miércoles, 28 de noviembre de 2018

La falsa espiritualidad del materialista sin éxito

En una sociedad que valora prioritariamente lo material, en desmedro de lo afectivo y lo intelectual, es frecuente encontrar personas que, al no lograr éxito en cuestiones materiales, adopta una actitud pseudo-espiritual de manera de justificar ante los demás, y ante sí mismo, este fracaso. Adopta, además, actitudes hostiles hacia el exitoso en lo material y, sobre todo, hacia el “sistema socioeconómico” que le impide estar en una posición social preeminente.

Mientras que el materialista exitoso resulta ser una persona que tiene como único y exclusivo tema de conversación sus “proezas” u logros personales en esos aspectos, el pseudo-espiritual adopta como tema principal las críticas contra el materialismo reinante y las supuestas (y reales) maniobras ilegales que realiza todo aquel que logra éxito empresarial.

Incluso los socialistas, en vez de aceptar la ineficacia de la economía que proponen, tienden a asociar al socialismo ciertos objetivos “espirituales”, inexistentes en la ideología básica, Se llega así a una permanente descalificación de la economía de mercado y a un sistemático elogio al socialismo bajo la máscara de esa falsa actitud adoptada. Este ha sido el caso de la Cuba castrista, proceso descrito por Carlos Alberto Montaner y que a continuación se transcribe:

La retórica del no consumismo

A mitad de camino, en medio del fracaso económico, el castrismo cambió de cabalgadura. Originariamente, el comunismo era una fórmula perfecta para el desarrollo fulminante de la Isla. Luego, el gobierno ha dicho que ya no se propone construir una sociedad de consumo. La primera impresión de esta paladina declaración es buena. La «sociedad de consumo» tiene mala prensa. Entre las cosas que se consumen en las sociedades de consumo hay una buena dosis de literatura contra las sociedades de consumo. Parece un trabalenguas, pero no pasa de ser una tontería.

Lo cierto es que el desarrollo, el progreso, no es otra cosa que la creciente lista de objetos, aparatos e ingenios a disposición del hombre a través del tiempo. Las únicas necesidades reales del hombre son alimento, descanso, y sexo para perpetuar la especie. La sociedad de consumo comenzó con el garrote de la edad de piedra, el fuego, la rueda, y no ha parado hasta las naves espaciales. Puede ser muy poético eso de clamar contra las sociedades de consumo –a mí me parece francamente reaccionario- pero no encaja en la historia del hombre.

Hay, además, una contradicción evidente en dedicarse frenéticamente a desarrollar un país, mientras se le dice que se renuncia a la sociedad de consumo. El desarrollo es (únicamente) un instrumento de consumo, salvo que todos hayamos perdido la razón. Sólo las sociedades contemplativas –los monjes budistas, los trapenses- pueden honestamente proclamar su renuncia al consumo de bienes materiales y, por lo tanto, su renuncia al progreso. Renunciar al consumo es renunciar a la dialéctica del progreso.

Por supuesto, en Cuba esa proclamada renuncia es la versión tropical de la fábula del zorro y las uvas. Se renuncia al consumo porque la producción está verde. No podía ser de otro modo, dados los escasos incentivos del trabajador, la torpeza de sus jefes y la absurda estructura económica del socialismo. En todo caso, antes de aceptar como válida la proposición que hace el castrismo de crear para los cubanos una sociedad no consumista, alguien deberá contestar las siguientes preguntas:

Primero: ¿en qué versículo de El Capital se recetan las bondades de la pobreza ascética permanente? Eso más bien huele a cierto renunciamiento de corte religioso, muy próximo a la teología de la pobreza que en los sesenta se debatía en el seno de la Iglesia Católica, o en las tradiciones místicas orientales.

Segundo: aceptemos, pues, que el no consumismo es un objetivo ajeno, extraño y hasta contrario a la esencia del marxismo. Pero ¿de qué misteriosa manga ha surgido el mandato para decretar el ascetismo no consumista para los cubanos? ¿Cuándo y cómo los cubanos han seleccionado la austeridad como objetivo vital? ¿Cómo puede atreverse un gobierno a decretar el no consumo como norma vital permanente? Puede admitirse el no consumo como fatalidad pasajera ante una catástrofe, pero de ahí a establecer esa desdicha como «modo de vida» va un largo trecho que ciertos revolucionarios o ciertos monjes de clausura obtengan recompensas espirituales a consecuencia del voto de pobreza, pero este tipo de ser humano peculiar es sólo un mínimo porcentaje de la población y me parece una total locura convertirlo en arquetipo.

Tercero: pero admitamos -¿qué más da no admitirla?- la impuesta arbitrariedad, sólo que exigiendo cierta precisión: ¿qué tipo de consumo se va a prohibir? ¿Se prohíbe la televisión a color, el video, el estéreo, los juegos electrónicos, las computadoras de bolsillo, la lavadora, el congelador familiar, el automóvil, el reloj de cuarzo, la máquina de escribir o de afeitar eléctrica? ¿Se prohíben las lentes de contacto blandas, la cirugía cosmética o las prótesis de siliconas? ¿El papel higiénico, los desodorantes o las compresas femeninas son objetos consumibles o no consumibles? ¿Por dónde pasa la raya entre la necesidad legítima y la superficial? ¿Cuántas camisas, faldas, chaquetas o guayaberas se pueden poseer sin infringir la ley? ¿Cuáles son los objetos non-sanctos y por qué son ésos y no otros? Es muy fácil salir del paso con el estribillo de que no-vamos-a-construir-una-sociedad-de-consumo, pero esto requiere una multitud de aclaraciones que los cubanos no piden porque –supongo- las aclaraciones también deben ser racionadas.

Cuarto: comoquiera que los objetos y su manipulación son los que determinan la contemporaneidad de las sociedades y su relativa situación en el tiempo, sería interesante que los funcionarios cubanos aclararan a cuál estadio de desarrollo pretenden remitir a los cubanos. Supongo que los gobernantes cubanos se han percatado de que la esencial diferencia que existe entre los londinenses y los hotentotes es la posesión o el usufructo de ciertos objetos y la destreza en su utilización. ¿En qué punto exacto del no consumo y uso de los objetos deben permanecer los cubanos? ¿A qué distancia de los hotentotes o de los londinenses les corresponde existir a los habitantes de la isla? ¿A qué grado de complejidad social les ha destinado la preclara cúpula dirigente revolucionaria? Las bicicletas en que ahora se transportan, ¿son definitivas, o también pueden ser prohibidas?

Quinto: quienes viven en España han podido ver en infinidad de ocasiones a los funcionarios cubanos comprando con incontenible avaricia toda clase de objetos, con el propósito de trasladarlos a Cuba para disfrute personal. ¿Quiere eso decir que el no consumo es sólo para los cubanos que no pueden viajar al exterior? ¿Quiénes pueden disfrutar del consumo y por qué? ¿Cuáles son los límites y la racionalidad de los privilegios? Más aún: ¿cómo deben comportarse los funcionarios que viven en el exterior? ¿Deben sucumbir a la alienación del consumo occidental o deben mantenerse dentro de las coordenadas éticas de la isla, o sea, sometidos a la austeridad y pobreza ascéticas del «espartanismo» propuesto por La Habana? ¿Por qué los miembros de la nomenclatura, encabezados por el propio Fidel, están exentos del no consumismo y poseen toda clase de objetos?

Habría muchas más preguntas que hacer, pero prefiero poner fin a este «cuestionario» con una observación final: es comprensible que los funcionarios y los partidarios, siempre a la búsqueda de coartadas y pretextos, enarbolen las virtudes del ascetismo y el no consumo como justificación de la pobreza y el atraso imperante en Cuba, pero las personas realmente serias que indagan sobre la naturaleza íntima de la sociedad cubana no deben aceptar sin más esa explicación. La cubanología, como cualquier otro apéndice de la ciencia social, debe comenzar por dudar de las premisas y los axiomas que de entrada le obsequian. (De “Víspera del final: Fidel Castro y la Revolución cubana”-Globus Comunicación-Madrid 1994).

domingo, 25 de noviembre de 2018

Gimnasia progresiva con pesas

En épocas en que muchos jóvenes tienden a destruir su mente y su cuerpo mediante el consumo de drogas, resulta interesante mencionar la existencia de un deporte que apunta a la “construcción del cuerpo” (body-building), conocido en los países de habla hispana como fisicoculturismo.

Algunos deportistas profesionales, sin embargo, olvidan la “construcción del cuerpo” y emplean drogas que permiten ejercitar con mayores pesos. La utilización de estimulantes atenta contra el espíritu del deporte, ya que toda competencia deportiva debe caracterizarse por la no utilización de aquello previamente prohibido, olvidando además de que el deporte apunta a lograr un beneficio general para el deportista. Si bien puede entenderse que alguien arriesgue su salud por vencer en una competencia de alto nivel, resulta incomprensible que lo haga para triunfar en competencias locales, o casi familiares.

Las primeras exhibiciones de fisicoculturistas se establecen como complemento en los torneos de levantamiento de pesas. Aunque el, entonces, nuevo deporte utiliza pesas, el objetivo a lograr es puramente estético. La denominación que lo define con mayor precisión es el de “gimnasia progresiva con pesas”. Una de las ventajas de este deporte radica en que no se necesitan aparatos costosos para su práctica, ya que tales elementos sólo implican facilitar el arduo, y a veces tedioso, trabajo implicado en cada entrenamiento. Por ejemplo, Arnold Schwarzenegger empleaba en sus primeras etapas solamente barra, pesas y mancuernas.

El entrenamiento consiste esencialmente en realizar 3 series de 10 repeticiones, que puede simbolizarse como:

3 x 10

Ello implica:

10 repeticiones de un ejercicio (descanso) + 10 repeticiones (descanso) + 10 repeticiones (descanso)

El descanso aconsejable es de 30 segundos a 2 minutos, mientras que el peso adecuado es aquel que permite llegar a la décima repetición con el músculo extenuado. Como cada músculo posee varias fibrillas que actúan al todo o nada, se trata de llegar a ese estado para darle oportunidad a todas las fibrillas a que actúen. El crecimiento posterior del músculo ha de ser la respuesta natural ante la adaptación requerida para una tarea no realizada anteriormente.

Adviértase que normalmente no se recomiendan pesos concretos para ejercitar, ya que ellos dependen de cada deportista. La idea es entrenar con el 60 % del mayor peso que uno pueda levantar en determinado ejercicio. Sin embargo, no hace falta conocer ese mayor peso, ya que resulta más sencillo ejercitar con un peso cualquiera y tratar de llegar a la extenuación a la décima repetición. Si se llega a ese estado a la 6ª, por ejemplo, implica que deber reducir ese peso. Si llega a la 15ª, implica que debe aumentarlo.

Algunos deportistas entrenan con pesos cercanos al 80 % del máximo, aunque este criterio no es recomendable para quienes no son profesionales. La natación, por ejemplo, vendría a ser un “fisicoculturismo atenuado”, ya que implica ejercitar con un 30 % de la fuerza total.

Además de estas sugerencias debe prestarse atención al descanso de un día requerido luego de cada entrenamiento. De ahí que se recomienda asistir a un gimnasio, o en su propia casa, sólo tres veces por semana. Ernesto Piñeyro escribió: “Quien comienza piensa que si la gimnasia con pesas es tan buena, ¿por qué no hacerla todos los días para desarrollar más rápido? El hecho de entrenar lunes, miércoles y viernes o martes, jueves y sábado, dejando día de por medio, responde a una de las leyes biológicas claves e inviolables del culturismo, que es el proceso de RECUPERACIÓN: un principiante tiene que respetar estrictamente el principio de un día de descanso después de uno de actividad”.

“Contrariamente a lo que él piensa, su desarrollo no se produce cuando entrena, pues en ese momento está rompiendo células. El desarrollo viene como sobre-compensación al día siguiente del ejercicio, con el DESCANSO: este maravilloso mecanismo de mantenimiento, ajuste y crecimiento, es hecho por nuestro cuerpo en previsión de nuevos «ataques». Resulta tan perfecto, que prepara al cuerpo cada vez con mayor fuerza, volumen y energía” (De “Rutina de iniciación”-Músculo y salud-Buenos Aires 1980).

También es necesario advertir que el deportista debe salir “entero” al finalizar cada entrenamiento y no “arrastrando las piernas” como síntoma de agotamiento. Piñeyro agrega: “La energía muscular de una persona dura entre hora y hora y media, en consecuencia no sobrepase este límite, especialmente si está bajo de peso. Si continúa, llevará al cuerpo a un «stress» muscular, es decir a un futuro sobre-entrenamiento, lo cual significa estancamiento en su desarrollo y alteración en su sistema nervioso. Más allá de ese límite es su energía nerviosa la que actúa, con la secuela negativa que este hecho proporciona”.

