jueves, 10 de noviembre de 2016

De cada uno según su capacidad vs. a cada uno según su necesidad

El lema adoptado por los socialistas, atribuido a Louis Blanc, propone tanto el medio como el objetivo a lograr, y consta de dos partes. En la primera se sugiere que cada productor optimice su actividad para disponer de la mayor cantidad de bienes y servicios posibles; en la segunda se sugiere distribuir tal producción de manera que nadie quede fuera de la repartición. Puede decirse que la diferencia esencial entre liberalismo y socialismo consiste en la forma de interpretar dicho principio, priorizando la primera parte el liberalismo haciendo lo suyo el socialismo con la segunda parte.

En principio, puede resultar sorpresivo (y hasta repulsivo para algunos) que ambos sectores, que por lo general proponen soluciones opuestas ante un mismo problema, sólo difieran en la forma de interpretar un mismo “mandamiento social”. En cierta forma implica algo semejante a lo que sucede en la química, en donde un agregado de carbono, nitrógeno y oxígeno puede resultar tanto un alimento nutritivo como un veneno letal, dependiendo de la forma en que estén organizadas las moléculas.

La ventaja de decir que ambas tendencias, liberalismo y socialismo, concuerdan en el “mandamiento” básico establecido, es la misma ventaja existente entre católicos y protestantes, ya que en ambos grupos parten de una misma referencia, por lo que existe un principio de solución del conflicto ideológico, aunque todavía está un tanto lejos de alcanzarse. El liberalismo, al priorizar la parte que sugiere “de cada uno según su capacidad”, propone la libertad de la actividad empresarial tanto como los estímulos para que cada individuo pueda producir el máximo de lo que su potencial natural le permite. Y no sólo atendiendo a lo que hace cada individuo, sino imponiéndole adicionalmente la necesidad de competir con otros productores, de manera de asegurar una óptima producción de bienes y servicios.

La libertad humana implica poder tomar decisiones en forma individual sin que otros hombres (el Estado, principalmente) impidan adoptarlas. Los estímulos han de ser tanto espirituales como materiales, ya que la producción masiva lleva como destinatario final el resto de la sociedad, aunque el hombre piense casi siempre en sus propios planes de progreso material. En cuanto a la competencia, cabe recordar que la primera experiencia realizada en Psicología social, llevada a cabo a principios del siglo XX, hizo evidente que un ciclista rodeado de otros ciclistas tiende a realizar mejores tiempos que cuando marcha en soledad.

Una vez optimizada la producción, le sigue la distribución en el mercado, mediante intercambios que exigen de la otra parte una contraprestación laboral, ya sea consistente en trabajo humano o en bienes producidos por el trabajo ajeno. Teniendo en cuenta que las necesidades de las personas son limitadas, ya que cada ser humano tiene un estómago que alimentar y un cuerpo que vestir, la producción óptima ha de resultar suficiente para que “a cada uno (le llegue la producción) según su necesidad”.

La tendencia socialista, por el contrario, tiende a priorizar la segunda parte del lema, por lo cual decide desde el Estado “lo que cada uno necesita” y lo hace pensando con un criterio igualitario, para hacer desaparecer todo vestigio de envidia que pueda quedar. Una vez definido lo que necesita el individuo promedio, establece una planificación que ordena la producción de alimentos, vestimenta y otros bienes útiles previendo que a cada uno de los habitantes le llegue lo que los planificadores han considerado previamente como suficiente.

El productor socialista carece de la libertad empresarial adecuada, ya que sólo debe cumplir con la planificación ordenada desde el Estado. Carece de estímulos materiales suficientes, por cuanto sólo le queda la posibilidad de recibir alguna medalla como “héroe del trabajo socialista”, o algo similar. Para colmo tiene prohibido competir buscando objetivos individuales, por lo que no resulta extraño que la producción socialista esté bastante alejada del óptimo que podría esperarse, o del óptimo que indica el lema.

Si la producción está lejos de ser la óptima, tanto en cantidad como en calidad, difícilmente se pueda satisfacer la consigna “a cada uno según su necesidad”, a menos que tal necesidad sea muy simple y rudimentaria. Alexander Heron escribió: “El problema estriba en que ninguna economía marxista puede dar a cada cual según sus necesidades, porque no puede tomar de cada cual según sus capacidades. Todas las coacciones y presiones del Estado todopoderoso no han podido conseguir una producción adecuada para satisfacer las necesidades de todos. Por el contrario, la economía norteamericana se ha aproximado infinitamente más al ideal que consiste en obtener de cada cual según sus capacidades. ¿Cómo ha sido esto posible? Las riquezas naturales de por sí no crean producción; la Unión Soviética las posee. No existe ninguna explicación de carácter físico, racial, geográfico o climático. La única respuesta posible se halla en el sistema mismo”.

“La fuerza productiva que tanto ha podido obtener de cada uno, es la fuerza del estímulo actuando en un clima de libertad. El desarrollo de la técnica, las infinitas invenciones, son resultados, no causas. Ningún comisario ordenó a Morse que inventara el telégrafo ni a Edison la lámpara eléctrica. Ningún plan quinquenal exigió la invención del automóvil. Los hermanos Wright no estaban bajo el látigo de la coacción cuando volaron en Kitty Hawk” (De “La Argentina y las firmas norteamericanas”-Cámara de Comercio de EEUU-Sociedad Impresora Americana SA-Buenos Aires 1958).

