viernes, 31 de agosto de 2018

Legislar en base a la ley natural

Si en la actualidad se nos pide definir la religión, teniendo en cuenta la existencia de leyes naturales invariantes que rigen todo lo existente, puede decirse que la religión tiene como objetivo legislar a partir de la ley natural para promover la adaptación cultural del hombre al orden natural. Tal legislación ha de apuntar a una mejora ética individual constituyendo esencialmente una ética natural. Montesquieu escribió: “El hombre, como ser físico, lo mismo que los demás cuerpos, está gobernado por leyes invariables; como ser inteligente, viola sin cesar las leyes que Dios ha impuesto, y cambia las que él mismo establece. Debe conducirse, y sin embargo es un ser limitado; está sujeto a la ignorancia y al error, como todas las inteligencias finitas: los débiles conocimientos que tiene los pierde”.

“Como criatura sensible, está sometido a mil pasiones. Un ente así podía en todo momento olvidar a su creador: Dios lo ha llamado a sí por las leyes de la religión: un ente así podía en todo momento olvidarse a sí mismo; los filósofos lo advierten por las leyes de la moral; hecho para vivir en sociedad, podía olvidar a los otros: los legisladores lo han devuelto a sus deberes por las leyes políticas y sociales” (De “Del espíritu de las leyes”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1993).

En cuanto a la legislación establecida en base al derecho, puede decirse que, en cierta forma, depende también de la ley natural, aunque en forma indirecta. Sin embargo, mientras que la religión apunta a sugerir lo que debemos hacer, o a la actitud que debemos adoptar, la ley humana sólo nos impone reglas que nos prohíben realizar acciones que han de ser perjudiciales para los demás como para uno mismo.

El mandamiento bíblico del “no matarás” actúa en forma similar a la ley humana ya que prohíbe tal acción, mientras que el “amarás al prójimo como a ti mismo” sugiere (u ordena) una actitud concreta a adoptar para toda la vida. Adviértase que ninguna ley humana nos impone una actitud a adoptar, y mucho menos nos exige acciones concretas; de lo contrario estaríamos bajo un régimen totalitario. Se dice que en una sociedad democrática “está todo permitido excepto lo explícitamente prohibido”, mientras que en la sociedad totalitaria “está todo prohibido excepto lo explícitamente permitido”.

La conclusión importante es que la religión ocupa un lugar necesario en la sociedad, en oposición a la idea (predominante en muchos sectores) de que la religión es algo perteneciente al pasado remoto. Sin embargo, lo que en realidad se debe criticar es la forma que en la actualidad adopta la religión ya que constituye un factor de división social antes que de adaptación al orden natural, oponiéndose al establecimiento de un orden social eficaz.

Haciendo una síntesis, puede decirse que la religión promueve la moral mientras que el derecho limita la acción inmoral. La religión tiende a “llenar el vaso con cierto contenido” mientras que el derecho es “el recipiente que impide el desborde”.

Adviértase que en épocas remotas, los libros religiosos como la Biblia, constituían también la única legislación vigente, es decir, religión y derecho eran indistinguibles. Con el tiempo, se tiende a una especialización (o división del trabajo, dirían los economistas) ocupando cada uno la misión respectiva. “Los tres órdenes normativos fundamentales son, por consiguiente, la religión, la moral y el derecho. En los orígenes de las civilizaciones, los tres aparecen confundidos. No hay distinción neta entre ellos porque los mismos preceptos vienen impuestos por las creencias religiosas, el sentimiento moral y las leyes positivas. El Decálogo contiene normas de las tres clases, que en definitiva constituyen las reglas fundamentales a las que debe ajustar el hombre su conducta prescindiendo de distinciones superfluas. Pero en realidad los diez mandamientos –aunque algunos sean estrictamente jurídicos- son preceptos religiosos, porque violarlos constituye un pecado. Así la verdad revelada –y las creencias de las demás sociedades primitivas- fueron las primeras fuentes del derecho”.

“Con el desarrollo de las culturas se origina una profunda y creciente diferenciación. En primer término, al perder vigor el sentimiento religioso que por sí solo resultaba suficiente para orientar la conducta, fue necesario sustituirlo por normas obligatorias que impusieran las mismas soluciones con la fuerza del derecho y no ya con la simple coerción de las creencias. En segundo lugar, la complejidad de la vida social obligó a reglamentar una multitud de instituciones y de problemas que la religión y la moral no habían resuelto, porque cualquier solución que se adoptara les era indiferente”.

“Surgió así, adquiriendo un desarrollo cada vez mayor, la parte puramente social del derecho. Este último aparece entonces como un sistema autónomo, pero subordinado tanto a las creencias como a la moral, que conservan su natural jerarquía. Ambas continúan, en efecto, guiando al derecho, inspirando sus soluciones, imponiéndoles sus principios fundamentales. Las normas jurídicas no se apartan de los preceptos religiosos y morales, porque se reconoce que los otros sistemas normativos son superiores por su origen (la revelación, la razón) y porque rigen los actos desde un punto de vista más elevado y trascendental” (De “Introducción al Derecho” de Carlos Mouchet y Ricardo Zorraquin Becu-Editorial Perrot-Buenos Aires 1987).

En las actuales circunstancias se requiere compatibilizar la religión con el derecho, por medio de la inclusión de ambas en el ámbito de las ciencias sociales. Esto es posible teniendo en cuenta que toda ciencia social debe ser compatible con la ley natural, mientras que la religión natural es la adecuada para esta inclusión. Y si la religión no tiene vínculo alguno con la ley natural, se trata de una falsa religión.

El alejamiento, cada vez mayor, que se produce entre religión y derecho, se debe, por una parte, al predominio de una teología cercana a la filosofía que reemplaza la religión moral por una serie de disquisiciones complejas establecidas en el mundo de lo sobrenatural, que pronto pierden el contacto con la ética natural, que debería ser el aspecto central de la religión. Por otra parte, el derecho se aleja de las ciencias sociales al pretender ser una rama autónoma del conocimiento pretendiendo constituirse en la base de toda normatividad ética, que encuentra su mayor aceptación en el caso de los totalitarismos. Los citados autores escriben: “El desarrollo de la civilización fue separando cada vez más el derecho de aquellos ordenamientos superiores. Ello se explica, por lo demás, si se considera la complejidad de las relaciones sociales y el intervencionismo absorbente del Estado, que han obligado a dictar profusas reglamentaciones completamente extrañas a los principios de la moral y de la religión. No debemos olvidar, por cierto, que si éstas forman la base del orden jurídico, no son sin embargo suficientes para regular la convivencia humana. El derecho constituye entonces un sistema necesario, puesto que el hombre es un ser social y debe estar sometido a normas que lo guíen en sus relaciones con los demás”.

“No obstante la evidente subordinación del derecho con respecto a esos otros sistemas normativos, no han faltado quienes pretendieron cortar de raíz el vínculo que los mantiene unidos. Esto fue lo que se propuso, en el siglo XVII, la escuela del derecho natural y de gentes fundada por Hugo Grocio, la cual quiso sustituir a la voluntad y a la acción ordenadora de Dios por el orden inmanente de la naturaleza, negando así lo sobrenatural y lo divino. Más tarde, ya en el siglo XIX, los positivistas estudiaron el derecho como un producto puro y exclusivo de la vida social, ignorando deliberadamente el indispensable fundamento religioso y moral de todo orden jurídico. En la doctrina contemporánea se advierte una feliz reacción contra esas ideas que olvidaron la tendencia innata e irresistible del espíritu humano a buscar la explicación de su destino y las normas que deben guiar su conducta en algo superior a sus propios actos y realizaciones”.

Los autores citados sugieren que el derecho y la moral mantengan cierta dependencia respecto de la religión, considerando a la religión como poseedora de mayor jerarquía. Por el contrario, al considerar la religión, la ética y el derecho, como ramas de la ciencia social, deja de haber jerarquías para buscar cierta compatibilidad. De esa forma, todas las ramas de la ciencia social resultan fundamentadas en la ley natural. “Una religión no es solamente un conjunto de creencias: es también una regla de conducta. El creyente sabe que Dios le ha propuesto una determinada forma de vida sin la cual no alcanzará la salvación eterna. Como esa regla de conducta es la más importante de todas (puesto que a ella se vincula el destino final de cada uno), lógico es que alcance una natural primacía sobre las demás. Mientras la religión deriva de lo alto y tiende a lo sobrenatural, el derecho tiene sólo fines terrenos y no trasciende al más allá. Hay, por lo tanto, una jerarquía lógica entre ambos sistemas normativos, que obliga al derecho a respetar las creencias religiosas y las reglas de conducta impuestas por la fe”.

Desde el punto de vista de la religión natural, no se habla ya de “salvación” sino de adaptación al orden natural. Tampoco se considera que la religión viene de “lo alto”, sino que surge del propio ser humano. Como la religión tiende a darle al hombre un sentido a su vida, indicándole la actitud que debe adoptar, no existe posibilidad de superposición con el derecho, que tiende a limitar las acciones humanas. Tampoco ha de haber jerarquías por cuanto ambas tienen objetivos diferentes

martes, 28 de agosto de 2018

Regimentación del pensamiento

En la tarea emprendida por imponer el socialismo en diversos países, el marxismo-leninismo tiende a emplear ideas y consignas ya empleadas en la Unión Soviética. La similitud puede provenir del hecho de partir de una misma base ideológica o bien por intentar aplicar métodos suficientemente probados. Alguien podrá decir que el régimen soviético fue un fracaso y que por ello fue abandonado en casi todo el mundo. Sin embargo, debe tenerse presente que, para la mayoría de sus adeptos, no fue así. Y si alguien les recuerda el muro de Berlín, responderán tranquilamente que con ese muro se trataba de “impedir el ingreso” de burgueses extranjeros para evitar que, con sus costumbres “contaminaran la sociedad comunista”.

La característica esencial del ideólogo o el militante marxista, consiste en su actitud permanente de creer que está inmerso en una guerra, ideológica y material, en contra de un enemigo al que quiere destruir y que, a su vez, pretende destruirlo. De ahí la necesidad de unificar todas las actividades en el Estado, como ocurrió en la Unión Soviética. Tanto la política, como la economía, cultura, educación, deporte, arte, ciencia, filosofía, etc., debían ser compatibles con la ideología filosófica que sustentaba al sistema colectivista. De ahí la adopción del marxismo-leninismo, y no la propia realidad, como referencia para la validación de hipótesis propuestas.

Julian Huxley describe la situación existente en épocas de la posguerra, aunque no fue distinto a lo ocurrido en otras épocas: “Las autoridades soviéticas consideraron que era necesario y deseable movilizar y regimentar no solamente la opinión pública en el sentido corriente, sino todas las actividades superiores del espíritu, tanto intelectuales como estéticas, desde las ciencias naturales hasta el arte y la música, y desde la filosofía hasta la literatura y la historia. El pensamiento y la expresión creadora tenían que convertirse en armas de la política exterior y en instrumentos de la política interna en la lucha del Estado soviético por sobrevivir y realizar sus fines en el difícil mundo de la posguerra. Con esta intención se ha hecho la tentativa de cementar las actividades mentales del pueblo de la URSS –sus ideas y emociones, sus intelectos y sus aspiraciones- en un todo monolítico, un instrumento para alcanzar una meta definida, pero difícil” (De “La genética soviética y la ciencia mundial”-Editorial Hermes-México 1952).

