martes, 23 de enero de 2024

La locura de la compulsión

Entre los aspectos a considerar, asociados a la libertad de los seres humanos, aparece la necesaria inexistencia de presiones o compulsiones para orientar los pensamientos y las acciones individuales. Tales presiones equivalen a comprimir un resorte que, en cualquier momento, volverá a su posición original. De ahí que siempre será conveniente el previo conocimiento de las diversas situaciones, por parte de todo individuo, para que sus decisiones se establezcan sin ninguna, o muy poca, presión exterior.

Esta postura resulta del todo opuesta a la promovida por los sectores socialistas, ya que éstos suponen que, sin la presión ejercida desde el Estado, los seres humanos se moverán en un ámbito de caos y desorden. Rechazan la existencia de un orden social espontáneo y abogan por un "orden artificial" impuesto por los políticos que dirigen al Estado.

Aun los políticos motivados por las mejores intenciones, parecen presuponer que sus decisiones, desde el Estado, serán suficientes para orientar a la sociedad en el buen sentido, es decir, el que promueve una mejora generalizada de la situación. Sin embargo, olvidan la existencia de cierta inercia mental en la sociedad que tiende a limitar los efectos de las correctas decisiones de los gobiernos. Este es el caso argentino, en donde se vislummbra una posible mejora generalizada, aunque limitada por una mentalidad poco acorde con la ética necesaria para salir de la crisis. En este sentido, es acertado el intento de Javier Milei por promover el necesario cambio en la mentalidad imperante.

Desde el liberalismo se critica la tendencia a concentrar la ayuda social en el Estado, no porque se trate de una postura que se desinterese por la seguridad de cada integrante de la sociedad, sino porque se considera que tal función debe recaer principalmente en individuos particulares y en las instituciones de ayuda social privadas. La justificación de tal postura deriva de los resultados logrados en los distintos países y en las distintas épocas. Cuando el Estado se autoproclama como la institución que ha de monopolizar toda forma de ayuda social, tiende a restringir severamente toda iniciativa individual favoreciendo que la sociedad se oriente a un conjunto de personas desinteresadas en los demás por cuanto la solidaridad ha sido “confiscada” por el Estado. De ahí que el rol del Estado debería ser supletorio en lugar de monopólico.

El proceso generalizado de cobrar impuestos en forma no voluntaria, parte de un proceso similar a un robo. De ahí que esto sea un indicio de que tal proceso no resulta compatible con la ética natural elemental. De todas formas, como el comportamiento general de los integrantes de la sociedad no resulta tampoco compatible con tal ética, es posible que los problemas se resolverán parcialmente con procedimientos poco éticos. Al menos es oportuno tenerlo presente.

Se menciona a continuación parte de un artículo de Leonard E. Read en el cual se pone énfasis en la necesidad de la ausencia de compulsión que debería predominar en toda sociedad:

LA LOCURA DE LA COMPULSIÓN

Si para Aristóteles era obvio que la compulsión es contraria a la naturaleza, ¿por qué, entonces, no lo es para nosotros? Si fuera evidente, la cantidad de sujetos que obran en oposición a la naturaleza sería menor. Esta razón es suficiente para reflexionar acerca de este problema, por cierto, el más serio de todas las cuestiones sociales.

En el ámbito de la psicopatología, la compulsión se define como “un impulso irresistible de realizar algún acto irracional”. En la patología de la vida diaria hay numerosos ejemplos de programas compulsivos; alimentación para familias de bajos ingresos, seguridad social, control de precios, fijación de salarios mínimos, horarios de labor, aranceles, etc.

¿Cuántos actos irracionales se cometen asiduamente en la sociedad en que vivimos? Cuenten, si pueden, las personas que abogan por imponer compulsivamente un determinado privilegio especial, que luego multiplican por el número de coerciones necesarias para hacer valer las nuevas prebendas –quizás cientos-, y allí encontrarán la respuesta. El ejercicio repetido de la coacción es una afrenta denigrante de la naturaleza.

Aristóteles tenía absoluta razón cuando manifestó que la compulsión es contraria a la naturaleza. Nadie, que yo sepa, la ha definido con mayor agudeza que Goethe: “La naturaleza no se vale de bufonadas: siempre es verdadera, seria y severa: siempre es correcta; los errores y los defectos siempre son humanos. Desprecia al hombre incapaz de apreciarla, pero se somete y revela sus secretos al apto, al puro y al verdadero”.

Goethe, al igual que antes Spinoza, utilizó el término "naturaleza" como sinónimo de Dios (justicia divina). La compulsión, en consecuencia, se opone al concepto más elevado, o sea, es contraria a la voluntad de Dios.

Es evidente que los actos irracionales se fundan en impulsos irrefrenables. Si quienes los cometen pudieran resistir a tales impulsos, sin lugar a dudas, no procederían de ese modo. La razón por la cual no pueden dominar esos instintos reside en la falta de percepción y visión para descubrir dónde están sus intereses. Los que ignoran este hecho consideran ganancia a todo lo que pueden tomar compulsivamente de los demás, desconociendo por completo que este procedimiento acabará empobreciéndolos a ellos tanto como al resto de sus congéneres.

Todas las "ganancias" obtenidas mediante un procedimiento político compulsivo, comparable a un acto de pillaje, primero ocasionan pérdidas a las víctimas, es decir, a quienes han sido despojados. Pero, la cuestión no termina allí. Cuando los gobiernos inician procesos de redistribución, seguramente se producirán determinadas consecuencias. Los costos del Estado superan lo que puede recaudarse mediante impuestos visibles, la inflación surge y el dinero pierde paulatinamente su poder adquisitivo.

Si estos individuos irracionales actuaran conforme al orden de la naturaleza y guiados por el sabio interés personal, se percatarían de que quienes ganan más son los que sirven mejor. Dar y recibir, la reciprocidad, son dos caras de la misma moneda económica y moral. Si estuvieran dotados de este entendimiento, no se verían impulsados a cometer actos irracionales. ¡Cuánto mejor económicamente estaría la comunidad entera!

La compulsión, la peor de todas las locuras sociales, proviene de actos personales necios, contrarios a la naturaleza. Las observaciones de Goethe acerca de la naturaleza, si se comprende bien, iluminarán el camino de los que quieren aprender.

(Extractos de "Ideas sobre la libertad" Número 37-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Julio/1979)

1 comentario:

agente t dijo...

En Argentina como en el resto de los países de tradición católica se delega en el Estado la asistencia social porque éste es el heredero laico del papel que antaño desempeñaba la Iglesia en ese campo. Y es lógico que allí donde fue desposeída de sus bienes tras la Reforma el rol caritativo que aquéllos llevaban aparejado haya pasado a los particulares, tal como sucede en las naciones de credo mayoritario protestante.