viernes, 24 de agosto de 2018

El milenarismo y sus efectos

Asociado al libro del Apocalipsis, en donde se profetiza una bonanza de “mil años”, a partir de la Segunda Venida de Cristo, se conoce como “milenarismo” a la creencia en dicho acontecimiento. En cuanto a los efectos que tal profecía ha producido a lo largo de la historia, se advierten aspectos positivos, como la esperanza hacia el futuro y el triunfo definitivo del Bien sobre el Mal, y también efectos negativos, como es el caso del surgimiento de “falsos profetas” que promovieron diversas utopías con fines poco beneficiosos para los sectores engañados. Damian Thompson escribió: “¿En que consiste exactamente ser milenarista? En sentido estricto, la palabra se aplica a personas que viven aguardando a diario el amanecer del «Milenio» descrito en el libro de la Revelación, el último del Nuevo Testamento”.

“Este texto, conocido también como libro del Apocalipsis, es el último y más controvertido de los textos que componen el Nuevo Testamento, y consiste en una serie de visiones fantásticas sobre el fin del tiempo, cuando las fuerzas de Cristo y Satán combaten entre escenas de violencia y crueldad espeluznantes. Hacia el final del libro, la batalla se interrumpe por un periodo de mil años, durante el cual Satán está enjaulado y Cristo y sus santos reinan en la tierra. Ese es el Milenio, y los creyentes que esperan que el paraíso de mil años comience en cualquier momento son, por lo tanto, milenaristas”.

“Todos los movimientos milenaristas se distinguen por la conducta anormal de sus seguidores, conducta que puede oscilar desde el retiro en lugares desiertos o remotos para esperar el fin hasta actos de violencia inimaginable destinados a provocarlo. De una u otra manera, se produce una enorme liberación de energía emocional que proporciona a esos movimientos un sentido misional. Aparece idéntica configuración en movimientos separados por vastas extensiones de espacio y tiempo. Por ejemplo, los grupos milenaristas presentan una tendencia pronunciada a decantarse por actitudes extremas con respecto a la conducta sexual, en las que o bien se prohíbe el sexo o bien se goza de él de una manera indiscriminada. También el sentido milenarista de la identidad es peculiar, y posee invariablemente una característica narcisista y farisaica que no es de extrañar, puesto que esos grupos creen que sólo ellos serán testigos del fin y sobrevivirán” (De “El fin del tiempo”-Taurus-Madrid 1998).

Los movimientos milenaristas revistan el peligro de ser capaces de llamar la atención de personas psicológicamente normales, y no sólo de aquellos que padecen alguna deficiencia. El citado autor agrega: “Los estudios psicológicos de personas atrapadas en movimientos milenaristas sugieren que éstos no atraen a una proporción superior de enfermos mentales de lo que lo hacen las religiones convencionales o los partidos políticos. Así pues, difícilmente podemos sustraernos a la conclusión de que el milenarismo se debe con frecuencia a sentimientos de privación con respecto a la posición social, los medios económicos, la seguridad o el amor propio. Además, tiende a aparecer durante periodos de crisis, algo que, según un comentarista, puede ser «tan agresivo y crítico como el saqueo de una ciudad o tan sutil y prolongado como el paso de la comunidad agraria aislada a la megápolis industrial». En otras palabras, puede darse casi en todo tiempo y en cualquier lugar”.

El propio Cristo, al establecer su profecía, advertía que “vendrán falsos Cristos y falsos profetas”, pero que el día y la hora de su Segunda Venida nadie la conoce. Sin embargo, desde el Islam se aduce que la religión de Mahoma presenta una continuidad con las religiones bíblicas y que Mahoma es el último de los enviados de Dios. De ahí que, si es el último, no habría lugar para la Segunda Venida mencionada. Por ello el Islam no tiene vínculo alguno con las religiones bíblicas, especialmente por la “guerra santa” promovida contra los infieles que poco o nada tiene relación con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Peter Stanford escribió: “La idea en síntesis: Mahoma es el último profeta de Dios” (De “50 cosas que hay que saber sobre religión”-Ariel-Buenos Aires 2013).

Llama también la atención el caso de las sectas cristianas (o pseudo-cristianas) cuando se dedican a pronosticar el año en que se producirá el gran acontecimiento ya que, pareciera que pasaran por alto aquello de que “nadie sabe” el día ni la hora. Ismael E. Amaya escribió al respecto: “Muchas personas…han cometido el error de pensar que «velar», en relación a la Segunda Venida de Cristo, significa estar fijando fechas para su venida y pasársela mirando hacia el cielo para verle aparece en las nubes. Pero el verdadero significado de la palabra «velar» es que debemos estar cumpliendo fielmente con nuestras obligaciones y sirviendo a Dios con toda integridad para que la venida de Cristo no nos sorprenda desprevenidos” (De “Los falsos profetas de Jehová”-Methopress Editorial y gráfica-Buenos Aires 1964).

Uno de los tantos grupos milenaristas que surgieron a lo largo de la historia, y que produjeron nefastos resultados, fue el de los anabaptistas. Damian Thompson escribió al respecto: “No dispongo aquí de espacio para describir los acontecimientos de la revuelta campesina de 1525, en las que un intelectual medio loco llamado Thomas Müntzer se puso al frente de los mal pertrechados creyentes milenaristas en una batalla desesperada contra las fuerzas del Estado. La revuelta no fue, en conjunto, de carácter milenarista, sino un clásico levantamiento campesino, pero en Turingia los rebeldes cayeron bajo el dominio de Müntzer, un hombre obsesionado por las metáforas empapadas de sangre de la Revelación, el cual les prometía que sus luchas les valdrían la dicha terrena del milenio”.

