domingo, 30 de junio de 2013

Acerca de la inteligencia

Los seres vivos procesan información asociada al medio en donde habitan como una necesidad básica para su supervivencia. A este proceso se lo denomina inteligencia y, en el caso del hombre, resulta ser el atributo por el cual difiere netamente de los animales y de ahí que conformemos la “vida inteligente”. Desde la perspectiva que nos da la evolución biológica, podemos decir que en algún momento de la historia se produjo el salto evolutivo por el cual adquirimos una inusual capacidad para el proceso de información, con la posibilidad de prever el futuro mediante el uso de la razón.

Mientras que el animal relaciona, o compara, lo que tiene en la memoria con la información que capta a través de sus sentidos, el hombre, además de dicha función, es capaz de comparar la información existente en dos o más sectores de su memoria, es decir, tiene la capacidad de “razonar con los ojos cerrados”. Y de ahí, posiblemente, radique la esencial diferencia con el resto de los seres vivientes que poseen, en algunos casos, una mínima capacidad para realizar este último proceso mencionado.

Se han propuesto varias definiciones acerca de la inteligencia, aunque en la mayoría de ellas predomina la idea de procesamiento de información y de adaptación. Robert J. Sternberg escribió: “¿Qué es exactamente la inteligencia? En un artículo reciente, los investigadores identificaron aproximadamente 70 definiciones diferentes de inteligencia. En 1921, cuando los editores del Journal of Educational Psychology preguntaron a 14 famosos psicólogos, las respuestas variaron, pero por lo general abarcaron los siguientes temas. Primero, la inteligencia implica la capacidad para aprender de la experiencia. Segundo, comprende la capacidad para adaptarse al ambiente circundante” (De “Psicología cognoscitiva”-Cengage Learning Editores SA-México 2011).

El comportamiento de todo ser humano depende tanto de su herencia genética como también de la influencia recibida desde el medio social, aunque, en el caso de los grandes genios, da la impresión que lo esencial de sus obras habría llegado a concebirse en forma independiente del medio. A manera de ejemplo podemos citar el caso del matemático hindú Srinivasa Ramanujan, un autodidacta que sorprendía a los matemáticos de prestigio tanto por “sus conocimientos como por sus desconocimientos”, ya que, al carecer de formación matemática básica, desconocía temas corrientes mientras que, debido a su enorme capacidad creativa, los deslumbraba con resultados por ellos desconocidos.

Ha habido científicos importantes que antes de sus descubrimientos no mostraron síntomas de capacidad excepcional, como fue el caso de Charles Darwin, mientras que otros deslumbraban incluso a sus propios colegas, tal el caso de James Clerk Maxwell. Al respecto, C.W.F. Everitt escribió: “Cuando Henry A. Rowland, recién nombrado profesor de física en la Universidad John Hopkins, visitó Gran Bretaña en 1875, conoció la mayoría de los laboratorios de física del país y fue huésped de Maxwell en su casa del sudoeste de Escocia, así como en Cambridge. Los profesores, en general, no lo impresionaron: «son hombres como todos nosotros». Pero había una excepción: «Después de ver a Maxwell me sentí un tanto desanimado, pues encontré en él una mente cuya superioridad resultaba casi opresiva” (De “Resortes de la creatividad científica” de R. Aris y otros-Fondo de Cultura Económica-México 1989).

Además de la definición conceptual de inteligencia, debe encontrarse una definición operacional, esto es, susceptible de permitir una comparación o una medida de la misma. Debido a que, al transcurrir el tiempo, el ser humano va adquiriendo una mayor cantidad de información, podemos definir a la inteligencia como una velocidad para adquirirla:

Inteligencia = Información adquirida / Tiempo empleado

  Si a esta relación la utilizamos para establecer una hipotética comparación entre la humanidad y alguna civilización extraterrestre, podríamos considerar el tiempo necesario para llegar a una meta, como por ejemplo el descubrimiento de la existencia de ondas electromagnéticas. En ese caso el hombre necesitó un tiempo que va desde que se produjo el salto evolutivo antes mencionado hasta 1865, año en que Maxwell enuncio la teoría respectiva. Indagando luego en la historia de la ciencia de la civilización hipotética, encontraremos un tiempo inferior, igual o superior, de donde podremos afirmar cual de las dos resultó más inteligente. En este caso, puede decirse que se considera una “velocidad media” para la adquisición del conocimiento.

En realidad, tal definición operacional es la utilizada implícitamente para medir el coeficiente intelectual de los niños. Tal medición consiste en responder a una serie de preguntas elegidas previamente. Como criterio de elección se opta por las que son contestadas en un 50%, al menos, por el grupo seleccionado de niños de 8 años, por ejemplo. En la elaboración de tales preguntas se tiene presente que si, alguna de ellas es contestada por un porcentaje menor, entonces la pregunta podrá pasar a ser parte de la evaluación de niños de 9 años. Una vez establecidas las preguntas, se determina la edad mental según el porcentaje que fue bien respondido. Luego puede calcularse el cociente de inteligencia de la siguiente manera:

Cociente de inteligencia = (Edad mental / Edad cronológica) x 100

Cuando coincide la edad mental con la cronológica, se le asigna un cociente de inteligencia de 100. Adviértase que en este caso la medición proviene de considerar a la inteligencia como una “velocidad media estadística”, ya que se tomó como referencia a la inteligencia promedio de un grupo numeroso de niños de determinada edad. También se han propuesto mediciones de inteligencia, para adultos, que consisten en contestar preguntas en un periodo de tiempo más o menos breve, por lo que, en este caso, se trataría de una “velocidad instantánea” asociada a la inteligencia.

Las distintas evaluaciones de la inteligencia individual deben tener como meta lograr una orientación para los padres respecto del crecimiento y desarrollo de un niño, antes que para recargarlos con la responsabilidad de responder en el futuro como si fuesen un genio, o bien para reducirles la autoestima, ya que tal presión puede inhibirlos para llevar adelante estudios superiores. Las mediciones sólo indican cierta potencialidad para el futuro.

Por lo general, las mediciones de inteligencia poco tienen en cuenta la creatividad de un individuo, por lo que resulta absurdo afirmar que “fulano tiene un cociente de inteligencia superior al de Einstein”. Ante tal afirmación, puede uno preguntar acerca de qué gran descubrimiento hizo tal fulano como para ser comparado con Einstein, a lo que sólo podrá decirse que “respondió a una serie de preguntas realizadas por un psicólogo”, de donde la comparación resulta absurda.

Además de la velocidad para adquirir información, es importante la forma en que tal información es organizada. De ahí que, desde el punto de vista de la ciencia, podemos definir al conocimiento organizado de la siguiente forma:

Conocimiento organizado = Información adquirida / Cantidad de Principios básicos adoptados

De la misma manera en que la información científica se organiza para que todo conocimiento pueda obtenerse deductivamente a partir de ciertos principios básicos, resulta imprescindible que cada individuo siga un criterio similar. Tal es la esencia del método axiomático. De ahí que resulta tan importante poseer capacidad para organizar en la mente todo nuevo conocimiento como desarrollar una aptitud para adquirirlo a una velocidad aceptable. Es posible que la forma axiomática adoptada en la ciencia provenga de una forma óptima en que organizamos la información en nuestra propia mente. Auguste Comte escribió: “El carácter fundamental de la filosofía positiva es el considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y cuya reducción al mínimo número posible son la finalidad de todos nuestros esfuerzos” (Del “Curso de filosofía positiva”).

Hasta ahora no se ha tenido en cuenta el acto creativo, que tiene mayor importancia y mérito que el hecho de adquirir conocimientos ya disponibles. Al respecto puede decirse que tal logro se verá facilitado tanto por la velocidad de adquirir conocimientos como por la habilidad para organizarlo, siendo el acto creativo una prolongación o consecuencia del proceso del aprendizaje. De ahí que lo esencial en la ciencia, como en toda actividad humana, ha de ser la necesidad de llegar a una meta, ya que el esfuerzo que dedicaremos para alcanzarla dependerá esencialmente de cuánto de importante sea para nosotros lograrla.

Algunos años atrás, se consideraba inteligente sólo a la persona con capacidad para las ciencias que requieren mucha abstracción, como las matemáticas o la física. Sin embargo, actualmente predomina la idea de las “inteligencias múltiples”, concepto propuesto principalmente por Howard Gardner. Sin embargo, a los matemáticos y a los físicos les queda todavía la satisfacción de poder “descender” hasta la comprensión de las otras ciencias, mientras que el acceso contrario es, por lo general, bastante dificultoso. Como contrapartida, puede decirse que el saber de las ciencias exactas es aportado por científicos prescindibles, ya que en esas materias, si no hubiese existido alguno de sus protagonistas, en pocos años se hubiese llegado al mismo conocimiento, mientras que en las ciencias sociales y, especialmente, en el arte, se puede hablar de una participación individual imprescindible, ya que, de no existir algún creador, seguramente nunca habría existido su obra. En cuanto a la clasificación de Howard Gardner de los distintos tipos de inteligencia, aparecen los siguientes:

a) Inteligencia lingüística
b) Inteligencia lógico-matemática
c) Inteligencia espacial
d) Inteligencia musical
e) Inteligencia corporal-kinestésica
f) Inteligencia interpersonal
g) Inteligencia intrapersonal
h) Inteligencia naturalista

jueves, 27 de junio de 2013

La automutilación espiritual

La conducta de todo individuo depende bastante del medio social en donde desarrolla su vida, siendo el grupo social el que lo presiona a adoptar la escala de valores dominante. No todo individuo ha de dejarse influir por la mentalidad dominante del grupo, pero deberá hacer un gran esfuerzo de adaptación si sus ideas difieren bastante de lo que está generalizado.