Resulta sorprendente que los marxistas sigan burlándose de la Iglesia, criticando el atraso científico que ésta produjo al adoptar la Biblia, y no la realidad, como referencia para valorar los descubrimientos realizados en otras épocas, mientras que, hace apenas unas decenas de años, los soviéticos adoptaron una postura similar al considerar que tal referencia debía ser la ideología marxista-leninista. Julian Huxley agrega: “La cuestión principal es la condena oficial de resultados científicos, hecha en otros terrenos que el científico, y por lo tanto el repudio por la URSS del concepto de método científico y actividad científica compartido por la gran mayoría de los hombres de ciencia de los otros países”,

En cuanto a la genética, escribió: “En 1948, la disputa quedó terminada –al menos por el momento- con la completa derrota del neomendelismo y la entronización del michurinismo como doctrina oficial en el campo de la genética y la evolución. Ahora ha llegado el momento para que quienes viven en otros países hagan un inventario de la situación y sus consecuencias. Ahora existe una «línea» partidaria en genética, lo cual significa que el principio científico básico de recurrir a los hechos ha sido pisoteado por consideraciones ideológicas”.

Recordemos que, según el marxismo, la influencia social es determinante en cuanto a los atributos personales de cada ser humano, restando importancia a los aspectos hereditarios. Tal influencia social dependería esencialmente del sistema económico vigente en la sociedad. De ahí que en la URSS se le haya dado tanta importancia a teorías de tipo lamarckiano (Michurin, Lysenko) en las cuales se acepta la herencia de los caracteres adquiridos por la influencia del medio, mientras que se rechazaba la genética mendeliana que sostiene que la herencia depende esencialmente de cuestiones estrictamente genéticas. “Nos dicen que las ideas de los neomendelistas son místicas, metafísicas, burguesas, pseudocientíficas y hasta anticientíficas”. “Además el michurinismo es calificado habitualmente con el adjetivo científico, materialista o progresista. El término genética soviética es utilizado con bastante frecuencia, y Lysenko emplea la frase darwinismo creativo soviético”.

La intromisión en la historia también resulta llamativa, ya que no sólo se ha empleado la mutilación de la realidad histórica, como en el caso de León Trotsky, cuyo nombre desapareció de los libros rusos por decisión de Stalin, sino que se promueve una interpretación ajustada a las necesidades ideológicas del momento. “Se afirma que la actual posición es que «el historiador ideal debe ser formado para que obtenga generalizaciones teóricas» en línea con las doctrinas del partido, y debe estar libre de un «excesivo amor por los hechos». Porque, como recientemente se ha declarado en Moscú, «cuando la teoría deja de desempeñar un papel predominante en la investigación, inevitablemente aparecen vicios –tales como el liberalismo podrido, el debilitamiento ideológico y la falta de espíritu crítico y de autocrítica»”.

“En filosofía, la restricción parece actuar respecto a una tradición de autoridad y ortodoxia….Se tiene hasta cierto punto la sensación de haber sido transportado hacia uno de los concilios del cristianismo primitivo, salvo que las autoridades con las que hay que estar de acuerdo no son los Padres de la Iglesia, sino con los Padres de la Revolución: Marx, Engels, Lenin y Stalin”.

Respecto a las artes y la literatura, Huxley escribió: “En las artes, el criterio positivo al que deben conformarse es el «realismo socialista», en oposición al criterio negativo del formalismo…Se puede decir, de una manera bastante grosera, que el «realismo socialista» está propuesto como justificación de la creencia en que las artes deben ser fácilmente inteligibles a todo ciudadano, y deberían tener como única, o por lo menos principal, función social la de proporcionar un desahogo emocional, una meta y un impulso para las actividades de la sociedad en la guerra y en la paz, por oposición a la creencia en la nueva exploración o en la expresión por medio del artista individual, o en la satisfacción privada del ciudadano individual”.

“Las autoridades del partido destacan continuamente dos puntos principales: la literatura tiene que ser optimista y debe demostrar la superioridad de la manera de vivir soviética sobre la del Occidente. Esta última exigencia implica la presentación del mundo no soviético como moralmente decadente e ideológicamente confuso”.

A mediados de la década de los 70, las cosas no cambiaron demasiado. Andrei D. Sajarov escribe acerca de la URSS: “Las consecuencias del monopolio del Partido y el Estado son especialmente destructivas en el ámbito de la cultura y la ideología. La unificación total de la última exige cada día a cada ciudadano –desde el pupitre de la escuela hasta la cátedra universitaria- hipocresía, conformismo, mediocridad y autoembrutecimiento. Este ciudadano se ve obligado a representar, sin solución de continuidad, la tragicómica farsa ritual del juramento de fidelidad, relegando al segundo plano toda consideración hacia lo concreto, el sentido común y la dignidad. Escritores pintores, artistas, pedagogos, humanistas, todos se hallan sometidos a tan monstruosas presiones que no pueden por menos de admirarle a uno que el arte y las letras no hayan desaparecido por completo de nuestro país” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976)

sábado, 25 de agosto de 2018

Perón y sus traiciones

Mientras que los líderes democráticos se identifican con lo mejor de una sociedad, los líderes totalitarios se identifican con lo peor de esa sociedad. Además, cada uno de ellos ha de poseer los atributos admirados por cada sector. En el caso de Juan D. Perón, se produjo una identificación con el argentino poseedor de “viveza criolla”, el que, como el adolescente inseguro de tener una auténtica inteligencia, hace continuos esfuerzos por demostrar a los demás, y por demostrarse a si mismo, que posee ese atributo. Marcelo A. Moreno escribió: “Se cree un vivo. Un vivo «bárbaro», como dice. Desde chico se piensa como el mejor del mundo, y está dispuesto a demostrarlo. Sólo que para llegar a esa evidencia necesitará imperiosamente perjudicar a los demás”.

“«Yo me corto solo». «Yo hago la mía». «Yo me salvo y zafo» son expresiones cotidianas de este personaje, prototipo del argentino medio: el porteño canchero, ganador, de fácil y frágil palabra, que «se las sabe todas»”.

“Desde luego, no hay un ser nacional ni entelequia parecida. Pero si existe un trabajado arquetipo de argentino: su modelo es el porteño, aunque se ha extendido y a este caracterizado personaje se lo puede encontrar en las más insospechadas provincias. Y como es un modelo ya impuesto, un «universal» de argentino, quien no responde al arquetipo o sufre por no alcanzarlo o lo padece en silencio”.

“Plástico, agradable, en su esquema de valores la viveza –una mezcla de astucia y ubicuidad, más un increíble poder de adaptación- suple a la sensibilidad, la inteligencia, el saber, la destreza, el esfuerzo, virtudes despreciadas en la geografía de sus estimas. Se trata, en suma, de un verdadero predador: lo único que espera es el momento y las circunstancias adecuadas para aprovecharse de los otros. Los demás son, para él, «los giles», sus víctimas. Quien estudia, trabaja o ama en serio de inmediato es catalogado como un gil. Ni hablar del que es honesto: «es un gil a cuadros». Un «vivo» es lo contrario: rápido, rapaz, se aprovecha. La diferencia está en la trampa, en el engaño, en la indecencia: ése es el mérito. Si se estudia, se trabaja, se mantiene una relación amorosa, pero siendo desleal y mentiroso, se saca carnet de vivo” (De “Contra los argentinos”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).

Puede decirse que el éxito de Perón, como líder y agitador, se debió a intuir la mentalidad de las masas y a decirles siempre lo que deseaban escuchar, no sin antes utilizar una gran cantidad de mentiras y de engañar y traicionar a quienes encontraba a su paso. Incluso advertía a sus seguidores acerca de los peligros de la traición, ya que en forma inconsciente temía que los demás actuaran como siempre él lo hizo. Al respecto expresó: “El movimiento tiene enemigos de afuera y enemigos de adentro; quien no lucha contra el enemigo ni por la causa del pueblo, es un traidor; quien lucha contra el enemigo y por la causa del pueblo, es un compañero, y quien lucha contra un compañero es un enemigo o un traidor” (De “Perón, enemigos y traidores” en www.youtube.com).

Perón se caracterizó por usar a circunstanciales aliados para, luego, abandonarlos o traicionarlos una vez que obtenía de ellos alguna ventaja personal. Como ejemplo puede mencionarse el caso de Cipriano Reyes, sindicalista de la carne y fundador del Partido Laborista, que participa en el 17 de octubre de 1945, siendo la principal figura del movimiento obrero que promovió la liberación de Perón. Sin embargo, apenas Perón asume la presidencia, decreta la ilegalidad de los partidos políticos, incluidos los que lo apoyaron para ser electo. También ordena que todo sindicato dependa de la CGT para seguir teniendo legalidad. Por oponerse a las directivas de Perón, Reyes es ametrallado y luego encarcelado bajo la acusación de haber atentado contra Perón y Eva, por lo que es encarcelado por varios años hasta quedar liberado en 1955 por la Revolución Libertadora. Esta era la manera que tenía el tirano para “agradecer” a quienes colaboraron con sus planes.

En su actuación política, previa a su primera presidencia, prepara el terreno aliándose con nacionalistas, militares y católicos. Sin embargo, con el tiempo los va traicionando a todos, dejándolos de lado en cuanto deja de necesitarlos. Richard J. Walter escribió: “El 4 de junio de 1943, un sector del Ejército depuso al gobierno del presidente civil Ramón S. Castillo e instauró un régimen autoritario que duró hasta 1946. En el movimiento golpista se destacaban los militares nacionalistas; así, ofrecían a la derecha argentina la mejor oportunidad hasta entonces para influir en la sociedad y ejercer el poder real en escala nacional. Simultáneamente, uno de los oficiales implicados en el golpe –el coronel Juan Domingo Perón- utilizaría la ocasión para preparar su propio ascenso al poder”.

“En este proceso, los intereses de Perón y de los nacionalistas fueron coincidentes; pero, en varias ocasiones, Perón y los nacionalistas trabajaron con objetivos encontrados. En 1946, Perón ganó las elecciones presidenciales. Durante sus nueve años de gobierno, cooptó a los nacionalistas y se apropió de parte de su programa, relegándolos a roles secundarios en su administración. A comienzos de los años cincuenta, muchos nacionalistas se pasaron a la oposición y se incorporaron al movimiento que en septiembre de 1955 derrocó a Perón y lo obligó a exiliarse” (De “La derecha argentina” de David Rock y otros-Javier Vergara Editor-Buenos Aires 2001).

Los militares y los nacionalistas argentinos apoyaban durante la Segunda Guerra Mundial al Eje (Roma-Berlín). Sin embargo, cuando Perón advierte que el Eje va a perder la guerra, deja de lado su apoyo a pesar de las protestas de los nacionalistas. Walter agrega: “Perón intentó desempeñar un papel cuidadosamente ambiguo en estos sucesos, pero el balance final aparecía como partidario de la ruptura y se convirtió en el centro de la ira nacionalista. Para muchos integrantes de la corriente, Perón era – después de la ruptura con el Eje- un traidor a su causa, un personaje que había sacrificado el principio de neutralidad en función de sus propias ambiciones”.

Cuando necesitó ayuda de los enemigos del Eje y de los nacionalistas, los norteamericanos, el entonces vicepresidente “de facto”, no dejó de pedirla: “En marzo, Perón –a través de un emisario- intentó un acercamiento a la legación norteamericana, describiéndose como «un adversario de los nacionalistas» y prometiendo trabajar por el restablecimiento de un gobierno constitucional, a cambio del reconocimiento del gobierno militar. La embajada rechazó sus intenciones, pero esto mostraba que Perón era alguien que se debía tener en cuenta si las circunstancias lo exigían”.

