miércoles, 29 de octubre de 2014

Coherencia lógica vs. dialéctica

Cuando se describe un fenómeno natural, no se presentan inconvenientes excepto el de tener que decidir cuál descripción, de todas las realizadas, se acerca más a la verdad. Por el contrario, cuando se describe en forma unificada varios fenómenos, debe tenerse presente la necesaria coherencia lógica que ha de sustentar el sistema descriptivo en cuestión. Por lo general, los sistemas cognitivos compatibles con la realidad “heredan” la coherencia interna de los fenómenos descriptos. De ahí que todo sistema verdadero ha de ser consistente, o sin contradicciones, aunque no pueda asegurarse que lo inverso sea válido, ya que se han construido teorías axiomáticas coherentes que no se adaptan a la realidad. Georg F. Nicolai escribió:

“El hombre natural tenía la idea natural de que la realidad es real –que yo soy yo, tú eres tú y un árbol es un árbol. Esta opinión que, como E. Mach anota juiciosamente, tiene todavía cada niño normal, condujo al hombre, después de algunos rodeos, a la ciencia. Luego se le ocurrió que sus ideas podrían ser más reales que la realidad real, lo que le llevó a sistemas abigarrados y complicados que, en su conjunto, forman la filosofía natural con sus ramificaciones materialistas, espirituales e idealistas. Pero, como a la larga, no se podía ocultar que las ideas de los hombres resultan a menudo dudosas y aún falsas, algunos volvieron arrepentidos al realismo primitivo y con eso a la ciencia; mientras que la mayoría, no sintiéndose con fuerza suficiente para abandonar sus predilecciones filosóficas, inventó, para justificar los errores y disipar dudas legítimas, la dialéctica, que desde entonces se yergue siempre que una generación desespera de la ciencia”.

“La ciencia es una –con otras palabras, hay sólo un método científico: el de las ciencias naturales. Sólo por este camino se llega a proposiciones que son obligatorias para todos los hombres –sólo la ciencia puede terminar con las controversias- sólo la ciencia significa la paz”. “La dialéctica no cuadra con la ciencia –si, con Schopenhauer, no se ve en ella más que un ameno intercambio de opiniones (lo que realmente de vez en cuando ayuda a la comprensión), ella es inofensiva e indiferente. En cada forma especial y, más que nada, en la de Hegel-Marx, ella es diametralmente opuesta a la ciencia; llamar a tal método «científico», es pura mistificación”.

“Entre las diferentes corrientes que forman el espíritu de una época, hay siempre dos esenciales: una que mira al futuro y podría hacer adelantar a la humanidad, y otra que mira hacia el pasado y, siendo en el sentido estricto de la palabra reaccionaria, quiere aproximarnos otra vez al nivel animal. Son la corriente científica y la dialéctica” (De “Miseria de la dialéctica”-Ediciones Ercilla-Santiago de Chile 1940).

La dialéctica es el método utilizado por el marxismo. Al ser incompatible con la lógica, se la considera como parte de la historia de la filosofía. Sin embargo, desde el punto de vista marxista, la lógica científica queda ubicada en un nivel inferior. José Ferrater Mora escribió: “La noción de dialéctica, el método dialéctico y, a veces, la titulada «lógica dialéctica» son centrales en el marxismo”. “El uso de la dialéctica permite, en efecto, al entender de estos autores (Engels, Lenin, Stalin), comprender el fenómeno de los cambios históricos (materialismo histórico) y de los cambios naturales (materialismo dialéctico). Todos estos cambios se hallan regidos por las «tres grandes leyes dialécticas»: la ley de la negación de la negación, la ley del paso de la cantidad a la cualidad, y la ley de la coincidencia de los opuestos. Tales leyes permiten, al entender de los marxistas, afirmar ‘S es P’ y negar a la vez ‘S es P’, pues señalan que si ‘S es P’, puede ser verdadero en el tiempo t, pero puede no ser verdadero en el tiempo t1. Varios autores han argüido al respecto que esto representa únicamente la afirmación conjunta de contrarios, pero no de contradictorios. Los marxistas «oficiales», sin embargo, han insistido en que las leyes de la dialéctica citadas representan una verdadera modificación de las leyes lógicas formales y que, por lo tanto, los principios de identidad, de contradicción y de tercio excluso no rigen en la lógica dialéctica. Por ese motivo la lógica formal (no dialéctica) ha sido o enteramente rechazada o considerada como una lógica de nivel inferior, apta solamente para describir la realidad en su fase estable” (Del “Diccionario de Filosofía”–Editorial Ariel SA-Barcelona 1994).

Mientras que los científicos buscan errores en las teorías vigentes, tratando de perfeccionarlas, los marxistas suponen haber encontrado leyes supra-científicas de validez indiscutible, el Islam prioriza la sabiduría (el Corán) sobre el conocimiento (ciencia) y desde la teología católica se afirma que algunos elegidos, mediante la fe, poseen conocimientos vedados al resto de los mortales. De ahí que la falta de entendimiento se agudiza ante quienes se ubican en un lugar superior sin ser capaces de mostrar concretamente su superioridad.

Mientras que la ciencia experimental adopta tácitamente la suposición de que las leyes naturales son invariantes en el tiempo, el marxismo admite que algo que es verdadero en el tiempo t, puede resultar falso en un tiempo posterior t1, según se dijo. Esta actitud resulta ser anticientífica en lugar de ser científicamente errónea. Que las leyes naturales sean invariantes no implica que no exista el cambio en la naturaleza. Así, las leyes de la evolución biológica tienen validez en todas las épocas (no cambian) mientras que describen fenómenos naturales en donde el cambio es lo característico.

El uso de la dialéctica, en lugar de la lógica y del razonamiento, implica que, en lugar de advertirse una catástrofe social antes de que suceda, se procede a aplicarla aunque los efectos recaigan sobre hombres inocentes que serán usados para experimentar las diversas utopías socialistas. Edmund Globot escribió: “La inteligencia procede también por tanteos. Su trabajo no es sino una serie de ensayos y eliminaciones. Pero, en vez de intentar acciones destinadas al fracaso, la inteligencia ensaya en el pensamiento y en él reconoce el fracaso de esos ensayos. Reduce así a un pequeño número las empresas efectivas; se embarca en las que tienen probabilidades de lograrse (razonamiento inductivo); descubre a veces la única que puede tener éxito (razonamiento deductivo). Los procedimientos de la inteligencia son los de la selección, pero de una selección que mata ideas e hipótesis en vez de matar seres vivos” (Del “Tratado de Lógica”-Editorial Poblet-Madrid 1929).

El método dialéctico en realidad puede servir tanto para demostrar algo como también su opuesto. “La especialidad de los sofistas, y más tarde de Hegel, de comprobar lo contradictorio, no desempeñó durante milenios mayor papel, aunque nunca desapareció por completo”. “Este desprecio de los fundamentos lógicos es lo que destruye más radicalmente las facultades de un hombre. Cualquiera que sea el subterfugio con que se defienda la suposición de que A puede ser también noA, ella es simplemente falsa, y quien una vez la ha aceptado puede así naturalmente, sobre el papel, comprobar todo, pero será para toda la vida incapaz de razonar” (“Miseria de la dialéctica”).

El relativismo cognitivo, asociado al marxismo, puede evidenciarse en el siguiente escrito de Leszek Kolakowski: “La importancia de un juicio se identifica literalmente con la utilidad práctica que percibe el individuo que se apropia de este juicio, como consecuencia de la influencia de ese juicio sobre su conducta. Se puede decir que un juicio es verdadero cuando por aceptarlo logramos satisfacer mejor nuestras necesidades o nuestra vida se modifica en sentido positivo. En cambio, tendemos a considerar como falso el juicio que, aceptado, influye en forma desfavorable sobre la satisfacción de nuestras necesidades o cuando el hecho de reconocer como verdadero el juicio en cuestión se sigue el fracaso de alguno de los afanes del individuo”.

“De esta doctrina se sigue que una tesis, cuyo valor lógico es relativo y depende del individuo, o mejor dicho de las circunstancias, entre ellas el momento en que se la emite, será verdadera o falsa de acuerdo al individuo o al conjunto de las necesidades que determinan sus esfuerzos en un momento dado. Por lo tanto, que algo sea verdadero no quiere decir de ningún modo que coincida con las cosas en el sentido de un modelo preexistente, con el cual nuestro conocimiento se relaciona y con el cual puede ser comparado. Ser verdadero quiere decir realizar el criterio de la utilidad” (De “Tratado sobre la mortalidad de la razón”-Monte Ávila Editores-Caracas 1969).

El ejemplo más notable de irracionalidad implica la creencia de que la propia naturaleza se rige, no por leyes causales que son descriptas por la ciencia, sino por las leyes de la dialéctica. Tal proceso implica que, si existe antagonismo entre tesis y antítesis, se espera que surja la síntesis como una verdad nueva. Luego, si existe conflicto entre burguesía y proletariado, promoviendo tal conflicto se llegará a la revolución y de ahí surgirá la “paz socialista”, como la síntesis necesaria. Por el contrario, en el mundo real, del odio promovido entre sectores en oposición nunca surge la paz, a menos que el odio desaparezca. Karl Jaspers escribió: “Es evidente que la pujanza del pensamiento marxista estriba en la falsedad radical de presentar la creencia como una presunta ciencia. De la creencia procede el fanatismo de la certeza; el nombre de ciencia proporciona la máscara. Nunca la creencia se denomina a sí misma creencia, pero se comporta como toda creencia dogmática: ciega ante todo lo que está contra ella, agresiva, incapaz de comunicación”. “Quizá esto se comprenda más fácilmente refiriéndose a la dialéctica. La dialéctica es el movimiento de oposiciones y cambios bruscos que tiene lugar en nuestro pensamiento y en las cosas mismas”. “Marx concede a la dialéctica un valor absoluto: todo es dialéctico, y añade: lo que hasta ahora ha ocurrido de un modo inconsciente pero fácticamente dialéctico, se hará ahora de un modo consciente y dialéctico, y así habrá, al mismo tiempo, libertad y necesidad”.

“Las asombrosas consecuencias de esta concepción son las siguientes: La dialéctica se torna causalidad. Las leyes de la dialéctica se conciben como leyes causales, y esta dialéctica se convierte en la única causalidad de todo cuanto acontece; quiere explicar en general los acontecimientos mediante bruscos cambios radicales, y supone que, intensificando activamente un proceso, es posible producir ese cambio. Dicho concretamente: si yo activo hasta el extremo la destrucción del mundo capitalista con sus ideologías; si activo la destrucción de la ética, de los llamados «derechos del hombre», que sólo pertenecen a la época burguesa, espero que se produzca el cambio que dará nacimiento al nuevo hombre auténticamente total. Lo destructor es lo creador. Cuando yo produzco la nada, el ser existe de por sí. Viéndolo bien, todo esto es, en teoría y en práctica, una reproducción de procedimientos mágicos investida de seudo-ciencia. La afirmación de los marxistas de poseer un saber supremo equivale a la magia” (De “La razón y sus enemigos en nuestro tiempo”-Editorial Sudamericana SA-Bs. Aires 1953).

martes, 28 de octubre de 2014

El patriotismo “políticamente incorrecto”

El amor por la patria es considerado una virtud cívica, mientras que su ausencia es bastante cuestionada. Entre las situaciones en que el patriotismo, o su ausencia, se ponen a prueba, puede mencionarse el caso de un país extranjero que ataca y pretende dominar a otro. Los héroes históricos son aquellos personajes que favorecieron la independencia respecto de una potencia colonial, o aquellos que la defendieron ante un intento imperialista. Por el contrario, los antihéroes son los traidores que se sumaron al bando agresor para intentar destruir su propia patria para favorecer su posterior dependencia.