Es posible advertir diferencias importantes entre las personas de, digamos, más de 70 años, por una parte, y los jóvenes actuales. Entre las diferencias más notorias se encuentra el de la escala de valores dominante ya que, por lo general, la gente de mayor edad tiende a pagar sus deudas, o cumplir con sus obligaciones, previendo la posible opinión del acreedor, o de quien hubo establecido algún pacto de tipo laboral o comercial. Tales personas tienden a pagar estrictamente lo que deben por cuanto tratan prioritariamente de mostrar a los demás, y a si mismos, que son “personas de palabra”, que tienen dignidad y que lo peor que puede pasarles es que los demás piensen que son unos estafadores, o algo semejante. Entre sus valores predomina netamente lo ético sobre lo económico, ya que prefieren carecer de alguna comodidad para su hogar que dejar de pagar sus obligaciones pactadas.

Por el contrario, entre los integrantes del grupo social que tienen varios años menos, se advierte una escala de valores distinta a la mencionada, ya que es típico encontrar a un joven que prioriza sus vacaciones, o la compra de algún dispositivo prescindible, al cumplimiento de obligaciones contraídas. Poco le importa la opinión de los demás, y la suya respecto a sí mismo, por cuanto entre sus valores es más importante la comodidad de su cuerpo y la diversión de su mente que los aspectos éticos asociados a su conducta social. Este cambio de actitud nos indica una tendencia que va desde el hombre íntegro hacia el hombre automutilado espiritualmente, también denominado “hombre light”, es decir, aquel que carece de varios de sus componentes esenciales.

Alguien podrá decir, con mucha razón, que conoce abuelos tramposos y jóvenes decentes, y que siempre “ha habido de todo”. Lo que quiere afirmarse en el tema tratado es la existencia de un creciente porcentaje de la sociedad en el que predomina la escala de valores moderna sobre la antigua, sin hacer nunca una afirmación respecto a una totalidad de personas que adhieran a una u otra escala de valores. Quienes pueden corroborar la tendencia hacia el hombre light son los docentes que llevan varios años en su tarea y que encuentran diferencias notables entre la actitud mayoritaria de hace algunas decenas de años atrás respecto de la que ahora predomina.

El deterioro ético puede observarse también en los distintos ámbitos deportivos, ya que de las épocas de Juan M. Fangio, por ejemplo, se recuerda al piloto Peter Collins cuando cede su auto para que aquél pueda ganar el campeonato mundial de 1956 (el reglamento permitía ese cambio, con la división posterior de puntos entre ambos pilotos). Collins le dice a Fangio: “Súbase Maestro; yo soy más joven y todavía tengo mucho tiempo para ganar un título…..”. Debe señalarse que Collins tenía también posibilidades de lograr el campeonato. Los autores de “Fórmula 1. La eterna pasión” escriben: “La acción del británico, además del agradecimiento de Fangio, contó con un reconocimiento general del ambiente. Pero el destino no fue justo con Collins, ya que el futuro lo estaba esperando con un trágico final [1958] sin haberle permitido concretar ese sueño de campeón resignado en Monza a favor de su veterano compañero” (De la Revista Olé-Buenos Aires 2000).

Como contrapartida tenemos el caso de Michael Schumacher, el mayor ganador de competencias y de campeonatos en Fórmula 1, a quien también se lo recuerda por haber participado en maniobras “sucias” al intentar chocar contra el auto de otro competidor para que, al quedar ambos fuera de carrera, el propio Schumacher obtuviera el campeonato mundial. Lo grave de la situación es que poco le importaba la opinión de los millones de teleespectadores que observaban la maniobra, ni siquiera le importaba su propia conciencia, ya que en la escala de valores dominante el éxito deportivo primaba sobre los valores éticos elementales. Estos hechos del automovilismo deportivo confirman lo anteriormente expuesto. Podemos hacer una síntesis de la tendencia mencionada:

1- Antes: los valores humanos, o éticos, son más importantes que el éxito económico, deportivo o profesional
2- Ahora: el éxito económico, deportivo o profesional es más importante que los valores humanos, o éticos

El hombre automutilado espiritualmente busca la felicidad, como todos, pero cree que la va a encontrar fuera de lo ético, que es como decir, fuera de los afectos humanos, y sólo en el marco de lo estrictamente material. De ahí la desnaturalización de la esencia humana, ya que el hombre mutilado por decisión propia deja de lado una parte importante de su personalidad. La crisis del individuo es el inicio de la crisis posterior de las instituciones, de la economía, de la política, de la educación y de todo lo demás. Enrique Rojas escribió:

“Desde hace ya unos años me preocupan los derroteros por los que se dirige la sociedad opulenta del bienestar en Occidente, y también porque su influencia en el resto de los continentes abre camino, crea opinión y propone argumentos. Es una sociedad, en cierta medida, que está enferma, de la cual emerge el hombre light, un sujeto que lleva por bandera una tetralogía nihilista: hedonismo-consumismo-permisividad-relatividad. Todos ellos enhebrados por el materialismo. Un individuo así se parece mucho a los denominados productos light de nuestros días: comidas sin calorías y sin grasas, cerveza sin alcohol, azúcar sin glucosa, tabaco sin nicotina, Coca-Cola sin cafeína y sin azúcar, mantequilla sin grasa….y un hombre sin sustancia, sin contenido, entregado al dinero, al poder, al éxito y al gozo ilimitado y sin restricciones”. “El hombre light carece de referentes, tiene un gran vacío moral y no es feliz, aun teniendo materialmente casi todo. Esto es lo grave”.

Respecto de los valores o tendencias mencionadas, el citado autor las define de la siguiente forma:

a) Materialismo: hace que un individuo tenga cierto reconocimiento social por el único hecho de ganar mucho dinero.
b) Hedonismo: pasarlo bien a costa de lo que sea es el nuevo código de comportamiento, lo que apunta hacia la muerte de los ideales, el vacío de sentido y la búsqueda de una serie de sensaciones cada vez más nuevas y excitantes.
c) Permisividad: arrasa los mejores propósitos e ideales.
d) Revolución sin finalidad y sin programa: la ética permisiva sustituye a la moral, lo cual engendra un desconcierto generalizado.
e) Relativismo: todo es relativo, con lo que se cae en la absolutización de lo relativo; brotan así unas reglas presididas por la subjetividad.
f) Consumismo: representa la fórmula posmoderna de la libertad.

El hombre automutilado espiritualmente no sólo lo es por separar lo ético de su propia esencia, sino también lo intelectual. Posiblemente en este caso tenga algo que ver la enorme cantidad de información que dispone diariamente a través de los medios masivos de comunicación y que, por ello, se sienta apabullado sin tener un adecuado criterio de selección. Enrique Rojas escribió al respecto:

“Se trata de un hombre relativamente bien informado, pero con escasa educación humana, muy entregado al pragmatismo, por una parte, y a bastantes tópicos, por otra. Todo le interesa, pero a nivel superficial; no es capaz de hacer la síntesis de aquello que percibe, y, en consecuencia, se ha ido convirtiendo en un sujeto trivial, ligero, frívolo, que lo acepta todo, pero que carece de unos criterios sólidos en su conducta. Todo se torna en él etéreo, leve, volátil, banal, permisivo. Ha visto tantos cambios, tan rápidos y en un tiempo tan corto, que empieza a no saber a qué atenerse o, lo que es lo mismo, hace suyas las afirmaciones como «Todo vale», «Qué más da» o «Las cosas han cambiado». Y así nos encontramos con un buen profesional en su tema, que conoce bien la tarea que tiene entre manos, pero que fuera de ese contexto va a la deriva, sin ideas claras, atrapado –como está- en un mundo lleno de información, que le distrae, pero que poco a poco le convierte en un hombre superficial, indiferente, permisivo, en el que anida un gran vacío moral”. (De “El hombre light”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2007).

Ante la evidente crisis del hombre, y la posterior crisis de la sociedad, resulta necesario salir de la automutilación hasta llegar a la integridad espiritual, haciendo al individuo consciente de que su naturaleza humana implica también los aspectos afectivos y los intelectuales. Sin embargo, existen muchos sectores que observan las cosas de una forma opuesta, es decir, suponen que es el “sistema de producción” el que está mal elegido (el capitalismo) y que el individuo entra en crisis debido a las deficiencias del sistema, por lo cual debe nuevamente intentarse una salida con el socialismo.