Desde unos años antes, Perón ambicionaba ser el líder latinoamericano del nazi-fascismo ante la esperanza de que Hitler ganara la guerra. A pesar de la derrota del Eje, mantiene su proyecto. Buscaba aliarse con otros países latinoamericanos aunque algunos de ellos en la condición de súbditos. Ezequiel González Madariaga escribió: “Nosotros los chilenos no podremos olvidar fácilmente en nombre de Juan Domingo Perón. Adicto militar argentino en Santiago, intrigó para apoderarse de documentos secretos, lo que dio lugar a un bullado proceso. Presidente de la República más tarde, organiza legiones de espías dependientes de una Subsecretaría de Prensa y Propaganda la que, con el apoyo de malos chilenos, adquiere en Santiago radio-emisoras y organiza en el territorio la distribución de noticias encaminadas a destruir el Parlamento y a instaurar una dictadura, que respalde su máxima ambición de hacer de Argentina y Chile un solo Estado, con frente a dos océanos”.

“Es la época en que lo trastornan delirios de grandeza y cae en la manía de anunciar para el futuro el proceso de guerras continentales, en el que la Argentina, como es de esperarlo, está llamada a regir los destinos de la América del Sur, como el dictador alemán de quien se sintió su discípulo, pensó en su tiempo ordenar la Europa. Los gobiernos que se han sucedido en la Argentina tienen una responsabilidad moral con el pueblo de Chile y con la democracia continental, como es la de revelar los dineros que se destinaron a esta propaganda y señalar, al mismo tiempo, los individuos que se consagraron a esta innoble tarea” (De “Patria y traición” de Ginna Maggi-Ediciones Gure-Buenos Aires 1957).

En cuanto a los intentos por sobornar a militares chilenos, Ginna Maggi escribió: “Cuando menos nadie lo imaginaba, el Mayor Perón fue descubierto con las manos en la «masa» en un intento de sobornar a un grupo de patriotas chilenos para que le vendieran unos planos secretos del Ejército de Chile. Los candidatos a traidores, le hicieron creer a Perón que estaban de acuerdo con sus proposiciones, y cuando éste concurría a la cita con el dinero a cambio de los planos, le presentaron unos planos falsos, y al tiempo en que el Mayor sacaba el dinero, caía la policía que comprobó la flagrante intención”.

“Por razones de salud, la esposa de Perón estaba viajando a Buenos Aires en los días anteriores a este ingrato episodio, y por razones «obvias», el Mayor Perón, hubo de seguirla precipitadamente, dejando en completo desorden los documentos relacionados con su fallido plan de espionaje, como diciendo: Ahora, «que se embrome el que viene»”.

El militar que ocupa el lugar de Perón como agregado militar de la Embajada Argentina en Chile, fue el Mayor Eduardo Lonardi. La citada autora agrega: “A partir de aquella «jugada» que el Mayor Perón le hiciera, el Mayor Lonardi no tuvo descanso ni perdió oportunidad para proclamar lo que el llamara: una «torpe e inaudita traición», que tan amargos momentos le hicieran vivir en su corta permanencia en Chile, y que tanto afectara su correcta sensibilidad de militar. Inútiles fueron las explicaciones que más tarde le diera el Coronel Perón, e inútiles las granjerías que ya como Presidente le ofreciera”.

También en la destitución del Gral. Ramírez, Perón había utilizado la traición. Ginna Maggi escribió al respecto: “Entonces Perón acudió a un plan maquiavélico sin perder un solo instante: necesitaba un hombre que le sirviera de punto de apoyo para actuar detrás de él, y encontró en el Gral. Farrell el modelo ideal, que escuchó halagado sus proposiciones tendientes a encaminarlo a la Primera Magistratura”.

“Los colaboradores del complot que habrían de derribar al General Ramírez, los buscaría Perón entre los mismos militares que eran adictos al Presidente. Por algo se trataba de un «plan maquiavélico». Sólo le pidió a Farrell «confianza y libertad para actuar…»”.

“Ya está Perón incluido en el grupo de los entusiastas amigos del General Ramírez, y se ha ganado la confianza y simpatía del grupo de oficiales que rodean al Presidente. Sus planes están listos para caminar sobre rieles…Y antes de cumplir un mes desde que Perón presentara el manifiesto al General Ramírez «nervio y motor» del histórico movimiento, había «fructificado» su plan de convencer al grupo revolucionario de que había que sacrificar a Ramírez, en bien de la patria…”

En realidad, Perón buscaba ubicar a Farrell en la presidencia vislumbrando su propio ascenso posterior. “El acto de sacrificio de Ramírez, al igual que el de proclamarlo días atrás, bajo palabra de soldado y de argentino, el nervio y motor de la Revolución, lo encabezó Perón secundado por Farrell. Los amigos del Presidente se negaron a estar en ese «acto patriótico»”.

Raúl Damonte Taborda describe algunos detalles del momento de la renuncia de Ramírez: “Perón y Farrell se han introducido, sin anunciarse previamente, en las habitaciones privadas de Ramírez y, sin decirle: ¡Agua va!, le presentan un pliego renunciante y una estilográfica. El pobre hombre está semidormido. (Es la una de la madrugada)”.

“Su señora, al escuchar el ruido de botas, sables y voces roncas, ha saltado del lecho y huído al baño. Los traidores a Ramírez intimidan y zamarrean al Presidente que no entiende nada, «tratando de cubrir sus vergüenzas» con las sábanas de seda” (Citado en “Patria y traición”).

Pero la mayor traición a la Patria la produjo cuando se asoció con la guerrilla marxista-leninista de los años 70, como es el caso de Montoneros, con el fin de destruir material y espiritualmente a la Nación. Ambos socios tratan de utilizar al otro para llegar al poder, pero, como es de esperar, triunfa quien mayor experiencia tiene como traicionero y, posteriormente, desde la Presidencia, ordena en “aniquilamiento” de sus antiguos cómplices destructivos.

viernes, 24 de agosto de 2018

El milenarismo y sus efectos

Asociado al libro del Apocalipsis, en donde se profetiza una bonanza de “mil años”, a partir de la Segunda Venida de Cristo, se conoce como “milenarismo” a la creencia en dicho acontecimiento. En cuanto a los efectos que tal profecía ha producido a lo largo de la historia, se advierten aspectos positivos, como la esperanza hacia el futuro y el triunfo definitivo del Bien sobre el Mal, y también efectos negativos, como es el caso del surgimiento de “falsos profetas” que promovieron diversas utopías con fines poco beneficiosos para los sectores engañados. Damian Thompson escribió: “¿En que consiste exactamente ser milenarista? En sentido estricto, la palabra se aplica a personas que viven aguardando a diario el amanecer del «Milenio» descrito en el libro de la Revelación, el último del Nuevo Testamento”.

“Este texto, conocido también como libro del Apocalipsis, es el último y más controvertido de los textos que componen el Nuevo Testamento, y consiste en una serie de visiones fantásticas sobre el fin del tiempo, cuando las fuerzas de Cristo y Satán combaten entre escenas de violencia y crueldad espeluznantes. Hacia el final del libro, la batalla se interrumpe por un periodo de mil años, durante el cual Satán está enjaulado y Cristo y sus santos reinan en la tierra. Ese es el Milenio, y los creyentes que esperan que el paraíso de mil años comience en cualquier momento son, por lo tanto, milenaristas”.

“Todos los movimientos milenaristas se distinguen por la conducta anormal de sus seguidores, conducta que puede oscilar desde el retiro en lugares desiertos o remotos para esperar el fin hasta actos de violencia inimaginable destinados a provocarlo. De una u otra manera, se produce una enorme liberación de energía emocional que proporciona a esos movimientos un sentido misional. Aparece idéntica configuración en movimientos separados por vastas extensiones de espacio y tiempo. Por ejemplo, los grupos milenaristas presentan una tendencia pronunciada a decantarse por actitudes extremas con respecto a la conducta sexual, en las que o bien se prohíbe el sexo o bien se goza de él de una manera indiscriminada. También el sentido milenarista de la identidad es peculiar, y posee invariablemente una característica narcisista y farisaica que no es de extrañar, puesto que esos grupos creen que sólo ellos serán testigos del fin y sobrevivirán” (De “El fin del tiempo”-Taurus-Madrid 1998).

Los movimientos milenaristas revistan el peligro de ser capaces de llamar la atención de personas psicológicamente normales, y no sólo de aquellos que padecen alguna deficiencia. El citado autor agrega: “Los estudios psicológicos de personas atrapadas en movimientos milenaristas sugieren que éstos no atraen a una proporción superior de enfermos mentales de lo que lo hacen las religiones convencionales o los partidos políticos. Así pues, difícilmente podemos sustraernos a la conclusión de que el milenarismo se debe con frecuencia a sentimientos de privación con respecto a la posición social, los medios económicos, la seguridad o el amor propio. Además, tiende a aparecer durante periodos de crisis, algo que, según un comentarista, puede ser «tan agresivo y crítico como el saqueo de una ciudad o tan sutil y prolongado como el paso de la comunidad agraria aislada a la megápolis industrial». En otras palabras, puede darse casi en todo tiempo y en cualquier lugar”.

El propio Cristo, al establecer su profecía, advertía que “vendrán falsos Cristos y falsos profetas”, pero que el día y la hora de su Segunda Venida nadie la conoce. Sin embargo, desde el Islam se aduce que la religión de Mahoma presenta una continuidad con las religiones bíblicas y que Mahoma es el último de los enviados de Dios. De ahí que, si es el último, no habría lugar para la Segunda Venida mencionada. Por ello el Islam no tiene vínculo alguno con las religiones bíblicas, especialmente por la “guerra santa” promovida contra los infieles que poco o nada tiene relación con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Peter Stanford escribió: “La idea en síntesis: Mahoma es el último profeta de Dios” (De “50 cosas que hay que saber sobre religión”-Ariel-Buenos Aires 2013).

Llama también la atención el caso de las sectas cristianas (o pseudo-cristianas) cuando se dedican a pronosticar el año en que se producirá el gran acontecimiento ya que, pareciera que pasaran por alto aquello de que “nadie sabe” el día ni la hora. Ismael E. Amaya escribió al respecto: “Muchas personas…han cometido el error de pensar que «velar», en relación a la Segunda Venida de Cristo, significa estar fijando fechas para su venida y pasársela mirando hacia el cielo para verle aparece en las nubes. Pero el verdadero significado de la palabra «velar» es que debemos estar cumpliendo fielmente con nuestras obligaciones y sirviendo a Dios con toda integridad para que la venida de Cristo no nos sorprenda desprevenidos” (De “Los falsos profetas de Jehová”-Methopress Editorial y gráfica-Buenos Aires 1964).

Uno de los tantos grupos milenaristas que surgieron a lo largo de la historia, y que produjeron nefastos resultados, fue el de los anabaptistas. Damian Thompson escribió al respecto: “No dispongo aquí de espacio para describir los acontecimientos de la revuelta campesina de 1525, en las que un intelectual medio loco llamado Thomas Müntzer se puso al frente de los mal pertrechados creyentes milenaristas en una batalla desesperada contra las fuerzas del Estado. La revuelta no fue, en conjunto, de carácter milenarista, sino un clásico levantamiento campesino, pero en Turingia los rebeldes cayeron bajo el dominio de Müntzer, un hombre obsesionado por las metáforas empapadas de sangre de la Revelación, el cual les prometía que sus luchas les valdrían la dicha terrena del milenio”.

“Los paralelos con el episodio taborita son ineludibles, y ambas tragedias surgieron de lo que podríamos llamar la desorientación teológica: al igual que los husitas moderados un siglo atrás, una vez los reformadores conservadores alemanes eliminaron la piedra angular de la autoridad de la Iglesia, es decir, su derecho exclusivo a interpretar la Biblia, les resultó imposible mantener el control de la especulación acerca de la llegada del fin”.