Entre las contradicciones que muestra la Argentina encontramos la de haber pasado desde el desarrollo al subdesarrollo, algo que a muchos les resulta difícil de entender. Pero más difícil de entender es el hecho de que, cuando un argentino afirma que prefirió el triunfo de las Fuerzas Armadas nacionales sobre los guerrilleros apoyados desde Cuba y la URSS, y no al revés, sea mal mirado; de ahí que el mínimo patriotismo que debe tener una persona normal respecto de la nación en que vive y en la que ha nacido, es considerado “políticamente incorrecto”. Por el contrario, para la mayoría resulta “políticamente correcto” sentir, o declamar, que lamenta mucho que los invasores pro-soviéticos no hayan vencido militarmente a las Fuerzas Armadas locales. Tal es así que en la Casa Rosada se recuerda con un retrato a la figura emblemática que llevó adelante los intentos imperialistas del marxismo-leninismo en Latinoamérica. Juan Bautista Yofre escribió: “El Che Guevara, con su fracasada fórmula: guerrilla-revolución-triunfo-socialismo, sembraba de muerte por donde pasaba. En todos lados, lo mismo, sin reparar en los costos. Hablaba de principios morales mientras fusilaba sin desdén. De no intervención, mientras se colaba donde podía. Llegó a privilegiar una invasión con extranjeros en su propio país. Ahí está, hoy reivindicado con su imagen en la Galería de Patriotas Latinoamericanos de la Casa de Gobierno. Un mensaje tétrico para las futuras generaciones o una muestra de frivolidad suicida” (De “Fue Cuba”-Sudamericana-Buenos Aires 2014).

Si se fustiga al que muestra un patriotismo mínimo (amor a la patria), simultáneamente se ha de alabar la actitud opuesta (odio a la patria). Justamente, Ernesto Che Guevara afirmaba en 1967: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal” (Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

El “enemigo brutal”, EEUU, al estar muy lejos, geográficamente hablando, era inaccesible a la violencia guerrillera, mientras que el ciudadano no comunista, de los países “aliados al capitalismo”, era el blanco accesible del odio marxista-leninista, marcando el inicio de los conflictos de los años 60 y 70. Sin embargo, mediante la eficaz tergiversación histórica realizada por la “intelectualidad” de izquierda, se ha logrado convencer a un importante sector de la sociedad que el odio es “bueno” y que el amor es “malo”. Jean Françoise Revel escribió: “Una de las primeras observaciones de Tucídides al comienzo de la Guerra del Peloponeso, muestra la falta de curiosidad que tienen los hombres respecto de las exactitudes de los hechos, de las verdades más accesibles en materia de política y de historia, así como su capacidad para perpetuar convicciones que carecen de fundamento, que muchas veces aunque en vano, han sido reducidas a la nada por la más elemental de las informaciones” (Citado en “Por amor al odio”).

Mientras que en países normales un candidato político se avergonzaría de haber colaborado con quienes agredieron a su país y sería rechazado por el electorado, en la Argentina algunos políticos se jactan de haber participado en la guerrilla, mientras que, además, parte del electorado tiende a rechazar a quienes se desempeñaron a favor de la Nación en los momentos en que se sufrió la agresión militar. El Estado nacional ha encarcelado a gran cantidad de militares por el solo hecho de haber cumplido con su misión de defender al país (exceptuando varios que cometieron acciones fuera de las vigentes normas de guerra), mientras se ha excluido de todo castigo a quienes cometieron asesinatos, secuestros extorsivos y atentados de todo tipo en la lucha a favor de la expansión soviética. La “justicia” argentina ha condenado al terrorismo ejercido desde el Estado argentino, (aunque sin distinguir entre lo legal y lo ilegal) pero ha convalidado y absuelto al “buen terrorismo”, el que fue promovido por los Estados cubano y soviético.

Se supone que toda justicia debe ser equitativa con ambos bandos contendientes, pero ni siquiera se tuvo en cuenta quien agredió y quien defendió. Resulta ser un caso similar (hipotético) al de la justicia francesa que hubiese absuelto a los militares nazis por haber invadido Francia y haber encarcelado a los militares franceses por haber intentado rechazar la invasión.

Así como observamos ciertos comportamientos y costumbres extrañas en los animalitos domésticos, a veces uno piensa que la lógica dominante en los argentinos fuese distinta a la del resto de los mortales. Cuando nos visita Charles Darwin en 1833, expresa: “Los habitantes respetables del país ayudan invariablemente al delincuente a escapar; pareciera que piensan que el hombre ha pecado contra el gobierno y no contra el pueblo”. Cuando nos visita Albert Einstein en 1925, comenta: “No sé cómo puede progresar un país tan desorganizado”, mientras que el actor mexicano Mario Moreno (Cantinflas) expresó: “La Argentina está compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla, pero no lo logran” (Citas de “El atroz encanto de ser argentino” de Marcos Aguinis-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2007).

La expansión del imperio soviético se debió, además de los motivos ideológicos, a la necesidad de ampliar su área de influencia por cuestiones económicas. Juan Bautista Yofre escribió: “Desde antes de 1975 –para ser más precisos desde 1962- el comandante Fidel Castro exportaba la revolución socialista a todo el continente, convirtiendo a Cuba en un campo de adiestramiento de la guerrilla latinoamericana. Aunque todos lo presumían o sabían, Castro no lo reconocía. Debieron pasar varias décadas para escuchar de sus propios labios la terrible confesión. El 4 de julio de 1998, Fidel Castro aceptó oficialmente su papel de promotor de la subversión en América Latina, durante la década del 60 y del 70, cuando Cuba intentó crear «un Vietnam gigante» a lo largo de toda la región. Lo dijo frente a unos cuatrocientos economistas reunidos en La Habana, en ocasión del foro organizado por la Asociación de Economistas de América Latina y el Caribe”.

“El mandatario cubano reivindicó esas acciones de su gobierno en toda Latinoamérica, menos en México, y culpó a la ex Unión Soviética por la falta de éxito. «El Che (Ernesto Guevara) llamó al mundo para crear uno, dos, muchos Vietnam. En América Latina existían las condiciones objetivas, en ocasiones mucho mejores que las cubanas, para hacer una revolución como en Cuba. Un gran Vietnam», dijo. Y aseguró: «En el único lugar en donde no intentamos promover la revolución fue en México. En el resto, sin excepción, lo intentamos»”. “Verdad, verdad a medias porque la Unión Soviética también tuvo que ver con el clima de violencia que se expandió por el continente latinoamericano” (De “Nadie fue”-Buenos Aires 2006).

En su reciente libro, Yofre agrega: “La historiografía castrista deja entrever que los soviéticos se inclinaban por la «coexistencia pacífica» y siempre se opusieron a la «exportación de revoluciones». No es así. Para la Unión Soviética, sumergida en su ineficiencia económica, resultaba vital llevar la lucha al damero internacional, a la búsqueda de clientes y nuevas fuentes de aprovisionamiento. Era cuestión de leer bien sus propios discursos y documentos. En 1956 lo afirmó el propio Kruschev, lo mantuvo en su discurso ante las Naciones Unidas en 1959 y lo concretó en los hechos, en su organigrama de colaboradores”. “Los documentos hechos públicos en Moscú reconocen que ya en 1956 era necesario apoyar los movimientos de liberación nacional y utilizarlos para lograr los objetivos comunistas. De ahí entonces que los cubanos no actuaran independientemente en América Latina o África” (De “Fue Cuba”).

Las investigaciones de Juan Bautista Yofre sacan a la luz la influencia adicional de Checoslovaquia en la campaña invasora comunista. Menciona un párrafo de un libro del periodista brasileño Carlos Alberto Tenorio: “En la intimidad tenía la convicción de que a Raúl [Castro] no le gustaría que se divulgasen estas informaciones sobre la presencia de comunistas checoslovacos en las selvas, dedicándose al adoctrinamiento político y al entrenamiento de guerrillas. Este hecho reforzaría la sospecha de que una corriente rebelde quería llevar a la Revolución Cubana al comunismo. Y particularmente en el caso de los instructores checoslovacos, porque se comentaba, en esa época, que el propio Raúl Castro, en su juventud, fue entrenado en Checoslovaquia”.

Recordemos que Fidel Castro y sus secuaces, luego de dos años en el poder, manifiestan su adhesión al comunismo. Puede decirse que traicionan los ideales de la revolución auténtica ya que siempre se había dicho que se realizaba para derrocar al dictador Fulgencio Batista y para instaurar una democracia, y no para instalar a un tirano. La traición castrista se evidencia incluso cuando encarcela a varios de los guerrilleros no comunistas a quienes utiliza como colaboradores involuntarios de una gesta que ha de convertir a Cuba en una cárcel soviética, exportadora de odio y de muerte hacia todo el sector iberoamericano.

El patriotismo mínimo, negado por quienes lamentan la derrota de los invasores pro-soviéticos, surge como un sentimiento propio de quienes tienen desarrollado cierto instinto de conservación que surge de la propia naturaleza humana. De ahí que no sólo se niega la posibilidad de adherir a la patria donde uno nace y donde uno vive, sino que se pretendía negar un derecho elemental poseído por todo ser humano; el de vivir en libertad, y no en una cárcel que habría de ser instalada por fuerzas militares extranjeras motivadas esencialmente por el odio a la especie humana, siendo el mismo derecho reclamado por los habitantes originarios de Sudáfrica cuando se les impedía vivir en plena libertad en su propio territorio ante la imposición del invasor europeo.

De ahí que la Argentina, por decisión del sector “políticamente correcto”, se encuentra dividida en dos bandos irreconciliables; el que adhiere a la patria y el que se opone a ella; el que trata de mantener vigentes los ideales occidentales (democracia y cristianismo) y el que adhiere a alguna forma de populismo o socialismo.

lunes, 27 de octubre de 2014

La dignidad sacerdotal

Cuando alguien dedica su vida a predicar el cristianismo, debe estar muy seguro de haber interpretado fielmente el espíritu del Evangelio. De lo contrario, está colaborando, quizás sin saberlo, con un proceso destructivo, aliándose a ideologías totalitarias. La culpabilidad resulta similar ya sea que no se tenga la habilidad suficiente para comprender el mensaje original o bien por usarlo en forma premeditada como un disfraz para encubrir un mensaje personal que difiere esencialmente del cristiano. La gravedad del tema radica en que toda tergiversación no sólo implica el desprestigio de la Iglesia Católica sino que favorece el deterioro de la sociedad al perder una referencia importante.

Cristo observa la sociedad como un conjunto de hombres y lo divide entre justos y pecadores. La misión de la religión moral implica la conversión de los pecadores a través del pensamiento religioso y del amor al prójimo. Exalta la pobreza como un medio para acentuar los valores espirituales, mientras critica a los ricos cuando priorizan los valores materiales sobre los éticos, pero no los culpa por la situación de los pobres.

Otra de las visiones que de una sociedad se puede encontrar, es aquella en la que se la divide entre pobres y ricos, pero esta vez asociando a los primeros la virtud y a los segundos el pecado, generalización que no resulta compatible con la realidad. Si el mundo funcionara de esa forma, entonces, al confiscarle al rico su riqueza, cediéndosela al pobre, mejoraría el nivel moral de la sociedad. Ello implicaría que la ética resulta dependiente de la economía, y que no hace falta entonces “amar al prójimo como a uno mismo” por cuanto la redistribución económica se encargará de solucionar los problemas sociales. Esto no se adapta a la realidad ni al cristianismo, si suponemos que éste describe con justeza la realidad.