En primer lugar, debemos decir que la economía de mercado, o capitalismo, es un sistema de producción y de distribución que puede responder de la mejor forma, o de la menos mala si se quiere, ante las demandas de los consumidores. Luego, si tal demanda consiste en cosas inútiles o superfluas, que fomentan la decadencia espiritual del hombre, no es un problema del método que resulta eficaz para responder a esas demandas, sino que el problema radica en el consumidor y su estado de crisis.

Pongamos como ejemplo el caso del individuo que vive tan sólo para la novedad tecnológica en materia de computación y de comunicaciones, dedicando casi el 100% de su cerebro y de su tiempo a tal actividad, olvidando los atributos espirituales y sociales del hombre. Es evidente que su elección de vida necesita mejorar bastante, pero resulta inadmisible culpar a los fabricantes de celulares y de computadoras, incluidas las propagandas respectivas, como factores del deterioro de tal individuo.

Si hay algo pernicioso en el sistema capitalista, resulta conveniente indagar en los libros de los “ideólogos del liberalismo” para encontrar allí la “fuente de la maldad” que tiende a destruir las sociedades actuales. Y allí encontraremos el trabajo de economistas que describen los mecanismos que vinculan los medios de producción con el consumo dando sugerencias de cómo optimizar tal proceso. Por lo general, no olvidan sugerir que los educadores y los intelectuales deben tratar de que los hombres se encaminen por la senda de la ética para que sus demandas sean orientadas por valores dignos de la esencia básica del hombre, ya que es el consumidor el que comanda, en definitiva, el sistema productivo.

miércoles, 26 de junio de 2013

Educación: entre el conocimiento y el pensamiento crítico

El sistema educativo argentino presenta un llamativo estado de decadencia, constituyendo un problema difícil de diagnosticar y, por lo tanto, de resolver. De ahí que sea oportuno señalar algunos aspectos que pueden resultar erróneos. Para poder hacer comparaciones, debe encontrarse un posible método óptimo para la enseñanza y el aprendizaje, para poder valorar luego las ideas imperantes. Por ese camino podrá intentarse algún cambio positivo.

La educación es tanto una ciencia como un arte; estando los contenidos asociados a la ciencia, de ahí que, en principio, no parecen constituir un problema, ya que pueden actualizarse o seleccionarse de manera conveniente sin mayores dificultades. La forma en que esos contenidos serán transmitidos, es parte del arte de la educación; existiendo distintas alternativas cuya eficacia ha podido ser comprobada.

Deben tenerse presentes, sin embargo, factores extra escolares que afectan notoriamente al proceso educativo y son las ideas dominantes en la sociedad. También lo afecta la pobre valoración social del conocimiento, que proviene de una mínima valoración de los atributos intelectuales personales que han quedado relegados por otros “valores”, como es el nivel económico que posee un individuo. Los adolescentes, en su mayoría, están “preparados” para vivir plenamente las vacaciones y los días feriados, pero no así los días laborables. Con la prioridad mencionada, todo trabajo intelectual demanda un gran esfuerzo, como ocurre con todo aquello que poco se valora y que por obligación debemos adquirir.

Entre las ideas erróneas incorporadas al sistema educativo podemos señalar aquellas que sostienen que el docente debe guiar el aprendizaje para que el alumno elija los contenidos que crea convenientes. Se supone que el adolescente tiene la madurez necesaria para saber mejor que los especialistas acerca de los contenidos que la educación debe brindar. Jorge Bosch escribió:

“Para los ideólogos –y hay abundante literatura al respecto- la cosa es de una simplicidad atroz: el que emite el mensaje es creativo-productivo y el que lo recibe es pasivo y consumista”; de ahí que “la mejor manera de difundir la cultura no es conducir a la gente hacia la comprensión de las grandes obras de arte, de la ciencia y de la filosofía, sino dar a todos los medios materiales para que «se expresen»: repartir lápices, pinceles, instrumentos musicales, ¡y que empiecen a crear! Y aquél que, en medio de esa fiesta exultante de la creatividad, se detiene a contemplar la obra de algún Maestro, es castigado con el anatema del consumismo” (De “Cultura y contracultura”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1991).

Esta forma extrema resulta totalmente opuesta al método que los científicos emplean para la adquisición de conocimientos, que consiste esencialmente de dos etapas:

1- Adquirir un conocimiento básico de lo que ya está descubierto y admitido en el ámbito de alguna de las ramas de la ciencia que se quiere estudiar.
2- Una vez que se alcanzó ese conocimiento, o quizás algo antes, puede el estudiante intentar algún tipo de actividad creativa.

Para dar un ejemplo sobre estas afirmaciones podemos citar la opinión del destacado matemático Carl Jacobi (1804-1851): “El enorme monumento que las obras de Euler, Lagrange y Laplace han levantado exige la fuerza más prodigiosa y el pensamiento más profundo si se desea penetrar en su naturaleza interna, y no simplemente examinarlo superficialmente. Para dominar este monumento colosal y no ser vencido por él se precisa un esfuerzo que no permite reposo ni paz hasta llegar a la cima y contemplar la obra en su integridad. Sólo entonces, cuando se ha comprendido su espíritu, es posible trabajar en paz para completar sus detalles”.

El procedimiento empleado por Jacobi, aparentemente, no da lugar a una creatividad temprana. Sin embargo, puede decirse que el proceso de aprendizaje de lo ya descubierto resulta similar al proceso creativo, por lo que constituye un interesante entrenamiento mental para la posterior creatividad. Ello se debe a que, para aprender cierto tema, el estudiante establece modelos mentales que va sometiendo a prueba, comparándolos con dicho tema. Luego de algunos intentos (prueba y error) el modelo mental habrá de coincidir con el tema en cuestión, terminando el proceso. En cuanto al proceso creativo, podemos decir que el método de prueba y error se utiliza para comprobar el nuevo conocimiento (salto creativo o hipótesis) comparándolo con la realidad que se quiere describir, modificando la hipótesis en caso de que no pueda comprobarse su veracidad en una primera instancia, o en otras siguientes. En síntesis:

a) Aprendizaje: comparación entre la realidad a comprender y el modelo mental establecido
b) Creatividad: comparación entre el nuevo conocimiento propuesto y el modelo mental establecido

Debe mencionarse que la postura de Carl Jacobi no resultaba tan estricta como parece indicar el texto previo, ya que inducía a sus alumnos a investigar aun en su etapa formativa. E. T. Bell escribió: “Jacobi parece haber sido el primer matemático que en una Universidad condujo a los estudiantes a la investigación, haciéndoles conocer los últimos descubrimientos y dejando a los jóvenes que vislumbraran la elaboración de los nuevos temas que se presentaban ante ellos. Creía que si un individuo se sumerge en agua helada, aprende a nadar o se ahoga. Muchos estudiosos no intentan resolver nada por su propia cuenta hasta que no han dominado todas las cuestiones relativas al problema y conocen la labor realizada por los otros autores. El resultado es que pocos adquieren la capacidad de trabajar con independencia. Jacobi combatió esta erudición dilatoria, desconfiando de los jóvenes que no se lanzan a hacer algo hasta que creen conocer todo lo hecho, y al referirse a esto solía decir: «Vuestro padre no se habría casado ni vos estaríais aquí ahora si él hubiera insistido en conocer a todas las mujeres del mundo antes de casarse con una»” (De “Los grandes matemáticos”-Editorial Losada SA-Buenos Aires 1948).

Podemos decir que, si los conocimientos impartidos en los ámbitos educativos provienen de la ciencia experimental, el método óptimo a seguir para su enseñanza y su aprendizaje, no debe diferir esencialmente del método empleado por los científicos para formar las nuevas generaciones de investigadores.

Quizás la mayor influencia negativa que recibe la educación provenga de los ideólogos totalitarios, ya que no habría razón para que desaprovecharan la ocasión para perturbarla en forma similar a lo hecho respecto de la economía, la política, la justicia y la cultura en general. Jorge Bosch escribió al respecto: “En los tres o cuatro últimos decenios la cultura occidental ha sido invadida por un cierto programa de activismo creativo que, voluntariamente o no, relega o desprecia las actitudes de contemplación. En cierta medida, estos programas son vulgarizados y promovidos por ideólogos cuyo objetivo declarado es desestabilizar a las sociedades democráticas de estilo occidental. El «razonamiento» -harto sumario- que se blande en estos casos es el siguiente: «Las clases dirigentes han adoctrinado siempre al pueblo según los intereses de aquéllas: las clases dirigentes han hablado y el pueblo ha escuchado. Si queremos que el pueblo se libere y esté capacitado para producir una beneficiosa catástrofe social en la que perezcan los malvados (aunque en ella se pierdan también, ¡ay!, muchas vidas inocentes) hay que invertir aquella relación: el pueblo no debe continuar escuchando sino que debe hablar y actuar. La actividad espontánea es liberadora y la contemplación es esclavizante»”.

