lunes, 26 de septiembre de 2011

Puntos de partida para una ética natural


A partir del actual nivel de conocimientos aportados por las ciencias sociales y naturales, además del conocimiento que nos brinda la filosofía y la religión, es posible adoptar algunos principios básicos que permitirán establecer una ética natural y objetiva, que sea incluso independiente de las distintas posturas filosóficas y religiosas adoptadas individualmente. Tales aspectos básicos no sólo serán el origen de una perspectiva general, sino que constituirán también requisitos, o limitaciones, que deberá cumplir toda ética de validez universal.

Por lo general, las palabras ética y moral se usan indistintamente. Por ello es necesario mencionar los significados que se les darán en el presente contexto. Así, se considerará como ética al conjunto de principios básicos y sus respectivas sugerencias prácticas a adoptar, mientras que moral ha de ser el grado de acatamiento que un individuo ofrecerá a tal ética propuesta. A continuación se exponen los principios básicos considerados:

Principio de complejidad creciente: También denominado Ley cósmica de Complejidad-Consciencia, ha sido descrito por Joël de Rosnay como sigue: “Pierre Teilhard de Chardin sostiene que la materia del universo está organizada en una larga cadena de complejidad creciente. La cadena comienza en las partículas elementales, sigue con los átomos, las moléculas, las células y los organismos individuales; se extiende finalmente a los agrupamientos complejos constituidos por las sociedades humanas. En cada nivel de complejidad se encuentran los elementos constructivos a partir de los cuales se forma el siguiente, más complejo. Aparentemente, Teilhard de Chardin fue uno de los primeros en subrayar que esta clasificación por orden de complejidad creciente correspondía también a una clasificación cronológica”. (De “La aventura del ser vivo”– Editorial Gedisa SA-Barcelona 1998).

Esta tendencia implica la existencia de un sentido de la evolución y de una finalidad objetiva del universo. También puede establecerse el sentido de la historia de la humanidad como una serie de intentos por lograr mayores niveles de adaptación.

Principio de invariabilidad de la ley natural: Establecido primeramente por Auguste Comte, este principio básico de la ciencia experimental implica que todo lo existente está regido por este tipo de ley. La existencia de una ley natural, como vínculo invariante entre causas y efectos, da lugar a un orden natural emergente. Así como las leyes humanas se establecen bajo cierto espíritu, o finalidad, podemos considerar a Dios como el espíritu que caracteriza la ley natural. Luego, considerando su invariabilidad, podemos identificar ciencia y religión, ya que se excluye toda interrupción de la misma. En este caso ha de ser una religión natural.

Principio de adaptación cultural: El hombre no sólo participa del proceso de la evolución biológica, sino que también está inmerso en un proceso de adaptación cultural al orden natural. Julian Huxley escribió: “Es como si el hombre hubiese sido designado, de repente, director general de la más grande de todas las empresas, la empresa de la evolución, y designado sin preguntarle si necesitaba ese puesto, y sin aviso ni preparación de ninguna clase. Más aún: no puede rechazar ese puesto. Precíselo o no, conozca o no lo que está haciendo, el hecho es que está determinando la futura orientación de la evolución en este mundo. Este es su destino, al que no puede escapar, y cuanto más pronto se dé cuenta de ello y empiece a creer en ello, mejor para todos los interesados” (De “Nuevos odres para el vino nuevo”–Editorial Hermes-Buenos Aires 1959).

Así como el medio presiona a la vida hacia una mayor adaptación, el propio orden natural presiona a la humanidad, a través del sufrimiento, a una mayor adaptación cultural al mismo.

Criterio de cooperación: Podemos decir que el hombre es un partícipe activo en el proceso de la formación de la humanidad, y que el hombre actual está en una etapa similar a la descripta en el Génesis bíblico. Henri Bergson escribió: “Lo más sublime que Dios ha creado es haber hecho al hombre cooperador suyo en la creación”. Ésta es también una insinuación a darle a nuestra vida un sentido religioso y una finalidad acorde al sentido aparente del universo. La actitud ética tiene sentido cuando previamente se encontró un sentido a nuestra vida.

Criterio de las decisiones accesibles: Epicteto escribió: “De lo existente, unas cosas dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros”. La acción ética requiere de sugerencias prácticas que sean accesibles a nuestras decisiones. Si tenemos en cuenta esta restricción, es posible dejar de lado muchos planteamientos de tipo filosófico que no conducen a una acción concreta y que sólo llevan a conflictos sin solución.

Criterio de simplicidad: Es evidente que toda ética propuesta debe ser accesible a la totalidad de las personas, en forma independiente de su nivel intelectual. De ahí que Cristo expresó: “Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los listos y las has revelado a los insignificantes” (Mt.)

Criterio de universalidad: Inmanuel Kant escribió: “Actúa como si el motivo que preside tus actos pudiera convertirse, por obra de tu voluntad, en una ley general”.

Criterio del amor intelectual a Dios: Baruch de Spinoza escribió: “Pero el amor por una cosa eterna e infinita alimenta el alma con una alegría singular y libre de toda tristeza, lo que hace que sea tan deseable y digno de ser buscado con todas nuestras fuerzas” (De “Ética”-Fondo de Cultura Económica-México 1985).

Criterio de inmortalidad: No sólo la felicidad es un aliciente para el logro de una actitud ética adecuada, sino también la existencia de la inmortalidad, como premio a esa acción. Ignace Lepp escribió: “Pero si no hubiera tal eternidad, mi fe en el mundo recibiría un golpe peligroso. ¿Podría concebirse que el mundo evolucione durante miles de millones de años hasta originar la vida espiritual, consciente de sí misma…para que dicha vida vuelva a caer al fin nuevamente en la nada? Todo mi ser se rebela contra tal hipótesis, que rebajaría y reduciría a un absurdo el mundo, en el que tan firmemente creo” (De “La nueva Tierra”–Ediciones Carlos Lohlé-Buenos Aires 1963).

