domingo, 29 de abril de 2018

Libertad y responsabilidad vs. Coacción y obediencia

Todo niño debe ser orientado y conducido por sus padres, reclamándosele obediencia. A medida que crece, va adquiriendo mayor libertad y mayor autonomía, es decir, mayor capacidad para decidir por sí mismo. Pero esta libertad ha de ser eficaz siempre y cuando vaya asociada a cierta responsabilidad. De ahí que los padres, por lo general, le conceden cada vez más libertad en la medida en que va adquiriendo mayor responsabilidad. “Responsable: que obra con conocimiento y libertad suficientes para que sus actos puedan ser considerados como suyos y deba responder de ellos. El niño no es responsable por ignorancia del alcance de sus actos; bajo los efectos de una violenta cólera, deja de serlo por falta de libertad” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

Mientras que la coacción y la obediencia son reservadas al niño y la libertad y la responsabilidad al adulto, con la adolescencia como etapa de transición, se define al “hombre” como alguien que dispone de libertad y posee responsabilidad. Arturo Paoli escribió: “Un hombre es, ante todo, un individuo responsable y autónomo. Su responsabilidad y su autonomía se definen en relación con el ambiente en que se mueve. Responsabilidad frente a lo que se debe hacer, seriedad frente a las obligaciones que se han asumido, fidelidad a la palabra dada, capacidad para hacer lo que ha prometido: todo esto dice la palabra responsabilidad. Y cuando un hombre ha dado pruebas de ser esto, merece el elogio: éste es un hombre” (De “La persona, el mundo y Dios”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1967).

Para cumplir con los requisitos que impone la responsabilidad, el individuo primeramente debe haber adoptado una actitud cooperativa, lo que sintetiza haber adquirido valores morales suficientes para su buen desempeño social. Arturo Paoli escribió al respecto: “La responsabilidad se apuntala por un lado con la autonomía y por otro con el valor. La autonomía, al liberarme de una dependencia formalista, me fuerza a entrar en el mundo de los valores. Ya no soy «uno que sigue» por fe en una persona: soy una persona que debe hacer constantemente elección. Esto me obliga a tener capacidad o, más bien, sensibilidad para los valores”.

“Porque si es cierto que un valor posee un contenido metafísico, susceptible de prestarse a un análisis intelectual, por el hecho de ser valor penetra en la esfera donde juega toda la emotividad humana: no hay aquí tanto tiempo para pensar, es preciso elegir por intuición, por afinidad del gusto. Lo cual revela quién soy: hasta qué punto soy autónomo, cuáles son mis condicionamientos”.

“Una persona puede hacerse la hipócrita y esconderse tras una honorabilidad aparente; pero colocada frente a los valores, necesariamente se descubre. Ciertos presuntos «perfectos», así considerados porque llevan la cabeza inclinada a la derecha y las manos entrecruzadas, se traicionan por sus juicios sobre los valores y por sus elecciones”.

También, entre los fundamentos de la logoterapia, aparecen los conceptos antes mencionados. Joseph B. Fabry escribió al respecto: “La libertad de elección del hombre, de la que no puede ser privado ni siquiera dentro de una prisión, puede conducir lo mismo a una existencia significativa que a una existencia vacía. Para que sea significativa, sostiene la logoterapia, la vida debe vivirse, no sólo libremente, sino también responsablemente”.

“El jardín del Edén era un sitio donde reinaba una obediencia ciega e instintiva a la ley del Creador y donde no existían tareas ni obligaciones. Podría decirse que era un mundo donde la libertad y la responsabilidad eran desconocidas. Pero cuando el hombre comió del fruto prohibido se encontró a sí mismo, no sólo libre para conocer el bien y el mal, sino asimismo responsable de vivir con su libertad fuera de la seguridad del paraíso. Se convirtió en el único animal capaz de elevarse al bien, pero también el único que podía padecer males tales como inadaptación, insatisfacción, infelicidad y tedio. Para neutralizar estos aspectos negativos de su humanidad, el hombre necesita aceptar su responsabilidad en las tres áreas donde puede encontrar sentido. En palabras de Víktor Frankl, todo hombre es responsable de «lo que hace, de lo que ama y de cómo sufre»” (De “La búsqueda de significado”-Fondo de Cultura Económica-México 1977).

Es oportuno destacar que, mientras el hombre libre tiene responsabilidad (se obliga a sí mismo), el hombre dependiente tiene obligaciones (es obligado por otros). Fabry escribe al respecto: “Si la aceptación de la responsabilidad es el remedio a una existencia sin sentido, ¿por qué el hombre sufre más actualmente a causa de esta pérdida de sentido que en épocas anteriores? ¿Es ahora el hombre acaso menos responsable de lo que lo fueran los vikingos, los cruzados o los hunos?”.

“La respuesta a esta pregunta reside en la distinción que establece la logoterapia entre responsabilidad y obligación. La obligación es impuesta siempre por alguna autoridad, y la responsabilidad es algo que cada individuo asume por propia voluntad. La mayoría de los hombres, a través de la historia, estuvieron sujetos siempre a obligaciones impuestas por alguna autoridad. En el seno de la familia, por ejemplo, las obligaciones del individuo estaban perfectamente delimitadas….”.

“En una sociedad donde la libertad estaba restringida y las obligaciones eran impuestas y aceptadas sin cuestionar, la vida tenía un contenido. Actualmente el hombre se ha independizado casi por completo de toda autoridad exterior; no obstante, cuando no se reconoce responsabilidad ante ninguna autoridad, la responsabilidad debe surgir del interior. Responsabilidad significa disciplina interior; todo hombre debe responder de sus actos, no porque esté obligado a ello, sino porque así lo decidió…Obligación sin libertad es tiranía. Libertad sin responsabilidad es arbitrariedad y puede conducir al aburrimiento, al vacío, a la angustia y a la neurosis”.

Para simbolizar el necesario complemento entre libertad y responsabilidad, Víktor Frankl expresó: “Conocéis la estatua de la libertad. Está en la costa oriental de vuestro país. ¿Qué os parece si erigís aquí, en la costa occidental, una estatua de la responsabilidad?” (De “El hombre doliente”-Editorial Herder SA-Barcelona 1987).

Valores tales como libertad y responsabilidad son promovidos, en el ámbito político y económico, por el liberalismo. En oposición al hombre libre y responsable, el socialismo propone al hombre-masa obediente, coaccionado por el Estado. El hombre-masa tiene la inmadurez del niño caprichoso y de ahí que requiera de la “sabia” dirección del marxista-leninista a cargo del Estado. El ideal de Platón, la sociedad totalitaria, sigue vigente en la mente de muchos “intelectuales” que proponen al socialismo como solución para todos los males de la sociedad. Platón escribió: “De todos los principios, el más importante es que nadie, ya sea hombre o mujer, debe carecer de un jefe. Tampoco ha de acostumbrarse el espíritu de nadie a permitirse obrar siguiendo su propia iniciativa, ya sea en el trabajo o en el placer”.

“Lejos de ello, así en la guerra como en la paz, todo ciudadano habrá de fijar la vista en su jefe, siguiéndolo fielmente, y aun en los asuntos más triviales deberá mantenerse bajo su mando. Así, por ejemplo, deberá levantarse, moverse, lavarse, o comer,…sólo si se le ha ordenado hacerlo. En una palabra: deberá enseñarle a su alma, por medio del hábito largamente practicado, a no soñar nunca actuar con independencia, y a tornarse totalmente incapaz de ello” (Citado en “La sociedad abierta y sus enemigos” de Karl R. Popper-Editorial Planeta-De Agostini SA-Barcelona 1992).

La búsqueda de libertad y de responsabilidad implica la búsqueda de autonomía; así todo individuo logrará ser independiente de otros hombres, o bien depender mínimamente de ellos. Es esto lo que denominamos como “individualismo”, y que puede simbolizarse de la siguiente manera:

Individualismo = Libertad + Responsabilidad

Desde los sectores de la izquierda política se considera al individualismo como la causa de todos los males sociales y por ello promueven al colectivismo, que puede simbolizarse de la siguiente manera:

Colectivismo = Coacción del Estado + Obediencia

La lucha histórica entre el bien y el mal parece haber sido reemplazada, en los últimos tiempos, por la lucha por hacer prevalecer al individualismo o bien al colectivismo. Stephan Zweig escribe sobre el hombre-masa que habría de dar lugar al colectivismo: “Tenemos, por desgracia, que reconocer y confesar claramente que un ideal que sólo se propone el bienestar general, jamás puede satisfacer por completo a dilatadas masas del pueblo; en los caracteres de tipo medio, también el odio exige el cumplimiento de sus sombríos derechos junto a la pura fuerza del amor, y el provecho personal de cada individuo quiere obtener también, de aquella idea, rápidas ventajas individuales. Para la masa, siempre será más accesible que lo abstracto, lo concreto y aprehensible; por ello, en lo político, siempre encontrará más fácilmente partidarios todo programa que, en lugar de un ideal, proclame una hostilidad, una oposición bien comprensible y manejable, que se dirija contra otra clase social, otra raza, otra religión, pues, con el odio, puede encender fácilmente el fanatismo sus criminales llamas” (De “Triunfo y tragedia de Erasmo de Rótterdam”-Editorial Juventud SA-Barcelona 1935).

Marx supone que a través del socialismo el hombre logrará finalmente disolver al Estado y adquirir la libertad individual, es decir, pareciera que propone algo similar al liberalismo como meta final de su propuesta, mientras que el liberalismo la propone desde un principio. Por el camino indicado por Marx, en realidad, nunca se llega a lograr objetivos de libertad y de responsabilidad, ya que se logra todo lo contrario.

Esto hace recordar aquella fábula en que un hombre sencillo conversa con un audaz empresario, quien busca poseer mucho dinero para poder vivir sus últimos años en una casita rodeada de un lindo paisaje, siendo precisamente lo que ya ha logrado el hombre sencillo. Así, Marx propone violencia, transformación del Estado y de la sociedad, un imperialismo mundial del socialismo, prometiendo a sus seguidores algo que todo individuo puede conseguir llegando a ser un hombre responsable capaz de afrontar la vida en forma independiente de la influencia de otros hombres.

miércoles, 25 de abril de 2018

El intelectual dentro, fuera y contra la sociedad

En cuanto a las diversas formas en que el intelectual interactúa con la sociedad, encontramos que lo hace desde una posición cercana a la misma, desde su interior y formando parte de ella, hablando su propio lenguaje y compartiendo sus problemas. También podemos encontrar al intelectual que actúa por fuera de la sociedad, pontificando desde una postura superior ubicándose como representante de una filosofía o de una religión inaccesible al común de los mortales.

El intelectual cercano a la sociedad es que se equivoca y revierte su postura una vez que encontró divergencias entre sus ideas y la propia realidad. El intelectual exterior no se equivoca nunca por cuanto su referencia no es la propia realidad sino sus abstractos ideales o su misión histórica como divulgador de utopías propuestas por algún personaje del pasado.

Como ejemplo del primer caso, puede mencionarse a Juan José Sebreli, quien escribió: “La entrada en la madurez también ha significado una nueva manera de leer, de aprender, de pensar, de escribir y de concebir el criterio de verdad. Por más defensor del pensamiento crítico que hubiera sido no dejaba, durante la juventud, de aceptar sin discusión a los autores preferidos; confiaba en ellos, aun cuando en algún aspecto no estaba del todo convencido. El principio de autoridad y el dogmatismo, aunque negado en las palabras, seguían rigiendo en parte mis ideas, más que el espíritu crítico”.

