martes, 28 de julio de 2020

Factores de seguridad en política y economía

En las distintas ramas de la ingeniería y de la industria, se establecen normas de seguridad que, por lo general, encarecen los productos; pero brindan al usuario cierta certeza respecto de la confiabilidad de los mismos. Así, entre las normas establecidas para la construcción de viviendas en zonas sísmicas, se encuentra aquella que exige que cada columna y cada viga sean calculadas para soportar un peso cuatro veces mayor al peso real que deban soportar.

En el caso de la economía, se hace evidente la necesidad de establecer algunos criterios de seguridad, principalmente para evitar la pobreza generalizada y la riqueza desmedida de unos pocos. Este es el caso de los países en que se observan muy pocas empresas, o bien unos pocos monopolios privados o, principalmente, un gran monopolio estatal. Para evitar esos males, el liberalismo propone la economía de mercado establecida bajo la competencia de muchas empresas. De esa manera se evitan los inconvenientes que pueden presentar los grandes monopolios. Es oportuno destacar que existen monopolios privados "naturales" que no son los culpables de que no se les haga competencia, especialmente en países en donde la mayoría prefiere ser empleado estatal.

Por el contrario, los sistemas socialistas no buscan una distribución de la responsabilidad productiva ni tampoco una división de poderío económico; poderío que puede a veces ser negativo para la sociedad. Por el contrario, al proponer la estatización de los medios de producción, favorece la creación de un gran monopolio estatal, que acentúa todos y cada uno de los defectos que los socialistas critican de las economías capitalistas; en realidad, pseudocapitalistas en el caso de existir monopolios dominantes. Si uno le pregunta a un socialista la razón por la cual los monopolios privados son "malos" mientras que un gran monopolio estatal es "bueno", dirá seguramente que en el primer caso será dirigidos por "explotadores" laborales mientras que ellos, los socialistas, al poseer cierta "superioridad moral", no cometerán tal abuso.

En el caso de la política ocurre algo similar. Así, para evitar los posibles excesos asociados a un poder ilimitado de los gobernantes, el liberalismo propone la división de poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo, Judicial) como también la renovación de los gobiernos mediante elecciones periódicas. Por el contrario, los socialistas proponen un poder centralizado y un partido político único, sin elecciones en las que participen los gobernados, creando todas las condiciones propicias para el surgimiento de verdaderas catástrofes sociales, como las acontecidas en Rusia, China y otros países durante el siglo XX.

Si bien el mando político centralizado no necesariamente ha de conducir a una catástrofe social, las condiciones establecidas brindan pocas garantías para evitarla en casos extremos, como aquel en que accede al poder alguien mentalmente perturbado. Tampoco los sistemas democráticos brindan garantías de seguridad inobjetables, ya que el sistema es pervertido por políticos con fallas morales. En todos los casos, se advierte que no existe el "sistema económico y el sistema político perfectos", que aseguren el éxito esperado, ya que siempre influyen los aspectos éticos asociados tanto a gobernantes como al pueblo.

Para ilustrar las posturas de los promotores de ambos sistemas, es decir, del inseguro y del seguro, se transcribe un diálogo imaginario entre la figura más representativa del primero (Maquiavelo) y la del segundo (Montesquieu):

MAQUIAVELO:

El hombre experimenta mayor atracción por el mal que por el bien; el temor y la fuerza tienen mayor imperio sobre él que la razón. Todos los hombres aspiran al dominio y ninguno renunciaría a la opresión si pudiera ejercerla. Todos o casi todos están dispuestos a sacrificar los derechos de los demás por sus intereses.

¿Qué es lo que sujeta a estas bestias devoradoras que llamamos hombres? En el origen de las sociedades está la fuerza brutal y desenfrenada, más tarde, fue la ley, es decir, siempre la fuerza, reglamentada formalmente. Habéis examinado los diversos orígenes de la historia; en todos aparece la fuerza anticipándose al derecho.

La libertad política es sólo una idea relativa; la necesidad de vivir es lo dominante en los Estados como en los individuos.

En algunas latitudes de Europa, existen pueblos incapaces de moderación en el ejercicio de la libertad. Si en ellos la libertad se prolonga, se transforma en libertinaje; sobreviene la guerra civil o social, y el Estado está perdido, ya sea porque se fracciona o se desmembra por efecto de sus propias convulsiones o porque sus divisiones internas los hacen fácil presa del extranjero. En semejantes condiciones, los pueblos prefieren el despotismo a la anarquía. ¿Están equivocados?

¿Podemos conducir masas violentas por medio de la pura razón, cuando a éstas sólo las mueven los sentimientos, las pasiones y los prejuicios?

Que la dirección del Estado esté en manos de un autócrata, de una oligarquía o del pueblo mismo, ninguna guerra, ninguna negociación, ninguna reforma interna podrán tener éxito sin ayuda de estas combinaciones que al parecer desaprobáis, pero que os hubieran visto obligado a emplear si el rey de Francia os hubiese encomendado el más trivial de los asuntos estatales.

¡Pueril reprobación la que afecta al Tratado del Príncipe! ¿Tiene acaso la política algo que ver con la moral? ¿Habéis visto alguna vez un Estado que se guiase de acuerdo con los principios rectores de la moral privada? En ese caso, cualquier guerra sería un crimen, aunque se llevase a cabo por una causa justa; cualquier conquista sin otro móvil que la gloria, una fechoría...¡Únicamente lo fundado en el derecho sería legítimo! La fuerza es el origen de todo poder soberano o, lo que es lo mismo, la negación del derecho. ¿Quiere decir que proscribo a este último? No; mas lo considero algo de aplicación limitada en extremo, tanto en las relaciones entre países como en las relaciones entre gobernantes y gobernados.

Por otra parte, ¿no advertís que el mismo vocablo «derecho» es de una vaguedad infinita? ¿Dónde comienza y dónde termina? ¿Cuándo existe derecho y cuándo no? Daré ejemplos: Tomemos un Estado: la mala organización de sus poderes públicos, la turbulencia de la democracia, la impotencia de las leyes contra los facciosos, el desorden que reina por doquier, lo llevan al desastre. De las filas de la aristocracia o del seno del pueblo surge un hombre audaz que destruye los poderes constituidos, reforma las leyes, modifica las instituciones y proporciona al país veinte años de paz. ¿Tenía derecho a hacer lo que hizo?

Con un golpe de audacia, Pisistrato se adueña de la ciudadela y prepara el siglo de Pericles. Bruto viola la constitución monárquica de Roma, expulsa a los Tarquinos y funda a puñaladas una república, cuya grandeza es el espectáculo más imponente que jamás haya presenciado el universo. Empero, lucha entre el patriciado y la plebe, que mientras fue contenida estimuló la vitalidad de la república, lleva a esta a la disolución y a punto de perecer. Aparecen entonces César y Augusto. También son conculcadores; pero gracias a ellos, el Imperio romano que sucede a la república perdura tanto como esta; y cuando sucumbe, cubre con sus vestigios al mundo entero.

Pues bien ¿estaba el derecho de parte de esos audaces? Según vos, no. Y sin embargo, las generaciones venideras los han cubierto de gloria; en realidad, sirvieron y salvaron a su país y prolongaron durante siglos su existencia. Veis entonces que en los Estados el principio del derecho se halla sujeto al del interés y de estas consideraciones se desprende que el bien puede surgir del mal; que se llega al bien por el mal, así como algunos venenos nos curan y un corte de bisturí nos salva la vida. Menos me he cuidado de lo que era bueno y moral que de lo útil y necesario; tomé las sociedades tal como son y establecí las normas consiguientes.

Hablando en términos abstractos, la violencia y la astucia ¿son un mal? Sí, pero es necesario para gobernar a los hombres, mientras los hombres no se conviertan en ángeles.

Cualquier cosa es buena o mala, según se la utilice y el fruto que dé; el fin justifica los medios; y si ahora me preguntáis por qué yo, un republicano, inclino todas mis preferencias a los gobiernos absolutos, os contestaré que, testigo en mi patria de la inconstancia y cobardía de la plebe, de su gusto innato por la servidumbre, de su incapacidad de concebir y respetar las condiciones de una vida libre; es a mis ojos una fuerza ciega, que tarde o temprano se deshace si no se halla en manos de un solo hombre; os respondo que el pueblo, dejado a su arbitrio, sólo sabría destruirse; que es incapaz de administrar, de juzgar, de conducir una guerra. Os diré que el esplendor de Grecia brilló tan sólo durante los eclipses de la libertad; que sin el despotismo de la aristocracia romana, y más tarde el de los emperadores, la deslumbrante civilización europea no se hubiese desarrollado jamás.

MONTESQUIEU:

Nada de nuevo tienen vuestras doctrinas para mí, Maquiavelo; y si experimento cierto embarazo en refutarlas, se debe no tanto a que ellas perturban mi razón, sino a que, verdaderas o falsas, carecen de base filosófica. Comprendo perfectamente que sois ante todo un hombre político, a quien los hechos tocan más de cerca que las ideas. Admitiréis, empero, que, tratándose de gobiernos, se llega necesariamente al examen de los principios. La moral, la religión y el derecho no ocupan lugar alguno en vuestra política. No hay más que dos palabras en vuestra boca: fuerza y astucia.

Si vuestro sistema se reduce a afirmar que la fuerza desempeña un papel preponderante en los asuntos humanos, que la habilidad es una cualidad necesaria en el hombre de Estado, hay en ello una verdad de innecesaria demostración; pero si erigís la violencia en principio y la astucia en precepto de gobierno, el código de la tiranía no es otra cosa que el código de la bestia, pues también los animales son hábiles y fuertes y, en verdad, solo rige entre ellos el derecho de la fuerza brutal. No creo, sin embargo, que hasta allí llegue vuestro fatalismo, puesto que reconocéis la existencia del bien y del mal.

Vuestro principio es que el bien puede surgir del mal, y que está permitido hacer el mal cuando de ello resulte un bien. No afirmáis que es bueno en sí traicionar la palabra empeñada, ni que es bueno emplear la violencia, la corrupción o el asesinato. Decís: podemos traicionar cuando ello resulta útil, matar cuando es necesario, apoderarnos del bien ajeno cuando es provechoso. Me apresuro a agregar que, en vuestro sistema, estas máximas sólo son aplicables a los príncipes, cuando se trata de sus intereses o de los intereses del Estado. En consecuencia, el príncipe tiene el derecho de violar sus juramentos, puede derramar sangre a raudales para apoderarse del gobierno o para mantenerse en él; le es dado despojar a quienes ha proscripto; abolir todas las leyes, dictar otras nuevas y a su vez violarlas; dilapidar las finanzas, corromper, oprimir, castigar y golpear sin descanso.

(Extractos del "Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu" de Maurice Joly-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1977).

domingo, 26 de julio de 2020

El disfraz democrático

El político profesional, que es apto y exitoso en su oficio, no es generalmente sólo un hábil tergiversador de la verdad sino también un hábil utilizador de disfraces ideológicos que le permiten embaucar con cierta facilidad a las crédulas masas. Esto puede observarse, en lo económico, cuando el político socialista, con disfraz democrático, promueve la confiscación legal de las ganancias empresariales, aunque respetando la propiedad privada de los medios de producción. Sin embargo, los excesivos impuestos exigidos al sector productivo implican una confiscación parcial de la propiedad privada, comparable a la expropiación total. El productor, sin embargo, es dueño tanto del árbol como de sus frutos, aunque el político convenza a la mayoría que esos frutos pertenecen a la sociedad en general, incluso a quienes poco o nada trabajan.

En cuanto a lo político, sucede otro tanto, ya que arreglan leyes y reglamentos de manera de disponer de un absoluto control del Estado con la posibilidad adicional de perpetuarse en el poder. Para ello desarrollan argumentos aceptados por la sociedad para que ésta crea que se trata de una legalización democrática que beneficia a todos por igual. Jean-François Revel escribió: "El problema propuesto consiste en saber cómo puede injertarse un poder autoritario en una sociedad acostumbrada de larga data a las instituciones liberales. Se trata de definir un «modelo» político que difiera de la verdadera democracia y de la dictadura brutal".

