viernes, 9 de noviembre de 2018

Cuando el sexo reemplaza el alma

A lo largo del tiempo se han ido estableciendo diversas definiciones acerca del hombre; en todas tratando de distinguirlo del resto de los seres vivientes. Así, a la palabra “humano” se le asocia el significado de “el que entierra a los muertos”, mientras que “ánthropos” significa “el que mira a lo alto”, es decir, el que busca a Dios, o a los dioses, o al orden natural. Posteriormente se dijo que el hombre “es un ser racional que tiene sentimientos” y, actualmente, que “es un ser emocional que razona”.

Si se trata de describir el comportamiento predominante, o que pareciera predominar en las sociedades actuales, puede decirse que el hombre ha relegado tanto su carácter emocional como el racional por sus atributos sexuales; de ahí que se haya abandonado la búsqueda del perfeccionamiento moral, o del alma, asociando a la palabra “alma” aquello que reúne tanto lo afectivo como lo intelectual, reemplazando esa búsqueda por la obsesiva persecución de oportunidades para tener relaciones sexuales.

Se advierte de inmediato que este último objetivo implica una desnaturalización de nuestra esencia humana, ya que los millones de años de evolución biológica, que han permitido conformar nuestros atributos característicos, en cierta forma nos exigen una similar atención a todos ellos, si es que deseamos mantener nuestra supervivencia. El reemplazo del alma por el sexo implica una tendencia que se opone al proceso de adaptación cultural al orden natural.

El grado de adaptación al orden natural está asociado al nivel de felicidad alcanzado, por lo que, un bajo nivel de felicidad indica una pobre adaptación al mismo. Es muy distinto el nivel de felicidad alcanzado por quienes adoptan una postura de cooperación hacia el resto de los seres humanos, como es el caso de la Madre Teresa de Calcuta, al pobre nivel de felicidad alcanzado por quienes están totalmente gobernados por sus instintos sexuales.

La crisis humana, a nivel individual, incide en forma directa en la posterior crisis familiar y social. Una sociedad cuyos integrantes dejan de lado toda forma de cooperación, deja de ser una sociedad para llegar a ser un simple conglomerado de desnaturalizados seres humanos. La individualidad se transforma en un egoísmo que favorece el aislamiento. Gilles Lipovetsky escribió: “Don Juan ha muerto; una nueva figura, mucho más inquietante, se yergue, Narciso, subyugado por sí mismo en su cápsula de cristal” (De “La era del vacío”-Editorial Anagrama SA-Barcelona 1986).

Tampoco la familia puede mantener la integridad de otras épocas una vez que decae la predisposición a la cooperación. Abelardo Pithod escribió: “A la vez, las estructuras sociales y económicas facilitan o inhiben una u otra concepción de la familia. Pero lo que importa aquí es destacar la solidaridad fundamental que se asentaba sobre la familia amplia y se ha perdido. La soledad y la inseguridad acechan hoy al hombre. Esta inseguridad proviene de aquella absolutización del sexo y de la felicidad centrada en él. Una inseguridad que se refleja en la inseguridad frente a los hijos, a quienes no se sabe cómo educar”.

“El hedonismo hace imposible la tarea educativa como preparación para la vida. Ya no hay motivos, puesto que la realización del ser humano reside ahora sobre todo en el placer o goce sensorial de la vida. ¿Cómo vamos a educar a nuestros hijos si la disciplina, el esfuerzo, la renuncia y el dolor son males a evitar en todo lo posible? ¿Cómo les vamos a enseñar el camino ascético de la vida y la tensión del espíritu, si nosotros no levantamos el vuelo por encima del placer y disfrute de los sentidos? ¿Con qué autoridad vamos a hacerlo? Los padres y los maestros de hoy padecemos de mala conciencia. Nos da vergüenza, nos causa remordimientos someter a los chicos al esfuerzo de la educación y la vida virtuosa. ¿Con qué cara vamos a negarles nada, si nosotros no nos negamos nada? Drama profundo de la pedagogía de hoy, frente al que es nada el problema de la actualización metodológica”.

“Los esposos se divorcian, los niños molestan, los viejos sobran, los vecinos se desconocen y las masas de solitarios crecen y crecen. No es precisamente el individualismo lo que se opone a la formación de la sociedad de masas, con todas sus regimentaciones tipo hormiguero. Son más bien los lazos de sangre sobre los que se constituía la familia amplia como una estructura longitudinal a través del tiempo que ligaba a las generaciones, una estructura que evitaba o suavizaba las rupturas generacionales”.