Criterio de la influencia social: Wolfgang Goethe escribió: “Trata a la gente como si fuera lo que debería ser y la ayudarás a convertirse en lo que es capaz de ser”.

Criterio de la actitud característica: En los seres humanos existe una respuesta, o actitud, característica. Mediante cuatro actitudes básicas podemos describir todo el espectro de las respuestas posibles, y ellas son: amor, odio, egoísmo y negligencia. A la primera le asociamos el Bien, y a las últimas el Mal. De ahí que el éxito de la adaptación cultural del hombre al orden natural, está asociado al predominio del Bien sobre el Mal.

Criterio de los sentimientos humanos: es indudable que toda actitud ética deberá basarse en los sentimientos humanos. La sugerencia práctica ha de ser el “Amarás al prójimo como a ti mismo”, que puede también enunciarse como: “Compartirás las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias”.

De esta forma puede observarse que es posible, en principio, establecer una ética natural que puede ser compatible con la religión y también con la ciencia experimental. En este caso, se trata del concepto de actitud, una de las variables de mayor importancia en Psicología Social.

Los recientes hallazgos de la neurociencia permiten vislumbrar que, en un futuro no muy lejano, podrá establecerse un vínculo estrecho entre las funciones del cerebro y las actitudes básicas del hombre, tal el caso de las neuronas espejo y el proceso de la empatía.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Propiedad y poder



Entre los defensores del capitalismo y del socialismo existen acusaciones cruzadas respecto a que el otro sistema económico constituye un factor unificador de poder. Primeramente podemos hacer una muy breve síntesis de ambos sistemas:

Capitalismo privado:

1- Propiedad privada de los medios de producción
2- División o especialización del trabajo
3- Intercambio y distribución a través del mercado
4- Innovación empresarial para adaptarse al mercado

Capitalismo estatal (socialismo):

1- Propiedad estatal de los medios de producción
2- División o especialización del trabajo
3- Intercambio y distribución a través de una planificación central
4- No existe necesidad de innovación, pero puede ser realizada por los planificadores

Respecto de la concentración de poder, puede apreciarse que en el capitalismo privado es posible la aparición de grupos económicos que dominarán el mercado de un país o incluso del mundo entero. Pero este poderío podrá establecerse como una consecuencia de realizar una eficaz producción siendo el éxito económico una consecuencia de ese accionar. Ante la expresión de P.J. Proudhon de que “la propiedad es el robo”, Alain le responde: “Me causa horror porque veo que los dos términos así unidos son deformados desvergonzadamente al estar la propiedad esencialmente ligada al trabajo, mientras que el robo se define por la adquisición sin trabajo” (Del “Diccionario del lenguaje filosófico”-Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1966).

En cuanto a la concentración de poder en una economía socialista, a través de la propiedad estatal de los medios de producción, no sólo se establece un poder económico central sino que el Estado constituye también un poder militar, jurídico, político, etc. Wilhelm Röpke escribió:

“Puede decirse que el jefe de un Estado colectivista es el mayor propietario que la historia ha conocido, porque es «dueño» de todo un país, en el único sentido en que puede poseerse algo tan gigantesco” (De “La crisis social de nuestro tiempo”-Revista de Occidente-Madrid 1947).

Cuando los partidarios del socialismo critican “la concentración de poder económico” del capitalismo privado, proponiendo una concentración de poder, no sólo económico, sino también político y militar, surge un interrogante inmediato. ¿Se supone que el ciudadano común es tan ingenuo e ignorante como para no ver claramente el absurdo? ¿o bien es el propio pensamiento socialista el que “goza” de tales atributos?. Wilhelm Röpke escribió al respecto:

“El problema de la propiedad en nuestra época es el de concentración de la propiedad, y es absurdo pretender solucionar un problema de concentración por medio de la superconcentración. Los socialistas critican justamente que en ciertos casos la propiedad y el dominio de los medios de producción hayan llegado a concentrarse en manos de grupos cada vez menos numerosos, pero al mismo tiempo proponen completar esta concentración creciente reemplazando a los pocos propietarios por uno solo. ¡Y qué propietario! El Estado nada menos; que es ya nuestro señor político y que entonces, como propietario de los medios de producción, agregaría a su monopolio del poder físico aquel otro poder económico”.

“Quien considera la estatización como solución, opinará, en consecuencia, que todo estará resuelto con transferir a un peón jardinero de un jardín privado a un parque publico, donde puede sentirse feliz imaginándose propietario que participa de una partícula ultramicroscópica de él. Naturalmente, en vez de constituir una solución del problema de la propiedad, esto desemboca, por el contrario, en su agudización extrema. Pues si el obrero, luego de una extensa estatización, no se encuentra ya con un gran número de patronos sino frente a uno solo, que a la vez es uno mismo con el gobierno, la policía, las autoridades militares y los tribunales, entonces considerará la situación anterior como un paraíso de libertad; pero ni siquiera tendrá libertad para expresar este sentimiento. Mas lo peor de todo sería que ese Estado omnipotente, mediante la propaganda continua e intolerante ya de oposición, llegará a despojarlo hasta del sentimiento de libertad y del pensamiento independiente”.

“La concentración –concentración de la propiedad, del poder económico, de la producción, de los hombres, del dominio político- es el problema de nuestra época. El remedio consiste en la descentralización, y no en la superconcentración. Esta última, empero, es precisamente lo que significa el socialismo”.

“Son todas estas verdades tan evidentes que no cabe ante ellas ninguna discusión. La única cuestión interesante es la de cómo la idea tan absurda de la estatización como solución del problema de la propiedad haya podido encontrar tantos adherentes. Ya hemos insinuado la inquietante posibilidad de que estemos aquí frente a un síntoma de la psicopatología colectiva de nuestro tiempo” (De “La crisis del colectivismo”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1949).