"Montesquieu sostiene la tesis del continuo progreso de la democracia, de la liberación y legalización crecientes de las instituciones y costumbres que harán imposible el retorno a ciertas prácticas. (¡Ay!, cuántas veces hemos escuchado ese «imposible» optimista... y cuántas veces, a quienes me aseguran que las cosas ya nunca volverán a ser como eran antes, desearía responderles: «Tiene usted razón, serán peores»)".

"Así como el despotismo «oriental», desde la muerte de Stalin, ha demostrado ser viable en forma colegiada y sin culto de la personalidad, al cual se lo creía ligado; así el despotismo moderno...parece viable independientemente del «poder personal» al que nosotros espontáneamente lo vincularíamos".

"Que el autoritarismo sea personal o colegiado es una cuestión secundaria; lo que importa es la confiscación del poder, los métodos que es preciso seguir para que dicha confiscación sea tolerada -es decir, para que pase en gran parte inadvertida- por los ciudadanos integrantes del grupo de aquellas sociedades que pertenecen históricamente a la tradición democrática occidental".

"¿Acaso no nos hallamos en un terreno conocido cuando leemos que el despotismo moderno se propone «no tanto violentar a los hombres como desarmarlos, no tanto combatir sus pasiones políticas como borrarlas, menos combatir sus instintos que burlarlos, no simplemente proscribir sus ideas sino trastocarlas, apropiándose de ellas»?".

"El despotismo moderno no debe de ninguna manera suprimir la libertad de prensa, lo cual sería una torpeza, sino canalizarla, guiarla a la distancia, empleando mil estratagemas...La más inocente de tales artimañas es, por ejemplo, la de hacerse criticar por uno de los periódicos a sueldo a fin de mostrar hasta qué punto se respeta la libertad de expresión. A la inversa de lo que ocurre en el despotismo oriental, conviene al despotismo moderno dejar en libertad a un sector de la prensa (suscitando, empero, una saludable propensión a la autocensura por medio de un depurado arte de la intimidación)" (Del Prefacio del "Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu" de Maurice Joly-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1977).

La perversa infiltración en todos los sectores del Estado y de la sociedad es necesaria para establecer un dominio total sobre una nación. En la actualidad podemos advertir este proceso en el caso del kirchnerismo, que apunta hacia objetivos similares al del chavismo venezolano, o al del peronismo original, pero con mayor habilidad y disimulo. Estos procedimientos ya fueron advertidos en el siglo XIX por Maurice Joly, siendo sintetizado su libro en el prefacio que se está transcribiendo parcialmente. Revel agrega: "Se trate de la destrucción de los partidos políticos y de las fuerzas colectivas, de quitar prácticamente al Parlamento la iniciativa con respecto a las leyes y transformar el acto legislativo en una homologación pura y simple, de politizar el papel económico y financiero del Estado a través de las grandes instituciones de crédito, de utilizar los controles fiscales, ya no para que reine la equidad fiscal sino para satisfacer venganzas partidarias e intimidar a los adversarios".

"De hacer y deshacer constituciones sometiéndolas en bloque al referéndum, sin tolerar que se las discuta en detalle, de exhumar viejas leyes represivas sobre la conservación del orden para aplicarlas en general fuera del contexto que les dio nacimiento (por ejemplo, una guerra extranjera que terminó hace rato), de crear jurisdicciones excepcionales, cercenar la independencia de la magistratura, definir el «estado de emergencia», fabricar diputados «incondicionales»".

"Promover una civilización policial, impedir a cualquier precio la aplicación del habeas corpus; nada de todo esto omite este manual del déspota moderno sobre el arte de transformar insensiblemente una república en un régimen autoritario o, de acuerdo con la feliz fórmula de Joly, sobre el arte de «desquiciar» las instituciones liberales sin abrogarlas expresamente. La operación supone contar con el apoyo popular y que el pueblo (lo repito por ser indispensable) esté subinformado; que, privado de información, tenga cada vez menos necesidad de ella, a medida que le vaya perdiendo el gusto".

"Pretender que un detentador del poder no es un dictador porque no se asemeja a Hitler equivale a decir que la única forma de robo es el asalto, o que la única forma de violencia es el asesinato. Lo que caracteriza a la dictadura es la confusión y concentración de poderes, el triunfo de la arbitrariedad sobre el respeto a las instituciones, sea cual fuere la magnitud de tal usurpación; lo que la caracteriza es que el individuo no está jamás al abrigo de la injusticia cuando solo la ley lo ampara".

"El totalitarismo exige mucho más del ciudadano que, a su modo, la dictadura o la «democradura». Estas últimas no se interesan más que por el poder político y el económico. Si el ciudadano no molesta y no dice nada, no tendrá problemas. Basta con su pasividad. El totalitarismo, en cambio, pretende hacer de cada ciudadano un militante. La sumisión no le basta, exige el fervor. La diferencia entre un régimen simplemente autoritario y uno totalitario está en que el primero quiere que no se le ataque, y el segundo considera un ataque todo lo que no es un elogio. Al primero le basta con que no se le desfavorezca; el segundo pretende además que nada se haga que no le favorezca".

En los países subdesarrollados se admira generalmente la "inteligencia" de quienes son capaces de adquirir un ilimitado poder sobre la nación, aunque el costo sea pagado con el sufrimiento de gran parte de la población. Por el contrario, deberíamos considerar "inteligente", y admirarlo verdaderamente, a quien logra administrar el Estado beneficiando a toda la población. Destruir es mucho más simple que construir.

viernes, 24 de julio de 2020

Alberdi entrevista a Juan Manuel de Rosas

ROSAS EN EL DESTIERRO

Por Juan Bautista Alberdi

Londres, 18 de octubre de 1857

Anoche conocí a Rosas. Consentí en encontrarme con él en casa de Mr. Dickson, por sus actuales circunstancias. Procesado sin discernimiento ni derecho, quise protestar en cierto modo contra eso tratándole. Su actitud respetuosa a la nación y a su gobierno nacional, me han hecho menos receloso hacia él.

Hablaba en inglés con las damas cuando yo entré. El Sr. Dickson nos presentó y me dio la mano con palabras corteses. Poco después me habló aparte, sentándonos en sillas puestas por él ambas. Me encargó de asegurar al general Urquiza la verdad de lo que me decía como a su representante en estas cortes: "Que estaba intensamente reconocido por su conducta recta y justa hacia él: que si algo poseía hoy para vivir, a él se lo debía". Me renovó a mí sus palabras de respeto y sumisión al gobierno nacional.

Al verle le hallé más viejo de lo que creía, y se lo dije. Me observó que no era para menos, pues tenía sesenta y cuatro años.

Al ver su figura toda, le hallé menos culpable a él que a Buenos Aires por su dominación, porque es la de uno de esos locos y medianos hombres en que abunda Buenos Aires, deliberados, audaces para la acción y poco juiciosos. Buenos Aires es el que pierde de concepto a los ojos del que ve a Rosas de cerca. ¿Cómo ha podido ese hombre dominar a ese pueblo a tanto extremo?, es lo que uno se repite dentro de sí al conocerle.

Habló mucho. Habla inglés, mal, pero sin detenerse, con facilidad.

Es jovial y atento en sociedad.

Después de la mesa, cuando se alejaron las señoras, habló mucho de política: casi siempre se dirigió a mí, y varias veces vino a mi lado. Me llamaba señor ministro y a veces paisano; otras por mi nombre.

Acababa de leer él todo lo que trajo el vapor de antes de ayer sobre su proceso. No por eso estaba menos jovial y alegre.

-Me llaman por edictos- decía: -¿pues estoy loco para ir a entregarme para que me maten?.

Niega a Buenos Aires el derecho a juzgarlo. Repite como de memoria las palabras de su protesta. Dice que el Gobierno, la autoridad soberana o superior a que en ella alude, es el Gobierno de la Nación o Confederación, no el de Buenos Aires.

Le oí que Anchorena era el exclusivo autor y partidario del aislamiento de Buenos Aires, como ciudad escéptica. Se quejó de Anchorena: le calificó de ingrato.

Recordó que al acercarse Urquiza a Buenos Aires, Anchorena le dijo a él (a Rosas), que si triunfaba Urquiza "no le quedaría más medio que agarrarse de los faldones de la casaca de Urquiza y correr su suerte, aunque fuese al infierno, y en seguida, le abandonó". Recordó que toda su fortuna la había hecho bajo su influencia.

Habló con moderación y respeto de todos sus adversarios, incluso de Alsina.

Recordó que el decreto que ordenó la ejecución de los de San Nicolás está legalizado por Maza (?). Él no niega el hecho de esa ejecución: lo califica de hecho político, de la guerra civil de esa época.

Habló mucho de caballos, de perros, de sus simpatías por la vida inglesa, de su pobreza actual, de sus economías, de su caballo y de los caballos ingleses.

No es ordinario. Está bien en sociedad. Tiene la fácil y suelta expedición de un hombre acostumbrado a ver desde alto al mundo. Y, sin embargo, no es fanfarrón ni arrogante, tal vez por eso mismo, como sucede con los lores de Inglaterra; las más suaves y amables gentes del país.

Su fisonomía no es mala. Se parece poco a sus retratos. La cabeza es chica, y la frente, echada atrás, es bien formada, más bien que alta. Los ojos son chicos. Está cano. No tenía bigotes ni patilla. No estaba bien vestido: no tenía ropa en Londres. Ha venido por quince días a imprimir y publicar su protesta.

Me dijo que no había sacado plata de Buenos Aires, pero sí todos sus papeles históricos, en cuya autoridad descansaba. Él dice que guarda sus opiniones, sin perjuicio de su respeto por la autoridad de la nación.

Recordó que él no había echado a Rivadavia, ni hubiera rehusado recibirlo. Fue bajo Viamonte, según dijo, el destierro de aquél.

Después de Balcarce, ningún porteño en Europa me ha tratado mejor que Rosas, anoche, como a representante de la Confederación Argentina.

(De "Autobiografía"-Editorial Jackson de Ediciones Selectas-Buenos Aires 1945)

miércoles, 22 de julio de 2020

Ni demasiado individual, ni demasiado social

"Los extremos son malos"; hemos escuchado muchas veces. Esto vale también para cada ser humano que, por naturaleza, necesita de sus semejantes para poder vivir. Uno de esos extremos es el egoísmo, actitud por la cual un individuo se separa del resto de la sociedad renunciando a su esencia social, es decir, desnaturalizando un tanto lo que el proceso evolutivo ha impuesto. Al adoptar esa predisposición, renuncia a ser favorecido por el medio social y renuncia también a favorecer de alguna manera a los demás.

Algunos cristianos, en el pasado, se alejaban de la sociedad. De esa manera no tenían posibilidad de hacer el mal, pero tampoco de hacer el bien. De ahí que no existía en ellos predisposición alguna a poner en práctica el "amarás al prójimo como a ti mismo", ya que ignoraban al prójimo junto al mencionado mandamiento, por lo cual su carácter de cristianos ofrecía muchas dudas.

En el otro extremo se encuentra la actitud del hombre-masa, que renuncia a todo individualismo, para tomar como referencia lo que la mayoría hace o piensa; para hacer lo que todos hacen y pensar lo que todos piensan. La divulgación e intensificación de esta postura, para ser impuesta contra la voluntad de muchos, ha sido puesta en práctica por los totalitarismos; sociedades en las cuales el individuo debe renunciar a sus ambiciones, preferencias y hasta sus atributos personales, para adaptarse a la voluntad de quienes dirigen al Estado. Los colectivismos socialistas adoptaron, consciente o inconscientemente, el modelo de una colmena o de un hormiguero, en lugar de tratar de lograr una sociedad netamente humana.