A medida que el músculo se va adaptando a las nuevas condiciones exigidas, el peso utilizado deberá ir en aumento, para seguir con la rutina mencionada. En esto se advierte el origen de la denominación de “gimnasia progresiva con pesas”. Es también posible lograr mejoras sin utilizar pesas, barras y mancuernas, sino utilizando el peso del propio cuerpo. Para hacer trabajar la mayor parte de los músculos se recomiendan los dos siguientes:

a- Músculos superiores (arriba de la cintura): disponer de dos mesas, o dos sillas resistentes, o algo en forma de “V”. Ubicarse dentro de la “V”, con los pies en el aire, y hacer flexiones subiendo y bajando.

b- Piernas: realizar la “sentadilla francesa”, elevando los talones con una madera o similar. Este ejercicio implica sentarse (apoyando solamente los pies y los talones) y flexionando los músculos superiores a las rodillas desde una posición horizontal, descendiendo desde allí, recuperando luego la horizontal.

Como el peso del cuerpo es esencialmente fijo, se debe aumentar el número de repeticiones por serie, o aumentar el número de series o bien disminuir el tiempo de descanso. El fisicoculturista Frank Zane sugería anotar todos los detalles de un entrenamiento buscando luego mejorar el record anterior, variando algunos de los aspectos antes mencionados.

Uno de los aspectos destacables de este deporte surge del hecho de que un ganador del Mister Olympia logró triunfar con 43 años de edad (Shawn Rhoden). Incluso Albert Beckles venció en una competencia amateur con 52 años. Este deporte, aconsejable para personas adultas, no lo es para adolescentes en pleno crecimiento ya que el desarrollo muscular puede interferir con el proceso natural de crecimiento, por lo que algunos gimnasios prohíben la entrada a menores de 18 años.

viernes, 23 de noviembre de 2018

¿Cómo funciona una economía socialista?

Por Carlos Alberto Montaner

La batalla de la producción

La «producción» es la fijación neurótica del socialismo. Es una misteriosa manía que consiste en perseguir metas, cumplirlas –o no cumplirlas- y luego fijar otras metas. Claro que lo producido se reparte, y toca a más -o a menos, si no hay suerte, o lluvias, etc.-, pero en el fondo no es tan importante lo que se produce como el espíritu deportivo que se trata de insuflar al proceso productivo. En medio de la barahúnda, nadie repara en el absurdo esencial que comporta la conducta de unos señores persiguiendo unas metas que flotan en el horizonte. Eso es tan alienante como los peores aspectos del capitalismo y la sociedad de consumo.

En Cuba, el honor de la patria está en las chimeneas. Es como si Calderón fuera ministro de Industria. Cada fracaso, un luto; cada triunfo, una fiesta y otra meta. La vida, más que un sueño, es trabajo voluntario. La zafra de los diez millones, como sólo llegó a ocho, y como comprometía el honor nacional, dejó a los cubanos sin honra. Fidel se rasgó las vestiduras, cesó a un ministro providencialmente apellidado Borrego, y el país se sumió en la tristeza.

Es cierto que esta atmósfera delirante de metas, emulaciones, tablas de producción y batallas fantasmales contra imperialismos existía en todas las latitudes del socialismo, pero en Cuba la fiebre alcanzó su más alta temperatura. El secreto está en la personalidad de Fidel. Fidel es un competidor por naturaleza. Un hombre en perpetua lucha con otros hombres, sin reparar demasiado en el objeto de la lucha. Fidel ha cogido de su cuenta la batalla de la producción. Personalmente vigila la eficiencia de las vacas lecheras, de las gallinas ponedoras y de los obreros azucareros. Todo esto le entusiasma tremendamente…El presidente, que juega al béisbol y al baloncesto y practica la pesca submarina, transmite a la nación su carácter fieramente competitivo. Cuando era apenas un niño del colegio Belén –cuentan regocijados sus partidarios- se hizo famoso entre los compañeros porque por ganar una apuesta trató de abrir un portón de hierro lanzándose a toda velocidad con su bicicleta. Se abrió la cabeza, pero el llanto sobrevino por el fracaso, no por el dolor. Alterando la divisa olímpica, la cuestión es competir y ganar.

Este chismorreo no tendría importancia si el destino de Cuba no estuviera tan ligado a la personalidad de Fidel. Fidel, como el Che con su dichoso «hombre nuevo», quiere hacer el país a su imagen y semejanza. Desea, y se desespera porque no lo logra, legiones de cubanos que cumplan metas igual a cómo los corredores saltan vallas. El problema es que, salvo en espíritus excepcionalmente tenaces, el entusiasmo tiene unos límites bastante precisos. Varias décadas de entusiasmo son demasiados años. Amanecer día tras día, semana tras semana, año tras año, con el espíritu radiante porque-se-está-cumpliendo-un-deber-y-unas-metas, es una tarea de elegidos o de oligofrénicos.

El entusiasmo deportivo –da igual que sea revolucionario, religioso o futbolístico: el fanático y su entusiasmo patológico son uno y lo mismo en cualquier actividad– requiere éxitos y pausas para perpetuarse. No es posible mantener una tensión competitiva permanente como ha exigido la revolución. La gente sencillamente se cansa de todo ese fastidio de cortar tantas arrobas, apilar tantos ladrillos a apretar tantas tuercas por minuto. La primera vez que se gana un concurso de rapidez y eficiencia en el trabajo -¡oh las medallas stajanovistas!- se tiene la sensación de que se es un héroe; la segunda vez se sospecha que uno está haciendo el idiota. George Orwell describe bien este fenómeno en su delicioso Rebelión en la Granja.

Cuba ha renunciado a la sociedad de consumo. Eso –de acuerdo- es una aberración de la sociedad capitalista. Pero en las sociedades de consumo el trabajador, alienado y todo, alcanza a ver una relación entre su esfuerzo y la recompensa, aunque esa recompensa sea una necesidad artificialmente creada. En Cuba, pasada la euforia y el rito público, no es muy obvio por qué hay que producir más cemento por persona o dedicarle sábado y domingo al trabajo voluntario. Los comunistas, que le tienen horror a las abstracciones, acaban por sucumbir a los fetiches más deletéreos. La producción es uno de ellos. No discuto la necesidad de que se produzcan más gallinas o huevos para atender las necesidades de la población, sino el hecho monstruoso de que ese objetivo se convierta en un leitmotiv de la nación.

Poner a todo un pueblo con sus implacables medios de comunicación (cine, televisión, periódicos, radio) a girar en torno a la aritmética de la producción es alienante, absurdo, aburrido y esterilizador. Las batallas avícolas y porcinas suelen ser soporíferas. Un viejo y un cándido camarada alguna vez me contaba su estupor: «No entiendo, cuando son niños no tienen madurez para interesarse por estas cosas, y cuando son maduros no muestran interés». Y venga entonces a culpar a los hombres y a darle a la historia de la «conciencia revolucionaria» para intentar justificar lo injustificable: el total FRACASO del sistema como método para la creación de riquezas.

Escasez y sociedad de consumo

En todo caso, la libreta de racionamiento me parece lo más justo del mundo. Eso está bien: que lo que haya, se reparta entre todos. En momentos de crisis (la Europa de la guerra y la posguerra, los náufragos de un barco) es inexcusable un racional acopio y reparto de los bienes materiales. Sólo que una crisis de este tipo no puede durar indefinidamente sin que cuestione la capacidad de los responsables. En 1959, Cuba no había pasado por una guerra civil. Batista huyó tras las primeras escaramuzas. El país estaba intacto y podía exhibir la tercera tasa per cápita de ingestión de proteínas en el continente. Más alta, por cierto, que el límite mínimo que señala la FAO.

Tres años después de tomado el poder por los comunistas, comenzó el racionamiento de comida, ropa, calzado, y la escasez de todo lo demás. Se dirá que Cuba perdió mucho con el bloqueo norteamericano, pero se supone que ganó con la Unión Soviética, Europa Oriental, China, Corea, y la familia de semisatélites. Con Europa, Japón y Canadá estrechó lazos económicos. Con América Latina ha comerciado más que nunca en su historia. En ningún momento Cuba ha tenido más puertas abiertas. La imagen del pequeño David luchando por mantener su desarrollo contra la CIA, los ciclones y la confabulación internacional sólo sirve para enmascarar una verdad rotunda: el país está en manos de una legión de incapaces.

Hace treinta años, cuando la libreta de racionamiento de Castro era mucho más generosa que la de hoy, algún economista curioso comparó la libreta de racionamiento con la dieta obligatoria otorgada por España a los esclavos. El pasmoso resultado fue que los esclavos, entonces, estaban más y mejor alimentados que los cubanos de estos tiempos azarosos. La escasez y el racionamiento prolongado tienen una penosa consecuencia: en medio de una sociedad idealista, el «hombre nuevo» cubano vive pendiente de los bienes materiales. Allí se vive por y para adquirir dos libras de manteca, media docena de huevos y una suela porque-se-me-sale-el-dedo-gordo. Para sintetizar la nada metafísica angustia a esta modalidad de la ansiedad obsesiva, algún psicólogo cubano la ha llamado «el trauma del picadillo». El picadillo, plato nacional por excelencia, ha cedido su nombre a la epidemia nacional por excelencia: la búsqueda de comida.

Es deprimente escuchar las letanías de «este año van a dar un calzoncillo extra» o «en la tienda Mónaco hay sardinas por la libre», o la idiota historia de los Kotex que se robaron, la vitamina que mandan por correo para Chicho-que-está-transparente, la lata de leche que era agua, cambiada por la botella de ron, que también era agua. Típico intercambio entre dos deshonestos negociantes del vendaval revolucionario. Lo peor de la escasez es la manía. La manía de hablar de eso, o de dedicarse a burlarla. Toda la alienante picaresca que la circunda.

Fidel y su equipo justificaron la implantación del comunismo en Cuba como una fórmula mágica para el desarrollo. Prometieron villas y castillas. Automóviles de fabricación nacional en diez años, techo, comodidades, industrialización. La panacea. Casi opulencia. «En la próxima década –dijo Guevara en medio de un ataque de alucinación- sobrepasaremos la renta per cápita norteamericana». Treinta años después, si no llueve, si no hay frío, si la gente trabaja, si la cosecha se recoge a tiempo y –sobre todo- si los rusos no dejan de comprar azúcar y vender petróleo, a lo mejor aumenta la cuota de yuca, boniato o huevos. El parto de los montes. O el ridículo, que es peor y menos literario.

¿Había en aquellas promesas desaforadas la intención de engañar al pueblo, o pura ignorancia? Yo me temo que lo segundo. Y lo temo porque no hay nada más peligroso que un ignorante eufórico. Los gobernantes cubanos carecían de experiencia laboral y tenían un demencial punto de referencia que daba origen a cualquier decisión atolondrada: la aventura de la Sierra Maestra. ¿Vamos a fabricar automóviles? Claro que sí: más difícil era derrotar a Batista y lo logramos. ¿Vamos a desecar la Ciénaga de Zapata? Claro que sí. ¿Vamos a cosechar diez millones? Claro que sí. ¿A convertir los Andes en Sierra Maestra? Claro que sí. El éxito contra pronóstico de la guerrilla, dotó a los dirigentes cubanos de una inagotable confianza en sus iniciativas. En unas mentalidades «tira tiros», poco reflexivas, y escasamente formadas, no podía concebirse que fuera mucho más difícil fabricar automóviles que volarlos. Cualquier proyecto, cualquier plan, por complicado que fuera, era más fácil que lo otro. Más sencillo que la mitología de la secta.

Se ha dicho que la pobreza y el racionamiento son armas al servicio de la represión totalitaria. Hay algo de esto. El «trauma del picadillo» convierte al hombre en un obseso desenterrador de huesos. No le preocupa nada más que vestirse y alimentarse. El racionamiento, además, es un formidable chantaje. Cuando se acude con la libreta a buscar la cuota, se tiene la sensación de que nos mantenemos vivos gracias a la generosidad del gobierno. Es un poco lo que piensa el pobre cuando recibe sobras de comida de manos del rico.

La libreta de racionamiento fomenta la abyecta mentalidad del limosnero: el gobierno pasa a ser un ente poderoso de cuya bondad llega a depender el hambre o la satisfacción. Si se rebelan –miles de cubanos han sido privados de su libreta de racionamiento por diversas razones- pueden dejarlos sin comida o sin ropa. Si obedecen, no les negarán la cuota. Cualquier persona puede darse cuenta del enorme poder que emana del hecho brutal de tener y controlar la llave de la despensa de un país en el que nadie puede acaparar más alimentos que los que les permiten subsistir setenta y dos horas.

