y agua en forma normal, pero, debido a la inflación reinante, pagarán (en otros productos) bastante más que si tales servicios no estuviesen subsidiados por el Estado. De ahí que pueda decirse de que los pobres subsidian el derroche de energía de los ricos, aunque el gobierno irresponsable repita a cada tanto que todas sus medidas son realizadas para mejorar la situación de los pobres.

Estos procesos se repiten en algunos países siendo esencialmente similares. De ahí que descripciones de procesos inflacionarios de otros países y de otras épocas, tengan una validez inalterable para la situación actual de la Argentina, producto de la irresponsabilidad peronista, principalmente. Henry Hazlitt escribió: "La inflación no es otra cosa que una gran estafa, y que esta estafa es practicada en diferentes escalas, algunas veces sin saberlo y otras cínicamente, por casi todos los gobiernos del mundo".

"Esta estafa corroe el poder adquisitivo de los ingresos de todos y el poder adquisitivo de los ahorros de todos. Es un impuesto disimulado y el más inicuo de todos. Grava los ingresos y los ahorros de los pobres en la misma proporción que los ingresos y los ahorros de los ricos. Recae con mayor fuerza precisamente sobre los que hacen economías, sobre los ancianos, sobre los que no pueden defenderse mediante la especulación o exigiendo y obteniendo mayores ingresos monetarios para compensar la depreciación de la unidad monetaria".

"¿Por qué continúa esta estafa? Continúa porque los gobiernos quieren gastar, en parte para armamentos y en la mayoría de los casos, sobre todo, para otorgar subsidios y prebendas a distintos grupos de presión, pero carecen del valor para imponer contribuciones en la misma proporción en que gastan. En otras palabras, continúa porque los gobiernos quieren comprar los votos de algunos ocultándoles a los demás que esos votos se compran con nuestro dinero".

"Continúa porque los políticos (en parte a causa de la influencia de segunda o tercera mano de la teoría del extinto Lord Keynes) creen que ésta es la forma, y única forma, de mantener la «plena ocupación», que es el fetiche actual de los progresistas de estilo propio. Continúa porque se ha abandonado el patrón oro internacional porque las monedas de todo el mundo son esencialmente monedas de papel, que van a la deriva sin un ancla, son barridas por todos los vientos políticos y están a merced de cualquier capricho burocrático".

"Y los mismos gobiernos que provocan los procesos inflacionarios declaran solemnemente estar «combatiendo» la inflación. Por medio de políticas de dinero barato, o de la máquina de imprimir billetes, o mediante ambas, aumentan el volumen del dinero y del crédito y después aparentan deplorar el resultado inevitable" (De "Qué es la inflación"-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1961).

martes, 16 de enero de 2024

El discurso: contenido y presentación

La información transmitida entre seres humanos, ya sea en forma oral o escrita, presenta dos aspectos que deben ser tenidos en cuenta para que la transferencia de esa información sea efectiva. Estos aspectos son; el contenido (su veracidad, su vinculación con la realidad, etc.) y su presentación (principalmente la coherencia lógica, la claridad de un mensaje y una fácil recepción).

Si bien esta consideración parece bastante evidente, muchas veces no es tenida en cuenta. Este es el caso de los embaucadores de masas, quienes, como buenos mentirosos, nunca van a expresar que sus objetivos serán perjudiciales para las masas bajo su ataque, sino que les darán un mensaje que ha de sonar semejante al de las personas bien intencionadas, al menos en partes de tal mensaje embaucador.

La efectividad de la transferencia de un mensaje dependerá de una doble adaptación, ya que el emisor deberá adaptarse al receptor simultánemante en que el receptor deberá hacerlo con el emisor. De ahí la expresión de Cristo: "No se echa el vino nuevo en odres viejos, porque entonces se rompen los cueros, y se pierden el vino y los cueros; sino que el vino nuevo se echa en cueros recientes, y se conservan ambas cosas" (Mt). Con ello indica que su mensaje, para ser aceptado plenamente, requerirá de una previa apertura mental del receptor, además de la claridad y el contenido del mensaje.

El mensaje evangélico, por cierto bastante breve para dar una aceptable orientación a la vida del receptor, tiene presente la existencia de una actitud característica en cada persona, por lo que el objetivo a lograr consiste en "direccionar" esa actitud en un sentido determinado. Con ello se logra la brevedad necesaria para que el mensaje pueda ser retenido en su mayor parte por una gran cantidad de oyentes. Esta brevedad se pierde casi totalmente cuando, posteriormente, se agregan los misterios "sagrados" por parte de sus difusores, o de quienes intentan serlo.

