lunes, 5 de noviembre de 2018

Populismos provinciales: el lencinismo

Los diversos populismos tienen varios atributos comunes, es decir, se les asocia la denominación de populismos justamente por ser movimientos basados en el apoyo de las masas que se sienten marginadas o explotadas por minorías oligárquicas. Buscan justicia, o incluso venganza, y se reúnen y organizan bajo el mando de un líder carismático. Alcanzado el poder político, las masas vengativas tratan de robar lo más posible desde el Estado usurpando también la propiedad ajena, especialmente la perteneciente al sector enemigo. Como disfraz o complemento de sus turbias pasiones, establecen algunas ventajas sociales para los sectores menos favorecidos, teniendo como “cómplices” necesarios, para legitimar sus acciones, a los propios sectores oligárquicos cuando las protestas tienen cierto asidero.

Entre los populismos surgidos en las primeras décadas del siglo XX, puede mencionarse al lencinismo, movimiento surgido en Mendoza siendo inicialmente parte del radicalismo. Félix Luna escribió al respecto: “El lencinismo hizo mucho mal al radicalismo, pero más mal hizo a la democracia argentina, que no conocía hasta entonces este tipo de aberración política, consistente en encumbrar algunas efectividades sociales arrasando paralelamente todos los valores éticos y jurídicos creados a través de una larga evolución de nuestra civilización política para garantizar un estado legal y pacífico de coexistencia cívica” (Citado en “El lencinismo” de Pablo Lacoste-Primera Fila-Mendoza 1992).

La política mendocina, en las primeras décadas del siglo XX, tuvo como protagonistas principales a tres sectores: conservadores, radicales y lencinistas, de donde surgieron distintos conflictos en la dura lucha política por el poder. Pablo Lacoste escribió: “El lencinismo fue un desprendimiento de la UCR de Mendoza que tomó su nombre de sus líderes, primero José Néstor Lencinas y luego su hijo Carlos Washington”.

“José Néstor Lencinas fue uno de los principales dirigentes del radicalismo local desde el momento de su fundación (1891); a partir de entonces desempeñó un rol protagónico en la provincia, se mantuvo en la abstención para exigir la apertura democrática, triunfó en la revolución de 1905 y contribuyó en forma decisiva a la sanción de la llamada Ley Saénz Peña (1912)”.

“A partir de entonces quedaron removidos los obstáculos para la limpieza electoral –al menos en buena parte del país- y la Argentina se preparó para iniciar una nueva etapa. En 1916 fue electo Hipólito Yrigoyen como presidente de la nación y la UCR inició un periodo de 14 años de gobierno. Poco después el radicalismo también llegaba al poder en Mendoza, con el triunfo de Lencinas en 1918”.

Al poco tiempo de acceder al poder, comienzan a vislumbrarse los típicos atributos de los movimientos de masas. Lacoste escribió al respecto: “Desde el primer momento, la tendencia de los símbolos indicaba una inclinación a exaltar a los líderes mendocinos, y brindaba cada vez menor consideración a las autoridades nacionales. Se trataba entonces de un fenómeno de masas, que manifestaban su adhesión al líder, independiente de la doctrina o del proyecto político. Era una cuestión de lealtad personal, muy característica del populismo”.

“La nueva identidad popular de la comunidad mendocina condujo a identificar a los adversarios del partido como los adversarios de la Provincia. Como los lencinistas eran los «buenos», los anti-lencinistas tenían necesariamente que ser los «malos». Por este motivo había que eliminarlos a toda costa, pues su permanencia no podía ofrecer ningún beneficio”.

“El lencinismo se identificaba con el todo y, en ese sentido, actuaba como un movimiento. Renunciaba a la actitud del partido, que se reconoce como parte y admite por tanto la legitimidad de los demás partidos (partes) para sólo así conformar el todo (Félix Luna). Las condiciones estaban dadas para que los lencinistas persiguieran a sus adversarios en todos los espacios posibles, pues entendían que esa conducta era un deber de lealtad con el movimiento”.

Como es propio de los populismos, que no se distinguen demasiado de los totalitarismos si se les deja crecer lo suficiente, pretenden concentrar todo el poder posible existente en el Estado e incluso en la sociedad. Aducen por ello representar al pueblo para legitimar sus ilimitadas ambiciones. Lacoste agrega: “El Poder Judicial se convirtió en un obstáculo permanente para el lencinismo y éste decidió eliminarlo. Para ello optó por diversos caminos; en primer lugar, el gobernador declaró a los jueces en comisión, para luego removerlos de sus cargos. Esta medida fue anulada por las intervenciones federales, pero cuando el lencinismo recuperó el poder, apeló al juicio político a través de la Legislatura. Se reiteraban el mismo fin y la misma falta de fundamentos legales para impedir la división real de poderes. Por ejemplo, la Legislatura ordenó deponer a un juez por incurrir en el curioso delito de «desconcepto público», cargo tan endeble como la presunta «locura» del vicegobernador”.