No obstante lo anterior, el gobierno cubano hubiera dado sus barbas por evitarse el espinoso problema del racionamiento, las colas y la escasez de cuanto objeto –desde palillos de dientes hasta ventiladores- hace más llevadera la existencia. Es muy difícil explicar concretamente por qué se ha racionado el café, el tabaco, el azúcar o el ron en una isla que se pasó la vida exportando esas cosas.

Las insoportables colas para el restaurante, el helado, el arroz, la leche, la ropa, -para todo hay que hacer cola-, han acabado por irritar al más fanático de los mortales. En Cuba no es posible consumir sin esperar pacientemente. Reparar un paraguas es cuestión de meses; una nevera, de años. Los televisores, como las ovejas negras, no tienen arreglo. La producción es un desastre, pero la distribución es peor; sin embargo, ambas palidecen ante la increíble ineficacia de los servicios. Es el caos dentro del orden.

(Extractos de “Víspera del final: Fidel Castro y la Revolución Cubana”-Globus Comunicación-Madrid 1994).

miércoles, 21 de noviembre de 2018

El dogma que marcó el rumbo del cristianismo

Las prédicas cristianas, oídas en forma directa por los primeros seguidores de Cristo, o por los lectores sin intermediarios de los Evangelios, muestran una clara prioridad ética, ya que transmiten un objetivo esencial: que todo ser humano cumpla con los mandamientos bíblicos previos y con los nuevos propuestos (amor a Dios y al prójimo).

Con el paso de los años, los primeros teólogos cristianos buscaron fundamentos adicionales para la nueva religión apareciendo controversias. Había que promover la aceptación del mesianismo de Cristo distinguiéndolo de los demás “candidatos”, pasados, presentes y futuros, debiendo recurrir a algo determinante, poseído por Cristo y no por los demás, ya que el contenido de sus prédicas no les resultaba suficiente. De ahí surge la necesidad de recurrir a la resurrección, o vuelta a la vida, del recientemente crucificado.

Desde el punto de vista ético, no habría ninguna necesidad de tal suceso, pero había que convencer a los opositores tanto como a los futuros seguidores. Tal suceso, posiblemente propio de fenómenos mentales poco frecuentes (seguidores que escucharon a Cristo luego de su muerte), fue descripto sin tergiversación alguna, seguramente, si bien su interpretación puede no haber sido la adecuada. Desde ese momento, la fe debió ser un medio, no sólo para la aceptación de las palabras de Cristo, sino para la creencia en un fenómeno que iba contra todo conocimiento previo. Esta vez de poco valía el criterio de que “por sus frutos los conoceréis”, al menos que tal criterio tuviese validez para los demás y no para Cristo. F. F. Bruce escribió: “Los cristianos del siglo primero, a igual que sus sucesores del segundo y muchos siglos después, consideraron que el argumento de las profecías y el argumento de los milagros, eran las evidencias más fuertes de la verdad del Evangelios. Hoy día se considera, más o menos, que son una piedra de tropiezo, en parte, sin duda, porque ellos representan una actitud hacia el Antiguo Testamento y una visión del mundo, que no armonizan con la modalidad dominante del pensamiento contemporáneo”.

Es oportuno decir que, en la actualidad, puede seguirse el camino propuesto por Cristo sin apenas tener en cuenta su resurrección, ya que la validez ética y psicológica de sus prédicas sigue siendo la misma que cuando las pronunció. Sin embargo, no se considera como “cristiano” a quien no cumple con los mandamientos, sino que no se lo considera como tal al quien no acepta aquellos fenómenos de dudosa ocurrencia o de dudosa interpretación. F. F. Bruce agrega: “La proclamación de los apóstoles consistió en la argumentación de las profecías y en la argumentación del milagro, y las dos coincidieron y culminaron en la resurrección de Jesús. Esta fue la señal mesiánica suprema, la demostración más grande del poder de Dios, y fue, al mismo tiempo, el cumplimiento concluyente de aquellas profecías que indicaban al Mesías. Y no sólo eso. Era algo a lo cual los apóstoles podían aportar su propio testimonio directo. «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos» (Hechos 2:32)” (De “La defensa apostólica del Evangelio”-Ediciones Certeza-Córdoba, Argentina 1961).

Como la resurrección de Cristo fue un hecho posterior a la vida del profeta, se requirió para su aceptación, de la fe en la palabra de los mencionados testigos. A partir de ahí se requirió, para establecer los fundamentos de la nueva religión, de los dogmas establecidos por la Iglesia Católica. Tales dogmas implican una especie de “decreto” establecido por sus autoridades en un momento dado. A partir de su promulgación, se considera ortodoxo a quien acepta y respeta los dogmas, mientras que heterodoxo (o bien hereje) es el que no los acepta ni respeta. José Luis L. Aranguren escribió: “¿Qué quiere decir, en verdad, ortodoxia? Su concepto opuesto, el de heterodoxia, es indubitablemente, cambiante: lo que apareció ayer como heterodoxo con frecuencia se considera hoy completamente ortodoxo; y, consiguientemente, puede haber razones para suponer que lo mismo ocurrirá con lo «heterodoxo» de hoy, mañana, quizás, convertido en ortodoxo”.

“La noción de ortodoxia posee un dinamismo, unas posibilidades de cambio y «ampliación» insospechados doctrinalmente hasta hace poco, lo que le ha dotado de una elasticidad y también de una ambigüedad sobre la que habremos de volver. Mas entonces, preguntémonos de nuevo: ¿qué hay que entender hoy por ortodoxia, «palabra notoriamente vaga». Creo que es Leslie Dewart quien mejor ha contestado esta pregunta, justamente en el contexto de análisis de la doctrina de la infalibilidad. Según Dewart, ortodoxia es la condición mínima absolutamente requerida respecto de una doctrina para que sea considerada como católica; pero el carácter adecuado, apropiado, conveniente, útil de tal doctrina, rara vez depende sólo de esa «condición mínima»” (De “Filosofía y religión”-Obras completas I-Editorial Trotta SA-Madrid 1994).

En casi todas las religiones aparecen sectores que tienen diferentes prioridades. Una de ellas es la difusión de la religión misma prescindiendo de los efectos concretos que pueda tener en la sociedad; la otra postura es la de quienes priorizan los efectos en la sociedad antes que a los símbolos de la religión. La primera postura puede ejemplificarse mediante el siguiente escrito de Rodolfo H. Terragno: “En 1984, la tragedia asumió otra forma: la de una guerra entre sikhs e hindúes. La invasión del Templo Dorado, que servía de refugio a los grupos más violentos de los sikhs, fue vista –aun por los moderados- como un sacrilegio. Es una ironía de la fe que los templos cuenten más que los fieles, y el gobierno indio –que lo sabe- se esmeró en destacar que el ataque contra el santuario del terrorismo sikh se había consumado sin dañar el recinto sagrado, ni el Akal Takht, sede del Poder Inmortal de los sikhs, en cuyos sótanos se había atrincherado el mortal Bhindranwale. El comunicado oficial parecía decir: «Sólo hubo que lamentar desgracias personales»” (De “Memorias del presente”-Editorial Legasa SRL-Buenos Aires 1985).

Desde el punto de vista del individuo, hubiese sido más conveniente que el cristianismo hubiese adoptado formas simples, accesibles al razonamiento, en lugar de un conjunto de misterios sólo accesibles a la fe. La discusión para imponer lo simple o lo complejo se inicia cuando Arrio propone, en los primeros siglos de cristianismo, una especie de “cristianismo sin misterios”, en el cual Cristo es el Hijo de Dios, en lugar de ser el mismísimo Dios hecho hombre. Esta postura fue considerada una herejía y se la desestimó. Jean Guitton escribió: “Arrio, por un lado, colocaba al Padre por encima de todo y concebía al Hijo como una criatura externa a Aquél; por el otro, acercaba al Hijo a nosotros, lo hacía más humano, más semejante a nuestra sustancia. Esta última tendencia prevaleció de hecho entre sus oyentes y sus fieles, pese a todo cuanto se haya dicho o afirmado. Por eso despertó tantos ecos. Hoy en día, utilizando el lenguaje de Bultmann, diríamos que Arrio desmitologizó a Jesucristo al afirmar la Trascendencia divina y su carácter casi incognoscible. Sin duda, Arrio pensó que si le quitaba a Jesús esa misteriosa «divinidad» lo acercaría más a nuestra imitación, a nuestro corazón humano; muchos otros creyeron lo mismo, entre ellos Renán, en el siglo XIX”.

“Esta historia es un anticipo de lo que no podría dejar de sucederle a la religión de la encarnación el día en que ésta sea cuestionada y debamos optar, una vez más, entre el misterio puro y el misterio reducido, disociado y devuelto a unas proporciones más humanas. Con su mente tan perspicaz, Ernest Renán decía que el arrianismo, «que había tenido el raro mérito de convertir a los germanos antes de su ingreso en el Imperio, habría podido darle al mundo un cristianismo susceptible de volverse racional»” (De “Las crisis en la Iglesia”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1984).

Es oportuno mencionar que quien decidió el rumbo adoptado por el cristianismo fue el emperador romano Constantino, que poco conocía del tema. Gerardo Vidal Guzmán escribió: “Constantino acababa de vencer a su rival, Licinio, y aún saboreaba su triunfo cuando, al llegar a Nicomedia, se enteró de la polémica. Aún sin entender gran cosa, comenzó a preocuparse por las dimensiones que amenazaba tomar la discusión. Mal que mal, Constantino siempre había pensado en el cristianismo como una fuerza poderosa que garantizara la unidad, la paz y el orden del imperio. Jamás había siquiera considerado que de él pudieran salir disputas”.

“La carta que en esa circunstancia envió a los dos protagonistas de la discusión lo retrata en toda su desnuda ingenuidad: «He sabido el origen de vuestras diferencias. Tú, Alejandro, obispo de Alejandría, preguntaste a tus sacerdotes qué pensaba cada uno sobre cierto texto de la ley, o mejor dicho, sobre un punto y un detalle insignificante. Tú, Arrio, emitiste imprudentemente una opinión que no había que concebir o, si se concibiera, no había que comunicar. Desde entonces la división se estableció entre vosotros…Hubiera sido preciso no plantear estas cuestiones para evitar después tener que responderlas. Semejantes investigaciones no están prescritas por ninguna ley, sino que han sido sugeridas por la ociosidad, madre de las discusiones inútiles…No es justo ni honrado que discutiendo con obstinación sobre un asunto de mínima importancia, abuséis de la autoridad que tenéis sobre el pueblo para enredarlo en vuestras disputas»” (De “Retratos de la antigüedad romana y la primera cristiandad”-Editorial Universitaria SA-Santiago de Chile 2004).

La religión que surge de Dios, y no del hombre, le quita a la humanidad todo mérito por haber dado un paso adelante en el proceso de adaptación cultural al orden natural. Por el contrario, mayor es el mérito del Creador mientras mayor sea la independencia y la destreza adquiridas por los seres humanos.

Mientras el cristianismo medieval se debatía entre la racionalidad y los misterios, el Islam aprovecha el desconcierto para lograr gran cantidad de adeptos. Paul Johnson escribió: “Este factor de debilidad nunca desapareció; sino que se acentuó y en definitiva la estructura interna fue barrida en pocas décadas por las tribus árabes y su clara doctrina musulmana de Un Dios. Así, los errores de la dirección cristiana entregaron Asia y África a la alternativa musulmana. La rapidez con que ésta fue adoptada y los inútiles esfuerzos del cristianismo por reconquistar el terreno perdido indican la fuerza de atracción popular musulmana, que desterró toda incertidumbre acerca de la unicidad y la naturaleza de lo divino” (De “La Historia del Cristianismo”-Javier Vergara Editor SA-Buenos Aires 1989).

Si la profecía de la Segunda Venida de Cristo se ha de cumplir alguna vez, seguramente ha de ser para establecer algún cambio; de lo contrario no tendría razón de ser. Y el cambio posible, que contempla una mejora ética generalizada, ha de ser seguramente la interpretación del cristianismo como una religión natural, compatible con la antigua propuesta arriana.

domingo, 18 de noviembre de 2018

Soberbia e ignorancia vs. Honestidad y sabiduría

De la misma forma en que observamos soberbia, envidia, deshonestidad y otras actitudes negativas surgidas de una competencia social asociada a la posesión de bienes materiales, existe una competencia paralela, en donde también aparecen tales actitudes, en el ámbito de lo intelectual.