Por lo general se supone que el objetivo del mensaje bíblico tiene por objetivo concentrar nuestra atención y nuestros esfuerzos en el bienestar de los demás. Sin embargo, la actitud promovida mediante el "amor al prójimo" lleva implícita una orientación al bienestar anímico de la persona misma. De ahí que el interés por los demás se dará como una consecuencia necesaria de haber podido fortalecer la propia individualidad. Este proceso es similar a decir que, para que se cumplan con los derechos exigidos o esperados por todas las personas, primeramente se debe apuntar al cumplimiento de los deberes respectivos, algo que se ignora casi totalmente en la actualidad.

Si bien el contenido de la "Ética demostrada según el orden geométrico", de Baruch de Spinoza, presenta bastante compatibilidad con el contenido ético de los Evangelios, la presentación es muy distinta, ya que resulta accesible a un número de personas limitado. Ello se debe a la intención de establecer todo el discurso en una forma lógicamente coherente y fundamentada en forma axiomática. Diana Cohen Agrest escribió: "Baruch de Spinoza aspiró a comprender el orden de la Naturaleza y a descubrir el lugar del hombre en ella. Este afán no brotaba de una estéril especulación filosófica sino de una indagación práctica: alcanzar la felicidad y la salvación" (De "Spinoza. Una cartografía de la Ética"-EUDEBA-Buenos Aires 2015).

De la misma manera en que existe una ciencia y un arte de la educación, puede decirse que existe una ciencia y un arte de la comunicación escrita o verbal. Mientras que los contenidos de la educación pueden estar vinculados con la ciencia experimental y estar orientados por ella, la forma de transmitirlos implica más un arte que una ciencia, ya que no es posible uniformar formas de comunicación por cuanto cada una de ellas depende de la personalidad del docente. De ahí que, a veces, con el tiempo nos queda en la memoria lo que nos enseñó un poco ortodoxo docente mientras olvidamos todo lo enseñado por los docentes atentos a las últimas novedades metodológicas.

domingo, 14 de enero de 2024

¿Religiosos políticos?

Las mayores catástrofes sociales han sido asociadas a los diversos totalitarismos, ya que la total unificación del poder en manos de quien gobierna el Estado establece la mayor inseguridad posible, ya que pequeñas desviaciones del gobernante respecto de la normalidad psicológica, conduce a serios inconvenientes en la sociedad por él gobernada. De ahí que la división del poder sea la principal medida de seguridad propuesta en política.

La separación entre religión y Estado es parte de tal medida de seguridad, y es la que impidió parcialmente que en la Edad Media europea se extralimitaran tanto la Iglesia como los Reyes. Esta separación puede también ser vista desde otro punto de vista, ya que religión y política son dos actividades diferentes y no resulta aconsejable que los religiosos se entrometan en temas que no les competen, al menos según muchos resultados que se han advertido especialmente en Latinoamérica.

La religión, en el mejor de los casos, está asociada a la moral, y es a la mejora ética de toda la sociedad a lo que debe apuntar tal actividad. Si, por el contrario, renuncian a dicha actividad para una posible actuación en política, se desvirtúa la misión original con el engaño asociado a la creencia de que en realidad se la está cumpliendo de esa forma.

La prioridad de la política en lugar de la religión parece ser la auténtica vocación de Jorge Bergoglio. Al respecto, Juan José Sebreli escribió: “Los jesuitas han estado más inclinados a la pastoral y la misión que a la contemplación y la mística. Bergoglio, antes que un intelectual –nunca terminó su tesis doctoral sobre Romano Guardini-, es un hombre de acción, un político en el sentido amplio, más apto que su antecesor, el contemplativo Ratzinger, para dirigir una Iglesia agobiada por graves problemas internos”.

“Es significativo que el teólogo preferido por Bergoglio haya sido Romano Guardini, que en El poder (1959) desarrolló una teoría de teología política sobre la concepción católica del poder. Es Dios el que entrega al hombre el poder y le ordena ejercerlo: «El hombre no puede ser hombre y más allá de ello ejercer o no tanto un poder; ejercer ese poder es esencial para él. A ello lo ha destinado el autor de su existencia»”.

