martes, 29 de noviembre de 2016

Adam Smith y su sistema moral-económico

Existe cierta similitud entre el desarrollo histórico del automóvil y el de la economía, en el sentido de que, la relativamente reciente aparición de los automóviles a gas fue considerada como una innovación, mientras que los primeros motores a explosión ya utilizaban ese combustible. También en el campo de la economía se considera que los relativamente recientes estudios sobre la acción humana son algo novedoso, mientras que el propio Adam Smith, antes de escribir “La riqueza de las naciones” había escrito su complemento necesario: “La Teoría de los sentimientos morales”. Ernest Becker escribió: “Como David Hume, Adam Smith también se consideró a sí mismo el Newton del mundo moral. Él consideró la vida como un asunto moral, y trató de enfrentarse a ella en su totalidad”.

“El sistema que presentó realmente constaba de dos grandes partes: trató de presentar al hombre en su «totalidad», en términos de todas sus motivaciones. Por ello, en la primera parte de su sistema, «La Teoría de los sentimientos morales», hizo hincapié en el sentimiento de simpatía que mantenía unida a la sociedad; en la segunda parte, «La riqueza de las naciones», subrayó la propensión del hombre a traficar e intercambiar para acumular y obtener ganancias; pero para Smith este panorama de dos facetas no estaba en conflicto, sino bajo la influencia de un principio regulador superior, el principio de la justicia, como él lo concibió”.

“La posteridad olvidó la amplitud del sistema de Smith, e hizo hincapié en el hombre económico. Para Smith, la economía sólo representaba un aspecto de la vida, y era un detalle lógico de un proceso moral predominante. Como los antropólogos de hoy, Smith comprendió que la economía estaba atrapada en la gran red de las relaciones sociales. La filosofía económica del laissez-faire sólo fue una separación arbitraria de la mitad del sistema de Smith: los motivos comerciales humanos, que según él podía permitirse que siguieran su curso material sin las restricciones históricamente mutiladoras del mercantilismo. La famosa «mano invisible de Dios» que guiaba la estructura de la sociedad era auténtica para Smith, quien creía en la Divina Providencia; no hizo una apología cínica de la economía inmoral”.

“Los seguidores de Smith perdieron de vista la naturaleza fundamentalmente moral de la acción humana. Tanto que al atomizar la economía se vieron impulsados a objetar que Smith hubiera introducido la dimensión social en el terreno económico. Las divisiones de Smith habían sido provisionales; el enfoque sistemático, metódico y estrictamente deductivo fue obra de sus seguidores, en especial de David Ricardo. Ellos se sintieron inclinados a la separación y a la deducción analítica, y separaron la economía cada vez más del gran contexto en que Smith la había colocado” (De “La estructura del mal”-Fondo de Cultura Económica-México 1980).

Toda acción humana, en el ámbito de la economía, es un fenómeno de carácter moral, ya que por medio de esa acción se puede buscar un beneficio unilateral propio, o bien el simultáneo entre las partes que intervienen en un intercambio, o bien se puede buscar perjudicar a otro. Smith advierte que es posible el beneficio simultáneo cuando entre los intervinientes en el intercambio existe lo que él denomina “simpatía”, como la aptitud que permite ubicarse en el lugar de otro.

Descubre, además, que el libre intercambio (mercado) presiona al egoísta a actuar con “simpatía” por cuanto lo ha de beneficiar económicamente, es decir, Smith intuye que el libre intercambio puede producir buenos resultados a pesar del egoísmo de los hombres, que no es lo mismo que decir que el libre intercambio requiere del egoísmo de sus participantes, como maliciosamente aducen sus detractores.

Supongamos que el empresario egoísta quiere aumentar sus ganancias elevando el precio de sus productos. Al existir competencia, perderá la mayor parte de su clientela. Supongamos, además, que quiere aumentar sus ganancias reduciendo el sueldo de sus empleados. Al existir otras empresas, perderá la mayoría de ellos y se verá perjudicado. De ahí que al egoísta le conviene actuar como si no lo fuera.

El mayor peligro que puede ofrecer el empresario egoísta es el de establecer un monopolio, ya que podrá “elegir” los precios y sueldos que crea más convenientes para aumentar sus ganancias. Sin embargo, su éxito monetario pronto despertará el interés de otros empresarios y aparecerá la competencia. Luigi Einaudi describe algunos casos de monopolio y sus efectos: “Un día se le ocurrió a uno de los gobiernos italianos alentar la formación de un consorcio siciliano del azufre, que aumentó los precios a cargo de ingleses y norteamericanos, grandes consumidores de azufre. «Son ricos», se decía, «y pueden pagar». En cambio, esos consumidores se enojaron y empezaron, primero, a extraer el azufre de las piritas, y después se pusieron a buscar azufre por todas partes y, de tanto buscar, lo encontraron en Texas, por añadidura extraíble a menor precio que el siciliano”.

“A los brasileños se les ocurrió, otro día, valorizar el café o sea pretender por él un precio de semi-monopolio. «Somos nosotros», decían, «los principales productores de café del mundo, y estaría bien que norteamericanos, franceses, italianos, etc., grandes tomadores de café, se dirijan sólo a nosotros». Pero les fue mal, porque en otros países se extendió el cultivo del café y, sobre todo, por la atracción del alto precio artificial se extendió en el Brasil mismo. En un cierto momento hubo tanto café en el mercado que a los precios de la llamada valorización no se lo pudo vender, o sucedió el escándalo, del que hablaron todos los periódicos, del café tirado al mar o utilizado como combustible en las calderas de las locomotoras” (De “Florilegio del buen gobierno”-Organización Techint-Buenos Aires 1970).

El fenómeno básico descrito por Smith, implica ubicarse imaginariamente en el lugar de otra persona, lo que permitirá luego compartir sus penas y alegrías (en el mejor de los casos), siendo esencialmente lo que actualmente denominamos “empatía”. Víctor Méndez Baiges escribió: “La explicación del sistema se inicia atribuyendo el origen de los sentimientos morales a un hábito peculiar de la imaginación. Se trata de un hábito muy simple y muy extendido, en absoluto confinado a los sabios y virtuosos”.

“Ese hábito es hijo de la sociabilidad natural del hombre y de la circunstancia de que éste «siempre se encuentre en compañía». Consiste en la costumbre que tienen los individuos de, colocados en la posición de espectador de las acciones de los demás, representarse a sí mismos en la situación en la que se encuentran las personas a las que observan”.

“La simpatía es un mecanismo de la imaginación que permite entonces el traslado a la mente del espectador de la situación en la que se encuentra quien realiza una acción y está siendo observado. La simpatía es lo que explica que nos entremezclamos al ver a un semejante sometido a una grave operación, aunque nuestro cuerpo no esté para nada involucrado. Es lo que provoca que la multitud que mira al equilibrista en la cuerda floja, instintivamente, se balancee y equilibre su propio cuerpo. La simpatía no es, por lo tanto, nada misterioso. Al igual que la gravedad newtoniana, puede ser presentada como un fenómeno familiar y por todos experimentable”.

“El espectador posee, gracias a ello, dos emociones en su mente: la emoción que percibe en el agente en la situación dada, y la que se ha generado simpatéticamente. Esto permite que pueda establecer una comparación entre ambas. La coincidencia entre las dos emociones es lo que está detrás del sentimiento de aprobación de la conducta, mientras que la separación entre las dos es lo que origina el sentimiento de desaprobación”.

Así como para los optimistas existe el Bien y también la ausencia de Bien, para Smith existe la Riqueza y la ausencia de Riqueza, en un mundo en el que todos cooperan. Los menos ricos tratan de emular a los ricos y éstos tratan de favorecerlos. Ello se debe a que la mayoría de nosotros busca simpatizar con el resto tratando de compartir sus alegrías, y bastante menos de compartir sus penas. Si existen el amor y el egoísmo, y a éste se lo puede atenuar con la “mano invisible”, resulta ser un mundo con una posible solución. Mariano Grondona escribió: “La inclinación de Adam Smith por el pobre es para que el pobre trabaje, crezca y progrese en la medida de su mérito, para que deje de ser pobre. Nada va a ser regalado, pero todo va a ser posible. Finalmente no habrá pobres, con lo cual la benevolencia se desplazará a situaciones periféricas como las fundaciones para promoción de las artes”.

La igualdad propuesta por Smith, proveniente de los sentimientos humanos, es similar a la propuesta por el cristianismo. Grondona agrega: “Esta es la conclusión de Smith: «Por lo tanto, sentir mucho por los otros y poco por nosotros mismos, contener las afecciones egoístas e impulsar las benévolas, constituye la perfección de la naturaleza humana y es lo único que puede producir esa armonía de sentimientos y pasiones que constituye la gracia de la relación social. Y así como debes querer más a tu próximo, debes quererte menos a ti mismo, hasta donde el prójimo te pueda querer». Es una manera de lograr la igualación: en el fondo, te tienes que llegar a ver a ti mismo como te ve el «espectador imparcial» [introspección]”.

“Smith observa que el hombre simpatiza más con aquel al que le va bien. El hombre naturalmente se siente más atraído por el éxito que por el fracaso. Y aquí actúa otra vez la ley fundamental. ¿Por qué los hombres buscan la riqueza? No por ella misma. El hombre, en realidad, necesita muy poco para vivir: abrigo, techo, pan. Pero los hombres buscan más que eso porque el éxito genera simpatía y admiración, la pobreza genera un sentimiento de repulsa y retracción”.

“Aparece, así, un Smith mucho más condescendiente con el pobre que con el rico. Smith no admira a los ricos, pero ellos son un hecho, están ahí, y él saca las consecuencias económicas de su presencia. En el fondo, toda la obra de Smith revela una cierta conmiseración moral, marca una condena a la vanidad que trabaja detrás de cada rico. Smith distingue tres virtudes fundamentales: la prudencia –que proviene del amor a sí mismo- que hace que busquemos nuestro propio bien y el de nuestra familia; la justicia, que prohíbe dañar al otro, y la benevolencia o beneficencia, que es el amor al otro, el deseo de favorecerlo” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

También existe el mundo en el que hay Pobreza y ausencia de Pobreza, y que en lugar de la simpatía existe el odio, y también existe la negligencia. En lugar de que el pobre admire y trate de emular al rico, puede en cambio llegar a sentir envidia. Incluso le resulta insoportable contemplar la riqueza ajena, por lo cual buscará, mediante la violencia, transformar su tristeza y su envidia en alegría y en burla, que surgirán luego de destruir al rico. Para proteger al envidioso, se ha propuesto al socialismo. He aquí el origen del marxismo, tendencia que se opone a la propuesta de Adam Smith.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Organizaciòn familiar vs. el “vale todo”

En momentos en que la violencia familiar adquiere el grado de una pandemia global, según algunas versiones periodísticas, no faltan quienes sostienen que la organización social en base a la familia debe desaparecer para dar lugar a otras células básicas, o a otros tipos de agrupación. Tal es así que en las escuelas primarias se les inculca a los niños a tener presentes algunas variantes que serán interpretadas por ellos como “normales”, ya que son permitidas por la sociedad, como la constituida por dos personas del mismo sexo, o por tríos, o por la pertenencia a grupos cerrados de tipo colectivista.

La asociación primaria de hombre y mujer, con los hijos, es un tipo de organización que surge de la misma naturaleza humana. ¿Quién tiene la obligación, la posibilidad o el derecho de cuidar y educar a los hijos que no sean sus propios padres? Si existe violencia familiar no ha de ser por culpa del tipo de organización social, sino por fallas individuales de sus integrantes. Cuando el hombre padece una crisis derivada de la ausencia de suficientes valores éticos, toda organización en donde participe tenderá a fallar, siendo el individuo quien primero debe intentar cambiar, o mejorar.

El hombre debe apuntar hacia metas óptimas; hacia lo que considera lo mejor. A medida que trascurre su vida, advierte que tales metas son inaccesibles, por lo que deberá conformarse con alcanzar metas parciales que encuentra en el camino. Este es el caso del mandamiento cristiano del amor al prójimo; ya que resulta prácticamente imposible poder compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias, por lo que tal sugerencia se interpreta como una orientación hacia una meta óptima, considerando que deberemos conformarnos con lograrla sólo parcialmente. También el aficionado al fútbol “debe soñar” con llegar a campeón mundial, luego se conformará con llegar a ser un jugador de primera división, o bien deberá conformarse con ser dirigente deportivo, o periodista especializado. Es decir, la visión de la meta óptima permitirá acceder, al menos, a las metas parciales que se “encuentran por el camino”.