Los populismos reclaman elecciones sin fraude, no porque sean respetuosos de las leyes y de la Constitución, sino porque les conviene electoralmente. Jorge Calle describe el accionar lencinista en materia judicial. “En la época en que el gobierno del doctor Lencinas puso en movimiento los resortes del Jury con el designio de «reparar» la justicia, los diez legisladores que integraban la institución eran elegidos de entre los más ardorosos correligionarios. ¡Así fueron también los resultados! En cuanto se refiere a los jueces de la Corte, diremos con Anatole France, que la sola idea de que fueran los jueces los encargados de hacer justicia, nos producía una insuperable perturbación”.

“Ello es que, no obstante figurar en el elenco del Tribunal nada menos que cinco señores jueces, puede decirse, sin temor a exagerar, que la institución es de un inequívoco carácter político, según su composición. En ella se reflejan –si se han de contemplar sus actuaciones durante el último gobierno del doctor Lencinas- los ardores de los comités”.

“Los jueces de la Corte juegan en el Jury un rol meramente decorativo. La presencia de estos ministros de la justicia en el interesante tribunal, no se notaba sino por contraste, cuando se hacía un silencio enervante cada vez que la mayoría política del Jury se desorbitaba y condenaba a un juez por el delito de no haber servido bien a la «causa». Entonces, oíase, ensordecedor, el aplauso de las masas, porque el pueblo, según dijo alguien, le gusta ver caer todo. Y cuando el tribunal no condenaba un réprobo, el comité aparecía ante él, amenazador, en la persona de unos cuantos agentes con caras lívidas por una insuperable indignación; y éstos exigían el fallo condenatorio…” (De “Los iluminados”-Agencia General de Librería y Publicaciones-Buenos Aires 1922).

Mientras no encuentran oposición suficiente, las masas irrumpen en cuanto ámbito social pueden inmiscuirse. Lacoste agrega: “Con frecuencia se agredía a los opositores en forma personal. Por ejemplo, el presidente del partido conservador, Mario Arenas, fue baleado. En Lavalle fue incendiada la casa del dirigente radical Amadeo Appugliesse (1926). Ante sus reclamos, las autoridades acusaron al propio dueño de la vivienda como autor del hecho. Socialistas y conservadores denunciaron recurrentemente que se les impedía organizar sus actos partidarios; incluso durante un mitin realizado en Godoy Cruz hacia 1926, un grupo de maleantes se abalanzó sobre la tribuna y desencadenó el caos, resultando muerto el secretario de la Juventud Socialista, Roberto Pichetto”.

“No se trataba de casos aislados sino de la acción de un aparato represivo. El populismo cuyano de los 20 reflotó la práctica del terror como arma política. Este elemento se había desarrollado ampliamente durante los tiempos de Rosas, cuando el fraile Aldao mandaba en Mendoza (1830-1845). Luego siguieron las prácticas de Ortega, pero en los albores del siglo XX, Mendoza parecía abandonar aquellas costumbres. No obstante, el lencinismo volvió a organizar una suerte de aparato parapolicial que actuaba impunemente al mejor estilo de la antigua mazorca rosista. Su símbolo era el «auto fantasma»”.

“Se trataba de un Buick negro (podía ser relevado por un Ford) que realizaba recorridas nocturnas cubiertos por una lona o una sábana blanca. Los ocupantes del «auto fantasma» podían atacar los domicilios de los antilencinistas a balazos, o directamente a ingresar en los mismos a viva fuerza y desatar actos de violencia. En algunos casos llegaban a maniatar a un opositor y a violar a su esposa e hija en su presencia”.

También fueron denunciados robos al Estado y enriquecimientos ilegales por parte de funcionarios lencinistas, mientras que las obras públicas sufrieron una virtual paralización. La caída del lencinismo comienza con el asesinato de Carlos Washington Lencinas, cuando ofrecía un discurso desde un balcón, en la calle España, frente a la Plaza San Martín, recibiendo un certero disparo de alguien subido a un árbol. José Hipólito Lencinas, su hermano, atribuye a Yrigoyen la autoría intelectual del asesinato, acusándolo en realidad de prácticas similares a las empleadas en Mendoza por el lencinismo, escribiendo al respecto: “Las detenciones sin tasa ni medida ni juicio previo, las palizas y torturas despiadadas de que hacían víctima a los opositores y adversarios políticos, el secuestro de libretas de enrolamiento a todos los ciudadanos que tomaban presos para dicho efecto, como, al final de este terrorismo oficial, el propio asesinato político de que fue víctima, en un plan siniestro, el día 10 de noviembre de 1929, el Dr. Carlos Washington Lencinas, el fraude electoral, llenando con votos oficialistas urnas el día sábado para asegurar la elección, todo, y mucho más, se hizo en cumplimiento de planes ordenados y preparados en la Capital Federal, conforme a las instrucciones impartidas por el propio Sr. Presidente de la Nación, que en su demencia senil se había encaprichado, como un loco, en sojuzgar a cualquier precio la autonomía de ambas provincias cuyanas” (De “Desde el Aconcagua”-Mendoza 1969).

Mientras que las llamadas “oligarquías”, con sus virtudes y defectos, construyeron la nación, los populismos, con sus virtudes y defectos, intentaron destruirla. Como las masas se identifican mejor con los populismos que con las oligarquías, no resulta sencillo revertir la decadencia por la que transitamos.

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