“Guardini señala el carácter netamente político del catolicismo en oposición a la orientación despolitizadora moderna: «El problema central en torno al cual deberá girar el trabajo de la cultura futura y de cuya solución dependiera no sólo el bienestar y la miseria, sino la vida y la muerte, es la política»”.

“No puede negarse que Bergoglio fue un buen discípulo de Guardini. También como los jesuitas, era un político antes que un religioso; la preocupación central de su vida fue avanzar en la jerarquía eclesiástica; en los cargos que obtuvo, actuó con exceso de autoridad, aunque tal vez jamás soñó con acceder al máximo poder dentro de la Iglesia” (De “Dios en el laberinto”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017).

Entre los autores preferidos de Bergoglio, según Sebreli, se encuentra el inglés Basil Liddell Hart, quien escribió: “El objetivo debe ser vencer la resistencia del enemigo antes que vencerlo. Los profetas han sido fundamentales para el progreso porque expresan la verdad, pero la aceptación de esa verdad depende de los conductores de masas que deben conciliarla con la sensibilidad de la época”.

“Si el destino del profeta es morir lapidado, es porque el conductor de masas ha fracasado. Para que la verdad sea aceptada hay que evitar el ataque frontal y buscar el flanco del otro que es más vulnerable a esa verdad. La verdadera victoria consiste en obligar al adversario a abandonar su propósito con la menor pérdida propia”.

“El mejor general es el que consigue convertir la guerra en paz. Como dijo Napoleón, en la guerra «lo moral está en lo físico en relación de tres a uno». El único principio invariable es que los medios y las condiciones varían sin cesar. Cortar al enemigo su última vía de escape es el modo más seguro de infundirle el valor de la desesperación”.

La gravedad de la situación no radica tanto en el hecho de que algunos sacerdotes se dediquen a la política, sino que elijan la peor de las políticas, es decir, las que conducen a alguna forma de totalitarismo. Así, hubo casos como el del colombiano Camilo Torres Restrepo que abandonó los hábitos sacerdotales para hacerse guerrillero marxista.

El caso más sorprendente fue el del seminarista Stalin. Al respecto, Alberto Falcionelli escribió: “En cuanto a Stalin, en la época en que se llamaba todavía Iosef Vissarionovich Dzhugashvili -«Sosso» para su señora madre- fue seminarista durante varios años, y muy devoto por añadidura según se afirma en Tiflis. Mas un día, se hizo ateo y revolucionario profesional, vuelco que lo llevó bastante lejos como se sabe”.

“Con todo, a él también algo debió quedarle de su juventud si, en 1943, «reconcilió» al Estado soviético encabezado por él en su calidad de Jefe Genial, con la Iglesia ortodoxa. No me consta que lo haya hecho embargado por los recuerdos de su adolescencia piadosa, sino movido, muy sencillamente, por la voluntad de transformar a dicha Iglesia en elemento activo y domesticado de la empresa revolucionaria. «Sosso» había aprendido en el seminario la importancia del factor religioso” (De “El licenciado, el seminarista y el plomero”-Editorial La Mandrágora-Buenos Aires 1961).

viernes, 12 de enero de 2024

El poder de la plegaria

Es posible que la creencia en la existencia de Dios o la evidencia de la existencia de un orden natural, sea una condición necesaria, pero no suficiente, para una adecuada adaptación al orden natural. Ello se debe a que de tales creencias es posible extraer el necesario sentido de la vida básico, común a todos los habitantes del planeta. Sin embargo, es posible advertir que existen muchas personas, creyentes en Dios o en el orden natural, que presentan un nivel ético deplorable, lo que implica que tales creencias no siempre serán suficientes para producir resultados positivos.

Sobre estos temas es oportuno mencionar la opinión de un Premio Nobel de Medicina que estudió con interés este aspecto del comportamiento humano.

Los efectos de la plegaria

Por Alexis Carrel

La plegaria actúa sobre el espíritu y sobre el cuerpo de manera tal que parece dependiera de su calidad, su intensidad y su frecuencia. Resulta fácil saber cuál es la frecuencia de la plegaria y, en cierta medida, cuál es su intensidad. Su calidad sigue siendo desconocida, porque no tenemos manera de medir la fe y la capacidad de amor de los demás.