El error que se advierte en la actualidad es que ya no se considera a la familia como una meta óptima exclusiva, sino que se la considera como igualmente válida a la pareja homosexual, o al trío mixto, o a la agrupación colectivista, o a lo que a alguien se le pase por la cabeza. Es una consecuencia del relativismo moral por el cual se acepta el “vale todo”. Luego, al niño no se lo orienta hacia el óptimo familiar que podrá algún día alcanzar, ya que debe elegir entre varias alternativas, por lo cual se le está induciendo a una elección que puede llevarlo a situaciones complejas, incompatibles por lo general con la ley natural.

La alternativa más importante, que incluso tiene como objetivo desplazar a la familia como célula básica de organización social, es la colectividad socialista, o comunista, consistente en agrupamientos cerrados cuyos integrantes se unen compartiendo los bienes que producen, relegando a la organización el cuidado y educación de los niños. En realidad, existen diversas variantes colectivistas, por lo cual se considerará, como ejemplo, a una de las más antiguas y que aún perdura: el kibutz israelí.

Se advierte entre sus precursores una tendencia a descalificar a la familia tradicional ignorando que existen familias sin los problemas que se le asocian. Leopoldo Müller escribió: “Desde su formación, en 1908, el kibutz intentó responder con sus postulados ideológicos a una serie de requerimientos nacionales, políticos y sociales de sus miembros fundadores. Estos eran en su mayoría judíos de origen europeo y su edad oscilaba, en los momentos de su fundación, entre los 20 y 30 años. Provenientes de la clase media, con una cultura universitaria o superior, estaban influidos profundamente por la ideología socialista marxista”.

“En sus ideales, algunos de los postulados siguientes se insertaron inseparablemente en su ideología socialista: la renovación de su cultura nacional, la liberación de la mujer de su sometimiento económico a la primacía masculina, el deseo de una ruptura franca con la familia convencional de la sociedad burguesa tradicional”. “Los ideólogos del kibutz conciben a la sociedad kibutziana como una gran familia cuyo cometido es reemplazar a la familia convencional, nucleada en torno de su organización patriarcal tal como existe en la sociedad burguesa occidental”.

“Entre los propósitos perseguidos por sus ideólogos y como pilares de la organización en la educación, figura la liberación del hijo de la tutela exclusiva de «un padre tiránico o de una madre neurótica», transfiriendo la responsabilidad de la crianza de los hijos al kibutz como un todo. De este modo pues, los padres biológicos sólo tienen control y responsabilidad limitados sobre sus hijos, quedando éstos a cargo de la sociedad kibutziana, que por medio de personas profesionalmente dedicadas a la crianza de «los hijos del kibutz», son los verdaderos forjadores de la personalidad, cultura y valores del hombre nuevo que aspiran a crear” (De “Los hijos del kibutz”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1973).

Quienes no tengan una madre “neurótica”, ni un padre “tiránico”, ni la mujer y los hijos sean “sometidos económicamente” por el padre, encontrarán esta descripción fuera de la realidad, o bien advertirán una generalización indebida ante lo que acontece en la familia tradicional. De ahí que la imposición del socialismo sea rechazada violentamente cuando se la pretende imponer por la fuerza, por cuanto implica imponer reglas sociales de vida a quienes no las aceptan. Y aquí aparece la diferencia esencial entre socialismo y kibutz; mientras que al socialismo se lo trata de imponer por las armas, o por el engaño, el kibutz es un “socialismo voluntario” que no representa peligro alguno para quien prefiere seguir integrando una familia tradicional. H. Darin-Drabkin escribió: “El kibutz es una sociedad voluntaria basada en la propiedad, la producción y el trabajo comunales, y en providencias para el consumo y la vida comunales. En otras palabras, la comunidad del kibutz es responsable de la satisfacción de las necesidades del individuo. «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades», de acuerdo con los medios de la comunidad: tal es el principio de la singular forma socioeconómica llamada kibutz” (De “La otra sociedad”-Fondo de Cultura Económica-México 1968).

Las posibilidades que presenta el socialismo voluntario son enormes, ya que, si quienes constantemente tratan de destruir tanto la familia como al capitalismo y a todo lo que implique civilización occidental, se dedicaran a crear kibutz en donde la gente pudiese entrar y salir libremente, se terminarían los conflictos promovidos por la izquierda política. De su aplicación en Israel puede extraerse que sólo de un 2 a un 4% de la población opta por pertenecer a un kibutz, mientras el resto elige la familia tradicional.

La organización social de tipo colectivista, es en algunos aspectos similar a la vigente en los conventos de sacerdotes católicos, ya que comparten el trabajo y varias de sus pertenencias. También aquí se advierte que se trata de un socialismo voluntario que no afecta al resto de las personas. Luigi Einaudi escribió: “En la Edad Media florecían los conventos y duran todavía hoy en día. ¿Quiénes son los monjes y las monjas sino personas que han abdicado en manos de sus superiores toda facultad de manifestar deseos y de libre elección de sus satisfacciones? Comen, se visten, duermen, se despiertan, viven como quiere el reglamento y como ordena el padre guardián. Su economía no es de mercado sino de obediencia a la orden de sus superiores. Si son felices de vivir así, ¿por qué no respetar su voluntad? Generalmente, sin embargo, los hombres gustan de vivir a su modo y no como los monjes del convento” (De “Florilegio del buen gobierno”-Organización Techint-Buenos Aires 1970).

Como con el kibutz se pretende reemplazar a la familia tradicional, pareciera que se trata de evitar toda similitud, incluso en el caso de la educación de los niños. Leopoldo Müller escribe al respecto: “Los hijos biológicos de la pareja tampoco dependen de los padres para su sustento, vestimenta, salud, cuidado diario, educación. Todo esto está a cargo del kibutz y de sus servicios especializados. Tampoco duermen bajo el mismo techo sino que viven en casas y establecimientos separados, ‘bet ieladim’ (literalmente: casa de niños), con el cuidado y supervisión de miembros del kibutz especializados y dedicados a esas tareas”. “Luego que el niño nace en un centro hospitalario regional y la madre retorna con su bebé a casa (al kibutz) ella vuelve a su vivienda y el hijo es entregado al ‘bet ieladim’. Usaré esta expresión para evitar guardería, casa cuna, etcétera, que no reflejan en modo alguno ni el ambiente, ni el espíritu, ni los métodos de crianza”.

“En cada habitación hay 4 o 5 cunitas. Varones y mujeres son criados siempre juntos, constituyendo en número de 4 o 5 una ‘kvutzá’ (grupo) que convive como unidad grupal familiar, y es el verdadero medio en el cual los lactantes se crían. Sus iguales en edad son sus «verdaderos hermanos» de crianza”.

“El encuentro entre la madre y el hijo y las visitas esporádicas del padre se realizan en ese lugar. En algunas oportunidades, tras las horas de trabajo de sus padres, pueden ser llevados a las viviendas de éstos pero no por más de media hora. Duermen pues en el ‘bet ieladim’ que es su verdadero hogar y su habitat junto a sus iguales de la ‘kvutzá’”.

La educación que reciben los niños apunta a un igualitarismo entre varón y mujer, y entre niños de diferentes padres: “A partir de los tres años y medio pasan a otro edificio preescolar hasta los siete años y son instalados en dormitorios para 3 o 4 chicos, en grupos heterosexuales. Se lavan y se bañan en común varones y niñas y cuentan con todas las instalaciones apropiadas y juegos que sus edades requieren”.

“El contacto con la familia es diario tras las horas de trabajo. También se reúnen con sus hermanos biológicos, pero cada uno de sus hermanos hace su vida en su propio grupo”.

“Desde los 7 hasta los 12 años aproximadamente comienzan el periodo escolar propiamente dicho. Se trasladan a un nuevo edificio formado por dormitorios que albergan a tres chicos (varones y niñas indistintamente)”.

“Los baños siguen siendo comunes para ambos sexos, se lavan en común en las mismas instalaciones y comienza a adquirir preponderancia la figura del maestro, casi siempre varón, que es además líder e instructor del grupo-clase”. “Se enfatiza lo grupal por encima de lo individual. La valoración personal se obtiene en función del rendimiento grupal”.

“El kibutz es una protesta contra una sociedad a la cual quiere modificar y destruir, y a la vez es consecuencia de esa sociedad, guarda pues con ella una relación dialéctica, de negación y síntesis dialéctica. Fruto y respuesta reactiva, germen destructivo de una sociedad, engendrado en su seno y a la que quiere modificar”.

“Aspira no solamente a la modificación de las relaciones de producción y consumo, su infraestructura, sino a la creación de valores que modifiquen sustancialmente los cimientos sobre los que quiere asentar una nueva superestructura, síntesis antitética de la sociedad a la que aspira sustituir”.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Nacionalismo económico vs. globalización

La competencia forma parte de nuestra naturaleza humana, existiendo una buena competencia (como la del deportista que tiene como meta superarse a sí mismo) y también una mala competencia (como la del deportista que sólo espera el fracaso del rival). En cuestiones económicas nos encontramos con algo similar, siendo la buena competencia la del empresario que tiene en cuenta principalmente al consumidor y la mala competencia cuando tiene en cuenta principalmente al competidor.

Mientras la buena competencia es necesaria para evitar la formación de monopolios, la mala competencia se caracteriza por promoverlos. Bertrand Russell escribió: “Uno de los más desdichados resultados de nuestra propensión a la envidia es haber causado una concepción completamente errónea del propio interés económico, tanto individual como nacional. Hubo en una ocasión un pueblo de mediano tamaño en el que habitaban varios carniceros, varios panaderos, y así sucesivamente. Un carnicero, que era excepcionalmente dinámico, decidió que obtendría mayores ganancias si todos los demás carniceros quedaban arruinados y él se convertía en un monopolista. Vendiendo sistemáticamente a precios menores que ellos, consiguió su objetivo, aunque, entretanto, sus pérdidas agotaron su capital y su crédito”.

“Al mismo tiempo, un panadero dinámico había tenido la misma idea y llegado a una conclusión similarmente exitosa. Lo mismo había ocurrido en todos los oficios que vivían vendiendo mercancías a los consumidores. Cada uno de los exitosos monopolistas tuvo la dichosa esperanza de redondear una fortuna, pero, por desgracia, los carniceros arruinados no estaban ya en condiciones de comprar pan, y los panaderos arruinados no podían ya comprar carne. Sus empleados tuvieron que ser despedidos y se habían ido a otras partes”.

“La consecuencia fue que, aunque el carnicero y el panadero tenían, cada uno, un monopolio, vendían menos que en tiempos anteriores. Habían olvidado que si bien un hombre puede ser hundido por sus competidores, se beneficia de sus compradores, y que los compradores se hacen más numerosos cuando aumenta el nivel de prosperidad general. La envidia les había hecho concentrar la atención sobre los competidores y olvidar por completo el aspecto de su prosperidad que dependía de los compradores”.

“Esta es una fábula, y jamás existió el pueblo del que he hablado, pero póngase el mundo en lugar del pueblo, y las naciones en lugar de los individuos, y se tendrá un perfecto cuadro de la política económica que se pone universalmente en práctica en la actualidad [escrito en 1950]. Cada nación está persuadida de que su interés económico se opone al de todas las demás naciones, y de que redundará en su beneficio el que las otras naciones queden reducidas a la pobreza”.

“Durante la Primera Guerra Mundial solía oír a los ingleses decir cuán inmensamente se beneficiaría el comercio británico con la destrucción del comercio alemán, cosa que sería uno de los principales frutos de nuestra victoria. Después de la guerra, aunque nos habría agradado encontrar un mercado en el continente europeo, y aunque la vida industrial de la Europa occidental dependía del carbón del Ruhr, no pudimos obligarnos a permitir que la industria carbonera del Ruhr produjese más que una minúscula fracción de lo que producía antes de que los alemanes fuesen derrotados”.

“Toda la filosofía del nacionalismo económico, que ahora es universal en todo el mundo, se basa en la falsa creencia de que el interés económico de una nación se opone necesariamente al de las otras. Esta falsa creencia, al producir odios y rivalidades internacionales, es una causa de guerra, y en esta forma tiende a hacerse cierta, puesto que, una vez que ha estallado la guerra, el conflicto de los intereses nacionales se torna demasiado real. Si uno trata de explicarle a alguien, que, digamos, trabaja en la industria del acero, que es posible que la prosperidad de otros países sea ventajosa para él, descubrirá que es completamente imposible hacerle entender el argumento, porque los únicos extranjeros de quienes tiene vividamente conciencia son sus competidores de la industria del acero”.

“Los demás extranjeros son seres vagos en quienes no tiene ningún interés emocional. Esta es la raíz psicológica del nacionalismo económico, y de la guerra y del hambre provocada por el hombre y de todos los demás males que llevarán a nuestra civilización a un fin desastroso y desdichado si no puede convencerse a los hombres de que adopten un punto de vista más amplio y menos histérico en cuanto a sus relaciones mutuas” (De “Ensayos impopulares”-Editorial Hermes-Buenos Aires 1963).

