domingo, 5 de agosto de 2018

Adaptación cultural = Civilización + Cultura

Ante las exigencias que nos impone el orden natural como precio a pagar por nuestra supervivencia, la humanidad responde con el proceso de adaptación cultural a dicho orden, es decir, se trata de un proceso por el cual el hombre hace todo lo posible para ser apto para vivir en un mundo en donde las reglas del juego (leyes naturales) les son impuestas, ya sea que nos guste, o no, el carácter de dichas leyes.

Tal proceso adaptativo se materializa en otros dos que lo conforman; el civilizatorio y el cultural propiamente dicho, no existiendo una división abrupta entre ambos. Puede decirse que el primero implica una adaptación “gruesa” y el segundo una adaptación “fina”. El primero está asociado a la organización de aspectos inherentes a vivienda, vestimenta, alimentos y a un orden social básico, mientras que el segundo atañe a nuestra conducta y creatividad individual que nos han de permitir la vida en sociedad. Si una nación fuese una persona, la civilización estaría asociada al cuerpo mientras que la cultura lo estaría a los afectos y a la mente. Mientras que la civilización se fundamenta esencialmente en la tecnología, generando una secuencia progresiva y acumulativa de conocimientos, el proceso cultural presenta avances y retrocesos que no permiten alcanzar un progreso evidente y satisfactorio. Robert L. Carneiro escribió: “La cultura, atributo exclusivo del hombre, es algo que éste interpone entre él y su medio ambiente para garantizar su seguridad y su supervivencia. La cultura, como tal, favorece la adaptación”.

“Esta concepción de la cultura, poco usual hace escasos decenios, se ha extendido mucho en los últimos años entre los antropólogos”. “Hace tiempo que los biólogos han hecho ver que la vida social no es algo misterioso o caprichoso, sino que, al igual que la tecnología, es adaptativa. El ecólogo Angus Woodbury reconoce que la vida social es una adaptación para utilizar con eficiencia el tiempo y el espacio en la Tierra; la existencia de una vida social viene impuesta a los miembros de un grupo por la necesidad de cooperar para triunfar en la lucha por la existencia” (De la “Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1974).

En cuanto a las denominaciones mencionadas, leemos lo siguiente: “Civilización y cultura: En francés: aunque estas dos palabras sean a menudo sinónimos, civilización es más amplia y engloba a la vez la técnica y todas las manifestaciones de la vida espiritual, en tanto que la cultura se refiere sólo a lo espiritual. Además, mientras la civilización es asunto social o colectivo, la cultura es cosa más personal y no se adquiere sin un trabajo personal”.
“Los alemanes tienden a oponer civilización (identificada con progreso material o técnico) y cultura (concebida como el acervo espiritual)”.
“Los angloamericanos se inclinan a rechazar la noción de civilización como redundante con la de cultura”.
“En España se suelen utilizar estos conceptos en un sentido intermedio entre el francés y el alemán, dado que nuestro mundo intelectual es tributario de estos países” (Del “Diccionario del Lenguaje Filosófico” de Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

En forma semejante al proceder de los individuos que descuidan los aspectos culturales para acentuar los materiales, los diversos pueblos generalmente tienden a acentuar la búsqueda de lo civilizatorio descuidando lo cultural; las crisis subsiguientes los obligan a establecer procesos culturales de “emergencia” para restaurar el nivel cultural perdido. Pitirim A. Sorokin, describiendo el pensamiento de Nicolai Berdiaev, escribió: “Un periodo de florecimiento cultural presupone una severa limitación de la voluntad de «vivir»; exige desinterés, algo ascético que trascienda la «apasionada glotonería de la vida». Cuando una tal «glotonería por la vida» se desarrolla en las masas, entonces esta «vida», y no la actividad creadora cultural, se convierte en fin supremo”.

“Puesto que la cultura y la creación cultural son siempre aristocráticas, dejan de ser los supremos autovalores y se convierten en simples instrumentos para el «mejoramiento práctico de la vida», para la «prosperidad y la felicidad». Con esta degradación de la cultura y de la pura actividad creadora al nivel de instrumentales valores de tercera clase, la tendencia hacia la cultura y hacia la creación desinteresada se debilita y con el tiempo muere”.

“Como ella, muere la tendencia a la creación genial, y el genio se hace cada vez más raro. Bajo estas condiciones, la cultura no puede sostenerse en su alto nivel; está obligada a deslizarse hacia abajo; su aspecto cualitativo tiende a ser reemplazado por el cuantitativo; una especie de entropía social se desarrolla, y la cultura se convierte en una «civilización» no creadora. Inmanentemente, la cultura declina y se derrumba porque se desvía de los fines y tareas que la engrandecieron en su fase creadora”.