“Su fin no se reducía a satisfacer la sexualidad individual. La sexualidad era una función mediatizada que se trascendía siempre a sí misma, no centrada en sí misma. Su cenit no era el orgasmo sino los hijos, unos hijos que no sólo eran de papá y mamá, sino de los abuelos, y los tíos, de los cuñados y los primos, y cuyo ámbito de formación no era la soledad de la pareja sino una amplia comunidad que incluía a muchos, pero sobre todo, muchas y sutiles interrelaciones, alcanzando a los domésticos, si los había, los vecinos y los amigos. Las tensiones, expectativas y responsabilidades se diluían y ya no era tan insoportable estar solo con un cónyuge desavenido” (De “Psicología y Ética de la conducta”-Editorial Dunken-Buenos Aires 2006).

La elección entre el bien y el mal, en cierta forma equivale a una elección entre lo que Sören Kierkegaard denominó “vida ética” (el bien), contrapuesta a la “vida estética” (el mal). La primera implica la búsqueda prioritaria de la cooperación social, mientras que la segunda implica la búsqueda prioritaria de placer. Cada ser humano enfrenta en la vida un camino divergente (en forma de Y) en el cual debe adoptar una de las dos alternativas. Kierkegaard escribió al respecto: “Hay circunstancias en la vida en las que sería absurdo y hasta insensato aplicar una alternativa, un aut-aut [o lo uno o lo otro]; pero también se encuentran personas cuya alma es demasiado disoluta para comprender lo que significa tal dilema y cuya personalidad está privada de la energía necesaria para decir con pasión: aut-aut” (De “Estética y Ética”-Editorial Nova-Buenos Aires 1955).

En el mismo sentido, Carlos Goñi escribió: “El hombre estético vive en la inmediatez, busca el instante placentero, es hedonista, está pegado a las cosas, no se compromete con nada ni con nadie. Pero desespera necesariamente ante la imposibilidad de encontrar la eternidad en el instante. La única forma de huir del tedio, la inquietud y la inestabilidad propios de cada esfera es optar por una vida ética auténtica”.

“El hombre ético, en cambio, está instalado en lo general: actúa como todo el mundo, es el hombre del compromiso matrimonial. El matrimonio refleja claramente esta esfera en que se recupera la sensibilidad estética en un orden más elevado y racional, representa la realización concreta del ideal clásico, donde las demandas estéticas legítimas pueden ser llevadas a su plenitud. La existencia ética aporta a la esfera estética un bien del que ésta carecía: la libertad. El hombre auténticamente libre no es el esteta, que vive esclavizado por los placeres, sino el ético, que es capaz de escoger responsablemente” (De “Las narices de los filósofos”-Editorial Ariel SA-Barcelona 2008).

La elección de la vida estética implica, como se dijo, dar prioridad a la búsqueda de placer, lo que tarde o temprano puede conducir a la obsesión por el dinero, el alcohol, las drogas, el sexo disociado de los afectos, etc. La tan criticada actitud machista implica esencialmente la búsqueda de sexo sin afecto, siendo una consecuencia de la mentalidad predominante de la época.

El machismo es promovido tanto por hombres y mujeres, que son justamente los que influyen sobre las conductas de los niños. El padre que poco estima a otros padres, o la madre que poco estima a otras madres, de alguna forma promueven en sus hijos la búsqueda del sexo-diversión mediante el cual usarán circunstancialmente a mujeres (hijas de los hombres y mujeres poco estimados) que serán consideradas como simples objetos de placer, sin importarles incluso jugar con los afectos o los sentimientos de otras personas. Sergio Sinay escribió: “Todos estos factores (guerras, violaciones, accidentes, conductas deportivas, comportamientos sociales, actitudes sexuales, formas de interacción política, discursos públicos, apelaciones de mercadeo, modas televisivas) pueden ser estudiadas desde diferentes miradas y disciplinas: desde la economía, la política, la sociología, la psicología social, la semiótica y más. De hecho lo son. Cada enfoque aporta información, ideas, hipótesis. Sin embargo, en mi opinión, hay un elemento que suele ser ignorado, o no registrado, cuando se abordan fenómenos tan decisivos de la vida contemporánea. No se sopesa, y a menudo da la impresión de que ni siquiera se sospecha, el peso significativo que tiene en todo esto el paradigma masculino primitivo y depredador. Hasta tal punto se ha incorporado como parte «natural» de nuestra manera de relacionarnos entre nosotros y con el planeta, que no se lo cuestiona” (De “La masculinidad tóxica”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 2006).

