lunes, 28 de noviembre de 2016

Organizaciòn familiar vs. el “vale todo”

En momentos en que la violencia familiar adquiere el grado de una pandemia global, según algunas versiones periodísticas, no faltan quienes sostienen que la organización social en base a la familia debe desaparecer para dar lugar a otras células básicas, o a otros tipos de agrupación. Tal es así que en las escuelas primarias se les inculca a los niños a tener presentes algunas variantes que serán interpretadas por ellos como “normales”, ya que son permitidas por la sociedad, como la constituida por dos personas del mismo sexo, o por tríos, o por la pertenencia a grupos cerrados de tipo colectivista.

La asociación primaria de hombre y mujer, con los hijos, es un tipo de organización que surge de la misma naturaleza humana. ¿Quién tiene la obligación, la posibilidad o el derecho de cuidar y educar a los hijos que no sean sus propios padres? Si existe violencia familiar no ha de ser por culpa del tipo de organización social, sino por fallas individuales de sus integrantes. Cuando el hombre padece una crisis derivada de la ausencia de suficientes valores éticos, toda organización en donde participe tenderá a fallar, siendo el individuo quien primero debe intentar cambiar, o mejorar.

El hombre debe apuntar hacia metas óptimas; hacia lo que considera lo mejor. A medida que trascurre su vida, advierte que tales metas son inaccesibles, por lo que deberá conformarse con alcanzar metas parciales que encuentra en el camino. Este es el caso del mandamiento cristiano del amor al prójimo; ya que resulta prácticamente imposible poder compartir las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias, por lo que tal sugerencia se interpreta como una orientación hacia una meta óptima, considerando que deberemos conformarnos con lograrla sólo parcialmente. También el aficionado al fútbol “debe soñar” con llegar a campeón mundial, luego se conformará con llegar a ser un jugador de primera división, o bien deberá conformarse con ser dirigente deportivo, o periodista especializado. Es decir, la visión de la meta óptima permitirá acceder, al menos, a las metas parciales que se “encuentran por el camino”.

El error que se advierte en la actualidad es que ya no se considera a la familia como una meta óptima exclusiva, sino que se la considera como igualmente válida a la pareja homosexual, o al trío mixto, o a la agrupación colectivista, o a lo que a alguien se le pase por la cabeza. Es una consecuencia del relativismo moral por el cual se acepta el “vale todo”. Luego, al niño no se lo orienta hacia el óptimo familiar que podrá algún día alcanzar, ya que debe elegir entre varias alternativas, por lo cual se le está induciendo a una elección que puede llevarlo a situaciones complejas, incompatibles por lo general con la ley natural.

La alternativa más importante, que incluso tiene como objetivo desplazar a la familia como célula básica de organización social, es la colectividad socialista, o comunista, consistente en agrupamientos cerrados cuyos integrantes se unen compartiendo los bienes que producen, relegando a la organización el cuidado y educación de los niños. En realidad, existen diversas variantes colectivistas, por lo cual se considerará, como ejemplo, a una de las más antiguas y que aún perdura: el kibutz israelí.

Se advierte entre sus precursores una tendencia a descalificar a la familia tradicional ignorando que existen familias sin los problemas que se le asocian. Leopoldo Müller escribió: “Desde su formación, en 1908, el kibutz intentó responder con sus postulados ideológicos a una serie de requerimientos nacionales, políticos y sociales de sus miembros fundadores. Estos eran en su mayoría judíos de origen europeo y su edad oscilaba, en los momentos de su fundación, entre los 20 y 30 años. Provenientes de la clase media, con una cultura universitaria o superior, estaban influidos profundamente por la ideología socialista marxista”.

“En sus ideales, algunos de los postulados siguientes se insertaron inseparablemente en su ideología socialista: la renovación de su cultura nacional, la liberación de la mujer de su sometimiento económico a la primacía masculina, el deseo de una ruptura franca con la familia convencional de la sociedad burguesa tradicional”. “Los ideólogos del kibutz conciben a la sociedad kibutziana como una gran familia cuyo cometido es reemplazar a la familia convencional, nucleada en torno de su organización patriarcal tal como existe en la sociedad burguesa occidental”.

“Entre los propósitos perseguidos por sus ideólogos y como pilares de la organización en la educación, figura la liberación del hijo de la tutela exclusiva de «un padre tiránico o de una madre neurótica», transfiriendo la responsabilidad de la crianza de los hijos al kibutz como un todo. De este modo pues, los padres biológicos sólo tienen control y responsabilidad limitados sobre sus hijos, quedando éstos a cargo de la sociedad kibutziana, que por medio de personas profesionalmente dedicadas a la crianza de «los hijos del kibutz», son los verdaderos forjadores de la personalidad, cultura y valores del hombre nuevo que aspiran a crear” (De “Los hijos del kibutz”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 1973).

Quienes no tengan una madre “neurótica”, ni un padre “tiránico”, ni la mujer y los hijos sean “sometidos económicamente” por el padre, encontrarán esta descripción fuera de la realidad, o bien advertirán una generalización indebida ante lo que acontece en la familia tradicional. De ahí que la imposición del socialismo sea rechazada violentamente cuando se la pretende imponer por la fuerza, por cuanto implica imponer reglas sociales de vida a quienes no las aceptan. Y aquí aparece la diferencia esencial entre socialismo y kibutz; mientras que al socialismo se lo trata de imponer por las armas, o por el engaño, el kibutz es un “socialismo voluntario” que no representa peligro alguno para quien prefiere seguir integrando una familia tradicional. H. Darin-Drabkin escribió: “El kibutz es una sociedad voluntaria basada en la propiedad, la producción y el trabajo comunales, y en providencias para el consumo y la vida comunales. En otras palabras, la comunidad del kibutz es responsable de la satisfacción de las necesidades del individuo. «De cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades», de acuerdo con los medios de la comunidad: tal es el principio de la singular forma socioeconómica llamada kibutz” (De “La otra sociedad”-Fondo de Cultura Económica-México 1968).