La visión marxista, por otra parte, implica dividir a la sociedad en pobres y ricos (proletariado y burguesía) para culpar a esta última clase social por todos los males que acontecen. Para ello promueve el odio entre sectores y la revolución violenta. Incluso los marxistas culpan al cristianismo por favorecer la pobreza (asociándola a la virtud) como una engañosa forma para permitir la explotación laboral ejercida por la burguesía (o el empresariado). El marxismo resulta, en los hechos y en la teoría, totalmente opuesto al cristianismo.

Quienes, debido a una personalidad definida, se identifican con el marxismo, aun cuando hayan elegido erróneamente una carrera eclesiástica, deben al menos admitir el error. Tienen que afirmar con sinceridad que son marxistas y dejar de tratar de “hacer pasar gato por liebre”. Si creen que marxismo y cristianismo son equivalentes, seguramente han comprendido bastante mal las cosas. Este tipo de error se da generalmente en el terreno de los cuestionamientos filosóficos y teológicos, en donde los razonamientos en base a conceptos a veces mal definidos y de simbologías, pueden extraviar a cualquiera. El hombre puede dirigir su actitud sólo en un sentido definido; entre unos pocos posibles. Puede orientarse hacia el amor al prójimo, como lo sugiere el cristianismo, o en la dirección contraria, el odio marxista destinado a un sector de la sociedad, admitiendo actitudes intermedias.

En la Argentina peronista, el líder supremo ordenó a sus seguidores (o no hizo nada por detenerlos) que quemaran varios templos católicos. Por esa razón fue excomulgado por la Iglesia Católica, si bien luego se arrepintió, según se dice. Su anti-cristianismo se manifestó, no tanto por la quema de símbolos, como son los templos, sino por el odio intenso que sembró en la población. Incluso los alentó a la violencia concreta en varias arengas populares. De ahí que peronismo y cristianismo sean incompatibles e incluso totalmente opuestos, por cuanto el amor es lo opuesto al odio.

Luego del ascenso de Jorge Bergoglio al papado, circularon rumores, nunca desmentidos, de cierta afinidad del actual Papa con el peronismo, algo que sorprende a quien haya conocido de cerca la historia argentina. Alberto Benegas Lynch escribió: “Lo vengo siguiendo a Jorge Bergoglio hace muchos años, en sus diversos destinos quien desde su participación en la llamada Guardia de Hierro peronista en adelante ha comulgado con ideas socialistas. Y esto no es un asunto menor dado que emprenderla contra la propiedad y el sistema capitalista, es decir, los mercados abiertos y competitivos en ausencia de privilegios, demuelen un aspecto medular del basamento moral de la sociedad civilizada y perjudica muy especialmente a los más necesitados”. “En el caso que nos ocupa, se trata de una persona imbuida de las mejores intenciones pero, como es sabido, esto no resulta relevante, lo determinante son los resultados de los consejos y reflexiones que se ponen de manifiesto”.

“Ahora el actual Papa acaba de declarar «cuando se le preguntó su opinión sobre la obra de algunos curas que fueron a trabajar a las villas en los años 60 y 70, como Rodolfo Ricciardelli, Jorge Vernazza y Carlos Mugica»: «Algunos dicen que son curas comunistas. No. Éstos eran grandes sacerdotes que luchaban por la justicia», afirmó. Y añadió que esos sacerdotes, muchos de los cuales integraban el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo y fueron muy cuestionados por sectores conservadores o tradicionalistas de la Iglesia en la Argentina, eran «sacerdotes, hombres que rezaban, hombres que escuchaban al pueblo de Dios, hombres que enseñaban el catecismo y que luchaban por la justicia» (La Nación de Buenos Aires, marzo 14, 2014)”.

“Demás está decir que el Papa conoce sobradamente las ideas de los sacerdotes tercermundistas que menciona y no se le escapa todo lo ocurrido en la Argentina en los años que cita pues la vivió igual que el que estas líneas escribe. Por razones de espacio me concentraré en lo que decía el Padre Carlos Mugica que, además, personalmente lo escuchaba en sus sermones en la iglesia del Socorro y la de Santiago Apóstol” (De “El Instituto Independiente”-Internet).

Benegas Lynch cita luego algunos escritos que aparecen en el libro del mencionado sacerdote Mugica titulado “Peronismo y cristianismo” (Editorial Mierlin-Buenos Aires 1967):

“Para el rico la única posibilidad de salvación es dejar de serlo”. “Por eso el burgués o el que tiene mentalidad de burgués, es el menos capacitado para entender el mensaje de Jesucristo”.
“Uno de los grandes daños que nos hace esta sociedad llamada de consumo, pero de consumo de unos pocos y hambre para muchos, es el de hacernos creer que el amor es una cosa dulce, más o menos afectuosa. No. Por amor, muchas veces me veo obligado a hacer sufrir mucho a los seres que amo”.
“Que nos puede importar que nos acusen de comunistas, de subversivos, de violentos y todo lo demás. Además, si yo soy cristiano, en alguna medida no soy signo de contradicción y si suscito simultáneamente el amor y el odio, mala fariña”. “Jesucristo es mucho más ambicioso. No pretende crear una sociedad nueva, pretende crear un hombre nuevo y la categoría de hombre nuevo que asume el Che, sobre todo en su trabajo «El socialismo y el hombre», es una categoría netamente cristiana que San Pablo usa mucho”. “Marx y Lenin al postular la comunidad de bienes más que parafrasear, copian el Evangelio. Cuando Marx habla de dar a cada uno según su trabajo o a cada uno según su necesidad, que para mí es profundamente evangélico, no hace más que asumir ese contenido”.
“Si hoy todos los que se dicen católicos en la Argentina pusieran todas sus tierras en común, todas sus casas en común, no habría necesidad de reformas agrarias, no habría necesidad de construir una sola casa”.
“Yo personalmente, como miembro del movimiento del Tercer Mundo, estoy convencido que en la Argentina solo hay una salida a través de una revolución, pero una revolución verdadera, es decir simultánea: cambio de estructuras y cambio de estructuras internas. Como decían los estudiantes franceses de mayo del 68, tenemos que matar al policía que tenemos adentro, al opresor que tenemos adentro […] El cristiano, entonces, tiene que estar dispuesto a dar la vida”.
“Yo pienso que el sistema capitalista liberal que nosotros padecemos en un sistema netamente opresivo”. “Por eso, como norma los sacerdotes del Tercer Mundo propugnamos el socialismo en el cual se pueden dar relaciones de fraternidad entre los hombres”. “Los valores cristianos son propios de cualquier época, trascienden los movimientos políticos, en cambio el peronismo es un movimiento que asume los valores cristianos de determinada época”.

El primer eslabón de la secuencia de la violencia de los años 70 aparece con los ideólogos como el mencionado “sacerdote”, marxista y peronista, infiltrado en el cristianismo. Sin embargo, según algunas versiones, en los claustros en donde se forman los nuevos sacerdotes jesuitas sigue vigente la Teología de la Liberación, a pesar del evidente fracaso que el odio marxista produjo a lo largo y a lo ancho del mundo. Alberto Benegas Lynch agrega: “Me parece de una gravedad inusitada la referida declaración de apoyo del Papa Francisco, no es que me extrañe pues, como queda dicho, conozco su pensamiento que viene cultivando desde hace mucho tiempo, es por el efecto devastador y el lamentable ejemplo para quienes lo escuchan y leen. No es que el Papa patrocine la violencia (muchos tercermundistas tampoco la suscriben), se trata de las ideas que apoya”.

“Incluso hay asuntos teológicos y de forma inadecuados sobre los que no me quiero involucrar puesto que ya bastante hay con sus reflexiones sobre los temas aquí telegráficamente mencionados. Por eso es que, por ejemplo, John Vennari, el editor de “Catholic Family News” declara con enorme pesar que «yo nunca permitiría que el Papa Francisco le enseñe religión a mis hijos» (Agencia Reuters, marzo de 2014)”.

“Pero más alarmante aun es que el jefe de la Iglesia Católica se pronuncie del modo en que lo viene haciendo sobre los aspectos vitales que ahora apuntamos y que hemos consignado antes en los artículos y entrevistas referidas, nos preocupa sobremanera la actitud de no pocos católicos que cubren con manifestaciones varias estos desaciertos superlativos. La preocupación estriba en que los hijos y nietos observan estos comportamientos de doble discurso cuando del Papa se trata respecto a dichos similares de otras personas, lo cual, en el mejor de los casos, conduce a confusión”.

“Esto es lo mismo que ocurre en muchos centros católicos que, en definitiva, sin quererlo, se convierten en una fábrica de producir ateos y agnósticos. Porque hay sólo tres avenidas que pueden tomarse frente a esta situación. Primero, abandonar la Iglesia con fastidio al extrapolar lo expresado a toda la institución. Segundo, el fanático que agacha la cabeza, lo cual abre las puertas para más episodios contrarios a las bases del catolicismo. Y tercero, los que se mantienen firmes y critican abiertamente lo incorrecto y peligroso, los que no son tibios en el sentido bíblico del término”.

domingo, 26 de octubre de 2014

Ideología vs. bienestar

Dentro de la sociedad argentina es posible encontrar dos actitudes principales respecto de la política y de la economía. Por un lado encontramos a quienes priorizan la ideología sobre la realidad por cuanto asocian el éxito o el fracaso personal a la trascendencia pública de la creencia adoptada. Por otro lado, encontramos a quienes priorizan su propio bienestar personal, y familiar, en forma independiente a la trascendencia de la ideología o del partido al que adhieren, priorizando la realidad a la creencia.

Detrás de las actitudes adoptadas se encuentran las pasiones humanas, como el odio y el amor, que son las fuerzas psicológicas que motivan los comportamientos mencionados. Por lo general, quien prioriza su interés por la ideología, es el que teme sufrir ante el posible triunfo de la ideología rival, siendo un caso similar al del simpatizante de Boca que prefiere una derrota de River antes que el triunfo de su propio equipo, porque prioriza el sufrimiento ajeno a la felicidad propia. Por el contrario, quien prioriza el bienestar personal adopta una actitud similar a la del simpatizante que disfruta del triunfo de su equipo sin apenas interesarse por el “sufrimiento” del rival.

Si nos atenemos a una “encuesta” realizada por un canal televisivo, luego de un partido de fútbol, consistente en dejar abierto un micrófono y una cámara de TV encendida, a la salida del estadio, para que los simpatizantes del equipo ganador manifestaran sus sensaciones, daba la impresión que la mayoría aprovechaba la situación para denigrar y burlarse del rival sin apenas manifestar algún indicio de alegría.

En cuestiones de política, las cosas son similares. El odio ideológico puede incluso estar muy por encima de ideales tales como patria, o nacionalidad. Si se hiciese una encuesta respecto de qué bando (militares argentinos o guerrilleros pro-Cuba) deseaba que hubiese triunfado durante el conflicto armado de los setenta, es posible que hubiese predominado el apoyo al sector guerrillero aun cuando todos sepan que la vida al estilo cubano no resulta atractiva para casi nadie. Sin embargo, tal vida implicaría, al menos teóricamente, un sufrimiento igualitario. Julián Marías comentó: “Todos saben, aunque muchos no lo quieran saber, el grave peligro que corrió la Argentina de convertirse en una gigantesca Cuba, regida desde muy lejos. Esto es lo que no se ha perdonado; que lo evitara” (Citado en “Nadie fue” de Juan B. Yofre-Buenos Aires 2006).