Cuando el egoísmo individual se proyecta hacia el egoísmo colectivo, surge el “mercantilismo”, por el cual un país busca exportar lo más posible mientras simultáneamente cierra sus fronteras al ingreso de importaciones. Si todos los países adoptaran la misma actitud, nadie podría exportar por la simple razón de que nadie permitiría importar, por lo cual el comercio internacional se bloquearía por completo, con un perjuicio generalizado. La idea de “vivir con lo nuestro” en cierta forma apunta, no sólo a una sana tendencia a tratar de no malgastar recursos, sino también a impedir el beneficio que puedan lograr otros países olvidando que el comercio internacional se establece cuando ambas partes se benefician.

Murray N. Rothbard escribió al respecto: “Una política que sostenía la exportación y condenaba la importación tenía dos importantes efectos prácticos: ofrecía apoyo monetario a los comerciantes y fabricantes que se ocupaban del comercio exterior, y levantaba un muro de privilegios alrededor de ciertos fabricantes ineficientes que hasta ese momento habían tenido que competir con rivales extranjeros. Al mismo tiempo, toda una red de reglamentaciones y los recursos para su cumplimiento fomentaban el crecimiento de la burocracia estatal tanto como el poder nacional e imperial” (De “Ideas sobre la libertad” Nº 27-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Nov/1970).

Supongamos que un país posee empresas eficientes, que pueden fabricar y exportar heladeras, mientras que también posee empresas ineficientes, que fabrican computadoras, que por su mala calidad no pueden encontrar compradores extranjeros. Entonces, el Estado mercantilista favorece al fabricante de heladeras mientras que cierra la importación de computadoras para proteger al ineficaz productor. El resultado inmediato es que el fabricante de computadoras se convierte en un monopolio por cuanto no tiene competencia del exterior, tenderá a elevar sus precios mientras que no tendrá ninguna necesidad de mejorar la calidad de sus productos. El empresario ineficiente piensa más en sus ganancias que en la conveniencia del consumidor.

¿Qué sucede cuando en un país ninguna empresa resulta competitiva a nivel internacional? Entonces ese país queda aislado comercialmente del resto, mientras que sus habitantes estarán obligados a comprar artículos de mala calidad y a precios elevados. Se llega finalmente a “vivir con lo nuestro” simultáneamente en que se llega al pleno subdesarrollo. Las consecuencias inevitables de la mentalidad antiempresarial se han hecho evidentes.

Para el nacionalista, el extranjero es el enemigo. De ahí que su ideal sea un país sin comercio exterior, ya que esa situación perjudica, o bien no beneficia, a los productores extranjeros, olvidando que el principal perdedor es el consumidor. Como el egoísta piensa siempre en no favorecer a los demás, considera “traidores a la patria” a quienes promueven el comercio internacional. Rothbard agrega: “El mercantilismo, pues, no fue solamente un articulado de falacias teóricas porque las leyes sólo eran falaces si las consideramos desde el punto de vista del consumidor, o de cada individuo de la sociedad. No lo son ya más cuando nos damos cuenta de que su objeto era conferir privilegios y subsidios a ciertos grupos favorecidos; puesto que el gobierno no solamente puede conferir privilegios y subsidios a expensas de los demás ciudadanos, no debe sorprendernos el hecho de que la mayor parte de los consumidores perdiera en el proceso”.

“Contrariamente a lo que se cree por lo general, los economistas clásicos no se contentaron simplemente con refutar la economía tendenciosa de teorías mercantilistas, tales como el proteccionismo; también tenían plena conciencia del deseo de privilegios especiales que impulsaba al «sistema mercantilista». Así, Adam Smith señaló el hecho de que el hilado de lino pudiera importarse en Inglaterra sin pagar aduana mientras que se imponían fuertes derechos aduaneros sobre las telas. La razón, según apreciaba Smith, era que los numerosos hilanderos no constituían un fuerte grupo de presión mientras que los tejedores podían presionar al gobierno para que impusiera derechos muy altos sobre sus productos, y al mismo tiempo se aseguraban la materia prima a un precio tan bajo como les fuera posible. Adam Smith llegó a la conclusión que «el motivo de todas esas reglamentaciones es desenvolver nuestras propias manufacturas, no mediante el mejoramiento de las mismas, sino provocando la crisis de las de nuestros vecinos y poniendo fin, si fuera posible, a la molesta competencia de rivales tan odiosos y desagradables…»”.

La globalización económica tiende a disminuir la cantidad de conflictos entre países, ya que pocos tienen la predisposición a agredir a quienes los favorecen con su comercio. Como ocurre con toda innovación, (aunque ya hubo una globalización similar desde 1870 a 1914) ha de resultar insatisfactoria para algunos sectores, favoreciendo a la larga a todos. Así, cuando surgen los cajeros automáticos, varios empleados bancarios pierden su trabajo, debiéndose adaptar rápidamente a la nueva situación. Suzanne Berger escribió: “Con el tiempo, las autoridades y la opinión pública vieron en esa ola de proteccionismo a escala mundial una de las causas principales de la Gran Depresión y del enconamiento de los conflictos sociales que condujo al fascismo, el nazismo y la guerra. Después de la Segunda Guerra Mundial comenzó el reflujo del proteccionismo”.

“La globalización remite a un mundo de oportunidades y un mundo de peligros. Corremos a las tiendas de rebajas en busca de cámaras digitales y de televisores, aunque muchos de ellos estén fabricados en China y otros países de salarios bajos, y aunque sepamos que nuestra felicidad como consumidores implica la pérdida de puestos de trabajo en nuestro propio país [se refiere a EEUU]. Nos encanta la posibilidad de pasar pedidos por teléfono a cualquier hora del día o de la noche, pero cuando nos contestan con un acento raro al otro lado de la línea nos preguntamos desde dónde diablos nos estará hablando ese operador/operadora telefónico/a. Y cuando lo pensamos bien, nos damos cuenta de que debe ser buena cosa para el mundo que más de 2.000 millones de chinos y de indios salgan de la pobreza, pero ponemos en duda si será buena cosa para nosotros” (De “Desde las trincheras”-Ediciones Urano SA-Barcelona 2006).

sábado, 26 de noviembre de 2016

Alquileres: mercado vs. control estatal

El alquiler de viviendas permite solucionar, en gran parte, el problema habitacional, debido a que, por lo general, el precio de una vivienda excede las posibilidades económicas de un sector importante de la población. La construcción masiva de viviendas destinadas al alquiler permitiría promover una importante actividad económica, esencial en los países subdesarrollados, ya que no se requieren conocimientos ni tecnologías demasiado avanzadas, ni tampoco capitales inalcanzables para los sectores inversores.

Si en lugar de priorizar la adquisición de un automóvil, generalmente de origen importado, se priorizara la adquisición o la construcción de una vivienda, el panorama económico del país cambiaría bastante, positivamente. El automóvil no es un bien imprescindible, excepto para quienes lo utilizan para realizar su trabajo diario, siendo un importante capital que tiene a disminuir con cierta rapidez, mientras que una vivienda tiende a mantener o a aumentar su valor. Mientras que al automóvil hay que “mantenerlo”, como si fuese alguien más a quien se le ha de dar de comer, la casa propia permite ahorrar el importe de un alquiler, sin que exija mayores gastos de mantenimiento por un tiempo largo.

Para favorecer la inversión en viviendas para alquilar, el Estado debe proveer un marco jurídico que proteja al propietario. De lo contrario, pocos tendrán el interés suficiente para realizar inversiones en ese sector de la economía. Por el contrario, cuando el gobierno trata de proteger al inquilino, desprotegiendo al propietario, el interés por invertir en el sector decae bastante.

La protección del propietario no implica un desamparo simultáneo del inquilino, ya que éste será protegido por la competencia en el mercado. Esto implica que, si algunos propietarios ofrecen sus viviendas en alquiler a precios considerados excesivos, al existir una adecuada oferta de tales viviendas, correrán el riesgo de tenerlas desalquiladas, por lo cual deberá reducir sus exigencias. De esa manera el mercado protege al inquilino.

Como, por lo general, los políticos en el poder toman sus decisiones pensando en la mayor cantidad de votos que puedan recibir en futuras elecciones, tendrán la predisposición a proteger al inquilino y desamparar al propietario, ya que hay más inquilinos que propietarios. Una de las formas de “protegerlo” consiste en decretar precios máximos para los alquileres, lo que produce el inmediato detenimiento de las inversiones en el sector, con la correspondiente baja en la industria de la construcción. Mientras que los inquilinos que ya están en esa situación se beneficiarán con tal medida de control, los nuevos inquilinos serán cada vez menos, ya que la oferta de viviendas se reducirá drásticamente. Se puede hacer una síntesis de la situación:

Países desarrollados:

El Estado protege al propietario – El mercado protege al inquilino (y especialmente al futuro inquilino)

Países subdesarrollados:

El Estado desampara al propietario y protege al inquilino – El mercado se restringe (se desampara al futuro inquilino)

En este último caso ocurre algo similar a la situación promovida por los gremialistas cuando extorsionan a las empresas obligándolas a pagar sueldos bastante por encima de lo que recomienda el mercado. Quienes ya tienen trabajo, se benefician con esa suba, mientras que se reduce drásticamente la admisión de nuevos empleados. Incluso tales prácticas gremiales están favoreciendo la desaparición de los empleos estables, por cuanto los empresarios tienden a contratar o a subcontratar mano de obra por tiempos limitados, para tener la libertad de despedirla con facilidad. Entre los motivos que hicieron de Perón un líder aclamado por diversos sectores de la sociedad, está la “ley de alquileres” que congelaba sus precios, especialmente en épocas de inflación. Muchos inquilinos vivieron “casi gratis” durante muchos años, por lo que no se preocuparon por construir o comprar su vivienda propia. Quienes postergaron gastos y comodidades para asegurar su futuro económico, construyendo alguna vivienda para alquilar, se vieron burlados por la expropiación virtual, o parcial, de su propiedad.

Los fanáticos peronistas agradecían a Perón por permitirles pagar alquileres pequeños, mientras que en realidad deberían agradecer al propietario que construyó la casa, ya que invirtió mucho dinero, trabajo y esfuerzo para que otro usurpara su propiedad por varios años con la legalidad (no la legitimidad) otorgada por leyes nefastas para el país y para la sociedad. Perón y Eva les enseñaron, además, a descalificar y a difamar al sector de los propietarios, a quienes consideraban como la “oligarquía” y la “antipatria”. Desde ese momento comenzó a elevarse el déficit de viviendas que por el momento sigue siendo bastante alto.

La causa por la cual el control estatal de alquileres tiene bastante adherentes es la creencia de que, necesariamente, el propietario es una persona perversa y explotadora, mientras que el inquilino es una persona cumplidora y honesta, lo que no siempre así resulta. El propietario razonable, sabiendo que no todos los inquilinos cumplen con sus obligaciones contractuales, cuando tiene un buen inquilino, trata de cobrarle un precio accesible con la intención de mantenerlo por mucho tiempo. Por el contrario, el propietario que cobra alquileres elevados, pensando sólo en su conveniencia personal, se arriesga a perder al buen inquilino hasta que llega el momento en que le toca alquilar a quien, además de no pagar, termina destruyendo parcialmente su vivienda.

Son muchas las viviendas y lotes usurpados en la Argentina. Para recuperarlos, el propietario debe hacer engorrosos y largos trámites. Estos casos también desalientan la inversión. Puede decirse que las leyes vigentes y una parte de la sociedad, promueven que el inversor deje de serlo para convertirse en un especulador comprando dólares u oro. Peor aún, tratará de llevar sus ahorros a países más seguros en lugar de invertirlos en su propia nación.

Hace unos años atrás, en una universidad de Buenos Aires (de la capital o la provincia) algunos docentes planearon una forma para usurpar terrenos para luego asesorar a la gente que carecía de medios suficientes para optar por una vivienda. Si se generaliza tal mentalidad, en poco tiempo se llegará al saqueo y al robo generalizado hasta retroceder hasta una etapa de barbarie o salvajismo.

Por lo general, los políticos de izquierda promueven acciones ilegales como la mencionada, aduciendo siempre luchar a favor de los pobres y en contra de las clases medias y altas. Sin embargo, admiran a Fidel Castro cuando con mano dura reprime cualquier tipo de disenso que se le pueda presentar. También los dirigentes peronistas tienen la predisposición a sabotear, por medio de huelgas generales, a los gobiernos no peronistas, mientras que en las épocas de Perón estaban “democráticamente” prohibidas las huelgas.