Cuando se habla del “poder del Estado”, en realidad debemos hablar del poder efectivo establecido a través de los políticos que dirigen el Estado. Tales personajes buscan el poder absoluto sintiéndose motivados, quizás, por pertenecer a una clase política elegida, o bien por otras creencias difíciles de imaginar por quienes no tengamos semejantes delirios de poder y grandeza. Andrei Sajarov escribió:

“Aunque a diario los altavoces sugieran al ciudadano medio soviético que él es el dueño del país, este ciudadano comprende perfectamente que los verdaderos amos son los que, arrellanados en los asientos de sus lujosos, negros y blindados automóviles, ve pasar cada día, mañana y tarde, por las calzadas desiertas. Este ciudadano no ha olvidado de qué manera fue desposeído de sus bienes su abuelo, el kulak, y sabe, también, que hoy su suerte personal depende por entero del Estado; de las autoridades, próximas o lejanas; del presidente de la Comisión de Vivienda; del presidente del Sindicato, el cual puede hacer entrar o no a su hijo en el jardín de infantes; y también, con seguridad, del confidente del KGB que trabaja a su lado”.
“Llegado el momento de las elecciones, el ciudadano deja caer en la urna electoral su papeleta, en la cual figura un único y obligado candidato. No puede dejar de reconocer cuánto le humillan estas «elecciones sin elección»; no puede dejar de ver hasta qué punto esta pomposa ceremonia constituye un ultraje contra el sentido común y la dignidad humana. Pero prefiere cerrar los ojos. Le han amaestrado y, para poder vivir, actúa como le mandan. El ciudadano soviético es el fruto de la sociedad totalitaria y, por el momento, también su apoyo” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976)

Si buscamos una analogía con etapas pasadas de la humanidad, podemos encontrar sociedades con autoridades que ejercían un poder absoluto sobre sus subordinados, similar al socialismo real de épocas recientes. Rubén H. Zorrilla escribió:

“El Egipto antiguo se basó en una economía natural (no existe un mercado de precios) dirigida por el Faraón como una hacienda propia, es decir, como un patrimonio personal. No hay propiedad privada. Todo lo que existe pertenece al Faraón. Cada campesino o artesano se queda con una cierta cantidad de lo producido para su propio sostenimiento: el resto lo deposita en los templos (que funcionan también como talleres) para que el Faraón lo distribuya entre guerreros, sacerdotes, escribas y servidores. Las cuotas respectivas de este reparto las establece el dueño de la inmensa hacienda: el Faraón. Un extendido aparato administrativo controla las cuentas de la vasta unidad productiva. Inspectores y enviados especiales vigilan a los centros de poder distribuidos en el territorio. Un férreo centralismo estructura todo el dispositivo” (De “Principios y leyes de la Sociología”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1998)

Autores como Röpke, von Mises, Hayek, etc., que previenen a la sociedad de los peligros que acarrea la tendencia hacia el socialismo, son considerados generalmente como “ideólogos peligrosos” que promueven el no menos “peligroso” liberalismo, o neoliberalismo. Si bien el pensamiento socialista actualmente prefiere confiscar las ganancias del sector productivo, en lugar de las empresas en forma directa, no debemos permitir que se establezca “democráticamente” un Estado concentrador del poder absoluto ante la posible llegada de un nuevo Stalin, o un Hitler, o un Fidel Castro. Un nuevo dictador, en la actualidad, no tendría que empezar a conquistar el poder en forma paulatina, ya que los Estados actuales tienden incluso a cambiar las Constituciones nacionales a la espera, pareciera, del advenimiento de un líder totalitario. Wilhelm Röpke escribió:

“Cualquier nuevo Hitler –sea cual fuere el color de moda que vistiera- se estrellaría contra una fuerza obrera libremente organizada y educada en el pensamiento liberal. Pero la estatización de las industrias básicas significaría que ese Hitler ni siquiera se vería ya en la necesidad de convencer a industriales tontos o inescrupulosos. Le bastaría con dar unos gritos a funcionarios de éste o aquel ministerio. El que, en tal economía estatizada, dominara el Estado, dispondría de un poder por el que un Hitler tuvo primero que luchar durante años” (De “La crisis del colectivismo”).

El fundamento teórico del socialismo, incluso su atractivo para quienes poco se han interiorizado en los resultados logrados, radica en que considera a los medios de producción como el vínculo entre los hombres, que será el fundamento de la sociedad comunista. Esta vez no serán los sentimientos humanos, como el amor al prójimo, el vínculo que une a los seres humanos, sino los medios de producción. Es fácil advertir que el hombre se ata a través de vínculos materiales, perdiendo su libertad, y se une libremente a través de vínculos afectivos. Reemplazar el símbolo del amor, la cruz cristiana, por el símbolo socialista, la hoz y el martillo, ha implicado bastante sufrimiento para gran parte de la humanidad. Sólo hace falta un poco de honestidad y sentido común para revertir la situación.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La pérdida de la dignidad


Existen muchas posibles maneras de describir el origen de las crisis que afectan a las sociedades actuales y que afectaron a las sociedades del pasado. Si se logra una adecuada descripción de dichas causas, será posible, en principio, evitar, o al menos entender, las futuras crisis que puedan venir. Muchos son los que concuerdan en que los problemas esenciales de la sociedad se resuelven mediante la educación. Pero, de inmediato, surge el problema acerca de qué criterio educativo, entre varios posibles, será el que conviene adoptar. Por lo que estamos nuevamente en el punto de partida a la espera de una solución.

