martes, 30 de enero de 2024

El totalitarismo teológico

De la misma forma en que hay sectores de una sociedad que son convencidos ideológicamente por líderes políticos totalitarios, existen también sectores que son convencidos por líderes religiosos que promueven el totalitarismo teológico. Incluso se ha llegado al extremo de negar la palabra a aquellos ciudadanos que advierten los serios peligros que cualquier forma de totalitarismo acarrea. Así, en un video por Internet aparece un parlamentario, posiblemente español, hablando a su pares acerca de los peligros que se vislumbran con el avance del islamismo mientras que la persona que preside la sesión le obliga a callar, o a terminar su discurso.

Algo similar ocurrió hace algunos años atrás cuando la periodista Oriana Fallaci, que escribía acerca del comportamiento y planes del islamismo en Italia y Europa, prácticamente es obligada a emigrar de su país por el hecho de oponerse a la conquista mental europea por parte del sector musulmán.

Toda religión que resulte incompatible con la ley natural, y con la ética natural elemental, no puede denominarse religión, y mucho menos una supuesta religión que apunta a la conquista mental y material de otros seres humanos combatiendo contra quienes pertenecen a otras religiones, o bien a ninguna.

A continuación se transcribe un artículo al respecto:

MIEDO DE CRITICAR EL FUNDAMENTALISMO ISLÁMICO

Por Marcos Aguinis

La humanidad va aprendiendo. En gran parte del planeta ya no es aceptable la discriminación por raza, etnia, religión o sexo. Tampoco gusta el elogio de la guerra. No obstante, en extensas porciones subsisten esos males. ¡Y cómo!

El aprendizaje, realizado sobre todo en Occidente, ha conducido, sin embargo, a exageraciones negativas. Fueron tan gravosas y estúpidas las guerras de religión, por ejemplo, que existe una equivocada restricción a criticar manifestaciones religiosas incivilizadas.

En el pasado, la religión fue motivo de fervorosas rivalidades. Ahora, la mayoría de ellas promueve el diálogo, la solidaridad y la paz. En el variopinto mapa titila un caso diferente: el islamismo. Quizás convenga señalar que ayudaría a entendernos la diferencia entre la religión del islam y la ideología del islamismo. Implica conferir a estas dos categorías algo que no se aplicaría al cristianismo, ni al judaísmo, ni al shintoísmo, ni al budismo, ni al hinduismo, porque funcionan sólo como la fe desprovista de agresividad e intenciones opresivas. El islamismo, en cambio, las tiene en grado sumo.

El islamismo no se conforma con el ejercicio de la fe, sino que aspira a imponerse por medios violentos incluso y forzar la práctica universal de la sharía. Ha resucitado aspiraciones que corresponden a un pasado que ya no calzan en la modernidad.

Hasta no hace mucho el cristianismo también padeció esa patología. Pero también prueba cuánto ha ganado al abandonar esa utopía de dominación. El islamismo, en cambio, pareciera vivir en la Edad Media. O una parte tenebrosa de la Edad Media, porque en vastas zonas con predominio del islam hubo una relativa convivencia pacífica, como en España y la Mesopotamia. Ahora sufrimos decepción por su fanatismo excluyente, respaldado por porciones del texto sagrado. Exaltan la muerte por sobre la vida, la guerra sobre la paz, la uniformidad por sobre el pluralismo. Esta prédica no surge de comités políticos ni de sectas clandestinas, sino de innumerables mezquitas. Los imanes y ulemas, en vez de predicar la convivencia, exaltan la confrontación. Aspiran con mente alucinada a reconstruir el califato de tiempos idos e imponer la sharía, especialmente en sociedades que han desarrollado tradiciones y culturas que no aceptan muchas de sus normas.

Este trágico enfrentamiento no es denunciado con palabras firmes. Se teme volver a las discriminaciones religiosas que fueron tan graves en Occidente. Y, de este modo, se deja crecer la peor de las corrientes discriminatorias que actualmente representa el alienado islamismo. Encogerse ante su agresivo avance, es traicionar nuestra propia dignidad.

Para hacer más ilustrativa esta situación, brindaré una anécdota triste y humorística a la vez. En una parada de taxis, en Londres, un musulmán devoto ingresa al auto. Una vez sentado, pide al taxista que apague la radio para no oír música, tal cual lo prescribe su religión, dice, porque en tiempos del Profeta no había música, y menos música occidental, que es la música de los infieles. El chofer del taxi educadamente apaga la radio, se baja del auto, se dirige a la puerta del lado del pasajero y la abre. El hombre pregunta: "¿Qué está haciendo?". Respuesta del taxista: "En el tiempo de su Profeta no había taxis, por eso bájese y espere el próximo camello".