La ley de alquileres vigente durante el peronismo nos indica dos posibilidades: Perón era completamente ignorante de la economía elemental, estableciendo una ley que habría de llevar al país a un importante déficit habitacional, o bien era alguien que lo sabía perfectamente pero su errónea decisión le convenía para ganar elecciones y así permanecer en el poder. Cada casa parcialmente expropiada, le permitía lograr la adhesión y los votos de, al menos, dos o tres generaciones de peronistas agradecidos por permitirles vivir gratis. En todas las acciones de Perón se observa la prioridad de su gobierno: primero su éxito personal, luego el de sus seguidores y finalmente la patria, si es que algo le interesaba, es decir, una prioridad totalmente opuesta a la que difundía en sus discursos.

Durante el mandado de Nicolás Maduro, en Venezuela, se propone una ley aún más cercana a la expropiación comunista, ya que se obliga a los propietarios a vender su inmueble alquilado a los actuales inquilinos, bajo condiciones impuestas por el Estado. De ahí que sólo alguien con problemas mentales o con una buena dosis de altruismo se animaría a invertir en la construcción de una nueva vivienda para alquilar. Se cumpliría con el objetivo socialista de que “las empresas no deben buscar ganancias” sino que deben pensar “sólo en el beneficio de los demás”.

En realidad, el óptimo ético se establece cuando se produce el beneficio simultáneo entre las partes que intervienen en un intercambio, ya que, de lo contrario, se cae en algo parecido a la explotación laboral (el fuerte se beneficia y el débil se perjudica), o bien la explotación laboral autoinfligida (altruismo) (el fuerte se perjudica y el débil se beneficia).

jueves, 24 de noviembre de 2016

La personalidad de Cristo

No son pocos los que suponen que Cristo no existió y que sólo fue un mito o una figura literaria. Sin embargo, el mensaje bíblico resulta coherente con la existencia de una personalidad definida, ya que a través de los Evangelios se transmite una influencia real y concreta. También sus opositores tratan de reducir sus méritos aduciendo que su vida consistió en encuadrarse en una profecía que establecía lo que debía hacer y lo que habría de sucederle. Sin embargo, las profecías bíblicas previas no le indicaban lo que habría de predicar para producir un cambio esencial en la religión de su época y en la vida de sus seguidores. Giovanni Papini escribió respecto de tales profecías: “Estas y otras palabras recuerda Jesús en la víspera de su partida. Sábelo todo y no se rehúsa: conoce desde ahora la suerte que le espera, la ingratitud de los corazones, la sordera de los amigos, el odio de los poderosos, los azotes, los salivazos, los insultos, las burlas, los ultrajes, la enclavación de las manos y de los pies, los tormentos y la muerte: conoce las espantosas pruebas del Hombre de los Dolores y, a pesar de todo, no vuelve atrás” (De “Historia de Cristo”-Ediciones del Peregrino-Rosario 1984).

Quien ha de configurar su vida en función de las visiones proféticas previas, ha de tener una gran confianza en la validez de las mismas, como así también una gran confianza en sí mismo, ya que debe tener la aptitud y la capacidad poco común de orientar la religión por un nuevo sendero, corrigiendo y hasta sustituyendo parcialmente a la antigua religión. Como el cambio ha de ser drástico, las reacciones de los religiosos tradicionales habrán de ser violentas. Leszek Kolakowski escribió: “Desde hace tiempo llaman la atención de los lectores del Evangelio algunos rasgos no coherentes en la persona de Jesús. Jesús predica paz, perdón, misericordia y no resistencia contra el mal; pero, en lo que a su propia conducta respecta, monta en cólera fácilmente y se irrita por una pequeñez. A quienes en su nombre hacen milagros, profetizan y expulsan demonios, les declara que nunca los ha conocido, y les aconseja que se vayan si no cumplen la voluntad de Dios”.

“Anuncia a las ciudades que no creen en su mensaje, venganza cruel: los habitantes de Tiro y Sidón serán tratados con menos rigor en el juicio final que los de Corozaín y Betsaida, los cuales, pese a los milagros, han menospreciado su doctrina. Cuando Pedro manifiesta su esperanza en que, acaso, su Señor no sea muerto, Jesús le responde: «Apártate de mí, Satanás». Maldice a una higuera en la que no encontró fruto y la condena a secarse, aunque no era precisamente la época en que maduran los higos”.

“Con un látigo arroja a los mercaderes del templo y pregona que no ha venido a traer la paz, sino la espada, que él separará a las familias y que, por su causa, en cada casa los hijos se levantarán contra sus padres y las hijas contra sus madres. «Esta prédica es dura», decían los oyentes. Dondequiera que tropieza con resistencia o duda, se vuelve violento. Está inquebrantablemente seguro de su misión y sólo en el último momento, cuando muere en medio de los tormentos, parece prorrumpir en un grito de desesperación frente a Dios, que lo ha abandonado; pero aun ese grito es una cita del salmista” (De “Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas”-Amorrortu Editores SCA-Buenos Aires 1971).

Las reacciones de Jesús ante toda disensión deben entenderse teniendo en cuenta la importancia y la trascendencia posterior de su misión, ya que no reacciona o reclama por ser rechazado personalmente, sino que en todo rechazo vislumbra una posibilidad de que su obra liberadora pueda resultar un fracaso. Tiene la certeza que sólo sus prédicas y sus conocimientos podrán orientar a la humanidad y que un fracaso en su misión equivaldrá a proseguir con el sufrimiento humano como ha existido hasta entonces. Kolakowski agrega: “Se tiene la impresión de que el carácter impulsivo de Jesús no cuadra perfectamente con sus enseñanzas, que él refleja en algunas actitudes el malhumor del Dios judío de la época, cuya imagen cambia en su doctrina; con eso, por lo demás, no hace otra cosa que seguir la inspiración de los primeros profetas”.

El primer gran cambio que Cristo propone es la transformación de una religión de validez sectorial (para los hebreos) en una religión de validez universal (para todos los habitantes de la Tierra). El Dios exclusivo de los hebreos los incitaba a la lucha e, incluso, a la destrucción de los pueblos rivales, actitud que ha de desaparecer con la religión universal (o católica). “Que no existan pueblos elegidos, amados por Dios y por la historia más que otros, y destinados por eso a dominar por la fuerza a otros pueblos en nombre de un derecho cualquiera: nada más simple de comprender en la teoría, y, al mismo tiempo, nada que provoque conflictos más dramáticos cuando de la práctica se trata. Que los valores fundamentales de la humanidad son patrimonio de todos y que ésta constituye un pueblo: he ahí una idea que ha venido a ser parte inalienable de nuestro mundo espiritual gracias a la doctrina de Jesús” (De “Vigencia y caducidad de las tradiciones cristianas”).

El segundo cambio importante radica en la ética positiva propuesta por Jesús, que reemplaza a la ética negativa del Antiguo Testamento. Recordemos que los mandamientos de Moisés indican “no matar”, “no robar”, etc., siendo por ello poco exigentes, ya que no sugieren hacer el bien sino tan sólo no hacer el mal. Si alguien se encierra en su casa sin relacionarse con la sociedad, cumple la mayor parte de esos mandamientos, mientras que Jesús ordena “amar al prójimo como a uno mismo”, pudiendo ser el prójimo cualquier habitante del planeta, llevando implícito tal mandamiento la universalidad antes mencionada.

El cumplimiento de ese mandato implica realizar “una proeza ética”, por lo cual le otorga a todo individuo un sentido concreto a su vida, ya que le induce a mejorar hasta el nivel de poder compartir las penas y alegrías de los demás como propias, unificando la ética individual o familiar con la ética social, algo impensando para la antigua religión que se propone perfeccionar. De ahí su expresión “no he venido a abolir, sino a dar plenitud”.

Cuando existe la intención de seguir sus enseñanzas, la actitud afectiva de todo individuo tiende a predominar dejando un tanto de lado los bienes materiales y los placeres de los sentidos, lo cual implica cierta liberación humana respecto de los pecados que pudieran cometerse debido a posibles excesos en esas búsquedas. No es lo mismo relegar lo material o lo sensual, en la escala de valores, a despreciarlos del todo, como si necesariamente fuesen causas de estorbo y de pecado.

Los valores espirituales, o afectivos, deben ser alcanzados como prioritarios sin dejar de valorar lo material o lo sensual. Algo debe ser elegido como valioso en “competencia” con otros valores también valiosos, de lo contrario tiene poco sentido priorizar un valor como consecuencia de haber negado validez a valores alternativos.

La prioridad en el cumplimiento de los mandamientos, impuesta a su religión, es posteriormente desconocida por sus seguidores por cuanto se impone como prioritario el culto a su personalidad. Así, se rechaza toda postura que afirme que es el Hijo de Dios, o el enviado de Dios, o el Hijo del orden natural, para establecer que es el propio Dios que se ha hecho hombre. Quien no acepte esta apreciación será excluido como creyente, o como cristiano, aun cuando tenga la predisposición a cumplir con los mandamientos bíblicos. Kolakowski agrega: “El surgimiento del cristianismo como Iglesia no se basó exclusivamente en la fe de sus discípulos en la doctrina de Jesús, sino también en la fe en su resurrección y, más tarde, en la fe en la divinidad del Maestro. Precisamente, en la historia del cristianismo posterior se cuestionó con frecuencia la divinidad de Cristo, que los Evangelios no afirman”.

“En este sentido, es imposible decir que Jesús sea el fundador del cristianismo, si es que la fe en la divinidad de Jesucristo constituye el fundamento de éste; más bien fue Pablo quien inició el proceso de deificación, el cual finalmente, superada la tenaz resistencia de los padres preniceanos, se impuso como concepción por lo menos predominante a despecho de las numerosas versiones «arrianas»”.

La prioridad atribuida a la creencia en su divinidad, que resulta bastante más fácil de aceptar que cumplir con los mandamientos, limitan la universalidad de la religión original de Cristo, por cuanto quedan excluidos todos aquellos que adoptan una postura deísta o cercana a la religión natural, o una postura similar a la predominante en la visión de la ciencia experimental. Mientras que la religión de Cristo es prioritariamente ética, el cristianismo de San Pablo resulta ser una “religión filosófica” ya que prioriza la creencia al cumplimiento de los mandamientos.

Quien acepta adherir a Cristo porque se beneficia personalmente, no necesita creer que Cristo es Dios, o que resucitó luego de su muerte, ya que lo importante es lo que dijo a los hombres, con la prioridad por él establecida. Por ejemplo, ante una discusión acerca de la incorporación de un nuevo integrante de la Corte Suprema de Justicia, en Mendoza, una persona expresó, respecto de cierto candidato: “Es agnóstico, o es ateo…..”, queriendo significar con ello que no se trataba de “una buena persona”, ya que se sobreentiende que el “creyente” (en la divinidad de Cristo) sí lo es; en forma independiente si cumple o no con los mandamientos bíblicos.

Al limitar la validez del cristianismo a un sector de la población que filosóficamente adhiere a la postura teísta, dejando de lado a los deístas y cientificistas, se pierde la universalidad proclamada, o deseada, por el propio Cristo. Son tantas las exigencias impuestas por la Iglesia, de tal manera de sugerir “aceptar todo el cristianismo o rechazarlo todo”, que termina su misión evangelizadora de una manera imprevista, ya que le abre de par en par sus puertas a la triunfal entrada del Anticristo (marxismo-leninismo) ataviado con el imponente disfraz de la Teología de la Liberación.

La Iglesia “pobre y para pobres” parece ignorar que la religión de Cristo dividía a la gente entre justos y pecadores, sin concluir que todos los pobres eran justos y todos los ricos (junto a la clase media) pecadores, como parecen entenderlo las actuales autoridades eclesiásticas.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Los intelectuales encubridores

Se dice que lo que nos afecta, o lo que en nosotros más influye, no es tanto la realidad como la opinión que tengamos de esa realidad. De ahí que el habilidoso intelectual frecuentemente cambie la realidad, o la oculte parcialmente, con el objeto de utilizarla a favor de sus creencias o de sus intereses sectoriales. De otra forma, resultaría incomprensible el hecho de advertir la amplia popularidad y admiración que numerosos seguidores profesan por los mayores asesinos en masa que han existido. La lista macabra, en una escala medida en decenas de millones de victimas, es encabezada por Mao-Tse-Tung, seguido por Stalin y luego por Hitler.

Como un importante sector de periodistas e intelectuales adhieren al socialismo, normalmente mencionan las calamidades realizadas por Hitler y sus secuaces, o por el imperialismo yanqui, mientras ocultan o parecen ignorar las matanzas socialistas de Mao y Stalin. Incluso hacen creer al ciudadano común que el fascismo ha sido el peor movimiento político que existió, cuando en realidad Mussolini ocupa un lugar, en la escala macabra, bastante distante de los mayores asesinos de la humanidad, sin que por ello se lo deba excusar por los graves errores cometidos.