“No había aprendido a desconfiar de mis ídolos intelectuales tanto como de los políticos; lejos estaba todavía de reconocer que también los más grandes pensadores no eran del todo, ni siempre, coherentes consigo mismos ni con la realidad porque tenían límites insalvables marcados por sus puntos de vista, su época y su propia personalidad”.

“En la madurez, mis guías o padres intelectuales, al igual que mis padres físicos, han muerto y debo arreglármelas por mi cuenta. No me queda nada parecido a un icono como lo fue Sartre en mi juventud. Ya no leo ni siquiera las obras preferidas como si fueran textos sagrados –la Biblia, la Suma, la Enciclopedia- donde esperara hallar respuesta a todos los enigmas del mundo y de la vida”,

“La lectura ha dejado de ser recepción pasiva –aunque nunca lo fue del todo- para transformarse definitivamente en una complicidad activa, otra forma de creación, en un permanente diálogo y discusión con los autores y, a la vez, conmigo mismo. He aprendido que la mejor manera de ganar una discusión es ponerse en el lugar del adversario para conocer las raíces de sus posiciones. Las ideas ajenas me ayudan a aclarar, enriquecer o completar las mías, y cuando no coincido, me sugieren cambiar el camino emprendido o me incitan a reforzar, matizar y mejorar mis propios puntos de vista. El modo de pensar ha sido, desde los griegos, la discusión, porque es el más adecuado para el ejercicio de la libertad, fundamento de la condición humana” (De “El tiempo de una vida”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2005).

La descripción que realiza Sebreli de su propio trabajo de ensayista puede considerarse como una descripción del método científico, de prueba y error, aplicado al proceso intelectual. El citado autor agrega: “Releo a mis clásicos, pero corregidos por las ideas contemporáneas y puestos al día por los acontecimientos vividos que no dejan de transformarme. Todavía continúo rescatando algunos aspectos y criticando otros de mis maestros de tiempos pasados, conservo su espíritu pese a que, con frecuencia, niego la letra”.

“Un criterio más alerta me permitió disentir con los nuevos paradigmas filosóficos impuestos en la segunda mitad de los sesenta y pronto transformados en moda frívola. He descubierto otros nuevos autores pero los acepto sin aquella pasión y deslumbramiento de los años juveniles porque la experiencia me advierte que mañana, probablemente, deberé revisarlos y corregirlos, como lo hice con los maestros de ayer. Tomo de cada autor lo que me interesa, establezco interconexiones entre ellos y procuro llegar, de este modo, a una síntesis nueva. Así creo estar aproximándome a un pensamiento propio, aunque no fijo ni definitivo, sino tan sólo provisorio y revocable”.

“Admito que no llegaré a ser un maestro, sino tan sólo un eterno estudiante porque la cima del saber es inalcanzable, los nuevos conocimientos no cesan, el aprendizaje es continuo, cada punto de llegada es un nuevo punto de partida, cada respuesta plantea un nuevo problema. Me siento hoy tan abrumado por todo lo que me falta conocer como lo estaba durante la adolescencia en la Biblioteca Nacional”.

“Liberado del dogmatismo, he tratado de no caer en el error simétricamente opuesto del escepticismo; la disolución del sueño de lo absoluto no significó adherir al relativismo. El relativismo aparenta ser la posición más igualitaria y tolerante porque juzga a cada cultura de acuerdo a sus particulares puntos de vista pero, de ese modo, legitima a aquellas culturas cuya identidad implica precisamente la intolerancia y la desigualdad. El relativismo llega siempre a ese tipo de paradojas”.

En cuanto al intelectual que observa la sociedad desde un pedestal imaginario, siendo su influencia poco efectiva, Sebreli lo tipifica en Ezequiel Martínez Estrada, escribiendo al respecto: “En los periodos de decadencia social, ciertos filósofos y oradores, ejercen su talento retórico en una prédica moralizadora que pretenden avalar con su superioridad moral respecto al resto de la población. Tal el papel jugado en la crisis del Imperio Romano, por los estoicos y por los cínicos, cuyos gestos y palabras airadas, imita Martínez Estrada para conjurar la crisis argentina”.

“Desde lo alto de la montaña muy cerca del cielo, donde se ha retirado, Martínez Estrada increpa al pueblo argentino: a los estadistas, a los maestros, a los estudiantes, a los patronos, a los obreros, a los militares, a los sacerdotes, a los jueces, a los escritores. «Tengo que hablarte y tú me tienes que escuchar. Hace veinticinco años que vengo escribiéndote y no te entregan mis cartas. Ahora decido hablarte» (Cuadrante del pampero). Así les habla a los gobernados, a los gobernantes les dirá: «Os hablo señores que tenéis y ejercéis el poder público porque tengo autoridad para ello. Hace cuarenta años que trabajo y me desvelo por entender y hacer partícipe de ello a mis conciudadanos los problemas de nuestra nacionalidad»”.

“Martínez Estrada quiere estar con el pueblo, compartir sus sufrimientos, pero precisamente su buena intención de acercarse al pueblo, está revelando que, de hecho, no forma parte de él, que no comparte su misma situación. La identificación desde fuera es imposible. Dios no puede ser íntimo de los hombres, pese a lo que opinan los místicos” (De “Martínez Estrada. Una rebelión inútil”-Catálogos Editora-Buenos Aires 1986).

Es interesante destacar que el propio Martínez Estrada admite su fracaso como intelectual influyente. Al respecto escribió: “Recapacité, desandando mi vida y la contemplé como un error prolongado cincuenta años por un azar favorable…Había tomado un sendero que llevaba a mi ruina, un camino ilusorio. Sentí tristeza, una tristeza de otra índole que la experimentada muchas veces antes, al reconocer que había vivido engañado, que estaba viejo y que había perdido mi vida complaciéndome en un juego sin valor ni sentido de lucha y conquista. Me resultaba inexplicable que estuviera viejo, de una vejez desvalida y que hubiera vivido tantos estériles años como un niño que remonta un barrilete o hace bailar una peonza. ¿Nada más? Nada más. Sin conciencia de donde estaba ni de lo que hacía” (Citado en “Martínez Estrada. Una rebelión inútil”).

Puede hacerse una síntesis de las principales actitudes de los intelectuales, considerando las ya mencionadas y una tercera por mencionar:

Intelectual accesible al lector y que influye para bien (Actitud igualitaria)
Intelectual inaccesible que poco o nada influye (Actitud desigualitaria)
Intelectual que influye mal (Agitador de masas)

La tercera posibilidad es la del “intelectual” que no sólo no busca ni transmite la verdad, sino que tampoco respeta los principios morales más elementales. Recordemos que el primer eslabón de una secuencia que termina en alguna forma de violencia, o de terrorismo, es el “intelectual”, por así llamarlo, que en realidad es un agitador de masas que hábilmente hace su trabajo de adoctrinamiento, generalmente a favor de alguna forma de totalitarismo. Mario Vargas Llosa expresó: “Hay una afirmación de Albert Camus en la que sostiene que constituye una verdadera aberración el hecho de que en un determinado momento las ideas pueden llegar a conformar una realidad mucho más importante que los hombres de carne y hueso, y que en nombre de esas ideas se puede desembocar en el crimen, la matanza, la represión y el sacrificio de generaciones enteras” (De “Memoria plural” de D. Torres Fierro-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

Jean-François Revel se refiere a esos pensamientos en base a ideas negativas predominantes en el falso intelectual: “El terrorismo se convierte en altamente bienhechor cuando es un intelectual quien toma la iniciativa del mismo, elabora su teoría e incita a los demás”. “Cuando se trata de un intelectual, la cuestión de la culpabilidad o de la inocencia no debe ser planteada, no debe ser tenida en cuenta. Sea lo que fuera lo que haya hecho, el intelectual no puede ser obligado a comparecer ante un tribunal, ni siquiera para ser absuelto. Incluso cuando es condenado, con todas las pruebas necesarias, ello no demuestra, por otra parte, su culpabilidad, puesto que pertenece a una esfera superior a la de los otros seres humanos (si es de izquierdas, por supuesto), ya que su reino no es de este mundo”.

“Sydney Hook relata una conversación que tuvo en su casa con Bertold Brecht sobre los viejos bolcheviques fusilados en la época de los procesos de Moscú. «Fue en ese momento cuando pronunció una frase que nunca olvidaré –escribe Hook- Dijo: ‘Esos, cuanto más inocentes son, más merecen ser fusilados’»” (De “El conocimiento inútil”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1989).

domingo, 22 de abril de 2018

La soledad del intelectual

Por ser un buscador de la verdad, el intelectual se caracteriza por no identificarse con ningún grupo definido ya que su única referencia ha de ser la propia realidad. Ha de ser esencialmente un ciudadano del mundo por cuanto ha de sentirse principalmente un integrante de toda la humanidad. La aparente soledad es la que le permite estar en contacto con el orden natural y sus leyes, liberándose de la influencia de todo grupo, excepto en su etapa formativa. Pedro Lain Entralgo escribió: “He aquí mi definición: es el hombre que profesional o vocacionalmente se consagra a la tarea de buscar, conquistar y expresar la verdad”.

“J.L.L. Aranguren ha sostenido que el intelectual debe ser solidariamente solitario o solitariamente solidario respecto de la sociedad que le rodea. Frente a ella y para ella debe «alumbrar nuevos proyectos de existencia, tanto personal como colectiva, nuevos modos de ser y de vivir»; y a la vez «ejercitar la tarea, menos brillante, menos creadora, pero no menos necesaria, de recordar el deber y de decir no a la injusticia»; mas debe hacer una y otra cosa desvinculado y solitario a las fuerzas reales y a los grupos de acción inmediata –políticos, en suma- que en la sociedad operan” (De “Expresión del pensamiento contemporáneo”-Varios autores-Editorial Sur SA-Buenos Aires 1965).

El auténtico intelectual debe poseer la objetividad que caracteriza a todo buscador de la verdad. Se dice que, para ser objetivo, su razón no debe ser perturbada por sus pasiones. Sin embargo, todo intelectual debe ser un apasionado por la búsqueda de la verdad, por lo que debe perfeccionar durante su vida el hábito de controlarla compatibilizándola con su razón, para que esas pasiones no le impidan contemplar la realidad. Debe ser como un espejo completamente plano, que refleje la realidad sin distorsionarla.

Lain Entralgo resume algunas opiniones emitidas por José Ortega y Gasset, escribiendo: “El tema de la realidad y la función del intelectual es muy frecuente en la obra de Ortega. Ofreceré aquí una breve y esquemática antología de sus asertos: «El intelectual vive haciéndose cuestión de las cosas»…«Anda siempre, en cuanto profesional de la razón pura, entre bastidores revolucionarios»…«siente, frente al seudointelectual, la voluptuosidad de los problemas teóricos»…«no vive la necesidad de la acción, a diferencia del político»…«se siente sobrecogido por el don de la mentira que posee el político y acaso secretamente lo envidia»…«se halla condenado a la impopularidad, porque a las convenciones de la común opinión pública opone novedad, y por tanto paradoxa»…«no siempre es inteligente, pero lo es con más frecuencia que el no intelectual»”.

En cuanto a la verdad mencionada, puede decirse que se trata de la verdad del científico, que consiste esencialmente en una correspondencia cercana entre lo que se describe y la descripción hecha. Sin embargo, existen criterios imperantes en otros ámbitos de la cultura. Lain Entralgo escribe al respecto: “Me atrevería a distinguir hasta seis diferentes modos de verdad: la verdad bruta –bien de comprobación, bien de hallazgo- propia de los hechos de observación: verdor de la hoja vegetal o frialdad del mármol; la verdad estadística de las medidas y, por lo tanto, de las leyes físicas que a medidas se refieren; la verdad conjetural o hipotética de las «teorías» con que el hombre de ciencia interpreta la realidad: el evolucionismo o la expansión del universo; la verdad metafísica de las proposiciones relativas a la constitución última de la realidad, los principios o axiomas verdaderamente radicales; la verdad moral de las creencias y estimaciones: la de quien frente al pasado o ante el presente procede estando «moralmente cierto» de algo; y, por fin, la verdad sobrenatural o religiosa que para el creyente tienen ciertas realidades trascendentes a la naturaleza humana”.