Sin embargo, la manera de vivir del que ora nos permite discernir la calidad de las invocaciones que ofrece Dios. Aun cuando la plegaria tenga escaso valor y consista principalmente en el recitado maquinal de fórmulas, ejerce aquélla determinados efectos sobre el comportamiento. Fortifica a la vez el sentido de lo sagrado y el sentido moral.

Los ambientes donde se ora se caracterizan por tener cierta persistencia del sentimiento del deber y la responsabilidad, porque no hay allí tanta envidia y maldad, por cierta bondad respecto al prójimo. Está demostrado que, a igual desarrollo intelectual, el carácter y el valor moral están más elevados en quienes oran, aun cuando lo hagan mediocremente, que en los individuos que no oran.

Cuando la plegaria es habitual y realmente fervorosa, su influencia se torna muy clara. En parte es comparable a una glándula de secreción interna, tal como la tiroides o las glándulas suprarrenales, por ejemplo. Esta transformación se opera de manera progresiva. Se diría que en la profundidad de la conciencia se enciende una llama. El hombre se ve tal como es. Descubre su egoísmo, su codicia, sus errores de juicio, su orgullo. Se pliega al cumplimiento del deber moral. Procura adquirir humildad intelectual. De esta manera se abre ante él el reino de la Gracia…

Poco a poco se produce un apaciguamiento interior, la armonía entre las actividades nerviosas y morales, una mejor resistencia respecto a la pobreza, la calumnia, las zozobras, la capacidad de soportar sin flaquezas la pérdida de familiares, el dolor, la enfermedad, la muerte. Así, el médico que ve a un enfermo se pone a orar para tener éxito. La calma engendrada por la plegaria constituye una poderosa ayuda para la terapéutica.

Sin embargo, no debe asimilarse la plegaria a la morfina. Porque aquélla determina, junto con la calma, la integración de las actividades mentales, una especie de floración de la personalidad. A veces el heroísmo. La oración marca a sus fieles con un sello particular. La fuerza de la mirada, la tranquilidad del porte, la serena alegría de la expresión, la virilidad de la conducta y, cuando es necesario, la simple aceptación de la muerte del soldado o del mártir, traducen la presencia del tesoro oculto en el fondo de los órganos y del espíritu.

Bajo esta influencia incluso los ignorantes, los retardados, los débiles, los mal dotados utilizan mejor sus fuerzas intelectuales y morales. Pareciera que la plegaria elevara a los hombres por encima de la estructura mental que es la suya por herencia y por educación. Ese contacto con Dios los impregna de paz. Y la paz irradia de ellos. Y llevan paz dondequiera que van. Mas, por desgracia, no hay al presente sino una ínfima cantidad de individuos que sepan orar de manera efectiva.

Significación de la plegaria

En suma, las cosas ocurren como si Dios escuchara al hombre y le respondiera. Los efectos de la plegaria no son una ilusión. No hay que reducir el sentido de lo sagrado a la angustia experimentada por el hombre frente a los peligros que lo rodean o ante el misterio del universo. Ni hacer simplemente de la plegaria una pócima tranquilizante, un remedio contra nuestro miedo al sufrimiento, las enfermedades y la muerte.

¿Cuál es entonces el significado del sentido de lo sagrado? ¿Y qué lugar la naturaleza le asigna a la plegaria en nuestra vida? De hecho, ese lugar es muy importante. En casi todas las épocas, los hombres de Occidente han orado. La Ciudad era antiguamente sobre todo una institución religiosa. Los romanos elevaban templos por doquier. Nuestros antepasados de la Edad Media cubrieron de catedrales y de capillas góticas el suelo de la cristiandad. Aun en nuestros días por sobre la altura de todos los pueblos se destaca un campanario. Por medio de las iglesias así como mediante universidades y fábricas, los peregrinos llegados de Europa instauraron en el nuevo mundo la civilización de Occidente.

En el curso de nuestra historia, orar ha sido una necesidad tan elemental como la de trabajar, la de conquistar, construir o amar. En realidad, el sentido de lo sagrado parece ser un impulso venido de lo más profundo de nuestra naturaleza, una actividad fundamental. Sus variaciones en un grupo humano están casi siempre unidas a las de otras actividades básicas, el sentido moral y el carácter, y a veces el sentido de lo bello. Esta parte tan importante de nosotros es la que hemos permitido que se atrofiara y a menudo que desapareciera.