Por lo general, se establecen comparaciones entre sociedades en función de los logros económicos, aunque en realidad existen otros aspectos que hacen que el hombre no sólo aspire a conformarse con alimento, ropa y vivienda, algo que muy bien podría obtener en una cárcel. Ludwig von Mises escribió acerca del sistema que surge al poner en práctica las ideas socialistas: “El totalitarismo es mucho más que une mera burocracia. Es la subordinación de la vida entera, el trabajo y el ocio de cada individuo a las órdenes de aquéllos que tienen el poder. Es la reducción del hombre a pieza de una enorme máquina de compulsión y coerción. El individuo está forzado a renunciar a cualquier actividad no aprobada por el gobierno. No tolera ninguna expresión de disidencia. Es la transformación de la sociedad en un estrictamente disciplinado ejército obrero (como dicen los abogados del socialismo) o en una penitenciaría (como dicen los opositores). De cualquier manera es la quiebra radical de la forma de vida a la que se adherían las naciones del pasado”.

“El socialismo moderno es totalitario en el sentido estricto de la palabra. Este retiene al individuo severamente desde el seno materno hasta la tumba. A cada instante de su vida el «compañero» está obligado a obedecer implícitamente las órdenes dadas por la autoridad suprema. El Estado es tanto su guardián como su empleador. El Estado determina su trabajo, su dieta y sus placeres. El Estado le dice qué pensar y en qué creer” (De “Burocracia”-Unión Editorial SA-Madrid 2005).

A pesar de los diferentes resultados logrados, importantes sectores de la opinión pública todavía suponen la existencia de ventajas del socialismo sobre el capitalismo, si bien la realidad se va imponiendo con el pasar de los años. Gran parte de ese error depende de la pobre difusión que las ideas liberales tuvieron por parte de sus seguidores y también por la tenaz difamación y tergiversación socialista de lo que el capitalismo significa. Murray N. Rothbard escribió: “El credo libertario [liberal para Europa y Sudamérica]…ofrece la realización de lo mejor del pasado norteamericano junto con la promesa de un futuro mucho mejor. Aun más que los clásicos, que están a menudo adheridos a las tradiciones monárquicas de un pasado europeo felizmente en la gran tradición clásica liberal que construyó los EEUU y nos concedió la herencia de la libertad individual, una pacífica política extranjera, un mínimo gobierno y una economía de libre mercado. Los libertarios son los únicos herederos genuinos de Jefferson, Paine, Jakcson y los abolicionistas”.

“Vestigios de doctrinas libertarias hay a nuestro alrededor, en grandes partes de nuestro glorioso pasado y en valores e ideas de nuestro confuso presente. Pero sólo el libertarismo toma estos vestigios y los integra en un sistema poderoso, lógico y coherente. El enorme éxito de Karl Marx y el marxismo no fue debido a la validez de sus ideas –las cuales son en verdad, falsas- sino al hecho de que se animó a urdir la teoría socialista en el poderoso sistema. La libertad no puede tener éxito sin una teoría sistemática equivalente y contrastante; y hasta los últimos años, a pesar de nuestra gran herencia de pensamiento y práctica económica y política, no hemos tenido una teoría de libertad completamente integrada y coherente”.

“Ahora sí tenemos esa teoría sistemática: venimos, armados completamente con nuestros conocimientos, preparados para traer nuestro mensaje y para capturar la imaginación de todos los grupos de la población. Todas las otras teorías y sistemas han fallado claramente: el socialismo está retrocediendo en todos lados [escrito en 1973] y notoriamente en Europa oriental; el liberalismo [socialdemocracia en EEUU] nos ha hundido en una cantidad de problemas insolubles; el conservadorismo no tiene nada que ofrecer más que una estéril defensa del statu quo. La libertad no ha sido nunca probada al máximo en el mundo moderno; los libertarios proponen ahora realizar el sueño americano y del mundo de la libertad y la prosperidad para toda la humanidad” (Citado en “Colapso monetario” de Jerome F. Smith-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1981).

El diálogo entre alguien que conoce la ciencia económica y alguien que la rechaza, resulta imposible, ya que el primero tiene en cuenta no sólo lo que se observa, sino aquello que no puede observarse, y especialmente lo que se pudo hacer y no se hizo. El que conoce la ciencia económica habla siempre de una sociedad real y concreta, mientras que quien la rechaza, toma como referencia una sociedad utópica, que existe sólo en la imaginación de los ideólogos socialistas.

Tampoco puede establecerse diálogo alguno con quienes, al referirse a una sociedad en que sólo existe una minoría dueña de toda la producción, la señalan como “capitalismo salvaje” cuando en realidad ni siquiera ha podido surgir algo semejante a un mercado competitivo. Si los socialistas siguen mintiendo como hasta ahora, sólo colaboran con la continuidad de la pobreza y el hambre que tanto aducen combatir. De ahí que la difusión de la ciencia económica y de las ideas liberales debe alcanzar a las personas bien intencionadas, aquellas que tratan de que la realidad económica y social mejore, evitando perder tiempo en quienes viven con la obsesión enfermiza de poder ver algún día la destrucción del capitalismo y la sociedad.

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