Las posibilidades que presenta el socialismo voluntario son enormes, ya que, si quienes constantemente tratan de destruir tanto la familia como al capitalismo y a todo lo que implique civilización occidental, se dedicaran a crear kibutz en donde la gente pudiese entrar y salir libremente, se terminarían los conflictos promovidos por la izquierda política. De su aplicación en Israel puede extraerse que sólo de un 2 a un 4% de la población opta por pertenecer a un kibutz, mientras el resto elige la familia tradicional.

La organización social de tipo colectivista, es en algunos aspectos similar a la vigente en los conventos de sacerdotes católicos, ya que comparten el trabajo y varias de sus pertenencias. También aquí se advierte que se trata de un socialismo voluntario que no afecta al resto de las personas. Luigi Einaudi escribió: “En la Edad Media florecían los conventos y duran todavía hoy en día. ¿Quiénes son los monjes y las monjas sino personas que han abdicado en manos de sus superiores toda facultad de manifestar deseos y de libre elección de sus satisfacciones? Comen, se visten, duermen, se despiertan, viven como quiere el reglamento y como ordena el padre guardián. Su economía no es de mercado sino de obediencia a la orden de sus superiores. Si son felices de vivir así, ¿por qué no respetar su voluntad? Generalmente, sin embargo, los hombres gustan de vivir a su modo y no como los monjes del convento” (De “Florilegio del buen gobierno”-Organización Techint-Buenos Aires 1970).

Como con el kibutz se pretende reemplazar a la familia tradicional, pareciera que se trata de evitar toda similitud, incluso en el caso de la educación de los niños. Leopoldo Müller escribe al respecto: “Los hijos biológicos de la pareja tampoco dependen de los padres para su sustento, vestimenta, salud, cuidado diario, educación. Todo esto está a cargo del kibutz y de sus servicios especializados. Tampoco duermen bajo el mismo techo sino que viven en casas y establecimientos separados, ‘bet ieladim’ (literalmente: casa de niños), con el cuidado y supervisión de miembros del kibutz especializados y dedicados a esas tareas”. “Luego que el niño nace en un centro hospitalario regional y la madre retorna con su bebé a casa (al kibutz) ella vuelve a su vivienda y el hijo es entregado al ‘bet ieladim’. Usaré esta expresión para evitar guardería, casa cuna, etcétera, que no reflejan en modo alguno ni el ambiente, ni el espíritu, ni los métodos de crianza”.

“En cada habitación hay 4 o 5 cunitas. Varones y mujeres son criados siempre juntos, constituyendo en número de 4 o 5 una ‘kvutzá’ (grupo) que convive como unidad grupal familiar, y es el verdadero medio en el cual los lactantes se crían. Sus iguales en edad son sus «verdaderos hermanos» de crianza”.

“El encuentro entre la madre y el hijo y las visitas esporádicas del padre se realizan en ese lugar. En algunas oportunidades, tras las horas de trabajo de sus padres, pueden ser llevados a las viviendas de éstos pero no por más de media hora. Duermen pues en el ‘bet ieladim’ que es su verdadero hogar y su habitat junto a sus iguales de la ‘kvutzá’”.

La educación que reciben los niños apunta a un igualitarismo entre varón y mujer, y entre niños de diferentes padres: “A partir de los tres años y medio pasan a otro edificio preescolar hasta los siete años y son instalados en dormitorios para 3 o 4 chicos, en grupos heterosexuales. Se lavan y se bañan en común varones y niñas y cuentan con todas las instalaciones apropiadas y juegos que sus edades requieren”.

“El contacto con la familia es diario tras las horas de trabajo. También se reúnen con sus hermanos biológicos, pero cada uno de sus hermanos hace su vida en su propio grupo”.

“Desde los 7 hasta los 12 años aproximadamente comienzan el periodo escolar propiamente dicho. Se trasladan a un nuevo edificio formado por dormitorios que albergan a tres chicos (varones y niñas indistintamente)”.

“Los baños siguen siendo comunes para ambos sexos, se lavan en común en las mismas instalaciones y comienza a adquirir preponderancia la figura del maestro, casi siempre varón, que es además líder e instructor del grupo-clase”. “Se enfatiza lo grupal por encima de lo individual. La valoración personal se obtiene en función del rendimiento grupal”.

“El kibutz es una protesta contra una sociedad a la cual quiere modificar y destruir, y a la vez es consecuencia de esa sociedad, guarda pues con ella una relación dialéctica, de negación y síntesis dialéctica. Fruto y respuesta reactiva, germen destructivo de una sociedad, engendrado en su seno y a la que quiere modificar”.

“Aspira no solamente a la modificación de las relaciones de producción y consumo, su infraestructura, sino a la creación de valores que modifiquen sustancialmente los cimientos sobre los que quiere asentar una nueva superestructura, síntesis antitética de la sociedad a la que aspira sustituir”.

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