Si bien los mencionados personajes han desaparecido, siguen vigentes sus ideas y creencias, tanto políticas como económicas. De ahí que sea necesario que la opinión pública asocie la palabra socialismo a un sector que eliminó, mediante asesinatos selectivos, entre cuatro o cinco veces más seres humanos que los nazis. Sin embargo, la gente teme y se alarma cuando surgen grupos neonazis, o cuando aparece un “fascista”, mientras que acepta con cierta tranquilidad todo lo que implique socialismo, debido al habilidoso proceso encubridor de los periodistas e intelectuales de izquierda.

Las ideologías totalitarias se fundamentan en principios poco definidos e, incluso, irracionales, ya que están lejos de “heredar” la coherencia lógica que surge de los fenómenos naturales descriptos. Por el contrario, una descripción cercana a la realidad se ha de caracterizar por cierta coherencia lógica, siendo un atributo necesario, aunque no suficiente, de que tal descripción resulta compatible con la realidad.

Un caso interesante lo constituye Georg Lukács, quien oculta la irracionalidad de Stalin y del socialismo, mientras que la asocia sólo al fascismo y al nazismo, incluso hasta llega a identificarla con la “filosofía burguesa”. Al respecto escribió: “No pretende este libro, en modo alguno, ser una historia de la filosofía reaccionaria y, menos aún, un tratado en que se estudie su desarrollo. Su autor sabe perfectamente que el irracionalismo, cuya aparición y cuya expansión, hasta llegar a convertirse en la corriente dominante de la filosofía burguesa, expone la presente obra, no es sino una de las tendencias importantes de la filosofía burguesa reaccionaria. Y, aunque difícilmente habrá una filosofía reaccionaria en que no se contenga una cierta dosis de irracionalismo, no cabe duda que el radio de acción de la filosofía burguesa reaccionaria es mucho más amplio que el de la filosofía irracionalista, en el sentido propio y estricto de la palabra” (De “El asalto a la razón”-Fondo de Cultura Económica-México 1959).

Juan José Sebreli comenta al respecto: “Cuando inicié este trabajo fue inevitable el recuerdo de «El asalto a la razón» de Georg Lukács, donde se leen algunas de las mejores y las peores páginas sobre la historia de la filosofía occidental porque, como bien ha señalado Jürgen Habermas, había en ese texto «verdadera intuición aunque escasa capacidad de distinción». Los aciertos de Lukács y de algunos de sus continuadores estaban en el intento de analizar las teorías filosóficas relacionándolas con el contexto histórico y los avatares de los acontecimientos políticos”.

“Había, sin embargo, dos errores decisivos en la obra de Lukács: uno –el más grave- era creer o, tal vez, hacer como que creía, por razones de oportunismo político, que el estalinismo representaba la herencia de la Ilustración y, por lo tanto, era la alternativa válida al irracionalismo. El otro error fue la identificación del capitalismo con el fascismo y señalar al irracionalismo como la forma intelectual de la decadencia de la burguesía. En realidad, el irracionalismo no refleja una única clase social: sectores importantes de la burguesía no adhirieron al fascismo o no intervinieron en su surgimiento y sí lo hicieron, en cambio, fracciones de otras clases y en particular –como lo señalara José Guillerme Merquior- un estrato social específico: el de los intelectuales de cierto tipo que aprovecharon la crisis e influyeron en una situación especialmente propicias para sus ideas”.

“Estos equívocos de Lukács necesitaban ser superados y, quizá con un exceso de presunción, emprendo la tarea de retomar sus mismas preocupaciones gozando de la ventaja que me da el paso del tiempo y el conocimiento de las nefastas consecuencias de algunas de sus concepciones” (De “El olvido de la razón”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2006).

Además del irracionalismo propio de las ideologías totalitarias, surgen los lenguajes totalitarios que tergiversan el sentido y significación de las palabras. Las “neolenguas” apuntan a la confusión y a la destrucción de los planteamientos ideológicos o teóricos de las tendencias democráticas o liberales. Tal es así que la denominada República Democrática Alemana fue la que implantó el “democrático” muro de Berlín, mientras que los socialdemócratas norteamericanos se autodenominan “liberales” aun cuando se opongan a los principios propuestos por el liberalismo. Friedrich A. Hayek escribió: “El camino más eficaz para que las gentes acepten unos valores a los que deben servir consiste en persuadirlas de que son realmente los que ellas, o al menos los mejores individuos entre ellas, han sostenido siempre, pero que hasta entonces no reconocieron o entendieron rectamente. Se fuerza a las gentes a transferir su devoción de los viejos dioses a los nuevos so pretexto de que los nuevos dioses son en realidad los que su sano instinto les había revelado siempre, pero que hasta entonces sólo confusamente habían entrevisto”.

“Y la más eficiente técnica para esta finalidad consiste en usar las viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocos trazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial y tan característico de todo un clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio del significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regímenes”.

Un libro “encubridor” de la táctica totalitaria mencionada por Hayek es el titulado “Los lenguajes totalitarios” de Jean-Pierre Faye (Taurus Ediciones SA-Madrid 1974). Bajo tal título, el lector desprevenido espera encontrar información acerca de las tergiversaciones idiomáticas conscientes que realizaban nazis y comunistas para dominar mentalmente a los pueblos sometidos. Sin embargo, como el autor pareciera profesar el marxismo, sólo trata, en su voluminoso libro (980 páginas), el lenguaje empleado por los nazis, sin apenas mencionar el lenguaje marxista.

En cuanto a la publicidad y la propaganda, los ideólogos de izquierda critican la publicidad comercial existente en las sociedades libres, ya que por lo general induce a que la gente consuma más de lo necesario, motivada por costumbre y vicio antes que por necesidad. Si bien algo de cierto hay en ello, cada persona tiene la posibilidad de ignorarla. Sin embargo, tales ideólogos nada dicen en contra la propaganda unificada existente en los regímenes socialistas. Hayek escribió al respecto: “Si el sentimiento de opresión en los países totalitarios es, en general, mucho menos agudo que lo que se imagina la mayoría de las personas en los países liberales, ello se debe a que los gobiernos totalitarios han conseguido en alto grado que la gente piense como ellos desean que lo haga”.

“Esto se logra, evidentemente, por las diversas formas de la propaganda. Su técnica es ahora tan familiar que apenas necesitamos decir algo sobre ella. El único punto que debe destacarse es que ni la propaganda en sí, ni las técnicas empleadas, son peculiares del totalitarismo, y que lo que tan completamente cambia su naturaleza y efectos en un Estado totalitario es que toda la propaganda sirve a un mismo fin, que todos los instrumentos de propaganda se coordinan para influir sobre los individuos en la misma dirección y producir el característico Gleichschaltung [¿uniformidad?] de todas las mentes”.

“En definitiva, el efecto de la propaganda en los países totalitarios no difiere sólo en magnitud, sino en naturaleza, del resultado de la propaganda realizada para fines diversos por organismos independientes y en competencia. Si todas las fuentes de información ordinaria están efectivamente bajo un mando único, la cuestión no es ya la de persuadir a la gente de esto o aquello. El propagandista diestro tiene entonces poder para moldear sus mentes en cualquier dirección que elija, y ni las personas más inteligentes e independientes pueden escapar por entero a aquella influencia si quedan por mucho tiempo aisladas de todas las demás fuentes informativas” (De “Camino de servidumbre”-Alianza Editorial SA-Madrid 2000).

Otro libro que sorprende un tanto es el titulado “La personalidad autoritaria” de T. W. Adorno y otros (Editorial Proyección-Buenos Aires 1965). En él aparecen referencias a los nazis, fascistas, liberales y conservadores, con algunos subtítulos como ‘El burgués inadaptado’ o ‘El fascismo en potencia’. A lo largo de las 926 páginas no hay referencia alguna de personajes autoritarios y peligrosos como Lenin y Stalin. Nuevamente aparece la tendencia encubridora hacia los impulsores del socialismo.

Theodor W. Adorno, uno de sus autores, fue una figura representativa de la Escuela de Frankfurt, que reunía a varios filósofos de tendencia marxista. Sus principales integrantes fueron, además de Adorno, Friedrich Pollock, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Walter Benjamín y Erich Fromm. La mayoría huye de Alemania luego del ascenso de Hitler al poder, pero no van a ningún país socialista como se supone que lo harían por su afinidad ideológica, sino que eligen a los EEUU. En estos casos uno se pregunta si acaso cambiaron la manera de pensar y advirtieron las ventajas del capitalismo, o bien fueron a ese país con las intenciones de “ayudar” a su deterioro con la finalidad posterior de instalar allí el socialismo. Estos filósofos “centran su visión en tres tesis: a) el capitalismo tardío es la forma del orden económico hoy; b) el carácter represivo de dicho orden, que implica una tolerancia represiva; por último, c) la afirmación de que la única alternativa a tal situación es un cambio cualitativo de ese orden económico” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y R. J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

El ideólogo marxista se opone a toda forma de poder y autoritarismo, pero pensando siempre en reemplazarlos por el “buen poder y el buen autoritarismo” establecido por algún líder socialista. Herbert Marcuse escribió: “Sólo una clase libre de los viejos valores y principios represivos, cuya existencia encarne la negación misma del sistema capitalista y, por ende, de la posibilidad histórica de oponerse a este sistema y superarlo, sería capaz de realizar estos principios y valores nuevos. La idea marxista del proletariado como negación absoluta de la sociedad capitalista mete en una sola noción la relación histórica entre las condiciones previas de la libertad y su realización” (De “Razón y revolución”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1998).

martes, 22 de noviembre de 2016

El relativismo de los teólogos

Desde la antropología surgió la tendencia a valorar igualitariamente a las diversas culturas, manteniendo cierta neutralidad al respecto, por lo cual se llegó al extremo de calificar como “hecho cultural” una acción o un estilo de vida que resultan opuestos a la tendencia natural a establecer mayores niveles de adaptación al orden natural. Incluso implica rechazar la existencia misma de tal proceso evolutivo, puesto que se rechaza la posibilidad de considerar una cultura mejor que otra, ya que, si no existiese tal proceso, carecería de sentido establecer cualquier tipo de comparación.

La civilización humana se ha ido conformando mediante “prueba y error”, por lo cual resulta positivo intentar innovaciones, siempre y cuando sean sometidas posteriormente a un criterio de selección. De lo contrario, no sería de extrañar que en el futuro se impongan creencias y costumbres descartadas en el pasado, que nos hagan retroceder hasta las épocas en que predominaban el salvajismo o la barbarie.

El criterio relativista, por el cual se rechaza toda comparación valorativa, llegó también a la religión. Es por ello que algunos teólogos, admitiendo el derecho a la existencia de diferentes propuestas religiosas, se oponen a una posterior valoración en función de los resultados obtenidos, especialmente en todo aquello que resulte accesible a nuestras decisiones y a nuestra observación. Son los propios teólogos cristianos los que rechazan toda expresión que indique que Cristo “es la Verdad” por cuanto ello implicaría restar validez a expresiones similares provenientes de otras religiones.

Describiendo el estado de las ideas imperantes en teología, Marcello Pera escribió: “El cardenal Joseph Ratzinger ha escrito que «en cierto modo, el relativismo se ha convertido en la auténtica religión del hombre moderno» y que este es «el mayor problema de nuestra época». A continuación se plantea una serie de preguntas: «Si la fuerza que ha transformado al cristianismo en una religión mundial es una síntesis de razón, fe y vida…,¿por qué esta síntesis ya no convence hoy? ¿Por qué la racionalidad y el cristianismo se consideran hoy, en cambio, contradictorios e incluso recíprocamente excluyentes? ¿Qué ha cambiado en la primera y qué en el segundo?»”.

“Hace tiempo que el relativismo ha penetrado también en la teología cristiana, el último valuarte que quedaba por conquistar, sustituyéndola tanto por el exclusivismo como por el inclusivismo. Esta conquista ha procedido de la manera habitual. Se ha partido de la observación fenomenológica de la pluralidad de credos y religiones, se ha seguido con la comparación, se ha perdido la esperanza en el metacriterio y se ha terminado con el cuestionamiento de los credos fundamentales (es la última fase, la de la reinterpretación o deconstrucción de los hechos)”.