Es preciso recordar que el hombre no puede sin peligro conducirse según le plazca a su fantasía. Para salir triunfante, la vida debe ser llevada de acuerdo a las reglas invariables que dependen de su estructura misma. Corremos un grave riesgo cuando dejamos morir en nosotros alguna capacidad fundamental, sea ésta de orden físico, intelectual o espiritual. Por ejemplo, la falta de desarrollo de los músculos, del esqueleto y de las capacidades no racionales del espíritu de algunos intelectuales es tan desastrosa como la atrofia de la inteligencia y del sentido moral de ciertos atletas.

Existen innumerables ejemplos de familias prolíficas y fuertes que no produjeron más que degenerados o se extinguieron tras la desaparición de las creencias ancestrales y del culto del honor. Hemos aprendido, merced a una dura experiencia, que la pérdida del sentido moral y del sentido de lo sagrado en la mayoría de los elementos activos de una nación conduce a la decadencia de esa nación y a la sujeción al extranjero. La caída de la antigua Grecia fue precedida de un fenómeno análogo. Desde todo punto de vista, la supresión de las actividades mentales queridas por la naturaleza es incompatible con el triunfo de la vida.

En la práctica, las capacidades morales y religiosas van unidas unas a otras. El sentido moral se desvanece poco después que el sentido de lo sagrado. El hombre no ha logrado construir, como lo quería Sócrates, un sistema moral independiente de toda doctrina religiosa. Las sociedades en que la necesidad de orar desaparece no están por lo general muy alejadas del comienzo del proceso de degeneración. Por ello, todos los seres civilizados –tanto los no-creyentes como los creyentes- deben interesarse en ese grave problema del desarrollo de cada una de las actividades básicas de las que el hombre es capaz.

¿Por qué razón el sentido de lo sagrado juega un papel tan importante en el triunfo de la vida? ¿Por medio de qué mecanismo actúa la plegaria sobre nosotros? Aquí dejamos el terreno de la observación para adentrarnos en el de la hipótesis. No obstante la hipótesis, por aventurada que sea, es necesaria para el progreso del conocimiento.

Debemos recordar en primer lugar que el hombre es un todo indivisible compuesto de tejidos, de líquidos orgánicos y de conciencia. Este hombre se cree un conjunto independiente de su medio material, es decir, del universo cósmico, aun cuando en realidad sea inseparable. Lo es porque está ligado a ese medio por su necesidad incesante del oxígeno del aire y de los elementos que proporciona la tierra.

Por otra parte, el cuerpo viviente no queda comprendido por entero en el continuo físico. Se compone de espíritu tanto como de materia. Y el espíritu, aun cuando reside en nuestros órganos, se prolonga más allá de las cuatro dimensiones del espacio y del tiempo. ¿No nos ha sido dado creer que habitamos a la vez un mundo cósmico y un medio intangible, invisible, inmaterial, de naturaleza semejante a la conciencia, pero que no logramos transitar sin peligro más que el mundo material y humano?

Ese medio no sería otro que el ser inmanente en todos los seres, lo que a todos nos trasciende y que llamamos Dios. Se podría así comparar el sentido de lo sagrado a la necesidad de oxígeno. Y la plegaria tendría cierta analogía con la función respiratoria. Aquélla debiera entonces ser considerada como el agente de las relaciones naturales entre la conciencia y su medio propio. Como una actividad biológica dependiente de nuestra estructura. En otras palabras, como una función normal de nuestro cuerpo y nuestro espíritu.

(De “El poder de la plegaria”-Editorial Leviatán-Buenos Aires 1985)

miércoles, 10 de enero de 2024

Resentimiento

La persona que odia, o que todavía tiene capacidad para odiar, tratará de autoprotegerse de ese autocastigo descalificando o despreciando a las personas odiadas. También podrá buscar alguna forma de venganza ante el mal recibido, mientras tanto seguirán en su mente persistiendo los hechos que motivaron su actitud adversa, lo que puede denominarse como "resentimiento".

El resentimiento se asocia a la imposibilidad de venganza o de superación del odio, y, por supuesto, a la imposibilidad del perdón o del abandono de la actitud que mantiene vigente la capacidad de odiar, en lugar de dedicar mente y pensamientos hacia los aspectos positivos que nos ofrece la vida. Emilio Mira y López escribió: “Max Scheler ha sido quien con mayor clarividencia ha analizado este complejo y deletéreo estado anímico, en el que muchas personas se resecan y carcomen, en una tortura peor que la más infernal de las imaginadas venganzas. Pone de manifiesto ese gran pensador que se requieren tres condiciones para que el odio engendre el resentimiento:

1- Que se haya alimentado una probabilidad de triunfo sobre lo odiado.
2- Que ésta se haya perdido por falta de coraje.
3- Que el sujeto, que siente una sed sin esperanza de venganza, perciba su inferioridad y no se conforme con ella, odiándose tanto o más de lo que primitivamente se odió.