En lugar de proponer una mejora ética generalizada, es decir, que involucre tanto a hombres y mujeres, se propone una absurda igualdad que niega toda diferencia natural existente entre hombre y mujer, siendo los niños y niñas quienes habrán de afrontar la experiencia traumática de crecer sin que sus atributos biológicos sean tenidos en cuenta en establecimientos educativos. Se supone que los males de la sociedad no se deben a la prioritaria búsqueda de placer y al rechazo de una actitud de cooperación social, sino a las diferencias entre hombre y mujer, no atribuidas a cuestiones biológicas, sino a una influencia cultural que, se supone, habría creado tales diferencias. Alain Touraine expresó: “La relación hombres/mujeres es y debe ser reconocida hoy como una relación de igualdad entre personas diferentes. Las mujeres se consideran iguales a los hombres, pero se conciben a sí mismas como diferentes, y los hombres deben pensar lo mismo” (De “A la búsqueda de sí mismo” de A. Touraine y F. Khosrokhavar-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2002).

Mientras ignoremos las leyes naturales que rigen nuestras conductas individuales, estaremos alejándonos de la aparente finalidad que nos impone el universo; la de adaptarnos al orden natural. Lo grave del caso es que toda forma de desadaptación trae aparejado el correspondiente sufrimiento.

La felicidad depende esencialmente de lo afectivo, también de lo intelectual y del placer, en ese orden, porque así “lo ha decidido” el propio orden natural. Se tienen varios indicios de que tal escala de valores responde esencialmente a ciertas prioridades que pueden ser confirmadas experimentalmente, aun cuando la experiencia concreta pueda no ser sencilla. El orden natural nos impone “lo que debe ser”, aunque el hombre generalmente no lo cumpla. Lo importante es reconocer tal situación óptima y objetiva, que no depende tanto de nuestras preferencias, sino inscripto en las leyes naturales que rigen nuestra conducta individual.

La que resulta errónea es la actitud de quienes sostienen que la felicidad óptima se ha de lograr a través de los placeres y el sexo. Si se acepta tal postura, se abre la posibilidad del “todo vale”, que legitima cualquier desviación a lo que impone el orden natural y, lo peor de todo, que induce a niños y a jóvenes a adoptar el camino de la “vida estética” (prohibida por el orden natural) en desmedro y abandono de la “vida ética”.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente!! Sobrio. Directo. Comciso. Felicitaciones y muchas gracias por el aporte

Bdsp dijo...

Gracias por su opinión......es un estímulo para seguir escribiendo con entusiasmo....

Unknown dijo...

Veo que tienes muy buenas publicaciones. ¡Muchas gracias por compartir esto!!

Helen Hamann dijo...

Usted dice: "El grado de adaptación al orden natural está asociado al nivel de felicidad alcanzado, por lo que, un bajo nivel de felicidad indica una pobre adaptación al mismo. Es muy distinto el nivel de felicidad alcanzado por quienes adoptan una postura de cooperación hacia el resto de los seres humanos, como es el caso de la Madre Teresa de Calcuta, al pobre nivel de felicidad alcanzado por quienes están totalmente gobernados por sus instintos sexuales."
Yo le pregunto: ¿la madre Teresa era feliz? ¿Y ella es su modelo de felicidad?
Disculpe, pero todo su comentario huele a cristianismo, altruismo, post-modernismo y kantianismo. De Objetivismo no tiene nada.
Entiendo su deseo de explicar porque el hedonismo sexual es dañino para el hombre, pero sus argumentos en contra son cristianos, no objetivista.
Miss Rand ha escrito extensivamente sobre eso, así que está de más que yo me explaye aquí. Pero desapruebo totalmente cada uno de sus argumentos.

Fernando dijo...

La sexualidad es una detonante natural de las emociones, no lo contrario. Y la razón es una característica muy humana que opera volitivamente y puede tener la capacidad para orientar las emociones: (1) Predisponiendolas habitualmente; o (2) Interviniendo en el crítico momento en que éstas se detonan.

No hay mayor motivo de felicidad, como el de solazarse en el surgimiento de emociones orientadas de esa forma. Incluyendo el sexo.

Fernando dijo...

La sexualidad es una detonante natural de las emociones, no lo contrario. Y la razón es una característica muy humana que opera volitivamente y puede tener la capacidad para orientar las emociones: (1) Predisponiendolas habitualmente; o (2) Interviniendo en el crítico momento en que éstas se detonan.

No hay mayor motivo de felicidad, como el de solazarse en el surgimiento de emociones orientadas de esa forma. Incluyendo el sexo.

Bdsp dijo...

Para Helen Hamann: No estoy de acuerdo con el altruismo, ni con el post-modernismo ni con el kantismo. Son contradictorios con el cristianismo. Adhiero al cristianismo, pero como una religión natural. Tomo como referencia la propia realidad y de ahí surgen mis opiniones....Veo que usted es seguidora de Ayn Rand. Al respecto puedo decirle que no tomo como referencia a ningún pensador sino a la propia realidad, y aveces coincido con Rand (muchas veces) y otras veces no......