“Esta sencillísima y brutal ideología es la que suele hallarse detrás de muchas campañas de creativismo cultural y pedagógico contemporáneo. Y tanto ha penetrado esta ideología en las sociedades democráticas, que en la práctica se autorrefuta, pues ahora las clases dirigentes no son las aristocracias de antaño, de gusto refinadísimo y excelencia cultural en estuche cerrado. No: las actuales clases dirigentes (incluida la clase política, desde luego) tienen tan mal gusto como los ideólogos que las detestan; esto hace que la ideología anticonsumista, creativista y populista, haya llegado ya a impregnar todos los resortes que antes estaban reservados a la aristocracia dirigente: la escuela, los ministerios, las actitudes de los gobernantes, los medios de comunicación, la propaganda callejera. Las voces que el pobre pueblo escucha son, precisamente, las de los ideólogos anticonsumistas y creativistas, no las de la vieja aristocracia sepultada. El pueblo no está sojuzgado por la prédica de cínicos aristócratas, que ya no hablan y ni siquiera existen, sino por los estribillos monótonos del populismo que ha copado los gobiernos, las radios, las emisoras de televisión, los periódicos, los foros y los organismos internacionales”.

Otro de los conceptos que se ha puesto de moda es el del “pensamiento crítico”, que llevado a sus últimas consecuencias, impide que el alumno crítico aprenda lo esencial y el docente tenga que soportarlo durante todo el año escolar. Alejandro Rozitchner escribió: “Un gran número de docentes lo repiten como si fuera el padrenuestro: lo más importante es que los alumnos desarrollen el pensamiento critico. La palabrita anda dando vueltas y aparece cada vez que se quiere caracterizar la inteligencia. ¿Qué es ser inteligente? Ser crítico. O sea: la mirada sobre las cosas debe partir de una manifestación de desconfianza, debe estar a la defensiva, sentirse amenazado y resistirse. ¿No es un mecanismo para crear paranoicos, seres desconfiados, temerosos, encerrados? Tal vez la idea de base es que la realidad es mala y te tiende trampas todo el tiempo, pero ¿quién dijo que es así?”.

“La crítica actúa siempre produciendo distancia, dando a entender que el que la ejerce es superior y ve más lejos. El no crítico resulta ingenuo. El crítico parece inteligente. El que gusta de algo parece tonto. A mi modo de ver es exactamente lo contrario: el valor de un pensamiento, de una idea, está en su capacidad de entusiasmo, en su capacidad para decir y apoyar lo que quiere, en su posibilidad de querer algo. El crítico actúa por rechazo y no produce. El entusiasta acepta, quiere, produce”. “El crítico tiene un tono severo, serio, irónico, parece ser «lúcido». La crítica es un escudo. El que lo tiene se protege de todo. En realidad, es más difícil y valioso mostrar entusiasmo que resguardarse en la crítica”.

“Estamos enfermos de crítica. Tanta negatividad hace que la realidad empeore. En vez de estar en contra tan fácilmente de todo hay que aprender a estar a favor de algo. No digas cuál no es tu opción, es necesario que digas cuál sí lo es y además la tarea es hacer algo para concretarla. Nadie dijo que la vida era fácil. Más que «pensamiento crítico» la inteligencia es «pensamiento creativo, entusiasmo, puesta en juego emocional, producción de realidad»” (De “Ideas falsas”-Editorial del Nuevo Extremo SA-Buenos Aires 2004).

martes, 25 de junio de 2013

El Bien y la Verdad

Es deseable disponer de descripciones de tipo axiomático, como ocurre en el caso de algunas de las ramas de la ciencia experimental, ya que posibilitan tener en la mente unos pocos principios básicos desde los cuales se podrá luego deducir una gran variedad de fenómenos relacionados. De esa forma tendremos la sensación de que, mientras mayor sea nuestro conocimiento, menor cantidad de información tendremos almacenada en nuestra memoria.

En el caso del comportamiento humano, es necesario también disponer de un conocimiento sintetizado en unos pocos principios de manera de que puedan orientarnos con seguridad hacia el mejoramiento individual y social. Ello implica que debemos encontrar una “teoría de las virtudes” que nos indique cuáles son las esenciales y cómo podremos tratar de consolidarlas. Además, si podemos describirlas aceptablemente, su seguimiento nos dará un concreto sentido de la vida, asociado a nuestra naturaleza humana, al cual se le agregarán los sentidos de la vida particulares asociados a la vocación laboral, intelectual, artística, etc., de cada individuo.

Las dos dimensiones básicas del hombre están asociadas, por una parte, a los afectos, emociones o sentimientos, que son el fundamento de nuestro comportamiento ético, y al conocimiento, o descripción del mundo real, que es el fundamento de nuestro quehacer intelectual, por otra parte. Para el primero debemos disponer de una “teoría del comportamiento”, o “teoría de la acción ética”, mientras que para el segundo debemos disponer de una “teoría del conocimiento”.

El ideal supremo de la ética es el Bien, mientras que el ideal supremo del conocimiento es la Verdad. De ahí que esos dos grandes objetivos, que se han buscado a lo largo de la historia, determinan dos tipos principales de hombres: los santos, quienes buscan el Bien con preponderancia, y los sabios, quienes buscan la Verdad. De ahí que ambos son (o han sido) los ejemplos personales que se trató de seguir. Mahatma Gandhi escribió: “No tengo nada nuevo que enseñar al mundo. La verdad y la no violencia son tan antiguas como las montañas. Toda mi obra consiste en haber experimentado con ambas en una escala tan vasta como me fue posible. Al hacerlo, me he equivocado algunas veces y he aprendido de mis errores. La vida y sus problemas se han convertido así, para mí, en sucesivos experimentos en la práctica de la verdad y la no violencia” (De “Mahatma Gandhi. Pensamientos escogidos”-R. Attenborough-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Si el Bien y la Verdad son los ideales que debemos alcanzar, se deduce que lo opuesto, el mal y la mentira serán los ideales negativos que debemos rechazar. Recordemos que la historia de la humanidad, desde el punto de vista de la Biblia, no es otra cosa que la lucha histórica entre el Bien y la Verdad, por una parte, en contra del mal y de la mentira, por la otra. Incluso en dicho Libro Sagrado se contempla un futuro feliz con el triunfo del Bien y de la Verdad, pero dicho triunfo no debe esperarse de brazos cruzados, ya que habrá de conseguirse mediante el afianzamiento de nuestro conocimiento sobre el comportamiento humano, y su posterior difusión, aspecto que depende de todos y de cada uno de nosotros.

Debemos entonces definir el Bien desde la perspectiva que nos dan las ciencias sociales, en especial la Psicología Social. Para ello debemos mencionar la existencia de cuatro componentes afectivas básicas que conforman nuestra actitud característica, tales el amor, el odio, el egoísmo y la indiferencia. El Bien ha de estar asociado a la actitud del amor por el cual compartimos las penas y las alegrías de los demás como si fuesen propias. Esta definición deja de lado la diferencia entre el bien propio y el ajeno, o el bien común, por cuanto no existe uno sin el otro. Esta actitud forma parte del fenómeno general de la empatía, por el cual nos ubicamos afectivamente en la posición de los demás compartiendo su alegría o su dolor.

En cuanto a la verdad, podemos decir que se trata de un conocimiento que difiere poco, o nada, de la realidad que se está describiendo, aunque pocas veces llegamos a esa situación. Ésta es la verdad científica, mientras que la Verdad (con mayúscula, para diferenciarla de la anterior) ha de ser la descripción asociada al camino hacia una óptima actitud ética del hombre, que le ha de permitir encontrar un sentido pleno de la vida e incluso la vida eterna según el cristianismo. Debido a que, lo que resulta accesible a nuestras decisiones, es la elección de una actitud afectiva y de una cognitiva, la verdad que proviene de la ciencia social no ha de diferir esencialmente de la Verdad sugerida por la religión cristiana.

Uno de los personajes históricos cuya vida fue orientada por una capacidad de amar cuyo alcance fue bastante más allá del ámbito familiar, fue San Francisco de Asís, respecto del cual René Fülöp-Miller escribió: “El breve lapso de veintidós años, que abarca su vida de santidad, puede ser considerado como el periodo más glorioso en la historia de la Iglesia y el de mayor peso e importancia que la suma de todas sus otras pretensiones a la fama. Fueron años de plena realización humana, más verdadero que cualesquiera otros de las vidas humanas anteriores y posteriores a la suya, pues en la vida mundana de Francisco un vínculo común de alegría deshizo todos los contrastes y todas las contradicciones. El mundo interior y el exterior; el hombre y la naturaleza; el pensamiento y la acción; la humildad y el poder; la renunciación y la abundancia, todos ellos fueron hechos para unir. El abismo entre el hombre y Dios fue superado. La época de la inocencia que precedió a la caída había sido recobrada: el amor lo había logrado. El mismo amor, que había hecho de Jesús de Nazareth el mediador entre Dios y el hombre, había renacido en Francisco, había una vez más tomado la forma de hombre, y había hecho de Francisco el mediador entre Cristo y sus fieles” (De “Santos que conmovieron al mundo”-Espasa-Calpe Argentina SA-Buenos Aires 1946).