“Esto explica por qué el alto florecimiento cultural de Alemania a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX –cuando en un periodo de pocas décadas el mundo vio a Lessing, Herder, Goethe, Schiller, Kant, Fichte, Hegel, Schelling, Schleiermacher, Schopenhauer, Novalis, Mozart, Händel, Haydn, Beethoven y docenas de otros «astros» de primera clase- sucedió en un periodo en que la vida real de Alemania era pobre, difícil, deprimida y burguesa. Igualmente, la vida real de Italia en el periodo del Renacimiento fue miserable y poco envidiable. Regularmente, la vida práctica de los grandes creadores –por ejemplo, Mozart o Beethoven, Leonardo o Miguel Ángel- fue dolorosa y trágica. «La cultura ha sido siempre un gran fracaso respecto a la vida»”.

“Existe una especie de oposición entre cultura y vida. Cuando la vida se hace «civilizada», «feliz y próspera», entonces la creación cultural decae y la cultura es reemplazada por la «civilización». «La cultura es desinteresada, no es egoísta, en sus más altas realizaciones; la civilización es siempre utilitaria e interesada». Tal es la dialéctica de la decadencia de la cultura creadora hacia la civilización no creadora”.

“Aunque es una ley casi general, esta degradación de la cultura en civilización no es el único destino de una cultura creadora. La cultura puede tomar otro camino: la vía de la transfiguración religiosa de la vida, y por esa vía, la realización de la existencia genuina (del verdadero ser). Tal es el curso que siguió la declinante cultura grecorromana. Dando por resultado el nacimiento y desarrollo del cristianismo. En su periodo heroico y verdaderamente cristiano, el cristianismo condujo a la transfiguración religiosa de la vida y a la creación de una gran cultura cristiana medieval. Con el tiempo, el cristianismo dejó de ser verdaderamente religioso y se hizo verbal y ritualista, un mecanismo económico y político; como tal, perdió su poder transfigurador. Es posible que la cultura de transición de Occidente elegirá esta vía religiosa de transfiguración de la vida para perpetuar sus valores perennes y conducir a la Humanidad a una vida verdaderamente creadora” (De “Las filosofías sociales de nuestra época de crisis”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1954).

En la actualidad, como en épocas anteriores, existe un injusto ataque contra la ciencia y la tecnología, culpándolas de debilitar los valores culturales, ya que éstos quedan relegados por lo material. No debe criticarse a quienes cumplen muy bien su parte correspondiente en el proceso de adaptación al orden natural, sino que debería criticarse a las ciencias sociales y a las humanidades en general, por no ser capaces de brindar conocimientos suficientes para orientar al hombre hacia una plena vida cultural. Es una actitud similar a la adoptada contra la economía de mercado cuando se la acusa de promover el consumismo, cuando en realidad esta tendencia no es otra cosa que la consecuencia de cierto vacío existencial y cultural que aqueja al hombre actual.

Uno de los críticos de la civilización occidental del siglo XX, fue Mahatma Gandhi, un gran impulsor de la cultura de los pueblos. Al respecto escribió: “Embriagados por la civilización moderna, no se van a poner a escribir contra ella. Van, por el contrario, a buscar hechos y fundamentos para defenderla, y lo harán inconscientemente, creyendo tener razón. El hombre que sueña se cree en la realidad, y no cae en la cuenta de su error hasta que despierta. Quien trabaja en la atmósfera emponzoñada de la civilización moderna es semejante a un hombre que sueña. Las obras que leemos son, en general, escritas por defensores de la civilización moderna, en la que, naturalmente, se hallan también seres brillantes e incluso hombres de valor. Estamos hipnotizados por esos escritos, y es así como, uno tras otro, somos arrastrados en el torbellino”.

“Veamos primeramente cuál es el estado de cosas sobreentendidas en el vocablo «civilización». Una cosa es cierta: las gentes que la padecen hacen del bienestar material el objeto principal de sus vidas. Tomemos algunos ejemplos. Los pueblos de Europa viven bastante mejor alojados que hace cien años. Se considera esto como el distintivo mismo de la civilización, y este progreso contribuye a la felicidad material. En otras épocas se vestía con pieles de animales y como armas se usaban lanzas. En la actualidad se llevan pantalones largos, se utiliza toda clase de vestimentas y las lanzas han sido reemplazadas por revólveres con cargadores de cinco balas. Si los habitantes de un país donde se usa poca vestimenta, y poco calzado, resuelven vestirse a la usanza europea, se considera que han pasado del salvajismo a la civilización”.

“Esta civilización es la irreligión misma, y tal es su imperio sobre los europeos que quienes la sufren nos parecen medio locos. No tienen ni fuerza física ni valentía. Se embriagan para procurarse alguna energía. Sienten la pesadumbre de ser dichosos en la soledad”. “Tal es esta civilización, que basta esperar con paciencia a que por sí misma se destruya”.

“La civilización no es una enfermedad incurable, pero es preciso no olvidar que el pueblo inglés, en este momento, sufre por todo ello” (De “La civilización occidental y nuestra independencia”-Editorial Sur SRL-Buenos Aires 1959).

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