Podemos también considerar, como origen de las crisis sociales, a la desnaturalización del ser humano, que no es otra cosa que la pérdida de la dignidad, por la cual nos distanciamos afectivamente de la sociedad y de la humanidad en su conjunto. También aquí surge un conflicto respecto de lo que entendemos por naturaleza humana, si bien tenemos unas pocas posibilidades de elección.
La dignidad ha sido definida por algunos pensadores, como J. Lacroix, quien escribió:

“La dignidad es el carácter de lo que tiene valor de fin en sí, y no solamente de medio. No hay que confundir precio y dignidad. Una cosa tiene precio cuando puede ser reemplazada por otra equivalente, pero lo que no tiene equivalente, y por tanto, está por encima de todo precio, tiene una dignidad. Sólo las personas tienen una dignidad o valor; las cosas sólo tienen un precio”.

También a la dignidad humana se la ha asociado a la virtud personal y al predominio de valores éticos en el individuo, por lo que J. L. Vives escribió:

“Dignidad es, o bien la buena opinión que tienen los hombres, granjeada en justicia por la virtud, o cierto decoro que asoma al exterior de la virtud, que vive recatada en la más entrañable intimidad” (Citado en el “Diccionario del lenguaje filosófico”).
Finalmente, la dignidad es lo que nos caracteriza como seres humanos y nos da nuestra esencia de tales. Existe incluso una “moral de la dignidad humana” que ha sido definida por Paul Foulquié como:

“Doctrina según la cual el principio fundamental de la moral es el respeto a la naturaleza humana en sí y en los demás. Está implicada en toda moral puramente racional, por ejemplo en la moral de los estoicos, para quienes es preciso vivir conforme a la propia naturaleza de hombre, es decir, conforme a la razón. Antaño centrada en los deberes hacia sí mismo, hoy considera sobre todo los deberes hacia los demás” (Del “Diccionario del lenguaje filosófico”-Paul Foulquié-Editorial Labor SA-Barcelona 1967).

La ciencia, al igual que la religión natural, admiten la existencia de leyes naturales, y luego, de un orden natural, al cual nos debemos adaptar, mientras que las ideologías que predican la violencia aceptan sin discusión las sugerencias de un líder al que se someten intelectualmente. Desde el punto de vista del conocimiento humano, las discusiones no pueden llegar a tener una conclusión aceptada por las partes litigantes cuando una de ellas toma la realidad como referencia (actitud científica) mientras que la otra parte toma como referencia la opinión de un ideólogo determinado. Wolfgang Goethe escribió: “El verdadero, único y más hondo tema de la historia del mundo y de la Humanidad, al cual están subordinados todos los demás, es el conflicto entre la incredulidad y la fe”. Diríamos, en el caso tratado, incredulidad respecto de la existencia de un orden natural y fe en su existencia.

Y aquí llega el momento de definir la orientación que deberíamos dar a nuestras acciones para hacerlas compatibles con la mencionada “naturaleza del hombre”. Una de las orientaciones posibles consiste en el predominio de nuestra actitud cooperativa, asociada al amor al prójimo, mientras que la otra postura es la que propone el predominio de actitudes competitivas, como es el odio. Nótese que tanto el amor como el odio son actitudes inherentes a nuestra naturaleza por lo que es tan “natural” una como la otra. Sin embargo, los resultados que se obtendrán siguiendo uno u otro camino, diferirán notablemente.

Quienes sostienen que debe imperar la actitud cooperativa, consideran que los que apoyan y proponen actitudes beligerantes, han perdido su dignidad humana, siendo la opinión del otro sector bastante similar en ese aspecto, por lo que ambas posturas resultan irreconciliables. De ahí que el triunfo de la actitud cooperativa sobre la beligerante deberá darse, alguna vez, por consenso de una mayoría.

Para quienes adhieren a una ética natural elemental, el robo y la violencia son inaceptables en cualquier circunstancia. Sin embargo, algunas ideologías, con bastante trascendencia histórica, los consideran como los medios básicos que caracterizan a sus acciones. Bertrand Russell escribió:

“Algunos socialistas esperan que la propiedad comunal vendrá de repente y traída absolutamente por una revolución catastrófica, mientras que los sindicalistas piensan que vendrá gradualmente, primero en una industria, luego en otra. Algunos insisten en que es necesario que el pueblo adquiera en su totalidad la tierra y el capital; mientras que otros se contentarían con ir viendo desmoronarse lentamente la propiedad privada a condición de que ésta no quedase dividida en grandes partes” (De “Los caminos de la libertad”-Hispamerica Ediciones Argentina SA-Buenos Aires 1983).

En lugar de tratar de construir una empresa y de esa forma dar trabajo a varias personas, muchos proponen expropiar las existentes. En la nueva modalidad, se pretende que el Estado confisque las ganancias que las empresas obtienen. Esta actitud deriva de una errónea afirmación de Karl Marx, y es la que establece que el trabajo es el único factor de la producción, ignorando a las materias primas, el capital, la gestión empresarial, etc. por lo cual sostiene que el empresario siempre, y sin excepción, explota al trabajador quitándole gran parte de lo que le corresponde por su trabajo.

En cuanto a una posible “acción bienintencionada” a través del odio, existe una contradicción elemental, por lo que resulta ser un hecho incompatible con la realidad. El odio implica alegrarse por el mal ajeno (manifestado por medio de la burla) y entristecerse por el bien de los demás (manifestado a través de la envidia). De ahí que pocas veces podemos esperar algo bueno de quienes predican el odio a un nivel generalizado. Que utilicen una máscara de humanismo para emitir sus ideas, es algo bastante distinto. Aldous Huxley escribió:

“Varios millones de paisanos fueron muertos de hambre deliberadamente en 1933 por los encargados de proyectar los planes de los Soviets. La inhumanidad acarrea el resentimiento; el resentimiento se mantiene sofocado por la fuerza. Como siempre, el principal resultado de la violencia es la necesidad de emplear mayor violencia. Tal es pues el planteamiento de los Soviets: está bien intencionado, pero emplea medios inicuos que están produciendo resultados totalmente distintos de los que se propusieron los primeros autores de la revolución” (De “El fin y los medios”-Editorial Hermes-México 1955).