“Los antecedentes son la situación de confusión y violencia apenas reprimida en la Alemania de la época, cuando multitudes de desposeídos rechazaron tanto el catolicismo como el luteranismo y optaron por el anabaptismo, una serie de sectas apocalípticas disgregadas, cada una con su propio profeta. Münster [no confundir con Müntzer], en la región de Westfalia, se convirtió en centro de las anabaptistas más radicales, los cuales expulsaron de la ciudad a católicos y luteranos y anunciaron que iba a convertirse en la Nueva Jerusalén. Cuando las fuerzas del obispo católico sitiaron la ciudad, Jan Matthys, el dirigente anabaptista, impuso un régimen de terror dentro de sus muros: se prohibieron todos los libros excepto la Biblia y la catedral fue saqueada. Entonces Matthys se aventuró a salir y fue descuartizado, tras lo cual Münster cayó en manos de un hombre todavía más brutal y fanático, Jan bockelson, un ex sastre carismático que inició su gobierno corriendo desnudo por la ciudad en un estado de éxtasis. Entonces anunció la institución de un nuevo orden divino, en el que cualquier delito, es especial las relaciones sexuales fuera del matrimonio, era punible con la muerte”.

Los totalitarismos del siglo XX fueron bastante semejantes, aunque en mayor escala, a los peores movimientos milenaristas del pasado. Incluso algunos autores ven, tanto en el nazismo como en el marxismo, ideas de estilo milenarista, por lo cual puede considerarse a los ideólogos respectivos como “falsos profetas” que sólo lograron conducir a la humanidad a su etapa de mayor violencia y salvajismo. Thompson escribe al respecto: “La posibilidad sugerida por Norman Cohn, de que tanto el marxismo como el nazismo representan formas de milenarismo laico tiene también una amplia aceptación. Desde luego, parece responder a la definición del fenómeno que ofrece la «American Encyclopaedia of Religion» como «creencia en que el fin del mundo está próximo y que inmediatamente después aparecerá un nuevo mundo, de fertilidad inagotable, armonioso, santificado y justo»”.

“Ofrecer este argumento en la década de 1950, cuando aún había muchos admiradores de la Unión Soviética en las universidades británicas, era controvertido. Hoy, por supuesto, la idea de una equivalencia moral entre Hitler y Stalin tiene una amplia aceptación, aunque sea a regañadientes....El punto de vista de Cohn sigue siendo discutible en ciertos círculos, porque sugiere que el nazismo y el comunismo soviético demonizaron a sus respectivos adversarios de un modo muy similar, y los masacraron por la misma razón subyacente: obstaculizaban el camino hacia el milenio….Si Stalin era un creyente apocalíptico, ¿no significa esto que el marxismo, al igual que el nazismo, es un sistema apocalíptico que hunde sus raíces en la religión más que en la ciencia?”.

En cuanto al desarrollo histórico interpretado por la Biblia y el sugerido por el marxismo, aparecen ciertas semejanzas: “El Jardín del Edén corresponde al comunismo primitivo; la caída es el desarrollo de la propiedad privada y el sistema de clases; los Últimos Días son las etapas finales del capitalismo y el imperialismo sin trabas, el pueblo elegido es el proletariado; la Segunda Venida (o, desde el punto de vista judío, la Última Batalla) es la Revolución Socialista”.

“Finalmente, tanto el apocalipticismo cristiano como el marxista proponen una consumación de la historia en dos etapas. Al Milenio de la Revelación, el Reino terrenal de Cristo y sus santos, le siguen el cielo y la tierra nuevos tras la derrota final del Anticristo. Entretanto, en el marxismo la dictadura socialista del proletariado se funde con el verdadero comunismo cuando el Estado se extingue y la guerra de clases llega a su fin”.

“El marxismo ni siquiera era un sistema apocalíptico de una originalidad particular. Sin embargo, en potencia era mucho más destructivo que otros sistemas porque Marx había resucitado una forma de la batalla demoníaca en la que el enemigo no eran determinados individuos, sino todo un grupo de seres humanos. Por supuesto, Hitler hizo lo mismo, pero mientras que los nazis seleccionaron un enemigo tradicional como su demonio principal, la innovación de Marx consistió en demonizar a toda una clase socioeconómica, la burguesía, a la cual era preciso destruir a fin de que la historia avanzara”.

En cuanto a los nazis, Thompson escribió: “Es indudable que el reinado de mil años de los santos se encuentra en la visión de un Reich de mil años, pero una influencia mucho más importante sobre los nazis fue el retrato del Anticristo que aparece en la Revelación, un enemigo tan resistente que sólo es posible derrotarlo en una guerra cósmica. De hecho, el Anticristo es el mal en estado puro, pero existe en forma humana, y los elegidos de Dios tienen el don de ver detrás de la máscara. Adolf Hitler creía poseer ese don: «Por donde quiera que iba, empezaba a ver judíos, y cuántos más veía tanto más profundamente se distinguían para mí del resto de la humanidad»”.

“La misma intensidad del odio que los nazis sentían hacia los judíos es la mejor pista que tenemos de la naturaleza en esencia religiosa de sus creencias. Decir que deshumanizaban a los judíos se ha convertido en un lugar común, pero eso es precisamente lo que hacían. Para Hitler y sus seguidores más fanáticos, los judíos eran una fuerza maligna sobrenatural, y esta convicción es lo que posibilitó el Holocausto”.

lunes, 20 de agosto de 2018

Neutralidad y tibieza de la Iglesia Católica

La Biblia, al contemplar la lucha histórica existente entre el bien y el mal, propone, como objetivo de la religión moral, establecer el triunfo del primero sobre el segundo. Cuando la Iglesia Católica pierde de vista este objetivo, entra en una etapa de neutralidad o tibieza ética adoptando posturas intermedias entre el bien y el mal, o bien adoptando decididamente posturas colaboradoras del mal.

Esto se observa principalmente en la neutralidad adoptada respecto del liberalismo y el socialismo, colocando a la democracia política y económica propuesta por el liberalismo a la altura de los totalitarismos socialistas que tantas catástrofes sociales produjeron durante el siglo XX. No resulta extraño que también la Iglesia haya simpatizado con posturas de “tercera posición” como fue el caso del fascismo. Incluso la actual conducción de la Iglesia coincide ideológicamente con el marxismo-leninismo al aceptar la Teología de la Liberación.

A los sistemas políticos y económicos debemos valorarlos tanto por sus estructuras como por sus resultados al ponerlos en práctica. En cuanto al “pecaminoso” liberalismo, se lo debe analizar a partir de sus postulados básicos sin caer en la desafortunada descalificación al considerar como “capitalista” toda economía en la cual ni siquiera se establece un mercado competitivo. De ahí que la Iglesia tiende a asociarse con el marxismo utilizando argumentos anticapitalistas similares. Es un caso parecido al de los detractores del cristianismo cuando observan los desvíos de los falsos religiosos al culpar a Cristo por las fechorías concretadas por quienes, aduciendo ser sus seguidores, poco esfuerzo realizan por cumplir con los mandamientos bíblicos.

El “pecaminoso” liberalismo promueve, en su propuesta económica, la división o especialización del trabajo, necesaria e imprescindible para establecer economías eficaces. A partir de esa especialización le sigue el intercambio en el mercado. Para que los intercambios se mantengan en el tiempo, es imprescindible que exista un beneficio simultáneo entre las partes que intervienen (lo que resulta compatible con el “amarás al prójimo como a ti mismo”).

Debido al egoísmo propio de las personas normales, el liberalismo propone una competencia entre consumidores de manera de elevar los precios para que haya suficiente producción. También promueve una competencia entre productores de manera de reducir los precios para que haya suficiente consumo. Con precios que no son altos ni bajos, se llega a un punto de equilibrio que es el precio de mercado. En síntesis:

1- División del trabajo
2- Intercambio en el mercado
3- Beneficio simultáneo (o cooperación social)
4- Competencia entre consumidores
5- Competencia entre productores

Es oportuno mencionar que no existe una clase social de consumidores y otra clase social de productores, por cuanto los intercambios en el mercado son establecidos esencialmente por productores de bienes y servicios (antes del intercambio) que pasan a ser consumidores (luego del intercambio).

Supongamos el caso del empresario Fulano que fabrica el artículo X a buen precio y de buena calidad. Tenderá a dominar el mercado local, luego el nacional y finalmente el mercado mundial. Es alguien exitoso que da trabajo a mucha gente y beneficia con su producto a muchos más. Es evidente que, al convertirse en un nuevo rico, no perjudicó a nadie, sino que se limitó a producir y a establecer intercambios en el mercado. Sin embargo, según la versión antiliberal y anticapitalista, se dirá que “está mal que haya concentración de riquezas de pocas manos”, o que “haya ricos habiendo también pobres”, o que la pobreza de muchos se debe “al egoísmo de tipos como el empresario Fulano”.

En forma semejante, supongamos que existe un país denominado Capitalandia, al cual lo integran muchos empresarios como el mencionado. Pronto dominará el mercado mundial y se dirá de ese país que “establece un imperialismo económico” y que “la pobreza de los países subdesarrollados” se debe a Capitalandia. De ahí que los detractores de la producción y distribución eficaz propongan limitar el accionar de empresarios como Fulano y derrumbar violentamente a países como el mencionado.

Puede apreciarse que una economía de mercado no presenta aspectos negativos como lo sugiere la Iglesia y el marxismo-leninismo. Nunca un sistema capitalista, como el esbozado sintéticamente, ha producido los encarcelamientos de tipo socialista, ni las hambrunas como en las épocas de Mao, ni los asesinatos masivos de las épocas de Stalin. De ahí que comparar al liberalismo con el socialismo, como dos males que deben superarse, supone una profunda ignorancia o una mala intención de quienes aducen ser “predicadores de Cristo”. Armando Ribas escribió: “Podría decirse que el liberalismo encuentra en el cristianismo su fuente más lejana, pues fue éste el primer movimiento histórico que rescató el valor de la persona individual como criatura de Dios frente al poder temporal”.

“La epopeya argentina fue quizás el milagro del siglo XIX y le permitió al país transitar un proyecto político que se adelantaba en más de cien años a la propia Europa continental y que desde luego implicaba lo que parecía la ruptura definitiva con el medioevo de la Contrarreforma española, que llegó casi hasta nuestros días”.

“Es indudable también que ese proyecto político, llevado a cabo por liberales católicos y no católicos, tropezó en distintas oportunidades con la jerarquía eclesiástica. Tanto, que tal vez olvidamos que durante la primera presidencia de Roca, la Argentina rompió relaciones con Roma y éstas no fueron reanudadas hasta entrado el siglo XX. Las razones de este desencuentro fueron siempre políticas, pues sólo cuando la Iglesia entra en este campo puede producirse alguna coalición con el liberalismo. Éste, lejos de desconocer los valores del espíritu, tuvo como gran aporte a la humanidad la sabiduría de apartar esos conceptos trascendentes de las contingencias humanas en su lucha por el poder político” (De “Entre la libertad y la servidumbre”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

La imagen más representativa de la Iglesia Católica actual es, posiblemente, la escena en la que Jorge Bergoglio bendice a Nicolás Maduro, ya que el chavismo parece encarnar la visión antiliberal y socialista del actual Papa. Entre las creencias sostenidas por el catolicismo de Roma aparece aquella que sostiene que Dios ha otorgado las riquezas de la Tierra a todos los hombres, y que, si a algunos les falta, es porque otros les han robado la parte correspondiente. Se supone que no existe creación de riquezas y que la solución de la pobreza radica en una mejor distribución de las mismas. En realidad, las materias primas constituyen un 3 o 4% del PBI mundial; el resto es producción, y no robo. Armando Ribas escribe respecto de declaraciones de Juan Pablo II: “Esta pauta insiste en la doctrina de la redistribución que se sustenta en que los bienes y servicios habrían sido dados por Dios y no producto de la acción de los hombres. Y este supuesto lo manifiesta el Papa cuando dice: «Una paz que exige cada vez más el respeto riguroso de la Justicia y, por consiguiente, la distribución equitativa de los frutos del verdadero desarrollo», y más adelante señala: «La interdependencia debe convertirse en solidaridad, fundada en el principio de que los bienes de la Creación están destinados a todos»”.