“El recorrido del teólogo Paul Knitter es típico a este respecto. «El presupuesto fundamental del pluralismo unitivo», ha escrito, «es que todas las religiones son o pueden ser igualmente válidas. Esto significa que sus fundadores, los personajes religiosos que están detrás de ellas, son o pueden ser igualmente válidos. Pero esto podría abrir la posibilidad de que Jesucristo sea ‘uno más entre muchos’ en el mundo de los salvadores y liberadores. Y el cristianismo no puede reconocer simplemente una cosa parecida, ¿o si puede?»” (De “Sin raíces” de M. Pera y J. Ratzinger-Ediciones Península-Barcelona 2006).

Situaciones como la mencionada son “resueltas” (a medias) mediante la fe, ya que todas las religiones adoptan un criterio de validez proveniente de la fe, por lo que el choque entre religiones resulta inevitable. Si se adoptara el criterio de validez de la ciencia experimental, por el cual se adopta como referencia la ley natural que rige a los hombres, se encontraría el camino para un entendimiento posterior. Siguiendo con el planteamiento mencionado, Marcello Pera agrega: “Por inaudito que resulte por parte cristiana, según Knitter, «sí puede». Y, así, teólogos como él mismo, John Hick y varios otros han tratado de revisar los puntos fundamentales –y, precisamente, universales- de la cristología tradicional. Ego sum via, veritas et vita; extra Verbum nulla salus, «Jesús es el Hijo Unigénito de Dios», «No hay otro hombre en el que podamos salvarnos»: estas y otras afirmaciones del Evangelio, según los teólogos relativistas, deberían revisarse o entenderse de otra manera. ¿Cómo? Contextualizándolas o decontruyéndolas”. “«Los autores del Nuevo Testamento», ha escrito Knitter, «cuando hablan de Jesús no utilizan el lenguaje de los filósofos analíticos, sino el de unos creyentes entusiastas, no el lenguaje de los hombres de ciencia, sino el de quien ama»”.

“Pero ¿por qué el pobre creyente inculto debería convertirse a esta «neolengua» de los doctos filósofos analíticos? La razón, como ha escrito también el cardenal Ratzinger, reside en el hecho de que «considerar que existe realmente una verdad, una verdad vinculante y válida en la historia misma, en la figura de Jesucristo y de la fe de la Iglesia, se califica de fundamentalismo». Y puesto que el fundamentalismo es hoy un nuevo pecado capital, mejor abrazar el relativismo, sobre todo debido a que, como sigue escribiendo el cardenal Ratzinger, «el relativismo aparece como el fundamento de la democracia»”.

“Esta es, pues, la respuesta que al inculto creyente le da el culto teólogo: una sugerencia para autocensurarse. El creyente en Cristo no puede decir que Cristo es la Verdad, pues eso sería dogmático y antihistórico. Ni puede decir tampoco que Cristo es la única verdad, pues eso sería fundamentalismo”.

Tanto Marcello Pera como Joseph Ratzinger rechazan la postura relativista mencionada, si bien no renuncian a encontrar una salida en el ámbito de la fe. Sin embargo, también se puede recurrir al más seguro terreno de la ciencia experimental, ya que los mandamientos de Cristo son indicativos de una actitud personal concreta cuyos efectos pueden observarse con cierta precisión, por lo cual se está volviendo al criterio sugerido por el propio Cristo cuando sugiere que “por sus frutos los conoceréis”.

Consideremos la visión del hombre que surge de la Psicología Social. En primer lugar, se advierte que todo ser humano está motivado por dos tendencias generales: cooperación y competencia. En segundo lugar, cada individuo está caracterizado por una actitud definida, que puede cambiar o modificar en el transcurso de su vida. En tercer lugar, tal actitud característica admite cuatro componentes afectivas básicas que cubren todas las posibilidades que se le pueden presentar cotidianamente.

Esas cuatro componentes pueden comprenderse mediante un ejemplo. Consideremos el caso en que algo le sucede a una persona en la calle, como un accidente. Un observador del hecho podrá compartir algo del circunstancial sufrimiento o incomodidad del afectado, o bien será indiferente ya que se desinteresa por todo lo que le pueda suceder a los demás, o bien se alegrará internamente ante el sufrimiento ajeno, o bien se desinteresará por cuanto ni siquiera se interesa por sus propios problemas. Estas actitudes son el amor, el egoísmo, el odio y la negligencia (o indiferencia). La primera responde a la tendencia a la cooperación, la segunda y la tercera a la competencia, mientras que la cuarta implica una ausencia de motivaciones y acciones posteriores.

Se advierte que sólo tenemos la posibilidad de elegir una de esas actitudes, para que predomine sobre las restantes. Una vez que establecemos tal elección, ya no deberemos preocuparnos por la orientación que hemos de dar a nuestra vida, por cuanto no existen otras opciones.

El mandamiento cristiano que nos indica: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, no puede tener otro significado distinto a: “Compartirás las penas y las alegrías ajenas como si fuesen propias”, constituyendo una meta que incluso podemos evaluar mediante una elemental introspección.

El mandamiento del amor a Dios, puede interpretarse, no en el sentido de “compartir las penas y las alegrías” del ente Creador, por cuanto la imagen de un Dios personal que interviene en los acontecimientos humanos parece ser incompatible con la realidad, sino que implica hacernos conscientes de que existe un orden natural exterior al hombre al cual nos debemos adaptar. Dicho orden surge del conjunto de leyes naturales invariantes que el hombre puede describir, siendo la actitud característica de cada individuo una parte esencial de las leyes naturales relevantes para nuestra vida.

Todos los problemas humanos y sociales se resolverán a medida que mayor sea la cantidad de gente que intente cumplir con los mandamientos cristianos. La Biblia no apunta a otra cosa; nada es más importante. Por algo Cristo dijo: “En estos dos mandatos se contiene toda la Ley y los profetas” (Mateo).

Los efectos subsiguientes, luego de intentar cumplir con los mandamientos, resultan observables; en primer lugar, en cada uno de nosotros mismos, luego en los demás. Se advierte, entonces, que no existe sugerencia ética superior, por cuanto ya se ha elegido “la mejor” alternativa entre las cuatro componentes afectivas de nuestra actitud característica. Por ello Cristo afirma, con seguridad, que él es “la Verdad, el Camino y la Vida”, y no por otra cosa. Porque advierte que todas las fallas humanas se solucionarán a partir de la decisión individual de cumplir con esos mandamientos.

¿Puede otra postura religiosa sugerir una mejor solución? Una vez que se ha “elegido” la actitud del amor, ya no existe otra alternativa para orientarnos bajo la tendencia a la cooperación. Por supuesto, si alguien propone adoptar el egoísmo, el odio o la negligencia como alternativas religiosas válidas, se observará que conducen a situaciones desagradables al hombre, cuando no al sufrimiento.

En cuanto a las aspiraciones del hombre que busca satisfacer simultáneamente, bajo distintos sistemas filosóficos, igualdad y libertad, se advierte que, bajo el cristianismo interpretado según el esquema expuesto, se resuelve en forma sencilla, ya que la sensación de igualdad surge precisamente del hecho de que toda pena y toda alegría ajena ocasionarán en nosotros efectos similares a las penas y alegrías propias.

Por otra parte, la sensación de libertad surge al haber optado por orientarnos por la ley natural, o ley de Dios, que impone sobre nosotros su criterio, dejando de lado toda directiva que pueda provenir del criterio personal de otros hombres, ya que hemos elegido guiarnos por dicha ley eligiendo de ella la mejor alternativa que nos ofrece.

lunes, 21 de noviembre de 2016

Productores vs. parásitos

Así como en una colmena existen dos “clases sociales”; las abejas obreras y los zánganos (además de la reina), en las sociedades humanas existen quienes producen y también quienes viven a costa del trabajo ajeno. Entre las causas de conflictos aparece la posibilidad de rebelión del que trabaja en contra de quien no lo hace, si bien en los últimos tiempos se promueve también la rebelión inversa; la de los sectores poco adeptos al trabajo para que ayuden a usurpar a las empresas, o sus ganancias, para establecer “la dictadura del proletariado”.

Mientras que el trabajador encuentra en una economía de mercado la posibilidad de lograr un ascenso económico y social, el parásito espera del socialismo (en caso de acceder a un puesto directivo) la posibilidad de ascender económica y socialmente sin haber trabajado nunca. Carlos Alberto Montaner escribió acerca de Fidel Castro: “Se enamoran y se casan. Poco después tienen un hijo. No hay nada inusual en el asunto, salvo que el viejo Ángel [padre de Fidel], por medio de su hermano Ramón, continúa sosteniéndolo. Fidel Castro no tiene experiencia laboral y no es capaz de mantener a su familia” (De “Viaje al corazón de Cuba”-Plaza & Janés Editores SA-Barcelona 1999).

El parásito, en muchos casos, logra una mejor posición social y económica que el trabajador, ya que los gobiernos populistas le conceden un puesto “laboral” en el Estado, que en el peor de los casos consiste en una contraprestación que implica poner trabas e impedimentos al sector productivo como actividad compensadora por el sueldo que se le otorga. Fernando Benegas escribió: “Desde el principio, han existido dos clases de individuos: aquellos dispuestos a vivir del producto de su propio trabajo actual o del anterior acumulado en forma de ahorro, y otros que pretenden vivir del esfuerzo de los primeros. Una es la clase de los productores, la otra, la de los parásitos”. “Sólo hay dos caminos para que un individuo pueda aprovechar el producto del trabajo ajeno: 1) el del intercambio voluntario, y 2) el saqueo violento o fraudulento”,

“La existencia de individuos deseosos de vivir a costa de los demás, empleando el segundo de los caminos mencionados, ha sido, es y será la causa de conflictos entre los hombres. Ése es «el problema» de la existencia humana. En todos los tiempos los productores han debido gastar parte de sus energías en luchar contra los saqueadores”. “Productores y parásitos por igual, procuran mejorar su situación. En ese sentido los individuos de ambas categorías son idénticos. Pero algo muy significativo los distingue: los productores vivirían muchísimo mejor si no existieran parásitos; por el contrario, estos últimos no podrían vivir sin los productores”.

“Tal diferencia origina dos ideologías políticas distintas. Aquellos que confían en el propio esfuerzo y quieren vivir del propio trabajo, están por un gobierno exclusivamente dedicado a prevenir, juzgar y castigar el saqueo, sin interferir las fuerzas creadoras; es decir, un organismo limitado a la protección de la libertad y la propiedad individuales. Los que pretenden vivir del trabajo ajeno, propician un sistema que quite a los individuos el control de los medios y resultados de la producción, mediante la prepotencia de las decisiones gubernamentales”.

“La clase productiva usa la fuerza con carácter defensivo, para eliminar a las fuerzas agresivas. La parasitaria, la emplea para someter las fuerzas productivas”. “Según el punto de vista de los individuos creadores, los gobiernos son necesarios, principalmente porque existen parásitos. La opinión opuesta, en cambio, sostiene que los gobiernos son necesarios para legalizar el pillaje. Los primeros quieren un policía frente a sus casas para proteger sus familias, sus propiedades y su trabajo creador. Los otros quieren policía para entrar a los hogares ajenos y apoderarse de los frutos del trabajo de los demás” (De “Ideas sobre la Libertad” Nº 18-Centro de estudios sobre la libertad-Buenos Aires Octubre/1964).

El pillaje ha sido también el origen, en muchos casos, de conflictos internacionales. En lugar de establecer intercambios pacíficos a través del comercio entre naciones, algunas de ellas optaron por extraerlas bajo la fuerza de las armas. El citado autor agrega: “La única causa de violencia entre los individuos es, entonces, el saqueo o la tendencia a practicarlo. Si ésa es la causa de la lucha entre individuos, también lo es de las guerras internacionales. Siempre que los rapaces obtienen el poder en alguna nación, la política de ésta tiende a ser agresiva contra otras naciones, de igual manera en que los individuos pueden serlo contra otros”.

“Los individuos pacíficos recurren al comercio, o sea el intercambio voluntario de bienes y servicios. Los violentos, procuran forzar a otros a hacer lo que ellos quieren. La misma descripción es aplicable a los gobiernos. Tanto en el caso de los individuos como en el de los gobiernos de la segunda categoría, el resultado es el conflicto violento”. “Mientras uno o varios países continúen gobernados por la ideología según la cual algunos individuos deben producir y otros gastar sin haber producido, habrá guerras. Ninguna diferencia hace cuál sea la estructura política de esas naciones, bien pueden ser «democracias». Siempre ha sido y siempre será así”.

La globalización económica, aun con los defectos que se le puedan asociar, parece ser una opción efectiva para evitar guerras entre naciones, ya que, gracias al intercambio comercial, disminuye la predisposición a iniciar conflictos bélicos.