Según el autor mencionado, son “bien intencionados” los que, por algún error, matan de hambre deliberadamente a millones de personas. Esta actitud implica cinismo y una burla a la dignidad humana. El cumplimiento de los planes de los ideólogos del odio resultaría entonces más importante que la propia vida de millones de seres humanos; algo absurdo. Cuando alguien se pregunta porqué se les perdonan los crímenes a los comunistas y no a los nazis, siendo que los primeros exterminaron a una cantidad bastante mayor de personas, entonces se les podría decir, aceptando el criterio de Huxley, que los comunistas tenían “buenas intenciones”, mientras que los nazis no las tenían.

El predominio de la violencia verbal e ideológica, revestida de “humanismo”, se ha hecho bastante común en épocas de severa crisis social. En la Argentina, desde la Presidencia de la Nación, alguna vez se dijo que la Jefa de la Agrupación Madres de Plaza de Mayo, debía considerarse como “la madre de todos los argentinos”, o algo similar. De ahí que se la considere como un ejemplo de vida que deberíamos contemplar o, incluso, imitar. Para conocerla un poco, podemos mencionar algunas de sus opiniones. Cuando muere Juan Pablo II, expresó: “Nosotras deseamos que se queme vivo en el infierno”. “Es un cerdo. Aunque un sacerdote me dijo que el cerdo se come, y este Papa es incomible”. Luego del atentado a las Torres de New York, expresó: “Yo estaba con mi hija en Cuba y me alegré mucho cuando escuché la noticia. No voy a ser hipócrita con este tema: no me dolió para nada el atentado”.

Quienes están motivados por el odio, ven la sociedad dividida en sectores sociales a los que se los puede considerar como amigos o bien como enemigos, unificando a éstos en un solo grupo. De ahí viene la tendencia al partido político único, propio de los sistemas totalitarios. Bertrand Russell escribió: “La mayoría de los hombres tienen instintivamente, para proceder, dos códigos totalmente distintos; uno, para los que consideran compañeros, colegas o amigos, o para cualquiera de los miembros de su mismo grupo; otro, para los que juzgan como enemigos, parias o peligrosos para la sociedad. Los reformadores radicales están dispuestos a concentrar toda su atención en la conducta que la sociedad tiene para este segundo grupo, por el que sienten una gran repulsión y enemistad”.

Además del odio natural que puede surgir en un individuo debido a las circunstancias adversas de su vida, se le puede agregar el odio inducido, en cuyo caso su vida caerá por una pendiente difícil de revertir. El que odia pierde su dignidad y su esencia humana, porque acepta implícitamente su inferioridad, pero el que induce masivamente el odio contra algún sector de la sociedad, pasará a ser una especie de monumento viviente a la indignidad. Friedrich Nietzsche escribió: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.

Aunque se hable a cada rato de favorecer la inclusión social, debe tenerse presente que el odio es excluyente en dos sentidos. En primer lugar lo es para el que se siente marginado de la sociedad y es el que, además, recibe incitaciones a intensificarlo por parte de algún agitador de masas. En segundo lugar, se busca excluir de la sociedad, a través de calumnias y difamaciones, a quienes tienen algún tipo de éxito social, y a quienes se los considera como integrantes o cómplices del grupo considerado “enemigo del pueblo”.

Quien se considera un individuo pensante y, por lo tanto, ciudadano del mundo, pocas veces verá a otro ser humano como integrante de algún subgrupo de la humanidad, sino que tenderá a mirarlo como a un igual. Por el contrario, el que sólo se considera una parte de algún grupo o sector social, tendrá la predisposición a buscar el afianzamiento del propio grupo a través del antagonismo que las diferencias intergrupales generan.

domingo, 11 de septiembre de 2011

La destrucción creativa



Cuando hablamos de la “supervivencia del más apto”, surge la creencia de que es un concepto originado en el ámbito de la biología y que luego pasó a formar parte de las ciencias sociales. Sin embargo, es oportuno recordar que el propio Charles Darwin se inspiró, para su fundamental trabajo de investigación, en las ideas de un economista. Edmund Conway escribió:

“En 1838, Darwin, inspirado por los escritos de Thomas Malthus, imaginó un mundo en el que los ejemplares más aptos sobrevivían y podían evolucionar en especies nuevas, más sofisticadas y mejores. «Tenía por fin», escribió, «una teoría por la cual trabajar». Y cuando se las observa con atención, las fuerzas que dan forma al mundo natural y a la economía del libre mercado se revelan asombrosamente similares” (De “50 cosas que hay que saber de economía”-Editorial Planeta SAICF-Buenos Aires 2011).

La destrucción creativa, como una característica de la economía de mercado, está asociada principalmente a la innovación, ya sea tecnológica, comercial, financiera o de otro tipo. Como ejemplo de innovación tecnológica podemos mencionar la introducción en el mercado de la máquina de vapor perfeccionada por James Watt. Con su exitosa innovación, se suplanta en poco tiempo a la antigua, y mucho menos eficaz, máquina de vapor de Thomas Newcomen. El progreso (creación) trae aparejado indefectiblemente la destrucción de lo que ha de quedar obsoleto. Joseph A. Schumpeter escribió:

“La apertura de nuevos mercados, extranjeros o nacionales, y el desarrollo de la organización de la producción….ilustran el mismo proceso de mutación industrial −si se me permite usar esta expresión biológica− que revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos. Este proceso de destrucción creadora constituye el dato de hecho esencial del capitalismo. En ella consiste en definitiva el capitalismo y toda empresa capitalista tiene que amoldarse a ella para vivir” (De “Capitalismo, socialismo y democracia”-Tomo I-Ediciones Folio-Barcelona 1996).