El término medio lo constituye el individuo que trata de desarrollar tanto sus potencialidades como sus proyectos personales, compatibles con un beneficio simultáneo para su persona y para la sociedad. De ahí que deba rechazarse la supuesta equivalencia entre "egoísmo" e "individualismo", como maliciosamente los colectivistas aducen, para descalificar como "egoístas" a quienes rechazan la posibilidad de ser esclavizados mental y materialmente.

Desafortunadamente, desde algunos sectores "capitalistas" se convalida tal confusión por cuanto predican "la virtud del egoísmo", a pesar de que figuras importantes del liberalismo, como Ludwig von Mises, le dan sentido a la economía de mercado, o capitalismo, bajo la finalidad de una "cooperación social". Esto se evidencia en el acto básico de la economía de mercado: el intercambio. Para que los intercambios sean duraderos, ambas partes intervinientes deben beneficiarse simultáneamente, de lo contrario los intercambios cesarán de inmediato. De ahí que la actitud adecuada, para que se prolonguen en el tiempo, no puede ser el egoísmo, sino la cooperación entre individuos.

Cierta confirmación de que "los extremos son malos" la encontramos en los estudios de Emile Durkheim respecto del suicidio. Demás está decir que el suicidio es algo indeseable por cuanto resulta ser una acción motivada por un estado personal que resulta insoportable, llevando al individuo a evadir ese sufrimiento poniendo fin a su vida. Entre las conclusiones obtenidas por Durkheim se encuentra que la mayor cantidad de suicidios se da en las personas muy poco vinculadas a la sociedad y también a las muy vinculadas a la sociedad.

Por lo general se cree que los individuos cuyas vidas dependen totalmente del Estado, con poco margen para las decisiones individuales, se han de sentir integrados a la sociedad. Sin embargo, bajo los sistemas comunistas, se producía una "atomización" social promovida por el temor a la delación por parte de personas cercanas y a la posterior represalia por parte de los organismos de control social. De ahí los altos índices de suicidio que había, por ejemplo, en la Hungría socialista.

En cuanto a las actitudes extremas consideradas por Durkheim, Neil J. Smelser escribió: "Queda claro por ahora que Durkheim no estaba manejando una simple lista desorganizada de causas y efectos en relación con el suicidio. Los diversos tipos de cohesión social (egoísmo, altruismo, anomia, fatalismo) son variables independientes; la tasa de suicidios, dependiente. Asimismo, los cuatro tipos constituyen dos pares de conceptos opuestos. El egoísmo es una condición de excesiva desvinculación del individuo respecto de la comunidad; el altruismo, una condición de muy débil desvinculación. La anomia es una condición de muy escasa regulación por las expectativas normativas; el fatalismo, una condición de regulación demasiado grande. Tal es la estructura básica del sistema teórico de Durkheim".

"Nuestra discusión de la estructura lógica del esquema teórico de Durkheim ha revelado ya su hipótesis principal: los dos extremos de la cohesión social -o demasiada o demasiada poca- ocasionan altas tasas de suicidio. Dado que especificó dos dimensiones de la cohesión -integración y regulación- esta hipótesis principal se disuelve en cuatro versiones. Con respecto a la integración, el egoísmo y el altruismo contribuyen ambos a tasas altas de suicidio, con una tasa inferior oscilando entre ambos extremos, donde más o menos uniformemente se equilibran los intereses individuales y los intereses colectivos" (De "Teoría Sociológica" de N.J. Smelser y R.S Warner-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1982).

martes, 21 de julio de 2020

Liderazgo libertario vs. Liderazgo socialista

Si bien la igualdad entre seres humanos es algo deseable y valorado por todos los sectores, o por la mayor parte de ellos, toda organización social ha de funcionar adecuadamente si existe un orden jerárquico de responsabilidades y de toma de decisiones. Es decir, si se le exige al gerente de una empresa que la misma funcione adecuadamente, se le debe conceder el liderazgo correspondiente en la toma de decisiones. De ahí que en todo sector de la sociedad exista este tipo de desigualdad, que poco tiene que ver con la igualdad ante la ley y la igualdad como integrante de la humanidad, que debemos respetar en todo ser humano.

Los diversos liderazgos que podemos encontrar, han sido resumidos por algunos autores en cuatro, que tienen en cuenta el protagonismo que pueden tener tanto el líder como los subalternos. Cuando predomina totalmente el primero, tenemos un liderazgo autoritario (o autocrático); cuando el predominio es poco perceptible, el liderazgo será democrático. Como existen casos intermedios, además de los mencionados, la clasificación será la siguiente:

a) Autocrático dirigista
b) Autocrático permisivo
c) Democrático dirigista
d) Democrático permisivo

Demás está decir que el resultado de toda gestión de mando depende de ambas partes, y que un liderazgo democrático permisivo puede fracasar si el grupo de subalternos es rebelde e indisciplinado, mientras que los mejores resultados se lograrán con tal tipo de liderazgo bajo la condición de que el grupo subalterno sea disciplinado y capaz.

El liderazgo democrático permisivo, que a veces se califica como débil o blando, es eficaz cuando el líder "obliga moralmente" al subalterno a cumplir con eficacia sus funciones. Esta obligación moral implica que el líder tiene en alta estima al subalterno, "elevándolo" de tal manera que éste tema defraudar las esperanzas puestas en él. El subalterno teme su autocastigo moral por cuanto tiene amor propio suficiente. Esta es la forma en que el subalterno se esmera en dar todo lo que potencialmente puede.

Por el contrario, cuando el líder democrático permisivo espera mucho de sus dirigidos, pero éstos carecen de amor propio suficiente, los resultados estarán lejos de ser los óptimos. En este caso, un liderazgo más adecuado puede ser el autocrático dirigista, aunque seguramente no logrará grandes resultados, ya que los subalternos, con poco amor propio, estarán limitados al cumplimiento de órdenes concretas sin tratar de contribuir con algo creativo o singular. Esta vez actuarán con limitada eficacia ante el temor de una sanción exterior, impuesta por el líder.

En cuanto a los efectos de uno y otro tipo de liderazgo, se advierte que el democrático permisivo es el que tiende a inducir al subalterno a actuar en libertad y a desarrollar todas sus potencialidades personales. Por el contrario, el liderazgo autocrático dirigista tiende a acostumbrar al subalterno a depender siempre de la dirección o gobierno personal del líder, limitando sus potencialidades hasta prácticamente anularlas.

En los casos de los sistemas políticos y económicos sucede algo similar. Así, el mando democrático permisivo ha de ser el impulsado por el liberalismo, ya que apunta hacia la libertad individual limitando al máximo el gobierno mental y material del hombre sobre el hombre. El mando socialista, por el contrario, apunta a la total dependencia del ciudadano respecto del líder a cargo del Estado, incluyendo tanto una dependencia mental como material.

En épocas de severa crisis moral, se supone que las dictaduras totalitarias son "necesarias" para resolver la situación, y que las democracias son "débiles" para solucionarla. Sin embargo, debe tenerse presente que en toda sociedad, aún en épocas de crisis, existen tanto "justos" como "pecadores", y que los liderazgos socialistas poco hacen por mejorar la moral de la sociedad. Debe recordarse que los socialismos del siglo XX (fascismo de Mussolini, nacional-socialismo de Hitler y comunismo de Lenin-Stalin), que proponían mejorar lo que las "débiles democracias" no podían, terminaron empeorando las cosas hasta niveles catastróficos. Adicionalmente, los sistemas totalitarios, con economías dirigidas desde el Estado, agregan la posibilidad de una mayor corrupción debido al alto nivel burocrático inherente a la injerencia de la política en la economía.

El líder socialista tiene confianza ilimitada en su propia capacidad tratando de tomar todas las decisiones posibles desde el Estado que dirige, mientras simultáneamente desconfía de las capacidades de los ciudadanos. Tiene ilimitadas ambiciones de poder y un ilimitado desprecio por el hombre común. De ahí que pretenda la total concentración de poder en el Estado y el relego de todo ciudadano a ser un anónimo integrante del colectivo.

Los políticos de mayor carisma, al menos frente a las masas, son aquellos que tienen gran capacidad para embaucarlas engañándolas con promesas de difícil cumplimiento y otorgándoles un falso sentido de la vida, que muchas veces consiste en inventarles un enemigo a quien deben dirigir el odio que en ellas han sabido despertar. Robert A. Baron y Donn Byrne escribieron: "¿Son siempre los líderes transformadores o carismáticos un valor añadido para sus grupos o sociedades? Como probablemente ya te hayas dado cuenta, definitivamente no".

"Muchos líderes carismáticos usan sus rasgos para lo que ellos consideran que es bueno para sus grupos o sociedades, gente como Martin Luther King, Franklin D. Roosevelt y el Mahatma Gandhi, por nombrar sólo algunos. Pero otros usan este estilo de liderazgo puramente para fines egoístas. Por ejemplo, Michael Milken, creador de la firma Drexel Burn ham Lambert, fue descrito por los seguidores como extremadamente carismático. Sin embargo utilizó la confianza y lealtad para fines ilegales: el fraude de capital que costó millones de dólares a inocentes inversores".

"De un modo similar, David Koresh, líder de un culto religioso en Waco, Texas, usó su posición para reservarse a todas las mujeres del grupo, incluyendo chicas de tan solo diez años, mientras insistía en que el resto de hombres practicaran el celibato. Por último, el estilo carismático de liderazgo de Koresh resultó en la muerte de muchos de sus seguidores, quienes se quemaron al verse acosados por agentes federales".

"Brevemente, el liderazgo carismático o transformador es definitivamente un arma de doble filo. Puede ser utilizado para promover cambios sociales beneficiosos coherentes con los principios morales y los valores éticos; o para propósitos egoístas, ilegales e inmorales. La diferencia descansa en la conciencia personal y el código moral de las personas que lo manejan" (De "Psicología Social"-Prentice Hall Iberia-Madrid 1998).

lunes, 20 de julio de 2020

La experiencia radical bajo el gobierno de Illia

Por Álvaro C. Alsogaray

El triunfo del radicalismo del pueblo en los comicios del 7 de julio de 1963, por cierto muy cuestionado debido a la proscripción del peronismo y a la importancia del voto en blanco propiciado por éste, llevó a la presidencia de la República al doctor Illia, acompañado como vicepresidente por el doctor Perette. Era esta fórmula una clara expresión del radicalismo tradicional. El país la aceptó a pesar de lo limitado del apoyo que había recibido.

El radicalismo del pueblo era en esos momentos una manifestación de la socialdemocracia (o democracia socialista). Sus concepciones políticas eran liberales; su planteo económico, aunque no se le diera el nombre, era socialista. Esa doctrina, que reaparece no sólo durante el gobierno del doctor Alfonsín (1983-1989) sino que constituye la esencia de la posición actual de éste, se origina principalmente en la Declaración de Avellaneda que da origen a una plataforma económica radical de extracción socialista (aunque no se la presente bajo ese nombre).

Se atribuye al señor Moisés Lebenshon ser el inspirador de esa plataforma, aunque hay dudas al respecto. En todo caso, a partir de dicha declaración, el radicalismo aparece como "liberal en política y socialista en economía", fórmula ésta característica de la socialdemocracia.

El doctor Illia era una personalidad respetada por la austeridad y honradez que se le conocía. Su vida como médico de provincia lo había hecho estar en contacto con la gente común y en general era bien visto. De manera que, a pesar de la irregularidad de los comicios que lo llevaron a la presidencia, no suscitó verdaderas resistencias. Su gabinete incluía al doctor Eugenio Blanco, de extracción socialista, como ministro de Economía.

Uno de los primeros actos del gobierno del doctor Illia fue la anulación de los contratos de petróleo firmados por el doctor Frondizi. Esa anulación significó un duro golpe para la credibilidad jurídica del país y obligó a pagar alrededor de 100 millones de dólares de indemnización a las empresas, equivalentes a poco más de 1.000 millones de dólares actuales (1993).