Cuando el intelectual pierde de vista su objetivo de conocer la verdad y expandirla, sino que busca algún tipo de éxito personal, desvirtúa el ideal que debería imperar sobre su conducta. Ello no significa que el intelectual auténtico no deba explayarse en cuestiones de política o de economía, sino que debe hacerlo siendo fiel a la realidad. Julien Benda escribió: “A fines del siglo XIX se produjo un cambio capital: los intelectuales se dedican a hacerles el juego a las pasiones políticas. Los que eran un freno al realismo de los pueblos, se convirtieron en sus estimuladores. Este trastorno en el funcionamiento moral de la humanidad se opera por diversas vías” (De “La traición de los intelectuales”-Efece Ediciones-Buenos Aires 1974).

Mientras que en la antigüedad eran los profetas, filósofos y sacerdotes los que influían mayormente en la opinión pública de la época, tal lugar fue siendo ocupado paulatinamente por el intelectual. Michel Winock escribió al respecto: “En el siglo XIX surge el intelectual como figura pública, pero es sobre todo en el XX cuando ocupa un espacio propio y se convierte en una de las piezas básicas del sistema cultural y de su relación con los medios de comunicación, los partidos políticos o con la sociedad en su conjunto” (De “El siglo de los intelectuales”-Edhasa-Barcelona 2010).

En el siglo XX, no sólo abandonaron la búsqueda de la verdad, sino que los intelectuales ¿o pseudo-intelectuales?, se abocaron a la tarea de promover abiertamente los diversos totalitarismos. Raymond Aron escribió: “Al tratar de explicar la actitud de los intelectuales, despiadados para con las debilidades de las democracias, indulgentes para con los mayores crímenes, a condición de que se los cometa en nombre de doctrinas correctas, me encontré ante todo con las palabras sagradas: izquierda, revolución, proletariado. La crítica de estos mitos me llevó a reflexionar sobre el culto de la Historia y, luego, a interrogarme acerca de una categoría social a la que los sociólogos no han acordado aún la atención que merece: la intelligentsia” (De “El opio de los intelectuales”-Ediciones Siglo Veinte-Buenos Aires 1967).

La intelectualidad que abandona la búsqueda de la verdad, ha de enviar mensajes erróneos a la sociedad. También resulta una conducta desaconsejable el hecho de alejarse demasiado de la opinión pública. Puede decirse que la primera etapa que debe cumplirse para el posterior desarrollo de una nación, implica establecer una intelectualidad auténtica, ya que sólo se lograrán soluciones una vez que se adopta el camino de la verdad: Carlos Altamirano escribió: “El divorcio entre las elites culturales y el pueblo fue, durante buena parte de este siglo, uno de los temas del debacle intelectual argentino. Al hombre de letras y al hombre de ideas se les haría ese cargo –estar separado de su pueblo- y en esa desconexión se identificará uno de los males del país” (De “La Argentina en el siglo XX”-Ariel-Buenos Aires 1999).

En el mismo sentido, Ramón Doll escribió: “Para mí la historia de la inteligencia argentina es una historia de deserciones, de evasiones. Jamás, en país alguno, las clases cultas, viven y han vivido en un divorcio igual con la sensibilidad popular, es decir, con su propia sensibilidad. Habría que hacer un día no la historia de las ideas argentinas, como Ingenieros lo intentó, ni de la literatura argentina, como lo ha hecho Rojas, ni menos aún de las ideas estéticas; habría que iniciar la historia de la traición y de la deserción de la inteligencia argentina respecto a la vida, a la tierra, a las masas nacionalistas, gauchas o gringas. Nuestra cultura ha vivido siempre desasida, desprendida del país; se desliza, se desentiende, no se arraiga, ni se nutre de las savias nacionales” (Citado en “La Argentina en el siglo XX”)

En épocas de crisis, como la del presente siglo XXI, quien posee un título universitario, se siente en condiciones de opinar sobre el amplio espectro del conocimiento sin humano, sin ni siquiera haberse informado previamente de gran parte del mismo. Carlos Alberto Montaner designa esta situación como “todología”, que delata la presencia de un pseudo-intelectual. J. Ghéhenno escribió: “Hasta el fin del siglo XIX, habíamos tenido poetas, filósofos, sabios, artistas, escritores y profesores. Ahora ya no tenemos más que «intelectuales». Y si no se llaman francamente «inteligentes», es sólo por falsa modestia. Ese nuevo título de «intelectual» debía encantar por su vaguedad incluso a semisabios, semiartistas y semiescritores. Está henchido de la fatuidad moderna” (Del “Diccionario del lenguaje filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

jueves, 19 de abril de 2018

Peronismo: ¿populismo o totalitarismo?

La palabra populismo nos da idea de una “leve enfermedad de la democracia” que produce estancamiento o atraso en un país. En cambio, la palabra totalitarismo nos da idea de una “grave enfermedad social” que entraña peligros reales para la vida de muchos de sus ciudadanos.

Desde el punto de vista político, el populismo adopta la forma de una autocracia en la cual un líder toma decisiones sin apenas escuchar a sus seguidores y mucho menos al pueblo. No pretende inmiscuirse en la vida de cada habitante con tal que no se entrometan con su gobierno. “Autocracia: Sistema sociopolítico en el cual las estructuras participativas se hallan prácticamente bloqueadas, de modo que el poder es ejercido en forma marcadamente centralizada y verticalista. Esta forma de poder no necesariamente ostenta legitimidad, aunque puede obtenerla –al menos parcialmente- por razones de índole parental, racial y/o consuetudinaria. Por extensión, se aplica el concepto al tipo de liderazgo ejercido en el grupo social en las antípodas del liderazgo democrático” (Del “Diccionario de Sociología” de E. del Acebo Ibáñez y Roberto J. Brie-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2006).

Por otra parte, se entiende por totalitarismo un liderazgo similar al anterior, pero que no tolera disidencias y llega al extremo de agredir de alguna forma a quien no se suma a la voluntad del gobierno. Los autores mencionados escriben al respecto: “Totalitarismo: Término moderno con el que se designa un tipo específico de dominación política caracterizada por una tendencia a la hegemonía del Estado sobre todos los ámbitos de la vida social e individual. Se distingue de otras formas análogas de dominación como la tiranía, el absolutismo u otros sistemas autoritarios, pues mantiene una aparente estructura democrática o representativa, utiliza modernas tecnologías que atañen a sus fines –en especial las que se relacionan con el manejo de la opinión pública, la información-desinformación y la propaganda-, está vinculado ordinariamente a un partido político único o monopolizador, con una economía fuertemente centralizada, fundado en una ideología, y con la instrumentación de un fuerte sistema de control”.

Si consideramos al peronismo, en especial el de las primeras dos presidencias, se advierte que coincide bastante con la definición de totalitarismo antes indicada. Mariano Grondona escribió: “Desde el momento que no sólo le interesa mandar sino también lograr el consenso de aquellos a quienes manda, el totalitarismo ingresa con más ánimo que el autoritarismo en los campos gemelos de la educación y la comunicación. Al autócrata le interesa solamente que el pueblo obedezca. Su opresión se limita por ello al área política. Pero el totalitarismo no quiere sólo que le obedezcan; pretende además que le crean. No sólo quiere vencer, quiere convencer. ¿No es él, acaso, la voz del pueblo? El autócrata castiga sólo a las consecuencias de las ideas que difieren de las de él, a las conductas opositoras. El totalitario castiga a las ideas no bien nacen, antes que se materialicen en conductas. Pensar contra o incluso «sin» él, es el peor de los delitos”.

“Su manipulación del pueblo es, como lo dice su nombre, «total». Maneja la cultura, la economía y la política. No deja, o procura no dejar ámbito alguno desde el cual la libertad intente difundirse. El totalitarismo es más peligroso que el autoritarismo precisamente porque, en cuanto sistema negatorio del individuo es…perfecto” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

En el mismo sentido que los anteriores autores, Juan José Sebreli escribió: “A diferencia de una dictadura tradicional, que sólo requiere obediencia, el líder carismático pretende además la adhesión, un sentimiento o pasión colectiva que se parece al amor. En las dictaduras tradicionales basta con callar; en el totalitarismo, además, hay que salir a gritar. En las dictaduras tradicionales, las calles están vacías; en los totalitarismos están llenas de masas proclamando su amor al líder”.

“La dictadura tradicional mantiene dentro de ciertos límites la división entre el Estado y la sociedad civil; en el totalitarismo la sociedad civil es absorbida por el Estado, la vida privada por la pública, el individuo por la colectividad, no queda ningún resquicio de silencio y privacidad donde pueda refugiarse lo singular o lo diferente. Los derechos individuales son reducidos a mera formalidad jurídica, sólo tienen valor los supuestos derechos colectivos identificados con el Estado” (De “Crítica de las ideas políticas argentinas”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2002).

El totalitarismo comienza como un “imperialismo interno” en el cual los adherentes al líder tienden a imponerse sobre los sectores disidentes, que son considerados enemigos. Si se logra afianzar en un país, tiende a convertirse en un imperialismo con intenciones de dominar países extranjeros. Las ambiciones de poder no tienen límites apuntando hacia el poder mundial. Sebreli habla del “delirio de unanimidad que constituye la base emocional de los totalitarismos”.

En cuanto al peronismo, Sebreli escribe: “El Estado peronista se basó en la concepción jurídica de Schmitt; intentó en lo posible la destrucción de lo que despectivamente se llamó «demoliberalismo» y «partidocracia» y la transformación del régimen republicano en una dictadura totalitaria. El Poder Legislativo, en sus dos cámaras, Senadores y Diputados, quedó totalmente subordinado al Poder Ejecutivo”. “Del mismo modo fue subordinado el Poder Judicial”.

“La relación del Estado con el Partido único en los sistemas totalitarios es ambigua. En Italia el fascismo era un partido de Estado, en Alemania el partido nazi fluctuaba entre dominar al Estado o ser un órgano de éste. Con el peronismo ocurrió otro tanto; la glorificación del Estado, en la primera etapa del peronismo, se transformó a partir de 1950, en exaltación del partido peronista sobre el Estado. Si el peronismo comenzó identificándose con el Estado, en una etapa más avanzada, éste debió identificarse con aquél”.

“Según el Plan de Acción Política su finalidad era «luchar empleando todos los medios y conceptos a fin de que todos los habitantes de esta patria sean peronistas». Algunas de las medidas tomadas para este fin fueron la creación de la Cátedra sobre Justicialismo en el Colegio Militar y en la Escuela Superior de Guerra, y la afiliación obligatoria de los empleados públicos al Partido Peronista, así como la cesantía de todos los opositores…Perón se ocupó esta vez del empleado provincial no peronista: «Se lo deja cesante o se lo exonera por la simple causa de ser hombre que no comparte las ideas del gobierno: eso es suficiente»” (De “Los deseos imaginarios del peronismo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1992).