La empresa que pretende mantener cierto porcentaje de ventas en determinado mercado, o que pretende aumentarlo, debe necesariamente realizar inversiones a fin de lograr algún tipo de innovación. De lo contrario, es posible que vaya perdiendo paulatinamente la posición detentada, incluso hasta una posterior salida del mismo. Así como la ley de la oferta y la demanda establece el factor esencial del proceso autorregulado de la economía libre, la innovación resulta ser la búsqueda prioritaria a la que apunta toda la capacidad creativa del empresario. Enrique Mandado Pérez escribió:

“La innovación es un concepto considerado por primera vez por Schumpeter en la década de 1930, que comprende un conjunto de actividades entre las que cabe citar:

a) La introducción en el mercado de un nuevo bien con el cual los consumidores no están familiarizados.
b) La introducción de un nuevo método de producción basado en un descubrimiento científico.
c) Una nueva forma de tratar comercialmente un producto terminado.
d) La creación de un nuevo mercado en un país, tanto si ya existe como si no existe en otro.
e) La conquista de una nueva fuente de materias primas o de productos semielaborados.
f) La implantación de una nueva estructura en un mercado (De “Tecnología e Innovación”)”.

Mientras que la creatividad de la empresa es un requisito de supervivencia en una economía de mercado, el sometimiento a una planificación estatal previa es la garantía de la subsistencia de una empresa en una economía socialista. La creatividad de muchos da mejores resultados que la creatividad de un reducido grupo de planificadores (que por lo general son políticos antes que empresarios). Andrei Sajarov escribió:

“La comparación de los logros de la URSS en el campo de la ciencia, la técnica y la economía, con los obtenidos por los países extranjeros lo demuestra con toda claridad. No es casualidad que hayan sido realizados en otros países todos los hallazgos importantes de la ciencia y de la técnica modernas: la mecánica cuántica, las nuevas partículas, la fisión del uranio, el descubrimiento de los antibióticos y de la mayoría de los nuevos preparados farmacéuticos de alta efectividad; la invención del transistor, de las calculadoras electrónicas y del rayo láser; la generación de nuevas especies vegetales de gran rendimiento agrícola, el descubrimiento de la «revolución verde» y la creación de una nueva tecnología en la agricultura, la industria y la construcción” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

Así como el proceso de evolución de las especies puede darse a través de una adaptación sin violencia, sólo establecida mediante mejoras evolutivas paulatinas, el proceso de la destrucción creativa no necesariamente implica violencia. A pesar de ello siguen apareciendo expresiones como las de Lester Thurow, quien escribió: “Desplazar a otros del mercado para llevar sus ingresos a cero arrebatándoles sus oportunidades de ganancia es en lo que consiste la competencia”.

Debemos tener presente que lo que se busca en un proceso de adaptación es la mejora individual y no el empeoramiento del adversario. Se busca la adaptación antes que el triunfo propio o la derrota adversaria. Una forma “civilizada” de desempeño en el mercado consiste en aceptar el logro de un determinado porcentaje del mercado total, suponiendo que otras empresas participarán con otros porcentajes, sin que ninguna deba dejar de producir para alejarse así del mercado. Alberto Benegas Lynch (h) escribió:

“En no pocas oportunidades se recurre a expresiones metafóricas para aludir a la competencia utilizando términos propios de la contienda bélica. Este uso metafórico repetido y sin explicación, finalmente se toma como de uso literal, extrapolando directamente la guerra a la competencia. Este traslado impropio de términos resulta sumamente peligroso puesto que desdibuja la naturaleza del proceso competitivo en el que no hay lesiones de derechos y, donde, por definición, se excluye el fraude y la violencia. La competencia simplemente indica cuáles son las empresas mejores para prestar específico servicio o para producir determinado bien. Los recursos de las empresas no exitosas se liberan para ser asignados a otros campos. No hay en este proceso aniquilación alguna, se trata de utilizar mecanismos −en este caso los precios− para dar el mejor destino a cada uno de los factores productivos según sean los cambiantes gustos y preferencias del público consumidor” (De “Socialismo de mercado”-Ameghino Editora SA-Rosario 1997).

La competencia capitalista, por la cual existen vencedores y perdedores entre las empresas, es una competencia similar a la existente en política, en donde existen vencedores y perdedores entre los partidos políticos. Así, las empresas ganadoras son las que reciben más compras diarias al igual que los partidos políticos ganadores son los que reciben mayor cantidad de votos en las urnas. Es por ello que se asocia la libertad individual a la democracia y al capitalismo, en oposición al totalitarismo y al socialismo.

El buen empresario se propone mejorar la calidad de sus productos y aumentar su productividad, para afrontar la competencia del mercado. El buen político se prepara para administrar el Estado en forma eficiente. Ninguno de ellos necesita del otro, excepto por el buen cumplimiento de sus funciones. Por el contrario, el mal empresario, que sólo piensa en sus ganancias, y nunca en mejorar sus productos y sus precios, necesita de las acciones que en el Estado realizará el mal político. Este es uno de los orígenes de la corrupción del Estado intervencionista, encargado de hacer sobrevivir a la empresa ineficiente a costa de los medios económicos escasos que pertenecen a toda la población.

En las economías socialistas, es difícil la estimación o el cálculo de la productividad empresarial, ya que sólo se dispone de la información parcializada brindada por el Estado (encargado de la producción). Sin embargo, en algunos casos se pudieron hacer estimaciones comparativas. Alan Greenspan escribió:

“Los experimentos controlados casi nunca suceden en economía. Pero no podría haberse creado uno mejor que los de las Alemanias Occidental y Oriental aunque se hubiera probado en un laboratorio. Los dos países partieron con la misma cultura, el mismo idioma, la misma historia y el mismo sistema de valores. Después, durante cuarenta años, compitieron en lados opuestos de una línea, con muy poco comercio entre sí. La principal diferencia sometida a prueba eran sus sistemas político y económico: capitalismo de mercado contra planificación central”.