La decadencia de la cristiandad se debe, en parte, a que, en lugar de tomar como ejemplo la vida de los santos, se los transforma en seres milagrosos que nos beneficiarán de alguna manera ante nuestros pedidos, casi como si fueran amuletos de la buena suerte. Y quien vea en los santos un ejemplo ético, sobre todas las cosas, sin tener en cuenta algún fenómeno de tipo sobrenatural, será considerado despectivamente como “ateo”, “no creyente”, o con algún des-calificativo similar.

Aceptando la teoría del conocimiento propuesta por Karl Popper, principalmente, el método de prueba y error resulta ser el proceso básico para adquirir todo nuevo conocimiento, ya sea en el ámbito de la ciencia o en el caso del conocimiento cotidiano de cada hombre. De ahí la necesidad de considerar el error como una diferencia entre un modelo mental establecido y una referencia de comparación. También en el caso de las ideologías, o de los sistemas filosóficos, ocurre algo similar. De ahí que debamos elegir una referencia entre unas pocas posibles y que constituyen las componentes cognitivas de nuestra actitud característica, y que son: la referencia en la realidad, en uno mismo, en otra persona o en lo que acepta la mayoría, de donde se elige a la primera por producir los mejores resultados, por cuanto es la referencia que se adopta en el método científico.

Si el Bien y la Verdad son los dos objetivos prioritarios a alcanzar, los restantes logros éticos se darán como consecuencias de ellos. Así, si consideramos los objetivos asociados a los ideales democráticos, como son la libertad y la igualdad, o los derechos a la vida, puede observarse que no difieren esencialmente del ideal asociado con el “Amarás al prójimo como a ti mismo”. Si se generalizara la adopción y el cumplimiento de tal mandato bíblico, resurgiría el ideal de libertad, por cuanto ningún político a cargo del Estado, o ningún líder en situación dominante en cualquier grupo social, habrían de aprovecharse de su situación para restringir la libertad de quienes ocupan peldaños inferiores en una cierta escala jerárquica. Además, el sentimiento de igualdad habría de resurgir justamente al compartir todo individuo las penas y las alegrías ajenas como propias.

Si en los mandamientos bíblicos vienen implícitos tanto el sentido de la vida como las directivas para lograrlo a través de la unificación de las virtudes humanas, surge el interrogante de porqué son rechazados por parte de quienes promueven la igualdad social, o la indiferencia de quienes proponen la libertad del individuo respecto de los demás hombres. Una de las razones es que los seguidores y difusores del cristianismo han interpretado que la religión es una cuestión de actitud filosófica antes que de acción ética, y que todo resulta misterioso e inaccesible a la razón. Incluso quien trate de interpretar el mandamiento citado en base a algo concreto, como el fenómeno de la empatía, es alguien sospechoso que se está entrometiendo en lo sagrado, cometiendo un sacrilegio.

En cuanto a los opositores al Bien y a la Verdad, encontramos dos “adversarios” de importancia, además del mencionado “enemigo” interno:

a) El relativismo moral, cognitivo y cultural
b) Las ideologías totalitarias

Los distintos relativismos se basan en el rechazo del Bien y de la Verdad objetivos, es decir, con igual validez para todos los hombres y para todas las épocas. Como el Bien, asociado al amor, y la Verdad, asociada al conocimiento de la ley natural, están ligados a la naturaleza humana, y forman parte de la ciencia experimental, “heredan” los atributos de la ley natural, esto es, resultan invariables para todos los pueblos y vigentes para todos los tiempos.

Quienes niegan toda validez al Bien y a la Verdad objetivos, tienden a reemplazarlos por el mal y la mentira, apareciendo el odio como sustituto del amor, siendo el odio una especie de “empatía negativa” por cuanto transforma las alegrías ajenas en sufrimiento propio y el sufrimiento ajeno en alegría propia.

Las ideologías totalitarias son esencialmente promotoras y difusoras del odio y la mentira. Dividen a los pueblos en dos sectores: el sector A, los adeptos, y el sector B, el enemigo real o imaginario. Estimulan el odio en los integrantes del sector A, degradándolos ya que son usados con fines innobles, y atacan y descalifican a los integrantes del sector B, que son las víctimas restantes. La diferencia entre los enemigos elegidos caracteriza al tipo de totalitarismo, pudiendo ser un grupo étnico (nazismo), un sector de la sociedad (marxismo), los extranjeros (nacionalismos), la oligarquía (peronismo) o simplemente los opositores (kirchnerismo). Todos los totalitarismos necesitan imperiosamente alimentar diariamente a las masas con la ración de odio que necesitan para sentirse importantes y para tener un sentido de la vida que no han encontrado todavía.

viernes, 21 de junio de 2013

La protección contra las importaciones

Lo engañoso de las ciencias sociales es que, al tratar acerca de temas que resultan accesibles a la observación directa de la realidad, nos da la sensación de que, en forma intuitiva, podemos tener una respuesta adecuada a cualquier duda que se presente. Sin embargo, en cuestiones de economía, muchas veces resulta que la primera impresión, o incluso las siguientes, nos engañan por cuanto no hemos tenido presentes algunos aspectos que no ocurrieron y que, para un análisis adecuado, deberíamos haber tenido en cuenta. Esto ocurre también en el caso del proteccionismo que el Estado ofrece a la industria nacional cuando impide total o parcialmente la entrada de productos del extranjero. Henry Hazlitt escribió:

“La Economía se halla asediada por mayor número de sofismas que cualquier otra disciplina cultivada por el hombre. Esto no es simple casualidad, ya que las dificultades inherentes a la materia, que en todo caso bastarían, se ven centuplicadas a causa de un factor que resulta insignificante para la Física, las Matemáticas o la Medicina: la marcada presencia de intereses egoístas. Aunque cada grupo posee ciertos intereses económicos idénticos a los de todos los demás, tiene también intereses contrapuestos a los de los restantes sectores; y aunque ciertas políticas o directrices públicas puedan a la larga beneficiar a todos, otras beneficiarán sólo a un grupo a expensas de los demás”.

La mayor parte de la gente está de acuerdo en que “el Estado debe proteger a la industria nacional, tanto por la seguridad económica de los empresarios como por la de los trabajadores, en lugar de beneficiar a empresarios y trabajadores extranjeros”. Tal sector supone, además, que también los países extranjeros adoptan medidas similares, y que las justifican por idénticas razones. Al hacer tal afirmación, sin embargo, no se ha tenido en cuenta algo bastante elemental y evidente, como es la disminución de la oferta al mercado. Si tenemos en cuenta que la oferta de mercancías depende tanto de la producción nacional como de la foránea, al limitar las importaciones, se está disminuyendo la oferta al mercado. Y si disminuye la oferta, aumenta el precio. De esa manera, mientras se protege al empresario local, simultáneamente se desprotege al consumidor local, que tiene que pagar más caros tales productos.

La ciencia económica admite siempre una toma de decisiones que permitirán el beneficio de todos los sectores, y no sólo en el corto plazo, sino también en uno largo. De ahí que si se toman medidas que benefician a algunos, pero perjudican a otros, algo anda mal; ya que tales decisiones no responden a uno de los principios básicos (aunque no aceptado por todos los economistas) que debería respetarse. Tal principio fue definido por Henry Hazlitt de la siguiente forma: “El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores” (De “La Economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Además, al limitar la oferta al mercado, restringiéndose la libertad de los posibles participantes, se estaría violando otro de los “principios” de la economía, que podríamos denominar la “ley de la reacción del mercado” y que consiste esencialmente en que “el mercado se rebela contra aquellas decisiones que lo han de perturbar”, por lo cual el resultado final resulta peor que lo que se quiso solucionar adoptando tal decisión. Si este fuera un principio general en el que pudiéramos confiar ciegamente, podríamos deducir que “la naturaleza de la economía es tal que contempla el intercambio comercial entre los países como algo ventajoso para todos”.

Nótese que esto resulta compatible con la idea de que “lo que es bueno para una familia, ha de ser bueno para un país”. Lo contrario lleva a una contradicción; veamos: si partimos de que el proteccionismo es bueno para el país, entonces ha de ser también bueno para las provincias que lo componen. De ahí que las provincias deberían “cerrar sus fronteras” para proteger a sus empresas y trabajadores. Luego, el proteccionismo debería ser bueno para los distintos departamentos, o partidos, internos de cada provincia. Finalmente, debería ser bueno para cada familia. De ahí que, entonces, deberíamos volver a las épocas primitivas de la humanidad en las que cada familia realizaba su propio calzado, vestimenta, alimentos y todo lo demás, lo que resulta absurdo. Además, si todos los países practicaran el proteccionismo contra las importaciones, no podría existir el comercio internacional.