“Pero he aquí donde reside a mi juicio el error más grave de la encíclica: su valoración de las causas que generan el desarrollo. En primer lugar, los bienes no son de la Creación, sino producto del ingenio humano, como lo demuestra la historia universal, en el que el subdesarrollo era el carácter mismo de la humanidad en su conjunto”.

“Y ese ingenio humano, que produce el conocimiento y la consecuente tecnología que ha puesto de manifiesto más que nunca la relativa posibilidad de sustituir los denominados recursos naturales, se lleva a niveles de excelencia entro de determinadas formas políticas que responden a estructuras culturales que implican la aceptación de una ética en la que prima la libertad individual como determinante y destinataria del bien común”.

Los sectores antiliberales critican el egoísmo de quienes “no comparten la cosecha”, mientras que casi nunca, por motivos demagógicos, critican el egoísmo de quienes se niegan a “compartir la siembra”, viviendo esperanzados en que el Estado redistribuidor les ha de permitir vivir a costa del trabajo ajeno, considerando este proceso como “justicia social”.

domingo, 19 de agosto de 2018

La proliferación del mal

El mal y el bien, coexisten en todas las épocas y en todos los seres humanos, aunque en distintas proporciones. El mal es el error, la contravención a las leyes naturales, ya que produce efectos indeseados tanto en quienes lo cometen como en quienes reciben sus efectos. También aquí tiene validez la ley de “acción y reacción”, ya que no hay mal que afecte a alguien sin afectar a quien lo produce, aunque muchas veces nos parece que no es así.

Mientras que el mal en “pequeña escala” ha existido desde épocas remotas, el mal en “cantidades industriales” surgió con las ideologías totalitarias de los siglos XIX y XX. Andrew Delbanco escribió: “En nuestro mundo desencantado, un respetable historiador ha señalado en fecha reciente que, al vernos enfrentados a criminales de masas como Hitler y Stalin, debemos «diferenciar prudentemente entre los trastornos mentales invalidantes del individuo y las rachas de locura que en ningún caso deberían eximir a nadie de responsabilidad»”.

“Tal distinción es irrelevante, por cierto, para los varios millones de personas que han muerto a manos de ellos. ¿Cuál es la relevancia de afirmar que el creador de los campos de concentración o del GULAG era víctima de un «trastorno mental»? ¿Cuál es relevancia de designar a tales monstruos como gente mentalmente trastornada, y de embarcarse en un debate escolástico acerca de si la etiqueta precisa de la locura los exime de su responsabilidad? ¿Por qué no podemos denominarlo simplemente el mal?” (De “La muerte de Satán”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1997).

Si se quiere sintetizar el problema de los totalitarismos, puede decirse que libertad y responsabilidad deben ir siempre juntas si se buscan buenos resultados. Si falta una de ellas, se pierde la otra. Así, un individuo que tiene libertad pero que carece de responsabilidad, es un peligro para la sociedad. (Ejemplo, el conductor de un automóvil que es irresponsable). Por otra parte, a quien carece de libertad no se le puede, en principio, exigir responsabilidad. (Ejemplo, quien es esclavizado física y/o mentalmente bajo un régimen totalitario limitándose a cumplir órdenes).

Esta ha sido justamente la justificación que buscaron los criminales nazis para quedar exculpados de sus acciones. En realidad, tal justificación tendría validez si sólo existiesen las leyes humanas y no existiesen las leyes naturales o leyes de Dios. Sin embargo, al existir estas últimas, son las que tienen un rango mayor y una prioridad absoluta. Tal es así, que no todos los militares alemanes actuaron bajo la voluntad expresa de Hitler, como es el caso de un jerarca que compraba remedios, con su propio dinero, para ofrecerlos a los detenidos en el campo de concentración bajo su mando.

En cuanto a la responsabilidad que le tocaba a cada individuo, aún cuando estuviese bajo órdenes estrictas en un sistema totalitario, siempre han surgido interrogantes. Delbanco agrega: “La intransigencia asociada a interrogantes como éstas llevó a Hannah Arendt a tocar un punto sensible al proclamar…lo que ella misma ha llamado la «trivialidad del mal». Y creyó encontrar el símbolo último de esta trivialización en la persona de Adolf Eichmann, uno de los gestores de la maquinaria homicida del nazismo: un individuo meticuloso, leal, eficiente, que permaneció impasible dentro de la cámara de cristal durante el juicio en Jerusalén, con algo parecido a una mueca de disgusto y una sonrisa de afectación en el rostro. Era como la imagen quintaesenciada del mal en su forma contemporánea”.

“Una imagen fascinante. Consiguió dejar grabada en nuestra mente una verdad: la disciplina burocrática que las organizaciones modernas tanto valoran y recompensan, propicia una suerte de determinismo de naturaleza exculpatoria («obedecía órdenes», «cumplía con mi labor»). El yo, parecía decirnos Eichmann, se ha transformado en una sumatoria de deberes y funciones más que en una entidad moral responsable. Sonaba abrumadoramente habitual, no tanto una deformación como la norma. La conclusión más aterradora de Arendt era que, de hecho, el concepto del mal puede ser incompatible con la naturaleza misma de la vida moderna”.

“Vivimos en el siglo más brutal de toda la historia humana [se refiere al siglo XX], pero en lugar de dar un paso adelante para quedarse con el crédito, el diablo se ha vuelto invisible. Paulatinamente, los nombres con los que alguna vez fuera designado (la terminología cristiana le dio el nombre de Satán, el marxismo aportó términos como «clases explotadoras», el psicoanálisis prefirió otros como «represión» y «neurosis») han quedado desacreditados en uno u otro sentido, y nada ha venido a sustituirlos”.

En cuanto a los “deberes de un ciudadano cumplidor de la ley”, Hannah Arendt escribió: “Eichmann tuvo abundantes oportunidades de sentirse como un nuevo Poncio Pilatos y, a medida que pasaban los meses y pasaban los años, Eichmann superó la necesidad de sentir, en general. Las cosas eran tal como eran, así era la nueva ley común, basada en las órdenes del Führer; cualquier cosa que Eichmann hiciera la hacía, al menos así lo creía, en su condición de ciudadano fiel cumplidor de la ley. Tal como dijo una y otra vez a la policía y al tribunal, él cumplía con su deber; no sólo obedecía órdenes, sino también obedecía la ley”.

“Ciertamente, este estado de cosas era verdaderamente fantástico, y se han escrito montones de libros, verdaderas bibliotecas, de muy «ilustrados» comentarios jurídicos demostrando que las palabras del Führer, sus manifestaciones orales, eran el derecho común básico. En este contexto «jurídico», toda orden que en su letra o espíritu contradijera una palabra pronunciada por Hitler era, por definición, ilegal” (De “Eichmann en Jerusalén”-Editorial Lumen SA-Barcelona 2001).

Puede decirse que la conciencia moral es el proceso por el cual el ser humano tiende a vislumbrar la existencia de leyes naturales a las cuales debe responder prioritariamente, mientras que la ausencia de ese proceso puede llevarlo a obedecer ciegamente a órdenes que se oponen al objetivo aparente del orden natural, implícito en la ley natural, tal la supervivencia de la humanidad con todos sus integrantes. Arendt agrega: “Y, al igual que la ley de los países civilizados presupone que la voz de la conciencia dice a todos «no matarás», aun cuando los naturales deseos e inclinaciones de los hombres les induzcan a veces al crimen, del mismo modo la ley común de Hitler exigía que la voz de la conciencia dijera a todos «debes matar», pese a que los organizadores de las matanzas sabían muy bien que matar es algo que va contra los normales deseos e inclinaciones de la mayoría de los humanos”.

La manifiesta peligrosidad de nazis y socialistas radica esencialmente en el reemplazo de Dios por Hitler y Lenin, respectivamente, orientados bajo una fe ilimitada hacia la ideología respectiva en forma similar en que el creyente orienta su fe hacia Dios y a los Libros Sagrados. De esa forma, los totalitarismos adquieren el rango de falsas religiones y de sustitutos de la religión moral.

jueves, 16 de agosto de 2018

El cambio social implica un cambio de actitud

Ante situaciones de crisis, o de decadencia, urge un cambio social inminente. Dicho cambio ha sido propuesto desde diversos sectores, como el político, que sostiene que la sociedad cambiará cuando las leyes o la Constitución sean las adecuadas a la situación de la sociedad. Sin embargo, las leyes que provienen del Derecho tan sólo limitan el accionar humano, en el mejor de los casos, por lo que el método, por sí solo, carece de efectividad. Publio Cornelio Tácito escribió: “El Estado más corrompido es el que más leyes tiene”.

En un sentido similar, varios economistas sostienen que una sociedad saldrá de su estado decadente cuando se aplique determinado sistema económico mientras que “lo demás se dará por añadidura”. Si se adopta un sistema de libertad para producir y distribuir, se requiere previamente de una adecuada cantidad de empresarios y de una adecuada predisposición al trabajo arduo por parte de todos los integrantes de la sociedad (o la mayoría de ellos). De ahí que el desarrollo económico sea, finalmente, dependiente de los valores culturales y morales predominantes.

Si se considera que el cambio social implica necesariamente un cambio en cada individuo que compone la sociedad, sólo queda la alternativa del cambio, o mejora, de la actitud característica individual, siendo la actitud una tendencia permanente hacia la acción, que determina y caracteriza la personalidad individual, pudiendo expresarse de la siguiente forma:

Actitud característica = Respuesta / Estímulo

O bien:

Respuesta (acción) = Actitud característica x Estímulo

El cambio de actitud se produce a través de la influencia del medio social, incluyendo el hogar; los medios masivos de comunicación y los establecimientos educacionales. Para comprender este proceso conviene establecer una analogía con una computadora y los diversos programas que la misma pueda aceptar. La estructura física de la computadora, establecida por el fabricante, es análoga a la herencia genética junto a la estructura mental y corporal que cada uno trae de nacimiento. El “cambio de actitud” de una computadora se producirá cuando se le incorpore un nuevo programa. Exterior e interiormente es la misma computadora de siempre, aunque ahora puede realizar funciones antes imposibles de efectuar.

Cristo indicaba que “no se echa el vino nuevo en odres viejos”, advirtiendo que sus enseñanzas no podrían ser aceptadas con ideas vigentes hasta ese momento, por lo que aconsejaba “aceptar la nueva programación” para dejar de lado las ineficaces costumbres y hábitos de antaño. De ahí que proponía un cambio de actitud como base del cambio social buscado.

Si bien la respuesta (o actitud) característica se mantiene sin cambios apreciables durante tiempos prolongados, es posible la aparición de leves e imperceptibles cambios a medida que el individuo va recibiendo distintas influencias cotidianas desde el medio social, siendo algunos acontecimientos personales, o familiares, los que generan los cambios de actitud más notables.

Adviértase que la actitud es un vínculo entre respuesta y estímulo, o entre efecto y causa, por lo que sólo podemos observar efectos y causas, siendo el vínculo entre ambas algo esencialmente no observable en forma directa, si bien una misma respuesta ante un mismo estímulo hace evidente su existencia.