“Los expertos habían estimado que el PBI per cápita de Alemania del Este era el 75 al 85 por ciento del de Alemania Occidental. A mí me parecía que eso no podía ser correcto: bastaba con mirar los destartalados bloques de pisos del otro lado del Muro de Berlín para concluir que los niveles de producción y las condiciones de vida estaban muy por detrás de las del esplendoroso Oeste”.

“La caída del muro desveló un grado de podredumbre económica tan devastador que asombró incluso a los escépticos. La fuerza de trabajo de Alemania Oriental, resultó, tenía poco más de un tercio de la productividad de su equivalente occidental, muy lejos del 75 o el 85 por ciento. Lo mismo valía para las condiciones de vida de la población. Las fábricas del Este producían unos artículos tan chapuceros, y los servicios del país estaban gestionados con tanto descuido, que la modernización iba a costar centenares de miles de millones de dólares. Se juzgaba que al menos un 40 por ciento de las empresas de Alemania Oriental eran tan irremisiblemente obsoletas que tendrían que cerrar; la mayor parte del resto precisaría años de apuntalamiento para poder competir” (De “La era de las turbulencias”-Ediciones B SA-Barcelona 2008).

A pesar de los distintos casos de países exitosos mediante el empleo de la innovación empresarial, y de los distintos casos de países que fracasaron mediante la planificación central, las críticas adversas casi siempre van dirigidas contra el liberalismo y el éxito, y los elogios a favor del socialismo y del fracaso. Quizás estemos contemplando una vez más el auge de la irracionalidad, o bien el auge de la mentira.

martes, 6 de septiembre de 2011

Los ciclos económicos

Visualizando gráficas de la evolución temporal de las distintas variables económicas de un país, como pueden ser los precios, la producción nacional, etc., se observa un comportamiento de tipo oscilatorio, con máximos y mínimos que se suceden a través de los años. Prácticamente cualquier país, en cualquier época (salvo algunas excepciones), muestra estas fluctuaciones económicas, si bien con ciertas particularidades de cada caso. Una de las tareas de los economistas es la predicción aproximada de estos ciclos de la economía, o bien dilucidar la manera de evitar las depresiones acentuadas.

Si tenemos presente que el proceso del mercado consiste en un sistema autorregulado, con la existencia de realimentación negativa, como también es el caso de los sistemas de control automático, no deberíamos asombrarnos por este comportamiento. Incluso puede decirse que lo asombroso sería que no existiese tal comportamiento.
Los estados oscilatorios se producen luego de la aparición de alguna perturbación interna o externa al sistema. Tal perturbación afecta a los tomadores de decisiones que tratan de protegerse, o bien de beneficiarse, ante el cambio producido. Las decisiones de productores y de consumidores dependen, además de su poder adquisitivo, de sus estados anímicos predominantes. Edmund Conway escribió: “Las economías son, por su misma naturaleza, propensas a los ciclos de auge y crisis: los mercados oscilan de la confianza al pesimismo y los consumidores de la codicia al miedo. Qué controla estas variables es algo que seguimos sin entender del todo pues están sometidas a los caprichos de la naturaleza humana” (De “50 cosas que hay que saber de economía”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2011).

Una economía con crecimiento ideal sería aquella que aumenta linealmente su producción anual a un ritmo igual al del crecimiento anual de la población, o bien algo mayor para sacar de la pobreza a los sectores que la padecen.

Para evitar las perturbaciones que producen los ciclos de la economía, desde el liberalismo se sugiere que el Estado no intervenga con anterioridad a una posible crisis, mientras que la intervención posterior es algo aceptado por todos los sectores. Por el contrario, los sectores con tendencia socialista promueven la intervención estatal en todo momento.

Las distintas teorías propuestas consisten esencialmente en considerar algunas de las perturbaciones como las más influyentes. Paul A. Samuelson establece el siguiente resumen de tales teorías:

1- La monetaria, que atribuye el ciclo a la expansión y contracción del crédito bancario (Hawtrey, Friedman, etc.).
2- La teoría basada en los inventos, que atribuye el ciclo a la ola de importantes inventos [innovaciones] tales como el ferrocarril (Schumpeter, Hansen, etc.).
3- La psicológica que considera el ciclo como una epidemia en la que los individuos se contagian unos a otros el optimismo y el pesimismo (Pigou, Bagehot, etc.).
4- La teoría del subconsumo, que dice que, en comparación con lo que se podría destinar a la inversión, va demasiada cantidad de renta a la gente rica y a la frugal en comparación con la que podría invertirse (Hobson, Sweezy, Foster, Catchings, etc.).
5- La teoría de la inversión excesiva, que establece que las crisis son causadas más bien por exceso que por la escasez de inversión (Hayek, von Mises, etc.).
6- La teoría de las manchas solares y de las cosechas (Jevons, Moore). (Del “Curso de economía moderna”-Aguilar SA de Ediciones-Madrid 1978).


La teoría más llamativa es la de las manchas solares y las cosechas. Resulta que el Sol exhibe un periodo, entre mínimos y máximos de radiación, de unos once años, por lo que las cosechas quedan afectadas por ese ciclo. Incluso, en la corteza de troncos de viejos árboles, pueden observarse circunferencias concéntricas que exhiben la periodicidad mencionada. La teoría comentada tiene, por lo expuesto, una aplicación limitada sólo a la agricultura, si bien, en algunos países, la influencia en toda la economía puede ser apreciable.

