jueves, 23 de octubre de 2014

Disonancia cognitiva y conciencia moral

En los individuos existe a veces cierta incoherencia entre lo que se piensa y lo que se siente, por lo que la acción resultante tiende a estar motivada por dos causas incompatibles entre sí. Enrique del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie escriben al respecto: “La disonancia cognitiva supone cierta contradicción entre el saber y el sentir, respecto del obrar; así, se valora de una determinada manera algo (una situación, un objeto, un sujeto, un grupo) pero no se actúa consecuentemente”. “Dado que la disonancia cognitiva produce costos individuales y sociales (malestar, tensión, agresión, etc.), provoca el surgimiento de mecanismos (a nivel individual y social) para superarlos. Cuando el sujeto actúa en «disonancia» con la información que posee o con los sentimientos que tiene, tratará de atenuar esa contradicción, ya sea modificando su actuación o cambiando sus formas de valoración y sus persuasiones; si no puede cambiar sus acciones (externas), intentará un cambio de opinión (interno)” (Del “Diccionario de Sociología”-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Se considera que la disonancia cognitiva implica falta de coherencia entre actitud y acción. Robert A. Baron y Donn Byrne escriben: “Desgraciadamente, la disonancia cognitiva es una experiencia muy común. Cada vez que dices cosas que realmente no crees, que tomas una decisión difícil o descubres que algo que has comprado no es tan bueno como esperabas, puedes experimentar disonancia. En todas estas situaciones, hay un salto entre nuestras acciones y nuestras actitudes que tiende a hacernos sentir bastante incómodos” (De “Psicología Social”-Prentice Hall Iberia-Madrid 1998).

Puede graficarse la secuencia básica que va desde la actitud hasta la acción:

Actitud => Acción

En realidad, la incoherencia no se produce entre la actitud predominante y la acción, sino internamente, ya que nuestras decisiones dependen tanto del conocimiento depositado en nuestra memoria como de la respuesta emocional. Teniendo presente que nuestra actitud característica está constituida tanto por componentes afectivas como cognitivas, puede decirse que la falta de coherencia que experimentamos en la disonancia se debe a la falta de coincidencia entre nuestro querer y nuestro pensar.

Así, si de improviso se nos presenta una persona conocida con la cual hemos tenido cierta desavenencia anterior, debemos responder mediante una postura definida: no saludarla, por ejemplo, o bien fingir que uno siente que no ha sucedido nada. Si tenemos tiempo de prever la situación, es posible que la disonancia sea menor, mientras que, si la situación se presenta en forma repentina, es posible que luego recapacitemos por no estar del todo convencidos con la actitud adoptada. De ahí que pueda considerarse que toda disonancia se produce cuando existe un conflicto interno entre nuestras componentes afectivas y cognitivas. La gráfica correspondiente será:

Componentes afectivas + Componentes cognitivas => Acción

La ausencia de acuerdo entre ambas componentes resulta ser la tensión básica que promueve el cambio de actitud. Ello implica aumentar el conocimiento respecto a las personas, las cosas, o de uno mismo, o bien implica controlar, mediante la introspección, la moralidad de nuestras acciones.

Debido a la similar importancia que tienen ambos aspectos, cognitivo y emocional, podríamos hablar de la disonancia cognitivo-afectiva, que tiene otras implicaciones, como la de ser, posiblemente, el sustento psicológico de la conciencia moral. Respecto de las condiciones para la existencia de la disonancia, S. Kassin, S. Fein y H. Marcus escriben:

1- Un acto con consecuencias indeseadas
2- Un sentimiento de responsabilidad personal
3- Activación psicológica o incomodidad y
4- Atribución de la activación al acto discrepante con las actitudes (De “Psicología Social”-Cengage Learning Editores SA-México 2010).

Imaginemos una situación en que nos favorecemos materialmente, en forma egoísta, perjudicando simultáneamente a alguien. El conocimiento de los efectos de nuestra acción nos hará sentir culpables, de ahí que la disonancia, o incoherencia, entre las componentes de la actitud característica aparecerá en todo individuo que tenga desarrollada su conciencia moral, pudiéndoselas identificar. Paul Foulquié escribió respecto de la conciencia: “En su acepción más amplia (que engloba la conciencia intelectual y la conciencia moral): facultad que tiene el hombre de conocer inmediatamente sus estados o actos interiores así como el valor moral de éstos” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Por otra parte, Henri Baruk escribió: “Aunque haya sido descubierto desde hace miles de años, el papel efectivo y práctico de la conciencia moral se conoce todavía poco. En efecto, este descubrimiento tan antiguo se ha entendido en forma esencialmente metafísica. Los grandes inspirados que dieron a la humanidad la revelación de la conciencia moral, impresionados con justa razón por el extraordinario poderío que esta conciencia tiene, tanto sobre los destinos del individuo como sobre los de la sociedad, concibieron la conciencia moral como la emanación de un Principio Único, creador y director del universo. La conciencia moral representó así un principio espiritual encarnado en el hombre, y que expresaba su origen divino. Sin embargo, este principio formaba parte de la naturaleza humana, a la que se concebía como una unidad, en la cual se fundían higiene y moral”.