Respecto del concepto de actitud, Jean Meynaud y Alain Lancelot escribieron: “En su acepción corriente, el término de actitud señala un comportamiento, la manifestación exterior de un sentimiento. A veces toma un matiz peyorativo: un comportamiento que no es «natural», una conducta de simulación. Para tratar aquí de las actitudes políticas, no vamos a conservar esta definición, sino que, más allá de las afectaciones, vamos a buscar algo más duradero y profundo. ¿Por qué, tomamos este término de actitud? Pues porque, con precisión y probado en numerosas investigaciones, se ha vuelto una de las palabras clave de la psicología social”.

“Para un psico-sociólogo, todo comportamiento, ya se trate de una conducta (comportamiento activo) o de una opinión (comportamiento verbal), es una respuesta a una situación. La actitud es la variable intermedia que permite explicar el paso del segundo al primero de estos términos. Ni es comportamiento (y por lo tanto no es una opinión aunque muchas veces se empleen cada uno de estos términos en lugar del otro) ni factor de la situación. Ni es respuesta ni «stimulus», sino una disposición o más bien una preparación para actuar de una manera y no de otra”.

“Al ser variable intermedia, la actitud es, pues, variable hipotética. A diferencia de los comportamientos o de los elementos de una situación, no se la puede aprehender en su conjunto, alcanzar sin rodeos, se analiza en términos de probabilidad: es la probabilidad de la aparición de un comportamiento dado en un tipo determinado de situación”.

“Así entendida, la noción de actitud contiene una idea de orden. Permite distribuir la gran variedad de los comportamientos; toda actitud aparece como un principio de organización, o más aún, como una síntesis particular en relación con un objeto o con una situación dados”.

“Como disposición dinámica (se ha formado en un momento dado y después se puede modificar), la actitud es, sin embargo, una disposición relativamente persistente, que extrae cierta estabilidad de su coherencia”.

“Una definición tiene que tomar en consideración estos diversos elementos: la actitud es una disposición, es un principio de organización de los comportamientos en relación con un objeto o una situación, y se forma y modifica en el tiempo. G. W. Allport, cuyos trabajos han dejado una huella profunda en la noción de actitud, la define de la siguiente manera: «Una actitud es una disposición mental y nerviosa organizada por la experiencia, que ejerce una influencia directriz o dinámica sobre las reacciones del individuo en cuanto a todos los objetos y todas las situaciones relacionadas con ella»”.

“Retendremos lo esencial al definir la actitud como una disposición relativamente persistente que tiende a presentar una reacción organizada frente a un objeto o una situación dados”.

“La actitud así definida se distingue bastante bien de las otras formas de disposición descriptas por los psicólogos, particularmente de las tendencias. Al estudiar la noción de tendencia, Maurice Pradines excluye lo que llama «tendencia a» realizar, que califica de impulso espontáneo, de inclinación o de propensión, reteniendo únicamente lo que llama «tendencia hacia» el objeto, impulso necesariamente altruista del sujeto hacia un objeto exterior. Como disposición a actuar, la actitud está más cerca de la inclinación que de la «tendencia hacia», pero se distingue de ella por su objeto, su organización y su dinamismo” (De “Las actitudes políticas”-EUDEBA-Buenos Aires 1965).

El concepto de actitud resulta ser también el vínculo entre lo individual y lo social, por cuanto también puede hablarse de actitudes grupales asociadas a conjuntos de personas. Tales actitudes grupales han de ser conformadas por el agregado, o por el “promedio”, de las actitudes individuales. También, para bien o para mal, la actitud grupal puede ser inducida por un solo individuo capaz de influir en los demás imponiendo al grupo su propia actitud individual. Los citados autores agregan: “Se pueden clasificar las actitudes según su origen, su objeto o sus características”.

“Según su origen se pueden distribuir separando las actitudes individuales, que pueden, por otra parte, ser comunes a varios individuos, de las colectivas, que son las actitudes de un grupo en tanto tal; o según su objeto, distinguiendo las actitudes físicas relativas a elementos no humanos, el clima por ejemplo, de las actitudes sociales relativas a situaciones o problemas sociales o culturales. Estas distinciones no son excluyentes, porque no todas las actitudes sociales son colectivas y viceversa”.

La historia humana no consiste sólo en luchas por el poder y guerras de conquista, sino también en la aparición de líderes influyentes que imponen sus propias actitudes personales a las mayorías perceptivas e influenciables. En ese proceso se lograron grandes avances culturales como también las catástrofes más estrepitosas. En el futuro, quizás, el conocimiento de las actitudes básicas del hombre permitirá establecer cierta independencia respecto de los líderes de dudosa moral. De esa forma, el hombre buscará ser orientado exclusivamente por la ley natural que rige las interacciones sociales.

El conocimiento de las actitudes personales y de sus componentes afectivas y cognitivas, implican esencialmente un proceso de introspección, que es en definitiva el que facilitará la mejora ética individual. También del conocimiento de esas componentes se advertirá la posibilidad de cierta optimización de conductas, reconociendo cada individuo la diferencia entre lo que es en la realidad con lo que debería ser en el futuro.

miércoles, 15 de agosto de 2018

¿Es el socialismo un retroceso hacia la Edad Media?

En todo proceso social que apunta hacia cambios de mentalidad y de hábitos, como fue la irrupción del cristianismo, o la Revolución Rusa de 1917, aparecen nuevos principios éticos como referencias necesarias para compatibilizar la política, la economía y otras instituciones sociales existentes. De ahí que el comportamiento económico de los pueblos, en tales circunstancias, no se valora en función de los resultados logrados como en función de la compatibilidad con los principios éticos mencionados. Gerhard Stavenhagen escribió: “Como sistema científico y teórico tiene la economía política dos raíces: 1) las opiniones y las concepciones desarrolladas por la filosofía a lo largo de los siglos dentro del margen de su sistema y de su concepto variable según las épocas, referente a la vida social y, en especial, a la economía; 2) las experiencias y comprobaciones adquiridas por los hombres de la vida económica práctica, es decir, por hombres políticos, funcionarios de la administración y comerciantes en su contacto con los problemas concretos del momento y de la política económica”.

“Desde la antigüedad hasta muy avanzada la Edad Media, la filosofía se ocupó de cuestiones económicas exclusivamente desde el punto de vista de lo que debería ser, vale decir, como un asunto concerniente a la ética o a la política. Estaba lejos de observar la vida económica de un modo teórico, o sea, de comprenderla independientemente de exigencias éticas o políticas. Los filósofos griegos, en especial Platón y Aristóteles, trataron los problemas económicos sólo dentro del margen de la «política» y de la «sociología». Igualmente los escolásticos discutieron cuestiones económicas únicamente con vista a lo que la ética cristiana exige; les interesaba tan sólo el problema de hasta qué punto las acciones económicas de los hombres estaban de acuerdo con las doctrinas de la Iglesia” (De “Historia de las Teorías Económicas”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 1959).

Los primeros cristianos, a partir del mandamiento del amor al prójimo, entendieron que los intercambios de tipo comercial deberían establecerse en forma similar a los intercambios dentro de una familia. Por ejemplo, un hijo tendrá poca predisposición a querer obtener ganancias al venderles algo a sus padres; tampoco tendrá predisposición a cobrarles intereses luego de haberles prestado dinero. Si el prójimo ha de significar para nosotros lo que significan nuestros familiares, entonces no deberíamos realizar intercambios comerciales obteniendo ganancias ni tampoco deberíamos cobrar intereses a nadie. Sin embargo, desde el punto de vista económico, esta “igualdad del prójimo” condujo a decepcionantes resultados económicos, por lo que, en plena Edad Media, se produjo una reevaluación de esos aspectos hasta la aceptación plena del comercio, de las ganancias y de los intereses. Eric Roll escribió: “La economía que en la práctica era muy parecida a la que había expuesto Aristóteles, se apoyaba en una base de teología cristiana. Ésta condenaba la avaricia y la codicia y subordinaba el mejoramiento material del individuo a los derechos de sus semejantes, hermanos en Cristo, y a las necesidades de la salvación en el otro mundo. De esta guisa pudo la Iglesia condenar unas veces las prácticas económicas que aumentaban la explotación y la desigualdad, y otras veces predicar la indiferencia hacia las miserias de este mundo. En general, defendía la desigualdad de situaciones que Dios había designado a los hombres”.

“Se puso en duda todo el fundamento del comercio, al argüir Tertuliano que eliminar la codicia era eliminar la razón de la ganancia y, por lo tanto, la necesidad del comercio. San Agustín temía que el comercio apartase a los hombres de la búsqueda de Dios; y a principios de la Edad Media era común en la Iglesia la doctrina de que «nullus christianus debet esse mercator» [ningún cristiano debe ser comerciante]”.

“Pero a fines de la Edad Media estas opiniones sobre la propiedad y el comercio se encontraron en diametral oposición con un sistema económico firmemente atrincherado que descansaba en la propiedad privada y con un comercio muy ampliado producido por el crecimiento de las ciudades y la expansión de los mercados”.

“En Santo Tomás de Aquino encontramos una clara tendencia a conciliar el dogma teológico con las condiciones imperantes de la vida económica. Respecto de la propiedad, no admitía los derechos ilimitados que concedía el derecho romano, que de nuevo empezaba a privar, y encontraba en la distinción aristotélica entre el poder de adquisición y administración y el poder de uso una separación importante de dos aspectos de la propiedad. El primero confería derechos al individuo, y los argumentos con que Santo Tomás lo defiende son los mismos que en el ataque de Aristóteles contra Platón. El segundo impone al individuo obligaciones en interés de la comunidad. Así pues, no la institución en sí misma, sino el modo de usarla es lo que determina la bondad o la maldad” (De Historia de las Doctrinas Económicas”-Fondo de Cultura Económica-México 1942).

El caso más ilustrativo de conflictividad entre ética cristiana y economía, se advierte en San Francisco de Asís, quien adopta la pobreza absoluta como forma de vida, incluso requiriendo de la ayuda y de la buena predisposición de los demás para sobrevivir. Si todos adoptáramos esa forma de vida, las economías regionales colapsarían bajando el nivel de vida y, seguramente, el promedio de duración de la vida humana. Debe recordarse que una de las motivaciones que llevan a Francisco a adoptar esa actitud, fue su actitud de protesta y rebeldía contra su padre, un avaro industrial textil que explotaba laboralmente a sus trabajadores y que incluso bautiza a su hijo con el nombre de “Francesco”, como equivalente a “francés”, por cuanto en Francia tenía sus clientes más importantes.

El socialismo surge como oposición o represalia contra los excesos cometidos por industriales y comerciantes de la era precapitalista, cuando todavía no existían mercados desarrollados, intentando incluso establecer “el hombre nuevo” que habría de despreciar el dinero, las ganancias, los intereses y la propiedad privada, es decir, el socialismo apunta a lo mismo que apuntaban los cristianos de las épocas iniciales de la Edad Media. Sin embargo, mientras que la Iglesia admite y reconoce los inconvenientes derivados de esos objetivos y prohibiciones, para superarlos luego, los sectores socialistas los mantienen vigentes y sus adeptos siguen acechando a las sociedades democráticas para acceder al poder y cometer los mismos errores que siempre produjo el socialismo.

Al existir coincidencias en cuanto a la pecaminosidad del dinero, la ambición, el comercio, la propiedad privada, etc., habrán de surgir, necesariamente, similitudes entre socialismo y feudalismo, aunque también aparecerán diferencias esenciales. Ello se debe a que, mientras en la Edad Media europea el poder es disputado entre monarcas y sacerdotes, existiendo al menos una rudimentaria división de poderes, bajo el socialismo existe una total concentración de poder, ya que al poder político se le agrega el económico y toda forma imaginable de poder. “La aproximación de los obispos de Roma a los reyes francos y la restauración del Imperio en la persona de Carlomagno, marcaron el inicio de una colaboración entre las dos espadas, la terrenal (el emperador) y la espiritual (el pontífice). No faltaron las disputas entre ambos poderes, pero en todo momento fueron debates internos a la propia comunidad de los creyentes” (Julio Valdeón Baruque en “El poder de los Papas”-Sarpe-Madrid 1985).