De la misma manera en que existen personas adineradas que no hacen ostentación de riquezas y personas pobres que no son envidiosas, también encontramos personas capacitadas que transmiten humildad y personas con pocos conocimientos que reconocen sus limitaciones.

Si tenemos en cuenta la casi ilimitada cantidad de información disponible, acumulada por la humanidad, puede decirse que somos todos ignorantes por cuanto individualmente sólo conocemos una ínfima parte de ese caudal. Incluso quien sabe varias veces más que otros, sigue teniendo un ínfimo nivel de conocimientos comparado con el total disponible.

Por lo general, las comparaciones se establecen entre personas, dejando de lado, o ignorando, el total de conocimientos disponibles. En esas comparaciones se adoptan dos actitudes extremas; la de quienes se comparan con los mejores y la de quienes se comparan con los peores. Los primeros tratan de sentirse “cola de león”, mientras que los últimos tratan de ser “cabeza de ratón”. Los primeros, por lo general, adoptan una actitud honesta y humilde por estar en un lugar secundario, mientras que los últimos adoptan posturas típicas de soberbia e ignorancia, ya que buscan el conocimiento para sentirse más que los demás mostrando una pobre vocación intelectual.

La diferencia existente entre el genio y el hombre normal es similar a la diferencia existente entre el hombre normal y quien padece alguna deficiencia mental. De ahí que quienes hemos tenido una formación en ciencias exactas, hayamos padecido una situación nada sencilla debiendo hacer esfuerzos notables para no decaer anímicamente. El abismo mental entre el científico exitoso y el iniciado en esos temas es abrumador. Como ejemplo puede mencionarse a Leonhard Euler, el fisicomatemático al que se le atribuye haber realizado un 40% de toda la físico-matemática del siglo XVIII. E. T. Bell escribió: “«Euler calculaba sin aparente esfuerzo como los hombres respiran o las águilas se sostienen en el aire» (como dijo Arago), y esta frase no es una exageración de la inigualada facilidad matemática de Leonhard Euler (1707-1783), el matemático más prolífico de la historia y el hombre a quien sus contemporáneos llamaron «la encarnación del Análisis». Euler escribía sus grandes trabajos matemáticos con la facilidad con que un escritor fluido escribe una carta a un amigo íntimo. Ni siquiera la ceguera total, que le afligió en los últimos 17 años de vida, modificó esta fecundidad sin paralelo. En efecto, parece que la pérdida de la visión agudizó las percepciones de Euler en el mundo interno de su imaginación” (De “Los grandes matemáticos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1948).

El abismo mental mencionado se advierte, no sólo en la aptitud creativa, sino también en la dificultad que se presenta cuando se intenta aprender lo que ya ha sido realizado. Por ejemplo, entender plenamente los desarrollos geométricos que aparecen en el libro “Principios Matemáticos de la Filosofía Natural”, de Isaac Newton, requiere del lector algunos rasgos de genialidad.

Cuando alguien, que se dedica a las ciencias exactas, da muestras de soberbia, se trata seguramente de una persona deshonesta que no reconoce el abismo mental mencionado, o bien se trata de un ignorante que no tiene ni la menor idea de la labor de los más destacados físicos y matemáticos surgidos a lo largo de la historia. Si alguien se dedica a competir en el ámbito de las ciencias exactas, debe hacerlo incluyendo a todos, y no sólo compitiendo con los que poco o nada saben acerca del tema.

La mayoría de los científicos destacados, conscientes de la labor de sus colegas, mantienen durante toda la vida atributos de humildad. Uno de ellos fue Joseph Louis Lagrange. En oposición a la mayoría de quienes en la actualidad se autodenominan intelectuales, y opinan sobre todos los temas sin ni siquiera profundizarlos, Lagrange reconocía sus limitaciones acerca de algún tema en vez de contestar algo erróneo. E. T. Bell escribió al respecto: “La antipatía innata de Lagrange por todas las disputas se pone de relieve en Berlín. Euler pasaba de una controversia religiosa o filosófica a otra; Lagrange, cuando era acorralado y presionado, siempre anteponía a su réplica su sincera fórmula: «Yo no sé». Sin embargo, cuando eran atacadas sus propias convicciones sabía oponer una razonada y vigorosa defensa”.

Las distintas posturas, respecto a la referencia adoptada como base de nuestros conocimientos, pueden sintetizarse en cuatro referencias:

a- La realidad (en el caso de la mayoría de los científicos)
b- La opinión de otra persona (el sometido intelectualmente)
c- La propia opinión (el que muestra síntomas de soberbia)
d- Lo que opina la mayoría (el hombre-masa)

Excepto en el primer caso, en los restantes pueden aparecer actitudes de soberbia, con una tendencia a descalificar a quienes no se les pueden rebatir opiniones que no concuerdan con la propia, por cuanto se carece de conocimientos firmes. En lugar de decir: “tal cosa no concuerda con la realidad”, tienden a decir: “tal cosa no concuerda con mi opinión”. De ahí que se burlan de otros y tratan de rebajarlos a su propio nivel. En lugar de alegrarse al aprender algo nuevo, tienden a alegrarse cuando advierten errores en los demás. Gabriel Riesco escribió: “El veneno corrosivo de la envidia opera sobre el alma de los hombres y sobre el alma de los pueblos. Y así como hay pueblos destinados a la grandeza espiritual, los hay también propensos a los celos rencorosos y a la inquina salvaje”.

“La plebeyez se irrita ante la nobleza. Lo bajo se indigna con lo elevado. La envidia busca siempre sus víctimas en la altura” (De “El destino de la Argentina”-Grupo de Editoriales Católicas-Buenos Aires 1944).

El ignorante siente rabia cada vez que observa que alguien escribe sobre algún tema, porque supone que lo hace para ostentar conocimiento, sintiéndose de alguna forma agraviado. Procede luego a descalificarlo y a calumniarlo públicamente, como se observa en algunos casos en las redes sociales de Internet. Muy pocos veces se toma el trabajo de realizar una crítica concreta sobre los escritos del calumniado, ya sea porque su soberbia le impide gastar su tiempo leyendo al “enemigo” o bien porque carece totalmente de conocimientos para encarar con éxito tal posible crítica.

Por lo general, la persona que tiene suficientes conocimientos, trata de compartirlos con los demás. Se esfuerza por ser claro en todo lo que escribe de manera que su transmisión sea óptima y pueda lograrse finalmente una igualdad de conocimientos entre el escritor y el lector. El soberbio, por el contrario, trata de no compartir el conocimiento adquirido. Incluso si escribe sobre algún tema, lo hace pensando sólo en los “entendidos”, y no en cualquier lector.

jueves, 15 de noviembre de 2018

El proceso autodestructivo de la Iglesia Católica

Cuando intervienen muchas causas y muchas personas en un proceso social, se dice que se trata de un proceso complejo. De ahí que toda descripción del mismo ha de tener como objetivo orientar al lector en el tema tratado, sin que puedan extraerse conclusiones definitivas. A partir de las opiniones surgidas dentro de la propia Iglesia, puede tenerse una idea aceptable acerca de este proceso. Pío X advertía sobre los peligros dentro de la propia institución: “Los artífices de yerros no hay que buscarlos hoy entre los enemigos declarados. Se ocultan y constituyen una causa de inquietud y de angustia vivísima en el seno mismo de la Iglesia, enemigos tanto más temibles cuanto que lo son menos abiertamente. Nos referimos, Venerables Hermanos, a un gran número de católicos laicos, y, lo que es aún más de deplorar, a ciertos sacerdotes que so capa de amor a la Iglesia, completamente carentes de filosofía y de teología serias, impregnados, por el contrario, hasta la médula de una ponzoña de error extraída de los adversarios de la fe católica, se erigen, con menosprecio de toda modestia, en defensores de la Iglesia…” (Citado en “Los nuevos curas” de Michel de Saint Pierre-Luis de Caralt Editor-Barcelona 1965).

Algunos autores sintetizan la estructura de las diversas religiones bajo tres cuestiones básicas: dogma, culto y moral. De ahí que el proceso de autodestrucción mencionado ha de consistir en el paulatino debilitamiento de esas tres columnas que mantienen la estructura religiosa. Armando Asti Vera escribió: “Desde el punto de vista objetivo, la religión se presenta constituida por tres elementos fundamentales: a) el dogma; b) el culto; y c) la moral. El dogma es la doctrina, es decir, el aspecto intelectual y sistemático. El culto es el conjunto de actos por medio de los cuales se manifiesta la subjetividad religiosa: los ritos, los sacrificios, los sacramentos. Y la moral es la expresión de principios éticos que rigen la conducta del hombre devoto, principios que se basan exclusivamente en la revelación y en la fe” (Del Estudio Preliminar de “El devenir de la religión” de A. N. Whitehead-Editorial Nova-Buenos Aires 1961).

Existen aspectos adicionales que deben tenerse presente, como es el caso del oscurantismo de los escritos religiosos que facilita los procesos destructivos. Los planteamientos de tipo teológico-filosófico comienzan a distanciarse de la realidad hasta llegar a ser conjuntos de palabras de difícil comprensión tanto para el hombre común como para el especialista. Tal es así, que alguna vez el físico Richard P. Feynman comentó irónicamente respecto de un texto filosófico: “Si en lugar de afirmar algo, se lo niega, nadie nota la diferencia”.

La secuencia que resulta más probable, como causante del proceso autodestructivo mencionado, implica una lenta conversión al marxismo de varios sacerdotes jesuitas que intentaban cristianizar a los marxistas. Los predicadores cristianos resultaron conquistados ideológicamente por aquellos a quienes pretendían evangelizar. Luego comienza el proceso de implantación del marxismo en los distintos estamentos de la Iglesia, finalizando el proceso con el ascenso de un jesuita al mando de la Iglesia Católica. Incluso los nuevos marxistas llegan al extremo de descalificar a los que todavía mantienen su adhesión al cristianismo. Giovanni Montini, quien luego se convierte en Pablo VI, escribió: “En lugar de afirmar sus ideas frente a las de los demás toman las ideas de éstos. En lugar de convertir a los demás se dejan convertir. Ocurre exactamente el fenómeno inverso al del apostolado. No conquistan a los otros se rinden ellos”. “La capitulación está velada por todo un lenguaje, por toda una fraseología. Los antiguos amigos que han permanecido en el camino recto son considerados como reaccionarios, como traidores. No se consideran verdaderos católicos más que a los que son capaces de todas las flaquezas y de todos los compromisos”.

“La apertura a la izquierda acarrea consecuencias muy graves para las almas en lo que respecta a la fe y la vida cristiana, y a las condiciones de la Iglesia en Italia; no se han dado garantías suficientes, a fin de que el peligro de la apertura a la izquierda no se resuelva en perjuicio y en deshonor para la causa católica” (Citado en “Los nuevos curas”).

El ataque en contra de los dogmas de la Iglesia recae esencialmente en la negación de la superioridad y la exclusividad del cristianismo para lograr la salvación personal (evitar el infierno en una vida de ultratumba). En la actualidad puede hablarse con mayor seguridad de una superioridad y exclusividad para el logro de la felicidad individual y la plena adaptación del hombre al orden natural. Y ello se debe a que el mandamiento cristiano del amor al prójimo es el que promueve en el hombre una actitud de cooperación que es la única alternativa para la supervivencia de la humanidad.

Una vez que se ha establecido este mandamiento, se advierte que sólo con su cumplimiento se logran los objetivos implícitos en la aparente finalidad del orden natural. No se descarta, por supuesto, que otras religiones u otras filosofías lleguen a sugerencias similares, por lo que habrían de compartir con el cristianismo ese lugar preeminente. Sin embargo, la validación de cualquier religión, cualquiera sea su contenido, le quita al cristianismo su histórica categoría, se ignoran sus alcances y se la ubica como una más entre muchas religiones.

Es oportuno recordar que el mandamiento mencionado tiende a incluir a todo ser humano bajo un vínculo similar al existente en el ámbito familiar. Así, es propio de una madre que comparta y amplifique el dolor que pueda sentir uno de sus hijos, de la misma manera en que es posible que comparta y amplifique la alegría de uno de ellos. Lo que sugiere el mandamiento cristiano es la generalización a toda la sociedad y a toda la humanidad de ese vínculo familiar. Visto como un objetivo concreto a lograr, resulta irrealizable, mientras que, visto como una tendencia a orientarnos en la vida, resulta muy efectivo.