Entre las causas por las cuales es de esperar una prolongación (no deseada) de la crisis y la decadencia argentina, se encuentra el hecho de que existe un predominio ideológico del populismo y el totalitarismo, por lo cual las opciones democráticas no resultan atractivas para la mayoría, como lo es la democracia política junto a la económica (mercado). William H. Hutt escribió: “El objetivo de un gobierno representativo es rechazar las medidas políticas que «el pueblo» (o el cuerpo electoral) desaprueba. Un plan puede ser «políticamente imposible» debido a sus fallos, que se supone descubrirán los votantes, pero más frecuentemente se consideran como «imposibles» de atraer al electorado ciertas medidas políticas que presumiblemente podrían serle altamente beneficiosas y, en consecuencia, se desiste de hacer la prueba”.

“Una política puede ser económicamente prudente, sociológicamente beneficiosa, moralmente deseable, físicamente realizable y organizativamente practicable, y, sin embargo, se presume que no puede enunciarse de forma atractiva de cara al electorado” (De “El economista y la política”-Unión Editorial SA-Madrid 1975).

Si se desea salir de la crisis crónica que nos afecta, debería adoptarse una postura similar a la vigente en China, en el sentido de que los chinos priorizaron los resultados económicos a la ideología. Al aceptar las ventajas de la económica del mercado, pusieron fin al ineficaz sistema socialista, aun cuando en política mantengan un sistema totalitario. Es de esperar que con el tiempo adopten también la democracia política.

En la Argentina se espera que exista un acuerdo entre los distintos partidos políticos para sacar al país de la severa crisis social, moral y económica, como si todo dependiera de ese acuerdo. Se olvida que es el pueblo el que dará finalmente su veredicto. Al predominar la adhesión a alguna forma de populismo, la cuestión radica en cómo convencerlo de que el mejor camino es el propuesto por el liberalismo. Como tal denominación es una “mala palabra”, y “neoliberal” es un insulto, resulta difícil incluso imaginar cómo se ha de abandonar el populismo junto a los nefastos resultados que provoca. “A los votantes, salvo el caso de consultarles sus preferencias mediante referéndum, no se les pide que se pronuncien sobre una reforma política aislada. Al elector se le ofrece un programa u otro, o quizá varios para elegir, pero una cuestión impopular, incluida en un programa por lo demás aceptable, puede conducir a que éste se rechace globalmente. Naturalmente, un candidato intentará silenciar las intenciones impopulares de su partido, pero sus rivales, si están alerta, pueden tratar de forzar una declaración sobre los objetivos ocultos. Algunos cambios políticos importantes han sido posibles por incluirse subrepticiamente en un decreto que aparentemente se refería a otras materias. Pero estos cambios sólo han triunfado cuando la oposición no estaba suficientemente alerta, o bien cuando todos se pusieron de acuerdo para engañar al electorado”.

El Estado argentino funciona como un intermediario que otorga ventajas sectoriales, o particulares, en lugar de mantener cierta neutralidad respecto de los beneficios que puede otorgar. Es el medio de enriquecimiento de políticos, sindicalistas, empresarios que aborrecen el mercado competitivo, y de vagos que son mantenidos a cambio de los votos que aportarán en futuras elecciones. En lugar de ser el Estado de todos, resulta ser el de nadie. “Los votantes, individualmente o en grupos, también buscan otros fines mediante el proceso electoral: intentan maximizar su bienestar o sus ingresos individuales, eligiendo candidatos que prometan no sólo «buen gobierno», sino generosidad. Ahora bien, cuando casi todos intentan mejorar su propio bienestar mediante el voto, podemos encontrarnos con el fenómeno de que casi todo el mundo intenta explotar al resto a través del Estado, o descubrir que los políticamente fuertes tratan de explotar a los políticamente débiles. Se trata de un proceso en el que no hay prácticamente ganadores, sino muchos perdedores, pues, con las reacciones que provoca en la asignación de recursos y en la magnitud y composición de los activos, la gente en conjunto resulta perjudicada. Cuando todos se sienten animados a beneficiarse lo más posible mediante las elecciones, la sociedad –el interés general- se perjudica de dos maneras: porque la distribución es arbitraria y porque disminuye la cantidad a repartir. La última cuestión a plantearse es si resulta «políticamente posible» convencer de estas verdades a los electores”.

La actitud populista, subyacente al subdesarrollo, considera la pobreza como una virtud y la ambición como un defecto. De ahí que se sostenga que el empresario exitoso produce “desigualdad social” por cuanto despierta envidia en los pobres y promueve la violencia social. El odio inoculado sucesivamente por el peronismo, el marxismo y el kirchnerismo ha envenenado psicológicamente a la población. Tal es así que la mayoría desea “generosamente” redistribuir las riquezas ajenas, pero muy pocos tratan de distribuir las propias y mucho menos buscan producirlas. Dichas ideologías acentúan la división entre pobres y ricos culpando a estos últimos de todos los males existentes, promoviendo de esa forma la violencia social. Alejandro Rozitchner escribió: “Esta perspectiva está en el trasfondo del pensamiento social argentino y se evidencia en la idea (de probable origen católico) de que la riqueza es siempre indebida y de que para ser bueno hay que ser pobre”.

“Si el negocio que iniciaste vende un poquito (tanto como para apenas sobrevivir), está bien. Pero si ese negocio crece, y crece mucho, incluso, hasta darte riqueza, tu negocio vende un montón y se abren luego cuatro sucursales, entonces ya no está bien”.

“Esta visión tiene que ver con la idea de que todo pobre es bueno y todo rico es malo. No hace falta ir muy lejos para captar el absurdo de este planteo. Todos sabemos de gente pobre malísima y de ricos buenos. Hay gente que tiene dinero y es buena, se preocupa por el otro, ayuda a sus amigos e incluso a desconocidos, y disfruta de la vida, y hay gente que no tiene dinero y es mala y no se preocupa por el otro ni ayuda a nadie y hace de la vida de los que lo rodean un infierno. Lo contrario también existe, es lo que solemos creer más fácilmente: el pobre es bueno y el rico es malo. O sea: no se puede establecer un valor moral sobre una persona a partir de la cantidad de dinero que esa persona posee, hay de todo”.

“¿Cómo no va a haber crisis si cada persona cree que la única manera de ser bueno es ser pobre o que le vaya mal? Hay quien tiene dinero porque se dedicó a prepararse, porque inventó y diseñó proyectos que le dieron trabajo, porque fue capaz de generar riqueza”.

“Lo que sí hay que diferenciar es entre riqueza habida por vía mafiosa o riqueza habida por trabajo y capacidad. No es cierto que toda riqueza sea mafiosa, y tampoco es cierto que toda riqueza haya nacido del trabajo y la capacidad personal. Lo importante es no perder el valor de la relación entre la riqueza y la capacidad para producirla legalmente, porque esta es la base de la sociedad”.

También se critica a quienes tienen ambiciones personales ya que, se supone, ello se opone necesariamente a los intereses del resto de la sociedad. El citado autor agrega: “La miseria humana no es la ambición, es más bien lo que sucede cuando las ambiciones personales no son desarrolladas. De la ambición se hace derivar el supuesto salvajismo del sistema. Si la gente no fuera ambiciosa todo estaría bien, se piensa con ingenuidad. Pero lo que sucede en realidad es exactamente lo contrario: las buenas sociedades son las que estimulan y valoran la ambición. Esas sociedades se enriquecen con las ambiciones mezcladas de sus habitantes, mientras que las sociedades resentidas, que castigan la ambición personal (y toleran sólo la ambición reguladora del Estado) producen una depresión generalizada” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).

Puede decirse que el populismo es el gobierno de políticos “bondadosos” que tienen como misión confiscar riquezas desde el Estado a los sectores productivos, para ser distribuidas entre el sector improductivo, sin una contraprestación laboral. Para llevar a cabo tan humanitaria tarea, tales políticos se quedan con un importante porcentaje de los bienes expropiados. Al extraerle riquezas a los malos para otorgarlas a los buenos, se materializa la tan ansiada justicia social.

viernes, 24 de octubre de 2014

La cultura de la diversión

Las acciones humanas pueden calificarse bajo un criterio que contemple, o no, el proceso de adaptación cultural al orden natural. Así, tendremos acciones que lo favorecen, por lo que serán partes de la cultura universal, mientras que las acciones que se opongan serán partes de la contracultura. Este criterio se opone al empleado por los antropólogos y que consiste en denominar “cultura” a todo lo que hace una comunidad o un pueblo, sin contemplar el criterio mencionado. Puede decirse que este “populismo cultural” se caracteriza por rebajar al pueblo culto para igualarlo al inculto, sin que éste haya debido hacer el menor esfuerzo por dejar de serlo. Mario Vargas Llosa escribió: “Bajtín y sus seguidores (conscientes o inconscientes) hicieron algo más radical: abolieron las fronteras entre cultura e incultura y dieron a lo inculto una dignidad relevante, asegurando que lo que podía haber en este discriminado ámbito de impericia, chabacanería y dejadez estaba compensado por su vitalidad, humorismo y la manera desenfadada y auténtica con que representaba las experiencias humanas más compartidas”.

“De este modo han ido desapareciendo de nuestro vocabulario, ahuyentados por el miedo a incurrir en la incorrección política, los límites que mantenían separadas a la cultura de la incultura, a los seres cultos de los incultos. Hoy ya nadie es inculto o, mejor dicho, todos somos cultos. Basta abrir un periódico o una revista para encontrar, en los artículos de comentaristas y gacetilleros, innumerables referencias a la miríada de manifestaciones de esa cultura universal de la que todos somos poseedores, como por ejemplo «la cultura de la pedofilia», «la cultura de la marihuana», «la cultura punk», «la cultura de la estética nazi» y cosas por el estilo”. “La cultura, en el sentido que tradicionalmente se ha dado a ese vocablo, está en nuestros días a punto de desaparecer”. (De “La civilización del espectáculo”-Aguilar-Buenos Aires 2014).

Cada época y cada pueblo han sido caracterizados por alguna postura filosófica o religiosa dominante. La búsqueda de la felicidad se ha restringido a la exaltación de placeres y comodidades, o a la búsqueda prioritaria de la fe o la razón, o bien al equilibrio de tales aspectos. Fulton J. Sheen escribió: “Dos errores existieron en la antigüedad relativos a las pasiones: el de los estoicos, que creían que las pasiones eran siempre malas; y el de los epicúreos, que creían que las pasiones eran lo único que de bueno había en el hombre, por cuya razón debían ser siempre satisfechas”. “Estos dos errores se han repetido posteriormente. Los modernos estoicos son aquellos que creen que jamás debemos mostrar pasión o entusiasmo por ninguna causa; la pasión es algo de lo que uno ha de avergonzarse. Si alguna pasión es acaso permitido exteriorizar, son generalmente la ira y la tristeza. En este sentido, la generación victoriana fue algo así como un grupo de chiquillos reprimiéndose la risa”.

“Los modernos epicúreos son aquellos que creen que la pasión es lo mejor y más alto que hay en el hombre, debiendo, por tanto, satisfacerse siempre. Afirman que si el hombre es psicótico o neurótico, o no es feliz en la vida, o fracasa en los negocios, o no hace un buen promedio en el golf, se debe a que nunca se ha entregado a sus pasiones ni ha sido autoexpresivo” (De “La vida hace pensar”-Juan Flors Editor-Barcelona 1956).

Si a la época actual debemos caracterizarla por la búsqueda de aquello por lo que parece orientarse, puede decirse que es la época de la diversión, ya que la diversión parece ser el valor predominante que orienta las acciones y la vida individual. Sin embargo, como han señalado algunos autores, la necesidad de diversión se intensifica cuando el individuo carece de un sentido definido de la vida. Víktor E. Frankl escribió: “Uno de los postulados básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido” (De “El hombre en busca de sentido”-Editorial Herder SA-Barcelona 1986).