En la Argentina predomina la creencia de que un sector limitado debe producir las riquezas para que el Estado se encargue luego de redistribuirlas con un criterio de “justicia social”, es decir, para que el parásito y su familia no queden “excluidos y marginados” de la sociedad. Tal es así que se habla de 9 millones de aportantes de impuestos y de 19 millones de “protegidos” por el Estado, muchos de ellos integrantes del sector parasitario.

La decadencia argentina se acentúa con el peronismo al adoptar para el país ideas y prácticas similares a las puestas en práctica en la Italia fascista. Carlo Sforza dijo al respecto: “Me apena considerablemente lo que le sucede a la República Argentina. En ustedes ha prendido la infección fascista y los democráticos tendrán que luchar por muchos años para combatirla. La República Argentina, como nación, tiene la debilidad de un niño de muy corta edad atacado por una infección gravísima. Italia lleva veinte años de régimen totalitario, pero eso es muy poco en relación con sus tres mil años de civilización y cuando nosotros estemos libres de la infección ustedes seguirán todavía sufriendo sus consecuencias” (De “Ideas sobre la Libertad” Nº 18).

Cuando en un país predominan los parásitos, se elevan los gastos del Estado; de ahí la causa principal de la decadencia. A lo largo de la historia se ha podido constatar que los gastos excesivos terminan derribando hasta los más exitosos imperios. William H. Chamberlain escribió respecto de la caída del Imperio Romano: “Describiendo una fase ulterior de la decadencia, el reinado de Diocleciano (284-305), Edward Gibbon define aquella referencia a la opresión como el producto de dos males gemelos que siempre marchan juntos: una burocracia inflada y excesivos impuestos”.

“Citemos su versión: «El número de ministros, magistrados, funcionarios y servidores que ocupaban los distintos departamentos de Estado, se multiplicó más allá de lo alcanzado en tiempos anteriores y (de acuerdo a la cálida expresión de un contemporáneo) ‘cuando la proporción de los que recibían superó la proporción de los que contribuían, las provincias fueron agobiadas por el peso de los tributos’. Desde este periodo hasta la extinción del Imperio sería fácil deducir una ininterrumpida serie de clamores y quejas. Según su credo religioso y situación, cada autor elige como blanco de sus invectivas a Diocleciano, Constantino, Valerio o Teodosio, pero todos concuerdan unánimemente en que la carga de las imposiciones públicas, en particular el impuesto a las tierras y la captación, era la intolerable y creciente preocupación de sus tiempos»”.

“El mismo efecto proveniente de sistema impositivo análogo aplicado en el Imperio bizantino, en el siglo VI, durante el reinado de Justiniano, ha sido descrito de la siguiente manera por otro historiador: George Finley: «Por último, toda la riqueza del imperio fue llevada a las arcas imperiales; los árboles frutales eran talados y los hombres libres vendidos como esclavos para pagar los impuestos; se arrancaban las vides y se demolían edificios para evadir los impuestos…».

«En esta etapa el aumento de las cargas públicas llegó a tal extremo que cada año traía consigo el incumplimiento de los impuestos en alguna provincia y, con ello, la confiscación de la propiedad privada correspondiente a los ciudadanos más acaudalados del distrito en mora, hasta que los propietarios ricos fueron llevados a la ruina y la ley tornóse inoperante»”.

“La caída de Roma no puede identificarse con ninguna batalla o revolución en particular. Fue un proceso lento que se extendió a todos los ámbitos de la vida, comprendiendo la literatura y el arte, y que guardó una íntima relación con la implantación y el advenimiento de una burocracia imperial opresiva y centralizada, en lugar de la autonomía y diversidad locales anteriores, con sus alcances más amplios y sus oportunidades para la iniciativa y realización individuales” (De “Ideas sobre la Libertad” Nº 19-Centro de estudios sobre la libertad-Buenos Aires Diciembre/1964).

Abraham Lincoln, en el siglo XIX, propone algunos “mandamientos económicos” en los que da por sobreentendido que el trabajo es un deber social que debemos imponernos tempranamente:

1- “Usted no puede crear la prosperidad desalentando la iniciativa privada”.
2- “Usted no puede fortalecer al débil debilitando al fuerte”.
3- “Usted no puede ayudar a los pequeños aplastando a los grandes”.
4- “Usted no puede ayudar al pobre destruyendo al rico”.
5- “Usted no puede elevar al asalariado presionando a quien paga el salario”.
6- “Usted no puede resolver sus problemas mientras gasta más de lo que gana”.
7- “Usted no puede promover la fraternidad de la humanidad admitiendo e incitando el odio de clases”.
8- “Usted no puede garantizar una adecuada seguridad sobre dinero prestado”.
9- “Usted no puede formar el carácter y el valor quitando la iniciativa al hombre y su independencia”.
10- “Usted no puede ayudar a los hombres permanentemente realizando por ellos lo que ellos pueden y deben hacer por sí mismos”
(De “Ideas sobre la Libertad” Nº 16-Centro de estudios sobre la libertad-Buenos Aires Diciembre/1963).

sábado, 19 de noviembre de 2016

La función social de la empresa

Los procesos económicos pueden describirse a partir de la economía real, que tiene en cuenta los detalles del proceso productivo, o bien desde el punto de vista de la economía simbólica, que tiene en cuenta las ganancias que surgen de ese proceso. De ahí que sea lo mismo hablar de un eficaz proceso de producción y venta, que de una buena utilidad monetaria. El objetivo de una empresa, por lo tanto, implica establecer un buen desempeño empresarial, o bien lograr buenas ganancias, ya que ambos efectos no existen sin el otro.

Imaginemos el caso de un productor de tomates para poder describir la función social que cumple. En primer lugar, todo productor tiende a reducir la escasez de un producto. De esa forma ayuda a bajar el precio del tomate por cuanto aumenta la oferta del mismo. Si es eficiente y gana bastante dinero, estimulará la llegada de competidores. Con sus ganancias podrá comprar nuevas tierras y así podrá ofrecer nuevos puestos de trabajo, como también permitirá el aumento de la producción. En resumen, puede decirse que la función social de una empresa es “ganar dinero”, ya que esa ganancia simboliza producción, venta, inversión y todo el resto de las consecuencias de la eficacia empresarial.

Este ciclo resulta positivo tanto para el empresario como para la sociedad; sin embargo, será interpretado negativamente por algunos sectores de la población, ya que el empresario exitoso “produce desigualdad social”, y según la izquierda política, la desigualdad social genera violencia. Advierte que todo el que gane un sueldo inferior a lo obtenido por el productor de tomates, podrá sentir envidia por lo que vivirá amargado por el resto de sus días. De ahí la sugerencia socialista de que el Estado deba confiscar gran parte de las ganancias del productor exitoso para redistribuirla entre los menos favorecidos, anulando los motivos de la envidia. Jean-Françoise Revel escribió: “Si yo no puedo soportar que mi vecino prospere económicamente más que yo, entonces no debo soñar en convertirme algún día en miembro de una sociedad de abundancia, pues esto no es posible sino gracias a la libre competencia, y la libre competencia es, por definición, generadora de desigualdades” (De “El salto tras el fin del comunismo”-El comercio-Lima 13/09/1991).

En una época en que la población mundial crece a un ritmo de 100 millones de habitantes por año, mientras que la superficie cultivable se va reduciendo, los países subdesarrollados promueven desde el Estado la reducción de la producción de alimentos debido al mencionado proceso de redistribución de las ganancias, ya que con poca o ninguna ganancia (el deseo de los socialistas), el empresario tendrá pocos incentivos para producir. Recordemos el caso argentino, cuando el entonces presidente Kirchner, con la intención de promover el consumo interno de carne vacuna, cerró parcialmente las exportaciones, lo que generó luego una abrupta caída del stock ganadero; disminución estimada en 10 millones de cabezas.

Quienes se preguntan por la función social de la empresa, deberían en realidad preguntarse antes por la función social del Estado. Si contestan que la función social del Estado consiste en redistribuir las ganancias del sector productivo, deberían tener presente que con ello se desalienta la producción, la inversión y el trabajo, mientras que a la vez se promueve la vagancia del sector burocrático a cargo de la redistribución por cuanto sus integrantes se acostumbran a vivir a costa del trabajo ajeno, y para colmo, como utilizan la figura de “los pobres” como destinatarios de la redistribución, se los está engañando por cuanto en realidad es muy poco el porcentaje de la ayuda estatal que le llega al necesitado, ya que la mayor parte quedó en el camino.

Quienes contemplan los intereses y la seguridad de todos los sectores, serán difamados y calificados como personas “insensibles” ante las carencias de los pobres, ya que en realidad los difamadores, si realmente se interesaran por el necesitado, se pondrían a trabajar y a producir como lo hace el empresario. Este tipo de planteamiento lleva muchos años, de ahí una expresión que puede surgir desde un liberal para dirigirla hacia un socialista: “Mientras ustedes sigan mintiendo sobre nosotros, deberemos seguir diciendo la verdad sobre ustedes”.

Incluso los planteos socialistas han convencido a algunos sectores empresariales. Milton Friedman escribió: “La miopía se ejemplifica igualmente en los discursos sobre la responsabilidad social. A corto plazo, por éstos se pueden ganar alabanzas, pero contribuyen a fortalecer la idea, hoy ya corriente, de que obtener utilidades es malo e inmoral y que hay que impedirlo y controlarlo con fuerzas externas. Una vez que se adopte este punto de vista, la fuerza externa que reprima el mercado no será la conciencia social –por muy desarrollada que sea- de los ejecutivos que así pontifican; será el puño de hierro de la burocracia oficial. En esto, como en los controles de precios y salarios, me parece que las personas de negocios revelan un impulso suicida”.

“El principio político sobre el cual descansa el mecanismo del mercado es la unanimidad. En un mercado libre ideal basado en la propiedad privada, ningún individuo puede ejercer coacción sobre otro, toda cooperación es voluntaria, todas las partes que cooperan se benefician o de lo contrario no deben participar. No hay ningún valor «social» ni responsabilidades «sociales» en ningún sentido distinto de los valores compartidos y las responsabilidades de los individuos. La sociedad es una colectividad de individuos y de los diversos grupos que ellos forman voluntariamente”. “Los negocios sólo tienen una responsabilidad social: emplear sus recursos y emprender actividades encaminadas a aumentar sus utilidades, siempre que se mantengan dentro de las reglas del juego, es decir, en competencia libre y abierta sin engaño ni fraude” (De “Oficio y arte de la gerencia” (II) de J. L. Bower-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1995).

El pretexto aducido por el político de izquierda, para justificar la “defensa del consumidor ante el empresario” (considerado culpable hasta que demuestre lo contrario), es que no existe el intercambio cooperativo que beneficia a ambas partes, aunque todos veamos cotidianamente que es posible. Carlos A. Ball escribió: “La animadversión que los empresarios sentimos por los controles de precios no es algo gratuito y sin base. Es que los políticos no logran entender que en todo intercambio, libre de coerción, ambas partes se benefician. Un concepto tan simple como éste no es captado por gente que en su proceso mental mercantilista cree sinceramente que todo intercambio significa que alguien se beneficia en la medida en que el otro se perjudica y como se considera que la parte débil es el consumidor, ello obliga al funcionario público a defenderlo de la avaricia especulativa del empresario, dándole a ese funcionario el poder que no le corresponde”.

“Pero tan pronto como interviene alguna fuerza externa, el comprador o el vendedor, o ambos terminan perdiendo, ocasionándole un desestímulo que tiende a aumentar los precios y a reducir el bienestar general. Por eso es que sostenemos que todo control de precios, toda interferencia burocrática, tiende a reducir la oferta, a fomentar la inflación, y termina perjudicando principalmente a quienes se pretende proteger”.

“Es a través del afán de regular, prohibir, ajustar, pechar, subsidiar, afinar, sancionar, orientar, estabilizar, proteger y dirigir el mercado, que los gobernantes logran entorpecer las acciones voluntarias de la gente, obligándolas a realizar intercambios de manera prescrita por terceros, que presumen de conocer mejor los intereses individuales de los propios participantes de la transacción. La regulación económica y el control de precios no es más que el control de los hombres, apoyado en la fuerza bruta del Estado” (De “Ideas sobre la libertad” Nº 48-Centro de Estudios sobre la Libertad-Buenos Aires Junio/1986).

Los gobiernos que intervienen en la economía, distorsionando el mercado, en lugar de facilitar las actividades empresariales, crean condiciones tan severas que sólo pueden sobrevivir las empresas dirigidas por empresarios muy capaces. Tal es así que en la Argentina, de cada 100 empresas, 80 quiebran antes de los 2 años, mientras que a los 10 años sólo quedan 2. Ello se debe a que toda empresa debe salir airosa de la maraña selvática que le ha preparado el Estado con la “loable intención” de redistribuir sus ganancias. Ernesto Sandler escribió: “La multiplicidad de factores externos que influyen negativa o positivamente sobre la empresa son muy variados y se renuevan constantemente. La mayoría de las veces ni siquiera es posible conocerlos con cierta antelación. Muchos dependen de cada país y de cada momento histórico”.