El proceso que iguala la legitimidad de toda religión, en forma independiente de su contenido moral y de los subsiguientes efectos en el individuo y en la sociedad, indica simplemente que el relativismo moral se instala en la religión. Una vez denigrada la moral cristiana, puesta en una situación de igualdad con “religiones” que proponen combatir a los infieles o a luchar en contra de las clases sociales productivas, se procedió a la destrucción de toda simbología y de toda tradición que recordara el pasado oscuro de la Iglesia, que parcialmente existió. Es decir, los renovadores de la religión, en lugar de intentar subsanar los errores del pasado procedieron a borrar o a destruir todo el simbolismo y todo el ritual católico. Pablo VI expresó: “Desde todas partes se han difundido ideas que contradicen la verdad que fue revelada y que se enseñó siempre. En los dominios del dogma y de la moral se han divulgado verdaderas herejías que suscitan dudas, confusión, rebelión. Hasta la misma liturgia fue violada. Sumergidos en un «relativismo» intelectual y moral, los cristianos se ven tentados por una ilustración vagamente moralista, por un cristianismo sociológico sin dogma definido ni moral objetiva” (Citado en “Carta abierta a los católicos perplejos” de Marcel Lefebvre- Emecé Editores SA-Buenos Aires 1986).

El relativismo moral tiende a suprimir tanto la ética científica como la ética filosófica, y a toda la religión moral. Si no existe el bien ni el mal, en sentido objetivo, ni tampoco un camino objetivo para alcanzar el primero y evitar el segundo, no tiene sentido intentar alcanzarlo por medio de las ciencias sociales, de la filosofía o de la religión. Los relativistas morales han ubicado a la Iglesia en el lugar de un alfil en negro cuando el final de un partido de ajedrez se establece por las casillas blancas. Recordando que el alfil simboliza a un obispo o cardenal de la época medieval, se relega a muchos de ellos, en la actualidad, a observar el desarrollo de la vida social sin poder apenas participar en ella, por cuanto se le ha quitado toda vigencia a la religión cristiana. Tanto la objetividad como la efectividad del mandamiento cristiano del amor al prójimo desmienten totalmente al relativismo moral.

La destrucción de la tradición no podía dejar de estar presente, ya que resultó complementaria a la destrucción antes mencionada. Marcel Lefebvre escribió al respecto: “A medida que transcurrían los años los católicos vieron cómo se transformaban el fondo y la forma de las prácticas religiosas que los adultos habían conocido en la primera parte de su vida. En las iglesias los altares fueron retirados y sustituidos por una mesa, con frecuencia móvil y susceptible de ser escamoteada. El tabernáculo ya no ocupa el lugar de honor y la mayoría de las veces se lo ha disimulado en un pilar, a un costado; en los casos en que todavía permanece en el centro, el sacerdote al decir la misa le vuelve la espalda. El celebrante y los fieles están frente a frente y dialogan. Cualquiera puede tocar los vasos sagrados, frecuentemente reemplazados por cestos, bandejas, vasijas de cerámica; laicos, incluso mujeres, distribuyen la comunión que se recibe en la mano. El cuerpo de Cristo es tratado con una falta de reverencia que suscita dudas sobre la realidad de la transubstanciación”.

La etapa autodestructiva final consiste en el reemplazo de lo bíblico y lo cristiano por lo marxista-leninista, siendo actualmente la Iglesia Católica (posiblemente) la institución más avanzada e influyente en la promoción del socialismo a nivel mundial. Ricardo de la Cierva menciona algunas declaraciones de sacerdotes jesuitas que hacen evidente su adhesión al marxismo-leninismo: “El marxismo proporciona una comprensión científica de los mecanismos de opresión en los niveles mundial, local y nacional; ofrece la visión de un nuevo mundo que debe ser construido como una sociedad socialista, primer paso hacia una sociedad sin clases, donde la fraternidad genuina pueda ser esperanzadamente posible y por la cual merece la pena sacrificarlo todo. (Declaración de la Asociación Teológica de la India, en la revista Vidyajyoti, de la Facultad Teológica de los jesuitas de Delhi, abril 1986)”.

“Así la planificación nacional de la Compañía de Jesús en los EEUU debería, tras el ejemplo de China, convertirse en una planificación internacional. Hacia la convergencia de problemas en todas las zonas del mundo en torno a un tema único: la constitución, en diferentes tiempos y formas, de una sociedad mundial comunista. (Este texto inconcebible, auténtico programa marxista para la actuación mundial de la Compañía de Jesús, fue propuesto por un grupo de jesuitas holandeses –en colaboración internacional con otros jesuitas revolucionarios- y publicado en la revista oficial de la Compañía de Jesús en los EEUU, National Jesuit News, abril 1972)” (De “Las puertas del infierno”-Madrid 1995).

lunes, 12 de noviembre de 2018

Mercado + Estado vs. Mercado + Religión

Respecto de la economía de mercado existen cuatro posturas extremas que conviene considerar. Seguramente podrán existir posturas algo diferentes a las que a continuación se detallan, aunque los casos mencionados bastan para plantear el tema:

a) Liberalismo extremo o anarco-liberalismo: la economía de mercado basta para resolver todos los problemas humanos y sociales, ya que no presenta limitaciones en cuanto a su efectividad.

b) Socialismo: ya que el socialismo sirve para resolver todos los problemas humanos y sociales, se lo debe implantar previa abolición de la economía de mercado.

c) Socialdemocracia: para subsanar las limitaciones de la economía de mercado, debe el Estado corregir tales deficiencias.

b) Liberalismo: debido a que no resulta fácil la adaptación de todos los integrantes de la sociedad a la economía de mercado, es necesaria la religión (o alguna filosofía moral equivalente) para disminuir las limitaciones propias de todo sistema económico.

Las primeras dos posturas son calificadas generalmente como economismo, o economicismo, ya que presuponen que desde la economía se pueden solucionar todos los problemas humanos y sociales relegando a un lugar secundario tanto al resto de las ciencias sociales como a la filosofía y la religión. Tal simplificación resulta poco compatible con la realidad teniendo en cuenta los resultados logrados por el socialismo y los resultados inciertos que podrían surgir al prescindir del Estado, ya que el hombre real está muy lejos de carecer de defectos.

La adaptación a la economía de mercado es poco dificultosa para quien posee atributos morales básicos, ya que se le exige tener capacidad para producir algo útil a la sociedad. Luego, debe tener la predisposición a establecer intercambios que beneficien a ambas partes y, finalmente, debe tener la predisposición a llevar una vida sencilla y así poder ahorrar parte de sus ganancias para ir conformando un futuro capital.

Se observa que tales requisitos son accesibles a la mayoría de las personas, si bien habrá un sector importante de la sociedad que no se prepara lo suficiente como para poder generar productos o servicios que tengan valor para el resto de la sociedad, lo que impide todo posible intercambio. Tales personas necesariamente han de vivir gracias al trabajo de los demás.

Resulta evidente que el mercado constituye un sistema de intercambios que “no falla” como sistema, sino que toda deficiencia observable surge del sector que no produce, no intercambia y no ahorra, ya que consume lo que genera el resto de la sociedad.

La producción, el intercambio y el ahorro generan un sistema de cooperación entre cada individuo y el resto de la sociedad. La “cooperación social” ya viene prevista desde las épocas de Adam Smith y se la conoce como “división del trabajo”. Charles Gide y Charles Rist escribieron al respecto: “Esta maravillosa institución ¿es «originariamente el efecto de una sabiduría humana cualquiera, que prevé y toma por objetivo la opulencia general resultante de ella?». De ningún modo. «Es –dice Smith- la consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de cierta tendencia de la naturaleza humana, que no tiene en mira utilidad tan amplia, la tendencia al trueque…a cambiar una cosa por otra». Esta tendencia misma no es primitiva, es una resultante del interés personal. «El hombre casi constantemente tiene ocasión de recurrir a la ayuda de sus hermanos, y sería vano esperarla únicamente de su benevolencia. La obtendrá mejor si consigue interesar su amor propio en su favor y mostrarles que les resulta más ventajoso realizar lo que pide. Toda persona que proponga a otra un asunto cualquiera, formulará la siguiente proposición: dadme ese objeto que necesito, y recibiréis a cambio aquel que necesitáis. Es el sentido de toda oferta, y es en esta forma que unos obtenemos de los otros la mayor parte de los buenos oficios que necesitamos. No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde logramos nuestro alimento, sino de la consideración que ellos tienen de sus propios intereses…»” (De “Historia de las Doctrinas económicas”-Editorial Depalma-Buenos Aires 1949).

El trueque, que se establece en forma natural entre seres humanos, es a veces interpretado negativamente por cuanto, se aduce, “que ambos participantes son motivados por una actitud egoísta”. Si se considera que el egoísmo implica una actitud por la cual se busca un beneficio unilateral, sin considerar los efectos causados a los demás, se advierte que el intercambio equitativo, que beneficia a ambas partes, poco o nada tiene que ver con el egoísmo. Por el contrario, si se trata de establecer muchos intercambios equitativos, se advierte que se ha adoptado una actitud compatible con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, ya que no nos resultan indiferentes los efectos que los intercambios producen en los demás. El egoísmo se observa, por el contrario, en aquellos que pretenden vivir a costa del trabajo ajeno amparados en la labor enajenadora del Estado cuando le exige al sector productivo mantener al sector negligente que carece de predisposición para el trabajo.

Algunos autores aducen que el término “capitalismo” tiende a ocultar la existencia de un sistema de cooperación social, prestándose a todo tipo de tergiversación. Frederick L. Allen escribió: “William I. Nichols escribió un artículo titulado: «Se necesita una nueva denominación para el capitalismo». Alegando que el expresado vocablo no sirve ya para calificar nuestro actual régimen económico, porque en la mentalidad de muchísimas personas, especialmente en otros países, «se lo identifica con el primitivo sistema imperante en el siglo XIX», el señor Nichols planteaba el problema en los siguientes términos: ¿cómo definir este régimen nuestro –imperfecto si se quiere, pero en constante evolución, y siempre susceptible de perfeccionamiento- dentro del cual todos progresan por igual, trabajan de consuno, edifican con espíritu colectivo, producen cada vez más y participan proporcionalmente de los beneficios de su producción conjunta? Agrega que se le han sugerido algunos calificativos como «nuevo capitalismo», «capitalismo democrático», «democracia económica», «democracia industrial», «distribucionismo», «mutualismo» y «productivismo», ninguno de los cuales le satisface por completo” (De “El gran cambio”-Editorial Kraft Limitada-Buenos Aires 1967).

A fin de incorporar la mayor cantidad de gente al proceso productivo nacional, integrándose a los mercados existentes, se ha propuesto, por una parte, una concientización acerca de los deberes y derechos que a cada individuo le corresponde dentro de la sociedad. Para que todo individuo produzca, intercambie y ahorre, debe primeramente adoptar cierta disciplina similar a la propuesta por la mayoría de las religiones. Puede decirse que la religión, para ser efectiva, debe constituir una propuesta cognitiva que promueva la adaptación de todo individuo al orden natural y, simultáneamente, al orden social. El empresario David Packard escribió: “Siempre que hablamos de los objetivos generales de la empresa mencionamos nuestra responsabilidad con la comunidad en general. Esa clase de cosas que proporcionan las instituciones de nuestra comunidad, el sentido general de los valores morales, el carácter general de las personas que procede de las escuelas, las iglesias y otras instituciones; esa clase de cosas las aceptamos y son muy importantes en el funcionamiento de una organización como ésta”.

“Tendemos a aceptarlas sin más, pero si consideramos estas cuestiones más seriamente vemos que si esa clase de cosas no existiera, tendría un efecto grave en nuestra capacidad para hacer nuestra labor. Por eso tenemos una responsabilidad como empresa y como personas de contribuir a estas actividades. Todos ustedes saben que Hewlett-Packard contribuye como empresa a muchas de estas instituciones y animamos a nuestro personal a participar –sin definir quién debe hacer qué-, pero dejándolo a su libre elección” (De “El estilo HP”-Ediciones Deusto-Barcelona 2007).