En tales condiciones nada puede, ya, hacerse para devolverle la paz «desde fuera», puesto que su rabia crece y se magnifica por autoinducción. Cualquier gesto de generosidad, conciliación o complacencia sólo sirve para empeorar el resentimiento; la única salvación sería borrar el pasado u olvidarse de sí mismo, mas una y otra condiciones son prácticamente imposibles de logro y por ello la persona resentida se comporta, al parecer, masoquísticamente, aumentado sin cesar los motivos de su sufrimiento, cual si quisiera expiar su cobardía o su ineptitud para lograr la reparación de su vulnerable «yo»” (De “Cuatro gigantes del alma”-Librería El Ateneo Editorial-Buenos Aires 1957).

Max Scheler escribió: “La persona resentida siente como mágica la atracción hacia fenómenos como la alegría de la vida, el lustre, el poder, la dicha, la riqueza, la fuerza; no puede pasar junto a ellos sin contemplarlos («quiera» o no). Pero al mismo tiempo le atormenta en secreto el deseo de poseerlos, deseo que ella sabe es «vano»; y esto determina a su vez una deliberada voluntad de apartar la mirada de ellos, un huraño afán de prescindir de ellos, de desviar la atención de eso que atormenta su alma, afán bien comprensible por la teleología de la conciencia”.

“El progreso de este movimiento interior conduce, en primer término, a una característica falsificación de la verdadera imagen del mundo. El mundo de la persona resentida recibe una estructura muy determinada en su relieve de los valores vitales, cualesquiera que sean los objetos que aquella persona tome en cuenta. A medida que esta desviación vence sobre la atracción de valores positivos, la persona se hunde (con omisión de los valores intermedios y de tránsito) en los males opuestos a aquéllos, males que ocupan un espacio cada vez mayor en la esfera de su atención valorativa”.

“Hay en esa persona algo que quisiera injuriar, rebajar, empequeñecer, y que hace presa, valga la palabra, sobre toda cosa en que puede desfogarse. De este modo, «calumnia» involuntariamente la existencia y el mundo, para justificar la última constitución de su vida valorativa” (De “El resentimiento en la moral”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1938).

Por lo general, las masas tienden a culpar a un imperialismo extranjero por todos sus males ante la intensa proclama de algún líder populista. No se conforman con odiar a una persona, o unas pocas, sino a toda una nación. De ahí que cada éxito logrado por algún habitante del “imperio” sea un motivo más de infelicidad y de autocastigo. Cuando alguien intenta evitar que un individuo malogre su vida de esa forma, tratará de hacerle ver que en realidad el imperialismo no es tan malo como se piensa, o bien que no es tan culpable de nuestros males como se cree. Luego, el resentido ha de considerar a quien trata de sacarlo de su deplorable estado como un “traidor” a favor del imperialismo extranjero, por lo cual ya no tendrá efecto la ayuda mencionada.

El resentimiento es una actitud que implica tanto un aspecto emocional como cognitivo. Rafael Echeverría escribió: “Cuando los seres humanos luchamos contra lo que no podemos cambiar, cuando demostramos incapacidad para aceptar lo que hemos llamado las facticidades de la vida, generamos un espacio dentro del cual es fácil que se desarrolle el resentimiento. No estamos diciendo que el resentimiento sólo sea una resistencia a las facticidades de la vida. Para crear resentimiento se necesita más que el rechazo a lo que no se puede cambiar”.

“¿Qué es el resentimiento? Este estado de ánimo puede ser reconstruido en términos de una conversación subyacente en la cual interpretamos que hemos sido víctimas de una acción injusta. Una conversación que sostiene que teníamos el derecho moral a obtener algo que nos fue negado o que simplemente merecíamos algo mejor de lo que obtuvimos. Alguien se interpuso impidiendo que obtuviéramos lo que merecíamos, negándonos posibilidades a las que consideramos que teníamos derecho. Alguien, por lo tanto, aparece en nuestra interpretación como culpable por lo que nos sucede”.