Por otra parte, mientras al socialismo se lo impone a grandes sectores de la población contra su voluntad, los vínculos entre las clases sociales medievales se establecían bajo la voluntad de todas las partes. Eduardo A. Zalduendo escribió: “También puede entenderse por feudalismo el conjunto de instituciones, generalmente de tipo militar, que rigieron las obligaciones de obediencia y de servicio entre un hombre libre llamado «vasallo» y otro hombre libre reconocido como «señor» dentro de un territorio determinado o «feudo»” (De “Breve historia del pensamiento económico”-Ediciones Macchi-Buenos Aires 1998).

Mientras que en las sociedades democráticas existe el predominio de la clase media, tanto el medioevo como el socialismo quedaron constituidos por dos clases sociales netamente diferenciadas. Milovan Djilas escribió: “La mayor ilusión era la industrialización y colectivización en la Unión Soviética y la destrucción de la propiedad capitalista que traería consigo una sociedad sin clases. En 1936, cuando se promulgó la nueva Constitución, Stalin anunció que la «clase explotadora» había dejado de existir. La clase capitalista y las otras de antiguo origen habían sido destruidas realmente, pero se había formado una clase nueva entonces desconocida en la historia”.

“Es incomprensible que esta clase, como las anteriores a ella, creyera que el establecimiento de su poder traería consigo la felicidad y la libertad para todos los hombres. La única diferencia entre ésta y las otras clases consistía en que ésta trataba más crudamente la demora en la realización de sus ilusiones. Afirmaba que su poder era más completo que el de cualquier clase anterior en la historia y sus ilusiones y prejuicios de clase eran proporcionalmente mayores”.

“Esta clase nueva, la burocracia, o más exactamente la burocracia política, posee todas las características de las anteriores, así como algunas nuevas propias. Su origen tiene también sus características especiales, aunque en esencia ha sido semejante a los comienzos de otras clases”.

“Trotsky advirtió que en los revolucionarios profesionales anteriores a la revolución estaba el origen del futuro burócrata stalinista. Lo que no advirtió fue la creación de una nueva clase de propietarios y explotadores” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

sábado, 11 de agosto de 2018

Crédulos, incrédulos, escépticos y fanáticos

Las perturbaciones afectivas tienden a influir en la actitud cognitiva predominante en cada individuo. Mientras que la persona equilibrada adopta como referencia la propia realidad, y a ningún ser humano, en particular previa preparación cognitiva recibida de docentes y escritores, principalmente, quienes de alguna forma abandonan, o no acceden, a esa normalidad, pueden caer en la credulidad, la incredulidad, el escepticismo o el fanatismo.

La credulidad está asociada a la persona poco adepta a la adquisición de nuevos conocimientos y por ello no es capaz de distinguir la prédica del ignorante de la del sabio. De ahí su predisposición a aceptar todas las posturas ideológicas sin ser capaz de establecer comparaciones y así adoptar la que le parece mejor, rechazando las que resulten incompatibles con su elección.

Se ha visto la credulidad como una falsa fe religiosa que surge de la persona que acepta lo que un devoto le dice sin apenas realizar cuestionamiento alguno. A. Viret escribió: “La credulidad no es más que la servil complacencia de un espíritu débil, en tanto que la fe exige todo el ímpetu y el vigor del alma” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

También el crédulo tiende a aceptar relatos inverosímiles que llevan en sí contradicciones lógicas que delatan falta de realismo o incompatibilidad con el mundo real. J. Joubert escribió: “La credulidad, esa feliz ignorancia del fraude”.

El crédulo, o el ingenuo, es el que no supo crear “anticuerpos sociales” por lo que asume que todos dicen siempre la verdad, siendo engañado fácilmente antes de ser consciente de la realidad del ámbito social. P. Bourguet escribió: “La credulidad del profesor….era la del justo que, no habiendo engañado nunca, se encuentra desarmado ante ciertas mentiras” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

En oposición al crédulo surge el incrédulo, el que ha sido engañado por las mentiras recibidas y trata de protegerse de ser engañado nuevamente. De ahí su actitud y su predisposición a no creer en nadie.

En un sentido similar, aunque asociado al ámbito de las ideologías y de las creencias, aparece el escéptico. Así como el incrédulo lo es generalmente para compensar una previa credulidad, el escéptico lo es por rechazar un previo fanatismo. Así, el anticapitalista conserva su antigua aversión mientras genera una nueva: el antisocialismo, por haberse sentido engañado por la prédica socialista. Fernando Savater escribió: “«Creo que creo, pero a veces dudo de si dudo»: con este patológico trabalenguas resumía hace poco un amigo su confusa situación anímica frente a las propuestas de transformación del mundo que padecemos”.

“Una de las novedades de los tiempos es que a los dogmáticos militantes de hace unos años, para quienes la más ligera reserva teórica o cautela práctica era entreguismo pequeñoburgués o traición, les han sustituido los actuales fanáticos del escepticismo. La sustitución se ha realizado por lo general dentro de sí mismos, o sea que los ex dogmáticos son ahora escépticos y todo queda de ese modo en familia”.

“No hay fe más exigente y rígida que el escepticismo, sobre todo para los nuevos conversos: es cosa de ver el jubiloso fervor con que anatematizan a quien formula una leve esperanza de modificación del orden vigente o descalifican con una piadosa sonrisa al que delante de ellos se atreve todavía, en el calor de una discusión, a manejar términos como «explotación» o «justicia»”.

“Como, mientras fueron creyentes, cerraron ojos y oídos a todas las barbaridades que se hacían (¡y se hacen!) en los llamados países socialistas en nombre de la diosa Revolución, ahora rechazan de plano, con idéntica intransigencia, que detrás de cualquier planteamiento revolucionario pueda haber otra cosa que barbarie”.

“Como antes excusaron el autoritarismo o la ambición de sus dirigentes por el hecho de estar afiliados a la Santa Causa, ahora ya no ven en toda causa más que autoritarismo y ambición, subrayando con deleite estos demasiado frecuentes rasgos personales en cualquier socialista o comunista que llega a un cargo público”.

“Lúcidos, ilustrados, desengañados al fin, acuden de inmediato a socorrer la ingenuidad de quien saluda con moderado contento alguna victoria de la izquierda en un mundo político no demasiado abundante en ellas….Sobre todo, los neo-escépticos conservan una fe de carboneros en que todo es irremediablemente como debe ser o, al menos, como tiene que ser”.

“Ya han descubierto por fin el secreto del mundo: no hay nada que hacer. No permitirán que ningún aguafiestas con veleidades regeneracionistas retroadolescentes les fastidie esta simple y contundente convicción. Sólo les queda clausurarse en la vida particular, comprarse un video y esperar las televisiones privadas, afiliarse a un club de gourmets donde les recomienden los caldos y las salsas de que se privaron cuando eran pro-chinos, intentar por fin el gran amor de su vida con Purita y leer a Jean-Françoise Revel, que no creas pero tiene mucha razón…” (De “Sobre vivir”-Editorial Ariel SA-Barcelona 1983).

El fanatismo es la actitud de quien acepta solamente una creencia o una ideología mientras simultáneamente rechaza otra creencia o ideología distinta, en especial aquella en que observa como opuesta. Los totalitarismos surgen esencialmente del fanatismo, tanto de ideólogos como de adeptos. “Fanatismo: disposición del que está animado, hacia la religión o hacia cualquier otra causa, de un celo ciego que le hace descuidar lo demás y tener por legítimos todos los medios”.

“Fanaticus se decía de los sacerdotes afectos al servicio del templo, en particular de los que se hallaban en trance de inspiración. Por extensión se calificaba de fanática a la filosofía que explicaba los hechos por la intervención de poderes sagrados” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico”).

Las actitudes mencionadas son generadoras de divisiones y antagonismos ya que el fanatismo es incompatible con el escepticismo, o con el realismo cientificista. Santiago Ramón y Cajal escribió: “Si eres heterodoxo o escéptico, no intimes demasiado con camaradas creyentes o intolerantes. El odio teológico se agazapa y disimula, pero no perdona jamás” (De “Charlas de café”-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1966).

Por lo general, se asume que el científico debe necesariamente ser un escéptico. Sin embargo, no debe confundirse la normal precaución que muestra frente al posible error con una actitud negadora de la posibilidad de que alguien haya encontrado la verdad acerca de alguna cuestión. El proceso de “prueba y error” le asegura que gran parte de la tarea científica termina en error y de ahí que, en cierta forma, esté habituado a la posibilidad de encontrarlo a cada paso que da, o que otros dan.

viernes, 10 de agosto de 2018

Aborto y orden natural

En las discusiones entre quienes promueven la despenalización del aborto y quienes se oponen a ello, no se contempla, al menos en parte, los que “nos diría el orden natural” si pudiera expresarse. Ello se debe a que la vida inteligente es la mayor conquista de la evolución biológica, como resultado de miles de millones de años de “prueba y error”, como proceso que actúa como un criterio de selección para el logro de resultados implícitos en las leyes naturales que rigen todo lo existente y que conforman el mencionado orden.

Bajo un aparente principio de complejidad-consciencia, por el cual el universo tiende a establecer organismos cada vez más complejos y con aptitudes que les permiten ser conscientes de sí mismos y del universo, surge esa posibilidad de autoconciencia del universo. De lo contrario, sin la vida inteligente que lo contemple, el universo sería un conglomerado de materia y energía sin una finalidad aparente. De ahí que la aparición del hombre, en cierta forma, constituye la finalidad evidente de todo lo existente.

El universo entero parece colaborar para la aparición de la vida inteligente. Tal es así que, para construir nuestro cuerpo y nuestro cerebro, la mayor parte de los átomos que los constituyen fueron en el pasado partes integrantes de alguna estrella, hoy inexistente, que los generó en el proceso de fusión nuclear y que, luego de agotar su combustible, los arrojó al espacio como residuos que, finalmente, encontraron otros destinos, llegando así a ser partes de cada uno de nosotros.

Blaise Pascal comparaba la enormidad del universo con la pequeñez del hombre, pero advertía que, mientras que el universo no puede conocernos, el hombre puede conocer al universo. La grandeza del hombre no radica, por supuesto, en su pequeñez espacial, sino en su capacidad para adquirir y transmitir la información necesaria para lograr una permanente supervivencia.

Lo admirable de todo esto es que, a partir de ciertos procesos fundamentales a nivel atómico, como los fenómenos físicos descriptos por la electrodinámica cuántica, que constituyen los fundamentos de la química y que llevan implícitos los de la biología, finalmente permiten el surgimiento de la vida inteligente. Esta inteligencia implícita en las leyes naturales básicas, es abrumadoramente superior a la inteligencia humana, sumadas todas las inteligencias individuales. Sólo así se concibe la estructura y finalidad aparente del orden natural.

Sin embargo, luego de un prolongado proceso evolutivo, que va desde la materia a la vida, hay quienes suponen, ignorando todo ese proceso, que el hombre “tiene derecho” a destruir niños en gestación si su nacimiento le ha de ocasionar ciertas incomodidades, sin tener presente que un niño es lo más valioso de todo lo existente.