La otra “solución” propuesta proviene de la socialdemocracia, con su Estado de bienestar, que culpa al sector productivo por la exclusión social de sectores poco predispuestos al trabajo. De ahí que los políticos consideren que la labor del Estado debe consistir, entre otras cosas, en compensar la desigualdad económica existente entre los sectores mejor adaptados al mercado y los menos predispuestos. Esta actitud proviene de presuponer que el sector productivo es el culpable de la ociosidad o de la pobre capacidad laboral de los sectores poco productivos, justificando de esa manera las confiscaciones que recaen en los primeros para compensar a estos últimos.

domingo, 11 de noviembre de 2018

El “Silicon Valley” (Valle del Silicio)

A los parques industriales se los establece para facilitar la comunicación, cooperación e integración entre empresas. El más conocido es el Silicon Valley, lugar de nacimiento de la electrónica, ya que allí, en 1908, varios años antes de la instalación de tal parque industrial, surge la válvula termoiónica inventada por Lee de Forest. El Valle del Silicio fue promocionado por la Universidad de Stanford, debido esencialmente a que en Palo Alto, California, ya se habían instalado empresas asociadas a desarrollos tecnológicos. David Packard escribió: “A principios de los 50, Stanford creó el Parque Industrial de Stanford, un desarrollo que estrechó los lazos con la industria local. La Universidad, en buena parte gracias a los esfuerzos de Fred Terman, prescindió de 579 acres de terrenos adyacentes a su campus de Palo Alto para que se convirtiese en un lugar atractivo para los laboratorios de investigación, oficinas e industrias ligeras. Las empresas arrendaban el terreno a Stanford y, bajo estrictas ordenanzas y control arquitectónico, diseñaban y construían sus propios edificios”.

“En 1956 empezamos a construir nuestros primeros dos edificios en el parque. Varian Associates nos precedió como arrendatario, pero con el paso de los años HP [Hewlett-Packard] se ha convertido en el mayor arrendatario del parque con un complejo de más de un millón de metros cuadrados en total”.

“El parque de Stanford, el primero de este tipo en el país, en la actualidad tiene más de 80 arrendatarios. Como Hewlett-Packard, muchas de las empresas tienen estrechos lazos con la Universidad, especialmente con las facultades de Ingeniería y Negocios” (De “El estilo HP”-Ediciones Deusto-Barcelona 2007).

Frederick Terman fue conocido por técnicos e ingenieros de muchos países a través de su libro “Ingeniería de Radio”, pudiendo compartir con Hewlett y con Packard el carácter de ex-alumnos, aunque indirectamente. Packard escribió al respecto: “Como primer estudiante universitario invitado al curso de postgrado de Terman me sentía muy honrado. Fue ese curso, impartido por un profesor legendario hoy en día, el que realmente despertó mi entusiasmo por la electrónica. El programa del curso sirvió como base para el famoso libro de texto de Terman, «Radio Engineering», el texto con más influencia de todos los que trataban el tema en la época. El profesor Terman tenía la excepcional habilidad de hacer que un problema muy complejo pareciese la simplicidad personificada. Ése era el secreto de su libro de texto, y la razón por la cual éste se convirtió en el más usado en todo el mundo de todos los que trataban este tema”.

La actitud empresarial de HP, que prioriza calidad de sus productos antes que ganancias, se fue imponiendo entre las empresas que perduran en el tiempo. Packard escribió al respecto: “Creo que mucha gente piensa, equivocadamente, que las empresas existen simplemente para hacer dinero. Hacer dinero es un importante resultado de la labor de una empresa, pero para encontrar nuestra auténtica razón de ser tenemos que profundizar más. Cuando lo investigamos, inevitablemente llegamos a la conclusión de que un grupo de personas se junta y existe como una entidad que podemos llamar empresa para poder lograr algo colectivamente que no podrían conseguir por separado. Pueden hacer algo que valga la pena –hacen una contribución a la sociedad (suena a utópico pero es fundamental). En los últimos años cada vez más empresarios han empezado a reconocerlo así y por fin se han dado cuenta que ése es su verdadero objetivo. A nuestro alrededor tenemos todavía personas que sólo están interesadas en el dinero, pero el impulso surge en gran parte de un deseo de hacer algo –hacer un producto, dar un servicio- en general, hacer algo de valor”.

Uno de los niños que creció en el Valle del Silicio, ambiente propicio para la creatividad tecnológica, fue Steve Jobs. Walter Isaacson escribió: “Otros contratistas de defensa fueron brotando por la zona durante la década de 1950. El Departamento de Misiles y Espacio de la Lockheed Company, que construía misíles balísticos para lanzar desde submarinos, se fundó en 1956 junto al centro de la NASA. Cuando Jobs se mudó a aquella zona cuatro años más tarde, ya empleaba a 20.000 personas. A unos pocos cientos de metros de distancia, Westinghouse construyó instalaciones que producían tubos y transformadores eléctricos para los sistemas de misíles. «Teníamos un montón de empresas de armamento militar de vanguardia –recordaba Jobs-. Era muy misterioso, todo de alta tecnología, y hacía que vivir allí fuera muy emocionante»” (De “Steve Jobs”-Debate-Buenos Aires 2011).

Luego de la aparición del transistor, la industria de los semiconductores tiende a afincarse en California. Isaacson agrega: “El avance tecnológico más importante para el crecimiento de la zona fue, por supuesto, el de los semiconductores. William Shokley, que había sido uno de los inventores del transistor en Bell Labs, en el Estado de Nueva Jersey, se mudó a Mountain View y, en 1956, fundó una compañía que construía transistores de silicio, en lugar de utilizar germanio, un material más caro, que se empleaba habitualmente hasta entonces. Sin embargo, la carrera de Shokley se fue volviendo cada vez más errática, y abandonó el proyecto de los transistores de silicio, lo que llevó a ocho de sus ingenieros –principalmente a Robert Noyce y Gordon Moore- a escindirse para formar Fairchild Semiconductor. Aquella empresa creció hasta contar con 12.000 empleados pero se fragmentó en 1968, cuando Noyce perdió una batalla para convertirse en consejero delegado, tras la cual se llevó consigo a Gordon Moore y fundó una compañía que pasó a conocerse como Integrated Electronics Corporation, que ellos abreviaron elegantemente como Intel. Su tercer empleado era Andrew Grove, que hizo crecer la empresa en la década de 1980 al dejar de centrarla en los chips de memoria y pasarse a los microprocesadores. En pocos años, había más de cincuenta empresas dedicadas a la producción de semiconductores”.

Respecto de los nombres de las empresas, es oportuno mencionar que Hewlett-Packard quedó con esa denominación, en ese orden, luego de tirar sus fundadores una moneda al aire. Si Noyce y Moore hubiesen seguido el mismo procedimiento, se arriesgaban a que hubiera salido “Moore-Noyce”, que suena casi igual a “more noise” (más ruido), la peor elección para una empresa de elementos electrónicos.

La zona comenzó a conocerse como el Valle del Silicio luego de que un periodista la designara de esa forma. Isaacson escribió al respecto: “La industria de los chips le dio un nuevo nombre a la región cuando Don Hoeffer, columnista del semanario especializado Electronics News, comenzó una serie de artículos en enero de 1971 titulados «Silicon Valley USA». El Valle de Santa Clara, de unos sesenta kilómetros, que se extiende desde el sur de San Francisco hasta San José a través de Palo Alto, tiene su arteria comercial principal en el Camino Real. Éste conectaba originalmente las veintiuna misiones religiosas californianas, y ahora es una avenida bulliciosa que une empresas nuevas y establecidas. Todas juntas representan un tercio de las inversiones anuales de capital de riesgo de todo EEUU. «Durante mi infancia, me inspiró la historia de aquel lugar –aseguró Jobs-. Eso me hizo querer formar parte de él»”.

Otro de los nombres con historia es el del transistor, considerado el mayor invento del siglo XX. El transistor original, con tres terminales, fue realizado con el objetivo de reemplazar las válvulas termoiónicas. Una válvula de vacío es un dispositivo que controla una corriente eléctrica a partir de cierta tensión de control. De ahí que su efectividad se medía mediante una relación entre corriente controlada dividida por la tensión de control, esto es, su respuesta característica estaba asociada a una conductacia y se denominaba “transconductancia”. En el caso de los primeros transistores, una tensión de salida era controlada por una corriente eléctrica de control, caracterizándose tal dispositivo por una “transrresistencia”. La contracción de tal palabra, en inglés: transresistor conduce a la palabra “transistor”. John R. Pierce, quien así lo “bautizó”, escribió al respecto: “La invención de este maravilloso dispositivo proporcionó a uno de nosotros (John Pierce) la oportunidad de añadir una nueva palabra al lenguaje técnico. Cuando Walter Brattain me preguntó cómo podía denominar al nuevo dispositivo, yo le contesté: «Transistor»”.

“Me pareció un nombre bastante lógico. Ya existían componentes llamados termistores cuya resistencia cambiaba con la temperatura así como varistores cuya resistencia cambiaba con la corriente. Yo utilicé una evocación de ambos nombres. También en aquel momento pensamos que el primer transistor de contactos de punta (entonces sin nombre) era un «duplicado» del tubo de vacío, esto es, el transistor correspondía al tubo de vacío; pero en la forma de operar de estos dispositivos los papeles de la corriente y la tensión estaban intercambiados. Los tubos de vacío tenían transconductancia. Entonces el razonamiento fue sencillo: si la conductancia está relacionada con la resistencia, la transconductancia está relacionada con la transrresistencia; de aquí el nombre de «transistor»” (De “Señales” de J. R. Pierce y A. M. Noll-Editorial Reverté SA-Barcelona 1995).

La aparición de las computadoras personales fue facilitada por la previa realización del microprocesador, dispositivo que surge, no de una forma intencionada, sino casi por azar. La empresa japonesa Busicom le encarga a Intel un circuito integrado para poder fabricar calculadoras con ese solo chip. Marcian Hoff, empleado de Intel, diseña un circuito secuencial que admite cierta programación, ya que la complejidad del circuito integrado pedido era considerable. En el ínterin, los japoneses desechan la idea de Hoff, pero Noyce y Moore le proponen seguir con la investigación. Junto con Frederick Faggin y Stan Mazor logran crear el microprocesador 4004, de 4 bits, con 2.300 transistores. Luego la serie 8080 hasta llegar al Pentium que tiene unos 7.500.000 transistores (Datos de “Los silicon boys” de David A. Kaplan-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1997).

viernes, 9 de noviembre de 2018

Cuando el sexo reemplaza el alma

A lo largo del tiempo se han ido estableciendo diversas definiciones acerca del hombre; en todas tratando de distinguirlo del resto de los seres vivientes. Así, a la palabra “humano” se le asocia el significado de “el que entierra a los muertos”, mientras que “ánthropos” significa “el que mira a lo alto”, es decir, el que busca a Dios, o a los dioses, o al orden natural. Posteriormente se dijo que el hombre “es un ser racional que tiene sentimientos” y, actualmente, que “es un ser emocional que razona”.

Si se trata de describir el comportamiento predominante, o que pareciera predominar en las sociedades actuales, puede decirse que el hombre ha relegado tanto su carácter emocional como el racional por sus atributos sexuales; de ahí que se haya abandonado la búsqueda del perfeccionamiento moral, o del alma, asociando a la palabra “alma” aquello que reúne tanto lo afectivo como lo intelectual, reemplazando esa búsqueda por la obsesiva persecución de oportunidades para tener relaciones sexuales.

Se advierte de inmediato que este último objetivo implica una desnaturalización de nuestra esencia humana, ya que los millones de años de evolución biológica, que han permitido conformar nuestros atributos característicos, en cierta forma nos exigen una similar atención a todos ellos, si es que deseamos mantener nuestra supervivencia. El reemplazo del alma por el sexo implica una tendencia que se opone al proceso de adaptación cultural al orden natural.

El grado de adaptación al orden natural está asociado al nivel de felicidad alcanzado, por lo que, un bajo nivel de felicidad indica una pobre adaptación al mismo. Es muy distinto el nivel de felicidad alcanzado por quienes adoptan una postura de cooperación hacia el resto de los seres humanos, como es el caso de la Madre Teresa de Calcuta, al pobre nivel de felicidad alcanzado por quienes están totalmente gobernados por sus instintos sexuales.

La crisis humana, a nivel individual, incide en forma directa en la posterior crisis familiar y social. Una sociedad cuyos integrantes dejan de lado toda forma de cooperación, deja de ser una sociedad para llegar a ser un simple conglomerado de desnaturalizados seres humanos. La individualidad se transforma en un egoísmo que favorece el aislamiento. Gilles Lipovetsky escribió: “Don Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue, Narciso, subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal” (De “La era del vacío”-Editorial Anagrama SA-Barcelona 1986).

Tampoco la familia puede mantener la integridad de otras épocas una vez que decae la predisposición a la cooperación. Abelardo Pithod escribió: “A la vez, las estructuras sociales y económicas facilitan o inhiben una u otra concepción de la familia. Pero lo que importa aquí es destacar la solidaridad fundamental que se asentaba sobre la familia amplia y se ha perdido. La soledad y la inseguridad acechan hoy al hombre. Esta inseguridad proviene de aquella absolutización del sexo y de la felicidad centrada en él. Una inseguridad que se refleja en la inseguridad frente a los hijos, a quienes no se sabe cómo educar”.