Puede decirse que el peronismo fue esencialmente una copia del fascismo y del nazismo, con las diferencias propias que la aplicación tuvo en los distintos pueblos. Sebreli agrega: “La organización del Partido Peronista no podía dejar de ser también netamente totalitaria y similar a la de los partidos fascista italiano y nacionalsocialista alemán, basados en la lealtad ciega e irreflexiva al líder, en la autoridad jerárquica más estricta y en la delación. La legitimidad estaba dada no por la elección de sus miembros, sino por la autocracia reconocida del Jefe, que se ha investido a sí mismo en virtud de su propia persona, de sus cualidades individuales, de su supuesta infalibilidad, de su carácter de hombre providencial, de «hombre del destino». «Mussolini siempre tiene razón», decían los fascistas, «y esto es verdad, primero porque lo ha dicho el General Perón, y segundo porque efectivamente es verdad», afirmaba Eva Perón”.

Entre las características de los sistemas totalitarios se encuentra la tendencia a destruir los partidos políticos rivales y a absorber desde el Estado a todos los medios masivos de difusión. Al respecto, Sebreli escribió: “El partido orgánicamente totalitario que se cree ostentador de la verdad absoluta, no puede obviamente soportar la existencia de otros partidos: el pluralismo democrático rompe la unidad monolítica, la unanimidad. El partido totalitario es por definición y esencia un partido único. El fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán comenzaron siendo un partido entre otros en el Parlamento, hasta que tuvieron suficiente poder como para prohibir la actuación de todos los opositores. El peronismo no pudo llegar del todo a esa etapa, pero desde el comienzo los partidos políticos opositores debieron actuar en la semiclandestinidad, con sus principales dirigentes presos o en el exilio, sus periódicos prohibidos, sin acceso a la radio, eliminada la libertad de expresión por la censura ejercida a través de la Secretaría de Prensa e Información, la declaración y la tortura convertidas en práctica cotidiana”.

martes, 17 de abril de 2018

Marxismo = Lucha de clases + Determinismo económico

Resulta necesario disponer de descripciones básicas que sirvan de soporte para el pensamiento asociado a determinado tema. El razonamiento de tipo deductivo parte de unos pocos principios y son estos los que deben predominar en toda descripción. De ahí que, aunque se haya escrito bastante respecto del marxismo, nunca está demás intentar alguna nueva síntesis que pueda ayudar a la comprensión por parte de quienes todavía no lo dominan.

Toda ideología con sentido práctico surge de una visión sobre el mundo real, que puede o no ser compatible con esa realidad. A partir de esa visión se proponen soluciones a los problemas existentes, lo que no es otra cosa que diversos intentos por adaptar al hombre al orden natural. En el caso de Marx, puede decirse que observa la sociedad asociándole como principales atributos la lucha de clases sociales y el determinismo económico. Adicionalmente considera que las leyes que rigen todo lo existente pueden sintetizarse en base a un proceso de tesis, antitesis y síntesis, si bien la ciencia experimental no ha corroborado este aspecto.

Ante esa visión de la realidad propone, como solución de los problemas existentes, la socialización de los medios de producción, para eliminar la lucha de clases. Luego, al sostener que el accionar de los seres humanos viene determinado por la forma de la producción y distribución económica, encuentra en la abolición de la propiedad privada de tales medios, el principio de solución de todos los males. No sólo establece una descripción de la sociedad, sino que supone, además, que el socialismo se instaurará necesariamente en todo el planeta.

Se trata de un planteo de tipo filosófico que presenta cierta coherencia lógica. Sin embargo, desde un punto de vista científico, tal tipo de coherencia no implica que necesariamente el mundo real vaya a funcionar de la manera descrita. Puede decirse que la coherencia lógica de una descripción es una condición necesaria pero no suficiente, ya que existen muchas teorías coherentes que poco o nada tienen que ver con la realidad.

En el caso de la lucha de clases, en la que participarían dos bandos, opresores y oprimidos, o explotadores y explotados, resulta sencillo observar, en la realidad, la existencia de un sector importante y mayoritario en muchos casos, que no es ni opresor ni oprimido, ni es explotador ni tampoco es explotado laboralmente. De ahí que la descripción de Marx sólo puede tener una validez limitada para algunas sociedades especiales, pero completamente incompatible con la mayor parte de las sociedades reales. En realidad, existe una tendencia a la lucha de clases cuando previamente los seguidores de Marx han promovido el odio entre sectores, por lo cual la veracidad de la teoría queda limitada a una previa participación de sus seguidores. Fulton J. Sheen escribió al respecto: “Los comunistas aseguran a nuestros trabajadores norteamericanos que están trabajando para explotadores. Quizás haya algunos pocos, pero los empleadores no son todos explotadores. Aun cuando lo fueran, por lo menos en este país un hombre puede ir de un explotador a otro. Mas, cuando el Estado es el único explotador, como sucede en Rusia, entonces no se puede ir a ningún otro lado, como no sea a Siberia”.

En cuanto al determinismo económico, Sheen escribió: “La expresión determinismo económico, suena como algo elevado, algo propio de estudiosos, pero significa, muy lisa y simplemente, que la cultura, la civilización, la religión, la filosofía, la moral y la literatura, todo ello es determinado por los métodos económicos de la producción. Esta última es la base sobre la que se basa todo lo demás”.

“Por ejemplo; si el método de producción en un periodo dado de la historia, se basa en la posesión privada de la propiedad, tal como lo tenemos en nuestra democracia, entonces el comunista arguye diciendo que la literatura, el arte y la filosofía, no son más que una superestructura o una defensa de la empresa privada” (De “La vida merece vivirse”-Editorial Difusión-Buenos Aires 1954).

Adviértase que la acción de robar existe asociada a la previa existencia de la propiedad privada, por lo que, al desaparecer tal tipo de propiedad, en principio no existirá el robo. En lugar de eliminar tal delito a través de una mejora ética individual, el marxismo supone que esa mejora se logrará por el simple cambio propuesto. El citado autor agrega: “Léanse los mandamientos séptimo y noveno: «No robar», «No codiciar los bienes ajenos». El comunista dirá: «¿No se percata de que esos dos mandamientos están basados en la propiedad privada? ¿Cómo podría cualquiera prohibir el robar, sino en una sociedad en la que haya propiedad privada de los medios de producción? Cuando sea el Estado el que lo posea todo, entonces no habrá necesidad de moral, porque todos se hallarán tan prósperos que no habrá necesidad de robar»”.

“«La religión se basa también en la economía de empresas privadas –arguye ulteriormente el comunista-. No es más que un opio dado a los trabajadores para tenerlos contentos y callados a pesar de ser explotados. Los induce a creer que hay otro mundo a fin de que hallen una compensación por las injusticias del actual»”.

“Y luego añade: «Si cambian ustedes su método de producción, y en lugar de permitir la empresa privada ponen toda la propiedad en manos del Estado, entonces cambiará la superestructura. Habrá entonces literatura comunista, moral comunista, arte comunista y filosofía comunista»”.

La aparente superioridad del socialismo respecto de las sociedades democráticas, radica en que se compara una sociedad ideal con las diversas sociedades reales. Por el contrario, el socialismo real, o sociedad de capitalismo estatal, genera en realidad una explotación laboral por parte del Estado y en contra del trabajador. El Estado ha de ser dirigido por una clase social gobernante, que da lugar a una situación propicia para el conflicto entre clases sociales. Por lo general, el socialismo acentúa todos los errores que Marx atribuía a las sociedades capitalistas. Sheen agrega: “Si lo económico es la causa de la cultura y la religión, ¿por qué, durante la era pre-cristiana, había diversas culturas y religiones producidas por los mismos métodos económicos de producción? No mediaba diferencia entre los métodos económicos de producción entre los judíos y los empleados entre los hindúes y los caldeos, pero sus civilizaciones eran diversas, sus conceptos religiosos y morales eran diferentes, teniendo los hebreos el concepto moral más elevado que haya conocido el hombre en la era pre-cristiana. Y puesto que sus métodos económicos de producción eran idénticos, no se puede afirmar que lo económico era la causa de las diferencias de culturas”.

En lugar de describir el comportamiento humano en base a las leyes psicológicas que rigen a todo individuo, el marxismo parte del concepto de clase social ignorando los atributos particulares de cada uno de sus integrantes. De ahí que Alexander Solyenitsin afirmaba que: “Allí donde se necesita un bisturí, el marxista utiliza un hacha”. Fulton J. Sheen considera al “concepto comunista del hombre” como un segundo principio en la descripción que realiza. Al respecto escribe: “El segundo principio básico del Comunismo es que el hombre tiene algún valor sólo en cuanto es miembro de una clase”.

“En la primera edición de su obra sobre el Capital, Marx dijo así: «Las personas de y por sí mismas no tienen valor. Un individuo tiene valor sólo en cuanto es representante de una categoría económica, la clase revolucionaria; fuera de eso, el hombre no tiene valor»”.

“Así es asimilado el hombre a las formas inferiores de vida, en las que una mosca individual, un mosquito o una hormiga, no tienen valor alguno; lo que tiene importancia y valor es la especie”.

Luego de promover el odio de clases, considerando a la burguesía culpable de todos los males y al proletariado inocente de tales males, Marx sugiere la “dictadura del proletariado”, reacción violenta que tiene como primer objetivo “la destrucción violenta del orden tradicional”. Esta sería la secuencia perfecta para promover un verdadero “cáncer social”.

El Estado, dirigido por una vengativa clase proletaria, con el tiempo habrá de desaparecer, según dice Marx. Sin embargo, también en esto la realidad escapa a sus predicciones. Incluso se llega al extremo de reemplazar al antiguo Dios, creador y dador de los derechos del hombre, por el Estado omnipotente, con atributos bastante similares. Sheen escribe al respecto: “Si los derechos nos vienen de Dios, entonces ningún Estado, ningún parlamento, ningún dictador ¡podrán jamás quitárnoslos! Si proceden del Estado socialista, entonces el mismo Estado socialista nos lo puede quitar. Ésta es la diferencia fundamental entre ambos. Para nosotros el Estado existe para la persona; entre los Soviets, la persona existe para el Estado. Para nosotros, una persona tiene derechos independientemente del Estado; para los Soviets, no hay derechos inalienables, todos pueden ser tomados por el Estado que fue quién los dio”.

La burla permanente en contra de la creencia en un Dios invisible, no tiene en cuenta que la religión moral considera la existencia de leyes naturales invariantes, que son las leyes de Dios y son las mismas que describe el científico. Lo realmente absurdo es el reemplazo de ese Dios y esas leyes por un dios visible (el Estado) que dicta leyes humanas desconociendo la naturaleza humana. Marx se encargó de engañar a sus propios seguidores asegurándoles que su descripción era científica, sin advertirles que toda actividad científica tiene dos resultados posibles: el acierto o el error. Por todas las experiencias pasadas, puede afirmarse que el marxismo es todo un error.

domingo, 15 de abril de 2018

Tendencia a seguir vs. objetivo concreto a lograr

Resulta conveniente, en alguna etapa de la vida, distinguir entre una tendencia que hemos de seguir y los objetivos a largo plazo que habremos de lograr, pudiendo darnos por satisfechos si alcanzamos progresos cotidianos, aun cuando estemos lejos del objetivo propuesto. De ahí la expresión bíblica: “A cada día le baste su propio afán”.

En la secuencia mencionada encontramos un punto de partida (planteamiento de objetivos alcanzables en el futuro), una actividad intermedia (medios para lograrlos) y finalmente el logro de aquéllos. El problema frecuente radica en la ausencia de proyectos concretos, que asociamos a una carencia de sentido de la vida, por lo cual pierde relevancia el resto de las etapas.

Podemos también definir objetivos, pero sin la voluntad necesaria para lograrlos, lo que implica, en cierta forma, que esos objetivos son nada más que deseos de buena suerte. Un inconveniente adicional es la poca paciencia para lograrlos o bien la sensación de fracaso permanente por no haberlos alcanzado todavía.