A la sabiduría infinita del orden natural se opone la ignorancia ilimitada de importantes sectores de la sociedad. Si el orden natural pudiese expresarse, nos diría que está decepcionado de los hombres (o de muchos de ellos) porque no han sabido valorar los efectos de miles de millones de años de evolución cósmica ni tampoco han sabido valorar la infinita sabiduría asociada a un conjunto de simples leyes físicas que admiten la posibilidad de la autoconciencia del universo.

En décadas pasadas, cuando el vínculo matrimonial era respetado tanto interna como externamente, en la mayoría de los casos, la llegada de un nuevo hijo se aceptaba reconociendo todo su valor. Entonces, muy pocos aceptaban la posibilidad de haberlo eliminado en su etapa de gestación. Con el tiempo, cuando la sociedad fue abandonando los valores afectivos (o morales) junto a los intelectuales, limitó la búsqueda de la felicidad al placer asociado a los vínculos íntimos, muchas veces desligados de toda responsabilidad y de compromisos hacia el futuro, incluso desligados de toda afectividad.

Pareciera que el hombre dejó de ser la culminación del proceso de complejidad-consciencia para constituirse en un simple animal de placer y diversión, que desvirtúa e ignora todas las potencialidades asociadas a los atributos naturales que nos ha otorgado el proceso evolutivo. Ignorando nuestra naturaleza humana, se llega a aceptar la destrucción premeditada y consciente de la vida en gestación. El principio de placer y diversión lo justifica todo, incluso la muerte de inocentes si es que esas vidas en gestación constituirán un obstáculo que se opondrá al “sagrado” placer genital.

El hombre posmoderno se ha convertido en un dictador que se rebela contra todo lo que, entiende, se opone al logro de placer y diversión. Se burla, además, de quienes le hablan de Dios, o del orden natural, o de la finalidad aparente del universo; se burla de todo lo que no entra en su mente invadida y dominada por la habitual soberbia del ignorante.

Marco Tulio Cicerón decía que, para ser libres, “debemos ser esclavos de la ley”. En el mismo sentido, puede decirse que el hombre es libre cuando se adapta a la ley natural. Por el contrario, el hombre libertino pretende que las leyes humanas lo autoricen a destruir vidas en gestación porque, de nacer el niño indeseado, no se convertirá en una fuente de felicidad y de sentido de la vida, por cuanto el libertino no busca adaptarse al orden natural y a la voluntad implícita en sus leyes, sino que busca que las leyes se adapten a su vocación por escapar de la realidad y del mundo que deplora.

Para colmo, el libertino pretende que el resto de la sociedad (a través del Estado) se haga cargo, monetariamente hablando, de las consecuencias de su irresponsabilidad. Peor aún, pretende que la ley obligue a los médicos a ser cómplices involuntarios de sus fechorías destructivas. Pretende que la sociedad entera adopte, como valor supremo, el derecho irrestricto al placer y la diversión que el hombre-masa ha considerado como la finalidad del hombre. Propone que se haga su voluntad y no la de Dios, o la voluntad aparente del orden natural, ya que su soberbia no conoce límites y cree ser tan importante como el propio universo.

miércoles, 8 de agosto de 2018

La corporación gremial

En forma semejante a los estados fascistas, la Argentina mantiene una estructura de corporaciones favorecidas inicialmente por el peronismo. Así, existen corporaciones sindicales, empresariales, políticas, judiciales, etc., que se disputan el poder y que se atacan o colaboran en función de sus intereses sectoriales o personales. Una sociedad democrática, por el contrario, está constituida por individuos que conforman el agrupamiento único de la Nación. José Luis Espert escribió: “La Argentina debería ser un país desarrollado, pero no lo es. ¿Por qué? Porque tres corporaciones se la fuman en pipa”.

“Hablo de los empresarios prebendarios que le venden a la gente, a precio de oro, lo que afuera se consigue por monedas. Hablo de los que ruegan por más obra pública porque al parecer en la Argentina, sin el dinero de los contribuyentes, no se construye ni un nicho de cementerio. Hablo de los sindicatos, que dicen defender los derechos de los trabajadores y que se comportan como «empresas»; digo empresas entre comillas, porque los sindicalistas, aunque ganan sumas incalculables, no invierten un peso de sus bolsillos y o asumen el menor riesgo. Y hablo, en fin, de los políticos, que con el canto –o para estar a tono con el pasado reciente, con el relato- de la «mejora distributiva», le sustraen a cada trabajador, a través de los impuestos, el equivalente a la mitad de un año de trabajo. La Argentina no vive con estas corporaciones: vive para ellas. Por eso no es un país desarrollado” (De “La Argentina devorada”-Galerna-Buenos Aires 2017).

En cuanto al gremialismo argentino, puede tenerse una idea de su poderío teniendo presente que el gremio de los camioneros tiene la posibilidad de paralizar todo el país si a su máximo dirigente se le viene en gana. Tal poderío implica poder presionar y hasta extorsionar a gobiernos y empresas si no son satisfechas sus demandas. De ahí el poco interés de hacer inversiones importantes en el país, tanto por parte de capitalistas locales como extranjeros, ya que son los gremios quienes “deciden” el monto de los sueldos que han de cobrar sus agremiados en forma independiente de las posibilidades empresariales.

Una de las aberraciones de la ley vigente implica que el aporte a los sindicatos es obligatorio, y no voluntario, como señala la Constitución respecto de todo tipo de asociación. Cesar Augusto Gigena Lamas escribió: “Habrá que terminar con la perniciosa costumbre de los descuentos, solicitados por el sindicato, homologados por el gobierno y llevados a cabo por las empresas. Se supone que la afiliación es voluntaria. Si es así, que cada uno concurra al sindicato y abone puntualmente su cuota, en la medida en que realmente tiene deseos de participar de la organización gremial”.

“He oído muchas veces a quienes dicen que eso no debe ni puede ser porque de esa manera el sindicato no recaudaría un solo peso. Pero el que eso sostiene o es un cínico o es un estúpido, porque lo único que se prueba de esa manera es que los sindicatos, tal como están organizados en la actualidad, no cuentan con el apoyo fervoroso y unánime de sus afiliados. Si yo me siento protegido por mi sindicato, si realmente entiendo que defiende mis intereses, ¿qué inconveniente podré tener en concurrir mensual o trimestralmente a su sede para dejar los pesos que se me piden como cuota de afiliación? Si no lo hago, será porque algo anda mal. Obligar a los patronos a obrar como agentes de retención de los sindicatos demuestra muy a las claras cuán lejos hemos llegado en la perversión del sentido de lo correcto en esta Argentina de hoy”.

Entre los avances promovidos por los sindicalistas aparece la posibilidad de que los empleados, por ley, tengan ingerencia en las decisiones empresariales. Gigena Lamas escribe al respecto: “La co-gestión supone que los obreros y empleados de una empresa, o sus representantes libremente elegidos, deben tener la posibilidad de participar en las decisiones que hacen a la empresa, y ejercer un control sobre todos los aspectos del proceso industrial (o de servicios, o de comercialización, etc.). Esta idea parece en sí misma bastante mala, porque implica un injustificado cercenamiento del derecho de propiedad del empresario, quien está arriesgando su capital y debe tener un absoluto control de la forma en que este capital se desenvuelve. Porque realmente no se ve a qué título los trabajadores pueden tener derecho a esta co-gestión, ya que allí juega un factor muy especial que es la responsabilidad: el dueño del capital invierte, y si gana, ganan todos, porque habrá mejores salarios, más producción, etc.”.

“Habrá manejado su capital con acierto, pero si no es así, si lo pierde en un mal ejercicio económico, entonces el único perjudicado real es él, que se ve despojado de sumas que seguramente costó muchos años reunir. Los trabajadores, si toman parte en la co-gestión, se ven beneficiados cuando hay ganancias, pero…cuando hay pérdidas…¿de quién es la responsabilidad? ¿Van ellos a aportar su cuota de capital en una nueva empresa, para tentar suerte otra vez? Puede que sí; pero lo más lógico es que no lo hagan, ya que si tuvieran su propio capital para invertir no estarían trabajando en relación de dependencia” (De “Nosotros, los liberales”-Ediciones La Bastilla-Buenos Aires 1972).

En el mismo sentido ha aparecido la figura de las “empresas recuperadas”, es decir, empresas que pasan a manos de los empleados en caso de tener que cerrar sus puertas. El inconveniente que tiene esta modalidad de tipo socialista es que ningún capitalista ha de arriesgarse a perder todo su capital en el caso de que fracase su emprendimiento. Además, si los empleados saben que en caso de fracaso empresarial serán los nuevos dueños, no sería nada raro que trataran de sabotear su lugar de trabajo para favorecer esa posibilidad.

También la participación de los empleados en las ganancias empresariales, adoptando el papel de accionistas sin aportes de capital, ha sido promovida por los sindicatos. Gigena Lamas escribe al respecto: “El otro tema que se ha agitado frecuentemente en los últimos tiempos ha sido el de la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas. Es un sistema como cualquier otro de retribuir el trabajo, pero no lo creemos conveniente, porque sólo funciona en los años buenos. Cuando la empresa da pérdidas, no hay participación alguna. Más razonable parece el sistema actual, en el que un cierto trabajo es compensado con una cierta remuneración. Si la empresa avanza, si prospera, también el trabajador ha de prosperar porque, como en el caso anterior, habrá mejores salarios y bonificaciones y quizás beneficios de otro orden que no sean exclusivamente monetarios. Pareciera que en la práctica este sistema ha dado malos resultados y en Alemania fue rechazado, después de una prolongada experiencia, por los mismos obreros a quienes se suponía que beneficiaba. Es lo de siempre: nadie sabe mejor que el propio interesado cuáles son sus mejores intereses. Con lo que se prueba una vez más esta excelente premisa liberal”.

Alguien puede aducir que las ventajas propuestas por los gremialistas son puestas en práctica por algunas grandes empresas internacionales. Al respecto, debe hacerse una distinción entre otorgar ventajas y concesiones a los empleados por iniciativa empresarial voluntaria y otra cosa muy distinta es la obligatoriedad de establecer esas concesiones mediante leyes laborales. Como ante se dijo, la ley no debe restringir los derechos de la propiedad individual porque ello implica posteriormente perjuicios para todos.

Por lo general, la corporación sindical tiende a considerar como “trabajador” solamente a quien labora en relación de dependencia, tendiendo siempre a establecer divisiones y antagonismos entre sectores. En cierta forma se da a entender que la mano de obra es el único, o el principal, factor de la producción, por lo cual se lo debe compensar de mejor manera en que se lo hace normalmente. El citado autor agrega al respecto: “A lo largo de todo este capítulo, y quizá del libro, habrá advertido el lector que he usado la palabra «trabajador» para designar a aquellos que cumplen tareas en relación de dependencia. He sucumbido como autor, a una confusión semántica que repudia mi condición de ciudadano. Durante la dictadura de Perón, se llamó trabajador a todo aquél que se desempeñaba en tareas manuales y si era un obrero no especializado, mejor. De esta manera, se pretendía llevar al público la convicción de que sólo esos sectores trabajaban. Los demás éramos lacras sociales, parásitos, alimañas a las que era prudente destruir. Vivíamos –parece- a expensas de los demás y nada aportábamos al proceso económico nacional”.

“Como es fácil advertir, esta confusión fomentada por el tirano no era nada más que eso, confusión, y poco o nada tiene que ver con la realidad. Todos los que nos ganamos el pan de cada día, todos los que desde cualquier puesto en la vida nacional, asalariados o independientes, aportamos una pequeña parte al engrandecimiento de la Nación Argentina, todos, somos trabajadores. El obrero con el martillo, el cirujano con su escalpelo, el abogado con sus expedientes, el vendedor que ofrece sus productos, todos damos lo mejor de nosotros para que haya un país más rico….”.