“El hedonismo hace imposible la tarea educativa como preparación para la vida. Ya no hay motivos, puesto que la realización del ser humano reside ahora sobre todo en el placer o goce sensorial de la vida. ¿Cómo vamos a educar a nuestros hijos si la disciplina, el esfuerzo, la renuncia y el dolor son males a evitar en todo lo posible? ¿Cómo les vamos a enseñar el camino ascético de la vida y la tensión del espíritu, si nosotros no levantamos el vuelo por encima del placer y disfrute de los sentidos? ¿Con qué autoridad vamos a hacerlo? Los padres y los maestros de hoy padecemos de mala conciencia. Nos da vergüenza, nos causa remordimientos someter a los chicos al esfuerzo de la educación y la vida virtuosa. ¿Con qué cara vamos a negarles nada, si nosotros no nos negamos nada? Drama profundo de la pedagogía de hoy, frente al que es nada el problema de la actualización metodológica”.

“Los esposos se divorcian, los niños molestan, los viejos sobran, los vecinos se desconocen y las masas de solitarios crecen y crecen. No es precisamente el individualismo lo que se opone a la formación de la sociedad de masas, con todas sus regimentaciones tipo hormiguero. Son más bien los lazos de sangre sobre los que se constituía la familia amplia como una estructura longitudinal a través del tiempo que ligaba a las generaciones, una estructura que evitaba o suavizaba las rupturas generacionales”.

“Su fin no se reducía a satisfacer la sexualidad individual. La sexualidad era una función mediatizada que se trascendía siempre a sí misma, no centrada en sí misma. Su cenit no era el orgasmo sino los hijos, unos hijos que no sólo eran de papá y mamá, sino de los abuelos, y los tíos, de los cuñados y los primos, y cuyo ámbito de formación no era la soledad de la pareja sino una amplia comunidad que incluía a muchos, pero sobre todo, muchas y sutiles interrelaciones, alcanzando a los domésticos, si los había, los vecinos y los amigos. Las tensiones, expectativas y responsabilidades se diluían y ya no era tan insoportable estar solo con un cónyuge desavenido” (De “Psicología y Ética de la conducta”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2006).

La elección entre el bien y el mal, en cierta forma equivale a una elección entre lo que Sören Kierkegaard denominó “vida ética” (el bien), contrapuesta a la “vida estética” (el mal). La primera implica la búsqueda prioritaria de la cooperación social, mientras que la segunda implica la búsqueda prioritaria de placer. Cada ser humano enfrenta en la vida un camino divergente (en forma de Y) en el cual debe adoptar una de las dos alternativas. Kierkegaard escribió al respecto: “Hay circunstancias en la vida en las que sería absurdo y hasta insensato aplicar una alternativa, un aut-aut [o lo uno o lo otro]; pero también se encuentran personas cuya alma es demasiado disoluta para comprender lo que significa tal dilema y cuya personalidad está privada de la energía necesaria para decir con pasión: aut-aut” (De “Estética y Ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1955).

En el mismo sentido, Carlos Goñi escribió: “El hombre estético vive en la inmediatez, busca el instante placentero, es hedonista, está pegado a las cosas, no se compromete con nada ni con nadie. Pero desespera necesariamente ante la imposibilidad de encontrar la eternidad en el instante. La única forma de huir del tedio, la inquietud y la inestabilidad propios de cada esfera es optar por una vida ética auténtica”.

“El hombre ético, en cambio, está instalado en lo general: actúa como todo el mundo, es el hombre del compromiso matrimonial. El matrimonio refleja claramente esta esfera en que se recupera la sensibilidad estética en un orden más elevado y racional, representa la realización concreta del ideal clásico, donde las demandas estéticas legítimas pueden ser llevadas a su plenitud. La existencia ética aporta a la esfera estética un bien del que ésta carecía: la libertad. El hombre auténticamente libre no es el esteta, que vive esclavizado por los placeres, sino el ético, que es capaz de escoger responsablemente” (De “Las narices de los filósofos”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2008).

La elección de la vida estética implica, como se dijo, dar prioridad a la búsqueda de placer, lo que tarde o temprano puede conducir a la obsesión por el dinero, el alcohol, las drogas, el sexo disociado de los afectos, etc. La tan criticada actitud machista implica esencialmente la búsqueda de sexo sin afecto, siendo una consecuencia de la mentalidad predominante de la época.

El machismo es promovido tanto por hombres y mujeres, que son justamente los que influyen sobre las conductas de los niños. El padre que poco estima a otros padres, o la madre que poco estima a otras madres, de alguna forma promueven en sus hijos la búsqueda del sexo-diversión mediante el cual usarán circunstancialmente a mujeres (hijas de los hombres y mujeres poco estimados) que serán consideradas como simples objetos de placer, sin importarles incluso jugar con los afectos o los sentimientos de otras personas. Sergio Sinay escribió: “Todos estos factores (guerras, violaciones, accidentes, conductas deportivas, comportamientos sociales, actitudes sexuales, formas de interacción política, discursos públicos, apelaciones de mercadeo, modas televisivas) pueden ser estudiadas desde diferentes miradas y disciplinas: desde la economía, la política, la sociología, la psicología social, la semiótica y más. De hecho lo son. Cada enfoque aporta información, ideas, hipótesis. Sin embargo, en mi opinión, hay un elemento que suele ser ignorado, o no registrado, cuando se abordan fenómenos tan decisivos de la vida contemporánea. No se sopesa, y a menudo da la impresión de que ni siquiera se sospecha, el peso significativo que tiene en todo esto el paradigma masculino primitivo y depredador. Hasta tal punto se ha incorporado como parte «natural» de nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con el planeta, que no se lo cuestiona” (De “La masculinidad tóxica”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2006).

En lugar de proponer una mejora ética generalizada, es decir, que involucre tanto a hombres y mujeres, se propone una absurda igualdad que niega toda diferencia natural existente entre hombre y mujer, siendo los niños y niñas quienes habrán de afrontar la experiencia traumática de crecer sin que sus atributos biológicos sean tenidos en cuenta en establecimientos educativos. Se supone que los males de la sociedad no se deben a la prioritaria búsqueda de placer y al rechazo de una actitud de cooperación social, sino a las diferencias entre hombre y mujer, no atribuidas a cuestiones biológicas, sino a una influencia cultural que, se supone, habría creado tales diferencias. Alain Touraine expresó: “La relación hombres/mujeres es y debe ser reconocida hoy como una relación de igualdad entre personas diferentes. Las mujeres se consideran iguales a los hombres, pero se conciben a sí mismas como diferentes, y los hombres deben pensar lo mismo” (De “A la búsqueda de sí mismo” de A. Touraine y F. Khosrokhavar-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2002).

Mientras ignoremos las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales, estaremos alejándonos de la aparente finalidad que nos impone el universo; la de adaptarnos al orden natural. Lo grave del caso es que toda forma de desadaptación trae aparejado el correspondiente sufrimiento.

La felicidad depende esencialmente de lo afectivo, también de lo intelectual y del placer, en ese orden, porque así “lo ha decidido” el propio orden natural. Se tienen varios indicios de que tal escala de valores responde esencialmente a ciertas prioridades que pueden ser confirmadas experimentalmente, aun cuando la experiencia concreta pueda no ser sencilla. El orden natural nos impone “lo que debe ser”, aunque el hombre generalmente no lo cumpla. Lo importante es reconocer tal situación óptima y objetiva, que no depende tanto de nuestras preferencias, sino inscripto en las leyes naturales que rigen nuestra conducta individual.

La que resulta errónea es la actitud de quienes sostienen que la felicidad óptima se ha de lograr a través de los placeres y el sexo. Si se acepta tal postura, se abre la posibilidad del “todo vale”, que legitima cualquier desviación a lo que impone el orden natural y, lo peor de todo, que induce a niños y a jóvenes a adoptar el camino de la “vida estética” (prohibida por el orden natural) en desmedro y abandono de la “vida ética”.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Populismos provinciales: el lencinismo

Los diversos populismos tienen varios atributos comunes, es decir, se les asocia la denominación de populismos justamente por ser movimientos basados en el apoyo de las masas que se sienten marginadas o explotadas por minorías oligárquicas. Buscan justicia, o incluso venganza, y se reúnen y organizan bajo el mando de un líder carismático. Alcanzado el poder político, las masas vengativas tratan de robar lo más posible desde el Estado usurpando también la propiedad ajena, especialmente la perteneciente al sector enemigo. Como disfraz o complemento de sus turbias pasiones, establecen algunas ventajas sociales para los sectores menos favorecidos, teniendo como “cómplices” necesarios, para legitimar sus acciones, a los propios sectores oligárquicos cuando las protestas tienen cierto asidero.

Entre los populismos surgidos en las primeras décadas del siglo XX, puede mencionarse al lencinismo, movimiento surgido en Mendoza siendo inicialmente parte del radicalismo. Félix Luna escribió al respecto: “El lencinismo hizo mucho mal al radicalismo, pero más mal hizo a la democracia argentina, que no conocía hasta entonces este tipo de aberración política, consistente en encumbrar algunas efectividades sociales arrasando paralelamente todos los valores éticos y jurídicos creados a través de una larga evolución de nuestra civilización política para garantizar un estado legal y pacífico de coexistencia cívica” (Citado en “El lencinismo” de Pablo Lacoste-Primera Fila-Mendoza 1992).

La política mendocina, en las primeras décadas del siglo XX, tuvo como protagonistas principales a tres sectores: conservadores, radicales y lencinistas, de donde surgieron distintos conflictos en la dura lucha política por el poder. Pablo Lacoste escribió: “El lencinismo fue un desprendimiento de la UCR de Mendoza que tomó su nombre de sus líderes, primero José Néstor Lencinas y luego su hijo Carlos Washington”.

“José Néstor Lencinas fue uno de los principales dirigentes del radicalismo local desde el momento de su fundación (1891); a partir de entonces desempeñó un rol protagónico en la provincia, se mantuvo en la abstención para exigir la apertura democrática, triunfó en la revolución de 1905 y contribuyó en forma decisiva a la sanción de la llamada Ley Saénz Peña (1912)”.

“A partir de entonces quedaron removidos los obstáculos para la limpieza electoral –al menos en buena parte del país- y la Argentina se preparó para iniciar una nueva etapa. En 1916 fue electo Hipólito Yrigoyen como presidente de la nación y la UCR inició un periodo de 14 años de gobierno. Poco después el radicalismo también llegaba al poder en Mendoza, con el triunfo de Lencinas en 1918”.

Al poco tiempo de acceder al poder, comienzan a vislumbrarse los típicos atributos de los movimientos de masas. Lacoste escribió al respecto: “Desde el primer momento, la tendencia de los símbolos indicaba una inclinación a exaltar a los líderes mendocinos, y brindaba cada vez menor consideración a las autoridades nacionales. Se trataba entonces de un fenómeno de masas, que manifestaban su adhesión al líder, independiente de la doctrina o del proyecto político. Era una cuestión de lealtad personal, muy característica del populismo”.

“La nueva identidad popular de la comunidad mendocina condujo a identificar a los adversarios del partido como los adversarios de la Provincia. Como los lencinistas eran los «buenos», los anti-lencinistas tenían necesariamente que ser los «malos». Por este motivo había que eliminarlos a toda costa, pues su permanencia no podía ofrecer ningún beneficio”.

“El lencinismo se identificaba con el todo y, en ese sentido, actuaba como un movimiento. Renunciaba a la actitud del partido, que se reconoce como parte y admite por tanto la legitimidad de los demás partidos (partes) para sólo así conformar el todo (Félix Luna). Las condiciones estaban dadas para que los lencinistas persiguieran a sus adversarios en todos los espacios posibles, pues entendían que esa conducta era un deber de lealtad con el movimiento”.

Como es propio de los populismos, que no se distinguen demasiado de los totalitarismos si se les deja crecer lo suficiente, pretenden concentrar todo el poder posible existente en el Estado e incluso en la sociedad. Aducen por ello representar al pueblo para legitimar sus ilimitadas ambiciones. Lacoste agrega: “El Poder Judicial se convirtió en un obstáculo permanente para el lencinismo y éste decidió eliminarlo. Para ello optó por diversos caminos; en primer lugar, el gobernador declaró a los jueces en comisión, para luego removerlos de sus cargos. Esta medida fue anulada por las intervenciones federales, pero cuando el lencinismo recuperó el poder, apeló al juicio político a través de la Legislatura. Se reiteraban el mismo fin y la misma falta de fundamentos legales para impedir la división real de poderes. Por ejemplo, la Legislatura ordenó deponer a un juez por incurrir en el curioso delito de «desconcepto público», cargo tan endeble como la presunta «locura» del vicegobernador”.