Es importante considerar que la vida consiste en todas las etapas mencionadas, sin menospreciar ninguna, como es el caso del estudiante que sueña con lograr su título universitario sin considerar sus estudios previos como una etapa valiosa en sí misma, ya que los afronta de manera de hacerla lo más breve posible.

Es necesario valorar las distintas situaciones teniendo presente este criterio, como es el caso del proceso económico de un país, ya que debemos considerar el ritmo de crecimiento de la economía, si es que así ocurre, antes que los resultados concretos por lograr. No es preocupante advertir todo lo que nos hace falta, siempre y cuando vislumbremos un crecimiento que posibilitará alcanzarlo en el futuro. Por el contrario, resulta preocupante la decadencia económica a pesar de que en el presente los objetivos del pasado hayan sido logrados satisfactoriamente.

En la mayor parte de las actividades humanas tenemos la opción de valorar prioritariamente la tendencia cotidiana en lugar del objetivo a largo plazo. En el caso de la economía, si consideramos al capitalismo como un medio eficaz para lograr el desarrollo, no deberíamos intentar ponerlo en práctica antes de adaptarnos culturalmente al mismo; ya que en ese caso las cosas no resultarán como se espera. De ahí que sólo debemos intentar una mejora paulatina que nos oriente en ese sentido. Los fracasos experimentados se deben a intentos de adopción sin previa preparación mental para su plena vigencia. Álvaro C. Alsogaray escribió: “La Economía Social de Mercado es una tendencia y no una ruptura dramática con todo el orden establecido. Da tiempo para que cada uno se adapte a las nuevas situaciones que se van creando, las cuales, por otra parte, abren nuevas y promisorias oportunidades. Sólo algunas medidas deben ser tomadas de una sola vez, sin vacilaciones ni temores, pero aun esas medidas no producen sino efectos paulatinos e individualmente controlables. En esta noción de tendencia y no de sujeción a un modelo rígido, reside una de las claves fundamentales de la acción política relacionada con el orden económico-social y la Economía Social de Mercado” (De “Bases para la acción política futura”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).

Debido a que ningún país es enteramente capitalista ni enteramente socialista, algunos piensan que una economía mixta es lo más aconsejable. Sin embargo, por tratarse de situaciones inestables, todo país ha de seguir uno de esos dos caminos, como tendencia a adoptar mirando hacia el futuro. El citado autor escribió: “En el gran marco de las tendencias políticas y económicas actuales este fenómeno se manifiesta de una manera bastante clara y con perfiles cada vez mejor delimitados. Las economías comunistas están tendiendo hacia soluciones basadas en el Mercado. Inversamente, las economías libres están incorporando dosis cada vez mayores de técnicas comunistas y colectivistas, que las alejan de aquellas soluciones”.

“Una apreciación simplista podría conducirnos de nuevo a pensar que la solución está a mitad del camino; que los comunistas se harán un poco más capitalistas y los capitalistas un poco más socialistas, y que al final todos nos encontraremos en un punto intermedio que representa al fin la gran salida. Por supuesto que dicha apreciación no es sino una superficial y elemental manera de ver las cosas, y que no es ese el desenlace futuro previsible de los procesos que están en marcha en la actualidad. Mi punto de vista a este respecto es mucho más pesimista, si es que no somos capaces de invertir a tiempo la tendencia que nos arrastra” (De “Política y economía en Latinoamérica”-Editorial Atlántida-Buenos Aires 1969).

En el caso de la ciencia tenemos casos en que el científico define desde pequeño el camino que quiere seguir mientras que al resto de su vida lo emplea en alcanzar sus anhelos y planes juveniles. Otros, en cambio, no tienen definido ningún plan, ni siquiera en ellos se despierta alguna vocación definida. Sin embargo, de adultos vislumbran alguna posibilidad concreta que perseguirán con cierto éxito. Como ejemplo del primer caso puede mencionarse al matemático Andrew Wiles, quien a temprana edad entiende el enunciado del “último teorema de Fermat” y dedica su vida a demostrarlo; cosa que finalmente logró.

Como ejemplo de científico que no tiene definido un tema en especial, sino que procede por tanteos hasta encontrar un problema que le despierte interés y pasión, puede mencionarse el caso de Luis F. Leloir. El destacado Premio Nobel argentino escribió: “Cuando yo estudiaba medicina no tenía idea de lo que deseaba hacer y tampoco de cual era el campo para el cual yo era apto. En relación con esto recuerdo haber discutido el problema con algunos de mis colegas en el hospital y uno de ellos me dijo: «Tú no eres muy inteligente pero quizás tendrás éxito porque eres perseverante»”.

Un error frecuente es cometido por quienes perseveran en planes poco realizables, o bien inaccesibles a sus aptitudes, sin advertirlo a tiempo. Alejandro C. Paladini escribe al respecto: “Los siete abandonos simbólicos de Leloir señalan su capacidad para advertir cuando un problema está agotado, no está «maduro» o se carece de la instrumentación necesaria para resolverlo. Ésta es una advertencia invalorable para los investigadores noveles que suelen malgastar años de labor por «enamorarse» de su tema, cuando más les valdría abandonarlo por otro” (De “Leloir. Una mente brillante”-EUDEBA-Buenos Aires 2007).

También en el ámbito empresarial encontramos industriales que, desde pequeños, sabían cuál era su pasión, como en el caso de la mayor parte de los constructores de automóviles. Hubo otros casos, de empresarios exitosos, que comenzaron sus actividades sin tener objetivos claros. J. C. Collins y J. I. Porras escribieron: “El 23 de agosto de 1937 dos ingenieros recién graduados, menores de 25 años y sin mayor experiencia en los negocios, se reunieron para hablar de la fundación de una nueva compañía. No tenían una idea clara de qué haría esa compañía. Lo único que sabían era que querían organizar una compañía en el campo amplio de la ingeniería electrónica. Se les ocurrieron muchísimas ideas sobre productos iniciales y posibilidades de mercado, pero no tenían una «gran idea» dominante que sirviera de inspiración para fundar una empresa”.

“Esos jóvenes eran Bill Hewlett y Dave Packard. Resolvieron fundar primero la compañía y después decidir qué harían. Sencillamente, echaron a andar ensayando cualquier cosa que les permitiera salir del garage y pagar las cuentas de la luz. Bill Hewlett dice: «En mis ocasionales charlas en las facultades de administración de negocios, el profesor de administración se escandaliza cuando les cuento que nosotros no teníamos ningún plan cuando empezamos –éramos oportunistas. Hacíamos cualquier cosa que nos produjera cinco centavos. Teníamos un indicador de línea de falla para el juego de bolos, un mecanismo de reloj para telescopios, un sifón de lavado automático para orinales y una máquina de choque para que la gente perdiera peso. Ahí estábamos, con unos U$S 500 de capital y ensayando cualquier cosa que nos consideráramos capaces de hacer»” (De “Empresas que perduran”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 1995).

En el caso de la religión, si consideramos al “Amarás al prójimo como a ti mismo” como un objetivo concreto a lograr, veremos que es prácticamente imposible alcanzarlo, llegando incluso a desconfiar de su validez. Por el contrario, si lo consideramos como una tendencia o como un objetivo orientador, veremos que resulta mucho más efectivo.

Todo cambio social, con probabilidades de éxito, se ha de lograr a partir del cambio individual. Dicho cambio consiste esencialmente en ir modificando nuestra actitud característica hacia una postura cooperativa en lugar de competitiva. Recordemos que una actitud es, justamente, una tendencia a responder de igual manera en similares circunstancias; modificar nuestra actitud es algo alcanzable a nuestras decisiones, mientras que la posibilidad de compartir las penas y alegrías de toda persona que nos rodea, es un punto de llegada inaccesible que, sin embargo, tiene como objetivo orientarnos en la vida.

miércoles, 11 de abril de 2018

La evolución de la religión y la moral

Si bien es posible advertir cierto progreso en la religión, junto a la moral sugerida, los avances y retrocesos que ambas sufren, impiden reconocer una verdadera evolución, esto es, un proceso que establezca mayores niveles de adaptación al orden natural. Arnold J. Toynbee escribió: “Si realizamos un examen de las religiones practicadas en diferentes épocas y lugares por numerosas sociedades y comunidades humanas de que tenemos algún conocimiento, nuestra primera impresión será de perplejidad a causa de su infinita variedad. Con todo, después de un análisis, esta aparente diversidad se resuelve en variaciones del culto del hombre, o en la existencia de no más de tres objetos u objetivos, a saber: la naturaleza, el hombre mismo, y una Realidad Absoluta que no es ni la naturaleza ni el hombre, pero que está en ellos y al propio tiempo más allá de ellos” (De “El historiador y la religión”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1958).

Al no existir uniformidad de religiones en una misma época, ya que distintas zonas del planeta presentan diferentes creencias, no podemos distinguir una clara secuencia temporal, por lo que sólo podemos contentarnos con descripciones generales, imprescindibles para tener una visión coherente del fenómeno religioso y de la actitud moral emergente en cada caso. Houston Smith escribió: “A pesar de que las religiones históricas cubren casi toda la Tierra, desde el punto de vista cronológico sólo constituyen la punta del iceberg religioso, dado que su existencia abarca menos de cuatro mil años, mientras que las religiones que las precedieron cubren un periodo de unos tres millones de años. Durante ese larguísimo tiempo, la gente vivía su religión de una manera completamente distinta, que debe haber configurado sus sensibilidades de forma importante. Nosotros las llamaremos religiones primitivas porque fueron las primeras, pero también nos referiremos a ellas como tribales, porque sus grupos eran casi siempre pequeños, o verbales, porque desconocían la escritura” (De “Las religiones del mundo”-Editorial Thassalia SA-Barcelona 1995).

Las primeras religiones que aparecen son aquellas en que el hombre primitivo observa fenómenos naturales incomprensibles a los cuales asocia ciertos dioses especializados que actúan en función de las respuestas humanas. Todo lo existente es considerado sagrado, de donde puede suponerse la existencia de cierto panteísmo primitivo. Surge un vínculo entre el hombre y los dioses, fundamentado en el temor por lo desconocido. Ese temor común los induce a establecer cierta asociación que bien puede denominarse “religión” por cuanto “une a los adeptos”; los hombres se unen entre sí al compartir temores comunes y por tener que acordar respuestas adecuadas para calmar o rendir homenajes a los dioses.

Posteriormente surge la idea de unificar a los diversos dioses en uno solo. Esta vez el Dios único presenta un criterio o una actitud definida respecto de lo que espera de los hombres. Implica el surgimiento de la religión moral. La suerte de cada ser humano no sólo dependerá de la voluntad de Dios sino también de la respuesta ética que ofrece el hombre ante la aparente voluntad de Dios.

Al existir distintas religiones monoteístas, y al tener distintas visiones de lo que Dios espera de nosotros, se producen diversos conflictos que hacen que la religión, en lugar de unir a los adeptos, resulte un factor de caos y violencia. Sin embargo, surge cierta esperanza con la aparición del concepto de “ley natural”, surgido de la ciencia experimental, como posible fundamento de la religión natural.

Una ley natural es un vínculo invariante entre causas y efectos, y está simbolizado por las funciones matemáticas, que ligan a dos o más variables numéricas en una forma definida. Todo lo existente está regido por dicha ley, por lo que esta vez no resulta necesaria la intervención ocasional de Dios en los acontecimientos humanos. Se reserva la idea de Dios como el supremo diseñador de las leyes naturales que dan lugar al universo conocido. El hombre, por lo tanto, ha de acatar la voluntad del Creador adaptándose a las leyes naturales establecidas. De ahí que la religión natural resulte indistinguible de la ciencia experimental.