Dos fueron las razones que llevaron al gobierno a esa anulación: los prejuicios ideológicos del radicalismo en cuanto a la explotación del petróleo con intervención privada, y las sospechas que existían acerca de la limpieza con que habían sido negociados esos contratos. De cualquier manera la anulación de éstos, aparte de ser costosa, trajo problemas en la explotación de hidrocarburos y en el abastecimiento de petróleo. Además significó un importante retroceso para las provincias patagónicas, que habían visto beneficiada su economía a raíz de dichos contratos. Ciudades y pueblos que habían vivido el auge del petróleo comenzaron a declinar y languidecer. Un costo inútil y lamentable.

Aparte de ese traspié, la situación económica no ofrecía mayores dificultades. La crisis desencadenada a raíz de la gestión desarrollista entre mayo de 1961 y marzo de 1962, que provocó la caída del doctor Frondizi, había sido resuelta durante el segundo semestre de ese último año gracias al severo ajuste practicado.

El nuevo gobierno disfrutaba de los positivos resultados de ese segundo intento liberal. Un índice de esa evolución era el valor del dólar. Se cotizaba éste en un mercado oficial que era libre, a la paridad de 148 pesos por dólar, y esa paridad iba declinando. Se tomó entonces una absurda decisión: implantar el control de cambios. Esto agregó a sus habituales y negativos efectos: la aparición de un mercado negro, con su corolario de especulación y corrupción. Fue un acto derivado de la mentalidad dirigista (en realidad socialista) de los funcionarios que, también por razones ideológicas, lo promovieron.

El país comenzó a inclinarse hacia la economía dirigida, de la que en buena medida se había apartado durante los cuatro años anteriores. Como consecuencia de este nuevo enfoque, la situación económica y el clima social y laboral comenzaron a deteriorarse. Los años 1964 y 1965 no fueron todavía críticos, pero al iniciarse 1966 el panorama mostraba ya graves perturbaciones, que el gobierno no acertaba a controlar. Una nueva crisis se avecinaba.

Durante el gobierno del doctor Illia, Perón intentó regresar al país. Fue detenido en Río de Janeiro por las autoridades brasileñas, a pedido del gobierno argentino y reembarcado a España. El doctor Illia nunca entendió el problema peronista. Su oposición al retorno de Perón fue un hecho aislado, producto de una improvisación.

La característica principal del gobierno radical del doctor Illia era su "inmovilidad", simbolizada a través del mote de "la tortuga" con que se lo denominaba. Sus errores en el campo económico, su incomprensión del problema peronista en relación con la cuestión militar y su debilidad y tolerancia respecto a los desbordes sindicales que incluían la toma de rehenes en las fábricas y amenazas de atentados contra las mismas, fueron algunas de las principales fallas de ese gobierno.

Este es reivindicado por el radicalismo como ejemplo de democracia, honestidad y buena administración, pero en realidad fue un gobierno opaco, sin ideas y que de manera alguna significó un progreso para el país. Pero a pesar de ello, fue un error deponerlo en junio de 1966, error que tenía un mínimo de justificación en la amenaza todavía insoportable en esa época de un retorno electoral de Perón en 1967, que el doctor Illia se negaba obstinadamente a considerar.

(De "Experiencias de 50 años de política y economía argentina"-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1993).

viernes, 17 de julio de 2020

El peronismo o justicialismo entre 1946 y 1955

Por Álvaro C. Alsogaray

El 24 de febrero de 1946 Perón fue elegido Presidente de la Nación en comicios libres que significaron el fin de un largo periodo durante el cual las prácticas electorales estuvieron viciadas por fraudes que cometían sucesivamente los partidos mayoritarios. A las elecciones de 1946 concurrieron dos agrupaciones principales. Una de ellas, titulada Unión Democrática, estaba integrada por los partidos tradicionales (radicales socialistas, demócratas progresistas y otros) y se sumaron a ella grupos diversos incluido el Partido Comunista. Esta circunstancial asociación respondía al deseo de oponerse a Perón, cuyo crecimiento electoral e ideología implícita despertaban preocupaciones.

La otra agrupación se formó en torno a Perón, sobre la base de núcleos conocidos bajo rótulos diversos sin mayor significación política, entre ellos el Partido Laborista, del líder sindical Cipriano Reyes. La dinámica de esta agrupación, que terminó denominándose peronismo o justicialismo, fue avasalladora debido a la acción de Perón y Evita con el apoyo intuitivo y emocional de importantes sectores de la población, sobre todo de los trabajadores asalariados que orgullosamente se denominaban "descamisados". Dicha agrupación triunfó en las elecciones. Ese triunfo abrió un largo periodo de vigencia del peronismo, que se extendió hasta la muerte de Perón en 1974 y perdura todavía.

Este dilatado lapso de 47 años constituye una etapa especial de la vida argentina, que se desarrolló bajo la influencia de ese fenómeno político ciertamente excepcional que fue Perón, tanto como hombre de Estado de formación dictatorial, como demagogo de extraordinaria penetración en "las masas".

La evolución de Perón y su desempeño como gobernante y político estuvieron fuertemente influidos por el sistema económico que sobre la base de tendencias estatizantes comenzó a manifestarse a partir de 1930. Esa tendencia recibió un impulso decisivo al instalarse el gobierno peronista. Perón se consideraba a sí mismo como un demócrata ajeno al "culto de la personalidad". Afirmó, en su momento, que políticamente en la Argentina sólo se podía ser "radical o conservador" y al poco tiempo terminó organizando el peronismo y gobernando con mano férrea.

¿Cómo se produjo esa mutación? Obviamente tiene mucho que ver la idiosincracia de Perón, pero el sistema económico implantado desde los comienzos de su gestión fue determinante para la configuración del régimen que habría de imponer durante sus diez años de gobierno. Esta última consideración tiene gran importancia dentro del análisis de la interrelación entre la política y la economía que estamos efectuando. El tema había sido ya tratado por Hayek en su Camino de Servidumbre, y constituye la tesis fundamental de ese libro.

Dice Hayek, refiriéndose a las causas que arrastraron a Alemania hacia el totalitarismo nazi: "El problema no está en que los alemanes, como tales, son malos, lo que congénitamente no es probable que sea más cierto de ellos que de otros pueblos, sino en determinar las circunstancias que durante los últimos setenta años hicieron posible el crecimiento progresivo y la victoria final de un conjunto particular de ideas, y las causas de que, a la postre, esta victoria haya encumbrado a los elementos más perversos. Hemos abandonado progresivamente aquella libertad en materia económica sin la cual jamás existió en el pasado libertad personal ni política". Lo dicho para Alemania y el nazismo es aplicable a la Argentina y el peronismo. En nuestro país fueron las ideas elaboradas durante los años que van de 1930 a 1946 y el breve periodo durante el cual se gestó el surgimiento del peronismo, ideas contrarias a la libertad económica y la filosofía liberal, las que finalmente hicieron posible el triunfo de aquél.

La advertencia de Hayek, a la luz de lo que estaba ocurriendo en la Argentina en 1945-1946 y los primeros y cada vez más drásticos avances de Perón sobre la economía privada, fue para mí una verdadera revelación y me llevó a examinar al peronismo desde ese ángulo. Hoy creo más que nunca en la validez de aquella tesis. El totalitarismo económico engendra el totalitarismo político. No puede haber verdaderas libertades individuales si no hay libertad económica. Pero el problema no reside tanto en los casos extremos, donde las evidencias son concluyentes; la cuestión radica en las posiciones intermedias donde hay una dictadura económica total y se mantiene la ficción de una democracia.

Estas soluciones a "mitad de camino" son ineficientes y política y socialmente insatisfactorias. Si bien no suscitan grandes reacciones en los pueblos y hasta en algunos casos cuentan con apoyo popular, esos enfoques característicos de las social-democracias terminan produciendo graves daños a la comunidad. Pero en el caso de Perón, el régimen instaurado por él, a pesar de que oficialmente se lo consideraba como de tercera posición, no era en realidad sino un definido intento nacional-socialista cuya configuración y evolución se ajustaba rigurosamente al pronóstico de Hayek. (La "tercera posición" de Perón se refería a la ubicación del país en el ámbito internacional, entre lo que representaba Estados Unidos y lo que significaba la Unión Soviética. Pero "tercera posición" implicaba también un camino intermedio entre la economía de mercado y la economía planificada característica del sistema socialista).

Tal vez esa calificación del peronismo como nacional-socialismo pueda parecer excesiva, sobre todo si se comparan las modalidades de ese régimen con las del nazismo. Pero técnicamente es irrefutable. Sobre todo si nos referimos al ámbito económico-social. Los métodos aplicados por el peronismo son definidamente socialistas. En cuanto al nacionalismo, su influencia en la conformación del peronismo es por demás evidente, tanto en el campo de la economía como en el de la política.

Perón llegó a configurar un régimen totalitario de características nacional-socialistas, como consecuencia de una creciente y cada vez más amplia intervención dictatorial del Estado en la economía. Resultaría monótono, y ciertamente escaparía a los límites de este trabajo, describir detalladamente el rápido proceso que condujo a esa regimentación. Pero vale la pena recordar algunos aspectos de ese proceso.

Todos los servicios públicos y grandes empresas consideradas estratégicas o "depositarias" de la soberanía nacional fueron estatizadas. Los ferrocarriles, los teléfonos, las líneas aéreas, las flotas marítimas y fluviales; los puertos; la explotación del petróleo, el gas, la energía eléctrica, el carbón, el hierro y otros recursos naturales; los más grandes bancos; la mayor parte de la industria naviera y aeronáutica; las presas y diques; la elaboración del cobre; la energía atómica; los seguros y reaseguros; las fábricas de pólvora, de armas y de equipos militares, y los transportes terrestres, pasaron a manos del Estado o fueron colocados bajo la administración estatal.

La estatización de los ferrocarriles fue considerada y festejada como un símbolo de la recuperación de nuestra soberanía (cuarenta y cinco años después, habiendo ocasionado durante ese prolongado lapso tremendas pérdidas que debió soportar el pueblo argentino y en estado total de obsolescencia e ineficiencia, debieron ser privatizados para evitar su colapso).

Pero el avance del Estado sobre las actividades privadas no se limitó a las citadas estatizaciones. Se extendió a todos los ámbitos del quehacer económico, aun cuando "nominalmente" se mantuviera el régimen de propiedad privada, a través del control de precios, salarios y tipos de cambio; de las exportaciones e importaciones, buena parte de las cuales fueron estatizadas al crearse el IAPI; de las regulaciones de todo tipo especialmente en el campo laboral; del control de los arrendamientos y los alquileres, y de innumerables reglas restrictivas en las más diversas actividades.

Esta intervención del Estado en la economía, que en un sentido amplio denominamos "dirigismo", y que se encuentra en la base del nacional-socialismo, es una de las variantes del colectivismo. Se diferencia de la versión comunista en que ésta implica la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, mientras que el nacional-socialismo mantiene esos medios en manos particulares, pero regula, controla y regimenta toda la actividad productiva y la distribución. Los resultados son ciertamente similares. Hitler llegó a decir que lo admiraba a Stalin por su manejo económico.

Al estatizar las principales actividades y empresas y regular toda la economía, el Estado se ve en la necesidad de crear vastos organismos de administración y control, lo cual da origen a una dominante burocracia. Ello ocurrió bajo el gobierno de Perón entre 1946 y 1955, generándose un pesado lastre del cual no hemos logrado todavía desembarazarnos. El financiamiento de esa burocracia y las ingentes pérdidas que siempre origina la administración estatal de emprendimientos económicos, generan un fuerte déficit que no puede ser atendido con la recaudación normal de impuestos aceptados voluntariamente. Se recurre entonces a la expansión artificiosa del crédito y a la emisión de moneda, que constituyen la causa directa de la inflación.