“La naturaleza ha provisto al hombre de ciertas funciones psíquicas que tienen precisamente como efecto reglar su adaptación social y limitar los desbordamientos excesivos de algunos instinto. En efecto, la observación psicológica y psiquiátrica muestra que nuestros actos están sometidos a una apreciación interior: cuando viola las leyes de la humanidad y de la equidad para con sus semejantes, el hombre normal siente un determinado malestar, extremadamente especial, malestar moral muy penoso y susceptible inclusive, de repercutir en el funcionamiento neurovegetativo y en el organismo por entero”.

“Sin duda, no se trata de una barrera rígida, análoga a la del constreñimiento social. El individuo puede no hacerle caso, no tomar en cuenta esta apreciación y ejecutar sus caprichos. A primera vista, se cree haber triunfado así. Pero la experiencia muestra que el juicio interior al que se ha desconocido y violado no está de ninguna manera sofocado, sino tan sólo rechazado. Prosigue su acción de manera subterránea, derivada y desviada, que es infinitamente más poderosa y temible: de esto resultan desórdenes considerables en toda la personalidad” (De “Psiquiatría moral experimental”-Fondo de Cultura Económica-México 1960).

Cuando, desde un movimiento totalitario se trata de lograr adhesiones, surgen dos posibilidades extremas: a) La de los individuos con conciencia moral que, luego de ser convencidos intelectualmente, les surge cierta disonancia entre ideas y sentimientos, por lo que se produce la ruptura; en este caso se prioriza la moral a la ideología. b) La conducta de individuos que se van amoldando a la ideología, produciéndose comportamientos típicos de las sectas, en cuyo caso las personalidades individuales se debilitan ante la ideología dominante.

Chistopher Hitchens relata su experiencia en la Cuba socialista de los 60: “El plan era que nuestro cargamento de internacionalistas mayoritariamente británicos subiera a los autobuses que nos llevarían al Campamento Cinco de Mayo, un campo de trabajo recién construido en la verde y accidentada región de Pinar del Río”.

“No me gustaba especialmente que los altavoces del campo propagaran todo el tiempo música edificante y discursos intimidatorios, pero me sentí mucho más alarmado cuando decidí hacer una excursión para disfrutar de los alrededores; empecé a despedirme con la mano de los chicos cubanos y me ordenaron que me quedara donde estaba. ¿Dónde pensaba que iba? De excursión. Bueno, me dijeron, no podía. ¿Y por qué? Porque lo decimos nosotros. No hablaba mucho español y no tenia pasaporte (me acordé de repente) [se lo habían retenido al ingresar a Cuba] y sólo tenía una idea vaga sobre cómo podía llegar a un pueblo vecino, por no decir La Habana. Pero los guardias –como ahora los consideraba- me señalaron enérgicamente el camino de regreso al campamento. Una vez que te han dicho que no puedes abandonar un lugar, se vacía de encanto enseguida, por muchos atractivos que tenga. Un gato se puede quedar en un sitio tranquilamente durante horas, pero si lo detienes en ese lugar agarrándole la cola intentará arrancarse la cola de raíz. No era libre para moverme en absoluto, y los cubanos que querían marcharse de Cuba sólo eran libres de ser expulsados de su país natal tras un largo proceso, y después no se les permitía regresar” (De “Hitch-22”-Debate-Buenos Aires 2011).

Algunos autores definen la normalidad psicológica según que exista coherencia entre pensamientos y emociones, lo que lleva al antiguo debate entre la preferencia por la razón o por los sentimientos, si bien se admite que lo importante es la coherencia de ambos aspectos de la personalidad. De ahí que la normalidad pueda considerarse también como la coherencia entre las componentes cognitivas y afectivas de nuestra actitud característica. Fulton J. Sheen escribió: “Un ser humano normal es aquel en el que todas las emociones están sujetas a la sana razón, a la conciencia, a la ley de Dios. Ninguna pasión puede dominarlos por completo mientras la razón no estime y la voluntad no permita su libre imperio”. “Vivimos en un mundo de formación de carácter, y el carácter se forja reduciendo las complejidades de la vida emocional a una unidad, bajo el gobierno de la razón y la moral. Mientras las pasiones se mantienen sujetas a la traílla de la virtud, la verdad y la ley moral, hay carácter, felicidad y dominio de sí mismo”.

“Las anormalidades, las tensiones, las discordancias, las ansiedades y la infelicidad surgen cuando el orden normal de la naturaleza humana se trastorna, quedando las pasiones en completa libertad, sin el gobierno de la razón y de la voluntad”. “Cuando la sana razón, la moral y la ley de Dios son descartadas, la naturaleza humana se convierte en una especie de navío sin piloto, o en un piloto a quien poco le importa que las olas se traguen el navío” (De “La vida hace pensar”-Juan Flors Editor-Barcelona 1956).

La búsqueda del Bien y de la Verdad ha de servirnos para disminuir toda posible disonancia cognitiva-afectiva, acentuando a la vez nuestra conciencia moral y promoviendo nuestra normal personalidad.

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