Puede simbolizarse la secuencia histórica de la religión de la siguiente forma:

Visión panteísta de la realidad (todo es Dios)
Dioses que intervienen en los acontecimientos humanos
Dios único que interviene en los acontecimientos humanos
Dios que hizo leyes naturales y no interviene
Dios identificado con la ley natural

Esta aparente evolución parece orientarnos hacia una unificación de religiones, unidas a su vez con la ciencia experimental. Sin embargo, se presenta un problema importante y es la existencia del ateísmo, que rechaza toda existencia de Dios, de un orden natural y de una finalidad asociada a dicho orden. Supone, además, la inexistencia de una moral, de una verdad y de una cultura mejor que otras. Tal relativismo esencial impide cualquier principio de acuerdo, ya que, entonces, no nos orientaríamos por las leyes naturales, ni buscaríamos el bien y la verdad, sino que el más fuerte, o el más hábil con las palabras, habría de gobernar al resto de la humanidad.

Estas pseudo-religiones, con pretensiones de universalidad, ya se han conocido a través de los totalitarismos surgidos durante el siglo XX; nazismo y comunismo principalmente, incompatibles con la religión moral de otras épocas y con la ciencia experimental actual.

En cuanto a la respuesta moral del hombre, distinguimos tres actitudes principales:

Actitud moral: el hombre valora y acata las sugerencias morales
Hipocresía: el hombre valora las sugerencias morales pero sólo finge acatarlas
Cinismo: el hombre no valora ni acata las sugerencias morales y se jacta por hacer todo lo contrario

La validez de una sugerencia moral compatible con la ley natural tiene una doble verificación, ya que produce el bien si se la acata y el mal si se la rechaza. También las sugerencias erróneas, o incompatibles, presentan una doble verificación, ya que en ese caso acatarlas implica producir el mal y rechazarlas, posiblemente, producir el bien. Las religiones tradicionales, en las cuales el hombre mismo es quien interpreta los supuestos mandatos del Creador, pueden considerarse como religiones subjetivas, ya que requieren de cierta fe o confianza en la interpretación de quien la predica. Por el contrario, las religiones que contemplan en forma directa las leyes naturales que rigen nuestra conducta, vendrían a ser religiones objetivas, si bien el error puede surgir por efecto de una inadecuada observación. Debido a la simplicidad de las sugerencias éticas, esta posibilidad resulta menos frecuente.

Las religiones bíblicas, al considerar que el hombre debe ser gobernado por Dios (Reino de Dios) y no por otros hombres, constituyen “teocracias indirectas”. Por el contrario, la religión natural, al sugerir de la observación directa de la realidad, constituye una “teocracia directa”, siendo posiblemente la religión que ha de predominar en el futuro.

Aun cuando alguien haya propuesto la mejor religión posible, ello no implica que habrá de ser aceptada masivamente, por cuanto podrá ser tergiversada mientras que sus difusores podrán ser difamados por parte de los ateos o de otras religiones. De todas maneras, es posible indicar los extremos del proceso del pensamiento religioso considerando un punto de partida panteísta (todo es Dios), seguido de politeísmos con dioses especializados, luego con un único Dios con exigencias morales para finalizar con la religión natural.

Los difamadores de la religión natural la califican despectivamente como “panteísmo”, asociándole injustificadamente una creencia tal que considera una piedra o un árbol como partes integrantes de Dios. En realidad, se trata de una religión que tiene su punto de partida en la existencia de leyes naturales invariantes, como vínculos entre causas y efectos; una idea poco accesible para el pensador no científico, que poco o nada tiene que ver con el panteísmo. J. M. Guyau escribió: “El ideal místico de los hebreos y de los cristianos parece confundirse con las teorías morales de la antigüedad en la vasta síntesis que propone Spinoza. La intuición intelectual es la naturaleza adquiriendo conciencia de sí”.

Muchas veces se asocia a la ley natural invariante cierta inmovilidad o ausencia de progreso, como si tales vínculos le dieran un carácter estático a la realidad. Por el contrario, así como el ajedrez permite establecer millones de partidas al tener unas pocas reglas fijas, la naturaleza pudo llegar a establecer la vida inteligente precisamente por disponer de unas pocas leyes invariantes. Tanto la química como la biología descansan en las leyes de la electrodinámica cuántica, que consiste en diversas interacciones de sólo tres partículas: electrón, positrón y fotón. Guyau escribió: “Lo que la filosofía moral y religiosa ha objetado y objetará siempre al panteísmo de Spinoza, considerado como un posible substituto de la religión, es su fanatismo optimista, en que todo se hace por la necesidad mecánica y brutal de las causas eficientes, sin especie alguna de finalidad interna, sin progreso verdadero” (De “La irreligión del porvenir”-Editorial Tupac-Buenos Aires 1947).

La ventaja de la religión natural radica en que, al considerar la existencia de leyes naturales invariantes y al descartar lo sobrenatural, hace recaer en la conducta moral todo lo que implique religión, descartándose el retroceso de tipo pagano que se advierte en ocasiones en que el creyente le pide a Dios que interrumpa momentáneamente las leyes por él establecidas, ignorando que es el hombre quien debe adaptarse a esas leyes.

viernes, 6 de abril de 2018

El siglo de la barbarie totalitaria

Las generaciones futuras considerarán al siglo XX como el de mayor barbarie desplegada, debido a más de un centenar de millones de victimas que cayeron como consecuencia de las dos guerras mundiales y de los totalitarismos que emergieron para suplantar las tambaleantes democracias. Es el siglo en que comienzan los bombardeos contra poblaciones civiles y también el de los exterminios por cuestiones étnicas, de nacionalidad o de clase social. Es también el siglo de las ideologías que justifican los asesinatos masivos como medios para lograr “fines superiores”.

En cierta forma, los ideólogos totalitarios suponen que el bien y el mal no residen en las actitudes erróneas de los individuos, sino en su herencia racial, nacional o de clase social. El sentido de la historia, expresado en la Biblia, implica una lucha entre el Bien y el Mal, siendo retomada por los totalitarismos que actúan como falsas religiones, logrando millones de adeptos. Mariano Grondona escribió al respecto: “La lucha entre el Bien y el Mal ocurre en el escenario de la historia. Predecesor de la filosofía de la historia –y, por lo tanto, de Hegel y de Marx- Agustín encuentra como ellos que la historia contiene un argumento en cierto modo necesario. La lucha entre el Bien –ya lo llamemos «la ciudad de Dios», «el Espíritu Absoluto» o «el proletariado»- y el Mal –ya lo llamemos «la ciudad terrena», lo simplemente «anacrónico», o «la burguesía»- terminará un día con la victoria de aquél sobre éste”.

“Agustín transfiere a la teología de la historia la idea de la salvación, de modo tal que ella pasa a ser no sólo el norte de la vida personal, sino también de la vida colectiva: no sólo es cada alma sino también la humanidad como tal la que ha de salvarse. Pero el trigo y la cizaña seguirán entremezclados hasta el fin de los tiempos, cuando el gran Segador venga a separarlos definitivamente”.

“Los zelotes, ya sean musulmanes o cristianos, quisieron separar ellos mismos el trigo de la cizaña, con la espada. El problema es que aquello que para unos es trigo, para otros es cizaña. Pero el Evangelio reserva la cosecha final a Dios, sustrayéndolo de aquellos que quisieran, desde ahora, actuar en su nombre” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-ditorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

También Adolf Hitler aduce participar en la lucha entre el Bien y el Mal promoviendo la “solución final”, según su criterio personal. Al respecto escribió: “La naturaleza eterna se venga sin piedad cuando se transgreden sus órdenes. Por eso es que creo obrar de acuerdo con los designios del Todopoderoso, nuestro creador, ya que: Al defenderme contra el judío, combato para defender la obra del Señor” (De “Mi doctrina”-Editorial Temas Contemporáneos-Buenos Aires 1985).

Martín Alberto Noel escribe respecto de estas tendencias: “A través de los siglos gran número de hombres se persuadió de que le había tocado en suerte vivir el fin de los tiempos, proclamado por los profetas, interpretando cada suceso nefasto como el anuncio premonitorio del inminente advenimiento de la Era Nueva, o sea del Reino de los Justos”. “Es así como, al demorarse el nuevo orden que Dios debía fundar, los hombres se empañaron en realizarlos por sí mismos. A la realización de tal propósito en la tierra se aplicaron las periódicas revoluciones” (De “El tema de la Revolución en la literatura hispanoamericana”-Ediciones Corregidor-Buenos Aires 1982).

Los totalitarismos fueron los grandes enemigos de las religiones bíblicas por cuanto pretendieron reemplazarlas. Abolieron el “no matarás” y todas las etnias y clases sociales que quedaban fuera de los proyectos de los ideólogos, fueron eliminadas sin sentir la menor culpa. Los “elevados fines” justificaban los medios empleados. Mientras que el buen médico elimina la enfermedad sin eliminar al paciente, el buen médico de almas brinda posibilidades de mejora tanto a justos como a pecadores.

La locura totalitaria no sólo fue la consecuencia de un reducido grupo de ideólogos perversos, sino que necesitó de la adhesión de intelectuales, periodistas y de la opinión pública que al unísono pretendieron desterrar tanto las democracias como la religión. La fe asociada a las pseudo-religiones totalitarias promovió la mayor barbarie que se recuerda. Albert Camus escribió: “Hay crímenes de pasión y crímenes de lógica. La frontera que los separa es incierta. Pero el Código Penal los distingue, bastante cómodamente, por la premeditación. Estamos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales no son ya esos muchachos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para convertir a los asesinos en jueces”.

“Nadie se indignará por ello. El propósito de este ensayo es, una vez más, aceptar la realidad del momento, que es el crimen lógico, y examinar precisamente sus justificaciones: esto es, un esfuerzo para comprender mi tiempo. Se estimará, quizá, que una época que, en cincuenta años, desarraiga, avasalla o mata a setenta millones de seres humanos debe solamente, y ante todo, ser juzgada. Pero es necesario que se comprenda su culpabilidad”.

“En las épocas ingenuas en que el tirano arrasaba las ciudades para su mayor gloria, en que el esclavo encadenado al carro del vencedor desfilaba por las ciudades en fiesta, o el enemigo era arrojado a las fieras ante el pueblo reunido, la conciencia podía ser firme y el juicio claro ante crímenes tan cándidos. Pero los campos de esclavos bajo la bandera de la libertad, las matanzas justificadas por el amor del hombre o el gusto de la sobrehumanidad, dejan desamparado, en un sentido, el juicio. El día en que, por una curiosa inversión propia de nuestra época, el crimen se adorna con los despojos de la inocencia, es a la inocencia a quien se intima a justificarse” (De “El hombre rebelde”¨-Editorial Losada SA-Buenos Aires 2007).

Las poblaciones que habitaban la zona entre la Alemania nazi y la Rusia stalinista, fueron las más afectadas por cuanto “sus vecinos” las consideraban un estorbo para sus planes futuros. Para colmo, durante un tiempo existió un acuerdo entre ambos totalitarismos, conocido como el pacto entre Hitler y Stalin. Timothy Snyder escribió al respecto: “En el centro de Europa y a mediados del siglo XX, los regímenes nazi y soviético asesinaron cerca de catorce millones de personas. Los territorios en donde todas estas víctimas murieron, las tierras de sangre, se extienden desde Polonia central hasta Rusia occidental, pasando por Ucrania, Bielorrusia y los países bálticos inclusive. Durante la consolidación del nacional-socialismo y el estalinismo (1933-1938), la ocupación conjunta de Polonia (1939-1941) y luego la Guerra Germano-soviética (1941-1945), una violencia masiva de proporciones nunca antes vista en la historia asoló esta región”.