Las formas más evidentes de distorsión del mercado ocurren cuando el Estado emite dinero circulante a un ritmo mayor al del crecimiento de la producción, o bien cuando otorga créditos a tasas inferiores a la vigente en el mercado financiero. Cuando ocurre alguna de estas perturbaciones, o ambas, el productor trata de aumentar la oferta al mercado, suponiendo que el aumento de la demanda se ha producido en una forma natural y no ficticia. Eduardo Fracchia y Cecilia Adrogué escriben: “Puede ser que, en un primer momento, ante un aumento en la demanda, fruto de la mayor circulación de dinero, el productor crea que su producto ahora es más demandado, y en consecuencia aumente su producción. Pero, con el correr del tiempo, no bien descubra que aumentó la demanda de todos los bienes a causa de que hay más dinero circulando, realizará el movimiento contrario, reduciendo su producción y aumentando los precios” (De “Macroeconomía aplicada”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 2008).

Los procesos inflacionarios son los más representativos en cuanto a los efectos oscilatorios que las perturbaciones producen en la economía. Cuando el Estado aumenta el circulante monetario excesivamente, la economía se reactiva y, al menos en el sector mayoritario, crece la euforia y el optimismo. Sin embargo, de ser persistente ese proceso, comenzarán a notarse algunos inconvenientes. Así, el exportador verá como día a día crecen sus costos de producción y cada vez más sus productos dejan de ser competitivos en el mercado internacional, debiendo finalmente cesar en su actividad o bien producir exclusivamente para el consumo interno.
También el asalariado que aspira a adquirir su casa propia verá como, año a año, el costo de las viviendas crece a un ritmo mayor que el del crecimiento de sus ingresos.

Recordemos que la severa crisis que apareció en los EEUU, en el 2008, se inició debido a la existencia de una ley que imponía a los bancos el otorgamiento de un cierto porcentaje de créditos para la construcción de viviendas, sin tener en cuenta lo que sugería el mercado. Cuando los bancos dejan de “prestar dinero al rico” (que puede devolverlo) para “prestar dinero al pobre” (que no puede devolverlo), comienzan los inconvenientes a pesar de las mejores intenciones que se hayan tenido.

Mientras que los ciclos de la economía implican una sucesión de crisis y auges posteriores, debidos a perturbaciones en el proceso, hay quienes sueñan con “la caída y destrucción del capitalismo” y son quienes, precisamente, aducen que el Estado debe intervenir en todo momento en el proceso autorregulado que es el mercado.

La caída del capitalismo, de ocurrir, sería una especie de Apocalipsis para la humanidad, y resulta ser una “profecía” establecida por el propio Karl Marx, debido a cierta interpretación particular que ofrece respecto del mercado. La “bancarrota inevitable” del capitalismo es expuesta mediante un ejemplo por Paul C. Martin:

“Al principio el capitalista tenia un capital de 1.000.000 de marcos. Explota a cien trabajadores, de los cuales obtiene un beneficio de 200.000 marcos. Su cuota de beneficio es, finalmente, del 20%”.
“De sus beneficios se gasta la mitad en seguir su vida de lujo, es decir, 100.000 marcos. El resto lo añade al capital invertido (Marx llama a eso acumulación) que asciende a 1.100.000 marcos”.
“Ahora el capitalista comienza su segundo ejercicio, con los mismos cien trabajadores y un capital de 1.100.000 marcos. Sigue explotando a cien trabajadores de los cuales sigue obteniendo un beneficio de 200.000 marcos. Su cuota de beneficio descendió, pues, al 18,2%. Y así sucesivamente”
“Esta es toda la «teoría» que posteriormente ha sido hecha más emocionante con algunos cortes y añadidos, pero que siempre conduce a la misma consecuencia: Mientras que el capitalista siga explotando al trabajador de manera más larga e intensiva y mayor sea su beneficio (en términos absolutos), su cuota de beneficios será cada vez menor (relativamente). Con ello la sociedad se «debilita» cada vez más…desde luego sólo de modo óptico”.
“La historia del capitalismo podrá prolongarse en tanto que éste pueda resistir su acumulación de capital. Sus libros de contabilidad le van mostrando, de año en año, resultados cada vez más miserables. Pero los capitalistas son tan estúpidos que no se dan cuenta de que esto significa una especie de trampa”.
“Una empresa que aún tiene beneficios no «puede quebrar». ¿Cómo podría hacerlo? Ni aun cuando, como afirma Marx, la cuota de beneficios cae, cae y cae, pues siempre quedaría un margen de beneficios por pequeño que sea” (De “Cash, estrategia frente al Crack”-Editorial Planeta SA-Barcelona 1986).

De las conclusiones anteriores de Marx, éste sostiene que los capitalistas han de vender sus empresas a otros capitalistas estableciéndose una concentración cada vez mayor de capital, mientras que habrá cada vez más obreros desocupados. Este será el fin del capitalismo a lo que seguirá el socialismo. Pero en el socialismo propuesto por Marx, no existirá la propiedad privada de los medios de producción, por lo cual la concentración de capital, en el Estado, será total. (Al menos la profecía se cumplió respecto de la caída del socialismo, o capitalismo estatal, por él favorecido)

Las inexactitudes y contradicciones de Marx son muchas, pero no debemos olvidar que se trata de un “agitador de masas”, según la expresión de Ludwig von Mises, y son las masas las destinatarias de sus escritos, mientras que los adeptos a la “todología” (universitarios que suponen que la obtención de un diploma en una actividad los habilita para ser especialistas en todas las ramas del saber sin siquiera haberse interiorizado suficientemente de sus contenidos) son sus principales difusores. Agrega Paul C. Martin: “Marx hace ejercicios malabares. Verdaderamente quiere que desparezca el odiado capitalismo. Pero del modo como lo explica con su teoría de la descendente tasa de beneficios, el capitalismo nunca puede morir. Para ello Marx tendría que haber desarrollado una teoría del creciente índice de pérdidas. Pero no llegó a ello”.