Si la economía es libre, la inflación aparece a la vista bajo la forma de un alza de precios, pero bajo un régimen de autoritarismo económico es ocultada mediante controles de todo tipo en los mercados oficiales, dando lugar a la llamada "inflación reprimida". Surgen entonces los mercados negros, en los cuales los precios suben más de lo que subirían si se dejara operar libremente, con el agregado de que en los mercados oficiales la oferta de bienes y servicios declina produciéndose un creciente desabastecimiento.

Esta evolución se cumplió también, rigurosamente, durante la primera etapa peronista. Los mercados negros florecieron y "el país de las vacas y el trigo" llegó a importar trigo, comer pan negro y racionar la carne. Un artificio, cuyas dramáticas consecuencias están pagando todavía hoy los jubilados, permitió a Perón no emitir "demasiada" moneda. Los aportes al sistema de previsión social, que sólo existían en algunos gremios, se hicieron obligatorios para todos los trabajadores a través de las distintas cajas que se fueron creando. Aún en los primeros momentos se fueron acumulando grandes recursos dado que los beneficiarios eran pocos. Perón tomó compulsivamente, mediante la colocación de títulos públicos, esos extraordinarios recursos que permitieron financiar gran parte de los déficits evitando una emisión mayor. Pero esas exacciones destruyeron el sistema jubilatorio, que nunca pudo hasta ahora ser rehabilitado.

Los trastornos económicos, sociales y también morales que acarrea la inflación reprimida hacen que ésta deba ser vista como peor que la inflación libre. Entre sus más lamentables consecuencias debe citarse su traumático desenlace: una violenta devaluación con explosión de precios como punto de partida del penoso reajuste a que siempre obligan esos procesos inflacionarios. Obsérvese lo que está ocurriendo en la ex Unión Soviética y países del Este, donde imperó por décadas la inflación artificiosamente reprimida por métodos autoritarios o totalitarios.

Procesos de esta clase no pueden circunscribirse al ámbito económico; necesariamente se extienden al político. En primer lugar porque se requiere una acción política para hacer cumplir compulsivamente el mandato de los planificadores económicos. Después, para acallar las protestas y aplastar las reacciones que ese mandato siempre suscita. Esto es lo que ocurrió con el régimen peronista que se fue configurando sobre la base de una creciente y absorbente intervención del Estado en la economía y en la estructura social del país. Los controles iniciales fueron requiriendo cada vez más fiscalización, hasta llegar a un completo autoritarismo económico. Este necesitó también un creciente autoritarismo político, con lo que el país se deslizó hacia la dictadura. La Revolución Libertadora de 1955 impidió que la caída fuera total pero no resolvió el problema.

La implantación y vigencia del "régimen peronista" fue fatal para el país. En 1945, al término de la Segunda Guerra Mundial, la Argentina tuvo una excepcional oportunidad. Emergente de ese conflicto con más de 20.000 millones de dólares de reserva (a valor actual 1993) y stocks agropecuarios que podía vender a altos precios; siendo vista como una esperanza por los pueblos que habían sufrido la catástrofe, parecía destinado a dar un gran salto adelante. Esa extraordinaria oportunidad se perdió debido al régimen instaurado en 1946, contrario al sistema liberal de la Constitución Nacional de 1853-60, la cual fue reemplazada por la Constitución peronista de 1949.

Las reservas acumuladas durante la guerra y la capitalización y recursos con que contaba el país le permitieron al peronismo llevar a cabo una falsa política de justicia social, que no era otra cosa que un desborde demagógico de vastos alcances, orientado a perpetuar el régimen. Esta demagogia no se limitó a otorgar privilegios y prebendas materiales, sino que se extendió a los más variados aspectos de la vida diaria. El eslogan "Perón cumple, Evita dignifica" tuvo una profunda significación para los sectores más postergados.

Un extraordinario aparato de propaganda hizo que gran parte de la población fuera alcanzada por ese eslogan, sostenido por algunos actos simbólicos que sugerían que los beneficios que recibían unos pocos pronto habrían de alcanzar a todos. La cuestión social; la defensa de la soberanía; el enfrentamiento con los EEUU, popularizado bajo el lema "Braden o Perón"; la lucha contra la oligarquía, los monopolios y los intereses extranjeros; el repudio al "capital", exaltado en la marcha peronista, y otras apelaciones similares constituían la "materia prima" de esa demagogia entronizada como instrumento fundamental del gobierno. Los capitales y los hombres de empresa, que al iniciarse la posguerra parecían dispuestos a venir al país a impulsar su progreso, advirtieron antes que los argentinos el tembladeral hacia el cual nos estábamos deslizando y buscaron otros horizontes, principalmente el Brasil. En eso consistió fundamentalmente la citada pérdida de la mayor oportunidad que tuvimos en el presente siglo.

Pero además de perder esa oportunidad, pronto comenzaron las dificultades internas. Las ilusiones iniciales no tardaron en disiparse. Las reservas y el capital de que disponía el país condujeron a un increíble despilfarro signado por las compras de sobrantes y desechos de guerra por parte del IAPI; el engaño del desarrollo nuclear que, según Perón, habría de proporcionar energía prácticamente sin costo a toda Latinoamérica, promesa ésta que es vista hoy como uno de los grandes "delirios argentinos"; la estatización innecesaria y las pérdidas que de inmediato comenzaron a soportar las empresas absorbidas por el Estado; el sostenimiento de una monumental burocracia; el enriquecimiento ilícito de los "favoritos del régimen", incluidos los dirigentes sindicales, a través de permisos de cambio para importaciones y otros métodos; la expansión desmesurada de las FF.AA. con vistas a una tercera guerra mundial que se creía inevitable; los planes quinquenales que no eran sino catálogos de gastos e inversiones fuera de toda realidad económica.

Las dádivas, prebendas y subsidios canalizados a través de organismos ad-hoc y los sindicatos en nombre de la "justicia social", y un sinnúmero de otras determinaciones de esa clase, alimentadas al principio por la "varita mágica" de Miguel Miranda a quien se suponía capaz de financiar cualquier aventura o despropósito, pronto agotaron los recursos, quedando en evidencia una lamentable realidad. Pero lo peor fue que para justificar u ocultar esa realidad debieron extremarse tanto la demagogia como los controles políticos. Estos últimos, como ya he señalado, iban configurando un régimen cada vez más dictatorial.

Llegó un momento en que todos los diarios y revistas del país (salvo unas pocas publicaciones que se autocensuraban) pertenecían al gobierno; lo mismo ocurría con la televisión y las radioemisoras; los chicos en las escuelas primarias debían aprender a leer en un texto único destinado a endiosar a Evita; los viajes al exterior estaban severamente controlados y virtualmente prohibidos al Uruguay; los libros liberales y muchas revistas extranjeras no podían entrar al país; algunos dirigentes católicos fueron amenazados o perseguidos (me tecó cierta vez sacar de un colegio religioso a un grupo de monjas vestidas de civil que habían experimentado esas amenazas); los principales dirigentes políticos sufrieron detenciones y cárceles; el diario La Prensa fue confiscado y entregado a la CGT; las leyes contra el agio, la especulación y el desabastecimiento eran utilizadas para clausurar comercios y negocios de empresarios desafectos: los chacareros no podían trabajar con sus hijos en su propiedad debiendo contratar peones sindicalizados; lo mismo ocurrió con los transportes: no se podía utilizar medios propios sino que se debía recurrir a transportistas agremiados.

Los funcionarios y empleados públicos y hasta los profesores en institutos militares debían afiliarse obligatoriamente al partido oficial; la señora de Perón -Evita- fue proclamada "Jefa Espiritual de la Nación" y Perón "Libertador de la República"; la Iglesia católica fue también perseguida y algunos de sus miembros deportados; en el colmo del extravío numerosas iglesias, con un patrimonio religioso y artístico irreemplazable, fueron incendiadas y la bandera argentina quemada en un acto público; lo mismo ocurrió con el Jockey Club, el diario La Vanguardia y la sede de algunos partidos políticos.

Los "jefes de manzana" -verdaderos espías- ejercían un severo control, particularmente a través de delaciones sobre la vida y las actividades de quienes vivían en su jurisdicción; los apremios ilegales y torturas eran corrientes en las prácticas policiales; en una palabra, las libertades civiles y políticas, como ya había ocurrido con las libertades económicas, estaban totalmente conculcadas. Quienes no hayan vivido ese ominoso período de la vida argentina, probablemente no lleguen a comprender hasta qué punto el régimen había sometido a todos los habitantes del país.

Pero inexorablemente la reacción habría de llegar. Los hombres soportan hasta cierto punto la arbitrariedad y el sometimiento, pero más allá de ese punto, tarde o temprano, se rebelan. Esto ocurrió en la Argentina cuando el régimen peronista se tornó insoportable...Impaciente Perón al no encontrar en sus adversarios un definido acatamiento a sus nuevas propuestas, se volcó abruptamente hacia una actitud agresiva. El 31 de agosto de 1955, desde los balcones de la casa de gobierno, ante una multitud reunida en la Plaza de Mayo, pronunció una violenta arenga en la cual, entre otras cosas, prometía: "...A la violencia hemos de contestar con una violencia mayor...Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente en nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden ¡puede ser muerto por cualquier argentino! La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, ¡caerán cinco de los de ellos! Veremos si con esta demostración nuestros adversarios y nuestros enemigos comprenden: si no lo hacen, ¡pobres de ellos!". Este nuevo vuelco de Perón, que implicaba poco menos que una declaratoria de guerra civil, terminó con las vacilaciones de quienes luchaban por su alejamiento como única manera de abolir el totalitarismo.

(De "Experiencias de 50 años de política y economía argentina" de Álvaro C. Alsogaray-Editorial Planeta Argentina SAIC-Buenos Aires 1993)

jueves, 16 de julio de 2020

El sentido de la vida bien definido y sus efectos

Las vidas que dejan su huella en la historia, para bien o para mal, son las de quienes le encuentran un sentido definido que los impulsa hacia metas concretas y trascendentes. Tales sentidos están materializados mediante ideas o creencias que surgen con diversos grados de dificultad. Esto contrasta con la indefinida ambición de lograr metas importantes que caracteriza la vida de la mayoría de los mortales, a excepción de aquellos casos en que las promesas son muchas y los esfuerzos pequeños. A. Eymieu escribió: "La idea fija es la «atención permanente». Atrae y concentra en sí todas las energías intelectuales y, con la progresiva desaparición de las demás ideas, llena por sí sola el campo mental y ejerce así en él, sin contradicción, una soberanía absoluta y tiránica".

Las ideas dominantes pueden producir tanto buenos como malos resultados, ya que dependen de la actitud emocional de quienes las generan. A. Pitres y E. Régis escribieron: "La diferencia entre la idea fija y la obsesión reside, sobre todo, en el hecho de que la idea fija del trabajador absorbido es querida, al menos en su origen, y en nada rompe con su intervención la unidad psíquica del individuo; mientras que la idea fija de la obsesión es involuntaria, automática y discordante con el curso regular del pensamiento".

El científico dedica su vida a encontrar respuestas a varios interrogantes; en caso de no poder hacerlo, no habrá alcanzado la tranquilidad espiritual esperada. Claude Bernard escribió: "El método experimental se apoya sucesivamente en el sentimiento, la razón y la experiencia". "El sentimiento engendra la idea o hipótesis experimental, es decir, la interpretación anticipada de los fenómenos de la naturaleza. Toda la iniciativa experimental reside en la idea, porque ella es la que provoca la experiencia. La razón o el razonamiento sólo sirven para deducir las consecuencias de esa idea y someterlas a la experiencia. Una idea anticipada o hipótesis es, pues, el punto de partida de todo razonamiento experimental" (Citas del "Diccionario del Lenguaje Filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En el caso de la religión, es la idea de la divinidad la que promueve la total dedicación del creyente hacia la realización de una obra supuestamente exigida u ordenada por Dios. Tanto Pablo de Tarso, como Constantino, San Francisco de Asís, Juana de Arco, y tantos otros personajes influyentes en el curso de la historia de la humanidad, actúan a partir de haber escuchado mensajes interpretados como provenientes de la divinidad. En realidad, como dijo Thomas Hobbes, "no es lo mismo decir que Dios nos habla en sueños a soñar con que Dios nos habla". Mientras los científicos dicen que "la suerte le sonríe a las mentes preparadas", puede decirse que, en religión, los "llamados de Dios" surgen en quienes piensan todo el tiempo en Él.