“La mayoría de las víctimas fueron judíos, bielorrusos, ucranianos, polacos y el pueblo báltico, es decir, las gentes oriundas de estas tierras. Las catorce millones de personas fueron asesinadas en el curso de apenas doce años, entre 1933 y 1945, mientras Hitler y Stalin estaban en el poder. Si bien es cierto que sus patrias se convirtieron en campos de batalla a medio camino del periodo señalado, toda esta gente fue víctima de una política asesina antes que a bajas de guerra. La Segunda Guerra Mundial fue el conflicto más mortífero de la historia y cerca de la mitad de los soldados que cayeron en todos sus campos de batalla alrededor del mundo perecieron aquí, en esta misma región, en las tierras de sangre. Sin embargo, ni una sola de las catorce millones de personas asesinadas de las que aquí se habla fue un soldado en servicio activo. La mayoría fueron mujeres, niños y ancianos, ninguno portaba armas; muchos fueron despojados de sus posesiones, ropas inclusive” (De “Tierras de sangre”-Grupo Editorial Norma-Bogotá 2011).

Mientras que Hitler pretendía “limpiar la zona” ocupada por “razas inferiores”, previendo una futura expansión de la raza aria, Stalin destruía a quienes constituían peligros potenciales en futuras rebeliones. Snyder agrega: “Las personas pueden ser asesinadas en grandes cantidades, decía Hannah Arendt, porque líderes como Stalin y Hitler pueden imaginar un mundo sin kulaks [agricultores rusos], o sin judíos, y luego hacer que el mundo real se adapte –aunque imperfectamente- a sus visiones”.

La barbarie totalitaria sigue siendo justificada a partir de las ideologías respectivas. “Después de que la colectivización mató de inanición a millones de personas, Stalin argumentó que ello era evidencia de una exitosa lucha de clases. A medida que los judíos eran fusilados y luego muertos por asfixia, Hitler lo presentó –en términos aún más claros- como un objetivo de la guerra en sí mismo. Cuando perdió la guerra, Hitler se refirió al asesinato masivo de judíos como su victoria”.

Mientras exista la posibilidad de estatizar los medios de producción, estará presente la posibilidad del control de los alimentos por parte de los gobernantes, con la posibilidad cierta de intercambio de obediencia por alimentos y desobediencia por muerte, que es lo que está sucediendo en Venezuela.

La mayor hambruna de la historia fue la que produjo Mao-Tse-Tung en la China comunista que dirigía. Esas muertes no fueron ordenadas ni premeditadas, sino que se produjeron como consecuencia de decisiones adoptadas en un sistema político y económico muy poco eficaz. De ahí que el socialismo presenta dos peligros extremos: los efectos de la psicología personal del líder comunista y la ineficacia de su economía. Sin embargo, el marxismo-leninismo promueve en la actualidad sus aparentes virtudes como si nunca hubiera fracasado tan estrepitosamente. Jean-François Revel escribió: “Hace diez años caía el régimen soviético, y no bajo las armas del adversario –como le aconteció al nazismo-, sino por efecto de su propia putrefacción interna. Muchos pensaron naturalmente que este acontecimiento, el mayor fracaso de un sistema político en la historia de la humanidad, suscitaría en el seno de la izquierda internacional una reflexión crítica sobre la validez del socialismo. Ocurrió lo contrario. Después de un periodo de aturdimiento, la izquierda –sobre todo la no comunista- lanzó un impresionante batallón de justificaciones retrospectivas. De ello se extrae esta cómica conclusión: parece ser que lo que verdaderamente rebate la historia del siglo XX no es el totalitarismo comunista, sino…¡el liberalismo!”.

“Por consiguiente, toda comparación entre los dos mayores totalitarismos, el comunismo y el nazismo, sigue siendo tabú: prohibido constatar la identidad de sus métodos, de sus crímenes y de su fijación antiliberal. Así, durante la década 1990-2000, la izquierda ha hecho esfuerzos sobrehumanos por no sacar fruto del naufragio de sus propias ilusiones. ¿Qué ha sido exactamente esta «gran mascarada»? ¿No será otro ejemplo más del divorcio entre el narcisismo ideológico y la verdad histórica?” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).

martes, 3 de abril de 2018

Cristianismo: ¿promueve el amor o el altruismo?

La pregunta anterior tendrá una respuesta inmediata en quienes han indagado sobre el cristianismo; claramente la religión del amor. No ocurrirá lo mismo con aquellos que suponen que el cristianismo promueve sentimientos de lástima por el que sufre, o que implica facilitar el acceso a Dios para que nos conceda soluciones en situaciones de emergencia e incluso que el cristianismo promueve el altruismo, es decir, el sacrificio por los demás aun a costa del sufrimiento propio.

Esta última interpretación proviene de considerar la muerte de Cristo como un sacrificio personal y voluntario que favorece a los peores, mientras que en realidad intenta favorecer a las generaciones presentes y futuras, indicándoles la moral que deberían adoptar. Para comprender la diferencia entre amor al prójimo y altruismo, puede hacerse una analogía con el caso de una mujer embarazada a quien el médico que la atiende le comunica que uno de los dos ha de morir, la madre o el hijo por nacer, y que ella debe elegir. Si el amor propio supera al amor por el hijo a nacer, la madre optará por salvar su propia vida. Si, por el contrario, prefiere que viva su hijo, podrá interpretarse su decisión como una muestra de amor, o bien como una muestra de altruismo, pero no ambas.

Cuando existe amor suficiente, la madre sabe muy bien que en el futuro se lamentará por la muerte de su hijo por nacer, por lo que no tendrá dudas en optar por morir ella. Esa misma elección, cuando proviene de una actitud altruista, implica que no existe amor suficiente, sino que tal decisión ha de ser tomada teniendo en cuenta principios antes adoptados con una plena convicción. Nicolai Berdiaev escribió: “Se habla de altruismo cuando el amor se enfría y muere” (De “El sentido de la creación”-Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1978).

En el caso de la muerte de Cristo, es posible una doble interpretación, es decir, o bien que murió por amor a la humanidad o bien que lo hizo por puro altruismo, ya que el amor no existió. En el primer caso, si no hacía lo que sugerían las profecías, la humanidad habría de seguir por el errado camino seguido hasta entonces. De ahí que habría de arrepentirse por el resto de sus días por no haber actuado según lo requerían las circunstancias del momento. Luego, se descarta la segunda alternativa por cuanto Cristo dio muestras de amor por la humanidad y su ejemplo fue de amor y no de altruismo. Juan Bautista Alberdi escribió: “Con la sangre de Cristo fue sellado el triunfo de la doctrina, que haciendo libres, iguales y hermanos a todos los hombres y pueblos de la tierra, debía fecundar la historia moderna, echando los fundamentos de una sociabilidad humanitaria y nueva, sobre las ruinas de una sociabilidad estrecha y vieja” (De “El pensamiento vivo de Alberdi” de Jorge Mayer-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1983).

En realidad, la palabra “altruismo” fue empleada recién en el siglo XIX, por lo que, pareciera, nunca antes se hablaba de tal posibilidad en el caso de Cristo. “Altruismo: palabra derivada del latín alter (otro), y creada por Auguste Comte para designar la actitud opuesta al egoísmo” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

El altruismo es promovido por los sectores socialistas, por cuanto tal tendencia política tiende a favorecer a todo lo que se oponga al capitalismo. Y como se sugiere con frecuencia que la base del capitalismo es el egoísmo, tales sectores promueven al altruismo como actitud opuesta. Así, mientras el egoísta busca su propio beneficio sin apenas interesarse por los demás, el altruista busca el beneficio de los demás sin apenas interesarse por él mismo.

El amor predicado por el cristianismo, por el contrario, busca un beneficio simultáneo para ambas partes, ya que sugiere “amar al prójimo como a uno mismo”, es decir, compartir las penas y las alegrías ajenas como propias. Esta sería la actitud favorable para la cooperación entre los hombres. Incluso Ludwig von Mises, un economista representativo del liberalismo, sugiere que el objetivo y la base de la economía de mercado es precisamente la cooperación, y no el egoísmo. Que la economía de mercado pueda funcionar aceptablemente a pesar del egoísmo, no es lo mismo que decir que necesariamente debe existir el egoísmo para su eficaz funcionamiento.

La cooperación, considerada por Mises, tiene en cuenta cierta competencia que potencia los beneficios de la cooperación. Este es el caso de Messi y Cristiano Ronaldo, ya que ellos, en cierta forma, cooperan entre ellos y con el público, ya que deben esmerarse al máximo para no ser superados por el otro. Es decir, si bien compiten por ser el mejor del mundo, no implica una competencia destructiva, sino que es una competencia cooperativa que ellos, quizá, no adviertan en su justa medida. Mariano Grondona escribió: “La búsqueda de la felicidad no sería suficientemente enérgica si no encontrara en su camino dificultades y desafíos: «La virtud, como el arte, siempre tiene por objeto aquello que es más difícil, ya que el bien es de más alta calidad cuando es contrariado» (Ética a Nicómaco). Sin resistencia, no habría excelencia. Lo cual quiere decir que sin competencia tampoco habría excelencia, ya que aquel que compite conmigo me «resiste» prestándome el servicio de interponerse como un obstáculo que invita a la superación”.

“Este servicio yo se lo devuelvo al competir con él. La competencia resulta entonces, desde la perspectiva aristotélica, una forma insustituible de cooperación para la excelencia entre quienes participan en ella. Y aquellos que nos tientan con la «superación» de la competencia, con la protección o el monopolio, nos arrebatan la posibilidad de la excelencia, esto es, de la felicidad, a cambio del breve placer de la comodidad. Es un «falso placer» para Aristóteles, como lo son todos los que se buscan por sí mismos en vez de resultar la consecuencia no querida de la excelencia, que al poco tiempo revelará su verdadero rostro bajo la forma de la mediocridad, la frustración, el fracaso vital” (De “Bajo el imperio de las ideas morales”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1987).

Entre quienes interpretan al cristianismo como una religión que promueve el altruismo, antes que el amor, encontramos a Ayn Rand. Tal autora, muy buena conocedora del socialismo y de sus defectos, llega al extremo de considerar al egoísmo como una virtud, ya que el egoísmo es lo inverso del altruismo promovido por los socialistas. Casi nunca utiliza la palabra “cooperación” por lo que atribuye al cristianismo, injustificadamente, una prédica altruista. Al respecto expresó: “Según la mitología cristiana, murió en la cruz no por sus propios pecados, sino por los pecados de las personas no idólatras. En otras palabras, un hombre de perfecta virtud fue sacrificado por los hombres que son malvados y de quienes se espera o se supone que deben aceptar ese sacrificio. Si fuera cristiana, nada podría ponerme más indignada que eso, la noción de sacrificar el ideal por lo no ideal o la virtud por el vicio. Y es en el nombre de ese símbolo que se les pide a los hombres que se sacrifiquen por sus inferiores. Así es precisamente cómo se usa el simbolismo. Eso es tortura” (Entrevista de Alvin Toffler).

Al suponer que su muerte favorece al mal y no al bien, y al considerar que fue un acto de altruismo en vez de amor, le niega todo mérito asociándole tácitamente cierta imbecilidad. Si alguien no es capaz de amar a sus semejantes y por ello adopta una postura altruista, y sus efectos consisten en favorecer a los malos, resulta una muerte absurda y carente de todo mérito. Tal es la actitud, además, de quienes ven en el cristianismo una postura que favorece una “explotación laboral” a favor de quienes lo promueven entre la gente humilde.