En cuanto a los efectos inmediatos del proteccionismo en el mercado local, adviértase que el consumidor, al pagar más caras sus mercancías, dispone de menor cantidad de recursos para volcarlos a la compra de otras mercancías, por lo que ahora observamos que también serán perjudicados los sectores no protegidos por la decisión del Estado. Si se piensa que el proteccionismo sirve para mantener plena la ocupación del sector beneficiado, no ocurrirá lo mismo con los demás sectores, que recibirán menos recursos. Roberto Cachanosky escribió:

“Pensemos el problema en términos de bienestar de la población. Si la gente puede comprar un determinado producto importado más barato, quiere decir que su ingreso real sube. Con una porción menor de su ingreso puede acceder a la misma cantidad de bienes. Ese aumento del ingreso real se traduce en un mayor nivel de consumo (puede comprar otros bienes que antes no podía comprar), o bien en una mayor tasa de ahorro que, a su vez, se transforma en inversión. La mayor inversión incrementa la productividad de la economía, elevando nuevamente el salario real”.

“Veamos un caso concreto. En 1993 se establecieron en la economía argentina derechos específicos para la importación de indumentaria. El derecho específico es un impuesto de monto fijo independientemente del valor del producto que se importa. Por ejemplo, se fija un impuesto de $ 10 por cada camisa importada, independientemente de si esa camisa tiene un precio de importación de 10 o de 100 dólares”.

“Siguiendo con el ejemplo, un impuesto de $ 10 por camisa, se traduce en un impuesto implícito del 100% para las camisas de 10 dólares y del 10% para las camisas de 100 dólares [En 1993: $ 1 = U$S 1]”.

“La primera reflexión que surge de este mecanismo de protección es que las camisas de 10 dólares son adquiridas por los sectores de menores ingresos, en tanto que las camisas de 100 dólares son compradas por los sectores de mayores ingresos. El resultado es que los productos demandados por los sectores de menores ingresos terminan pagando un impuesto a la importación mucho mayor que los productos que compran los sectores de mayores ingresos. Es decir, se protege al productor local a costa de los sectores de ingresos más reducidos”.

“La segunda reflexión tiene que ver con los puestos de trabajo que no se pueden crear. De acuerdo con trabajos realizados oportunamente, se detectó que el costo de este proteccionismo a la industria de la indumentaria generaba un sobrecosto de 900 millones de dólares anuales para el consumidor y, por lo tanto, un beneficio para el productor local de indumentaria”. “Frente a este tipo de protecciones, lo que generalmente no se plantea es: ¿cuántos puestos de trabajo dejaron de crearse por disminuir el ingreso de los consumidores en 900 millones de dólares? Porque la gente habría consumido 900 millones de dólares en otros bienes lo que hubiera creado puestos de trabajo, o bien los habría ahorrado, con lo cual habría crecido la inversión y también se hubiesen creado nuevos puestos de trabajo” (De “Economía para todos”-Konrad Adenauer Stiftung-Buenos Aires 2002).

En realidad, puede uno también decir que esos 900 millones de dólares en manos de los empresarios de indumentaria locales crearon los puestos de trabajo que disminuyeron en otros rubros, por lo que, en principio, no hubo un crecimiento ni un decrecimiento del empleo, pero la diferencia esencial es que el sector de menores recursos vio reducido su nivel de vida. Esto también ha de ocurrir en el caso en que se restringe la importación de todo tipo de mercancía, ya que no habrá sectores más beneficiados que otros, pero habrá un descenso generalizado en el nivel de vida de la población.

Si el sector beneficiado con la protección fue capaz de realizar inversiones aumentando su nivel tecnológico, en el futuro será competitivo internacionalmente y no habrá entonces motivos para restringir nuevamente las importaciones. Sin embargo, muchas veces esto no ocurre debido a la tendencia de muchos empresarios a vivir en el lujo para ostentar con su poder económico. En lugar de tratar de ser empresarios pobres con empresas ricas, optan por ser empresarios ricos con empresas pobres, siendo ésta una de las diferencias esenciales entre la mentalidad dominante en los países desarrollados y en los subdesarrollados, respectivamente.

La libre importación y exportación de productos es el requisito básico necesario para permitir la división o especialización del trabajo a nivel de las naciones. Esta especialización presenta las mismas ventajas que las atribuidas a los grupos familiares o a los individuos. El autor citado escribe: “David Ricardo explicó que siempre es mejor que un país concentre su producción en aquellas actividades para las cuales está mejor dotado y equipado y no que diversifique su producción en actividades en las cuales no tiene ventajas como en la primera, aunque sea más eficiente que otros países en la producción de esos bienes”.

“Por ejemplo, tomemos el caso de un cirujano que es excelente en su profesión. Pero, además, es tan buen cocinero que cocina mejor que su cocinera y es mejor anestesista que el anestesista que trabaja para él. Lo que sostenía Ricardo es que lo que más le conviene al cirujano es concentrarse en la actividad que mejor desarrolla y contratar a una cocinera y a un anestesista aunque él sea mejor cocinero y anestesista porque obtendrá mayores ingresos concentrándose en las operaciones que repartiéndose entre diferentes actividades”.

Todo cambio, en economía, requiere un tiempo de adaptación adecuado, siempre que exista una mentalidad favorable. Si, de la noche a la mañana, se abren las importaciones en aquellos rubros que estuvieron por años protegidos, es posible que no se tenga el tiempo necesario para la adaptación a las nuevas reglas del juego, fracasando lo que se quiso implementar. Y si no existe una mentalidad favorable al cambio, aun con suficiente tiempo las cosas no se modificarán de manera notoria.

En cuanto a la especialización de la producción, cuando un país se dedica a un solo rubro, deberá algunas veces padecer las consecuencias de las bajas de los precios internacionales de sus productos, de ahí que siempre resulta adecuada una diversificación de la producción. Además, como en un país agrícola-ganadero, o productor de petróleo, o de minerales, no puede absorberse toda la mano de obra disponible, debido a los reducidos porcentajes de puestos de trabajo que se necesitan en cualquier actividad, dado el alto nivel de automatización imperante, necesariamente un país debe diversificar sus actividades económicas, aunque acentuando aquéllas en que mejor se desempeña o en las que dispone de mejores medios naturales.

jueves, 20 de junio de 2013

Epistemología evolutiva

La idea de mayor generalidad, respecto al proceso por el cual conocemos al mundo en el que estamos inmersos, implica que podemos considerarlo en una forma unificada. Tal unificación consiste en establecer una teoría general del conocimiento que involucrará tanto al proceso cognitivo individual como al social, que es el conformado por la ciencia experimental. Tal intento unificador tiene en cuenta al proceso evolutivo, mediante selección natural, que la propia naturaleza ha empleado para lograr la gradual adaptación del hombre al orden natural. Sergio F. Martínez y León Olivé escriben: “Una corriente importante dentro de la epistemología naturalizada consiste en una abigarrada serie de intentos por utilizar la teoría de la evolución para plantear y resolver una serie de preguntas acerca de la naturaleza del conocimiento científico. A esta corriente se la conoce con el nombre de «epistemología evolucionista»” (De “Epistemología evolucionista”-Editorial Paidós Mexicana SA-México 1997).

La ciencia experimental le da al hombre la posibilidad de establecer una adaptación adicional, que es la adaptación cultural. Justamente, podemos considerar tanto a la evolución biológica, como a la evolución cultural, regidas bajo un mismo proceso. De ahí la opinión de Karl Popper, quien escribió: “Podemos distinguir los tres niveles de adaptación: adaptación genética, aprendizaje conductual adaptativo e investigación científica, que es un caso especial de aprendizaje conductual adaptativo” (Citado en “El método en las ciencias” de R. Ruiz y F. J. Ayala-Fondo de Cultura Económica-México 1998).

En principio, podemos decir que tanto el proceso de adaptación biológica como cultural, asociada esta última al conocimiento individual y social (ciencia) admiten el proceso básico de la evolución biológica mediante selección natural, el que implica:

1- Variaciones de tipo genético (al azar) que se transmitirán a través de la herencia
2- Selección natural en la búsqueda de mayores niveles de adaptación

En realidad, el conocimiento adquirido por el individuo, como por la sociedad, no se transmiten en forma hereditaria, de ahí una diferencia esencial que debe mencionarse. Si bien se dijo que la evolución cultural, asociada a la ciencia, puede considerarse en una forma análoga a la evolución biológica, este aserto tiene validez en cuanto al surgimiento del conocimiento y a su posterior adquisición por parte del individuo común, pero no así respecto de su transmisión de generación en generación. Resulta evidente que el conocimiento humano se transmite según “la herencia de los caracteres adquiridos”, que es el proceso propuesto por Jean B. Lamarck respecto de la evolución biológica y que fuera rechazado en ese ámbito, mientras se aceptaba el esquema propuesto por Charles Darwin y Alfred Wallace. Podemos establecer la siguiente secuencia para la adaptación cultural:

1- Generación del conocimiento por parte de la ciencia (Prueba y error + Axiomatización)
2- Transmisión del conocimiento (Herencia del conocimiento social adquirido = lamarckismo)
3- Asimilación del conocimiento (Prueba y error + Agrupamiento en la memoria)

Podemos hacer una analogía para poder interpretar mejor el proceso de “prueba y error”. Tal analogía consiste en la descripción de la forma empleada para la fabricación de resistencias eléctricas que se utilizarán en circuitos electrónicos. Si necesitamos disponer de resistencias con un valor de 10.000 ohmios, por ejemplo, un procedimiento elemental consistirá en calcular las dimensiones que con cierto material conductor podríamos realizarlas. Sin embargo, tal procedimiento resulta bastante caro y dificultoso, por lo que se procede a establecer un método más efectivo y económico que consiste esencialmente en producir una gran cantidad de resistencias cuyos valores óhmicos variarán al azar. Luego, habrá de medirse cada resistencia para, posteriormente, ser agrupada con otras de su mismo valor resistivo estableciendo así una “selección artificial” de resistencias. Las que no respondan a los valores óhmicos estandarizados, serán desechadas.