San Francisco de Asís, cuando fue adolescente, llevó una vida de fiestas y diversiones. Luego intenta ingresar en el ámbito de los nobles caballeros preparándose para integrar la masiva marcha de las Cruzadas, pero su debilitada salud, producida al ser tomado prisionero por un año luego de una contienda armada en las cercanías de su ciudad, le hace desistir de su proyecto. En cierto momento recibe el "llamado de Dios" (para que reconstruya la iglesia de San Damián) y cambia totalmente su vida. Donald Spoto escribió: "Al servir a los marginados del mundo, Francisco comenzó a elevarse hacia la auténtica nobleza que había buscado durante tanto tiempo y que no descubriría en las armas, en los títulos, en batallas, en la gloria ni en contiendas. No hallaría el honor relacionándose con los más fuertes, atractivos y elegantes ni con las personas mejor protegidas de la sociedad, sino con los más débiles, los más desfigurados, los marginados, desvalidos y despreciados".

"Por lo visto, el joven de Asís había padecido inútilmente en la prisión, ya que la enfermedad que contrajo entonces lo dejó temporalmente apático y deprimido, sin nada que aliviase su sensación de futilidad. Su posterior aventura en busca de la gloria caballeresca había resultado infructuosa. Pero ahora, entre los débiles e indefensos, Francisco comprendió que la aspiración a la gloria no conducía a la felicidad, y que ni los placeres ni una buena reputación eran capaces de proporcionarle felicidad" (De "Francisco de Asís"-Javier Vergara Editor-Barcelona 2004).

Debido a la necesaria e imprescindible adopción de un sentido de la vida, en todas las épocas surgen embaucadores que aprovechan tal necesidad para promover sus "soluciones orientadoras". Los totalitarismos son el ejemplo elocuente de ofertas de un sentido de la vida que le permitiría, al individuo mediocre, llegar a ser un personaje importante sin tener la necesidad de mejorar éticamente en lo más mínimo. Grete de Francesco escribió: "Para los charlatanes resultaba favorable que los individuos predispuestos a la credulidad se multiplicasen, que los grupos de adherentes crecieran hasta alcanzar proporciones masivas y garantizaran así un espectro cada vez más amplio para sus triunfos".

"Y eso fue, en efecto, lo que ocurrió a medida que la ciencia fue popularizándose, a partir del Renacimiento. Con el enorme aumento de los conocimientos, y su difusión gracias a la imprenta, en la edad moderna, la masa de individuos semianalfabetos y ansiosamente crédulos, fácil presa de los charlatanes, aumentó también y se convirtió en mayoría. Los deseos, opiniones, preferencias y rechazos de esa gente pasaron a ser la base de un poder muy concreto. Por lo tanto, el imperio del charlatán fue ampliándose junto con la moderna difusión del conocimiento. Ya que operaba sobre la base de la ciencia, por mucho que la deformara, pues producía oro con técnicas tomadas de la química y bálsamos milagrosos con recursos de la medicina, el charlatán no podía dirigirse a un público por entero ignorante".

"Los analfabetos se protegían de sus disparates, mediante un sano sentido común. El público predilecto del charlatán estaba conformado por los semianalfabetos, aquellos que habían cambiado el sentido común por un poco de información distorsionada y habían tomado contacto con la ciencia y la educación en algún momento, aunque muy brevemente y sin éxito".

"La gran masa de la humanidad siempre ha estado predispuesta a asombrarse ante los misterios, y esto fue particularmente cierto en determinados periodos históricos en que los fundamentos seguros de la vida perdían estabilidad, y los viejos valores, económicos o espirituales, durante largo tiempo aceptados como algo inamovible, ya no resultaban confiables. Entonces la cantidad de ingenuas víctimas del charlatán se multiplicó: los «asesinos de sí mismos», como los denominó un inglés del siglo XVII" (Citado en "Las 48 leyes del poder" de R. Greene y J. Elffers-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1999).

Como lo saben los grades estrategas militares, la moral de la tropa es esencial para el éxito militar. Entre las sugerencias brindadas por Robert Greene y Joost Elffers, encontramos la siguiente: "El secreto para motivar a la gente y mantener alta su moral es lograr que piense menos en sí misma y más en el grupo. Involúcrala en una causa, una cruzada contra un enemigo detestable. Haz que relacione su supervivencia con el éxito del ejército en conjunto. En un grupo verdaderamente unido, el ánimo y las emociones son tan contagiosas que resulta fácil propagar entusiasmo entre tus tropas".

"Ponte al frente: que tus soldados te vean en las trincheras, haciendo sacrificios por la causa. Eso los llenará del deseo de emularte y agradarte. Haz que tus premios y castigos sean raros pero significativos. Recuerda: un ejército motivado puede obrar maravillas, compensando toda falta de recursos materiales" (De "Las 33 estrategias de la guerra"-Editorial Océano de México SA-México 2007).

Si alguna vez la humanidad ha de marchar unida hacia una meta común, como lo es nuestra adaptación al orden natural y posterior supervivencia, requeriremos de una previa alfabetización científica por la cual hemos de elevar nuestro punto de vista hasta poder adoptar la visión del científico, ligada en forma permanente a la ley natural que nos presiona a respetar sus reglas; principalmente aquellas leyes que nos exigen adoptar una predisposición a la cooperación social.

domingo, 12 de julio de 2020

Las dos libertades esenciales

La libertad individual es una situación deseada por quienes adquieren previamente la responsabilidad necesaria para desempeñarse socialmente sin el gobierno mental ni material de otros seres humanos. Puede decirse que tal libertad es condicional por cuanto no constituiría un valor sin un fundamento ético adecuado. La libertad sin ética puede conducir a situaciones indeseables para el individuo y para la sociedad.

Esta situación a veces es "subsanada" con la adopción de "éticas" subjetivas que legitiman cualquier accionar individual, como es el caso de la "moral socialista", definida por Vladimir Lenin como: "Moral es todo lo que favorece el advenimiento del socialismo; inmoral lo contrario". De ahí que sea necesario hablar de una ética natural y objetiva, impuesta por las leyes naturales, que no den lugar al libertinaje, el cual puede definirse como una libertad desligada de la ética natural.

La existencia de una ética natural objetiva puede evidenciarse teniendo presentes las cuatro actitudes básicas en el ser humano, que constituyen una predisposición a responder de igual forma en iguales circunstancias. Tales actitudes básicas son el amor, el odio, el egoísmo y la indiferencia. Si consideramos que corresponde denominar como "ética" a las sugerencias prácticas que han de promover el bien y evitar el mal, puede decirse que la elección del amor es la decisión que responde a este requisito adicional. El amor, identificado como empatía emocional, es la actitud por la cual nos predisponemos a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias.

Ante la frecuente aparición de éticas racionales, que rechazan todo aspecto emocional, aduciendo que perturba la mente y es perjudicial para todo individuo, debemos tener presente que se considera como "pasión" todo sentimiento desvinculado de la razón, mientras que "emoción" es el sentimiento vinculado a la razón. De ahí que la empatía emocional presupone cierto control racional sobre nuestros sentimientos. De esa forma, nuestra empatía ha de estar condicionada a una escala de valores previamente aceptada por nuestra razón.

Las dos libertades esenciales pueden encontrarse en el cristianismo. Por una parte, sugiere adoptar el Reino de Dios, o gobierno de Dios mediante sus leyes naturales, en lugar de cualquier forma de gobierno del hombre sobre el hombre. Pero, para que sea efectiva tal liberación, se requiere que primeramente surja la otra libertad esencial; la adquirida mediante la desvinculación de uno mismo respecto de sus propios defectos personales. Ello se debe a que debemos protegernos tanto de las acciones negativas recibidas de los demás integrantes de la sociedad como de lo negativo que podemos dirigirnos hacia nosotros mismos.

La libertad respecto de los demás, es un concepto en el que coinciden cristianismo y liberalismo. También existe un sector liberal que encuentra necesaria la adopción de una ética natural, mientras que otros sectores "liberales" rechazan la necesidad de una ética previa por cuanto suponen que la democracia política y la democracia económica (mercado) traen de por sí una "ética incorporada", rechazando incluso a la ética cristiana al no advertir que se trata de una ética natural objetiva.

El liberalismo económico original, el de Adam Smith, presupone la existencia de una ética extraeconómica. Al denominar "simpatía" a lo que actualmente denominamos "empatía", se advierte la compatibilidad con el cristianismo. Esto no resulta novedoso si se tiene en cuenta que todo individuo "necesita de los demás" por cuanto se trata de un ser social. De ahí que el individualismo del liberalismo original no sea compatible con el egoísmo, como actitud que tiende a debilitar o a eliminar los vínculos que permiten establecer el organismo social. Que la economía de mercado pueda funcionar a pesar del egoísmo existente, no implica que el egoísmo sea necesario para dicho funcionamiento. Tomás Abraham escribió: "La moralidad que caracteriza a la economía tiene un automatismo involuntario. Es en lo que insiste J. P. Dupuy, quien considera que no es el egoísmo el atributo fundamental de la economía naciente. La economía nace en Escocia, y la escuela escocesa es sentimental, como Adam Smith".

"El legado de Adam Smith es moral. Su teoría de la simpatía muestra que si los hombres no pueden vivir los unos sin los otros, esto no se debe a un cálculo teñido de cinismo. No es la convivencia de los egoísmos lo que favorece la armonía colectiva. Por el contrario, esta doctrina moral establece que el hombre es un ser incompleto, que necesita del prójimo. Por una mimesis constitutiva que lo hace ver al mundo a través de los ojos del vecino, el hombre está enlazado a su especie".

"De ahí que Dupuy sostenga que el sujeto de la economía política naciente nada tiene que ver con el Homo economicus. Este ser aislado, egoísta, con pretensiones de autosuficiencia, es la antítesis del ser incompleto que necesita a los otros" (De "La empresa de vivir"-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).

La oposición a la cooperación social, cooperación promovida por Adam Smith, no sólo proviene de sectores que exaltan al egoísmo, que poco tiene que ver con el individualismo. También la envidia se opone a toda forma de cooperación social, siendo el elemento restante que permite disponer de una imagen cercana al conflicto entre liberalismo y socialismo. Abraham agrega: "Adam Smith funda la economía política sobre una matriz sentimental. A este proceso de simpatía universal debe agregársele otro condimento moral: la envidia. Dupuy tiene la sagacidad de tomar en cuenta que el mercado -espacio económico en el que se encuentran los hombres- no es sólo cuestión de egoísmo y generosidad. La envidia corresponde a otro cálculo y a otra lógica que está en las bases de la conducta humana".

"Desde esta lógica siempre es mejor destruir todo, porque se gana más destruyendo que perdiendo frente a los otros. El perjuicio que podemos ocasionar a otros nos reditúa más que las pérdidas por sufrir nuestra derrota en la competencia general. Una lógica de perdedores cuyos límites son difíciles de establecer. El ejemplo del rey Salomón se leería así: hay que dejar matar al bebé en disputa para que cada una de las supuestas madres se beneficie con el dolor de la otra".