También Friedrich Nietzsche encuentra en el cristianismo lo más bajo que pueda existir. “Nietzsche no niega todo valor a la moral cristiana. Admite, por ejemplo, que ha contribuido al refinamiento del hombre. Pero ve en ella, al mismo tiempo, una expresión del resentimiento característico del instinto del rebaño, o moral de los esclavos. Y el mismo resentimiento es atribuido a los movimientos democráticos y socialistas que Nietzsche interpreta como consecuencias del cristianismo” (De “Nietzsche” en Grandes Pensadores-Planeta-De Agostini SA-Barcelona 2004).

La muerte de Cristo tiene sentido en cuanto tiene previsto el futuro de la humanidad, promoviendo una mejora ética tanto para justos como para pecadores. No tiene sentido atribuirle al cristianismo una prédica altruista, ya que el “Amarás al prójimo como a ti mismo” implica compartir las penas y las alegrías ajenas como propias, lo que no tiene nada de altruismo, siendo el camino que lleva al hombre a la felicidad y no a “la tortura”.

El objetivismo es la filosofía propuesta por Ayn Rand. Al negar o desconocer la cooperación implícita en el amor al prójimo, propone en su reemplazo una especie de “egoísmo de a dos”, que cumpliría el rol antes atribuido al amor. El objetivismo es una propuesta filosófica con pretensiones universales, pero carente de una ética compatible con la empatía, a la cual parece desconocer. Pero lo grave del caso es que, al asociarle al cristianismo una actitud altruista, considera como iguales la supuesta “ética cristiana” con la ética marxista y de ahí que, en plena guerra ideológica, le obsequia a su propio enemigo, el marxismo, nada menos que la religión predominante en Occidente.

domingo, 1 de abril de 2018

El pensamiento de Alberdi

No resulta sencillo sintetizar el pensamiento de determinado autor por cuanto, aún cuando comprendamos las ideas básicas que lo orientan, no significa que con ello podamos también deducir las consecuencias posteriores que derivan de tales ideas básicas. Diversos autores pueden coincidir en su visión sobre la religión, la política o la economía, mientras que esas coincidencias se han de perder en cuanto el pensamiento se expande hacia las aplicaciones concretas en el acontecer cotidiano. De ahí que, en toda breve síntesis, sólo se pueda dar una orientación para un posterior estudio.

El pensamiento de Alberdi se caracteriza por haber sido aplicado a la reconstrucción de la República Argentina luego de la emancipación y de las guerras civiles, si bien sus ideas también son de aplicación para toda la América Latina. Para lograr tales objetivos apunta hacia la potenciación del individuo, como base de la sociedad que ha de conformar. De ahí que encuentre en el cristianismo un modelo de exaltación del individualismo. Juan Bautista Alberdi escribió: “La religión cristiana es el único medicamento que puede curar la República de sus achaques morales. Ella es la religión de la libertad porque enseña el dogma de la igualdad y el de la hermandad de los hombres, además de inculcar las cualidades del hombre libre: humildad, mansedumbre, indulgencia, desprendimiento”. “La religión misma es el primero de los bienes humanos” (Citado en “Alberdi y su circunstancia histórica” de Guillermo G. Mosso-Mendoza 1984).

En otra parte escribe: “Se dice a menudo que la religión cristiana es el fundamento de la libertad moderna; que el pueblo que no es cristiano no puede ser libre. Yo no conozco verdad más grande en la política moderna. Ha dicho Montesquieu, inspirado en la libertad inglesa, que la religión cristiana tiene el privilegio de hacer la felicidad de este mundo, sirviendo a la del otro. ¿Por qué razón el cristianismo es el secreto de la libertad moderna? Porque es la única religión que nos enseña a amar a nuestros enemigos; a responder a la ofensa con un servicio; al disidente como un hermano, en lo cual consiste la fraternidad, no de la familia, sino de la patria, de la sociedad entera” (De “El pensamiento vivo de Alberdi” de Jorge Mayer-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1983).

Guillermo G. Mosso sintetiza esta postura escribiendo: “El fin alberdiano es la libertad, es el bien, es el perfeccionamiento moral y espiritual del hombre, es el acceso de éste a mejores condiciones de bienestar y de cultura. La causa final en Alberdi es, en suma, la superación ética y moral del hombre –fin en sí mismo y no medio al servicio de otro fin, como enseñaba Kant-, anterior y superior al Estado, criatura humana obra de la misma Providencia que rige las relaciones entre los hombres, los hechos y las cosas”.

Mientras que la idea básica del cristianismo es la liberación del hombre respecto de la tutela de otros hombres, para ser gobernados por Dios a través de los mandamientos bíblicos, Alberdi vislumbra que tal Reino de Dios implica esencialmente un autogobierno. Así, el hombre se libera de otros hombres en la medida en que puede gobernarse a sí mismo. Mariano Grondona escribió: “Libertad es, entonces, autogobierno. Alberdi dice: «La vida civilizada es el camino, la libertad es el camino», para agregar algo que Mill había señalado en «On Liberty»: nadie puede saber mejor que cada persona lo que a ella misma le conviene. Por lo tanto, nadie puede sustituirnos. La decisión sobre lo que nos conviene pertenece a cada uno de nosotros. «La libertad es el mejor de los gobiernos por una razón palpable y natural. Como nadie es más amigo de sí mismo que uno mismo, nadie es mejor juez ni mejor administrador de lo que le interesa a su propia existencia que uno mismo»” (De “Los pensadores de la libertad”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1986).

La idea de autogobierno, como fin práctico por alcanzar, permite describir los procesos políticos bajo tal perspectiva. De ahí que Alberdi critica la continuidad del gobierno de tipo colonial que mantiene el país luego de la emancipación, que se prolonga hasta el caudillaje que impide establecer la unidad y posterior engrandecimiento de la nación. Grondona agrega: “He aquí una teoría original de la tiranía. «Pero estos hombres que se constituyeron en tutores de la sociedad a la cual habían liberado, en realidad no usurparon el poder. Porque la tiranía ocurre cuando la sociedad está en estado de minoría de edad». Es decir los tiranos no son la causa sino el efecto de la tiranía. El tutor es, en cierto modo, el producto del estado de minoridad de su pupilo”.

Acerca de la opinión de Alberdi sobre educación, Mariano Grondona escribió: “La teoría de la educación de Alberdi es fundamental. En los hechos, ganó Sarmiento. Para Alberdi, la educación no eran las escuelitas sino los hábitos, las costumbres, el cambio de los comportamientos. Alberdi prefería un campesino analfabeto pero interiormente libre a un abogado moralmente dependiente del Estado. ¿Qué hemos producido en mayor abundancia?”.

Mientras que los pueblos europeos elevaron su nivel de civilización luego de muchos siglos, no era aconsejable que el nuevo continente intentara establecer un proceso similar, largo y sufriente, por lo que Alberdi promovió la inmigración extranjera, especialmente del norte europeo, tal fue al menos su intención, escribiendo al respecto: “El único medio que queda por delante consiste en poner al país en camino de adquirir la inteligencia y la costumbre de la libertad y de educarse por sí propio en la práctica del gobierno por sí mismo. ¿Por cuál método? La migración de la Europa libre y civilizada educó la América libre antes y después de ser independiente…Ya pasó el tiempo en que los pueblos civilizados se hacían a fuerza de siglos. Hoy se improvisan en el Nuevo Mundo con los elementos que reciben ya formados del Antiguo” (Citado en “Los pensadores de la libertad”).

Alberdi observaba los distintos procesos que se producían en la América del Norte y el resto, advirtiendo las diferentes herencias recibidas. Grondona escribe al respecto: “Porque si bien se concretó la conquista, el rey [de España] se declaró dueño de todo, aun antes de haberlo descubierto. En el Norte, en cambio, todo era «res nullius», tierra de nadie, y el que la descubría se hacía dueño. El estilo español marcó la historia. Siempre las cosas fueron de alguien, y ese alguien las distribuyó…hasta que otro las redistribuyó, y así sucesivamente”.

“En el concepto anglosajón, de Locke a Nozick, nadie distribuyó la riqueza. Cada uno consiguió la que pudo con su trabajo. ¿Cómo voy a «redistribuir» eso, que no es producto de ninguna distribución anterior? En el concepto nuestro, en cambio, hubo una distribución. La riqueza se adquirió en nuestra sociedad, según la posición política en que uno estuviera. Alguien es el dueño de todo y lo va distribuyendo. Como nuestra base económica es que todo se distribuyó, todos se sienten con derecho a que se les dé algo”.

“Los campos se distribuyeron después de las campañas militares, la industria creció con protecciones. Cuando se descubrió el petróleo en la Argentina, en 1907, el presidente era José Figueroa Alcorta, conservador y liberal. Pero lo primero que hizo fue decretar que el subsuelo era del Estado. Reaccionó por reflejo, porque no era concebible en una sociedad como la nuestra que el ciudadano privado que encontrara petróleo fuera su dueño. Todo, antes de ser descubierto, ya era de alguien, quien lo distribuía. Este es el modo de adquisición de la riqueza que impugna Alberdi”.

“Hay dos métodos para obtener riquezas. El nuestro es un método político. Siempre hay alguien que es dueño eminente, porque la concepción del poder es patrimonial. En nuestro sistema, ser rico es haber obtenido beneficios de esa «eminencia», del virrey o del «libertador». En el otro sistema, el método es la libertad. Las cosas no son de nadie y la gente las consigue a través de su trabajo honesto y sin violar las leyes. Hay entonces una conexión profunda entre libertad y riqueza, porque la libertad en vez de distribuir la riqueza que hay, lleva a crear la que «no» hay; de ahí al desarrollo, a «la riqueza de las naciones» (Smith), no queda más que un paso”.

La libertad, asociada a la responsabilidad, es rechazada por el negligente que prefiere delegarla a otros con tal de no pensar y de no preocuparse por su situación. Alberdi escribe al respecto: “La libertad es una carga, un peso. No es un deleite. Es la carga agradable, que se impone gustoso el que fomenta su propio tesoro, y su propio valor. Para conservar entero este poder, que el país se reserva en garantía del que delega, debe ejercerlo incesante y continuamente. Lo mismo es dejar de ejercerlo un día, que empezar a perderlo…Los que se abstienen de intervenir en la política de su país pierden el derecho de quejarse de que son despolitizados. Porque son ellos mismos los que se dan el déspota del cual se quejan…El que renuncia a ejercer su libertad, no renuncia a un placer, renuncia a su propiedad privada, a su honor, a su hogar, a todo lo más caro para él en esta tierra. El papel más bello y fecundo de la libertad, o del poder del país por el país, no es el de delegado sino el de delegante. Es el del propietario del poder soberano, no es el de su administrador…Todo soberano, inclusive el soberano pueblo, paga su pereza con su corona”.

En cuanto al origen de la libertad que promueve, Alberdi agrega: “Cada América ha sido y será lo que es la Europa de que procede y se nutre. Hay dos Europas como hay dos Américas; la Europa autoritaria y la Europa libre; la una latina, la otra sajona, por el genio, no por la raza. Cada Europa tiene su correspondiente América, poblada de su pueblo, civilizada de su civilización, y dotada de sus costumbres, creencias, leyes, gustos, servidumbres y libertades. Cada Europa ha dado al Nuevo Mundo lo que podía darle, que es lo que ella tiene: la sajona le ha dado sus libertades; la latina le ha dado sus nobles servidumbres; y si le ha dado libertades, esas libertades han sido libertades españolas, libertades portuguesas, libertades francesas, libertades italianas, que son especie aparte de las libertades sajonas. La América del Sud puede preguntar a España, a Portugal, a Francia, a Italia si prefieren ellas su libertad latina a la libertad anglosajona de la Inglaterra y de los Estados Unidos” (De “Peregrinación de luz del día”-Editorial Choele-Choel-Buenos Aires 1947).