El método utilizado por la ciencia experimental también implica una realización libre de hipótesis que luego serán puestas a prueba bajo el proceso experimental. Será aceptada la teoría que mejor se adapte a la realidad del fenómeno natural que se trata de describir. En el caso de que tal descripción considerara varios fenómenos relacionados, resultará conveniente organizar a la teoría en forma axiomática. Así, será posible deducir, a partir de los principios básicos, cada uno de los fenómenos descriptos. Podemos sintetizar el método de la ciencia en el siguiente esquema:

a- Realización libre de hipótesis a verificar (ensayo o prueba o conjetura)
b- Axiomatización (organización del conocimiento)
c- Verificación experimental (determinación del error)
d- Descarte o refutación de la hipótesis si el error es grande, o aceptación si es pequeño o admisible

Albert Einstein escribió al respecto: “El desarrollo de la ciencia occidental se basa en dos grandes consecuciones: la invención de un sistema de lógica formal (con la geometría euclideana) por parte de los filósofos griegos y el descubrimiento de la posibilidad de encontrar relaciones causales mediante la experimentación sistemática (el Renacimiento)”. (Citado en “La nariz de Cleopatra” de D.J. Boorstin).

La actividad científica, teniendo en cuenta el necesario intercambio de información, no es una actividad individual sino colectiva. Así, la demostración del “último teorema de Fermat” requirió de los matemáticos 358 años de investigaciones. Quien pudo realizar la demostración final, Andrew Wiles, expresó respecto del método utilizado: “Era como entrar en una casa a oscuras. Se penetra a tientas en una habitación y, durante meses y hasta años, está uno dándose trompicones con los muebles. Poco a poco se va sabiendo dónde están y puede uno ocuparse de buscar el interruptor de la luz. Cuando se le encuentra y se da la luz, todo resulta claro. Entonces se pasa a la habitación siguiente y se vuelve a empezar” (De “Grandes matemáticos” en Investigación y Ciencia-Temas 1-Prensa Científica SA-Barcelona 1995).

En cuanto a la evolución cultural asociada a las normas vigentes en la sociedad, Friedrich Hayek escribió: “En el ser humano el conflicto no se plantea tanto entre lo emocional y lo racional –como tan repetidamente se afirma- cuanto entre los instintos innatos y las normas aprendidas”. “En los órdenes espontáneos nadie conoce –ni necesita conocer- cuantos detalles afectan a los medios disponibles o a los fines perseguidos. Tales órdenes se forman a sí mismos. Las normas que facilitan su funcionamiento no fueron apareciendo porque los distintos sujetos llegaran a advertir la función de las mismas, sino porque prosperaron en mayor medida aquellos colectivos que, sometiéndose a ellas, lograron disponer de más eficaces esquemas de comportamiento. Esta evolución nunca fue lineal, sino fruto de un ininterrumpido proceso de prueba y error, es decir, de una incesante experimentación competitiva de normativas diferentes. Las prácticas que acabaron prevaleciendo no fueron fruto de un proceso intencionado, aunque la evolución que las originó fuera en cierto modo similar a la evolución genética y produjera consecuencias en alguna medida comparables” (De “La fatal arrogancia”-Union Editorial SA-Madrid 1988).

Además de la lógica simbólica, asociada a los razonamientos del tipo “verdadero o falso”, existe un proceso más general, que podemos denominar lógica analógica, que constituye la base de nuestro proceso cognitivo. Así, cada vez que tratamos de comprender un tema desconocido, vamos formando en nuestra mente una suerte de modelos mentales que, mediante prueba y error, comparamos con el tema en cuestión. Luego agrupamos este nuevo conocimiento en alguna parte del cerebro para poder acceder a él en otra oportunidad. Karl Popper escribió: “Se acepta la teoría neodarwiniana de la evolución; pero se reformula señalando que sus «mutaciones» pueden interpretarse como tácticas de ensayo y error más o menos accidentales, y la «selección natural» como una manera de controlarlas por medio de la eliminación de errores”.

Respecto del proceso creativo, que es el que esencialmente distingue al hombre del animal, resulta ser un proceso de comparación, pero no sólo entre la información recibida por nuestros sentidos y lo que llevamos depositado en nuestra memoria, sino entre dos imágenes o representaciones visuales que llevamos guardadas en la memoria. Karl Popper escribe al respecto: “Podemos considerar que la selección natural favorecerá a aquellos organismos que ensayan, por un medio u otro, los posibles movimientos que pueden adoptarse antes de ejecutarlos. De esta manera, la conducta real de ensayo y error puede ser reemplazada, o precedida, por una conducta sustitutiva de ensayo y error imaginada. Este acto de imaginación puede quizás consistir inicialmente en incipientes señales nerviosas eferentes, que sirven como una suerte de modelo o representación simbólica de la conducta real y de sus posibles resultados” (Citado en “Epistemología evolutiva”).

A manera de síntesis, podemos citar otra opinión de Karl Popper, quien escribió: “Aunque he limitado mi discusión al desarrollo del conocimiento en la ciencia, mis observaciones son también aplicables, creo que sin muchos cambios, al desarrollo del conocimiento precientífico, es decir, a la manera general en que los hombres, e incluso los animales, adquieren nuevos conocimientos fácticos acerca del mundo. El método de aprendizaje de ensayo y error –de aprender de nuestros errores- parece ser fundamentalmente el mismo, ya sea practicado por animales más o menos desarrollados, por chimpancés o por hombres de ciencia. Mi interés no se dirige meramente a la teoría del conocimiento científico, sino más bien a la teoría del conocimiento en general. Ahora bien, el estudio del desarrollo del conocimiento científico es, creo, la manera más fructífera de estudiar el desarrollo del conocimiento en general. Puede decirse que el desarrollo del conocimiento científico es el desarrollo del conocimiento humano ordinario amplificado” (De “Conjeturas y refutaciones”).

martes, 18 de junio de 2013

Moneda sana vs. inflación

La moneda es un medio de cambio que surge en el proceso del mercado; esencialmente de las necesidades prácticas surgidas en intercambios entre productores y consumidores, mientras que la inflación surge de la indebida manipulación que sobre el dinero realizan los políticos a cargo del Estado. De ahí surge la necesidad de distinguir entre moneda sana, la exigida por el mercado, en contraposición a la moneda “enferma”, o devaluada mediante cierta “falsificación legal”, es decir, resulta legal desde el punto de vista de las leyes que hacen los mismos políticos, pero ilegal desde el punto de vista de las leyes éticas implícitas en la propia naturaleza del hombre. Ludwig von Mises escribió:

“El principio de una moneda sana que guió las doctrinas y políticas monetarias del siglo XIX fue un producto de la economía política clásica. Constituyó una parte esencial del programa liberal, tal como lo desarrolló la filosofía social del siglo XVIII y lo difundieron los partidos políticos más influyentes de Europa y América durante el siglo siguiente”. “Es imposible asir el significado de la idea de la moneda sana si no se hace uno cargo de que se concibió como un instrumento destinado a proteger las libertades civiles contra las invasiones despóticas por parte de los gobiernos. Ideológicamente pertenece a la misma categoría que las instituciones políticas y las declaraciones de derechos”. “El postulado de una moneda sana se esgrimió como respuesta a la práctica de los príncipes de rebajar la ley de la moneda acuñada”.

Si tenemos en cuenta el “principio general” de la ciencia económica (que no es aceptado por todos los economistas), toda decisión que se oponga o distorsione al proceso del mercado, tarde o temprano fracasa, por cuanto produce peores resultados que los que se quiso solucionar mediante tal decisión. Entre los ejemplos de este “principio” podemos mencionar al socialismo que, al abolir al mercado, fracasó en todas partes. También la falsificación de la moneda puede considerarse bajo tal principio. Al ser la moneda sana una parte esencial del mercado, su emisión excesiva distorsiona tal proceso generando inflación, implicando que el resultado fue peor que el mal que se quiso solucionar.