"Hubo teóricos que llevando la lógica de la envidia hasta sus últimas consecuencias propusieron una sociedad que permitiera el perjuicio mutuo generalizado. Si todos se hacen mal entonces se consigue el máximo bien. El bienestar general depende, según esta teoría, del malestar general. Equilibrio perfecto".

Los promotores del egoísmo, como base de la economía de mercado, no tienen en cuenta algo evidente: los intercambios económicos se mantienen en el tiempo si, y sólo si, ambas partes intervinientes se benefician. De lo contrario, se interrumpen los intercambios y el mercado se paraliza. Y este beneficio simultáneo es el que Adam Smith advirtió, y por ello encontró, en la simpatía (o empatía emocional) la base moral de la economía de mercado.

jueves, 9 de julio de 2020

Maquiavelismo y poder

Durante el predominio cristiano en Occidente, la mayor parte de la población aceptaba la ética de los Evangelios; muchos eran los que trataban de cumplirla, pero otros fingían hacerlo. Esta última es la actitud hipócrita, por la cual se reconoce la validez de una ética pero sólo se finge su cumplimiento. Con el tiempo, surge un sector que no valora tal ética ni tampoco finge cumplirla, incluso abiertamente se propone contradecirla, siendo ésta la actitud cínica.

Maquiavelo fue un teórico de la política que sintetiza la postura cínica al separar la ética de la política, aunque no fue el creador del "maquiavelismo", por cuanto el cinismo no fue un invento suyo. Alberto Moravia escribió: "La polémica sobre los fines y los medios se viene prolongando desde hace ya más de cuatro siglos, desde cuando Machiavelli, en su destierro, escribió El Príncipe para incitar al duque Valentino a no preocuparse por los medios con tal de lograr el fin de reunir a toda Italia bajo su cetro".

"Machiavelli escribía en Florencia, que sólo era una pequeña república de la Italia del Renacimiento, y prestaba atención sobre todo a Italia, que sólo era una parte del mundo de entonces; pero sus observaciones y sus teorías son valederas por encima de su época y en mundos infinítamente más vastos y complejos que el suyo. Por lo demás, como todos los descubridores, Machiavelli, más que descubrir, lo que hizo fue dar un nombre a algo que existía desde siempre; o, mejor dicho, definió tan perfectamente ese algo y recabó de tal definición consecuencias tan exactas y tan rigurosas que espontáneamente ese algo fue llamado, después de él, maquiavelismo".

"Es significativo el hecho de que el bautismo haya tenido lugar no antes de los tiempos de Machiavelli, o sea no antes de que la supremacía espiritual y política de la Iglesia fuese desalojada por las monarquías europeas y de que la política quedara efectiva y prácticamente separada de la moral cristiana. Lo cual significa que, si bien el maquiavelismo ha existido siempre, sólo en los tiempos de Machiavelli se verificaron las condiciones que permitieron recabar en él toda una teoría de praxis política" (De "El hombre como fin"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1967).

Puede decirse que la política normal, que contempla la ética elemental, se reduce a la administración pública, o del Estado, con la finalidad de favorecer a todos los sectores de la sociedad. Por el contrario, una política maquiavélica se centra en la lucha por el poder asociada a ambiciones personales o sectoriales, ignorando los derechos de la sociedad y de las obligaciones hacia ella. Llama un tanto la atención que, dentro del ámbito de la ciencia política, pareciera que sólo tiene importancia la política maquiavélica, describiendo "lo que es" e ignorando mencionar "lo que debe ser".

En cuanto al maquiavelismo en la sociedad, puede mencionarse el resultado de algunas encuestas realizadas en dos lugares de la Argentina. En una de ellas se le pregunta al encuestado si tendría inconvenientes en ser mantenido por el Estado, es decir, mediante el trabajo ajeno, y más de la mitad contestó afirmativamente. En otra ocasión, se le preguntó a estudiantes universitarios si cometerían actos de corrupción, contra el Estado, si estuvieran en una circunstancia favorable para hacerlo, y también más de la mitad contestó afirmativamente. De esto surge el interrogante acerca de si los políticos son los corruptores de la sociedad o bien si la sociedad no tiene otra posibilidad que elevar al poder a individuos con su propia bajeza moral.

Respecto del maquiavelismo social, o cinismo generalizado, el citado autor agrega: "El maquiavelismo, que en tiempos de Machiavelli casi era tan sólo una cuestión privada de príncipes y gobernantes, ha dado después pasos de gigante. Se ha infiltrado en todas partes, por dos vías: por un lado, no ya una sola, sino todas las actividades humanas se han transformado en otras tantas técnicas; por otro lado, la política ha llegado a ser prominente y su supremacía ha hecho que todo el mundo humano se transformara en un mundo político".

Debido a que la ética cristiana es una ética de la empatía emocional y la cooperación social, se la puede considerar como una ética natural, que existía previamente al surgimiento del cristianismo, si bien no se la promovió adecuadamente hasta la aparición de los Evangelios. De ahí que no se la debiera "atacar" cuando en realidad se desea atacar a la religión o al cristianismo.

El maquiavelismo es una postura que renuncia a una adaptación a la ética natural para orientarse definidamente hacia una "ética" egoísta cuya finalidad es el poder personal. Tal tipo de poder implica la búsqueda de un gobierno mental y material del hombre sobre el hombre, negado tanto por el cristianismo como por el liberalismo.

En los últimos años apareció un libro neo-maquiavélico, aunque seguramente sus autores pretendieron advertir a las posibles víctimas del maquiavelismo, en el que se detallan los principios para lograr y mantener el poder, enumerados a continuación:

1- Nunca haga sombra a su amo.
2- Nunca confíe demasiado en sus amigos; aprenda a utilizar a sus enemigos.
3- Disimule sus intenciones.
4- Diga siempre menos de lo necesario.
5- Casi todo depende de su prestigio; defiéndalo a muerte.
6- Busque llamar la atención a cualquier precio.
7- Logre que otros trabajen para usted, pero no deje nunca de llevarse los laureles.
8- Haga que la gente vaya hacia usted y, de ser necesario, utilice la carnada más adecuada para lograrlo.
9- Gane a través de sus acciones, nunca por medio de argumentos.
10- Peligro de contagio: evite a los perdedores y los desdichados.
11- Haga que la gente dependa de usted.
12- Para desarmar a su víctima, utilice la franqueza y la generosidad en forma selectiva.
13- Cuando pida ayuda, no apele a la compasión o a la gratitud, sino a su egoísmo.
14- Muéstrese como un amigo pero actúe como un espía.
15- Aplaste por completo a su enemigo.
16- Utilice la ausencia para incrementar el respeto y el honor.
17- Mantenga el suspenso. Maneje el arte de lo impredecible.
18- No construya fortalezas para protegerse: el aislamiento es peligroso.
19- Sepa con quién está tratando: no ofenda a la persona equivocada.
20- No se comprometa con nadie.
21- Finja candidez para atrapar a los cándidos: muéstrese más tonto que su víctima.
22- Utilice la táctica de la capitulación. Transforme la debilidad en poder.
23- Concentre sus fuerzas.
24- Desempeñe el papel de cortesano perfecto.
25- Procure recrearse permanentemente.
26- Mantenga sus manos limpias.
27- Juegue con la necesidad de la gente de tener fe en algo, para conseguir seguidores incondicionales.
28- Sea audaz al entrar en acción.
29- Planifique sus acciones de principio a fin.
30- Haga que sus logros parezcan no requerir esfuerzos.
31- Controle las opciones: haga que otros jueguen con las cartas que usted reparte.
32- Juegue con las fantasías de la gente.
33- Descubra el talón de Aquiles de los demás.
34- Actúe como un rey para ser tratado como tal.
35- Domine el arte de la oportunidad.
36- Menosprecie las cosas que no puede obtener: ignorarlas es la mejor de las venganzas.
37- Arme espectáculos imponentes.
38- Piense como quiera, pero compórtese como los demás.
39- Revuelva las aguas para asegurarse una buena pesca.
40- Menosprecie lo que es gratuito.
41- Evite imitar a los grandes hombres.
42- Muerto el perro, se acabó la rabia.
43- Trabaje sobre el corazón y la mente de los demás.
44- Desarme y enfurezca con el efecto espejo.
45- Predique la necesidad de introducir cambios, pero nunca modifique demasiado a la vez.
46- Nunca se muestre demasiado perfecto.
47- No vaya más allá de su objetivo original; al triunfar, aprenda cuándo detenerse.
48- Sea cambiante en su forma.

(De "Las 48 leyes del poder" de Robert Greene y Joost Elffers-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1999).

lunes, 6 de julio de 2020

Unificación de las virtudes

Desde el punto de vista ético, se entiende por virtud todo atributo individual que promueva el bien. La ausencia de tal atributo se considera un defecto, ya que no permite la posibilidad anterior. Cuando se promueve el mal, se trata de una perversión, o de una actitud pecaminosa (según el lenguaje religioso). La virtud es un atributo que requiere de bastante trabajo personal para lograrlo, si bien muchos tienen la suerte de "traerlo incorporado" desde nacimiento. Joseph de Maistre escribió: "Fue sin duda gran sabiduría de los romanos al llamar con un mismo nombre a la fuerza y a la virtud. No hay, en efecto, virtud propiamente dicha sin victoria sobre nosotros mismos, y aquello que nada nos cuesta, nada vale" (Del "Diccionario del lenguaje filosófico" de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Debido a la existencia de un extenso listado de virtudes humanas, resulta casi imposible asimilarlas por cuanto son definidas en forma poco satisfactoria, adquiriendo además un significado subjetivo, llegándose al extremo de que algunos suponen ser personas virtuosas, asignando calificativos morales elevados a sus personalidades de dudosa moral. Es por ello que resulta necesario e imprescindible una mejor definición de las virtudes humanas y, en lo posible, sintetizarlas en una principal.

Algunos autores han hecho intentos al respecto, tal el caso de Josef Pieper, quien escribió: "La primera entre las virtudes cardinales es la prudencia. Es más: no sólo es la primera entre las demás, iguales en categoría, sino que, en general, «domina» a toda virtud moral". "La prudencia es causa, raíz, «madre», medida, ejemplo, guía y razón formal de las virtudes morales; en todas esas virtudes influye, sin excepción, suministrando a cada una el complemento que le permite el logro de su propia esencia; y todas participan de ella, alcanzando, merced a tal participación, el rango de virtud" (De "Las virtudes fundamentales"-Ediciones Rialp SA-Madrid 1980).

El citado autor, supuestamente cristiano, parece desconocer el mandamiento del amor al prójimo; o bien considera que su "prudencia" es de mayor importancia. Sin embargo, si tenemos en cuenta las cuatro respuestas emocionales básicas (amor, odio, egoísmo, indiferencia), veremos que sólo nos queda "elegir" una de ellas. Así, el amor, o empatía emocional, actitud por la cual sentimos la predisposición a compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, parece reunir el atributo de "actitud unificadora de todas las virtudes".

Es oportuno mencionar la definición que Baruch de Spinoza establece respecto del amor, escribiendo al respecto: “El que imagina aquello que ama afectado de alegría o tristeza, también será afectado de alegría o tristeza; y uno y otro de estos afectos será mayor o menor en el amante, según uno y otro sea mayor o menor en la cosa amada”.

También define al odio, que resulta ser una perversión antes que un defecto o ausencia de virtud: “El que imagina que aquello a que tiene odio está afectado de tristeza, se alegrará; si, por el contrario, lo imagina afectado de alegría, se entristecerá; y uno y otro afecto será mayor o menor según sea mayor o menor el afecto contrario en aquello a que tiene odio” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).

Entre las interpretaciones que los propios cristianos establecen respecto de su religión, aparece un sobrenaturalismo cotidiano por el cual se supone que Dios interviene en todo vínculo afectivo entre dos personas, "distribuyendo" sabiamente los premios y castigos oportunamente. El propio Dios estaría haciendo redundante a la empatía emocional, que es la principal ley natural de supervivencia. Es una idea similar a la existente en una economía socialista en la cual el Estado interviene "distribuyendo" entre dos personas, previa confiscación, lo que ambas desean intercambiar (bienes, trabajo, servicios, dinero) en forma directa.