Tampoco en el tiempo del Profeta había alcantarillas, ni servicios sanitarios, ni hospitales, ni aviones, ni aire acondicionado, ni antibióticos, ni electricidad, ni imprenta, ni cine. ¿Todo eso debería ser prohibido? ¿Para ser un buen musulmán es necesario habitar en carpas? Claro que no, responderían, porque en los países con férreo régimen musulmán existen muchos de esos objetos. ¿Entonces? Entonces ocurre que se realiza una selección. Una selección que confiesa su arbitrariedad.

El gobierno de Aceh, una provincia autónoma en el norte de Sumatra, Indonesia, país que no es considerado muy discriminatorio en el mapa del islamismo, acaba de aprobar una ley que exige a todos los ciudadanos musulmanes y no musulmanes, a obedecer la sharía. La sharía es la ley islámica que, entre otras cosas, prohíbe beber alcohol, comer cerdo, obliga a cubrirse el cabello a las mujeres, castiga con la pena de muerte el adulterio, la apostasía y la conversión al cristianismo, el testimonio de un hombre vale más que el de dos mujeres en un juicio.

Estas disposiciones vulneran radicalmente la democracia, la libertad y la igualdad de género. Además, esa ley prohíbe llevar collares con cruces o símbolos cristianos, así como también castiga la posesión de Biblias. No es menos retrógrado que se obligue a pagar un impuesto a los dhimmies (judíos y cristianos), la yizya, para que se los proteja de la espada del islam y se les permita vivir en la región.

Interesa, por ser más ilustrativo, este aditamento a esa disposición: toda persona que haya bebido alcohol o haya transgredido los códigos de conducta moral islámica, sea residente o turista, será castigado con seis a nueve azotes con vara. Tres violaciones del código de vestimenta (por ejemplo, las mujeres que no se cubran la cabeza) recibirán nueve latigazos.

Nos hemos habituado a escuchar sobre los suicidas musulmanes. La religión del islam tiene suficientes suras, magníficas de verdad, para condenarlos. Pero muchos imanes y ulemas martillan en sentido opuesto. No los motiva el amor ni la fe, sino el odio. Y el odio a sí mismos en muchos casos. Existe ejemplos de jóvenes suicidas que pudieron ser frenados y que, no obstante saber que su objetivo de masacre fracasaría, continuaron adelante hasta caer muertos.

No piensan que los otros también son criaturas de Alá, que son sus hermanos bajo la sombra de Dios, sino un recurso egoísta que les da el privilegio de quitarse la propia vida. Un suicida palestino dejó el siguiente mensaje: "Alá, llévame hacia ti; tus siervos me lo han estado haciendo duro para mí". Es decir, ni siquiera se refería a sus víctimas israelíes, sino a su propia familia o su propio círculo.

Estos suicidas deberían ser condenados hasta después de muertos, porque constituyen un ejemplo maligno. Pero ocurre a la inversa: su matanza es celebrada. Plazas y calles son bautizadas con sus nombres por decisión de la Autoridad Palestina. En lugar de considerarlos pobres víctimas de enseñamzas detestables y adalides del camino erróneo, los convierten en héroes que deben ser imitados.

Sahar Gul, una niña afgana de doce años, fue vendida en matrimonio por cinco mil dólares, como es tradicional donde impera la sharía. Padeció horrores en el nuevo hogar, porque los familiares de su marido la encadenaron en el sótano, la golpearon con tubos de hierro y le arrancaron las uñas cuando se negó a prostituirse para ellos. Cuando este caso pasó a la justicia, la sentencia que condenaba a sus agresores quedó reducida a un año. Peor aún, la Cámara Baja del Parlamento afgano acaba de aprobar un proyecto de ley que prohibiría a los familiares de los agresores testificar ante un tribunal. Esto impediría que se hiciera justicia con innumerables niñas y mujeres sometidas a situaciones análogas. Por Internet se lanzó una campaña estinada a reunir un millón de firmas para detener esta funesta iniciativa.

La crítica contra la plaga del islamismo debería contar con musulmanes dignos y valientes, dispuestos a defender su fe de las distorsiones sádicas que tanto la perjudican. Quienes no somos musulmanes, pero respetamos las porciones magníficas del islam, debemos acompañarlos con firmeza.

(De "Incendio de ideas"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2017)

1 comentario:

agente t dijo...

El islamismo priva a las personas de ambos sexos que caen bajo su dominio a su derecho a la libertad, a la igualdad y al necesario laicismo de las administraciones públicas. Considerar que todo ello es aceptable en razón de la diversidad o del relativismo cultural es una abdicación de los principios ilustrados y una colaboración con el totalitarismo. Por otra parte, no se puede dejar de ejercer el derecho a la libertad de expresión mediante la crítica razonada de los postulados islamistas en defensa de los valores democráticos y humanistas, procurando no dejar confundir este derecho elemental con una supuesta islamofobia dirigida en contra de los musulmanes, tal como intenta hacerse desde posturas buenistas o relativistas.