“La inseguridad jurídica, la inflación legislativa, los monopolios económicos, las presiones sindicales, la pérdida de la cultura del trabajo, la excesiva regulación estatal, la corrupción, el tráfico de influencias, la inflación, los precios administrados, la concentración de los factores de producción, los impuestos distorsivos, el control de cambios o la limitación del comercio exterior, son sólo algunos de los factores externos que influyen sobre las empresas y las condicionan”.

“No basta la voluntad de emprender un negocio e intentar dirigir una empresa. Es necesario tener capacidades personales para competir, innovar, crear o superar a aquellos que tienen propósitos semejantes. No todos pueden constituir un emprendimiento con éxito, llevar adelante un negocio o mantener la productividad de una empresa. Generalmente es necesario tener ciertos talentos y capacidades de los que otros carecen” (De “Malos hábitos del empresario”-Mucho Gusto Editores-Buenos Aires 2013).

La eficacia destructiva de los políticos ha hecho que en la Argentina actual sean 9 millones quienes hacen algún tipo de aporte al Estado mientras que 19 millones reciben aportes desde el Estado. Si se persigue al empresario hasta llevarlo al borde de la extinción, lo que se va a extinguir es la propia sociedad. Si se hace una comparación con algún pueblo atrasado del África, se advertirá que allí hay muchas necesidades insatisfechas y mucha mano de obra disponible, por lo cual falta el elemento que reúna esa mano de obra para comenzar a solucionar las necesidades; tal aglutinador es el empresario.

Si en la Argentina seguimos saboteando cotidianamente el desarrollo económico nacional, repitiendo cada día las diferentes consignas socialistas, que apuntan a la destrucción del sistema capitalista (concretamente al empresariado) nuestro futuro será, no tanto una “sociedad sin clases”, sino la “sociedad sin empresarios”, como lo es Cuba y como cada día se acerca Venezuela a esa situación. En el caso venezolano puede observarse cómo puede destruirse una nación aun cuando disponga de petróleo o de otras riquezas naturales.

viernes, 18 de noviembre de 2016

Interacción entre economía, ética y política

Es frecuente observar entre los especialistas de las distintas ciencias sociales un notorio desconocimiento, o bien una total ignorancia, del resto de las ramas humanísticas de la ciencia. Así, el especialista en política, como el religioso o el filósofo, apenas si tienen un leve conocimiento de economía, de la misma forma en que el economista apenas se interesa por la política o la religión. Como consecuencia de ello se llega al extremo de que el político supone que todos los problemas humanos se han de resolver mediante la democracia, o bien el economista supone que todos los problemas humanos se han de resolver con la economía, ya sea de mercado o con el socialismo, o bien que tales problemas se han de resolver mediante la ética o la religión sin apenas tener en cuenta el sistema político-económico adoptado.

Entre los problemas actuales aparece el del “hombre mutilado espiritualmente”, que sólo piensa y siente en base a su cuerpo, desatendiendo tanto los valores intelectuales como los afectivos, o éticos. Favoreciendo tal limitación de su naturaleza humana, el economista le hace creer que solucionando sus problemas económicos, todo lo demás “vendrá por añadidura”, o el político que le advierte que “con la democracia se vive, se come,…”, mientras se ignoran los principios básicos de la economía, o el religioso que le sugiere que con la contemplación y la creencia religiosa se resolverán todos sus problemas.

No todos los científicos sociales padecen la deficiencia mencionada, es decir, la especialización excluyente, ya que algunos advierten que sólo la interacción positiva entre economía, ética y política ayudará al individuo a subsanar la mencionada mutilación de su propia naturaleza. Uno de esos científicos sociales ha sido Wilhelm Röpke, quien fue el principal apoyo intelectual que tuvo Ludwig Erhard para concretar el conocido “milagro alemán” de la posguerra. Jerónimo Molina Cano escribió al respecto: “Desde un punto de vista global, la mentalidad de Röpke, tan próxima a la filosofía del jusnaturalismo cristiano, es la de un pensador en órdenes concretos (ordinalista), muy crítico con los abusos racionalistas y el ingenierismo a lo Karl Mannheim, lo que Hayek llamó más tarde «constructivismo social» y él mismo calificó como «sempiterno saint-simonismo» de la civilización europea. No en vano imputaba a Francia la responsabilidad de los extravíos de la razón, al menos de los «extravíos del racionalismo», pues los del irracionalismo tenían la impronta alemana”.

“Al mismo tiempo, es el suyo un pensamiento personalista, tal vez no en el preciso sentido del conocido movimiento filosófico, pero sin duda homologable con él en su rechazo del modelo de hombre económico (o ideológico), meros artificios racionalistas. Fácilmente se comprende la oposición a la «racionalización del hombre», al individualismo metodológico y a las teorías de la escatológica emancipación del género humano de quien, participando de la herencia cristiana, veía en el hombre «la imagen de Dios», confesando a continuación que, precisamente por eso, concebía la economía política inserta en un orden superior al cálculo utilitario”.

“Estos presupuestos, que acaso podrían completarse con la referencia al pensamiento en conceptos colectivos o magnitudes totales (la falacia que Whitehead denominó «misplaced concreteness»), al falso neutralismo de los intelectuales, al avance de la cultura cuantitativa y al mito de la exactitud en economía –aspectos de la vida contemporánea que a Röpke le resultaban especialmente odiosos-, le confieren a su obra un aire filosófico particular. Sin embargo, no osó considerarse a sí mismo «filósofo», algo que después se ha estilado mucho, pues su actitud al redactar la trilogía fue bien distinta: «he preferido ser un economista y sociólogo mediano antes que un mal cultivador de la filosofía moral y teólogo»” (De “Reflexiones sobre la teoría política del siglo XX” de J. Pinto y J. C. Corbetta (compiladores)-Prometeo Libros-Buenos Aires 2005).

Röpke veía que la crisis de la sociedad y el avance del totalitarismo, no dependían sólo de la economía y de la política, expresando al respecto: “Nadie puede dejar de ver que es en la creciente falta de religiosidad y en la progresiva desaparición de las convicciones inviolables, donde hay que buscar las causas últimas del aplastamiento del individuo por la colectividad”. De ahí que consideraba que sólo con la economía no podrían resolverse los grandes problemas humanos, siendo él mismo un promotor de la economía de mercado. Al respecto expresó: “Creer que la economía de mercado es una llave que abre todas las puertas constituye una de esas ideas ultrasimplistas que sufrimos en todas partes” (Citas en “Reflexiones sobre la teoría política del siglo XX”).

De la misma manera en que las agencias de turismo venden “paquetes turísticos” que incluyen viaje, estadía y paseos, las distintas ideologías, en el mejor de los casos, ofrecen a la sociedad una postura económica, política y religiosa juntas, tal el caso del liberalismo, como sinónimo de Occidente. Defender el estilo de vida occidental implica promover la democracia política junto a la democracia económica (mercado) como al cristianismo (al menos a su ética). Edmund Burke escribió: “Para gobernar no se requiere mucho ingenio. Basta con determinar la posición del poder en la maquinaria del Estado e inculcar sumisión y ya está hecho todo el trabajo. Conceder la libertad es todavía más sencillo. Aquí ni siquiera se necesita dirigir, basta con soltar las riendas. Pero configurar un gobierno libre, es decir, reunir y acompasar en un todo armónico los elementos contrapuestos de libertad y deber, esto sí pide mucha penetración, profunda reflexión y un espíritu agudo, poderoso y universal”.

“Los hombres están capacitados para la libertad cívica en la misma exacta medida en que son capaces de poner límites morales a su propia voluntad y a sus apetitos; en la medida en que su amor a la justicia supera su codicia; en la medida en que la probidad y la sobriedad de sus juicios es mayor que su vanidad y su presunción; en la medida en que están más dispuestos a escuchar los consejos de los hombres justos y juiciosos que las adulaciones de los pícaros. La sociedad no puede existir si no se pone en algún punto un freno a la voluntad y al apetito desenfrenado. Y cuanto menos dispongan los hombres de este freno en su interior tanto más debe imponérseles desde el exterior. Está escrito en el curso eterno de las cosas que los hombres de carácter desenfrenado no pueden ser libres. Sus pasiones forjan sus cadenas” (Citado en “Más allá de la oferta y la demanda” de Wilhelm Röpke-Unión Editorial SA-Madrid 1979).

Los opositores a Occidente proponen triples propuestas incompatibles con el liberalismo, tal el caso del marxismo que propone la “democracia de un solo partido”, una economía socialista y la “religión del odio de clases”. Algo parecido ocurrió con los nazis, que proponían también una “democracia de partido único”, una economía dirigida desde el Estado y una mitología nazi que reemplazaba a la religión. También surgen propuestas anti-occidentales aisladas que, teniendo en cuenta sólo una, entre economía, política y religión, dejan librada a la decisión del adherente optar por las restantes.

La ventaja teórica del liberalismo, que se da junto a sus ventajas prácticas, proviene de una propuesta surgida de la ciencia económica, ya que crece junto con ella. También considera el desarrollo de la ciencia política dejando las puertas abiertas a toda innovación. En cuanto a la ética, los recientes avances en neurociencia compatibilizan la tendencia a la cooperación previamente impulsada por la ética cristiana.

La desventaja teórica del marxismo, que se da junto a sus fracasos prácticos, provienen de una propuesta económica basada en el valor-trabajo asociado a los productos; concepto abandonado hace más de cien años por los economistas serios, por no ajustarse a la realidad, ya que, como cualquiera puede advertirlo, cuando alguien adquiere un bien, lo valora según su propio criterio y necesidad, sin interesarle cuánto trabajo le demandó al fabricante. La idea marxista de construir una sociedad, incluso una humanidad, a partir de una concepción económica errada, es uno de los absurdos más notables en toda la historia. Incluso la gran adhesión que todavía sigue teniendo, es un reflejo evidente de que sus seguidores ni siquiera se han molestado en estudiar un poco de economía, ya que siguieron el fácil camino del ignorante que se somete con una fe ciega a los dogmas de su fundador. Peor aún, siguen proponiendo al socialismo, previa destrucción de la sociedad occidental, como el único camino posible para la solución de los problemas de la humanidad.

La intensa prédica marxista ha permitido incorporar a la opinión pública una serie de creencias que no deben ponerse en duda ante su “evidencia”; que la felicidad depende de los medios materiales exclusivamente, que los pobres sufren y los ricos no, que los pobres sólo poseen virtudes y los ricos sólo defectos, que los culpables de la pobreza de unos proviene de la riqueza de otros, etc. Se descartan como “imposibles” los casos de monjes budistas que viven con lo estrictamente necesario y son bastante felices, aduciendo que tales hechos son publicitados por la “burguesía” para facilitar la explotación laboral de los pobres. Tampoco se distingue entre el que se hizo rico por ser un eficaz empresario de quien se hizo rico extrayendo ilegalmente el dinero del Estado.

El hombre mutilado espiritualmente es el punto de partida requerido para impulsar el totalitarismo. De ahí que el marxista le haga creer que todos sus atributos personales provienen de la clase social a la que pertenece, ignorando los atributos individuales (intelectuales y afectivos) que el hombre pueda tener. Se le inculca que tales valores le son negados a su clase social y que sólo mediante el socialismo los habrá de recuperar.

La Iglesia “pobre y para pobres” se ha sumado últimamente para sugerir que el pobre sólo tiene virtudes (por lo que no debe cambiar en nada), mientras que las clases económicas altas y medias son consideradas clases perniciosas ya que, con su materialismo, corrompen la pureza de moral del pobre. Al igual que lo hace el marxismo, desconoce los atributos individuales para asociarles atributos colectivos.

Cristo, por el contrario, indicaba la prioridad o el orden de la secuencia que conduce a una mejora ética individual, expresando: “Primeramente buscad el Reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura”. Sin embargo, la Iglesia actual realiza un análisis económico de las clases sociales derivando de ese análisis las virtudes y defectos personales; algo carente de realidad por cuanto una observación desprovista de preconceptos permite advertir que tanto entre la gente pobre, como en las clases medias y altas se encuentran, entremezclados, tanto justos como pecadores.

A la falta de religiosidad a la que se refería Röpke, se le suman ahora las graves deficiencias que surgen dentro de las instituciones religiosas, ya que la palabra religión, como sinónimo de “unidad de los adeptos”, en la actualidad implica un nuevo factor de discordia y de violencia.