Por otra parte, el sinsentido y el tedio se oponen al proceso de adaptación cultural; por lo cual podemos hablar de una “contracultura” de la diversión. Claude Tresmontant escribió: “Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma. El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando”. “La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución (o en términos metafísicos, la Creación) descubra que tiene un sentido”. “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución” (De “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin”-Taurus Ediciones SA-Madrid 1966).

Puede decirse, entonces, que la sociedad de la diversión es un efecto de la ausencia de un sentido de la vida compatible con nuestra naturaleza humana. De lo contrario, si tuviese validez el relativismo cultural, no debería surgir inconveniente alguno luego de que el hombre elige cualquier forma de vida o cualquier finalidad para la misma. Mario Vargas Llosa escribió: “¿Qué quiere decir la civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigente la ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en rutinas deprimentes y a veces embrutecedoras. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información, que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”.

Si hemos de definir a la cultura como la actividad del hombre que favorece el proceso de adaptación al orden natural, debemos contemplar tanto nuestras aptitudes cognitivas como aquellas afectivas, o morales. De ahí que pueda expresarse de la siguiente forma:

Cultura = Conocimientos + Ética + Estética (arte)

En cuanto a la estética, se la ha considerado como la forma subjetiva disponible para la transmisión de los valores culturales objetivos asociados al conocimiento y a la ética, siendo una actividad complementaria. El conocimiento, cuando está disociado de los valores morales, no puede ser considerado como parte de la cultura. El citado autor agrega: “La posmodernidad ha destruido el mito de que las humanidades humanizan. No es cierto lo que creyeron tantos educadores y filósofos optimistas, que una educación liberal, al alcance de todos, garantizaría un futuro de progreso, de paz, de libertad, de igualdad de oportunidades, en las democracias modernas: «..las bibliotecas, los museos, los teatros, las universidades, los centros de investigación por obra de los cuales se transmiten las humanidades y las ciencias pueden prosperar en las proximidades de los campos de concentración» (Steiner). En un individuo, al igual que en la sociedad, llegan a veces a coexistir la alta cultura, la sensibilidad, la inteligencia y el fanatismo del torturador y el asesino. Heidegger fue nazi «y su genio no se detuvo mientras el régimen nazi exterminaba millones de judíos en los campos de concentración»”.

Mientras que en otras épocas la religión daba al individuo un sentido a su vida, en la actualidad la propia religión ha caído bajo el intempestivo avance de la contracultura de la diversión. Santiago Kovadloff escribió: “El afán de entretenimiento parecería haber desplazado a la fe en lo que hace al interés por la religión. Por lo menos en los sectores económicos y socialmente mejor posicionados. «El Código Da Vinci» lleva vendidos más de 40 millones de ejemplares. Merma el número de fieles en los templos mientras crece en las librerías la demanda de obras de ficción con temática religiosa administrada por la intriga, el suspenso y la aventura. Para no hablar de ensayos con hipótesis exitosas, tales como las que proponen explorar una eventual naturaleza femenina de Dios, la inesperada santidad de Judas o los turbulentos conflictos psicológicos que podrían haber afectado a Jesús en el seno de su familia de origen”.

“El filósofo italiano Gianni Vattimo afirma que la secularización del pensamiento ha ganado la partida. El porvenir del cristianismo, augura, estará seriamente comprometido si la caridad y la solidaridad no desplazan al dogma en la transmisión de la fe. Cabe, no obstante, preguntarse si es posible disociarlos sin afectar el núcleo de la identidad cristiana. ¿Qué sentido tendría perdurar si la identidad preservada al hacerlo no fuera ya la que resulta doctrinariamente indispensable? Ni qué decir tiene que todas estas alteraciones no afectan únicamente al cristianismo. En el mundo judío, las cosas no son distintas: indiferencia creciente ante el estudio de la Ley, languidecimiento de las vocaciones religiosas y de la educación, acatamiento puramente formal, por no decir exterior, de una tradición que pierde riqueza interpretativa y sentido en más y más corazones. Las festividades comunitarias cuentan hoy con mayor apego convencional pero con escasa comprensión por parte de quienes cumplen con ellas. El antisemitismo real o virtual aglutina a los judíos mucho más que la fe” (De “Los apremios del día”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2007).

La otra “víctima” importante de la sociedad de la diversión es la educación. Si, para la mayor parte de los adolescentes, es la diversión la meta de sus vidas y el valor predominante, todo lo que no sea diversión resulta ser un escollo o un impedimento que se opone a su meta más deseada. Posiblemente ésta sea la principal causa del serio deterioro educativo que se manifiesta, no sólo en la indisciplina escolar, sino en la apatía y el desgano crónicos que muestran los estudiantes cuando sólo predisponen de un mínimo esfuerzo por elevar su nivel cultural.

La “cultura” de la diversión es también la “cultura” de la ausencia de valores, no sólo de aquellos de carácter ético, sino contemplada desde el punto de vista de las recompensas anímicas que se reciben por cada logro individual, por cuanto, a lo que poco cuesta adquirir, poco valor se le ha de dar. Tom Paine escribió: “Lo que obtenemos a muy poco costo, lo estimaremos muy poco; el costo es lo que da a todo su valor”.

jueves, 23 de octubre de 2014

Disonancia cognitiva y conciencia moral

En los individuos existe a veces cierta incoherencia entre lo que se piensa y lo que se siente, por lo que la acción resultante tiende a estar motivada por dos causas incompatibles entre sí. Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie escriben al respecto: “La disonancia cognitiva supone cierta contradicción entre el saber y el sentir, respecto del obrar; así, se valora de una determinada manera algo (una situación, un objeto, un sujeto, un grupo) pero no se actúa consecuentemente”. “Dado que la disonancia cognitiva produce costos individuales y sociales (malestar, tensión, agresión, etc.), provoca el surgimiento de mecanismos (a nivel individual y social) para superarlos. Cuando el sujeto actúa en «disonancia» con la información que posee o con los sentimientos que tiene, tratará de atenuar esa contradicción, ya sea modificando su actuación o cambiando sus formas de valoración y sus persuasiones; si no puede cambiar sus acciones (externas), intentará un cambio de opinión (interno)” (Del “Diccionario de Sociología”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Se considera que la disonancia cognitiva implica falta de coherencia entre actitud y acción. Robert A. Baron y Donn Byrne escriben: “Desgraciadamente, la disonancia cognitiva es una experiencia muy común. Cada vez que dices cosas que realmente no crees, que tomas una decisión difícil o descubres que algo que has comprado no es tan bueno como esperabas, puedes experimentar disonancia. En todas estas situaciones, hay un salto entre nuestras acciones y nuestras actitudes que tiende a hacernos sentir bastante incómodos” (De “Psicología Social”-Prentice Hall Iberia-Madrid 1998).

Puede graficarse la secuencia básica que va desde la actitud hasta la acción:

Actitud => Acción

En realidad, la incoherencia no se produce entre la actitud predominante y la acción, sino internamente, ya que nuestras decisiones dependen tanto del conocimiento depositado en nuestra memoria como de la respuesta emocional. Teniendo presente que nuestra actitud característica está constituida tanto por componentes afectivas como cognitivas, puede decirse que la falta de coherencia que experimentamos en la disonancia se debe a la falta de coincidencia entre nuestro querer y nuestro pensar.

Así, si de improviso se nos presenta una persona conocida con la cual hemos tenido cierta desavenencia anterior, debemos responder mediante una postura definida: no saludarla, por ejemplo, o bien fingir que uno siente que no ha sucedido nada. Si tenemos tiempo de prever la situación, es posible que la disonancia sea menor, mientras que, si la situación se presenta en forma repentina, es posible que luego recapacitemos por no estar del todo convencidos con la actitud adoptada. De ahí que pueda considerarse que toda disonancia se produce cuando existe un conflicto interno entre nuestras componentes afectivas y cognitivas. La gráfica correspondiente será:

Componentes afectivas + Componentes cognitivas => Acción

La ausencia de acuerdo entre ambas componentes resulta ser la tensión básica que promueve el cambio de actitud. Ello implica aumentar el conocimiento respecto a las personas, las cosas, o de uno mismo, o bien implica controlar, mediante la introspección, la moralidad de nuestras acciones.

Debido a la similar importancia que tienen ambos aspectos, cognitivo y emocional, podríamos hablar de la disonancia cognitivo-afectiva, que tiene otras implicaciones, como la de ser, posiblemente, el sustento psicológico de la conciencia moral. Respecto de las condiciones para la existencia de la disonancia, S. Kassin, S. Fein y H. Marcus escriben:

1- Un acto con consecuencias indeseadas
2- Un sentimiento de responsabilidad personal
3- Activación psicológica o incomodidad y
4- Atribución de la activación al acto discrepante con las actitudes (De “Psicología Social”-Cengage Learning Editores SA-México 2010).

Imaginemos una situación en que nos favorecemos materialmente, en forma egoísta, perjudicando simultáneamente a alguien. El conocimiento de los efectos de nuestra acción nos hará sentir culpables, de ahí que la disonancia, o incoherencia, entre las componentes de la actitud característica aparecerá en todo individuo que tenga desarrollada su conciencia moral, pudiéndoselas identificar. Paul Foulquié escribió respecto de la conciencia: “En su acepción más amplia (que engloba la conciencia intelectual y la conciencia moral): facultad que tiene el hombre de conocer inmediatamente sus estados o actos interiores así como el valor moral de éstos” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Por otra parte, Henri Baruk escribió: “Aunque haya sido descubierto desde hace miles de años, el papel efectivo y práctico de la conciencia moral se conoce todavía poco. En efecto, este descubrimiento tan antiguo se ha entendido en forma esencialmente metafísica. Los grandes inspirados que dieron a la humanidad la revelación de la conciencia moral, impresionados con justa razón por el extraordinario poderío que esta conciencia tiene, tanto sobre los destinos del individuo como sobre los de la sociedad, concibieron la conciencia moral como la emanación de un Principio Único, creador y director del universo. La conciencia moral representó así un principio espiritual encarnado en el hombre, y que expresaba su origen divino. Sin embargo, este principio formaba parte de la naturaleza humana, a la que se concebía como una unidad, en la cual se fundían higiene y moral”.

“La naturaleza ha provisto al hombre de ciertas funciones psíquicas que tienen precisamente como efecto reglar su adaptación social y limitar los desbordamientos excesivos de algunos instinto. En efecto, la observación psicológica y psiquiátrica muestra que nuestros actos están sometidos a una apreciación interior: cuando viola las leyes de la humanidad y de la equidad para con sus semejantes, el hombre normal siente un determinado malestar, extremadamente especial, malestar moral muy penoso y susceptible inclusive, de repercutir en el funcionamiento neurovegetativo y en el organismo por entero”.

“Sin duda, no se trata de una barrera rígida, análoga a la del constreñimiento social. El individuo puede no hacerle caso, no tomar en cuenta esta apreciación y ejecutar sus caprichos. A primera vista, se cree haber triunfado así. Pero la experiencia muestra que el juicio interior al que se ha desconocido y violado no está de ninguna manera sofocado, sino tan sólo rechazado. Prosigue su acción de manera subterránea, derivada y desviada, que es infinitamente más poderosa y temible: de esto resultan desórdenes considerables en toda la personalidad” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).

Cuando, desde un movimiento totalitario se trata de lograr adhesiones, surgen dos posibilidades extremas: a) La de los individuos con conciencia moral que, luego de ser convencidos intelectualmente, les surge cierta disonancia entre ideas y sentimientos, por lo que se produce la ruptura; en este caso se prioriza la moral a la ideología. b) La conducta de individuos que se van amoldando a la ideología, produciéndose comportamientos típicos de las sectas, en cuyo caso las personalidades individuales se debilitan ante la ideología dominante.