“Los paralelos con el episodio taborita son ineludibles, y ambas tragedias surgieron de lo que podríamos llamar la desorientación teológica: al igual que los husitas moderados un siglo atrás, una vez los reformadores conservadores alemanes eliminaron la piedra angular de la autoridad de la Iglesia, es decir, su derecho exclusivo a interpretar la Biblia, les resultó imposible mantener el control de la especulación acerca de la llegada del fin”.

“Los antecedentes son la situación de confusión y violencia apenas reprimida en la Alemania de la época, cuando multitudes de desposeídos rechazaron tanto el catolicismo como el luteranismo y optaron por el anabaptismo, una serie de sectas apocalípticas disgregadas, cada una con su propio profeta. Münster [no confundir con Müntzer], en la región de Westfalia, se convirtió en centro de las anabaptistas más radicales, los cuales expulsaron de la ciudad a católicos y luteranos y anunciaron que iba a convertirse en la Nueva Jerusalén. Cuando las fuerzas del obispo católico sitiaron la ciudad, Jan Matthys, el dirigente anabaptista, impuso un régimen de terror dentro de sus muros: se prohibieron todos los libros excepto la Biblia y la catedral fue saqueada. Entonces Matthys se aventuró a salir y fue descuartizado, tras lo cual Münster cayó en manos de un hombre todavía más brutal y fanático, Jan bockelson, un ex sastre carismático que inició su gobierno corriendo desnudo por la ciudad en un estado de éxtasis. Entonces anunció la institución de un nuevo orden divino, en el que cualquier delito, es especial las relaciones sexuales fuera del matrimonio, era punible con la muerte”.

Los totalitarismos del siglo XX fueron bastante semejantes, aunque en mayor escala, a los peores movimientos milenaristas del pasado. Incluso algunos autores ven, tanto en el nazismo como en el marxismo, ideas de estilo milenarista, por lo cual puede considerarse a los ideólogos respectivos como “falsos profetas” que sólo lograron conducir a la humanidad a su etapa de mayor violencia y salvajismo. Thompson escribe al respecto: “La posibilidad sugerida por Norman Cohn, de que tanto el marxismo como el nazismo representan formas de milenarismo laico tiene también una amplia aceptación. Desde luego, parece responder a la definición del fenómeno que ofrece la «American Encyclopaedia of Religion» como «creencia en que el fin del mundo está próximo y que inmediatamente después aparecerá un nuevo mundo, de fertilidad inagotable, armonioso, santificado y justo»”.

“Ofrecer este argumento en la década de 1950, cuando aún había muchos admiradores de la Unión Soviética en las universidades británicas, era controvertido. Hoy, por supuesto, la idea de una equivalencia moral entre Hitler y Stalin tiene una amplia aceptación, aunque sea a regañadientes....El punto de vista de Cohn sigue siendo discutible en ciertos círculos, porque sugiere que el nazismo y el comunismo soviético demonizaron a sus respectivos adversarios de un modo muy similar, y los masacraron por la misma razón subyacente: obstaculizaban el camino hacia el milenio….Si Stalin era un creyente apocalíptico, ¿no significa esto que el marxismo, al igual que el nazismo, es un sistema apocalíptico que hunde sus raíces en la religión más que en la ciencia?”.

En cuanto al desarrollo histórico interpretado por la Biblia y el sugerido por el marxismo, aparecen ciertas semejanzas: “El Jardín del Edén corresponde al comunismo primitivo; la caída es el desarrollo de la propiedad privada y el sistema de clases; los Últimos Días son las etapas finales del capitalismo y el imperialismo sin trabas, el pueblo elegido es el proletariado; la Segunda Venida (o, desde el punto de vista judío, la Última Batalla) es la Revolución Socialista”.

“Finalmente, tanto el apocalipticismo cristiano como el marxista proponen una consumación de la historia en dos etapas. Al Milenio de la Revelación, el Reino terrenal de Cristo y sus santos, le siguen el cielo y la tierra nuevos tras la derrota final del Anticristo. Entretanto, en el marxismo la dictadura socialista del proletariado se funde con el verdadero comunismo cuando el Estado se extingue y la guerra de clases llega a su fin”.

“El marxismo ni siquiera era un sistema apocalíptico de una originalidad particular. Sin embargo, en potencia era mucho más destructivo que otros sistemas porque Marx había resucitado una forma de la batalla demoníaca en la que el enemigo no eran determinados individuos, sino todo un grupo de seres humanos. Por supuesto, Hitler hizo lo mismo, pero mientras que los nazis seleccionaron un enemigo tradicional como su demonio principal, la innovación de Marx consistió en demonizar a toda una clase socioeconómica, la burguesía, a la cual era preciso destruir a fin de que la historia avanzara”.

En cuanto a los nazis, Thompson escribió: “Es indudable que el reinado de mil años de los santos se encuentra en la visión de un Reich de mil años, pero una influencia mucho más importante sobre los nazis fue el retrato del Anticristo que aparece en la Revelación, un enemigo tan resistente que sólo es posible derrotarlo en una guerra cósmica. De hecho, el Anticristo es el mal en estado puro, pero existe en forma humana, y los elegidos de Dios tienen el don de ver detrás de la máscara. Adolf Hitler creía poseer ese don: «Por donde quiera que iba, empezaba a ver judíos, y cuántos más veía tanto más profundamente se distinguían para mí del resto de la humanidad»”.

“La misma intensidad del odio que los nazis sentían hacia los judíos es la mejor pista que tenemos de la naturaleza en esencia religiosa de sus creencias. Decir que deshumanizaban a los judíos se ha convertido en un lugar común, pero eso es precisamente lo que hacían. Para Hitler y sus seguidores más fanáticos, los judíos eran una fuerza maligna sobrenatural, y esta convicción es lo que posibilitó el Holocausto”.

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