“En su reconstrucción lingüística detectamos el juicio en que alguien nos cerró determinadas posibilidades en nuestra vida, como también el juicio de que ello es injusto. Este alguien podría ser una persona, un grupo de personas, toda una clase de individuos (por ejemplo, todos los hombres, todas las mujeres, los jefes, los inmigrantes, los hispánicos, los judíos, los negros, los gitanos, etcétera). Se podría culpar incluso al mundo entero o a la vida como un todo” (De “Ontología del lenguaje”-Dolen Ediciones-Santiago de Chile 1995).

Las distintas tendencias políticas responden a diferentes actitudes personales subyacentes. De ahí que el resentimiento sea promovido por las tendencias populistas y totalitarias para ganar adeptos. Se trata de elegir a un sector para atribuirle todas las culpas, ya sea se trate de los judíos, la burguesía o la oligarquía. Es por ello que el afianzamiento de la paz y la democracia se ha de lograr, no tanto con la promoción de una buena política, sino con el adecuado diagnóstico psiquiátrico de ciertas debilidades psicológicas proyectadas a un nivel masivo. El “secreto” para lograr un fracaso definitivo implica culpar a los demás por todos nuestros males impidiendo intentar algún cambio favorable.

El citado autor agrega: “Pero el resentimiento suele no detenerse allí. Además de los juicios subyacentes en los que podemos reconstruirlo, descubrimos también una declaración (o una promesa que nos hacemos a nosotros mismos). Sea quien sea el que hacemos responsable de la injusticia que se nos ha hecho, tarde o temprano pagará. En cuanto sea permitido, se hará justicia. Podrá tomar tiempo, pero llegará el momento en que nos vengaremos o alguien (¡Justicia divina!) nos vengará. El espíritu de la venganza es un subproducto habitual del resentimiento”.

La peligrosidad del líder que disfraza sus verdaderas intenciones resulta mayor que la de quienes abiertamente promueven ideas erróneas. “El estado de ánimo de resentimiento se acerca al de la ira. La principal diferencia reside, sin embargo, en que la ira se manifiesta abiertamente. El resentimiento, por el contrario, permanece escondido. Se mantiene como una conversación privada. Crece en el silencio y rara vez se manifiesta directamente”.

Mientras los profetas bíblicos se inspiran en Dios como el creador del hombre y que, como tal, establece leyes estrictas, surgiendo como resultado de tal contemplación la sugerencia ética del amor al prójimo, los profetas del resentimiento, por el contrario, reemplazan a Dios por algún político o algún filósofo que propone sus propias leyes, y de ahí que buscan objetivos opuestos a la actitud cooperativa, llenándolos de resentimiento como paso previo a la construcción de una sociedad utópica, ya que el resentimiento y el odio justificarán plenamente la realización de tal sociedad. Rafael Echeverría escribe al respecto: “El resentimiento se presenta siempre como fruto de una reacción desactivada, una reacción que no se efectúa, que se refrena, se contiene. Éste es su principal aspecto: ante una acción determinada, no se reacciona, pero la reacción es sentida, y este sentimiento de la reacción suple a la reacción misma”.

“Es importante ver bien la complejidad del asunto. Lo aparentemente usual es que la gente reaccione actuando; aunque es también habitual que ante una determinada excitación (en sentido muy general: una agresión del prójimo, verbal o física; una cierta presión del medio en que uno se encuentra; una determinada exigencia que flota en el aire…) el individuo no reacciona, y esta actitud puede deberse a factores muy distintos: quizá no haya percibido la acción o, habiéndola percibido, no la sienta amenazante o perturbadora; tal vez la fortaleza del individuo sea tal que la pretendida agresión no suponga para él más que la molestia de una mosca impertinente («no ofende quien quiere, sino quien puede»); puede que se encuentre en un mundo distinto de aquel del que procede la acción (aunque así lo parezca, no todos deambulamos por el mismo mundo, por el mismo tejido de valores y de jerarquía de valores)”.

“El resentimiento, por el contrario, se da cuando se combinan dos elementos aparentemente contradictorios: la reacción y su no efectuación. Entendiendo la reacción como un tipo de acción (acción de respuesta, de rebote, de reflexión), el resentimiento aparece como el extraño producto de una reacción que no es acción, brota de una reacción que persiste como tal sin descargarse, de una reacción que queda fijada, como petrificada, sin perder por ello nada de su fuerza original”.