Chistopher Hitchens relata su experiencia en la Cuba socialista de los 60: “El plan era que nuestro cargamento de internacionalistas mayoritariamente británicos subiera a los autobuses que nos llevarían al Campamento Cinco de Mayo, un campo de trabajo recién construido en la verde y accidentada región de Pinar del Río”.

“No me gustaba especialmente que los altavoces del campo propagaran todo el tiempo música edificante y discursos intimidatorios, pero me sentí mucho más alarmado cuando decidí hacer una excursión para disfrutar de los alrededores; empecé a despedirme con la mano de los chicos cubanos y me ordenaron que me quedara donde estaba. ¿Dónde pensaba que iba? De excursión. Bueno, me dijeron, no podía. ¿Y por qué? Porque lo decimos nosotros. No hablaba mucho español y no tenia pasaporte (me acordé de repente) [se lo habían retenido al ingresar a Cuba] y sólo tenía una idea vaga sobre cómo podía llegar a un pueblo vecino, por no decir La Habana. Pero los guardias –como ahora los consideraba- me señalaron enérgicamente el camino de regreso al campamento. Una vez que te han dicho que no puedes abandonar un lugar, se vacía de encanto enseguida, por muchos atractivos que tenga. Un gato se puede quedar en un sitio tranquilamente durante horas, pero si lo detienes en ese lugar agarrándole la cola intentará arrancarse la cola de raíz. No era libre para moverme en absoluto, y los cubanos que querían marcharse de Cuba sólo eran libres de ser expulsados de su país natal tras un largo proceso, y después no se les permitía regresar” (De “Hitch-22”-Debate-Buenos Aires 2011).

Algunos autores definen la normalidad psicológica según que exista coherencia entre pensamientos y emociones, lo que lleva al antiguo debate entre la preferencia por la razón o por los sentimientos, si bien se admite que lo importante es la coherencia de ambos aspectos de la personalidad. De ahí que la normalidad pueda considerarse también como la coherencia entre las componentes cognitivas y afectivas de nuestra actitud característica. Fulton J. Sheen escribió: “Un ser humano normal es aquel en el que todas las emociones están sujetas a la sana razón, a la conciencia, a la ley de Dios. Ninguna pasión puede dominarlos por completo mientras la razón no estime y la voluntad no permita su libre imperio”. “Vivimos en un mundo de formación de carácter, y el carácter se forja reduciendo las complejidades de la vida emocional a una unidad, bajo el gobierno de la razón y la moral. Mientras las pasiones se mantienen sujetas a la traílla de la virtud, la verdad y la ley moral, hay carácter, felicidad y dominio de sí mismo”.

“Las anormalidades, las tensiones, las discordancias, las ansiedades y la infelicidad surgen cuando el orden normal de la naturaleza humana se trastorna, quedando las pasiones en completa libertad, sin el gobierno de la razón y de la voluntad”. “Cuando la sana razón, la moral y la ley de Dios son descartadas, la naturaleza humana se convierte en una especie de navío sin piloto, o en un piloto a quien poco le importa que las olas se traguen el navío” (De “La vida hace pensar”-Juan Flors Editor-Barcelona 1956).

La búsqueda del Bien y de la Verdad ha de servirnos para disminuir toda posible disonancia cognitiva-afectiva, acentuando a la vez nuestra conciencia moral y promoviendo nuestra normal personalidad.

sábado, 18 de octubre de 2014

La visión científica de la realidad

Para comprender el mundo que nos rodea, debemos reproducirlo parcialmente en nuestro propio cerebro. Toda descripción, para sernos útil, debe involucrar aspectos relevantes, dejando de lado los detalles menores. El atributo esencial de todo lo existente está implícito en las relaciones invariantes entre causas y efectos, ya que responde de igual manera en iguales circunstancias, en otras palabras, a iguales causas les siguen iguales efectos. Marcelino Cereijido escribió: “Un organismo sólo puede sobrevivir si es capaz de interpretar eficazmente la realidad que habita”. “Es probable que la conciencia haya comenzado a surgir junto con la capacidad de capturar duraciones, y percatarse de que hay ciertas situaciones (por ejemplo, está nublado) que van seguidas de ciertas otras (por ejemplo, llueve) o, al revés, ve llover y recuerda que fue precedida por un nublado. Se establece así una cadena causal, que implica cierta flecha temporal de causa (nublado) a efecto (lluvia). Ambas propiedades otorgan una ventaja decisiva al organismo que las posee, pues la acumulación y luego el ensamble de cadenas causales le permitirán hacer modelos mentales de la realidad que, además, son dinámicos (en función del tiempo): los organismos no captan solamente cómo es una situación, sino cómo se produjo, cómo va cambiando, cómo se concatenan causas y efectos para generar el futuro”.

“Si el largo de la flecha temporal (la cantidad de futuro abarcado) ayudaba a hacer modelos dinámicos de la realidad, por toscos que fueran, y éstos ayudaban a sobrevivir, se ha desencadenado una competencia por quién tenía un sentido temporal más largo y quién era capaz de generar mejores modelos mentales de la realidad que le permitiera evaluar más alternativas. Quizás esto quede más claro imaginando un ajedrecista principiante que a cada paso se pregunta ¿qué puedo mover? (su «futuro» es una jugada), jugando contra un gran maestro que puede adoptar estrategias que contemplan de antemano miles de jugadas posibles. Si las situaciones eran de bonanza sobrevivían todos, pero en periodos peliagudos aquellos individuos con modelos mentales más chapuceros, cedían su lugar al competidor más versátil y creativo, capaz de imaginar mejores alternativas”.

También nuestro propio comportamiento puede ser descrito en base a relaciones de tipo causa y efecto, o estímulo y respuesta, ya que, ante iguales estímulos, respondemos con iguales respuestas, al menos durante una breve etapa de la vida. Esto implica la existencia de una actitud característica de cuya existencia no debemos extrañarnos; lo extraño sería que no existiese tal respuesta, ya que, en ese caso, seria imposible predecir el comportamiento de otras personas. De la misma manera en que nos resulta beneficioso conocer varias secuencias naturales de causas y efectos, resulta beneficioso conocer varias actitudes características, ya que ello implica conocer a muchas personas y de ahí que permita conocer mejor a una persona determinada.

En épocas recientes se ha podido constatar comportamientos similares a los del hombre primitivo a través del estudio de pueblos que se han mantenido desvinculados de la civilización. Uno de los atributos evidenciados es el de la elaboración de pensamientos simples relacionados exclusivamente a las tareas inmediatas de supervivencia, dejando de lado cualquier otro aspecto de la realidad. Lucien Lévy-Bruhl escribió: “Entre las diferencias que separan la mentalidad de las sociedades inferiores de la nuestra, hay una que ha llamado la atención de quienes las observaron en las condiciones más favorables, es decir antes que hubiesen sido modificadas por un contacto prolongado con los blancos. Comprobaron entre los primitivos una decidida aversión por el razonamiento, por lo que los lógicos llaman las operaciones discursivas del pensamiento, advirtiendo al mismo tiempo que esta aversión no proviene de una incapacidad radical, o de una imposibilidad natural de su entendimiento, sino que se explica más bien por el conjunto de sus hábitos de espíritu”.

“Los padres jesuitas que vieron los primeros indios del Este de la América del Norte no pudieron dejar de hacer esta reflexión: «Aun cuando se encuentran entre ellos espíritus tan aptos para la ciencia como son los de los europeos, sin embargo, su educación y la necesidad de buscar su subsistencia los redujeron a este estado en que todos sus razonamientos no sobrepasan de lo referente a la salud de su cuerpo, al feliz resultado de la caza, la pesca, comercio o guerra; y todo esto equivale a otros tantos principios de los que sacan sus conclusiones, no sólo en lo referente a sus ocupaciones, viviendas y manera de proceder, sino también a sus supersticiones y divinidades»” (De “La mentalidad primitiva”-Ediciones Leviatán-Buenos Aires 1957).

Por lo general, cuando el conocimiento queda limitado a la descripción de breves secuencias de causas y efectos, se supone que detrás de los fenómenos naturales desconocidos existe una divinidad, o un dios especializado, que dirige cada sector del universo. Al existir superposición de áreas de influencia, comienzan a aparecer contradicciones insalvables, lo que dio lugar a la idea del Dios único, siendo la etapa evolutiva en que se pasa del politeísmo al monoteísmo. Marcelino Cereijido escribe al respecto: “Su primera taxonomía habrá sido entonces que hay cosas que tienen ánima y cosas que no, y llamó a las primeras «animales». Después de estos modelos animistas, un impresionante salto intelectual le permitió ordenar mejor sus modelos mentales e imaginó que todo lo marítimo estaba a cargo de dioses como Poseidón, el cielo estaba regido por Urano, la agricultura por Ceres. Fue la hora de los modelos mentales politeístas”. “La evolución de la mente le permitió luego hacer otro salto formidable en su capacidad de generar modelos mentales de la realidad: pasó de los politeísmos a los monoteísmos. A decir verdad, no se trató de un salto, sino de un lento y penoso proceso evolutivo que tomó generaciones. Si una deidad del panteón politeísta prefiere una cosa y otra deidad tiene preferencias distintas, no surge contradicción alguna, pero el dios único del monoteísmo no puede tener incoherencias”.

“Por eso el paso a los monoteísmos requirió que el ser humano inventara nada menos que la coherencia de Dios. La coherencia de los monoteísmos fue un elemento esencial, que posibilitó luego el desarrollo de los modelos científicos, donde los conocimientos no están simplemente amontonados, sino sistematizados de modo que no entren en conflicto entre sí, y uno pueda recombinarlos en la mente, formando cadenas causales y predecir cosas que luego saldrá a buscar si existen realmente en la realidad, es decir, uno ya no investiga exclusivamente en la realidad-de-ahí-afuera, sino que empieza a hacerlo en su propia cabeza” (De “La ciencia como calamidad”-Editorial Gedisa SA-Barcelona 2009).

El paso a la abstracción, mediante la cual un individuo puede hacer previsiones futuras a partir de una especie de experimentación dentro de su propia mente, evaluando distintas alternativas, es lo que caracteriza al razonamiento humano y lo distingue de los demás seres vivientes, dando lugar a la vida inteligente, siendo la ciencia un refinamiento o un perfeccionamiento del proceso racional cotidiano.

Una definición elemental de ley natural es la de “vínculo permanente entre causas y efectos”, o entre estímulo y respuesta. Esta propiedad, que caracteriza a todo lo existente, es el atributo básico y necesario para la conformidad de lo real. La descripción de la ley natural adopta la forma de una función matemática que liga variables previamente asociadas a entes matemáticos, siendo dicha función la imagen del vínculo existente entre variables observables y cuantificables.

La ciencia tiene como objetivo la descripción de leyes naturales; tarea similar a la requerida por el hombre primitivo para lograr su supervivencia. La diferencia radica en que la ciencia experimental busca describir leyes naturales poco evidentes, que yacen escondidas en el impenetrable mundo de lo pequeño o lo complejo. Como ejemplo puede mencionarse el descubrimiento de las ondas electromagnéticas, que son la base física de la tecnología de las telecomunicaciones. Tales ondas no son observables a simple vista, excepto sus efectos posteriores, como la luz visible, surgiendo su posible existencia luego de haberse establecido un conjunto de ecuaciones matemáticas que unificaban la descripción de todos los fenómenos electromagnéticos.