También la virtud de la "caridad", interpretada generalmente como la acción de dar una limosna o una ayuda al necesitado, tiende a reemplazar a la actitud del amor al prójimo. Adviértase que una acción se puede repetir en varias situaciones aun sin la existencia de una actitud o predisposición permanente. Santo Tomás de Aquino escribió: "El cristiano se orienta -en la virtud teologal de la caridad- hacia Dios y su prójimo con una acepción que sobrepasa toda fuerza de amor natural" (Citado en "Las virtudes fundamentales").

Mientras mayor es la huída hacia lo sobrenatural, mayor ha de ser la predisposición a esquivar todo intento de adoptar la actitud por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Esto hace recordar a los ministros de economía de la Argentina que buscan distintas escapatorias y mecanismos monetarios para evitar suprimir el derroche estatal de los recursos económicos.

Otros suponen que, por ser Dios "bueno por naturaleza", siempre ha de perdonar nuestros pecados, por lo que podemos pecar seguido, pero, eso sí, debemos luego arrepentirnos. Esa supuesta actitud favorable de Dios hacia el creyente ha de provenir precisamente del cumplimiento del supuesto mayor mandamiento; el de la creencia en su existencia. Alberto Moravia escribió: "Una de las numerosas degeneraciones del cristianismo es la que se refiere al arrepentimiento, dolor posterior al pecado y purificador del pecado. Rasputín, monje vicioso, había inventado el medio de pecar deliberadamente para luego arrepentirse. Rasputín razonaba del modo siguiente: el buen cristiano es aquel que se arrepiente de haber pecado, y cuanto más cristiano es, tanto más se arrepiente. Así pues, el buen cristiano es aquel que peca. En consecuencia, más se peca y más cristiano se es. Este es el modo de razonar y sentir pervertidamente no sólo de Rasputín, sino también en muchos cristianos de hoy" (De "El hombre como fin"-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1967).

Resulta fácil advertir que la adopción de la actitud del amor al prójimo generará un aceptable y hasta elevado grado de felicidad. Sin embargo, quienes lo interpretan "sobrenaturalmente", suponen que la felicidad no se ha de obtener luego del trabajo previo requerido para la adopción de tal actitud, sino del "sacrificio" que debe hacerse para ayudar a los demás. Como el sacrificio se opone a la felicidad, se advierte que poco o nada tiene que ver con el amor al prójimo. Pocas veces se dirá que una madre, que ama a sus hijos, se "sacrifica" por ellos. En realidad, todo esfuerzo redunda en sentimientos de alegría que surgirán a partir del trabajo realizado.

viernes, 3 de julio de 2020

El método no asegura veracidad

Es frecuente encontrar resabios de épocas pasadas en las cuales se recurría a la fe en la revelación, la autoridad personal o la tradición como garantías de validez de alguna afirmación o bien de la validez de alguna visión del mundo. En la actualidad, también se ha adoptado la postura opuesta, tal la de negar toda posible validez a lo que proviene de una supuesta revelación, de la autoridad de algún pensador o bien de la tradición popular. Henri Poincaré escribió: "Dudar de todo o creerlo todo son dos soluciones igualmente cómodas, pues tanto una como otra nos eximen de reflexionar" (De "La ciencia y la hipótesis"-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).

Los partidarios de algunas posturas filosóficas, con la intención de imponer afirmaciones de dudosa validez, engañan a gran parte de la sociedad proponiendo un "socialismo científico", queriendo significar que se trata de un socialismo verdadero, o compatible con la realidad. Sin embargo, toda descripción científica, una vez establecida la respectiva experimentación, admite como resultado dos posibilidades: verdadero o falso, por lo cual, sólo con afirmar que se ha utilizado el método científico, no se asegura la validez de su resultado.

El engaño se confirma si se tiene presente que el marxismo se basa en la "lógica dialéctica", constituida por el proceso de tesis, antitesis y síntesis, advirtiéndose que ni siquiera emplea el método de la ciencia experimental. Es oportuno conocer la historia de las distintas ramas de la ciencia experimental para advertir que no existe ningún descubrimiento importante, ni tampoco elemental, que haya utilizado la secuencia mencionada.

También algunos seguidores de otras posturas filosóficas suponen que la coherencia lógica de cierto planteo basta para asegurar su veracidad. Si bien toda descripción bien fundamentada y coherente recurre al método axiomático, la lógica simbólica no resulta suficiente para la creatividad ni para garantizar la veracidad de un planteo. Régis Jolivet escribió: "El silogismo no sería más que puro verbalismo. Tal es la objeción que constantemente se repite desde Descartes contra el silogismo. Éste se reduciría a una pura tautología, y ningún progreso real proporcionaría al espíritu. Esto es lo que sobre todo Stuart Mill se esforzó en demostrar. En efecto, dice, examinemos el silogismo siguiente:

El hombre es un ser inteligente;
Pedro es hombre;
luego, es un ser inteligente.

Es claro que, para poder afirmar legítimamente la mayor universal «el hombre es un ser inteligente», primero hay que saber que Pedro, Juan, Santiago, etc., son seres inteligentes. La conclusión no puede, pues, enseñarme nada que yo no conociera ya. El silogismo es un puro verbalismo" (De "Tratado de Filosofía, Lógica y Cosmología"-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1960).

Siendo la "Ética demostrada según el orden geométrico", de Baruch de Spinoza, uno de los tratados mejor ordenados y fundamentados lógicamente, a pocos, o ninguno, de sus seguidores se le ocurrirá decir que "toda la verdad" está en dicho libro por el hecho de estar expuesto en forma axiomática y deductiva. El contenido, y no la forma, es lo que da, o no, veracidad al tratado.

También en el ámbito de las matemáticas algunos autores consideran que la lógica constituye una fuente de creatividad, siendo rechazada tal posibilidad por otros autores. Henri Poincaré escribió: "La lógica permanece siempre estéril a menos que esté fecundada por la intuición". "Se podría imaginar una máquina donde se introducirían los axiomas por un extremo, recogiéndose los teoremas por el otro extremo, como esa legendaria máquina de Chicago en la que los cerdos entran vivos y salen transformados en jamones y salchichas. Con estas máquinas, el matemático no tendría necesidad de saber lo que hace" (De "Ciencia y método"-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1963).

Por otra parte, coincidiendo con expresiones anteriores, Poincaré escribió: "El silogismo no puede enseñarnos nada esencialmente nuevo y, si todo debiera salir del principio de identidad, también todo debería poder reconducir a él. ¿Se admitirá entonces que los enunciados de todos esos teoremas que llenan tantos volúmenes no sean más que maneras retorcidas de decir que A es A?" (De "La ciencia y la hipótesis").

El desencuentro entre Galileo con el filósofo y el matemático aristotélico, además del teólogo, ha sido representado por el dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Guillermo A. Obiols escribió: "A continuación se transcriben los pasajes principales de la discusión entre Galileo y los doctores de la universidad que, en presencia del Gran Duque de Florencia, a principios del siglo XVII, cuestionan los descubrimientos de Galileo:

GALILEO: Desde hace algún tiempo los astrónomos estamos encontrando grandes dificultades en nuestros cálculos. Utilizamos para ello un sistema muy antiguo, que si bien parece concordar con la filosofía, no es compatible con los hechos. Según ese sistema, llamado de Ptolomeo, los astros realizan movimientos complicadísimos. Y por eso no los encontramos donde supuestamente deberían estar. Por lo demás, el sistema de Ptolomeo no explica los movimientos de todos los astros. Por ejemplo, el de unos muy pequeños que giran alrededor de Júpiter y que descubrí hace poco...

EL FILÓSOFO: Antes de hacer uso de su famoso anteojo, querríamos tener el placer de una discusión filosófica con usted. El tema sería: ¿pueden existir esos astros?

GALILEO: Yo diría que basta con mirar por el telescopio para convencerse de que existen.

EL MATEMÁTICO: Por supuesto, por supuesto...Pero usted sabe, sin duda, que según la opinión de los antiguos no pueden existir astros que giren alrededor de otro centro que no sea la Tierra, ni tampoco astros que no tengan su correspondiente apoyo en el cielo.

GALILEO: Sí, lo sé, pero...

EL FILÓSOFO: Al margen de la existencia de esos nuevos astros, que mi distinguido colega parece poner en duda, yo quisiera con toda humildad, formular la siguiente pregunta: esos astros, ¿son necesarios?

GALILEO: ¿y si su Alteza comprobara en este mismo momento, por medio del anteojo, la existencia de esos astros tan imposibles como innecesarios?

EL MATEMÁTICO: Se podría argumentar, como respuesta, que si su anteojo muestra algo que no existe, no resulta un instrumento muy digno de confianza, ¿no le parece?

GALILEO: ¿Qué quiere decir con eso?

EL MATEMÁTICO: Sería mucho más provechoso, señor Galilei, que nos explicara las razones que lo llevaron a suponer que existen esos astros.

EL FILÓSOFO: Sí, las razones, señor Galilei, las razones.

GALILEO: ¿Qué importan las razones si con una mirada a los astros mismos, y mis notas, el fenómeno queda perfectamente demostrado? ¡Señores, esta discusión es absurda!

EL MATEMÁTICO: Si supiéramos con seguridad que no se va a irritar aun más de lo que está, podríamos agregar que lo que muestra su anteojo y lo que muestra el cielo bien pueden ser dos cosas completamente distintas...

EL FILÓSOFO: Alteza, mi distinguido colega y yo nos apoyamos nada menos que en la autoridad del divino Aristóteles.

GALILEO: La fe en la autoridad de Aristóteles es una cosa; los hechos que se pueden tocar con la mano son otra cosa. Señores, les ruego, con toda humildad, que confíen en sus propios ojos.

EL MATEMÁTICO: Mi estimado Galilei, yo tengo la costumbre -que a usted seguramente le parecerá anticuada- de leer a Aristóteles, y le aseguro que en ese caso sí confío en mis propios ojos.

GALILEO: ¡Pero Aristóteles no tenía telescopio!

EL MATEMÁTICO: Ni falta que le hacía...

EL FILÓSOFO: Si lo que aquí se pretende es enlodar a Aristóteles, cuya autoridad ha sido reconocida no sólo por todas las ciencias de la antigüedad sino también por los Santos Padres de la Iglesia, debo decir que me parece inútil continuar con esta discusión.

GALILEO: ¡La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad! Nuestra ignorancia es infinita; ¿por qué no tratamos de reducirla aunque sea en un milímetro? ¿por qué, en lugar de querer parecer tan sabios, no tratamos de ser un poco menos ignorantes?

EL TEÓLOGO: Alteza, yo me pregunto simplemente adónde nos conduce todo eso.

GALILEO: Y yo me inclinaría a pensar que a los hombres de ciencia como nostros no nos corresponde preguntarnos adónde puede conducirnos la verdad.

EL FILÓSOFO: ¡Señor Galilei, la verdad puede llevar a los peores extremos!

GALILEO: Alteza, esta noche cientos de telescopios como éste apuntan hacia el cielo desde toda Italia. Los nuevos astros no abaratan la leche, es cierto, pero nunca habían sido vistos antes y, sin embargo, existían. De este hecho, el hombre de la calle deduce que seguramente hay muchas otras cosas que podría ver con sólo abrir un poco los ojos. Y a ese hombre le debemos una explicación. No son los movimientos de algunos lejanos astros los que hoy hacen hablar a toda Italia, sino la noticia de que doctrinas que hasta ahora se consideraban inconmovibles han comenzado a resquebrajarse.

(De "Nuevo Curso de Lógica y Filosofía"-Kapeluz Editora SA-Buenos Aires 1993)