Los populismos reclaman elecciones sin fraude, no porque sean respetuosos de las leyes y de la Constitución, sino porque les conviene electoralmente. Jorge Calle describe el accionar lencinista en materia judicial. “En la época en que el gobierno del doctor Lencinas puso en movimiento los resortes del Jury con el designio de «reparar» la justicia, los diez legisladores que integraban la institución eran elegidos de entre los más ardorosos correligionarios. ¡Así fueron también los resultados! En cuanto se refiere a los jueces de la Corte, diremos con Anatole France, que la sola idea de que fueran los jueces los encargados de hacer justicia, nos producía una insuperable perturbación”.

“Ello es que, no obstante figurar en el elenco del Tribunal nada menos que cinco señores jueces, puede decirse, sin temor a exagerar, que la institución es de un inequívoco carácter político, según su composición. En ella se reflejan –si se han de contemplar sus actuaciones durante el último gobierno del doctor Lencinas- los ardores de los comités”.

“Los jueces de la Corte juegan en el Jury un rol meramente decorativo. La presencia de estos ministros de la justicia en el interesante tribunal, no se notaba sino por contraste, cuando se hacía un silencio enervante cada vez que la mayoría política del Jury se desorbitaba y condenaba a un juez por el delito de no haber servido bien a la «causa». Entonces, oíase, ensordecedor, el aplauso de las masas, porque el pueblo, según dijo alguien, le gusta ver caer todo. Y cuando el tribunal no condenaba un réprobo, el comité aparecía ante él, amenazador, en la persona de unos cuantos agentes con caras lívidas por una insuperable indignación; y éstos exigían el fallo condenatorio…” (De “Los iluminados”-Agencia General de Librería y Publicaciones-Buenos Aires 1922).

Mientras no encuentran oposición suficiente, las masas irrumpen en cuanto ámbito social pueden inmiscuirse. Lacoste agrega: “Con frecuencia se agredía a los opositores en forma personal. Por ejemplo, el presidente del partido conservador, Mario Arenas, fue baleado. En Lavalle fue incendiada la casa del dirigente radical Amadeo Appugliesse (1926). Ante sus reclamos, las autoridades acusaron al propio dueño de la vivienda como autor del hecho. Socialistas y conservadores denunciaron recurrentemente que se les impedía organizar sus actos partidarios; incluso durante un mitin realizado en Godoy Cruz hacia 1926, un grupo de maleantes se abalanzó sobre la tribuna y desencadenó el caos, resultando muerto el secretario de la Juventud Socialista, Roberto Pichetto”.

“No se trataba de casos aislados sino de la acción de un aparato represivo. El populismo cuyano de los 20 reflotó la práctica del terror como arma política. Este elemento se había desarrollado ampliamente durante los tiempos de Rosas, cuando el fraile Aldao mandaba en Mendoza (1830-1845). Luego siguieron las prácticas de Ortega, pero en los albores del siglo XX, Mendoza parecía abandonar aquellas costumbres. No obstante, el lencinismo volvió a organizar una suerte de aparato parapolicial que actuaba impunemente al mejor estilo de la antigua mazorca rosista. Su símbolo era el «auto fantasma»”.

“Se trataba de un Buick negro (podía ser relevado por un Ford) que realizaba recorridas nocturnas cubiertos por una lona o una sábana blanca. Los ocupantes del «auto fantasma» podían atacar los domicilios de los antilencinistas a balazos, o directamente a ingresar en los mismos a viva fuerza y desatar actos de violencia. En algunos casos llegaban a maniatar a un opositor y a violar a su esposa e hija en su presencia”.

También fueron denunciados robos al Estado y enriquecimientos ilegales por parte de funcionarios lencinistas, mientras que las obras públicas sufrieron una virtual paralización. La caída del lencinismo comienza con el asesinato de Carlos Washington Lencinas, cuando ofrecía un discurso desde un balcón, en la calle España, frente a la Plaza San Martín, recibiendo un certero disparo de alguien subido a un árbol. José Hipólito Lencinas, su hermano, atribuye a Yrigoyen la autoría intelectual del asesinato, acusándolo en realidad de prácticas similares a las empleadas en Mendoza por el lencinismo, escribiendo al respecto: “Las detenciones sin tasa ni medida ni juicio previo, las palizas y torturas despiadadas de que hacían víctima a los opositores y adversarios políticos, el secuestro de libretas de enrolamiento a todos los ciudadanos que tomaban presos para dicho efecto, como, al final de este terrorismo oficial, el propio asesinato político de que fue víctima, en un plan siniestro, el día 10 de noviembre de 1929, el Dr. Carlos Washington Lencinas, el fraude electoral, llenando con votos oficialistas urnas el día sábado para asegurar la elección, todo, y mucho más, se hizo en cumplimiento de planes ordenados y preparados en la Capital Federal, conforme a las instrucciones impartidas por el propio Sr. Presidente de la Nación, que en su demencia senil se había encaprichado, como un loco, en sojuzgar a cualquier precio la autonomía de ambas provincias cuyanas” (De “Desde el Aconcagua”-Mendoza 1969).

Mientras que las llamadas “oligarquías”, con sus virtudes y defectos, construyeron la nación, los populismos, con sus virtudes y defectos, intentaron destruirla. Como las masas se identifican mejor con los populismos que con las oligarquías, no resulta sencillo revertir la decadencia por la que transitamos.

sábado, 3 de noviembre de 2018

Capitalista optimizador de ganancias vs. Empresario optimizador de productos

Mientras que los sectores socialistas no distinguen entre capitalista y empresario, incluso suponiendo que se los puede reemplazar sin gran inconveniente por un burócrata cualquiera, constituyen en realidad dos especialidades, o funciones diferentes, dentro de una empresa. En el caso del accionista, puede advertirse que se trata de alguien que busca optimizar sus ganancias teniendo en cuenta también el riesgo que presenta toda inversión, por lo que debe decirse que busca una optimización que contemple tanto ganancia como riesgo. Por lo general, este inversor no contempla tanto los atributos de los bienes o servicios que se fabricarán con sus aportes monetarios, cambiando fácilmente de empresa ante mejores perspectivas de inversión.

El empresario auténtico, por el contrario, es un apasionado por la actividad emprendida. Resulta difícil imaginar a un Henry Ford o a un Enzo Ferrari con poco apasionamiento por los automóviles. Tal vocación hace que no sea sencillo reemplazarlos por cualquier administrador de empresas, especialmente durante las primeras etapas de la formación de una empresa.

Los casos mencionados son casos extremos, existiendo en la vida real casos intermedios, como el del capitalista que se apasiona por la calidad de los productos que ayuda a producir o el empresario que aspira a lograr grandes fortunas aún a costa de limitar la calidad de sus productos. Ello no implica que el empresario auténtico sea indiferente a las ganancias; la diferencia radica en que para unos las ganancias son un objetivo mientras que para otros es una consecuencia de haber producido con calidad y precios adecuados.

Un empresario exitoso, como Steve Jobs, en algunas circunstancias le tocó decidir entre optimizar ganancias u optimizar calidad, debido justamente a que, en Apple, el administrador del momento había orientado a la empresa por el camino de las ganancias prioritarias. Jobs expresó: “Mi pasión siempre ha sido la de construir una compañía duradera en la que la gente se sienta motivada para crear grandes productos. Todo lo demás era secundario. Obviamente, era fantástico obtener beneficios, porque eso es lo que te permite crear grandes productos. Pero la motivación eran los propios productos, no los beneficios. Sculley les dio la vuelta a esas prioridades y convirtió el dinero en la meta. Es una diferencia sutil, pero acaba por afectar a todos los campos: la gente a la que contratas, quién recibe ascensos, qué se discute en las reuniones”.

“Algunas personas proponen: «Dales a los clientes lo que quieren». Pero esa no es mi postura. Nuestro trabajo consiste en averiguar qué van a querer antes de que lo sepan. Creo que fue Henry Ford quien dijo una vez: «Si les hubieras preguntado a mis clientes qué querían, me habrían contestado: ¡Un caballo más rápido!». La gente no sabe lo que quiere hasta que se lo enseñas. Por eso nunca me he basado en las investigaciones de mercado. Nuestra tarea estriba en leer las páginas que todavía no se han escrito”.

“Edwin Land, de Polaroid, hablaba acerca del cruce entre las humanidades y la ciencia. Me gusta esa intersección. Hay algo mágico en ese lugar. Hay mucha gente innovando, y esa suele ser la característica principal de mi línea de trabajo. El motivo por el que Apple cuenta con la aceptación de la gente es que existe una corriente profunda de humanidad en nuestra innovación. Creo que los grandes artistas y los grandes ingenieros se parecen, porque ambos sienten el deseo de expresarse. De hecho, algunas de las mejores personas que trabajaron en el Mac original eran también poetas y músicos. En los años setenta, los ordenadores se convirtieron en una herramienta para que la gente pudiera expresar su creatividad. A los grandes artistas como Leonardo da Vinci y Miguel Ángel también se les daba muy bien la ciencia. Miguel Ángel sabía mucho acerca de la extracción de las piedras en las canteras, y no sólo cómo ser un escultor” (De “Steve Jobs” de Walter Isaacson-Debate-Buenos Aires 2011).

También Jobs menciona otras compañías advirtiendo que las ganancias prioritarias limitan el crecimiento de las mismas como también la vida de las empresas. “Resulta sencillo arrojarle piedras a Microsoft. Ellos han caído claramente desde su puesto de dominio. Se han convertido en algo casi irrelevante. Y aun así valoro lo que hicieron y lo duro que resultó. Se les daba bien el aspecto empresarial de las cosas. Nunca fueron tan ambiciosos en cuanto a sus productos como deberían haberlo sido. A Bill le gustaba presentarse como un hombre de productos, pero en realidad no lo es. Es un hombre de negocios. Vencer a otras empresas era más importante que crear grandes productos. Acabó siendo el hombre más rico que había, y si esa era su meta, entonces la alcanzó. Sin embargo, ese nunca ha sido mi objetivo, y me pregunto, al fin y al cabo, si era el suyo. Lo admiro por la empresa que construyó –es impresionante- y disfruté del tiempo que trabajé con él. Es un hombre brillante y de hecho tiene un gran sentido del humor. Sin embargo, Microsoft nunca contó con las humanidades y las artes liberales en su ADN. Incluso cuando vieron el Mac, no lograron copiarlo correctamente. No acabaron de comprenderlo del todo”.

“Tengo mi propia teoría acerca de por qué compañías como IBM o Microsoft entran en decadencia. Una empresa hace un gran trabajo, innova y se convierte en un monopolio o en algo cercano a ello en un campo determinado, y entonces la calidad del producto se vuelve menos importante. La compañía comienza a valorar más a los grandes comerciantes que tienen, porque ellos son los que pueden aumentar los beneficios, y no los ingenieros y diseñadores de productos. Así pues, los agentes de ventas acaban dirigiendo la compañía. John Akers, de IBM, era un vendedor fantástico, listo y elocuente, pero no sabía absolutamente nada sobre los productos. Lo mismo ocurrió en Xerox. Cuando los chicos de ventas dirigen la compañía, la gente que trabaja en los productos pierde importancia, y muchos de ellos sencillamente se marchan. Es lo que ocurrió en Apple cuando entró Sculley, y eso fue culpa mía, y también ocurrió cuando Ballmer llegó al poder en Microsoft. Apple tuvo suerte y se recuperó, pero no creo que nada vaya a cambiar en Microsoft mientras Ballmer siga al frente”.

“Odio que la gente se etiquete a sí misma de «emprendedora» cuando lo que en realidad está intentado hacer es crear una compañía para después venderla o salir a bolsa para poder recoger los beneficios y dedicarse a otra cosa. No están dispuestos a llevar a cabo el trabajo necesario para construir una auténtica empresa, que es la tarea más dura en este campo. Así es como puedes hacer una contribución real y sumarte al legado de los que vinieron antes que tú. Así es como construyes una compañía que siga representando unos valores dentro de una o dos generaciones. Eso es lo que hicieron Walt Disney, Hewlett y Packard, y las personas que construyeron Intel. Crearon una compañía para que durase, y no sólo para ganar dinero. Eso es lo que quiero que ocurra con Apple”.