El pensamiento científico resulta ser un perfeccionamiento del proceso cognitivo natural del hombre, estando ligado principalmente a la necesidad de conocer la verdad, es decir, de realizar una descripción que poco difiere de la realidad. Al adoptar como referencia la propia realidad, y no la autoridad de algún hombre, o la validez de algún dogma, logró sus conocidos éxitos. De ahí que se considere la utilidad de la ciencia, desde el punto de vista cultural, como una alternativa importante para darle significado a la vida de muchos hombres; y desde el punto de vista material, como la base de las distintas tecnologías que facilitan y permiten nuestra supervivencia.

Al ser el pensamiento científico un refinamiento del proceso cognitivo natural, la idea del mejoramiento del hombre provendrá del incremento de sus capacidades intelectuales junto a las morales. De ahí que deba sugerirse a todos los integrantes de una sociedad, especialmente a quienes tengan mayor influencia social, adoptar la actitud del científico, esto es, ser un buscador de la verdad y razonar en base a la verdad conquistada tratando de compartir esa verdad sin intenciones de imponerla a los demás, como frecuentemente ocurre con las falsas ideologías que sirven solamente para crear antagonismos y sufrimiento. Henri Poincaré escribió: “En la última mitad del siglo XIX, se ha pensado muy frecuentemente en la creación de una moral científica. No bastaba alabar la virtud educadora de la ciencia, las ventajas que para su propio perfeccionamiento obtiene el alma humana, del trato con la verdad contemplada cara a cara. Se confiaba en que la ciencia pondría las verdades morales fuera de toda discusión, como lo ha hecho con los teoremas matemáticos y las leyes enunciadas por los físicos”.

“Las religiones pueden tener una gran autoridad sobre las almas creyentes, pero todos no son creyentes; la fe no se impone sino a algunos, la razón se impondría a todos. Debemos dirigirnos a la razón, y no me refiero a la del metafísico cuyas construcciones son brillantes, pero efímeras, como las pompas de jabón que nos divierten un instante y luego estallan. Sólo el hombre de ciencia construye sólidamente: ha construido la astronomía y la física; hoy construye la biología; mañana, con los mismos procedimientos, construirá la moral. Sus principios reinarán en forma absoluta, nadie podrá murmurar contra ellos; no se pensará más en rebelarse contra la ley moral, como ya no se piensa en sublevarse contra el teorema de las tres perpendiculares o la ley de la gravitación” (De “Últimos pensamientos”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1946).

jueves, 16 de octubre de 2014

Individualismo vs. conflictos entre culturas diversas

Desde el siglo pasado se vienen produciendo conflictos entre distintos grupos que responden a una nacionalidad, etnia, religión, secta, partido, etc. Algunos de los sectores contendientes lograron independizarse, otros intentan hacerlo, quedando el resto resignados a convivir en una misma ciudad con un sector opositor. Andrea Riccardi escribe respecto del conflicto entre hutus y tutsis en Ruanda: “¿Cómo fue posible que vecinos asesinaran a personas que conocían de toda la vida? Los asesinos no venían de fuera, sino que eran personas que habían vivido siempre juntos a las víctimas. Jean Hatzfeld, en un hermoso y trágico libro titulado «Una temporada de machetes» dio la palabra a los ejecutores del genocidio. No parecen monstruos. A menudo son gente normal, transformada por la propaganda y por un desquiciado conformismo colectivo. Los asesinos tenían la convicción de que ya no era posible convivir con los tutsis, pues constituían una amenaza permanente para los hutus. Por tanto, había que eliminarlos” (De “Convivir”-RBA Libros SA-Barcelona 2007).

Para describir el proceso elemental de la vinculación de un individuo a un grupo, puede mencionarse el caso de un club del fútbol italiano. Una vez formado, surgen diferencias de criterios entre sus integrantes. Así, un sector agrupa a quienes pretenden que en el primer equipo puedan incorporarse jugadores extranjeros y otro sector que niega tal posibilidad. Al no haber acuerdo, se produce la ruptura; el primero funda el Internazionale F. C. y el segundo el A. C. Milán. Los interistas sostienen que los colores del Inter son el negro y el azul del cielo, mientras que los del Milán son el negro y el rojo del infierno. De todas formas, y al menos desde la distancia, pareciera que la relación entre los «tifosis» es bastante civilizada, ya que, incluso, juegan en un mismo estadio, el San Siro, o Giuseppe Meazza.

Cuando los integrantes del otro sector son considerados rivales ocasionales, se advierte que el aficionado considera la existencia de instancias superiores, siendo la afición al fútbol una más entre varias. Por el contrario, para otros no existen tales instancias y el éxito o el fracaso de sus vidas quedan ligados al éxito o al fracaso de su club. Si estos individuos no poseen estabilidad emocional llegando a sentir odio y frustraciones, tal malestar será volcado en sus rivales, que dejan de ser ocasionales para convertirse en enemigos. Este proceso se establece, con algunas variantes, en el caso de la nación, de la religión, incluso en las adhesiones políticas y culturales. Alberto Benegas Lynch escribió: “El afecto al terruño es natural, y es saludable el apego a las buenas tradiciones, pero muy distinto es el declamar un amor telúrico y agresivo para con otros países. Como destaca Fernando Savater, «cuanto más insignificante se es en lo personal, más razones se buscan de exaltación en lo patriótico», opinión que coincide con lo consignado por Juan Bautista Alberdi: «El entusiasmo patrio es un sentimiento peculiar de guerra, no de la libertad»”.

Entre las soluciones propuestas para suavizar la ausencia de coincidencias se encuentra la tolerancia, actitud promovida por quienes suponen estar en un nivel más alto y deciden conceder tolerancia al inferior. “Los derechos se respetan no se toleran, lo contrario trasmite el mensaje del error en la conducta del tolerado, que se «tolera» desde un plano «superior» que dictamina sobre si debe o no tolerarse determinada creencia. De más está decir que el respetar la conducta del otro que no lesiona derechos no significa suscribir su proceder ni adherir al relativismo epistemológico” (De “El Instituto Independiente”-Internet).

Tampoco han servido de mucho las prohibiciones, bajo sistemas totalitarios, de nacionalidades, idiomas o religiones, ya que sólo lograron encubrirlos momentáneamente, como se advirtió con la caída de la URSS o de la ex-Yugoslavia, resurgiendo los nacionalismos con mayor fuerza que antes.

La solución de los conflictos ha de provenir esencialmente de la adhesión de todo individuo a instancias superiores, sintiéndose ciudadano del mundo y guiándose por las leyes naturales de validez universal. Al dejar de ser un integrante exclusivo de algún subgrupo, tiende a surgir la individualidad, que se opone a la masificación que surge ante la exclusiva pertenencia a uno de los subgrupos en que se divide la sociedad y la humanidad.

La importancia social de cada individuo vendrá asociada a la sumatoria de las actividades desarrolladas dentro de los distintos subgrupos de los que forma parte, ya que individualismo no implica desvincularse de todo subgrupo, sino de reconocer instancias superiores que le permitirán considerar a sus oponentes como rivales circunstanciales y nunca como enemigos. Pero la mayor importancia la adquirirá cuando sea consciente de que forma parte del grupo de la humanidad y del proceso de adaptación cultural, ya sea como partícipe directo o bien como simple espectador que colabora de alguna manera con la difusión de la cultura universal.

La escala de valores adoptada por el ciudadano del mundo es similar a la del docente. En este caso, el educador valora a cada alumno principalmente por sus atributos éticos e intelectuales, dejando de lado alguna otra valoración, como la que puede provenir de la escala social, del origen étnico, la creencia religiosa o la predisposición política. Ello concuerda con la valoración cristiana en la que aparecen sólo dos categorías: justos y pecadores, necesarias para mejorar a los últimos, dejando de lado toda posibilidad de conflicto. En realidad, no significa que un ciudadano del mundo o un cristiano auténtico no participe de ningún conflicto, ya que, la vez que participa, ha de ser en calidad de “invitado” a defenderse, pero nunca como iniciador de conflicto alguno.

Cuando un individuo contempla la realidad como ciudadano del mundo, teniendo presentes las leyes naturales invariables, puede decirse que ve la realidad “bajo una perspectiva de eternidad”, tal la expresión de Baruch de Spinoza. También puede interpretarse al mandamiento cristiano del amor a Dios como una insinuación a ver la realidad bajo esa perspectiva. Por el contrario, cuando un individuo desconoce instancias superiores y siente que poco vale, trata de trascender como integrante de un subgrupo de la humanidad, ya sea de origen nacional, étnico, religioso, político, deportivo, o lo que sea.

Las grandes catástrofes sociales, promovidas por los totalitarismos, fueron acciones promovidas por individuos que trataban de trascender a través de algo importante, ya que creían que podrían conquistar el poder mundial. El aparente interés mostrado por los sectores humildes siempre fue un pretexto para justificar su accionar. Incluso en la actualidad permanece la constante difamación marxista hacia el capitalismo cuando, en realidad, la mayor parte de las economías ni siquiera intentan cumplir con los requisitos básicos sugeridos por el liberalismo. Alberto Benegas Lynch escribió: “Los problemas que tienen lugar hoy en el planeta se deben a deudas públicas colosales (sean internas o externas), gastos gubernamentales astronómicos, déficit fiscales alarmantes, impuestos insoportables, regulaciones absurdas y asfixiantes, manipulaciones monetarias y cambiarias y otras restricciones persistentes al comercio libre. Sin embargo, como una manifestación tragicómica y grotesca, se endosan los problemas a un capitalismo inexistente o raquítico, situación en la que los mencionados partidos políticos (y muchísimos otros) reclaman la intensificación del estatismo y la xenofobia, esto es, más de lo mismo”.

Se aduce que el proceso de la globalización implica un avance sobre las distintas culturas locales, lo que implicaría una pérdida de la identidad nacional; de ahí que, para contrarrestar tal tendencia, se pretende acentuar y consolidar los atributos típicos y característicos. Tal proceso, en lugar de mirarse como una tendencia a desplazar tradiciones, puede verse desde su aspecto positivo, ya que el hecho de existir intercambios comerciales entre dos pueblos, descarta toda posibilidad de conflictos. Tan es así que la razón principal, que dio origen a la Unión Europea, fue mantener juntos a Francia y Alemania, para alejarlos definitivamente de los conflictos armados como los ocurridos a fines del siglo XIX y durante el siglo XX. Benegas Lynch escribió:

“[El Mediterráneo, de Emil Ludwig] es uno de los libros de historia más profundos que he abordado hasta el presente, fruto de una magnífica pluma …. con la mira puesta en las ocurrencias de lo privado y no circunscripto a los menesteres de los gobernantes. Su ejemplo favorito de civilización son los fenicios quienes no buscaban conquistas militares sino las ventajas del libre comercio y la consiguiente expansión de la riqueza recíproca y el conocimiento que brinda el contacto con otras poblaciones, los modales que enseñan las relaciones mercantiles como el cumplimiento de la palabra empeñada y la cortesía junto al abandono de los siempre destructivos sentimientos nacionalistas y con un adecuado sistema de pesas y medidas en el contexto de un lenguaje propicio para la comunicación eficaz (ellos fueron los fundadores de los puertos-ciudades más descollantes de la época como Cartago, Cádiz y Trípoli). Es en realidad llamativo y resultado de las ideas socialistas que muchas veces se recurre a la expresión “fenicio” para hacer referencia peyorativa al espíritu empresarial (de la misma manera que se usa con ironía la expresión “burgués” para aludir a una persona sin iniciativas, cuando en verdad los burgos eran los pueblos liberados del sistema feudal en donde los valores supremos eran los de la propiedad privada, la familia y el fomento a la creatividad)”.

El colectivismo y la masificación resultan totalmente opuestos al universalismo y al individualismo, ya que, de la misma manera en que un tumor crece hasta destruir el organismo sano, los totalitarismos crecen hasta poner en peligro la civilización. Actualmente, el mundo se asemeja a un cuerpo constituido por muchos sectores enfermos que impiden establecer la “buena salud” del planeta, situación que ha de lograrse cuando predomine el hombre universal, o el ciudadano del mundo.

El avance del totalitarismo teológico islámico sobre Europa, requiere ser detenido mediante una visión científica de la realidad. Por el contrario, todo parece indicar que se intenta detener tal proceso mediante los antiguos y tradicionales nacionalismos. Alberto Benegas Lynch escribió: “Es alarmante el parecido con los nazis que ponen de manifiesto las plataformas de los partidos políticos europeos que han obtenido éxitos electorales varios en los recientes comicios para lograr escaños en el Parlamento Europeo; esto ratifica las tendencias que se vienen observando de un tiempo a esta parte. Todos los medios de comunicación mundiales informan acerca de estos hechos bochornosos para el futuro de la humanidad. Así, los recuentos de votos dan por resultado un espectáculo lamentable, sobrecogedor y realmente triste. Es como si la humanidad no hubiera padecido (y los padece) los estragos de la xenofobia nacionalista. Con suerte diversa, pero siempre mostrando incrementos notables en el caudal electoral, el proceso electoral europeo ha exhibido resultados llamativos en favor de los nacionalismos”.

domingo, 12 de octubre de 2014

Éticas de la felicidad y de las otras

Se supone, acertadamente, que todo lo bueno que adquirimos y que disponemos tiene un costo, que es la contrapartida necesaria que pagamos por aquello que mucho vale. De ahí que la felicidad, lo que más “cotiza” entre los valores perseguidos por el hombre, habrá de tener también un costo asociado bastante alto, siguiendo la tendencia general del costo proporcional al valor asignado.

El camino que hemos de emprender para llegar a la felicidad ha de ser arduo, aunque no por ello deberá ser sacrificado, es decir, requerirá mucho trabajo intelectual sin que necesariamente deba padecerse un sufrimiento comparable. Esto puede asegurarse por cuanto en el pasado se han puesto a prueba una gran cantidad de métodos de los cuales disponemos sus resultados, por lo que no es necesario ponerlos a prueba nuevamente. Sin embargo, siguen teniendo vigencia tanto los métodos con una buena relación costo-beneficio como aquellos con una pobre relación de ese tipo.

Podemos considerar, en primer lugar, las éticas con beneficios indirectos, como aquella de carácter religioso en la cual la satisfacción no proviene en forma directa de la buena acción realizada, o el sufrimiento de una mala acción, sino que se considera que el Dios que interviene en los acontecimientos humanos ha de considerar las acciones individuales con su incuestionable justicia para distribuir luego el premio o el castigo correspondiente.

Los mandamientos de Moisés consisten esencialmente de prohibiciones; como no matar, no robar, etc. De ahí que desalienten hacer el mal aunque no sugieran explícitamente hacer el bien. Si uno se encierra en una habitación sin establecer comunicación alguna con el resto de la sociedad, cumple los mandamientos estrictamente, ya que no hace el mal a nadie, pero tampoco tiene posibilidades de hacer el bien, al menos en forma directa. De ahí que sean éticamente neutros en un balance entre el bien y el mal realizados.

Los mandamientos de Cristo, especialmente el que sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, apuntan a hacer el bien en forma directa y excluyen la posibilidad de hacer el mal sin necesidad de una posterior recompensa divina. El primer mandamiento, el del amor a Dios, es el vehículo necesario para promover el cumplimiento del posterior mandamiento, que tiene un carácter estrictamente ético.

El amor al prójimo, entendido como la actitud por la cual compartimos las penas y las alegrías ajenas como propias, recompensa con la felicidad inmediata a quienes lo cumplen. Mayor ha de ser la felicidad para quienes la palabra “prójimo” implica personas más allá de su ambiente familiar e incluso social. Cuando se posee tal actitud, la relación costo-beneficio es inmensa. Lo que cuesta bastante trabajo es llegar hasta esa actitud, especialmente para quienes comenzaron con una actitud opuesta a esa tendencia.

Quienes, tratando de cumplir los mandamientos cristianos, no logran un aceptable nivel de felicidad, son aquellos que no lo interpretaron adecuadamente, poniendo en práctica otras actitudes distintas. Incluso algunos “elevan el costo” artificialmente infligiéndose castigos físicos ante la creencia de que un “pago adelantado” les reportará beneficios posteriores. Si bien esto acontece en casos aislados, debe tenerse presente que el cristianismo es una religión para todos los hombres y no sólo para predicadores. Toda creencia, o toda acción, deben ser factibles de realización por parte de cualquiera.

Por lo general, se enfatiza que la carencia de bienes materiales es la principal causa de infelicidad, lo cual puede ser cierto. Sin embargo, no se tiene en cuenta que quien posee bienes materiales suficientes, careciendo de afectos humanos, se encuentra en un estado de pobreza quizás mucho mayor. Esta vez se trata de una pobreza espiritual. La Madre Teresa de Calcuta escribió: “Hay pobres en todas partes, pero la pobreza mayor consiste en no ser amados. Los pobres a quienes hemos de buscar pueden vivir cerca o lejos. Pueden ser pobres materiales o espirituales. Pueden tener hambre de pan o hambre de amistad. Pueden tener necesidad de vestidos o de la sensación de riqueza que representa el amor que Dios les tiene. Pueden necesitar el cobijo de una casa de ladrillo y de cemento o el cobijo de tener un lugar en nuestro corazón” (De “La alegría de darse a los demás”-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1995).

Así como existen personas que les cuesta ceder algo de su dinero ante el necesitado, existen muchos que les cuesta ceder una sonrisa o un pequeño gesto que le indique a un desconocido “sé que estás ahí”. Posiblemente tal persona, luego de recibir pequeños gestos de reconocimiento vuelva a su casa un poco mejor que si no los hubiese recibido. Una gota de agua no cambia el nivel del mar, pero el mar no es el mismo de antes.

Cuando un país sufre una severa crisis moral, que tarde o temprano se traducirá en la aparición de muchos pobres, tanto en el sentido espiritual como material, surge la opinión coincidente de que todo ello se solucionará con una mejor “redistribución de las riquezas” o con la creación de bienes materiales abundantes. Si nos atenemos a la “especialista en pobres”, como es el caso de la autora citada, advertimos que coloca en un pie de igualdad a la carencia de afectos como a la carencia de bienes materiales. De ahí que deba encararse la solución de ambos tipos de carencia en forma simultánea.

En cuanto a la prioridad para reiniciar el camino de la recuperación de las personas, puede advertirse que quienes disponen de bienes materiales suficientes, y a veces más que suficientes, pueden carecer de una actitud espiritual adecuada tanto para ser felices como para ayudar a que otros lo sean, ya que no tienen una clara orientación en la vida. Al carecer de tales valores, tampoco podrán dar bienes materiales a quienes los necesiten, aunque a ellos les sobre. De ahí que aparece como prioritaria la adquisición de valores morales como el primer requisito para la salida de toda crisis moral y material. “Es necesario que comprendamos a los pobres porque no sólo existe la pobreza material sino también la pobreza espiritual, más dura y profunda, que anida hasta en el corazón de los hombres más llenos de riquezas”.

Por lo general, uno se “asusta” al conocer la labor realizada por la Madre Teresa de Calcula ya que no todos estamos dispuestos a abandonar nuestra vida confortable para emprender una tarea semejante. Sin embargo, para que las cosas mejoren notablemente, podrán lograrse importantes mejoras en toda la sociedad cuando, sin abandonar muestra vida actual, intentemos orientarnos en la dirección señalada por la monja católica. “Es fácil amar a los que viven lejos. No siempre lo es amar a quienes viven a nuestro lado. Es más fácil ofrecer un plato de arroz para saciar el hambre de un necesitado que confortar la soledad y la angustia de alguien que no se siente amado dentro del hogar que con él mismo compartimos”.

Adviértase que cada acción que beneficia a alguien al menos un poco, nos beneficia también a nosotros en forma simultánea, ya que existe en el ámbito de las interacciones sociales una especie de ley de acción y reacción similar a la vigente en la mecánica. Debemos ayudar a los demás mientras uno sea feliz al hacerlo, porque de esa manera buscaremos la continuidad de nuestra tarea. Cuando aparecen los primeros síntomas de sacrificio, es un indicio de que se termina el amor, y tarde o temprano, finalizará la ayuda. “Si hoy se da una cierta crisis de credibilidad con respecto a organizaciones católicas o de inspiración católica, las causas quizá puedan localizarse en falta de celo y en las motivaciones que tienen que servir de base para el deseo de construir un mundo caritativo. En tanto el amor y la piedad no dejen de informar el trabajo de caridad, ninguna obra fracasará jamás por dificultades económicas o financieras. Por el contrario, apenas se pierda este empuje de amor y piedad, todo trabajo está destinado a sucumbir”.

Además de la poca eficacia que los predicadores cristianos tienen en la difusión religiosa, debido principalmente a la competencia de la publicidad comercial que ofrece al hombre una gran variedad de opciones para mejorar su nivel de felicidad más allá de las pequeñas acciones cotidianas destinadas a los demás, aparecen las ideologías de izquierda que combaten intensamente los dos pilares que tienden a disminuir tanto la pobreza espiritual como la material, tales los ataques al cristianismo y al capitalismo.

El marxismo siempre ha combatido al cristianismo por cuanto, según aducen sus difusores, la religión es un engaño promovido por los capitalistas para explotar de manera más efectiva a los pobres. Pretenden incluso reemplazar la actitud del amor por el altruismo socialista, el cual implica sacrificarse por los demás trabajando arduamente para compensar el trabajo deficitario de quien no puede o no quiere hacerlo. La vida, y el trabajo socialista, sin motivaciones individuales (excepto por el reconocimiento de los lideres políticos) pronto pierde todo interés y valor, de donde provienen los pobres resultados obtenidos por el socialismo.

También el marxismo combate al capitalismo, o economía de mercado, promoviendo de esa manera la pobreza material, ya que se trata de prescindir nada menos que de la actividad empresarial privada. Una sociedad en la que falten empresarios, competencia entre los mismos, creatividad e innovación, nunca logrará buenos resultados. Si bien la economía de mercado por si sola no puede producir milagros, al menos es un marco o ámbito que permite que las acciones de los hombres logren el mejor rendimiento.

La mayoría reclama que sea redistribuida la riqueza poseída por productores y empresarios, pero pocas veces reclama que sea repartida la riqueza mal habida de políticos que utilizan al Estado para enriquecerse a través del robo legalizado por leyes humanas, pero no así por las leyes naturales que contemplan la moralidad de las acciones.

El populismo emergente de las ideologías totalitarias favorece el derroche y la vagancia generalizada, desalentando la inversión, ya que los medios económicos para ese fin han ido a parar previamente al Estado para financiar tanto la corrupción como el pseudo-trabajo con utilidad nula, favoreciendo mayores niveles de pobreza.

La persona decente se preocupa tanto del que sufre por carecer de alimentos como del que sufre por carecer de afectos. El hipócrita, por el contrario, finge sufrir por los pobres por cuanto éstos ocupan un lugar inferior en la escala de valores comúnmente aceptada, mientras que es indiferente al sufrimiento del rico, que ocupa un lugar superior en tal escala. Incluso promueve la sublevación de los pobres en contra de los ricos, ya que el odio y la envidia orientan sus acciones.