El proceso de debilitamiento de una moneda metálica es análogo al “estiramiento” del vino, que consiste en agregarle agua, logrando mayor cantidad a costa de reducir la calidad. En las primeras épocas en que aparecen las monedas de oro o plata, el “estiramiento” consistía en limar los bordes de las monedas para fundir nuevas monedas con las limaduras producidas. De ahí que se exigió que las monedas se fabricaran con su canto rasurado para hacer evidente un posible limado de las mismas. Con la aparición del papel moneda, sin el respaldo en oro que alguna vez tuvo, aparece la posibilidad de que el Estado imprima billetes a bajo costo y en cantidades excesivas, y de ahí el origen de los procesos inflacionarios. Ricardo H. Arriazu escribió:

“Desde un punto de vista económico, tanto la inflación como la devaluación de la moneda y el incumplimiento de contratos constituyen generalmente claros ejemplos de «estafas» por parte del sector público que afectan los derechos de propiedad de sus acreedores. La Constitución prohíbe la confiscación y establece que no puede haber expropiación sin compensación; sin embargo, ni la Justicia ni los economistas consideran que la inflación y la devaluación sean medidas confiscatorias. Más aún, en general la profesión económica ha contribuido a estas confiscaciones al atribuir a esas medidas carácter de instrumentos de política económica. Los únicos casos en los que tales medidas no constituirían «estafas» serían ante shocks exógenos que no pueden ser contrarestados por otros medios, o en circunstancias en las que inflexibilidades en otras variables impidan el funcionamiento de otros mecanismos de ajuste”.

“La moneda es una obligación financiera del sector público que éste adquirió (emitió) ya sea como contrapartida de sus adquisiciones de recursos reales (bienes y servicios) o de divisas, o de créditos otorgados al sector privado. El acreedor del Estado (tenedor de dicha moneda) pretende recibir en el futuro, como mínimo, una cantidad equivalente de recursos reales o divisas. Sin embargo, con inflación (generada por las políticas económicas del gobierno) el Estado devolverá a su acreedor un monto inferior de recursos reales al que recibió originalmente, lo que implica, de hecho, un incumplimiento de sus obligaciones”.

“Los efectos en cadena del incumplimiento de compromisos por parte del Estado pueden llegar a ser dramáticos, y la dinámica de este proceso dependerá de la forma que tome tal incumplimiento. En el caso de una cesación de pagos, los impactos serán inmediatos: se interrumpirá el flujo de capitales y se iniciarán acciones legales. En el caso particular de la inflación y la devaluación, aunque los efectos financieros serán similares, la responsabilidad del Estado no aparece tan directamente, por lo que tales efectos podrían demorarse. En lo que no existen dudas es en que si estos comportamientos se transforman en permanentes, los acreedores «estafados» reaccionarán, después de un lapso de tiempo, del mismo modo que en el caso de la cesación de pagos: la primera vez se sorprenderán, la segunda se enfadarán, y a partir de la tercera reducirán sus tenencias de moneda local (salida de capitales) para cubrirse ante la posibilidad de ser estafados nuevamente en el futuro. Los efectos macroeconómicos de esta acción son devastadores, pero los efectos institucionales pueden ser aún peores”.

“Cuando los gobiernos utilizan la inflación para financiar sus desequilibrios (impuesto inflacionario), las tenencias reales de dinero por parte del público decrecen con el objetivo de evitar el pago de dicho impuesto. Es habitual que las autoridades intenten impedir este proceso de huida del dinero mediante la imposición de controles cambiarios, a fin de “prohibir” a los agentes económicos que modifiquen sus portafolios financieros para así poder continuar percibiendo el impuesto inflacionario. En estas circunstancias, es común que estos agentes reaccionen haciendo caso omiso de las normas establecidas por el gobierno (por ejemplo, a través de la utilización de mercados paralelos, la sobrefacturación de importaciones y la subfacturación de exportaciones, entre otros procedimientos), con el argumento de que el gobierno estaría actuando en forma «inmoral» y que, por lo tanto, no sería inmoral incumplir sus normas. Este quiebre de la relación moralidad-legalidad es sólo el inicio del rompimiento de las instituciones” (De “Lecciones de la crisis argentina”-Editorial El Ateneo-Buenos Aires 2003).

El “perfeccionamiento” del proceso confiscatorio, asociado a la excesiva emisión de papel moneda ha sido realizado por el kirchnerismo, ya que, además de generar inflación, publica índices falsos sobre la evolución de esta variable económica. Se aduce, desde sectores oficialistas, que tal tergiversación se hace ex profeso para pagar menos intereses a los poseedores de bonos ajustados por inflación y que fueron emitidos por el propio Estado argentino. Sin embargo, y aun con una situación regional favorable, el nivel de pobreza supera el 25% de la población, lo que no debe extrañar a nadie debido a la forma en que el gobierno administra al Estado. Todo indica que la ética natural debe siempre asociarse a las decisiones económicas para un adecuado funcionamiento del mercado y de la economía. De lo contrario se cae en la adopción de cierto “maquiavelismo económico”.

Es oportuno mencionar la opinión de Ludwig von Mises respecto de las actitudes que toma el ciudadano común a medida que va tomando conciencia del proceso inflacionario: “La inmensa mayoría es demasiado obtusa para interpretar correctamente la situación. Continúa dentro de la rutina a que se acostumbró en los periodos en que no había inflación. Llena de indignación, ataca con el nombre de «especuladores» a quienes perciben más prontamente las causas verdaderas de la intranquilidad del mercado y los culpa del apuro en que se encuentra. Esta ignorancia del pueblo constituye la base indispensable para una política inflacionaria. La inflación funciona mientras el ama de casa piensa: «necesito mucho una nueva sartén. Pero los precios están demasiado altos en la actualidad; esperaré hasta que bajen nuevamente». Termina abruptamente cuando la gente descubre que la inflación seguirá, que es la causa del alza de precios y que, por tanto, éstos subirán hasta el infinito. La etapa crítica comienza cuando el ama de casa piensa: «no necesito una nueva sartén, pero es posible que la necesite en uno o dos años. Sin embargo, la compraré desde luego porque más tarde será mucho más cara». Ya entonces está próximo el final catastrófico de la inflación. En su última etapa, el ama de casa piensa: «no necesito otra mesa y nunca la necesitaré. Pero es más prudente comprar una mesa que conservar un minuto más estos pedazos de papel a que el gobierno llama dinero»”.

Mientras que la mayor parte de los países se cuida de no caer bajo un proceso inflacionario, el electorado argentino apoyó con un 54% de los votos la promesa de “profundizar el modelo” en un próximo periodo presidencial, es decir, el modelo inflacionario que, en momentos de la elección, rondaba el 20% anual, mientras que el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) anunciaba un “inofensivo” 10%, aproximadamente. La prédica anticapitalista, a través de los medios masivos de comunicación afines al gobierno, ha cumplido eficazmente su cometido. Varias décadas atrás, Ludwig von Mises escribía:

“La moneda es un medio de pago de uso general. Representa un fenómeno del mercado. Su esfera propia es la de las operaciones que celebran los individuos o los grupos de individuos dentro de una sociedad que se basa en la división del trabajo y la propiedad privada de los medios de producción. Esta forma de organización económica, o sea la economía de mercado o capitalismo, está condenada unánimemente en la hora actual por los gobiernos y los partidos políticos. Las instituciones educativas, desde las universidades hasta los jardines de niños, la prensa, la radio, el teatro, lo mismo que el cinematógrafo, y las empresas editoriales se encuentran casi completamente dominadas por personas a cuyo modo de ver el capitalismo se presenta como el más espantoso de todos los males. La meta de sus normas de acción estriba en sustituir la «planificación» a la pretendida carencia de plan de la economía de mercado. Por supuesto, que tal como la usan, la palabra «planificación» significa la planificación central por las autoridades, llevada a la práctica mediante la fuerza de la policía” (De “Reconstrucción monetaria”-Centro de Estudios sobre la libertad-Buenos Aires 1961).

El escrito original de von Mises fue realizado muchos años antes de la caída del socialismo (e incluso de la televisión), de ahí que observaba la unánime condena al capitalismo en favor del tan ansiado socialismo, que se vislumbraba como la solución económica del futuro. La respuesta de la sociedad argentina a favor de la actual política totalitaria (todo en el Estado), proviene del hecho de que la mayoría de la gente parece no haberse enterado de lo que ocurrió en la URSS, China, India y otros países con economías socialistas. De ahí que el escrito citado tenga plena vigencia en la actual Argentina.

lunes, 17 de junio de 2013

El gasto público

El Estado recaudador y gastador da lugar a interrogantes y plantea discusiones. Por una parte, presenta la posibilidad de aunar esfuerzos individuales bajo el lema “la unión hace la fuerza”, permitiendo que la sociedad pueda disponer de obras públicas que ningún integrante podría realizar en forma individual. Sin embargo, como los recursos económicos son limitados, una obra costosa absorbe capital y trabajo que, necesariamente, dejará de destinarse a otros sectores de la economía. De ahí que deba realizarse un previo estudio de los aspectos a favor y en contra, para impedir que se materialicen obras faraónicas que malgastarán recursos que podrían haberse utilizado con mayor eficacia en la satisfacción de otras necesidades. Respecto de la construcción de una central hidroeléctrica, Henry Hazlitt escribe:

“Hace falta un especial esfuerzo de imaginación, que poca gente parece capaz de realizar, para considerar el debe del libro mayor. Si los impuestos obtenidos de los ciudadanos y empresas son invertidos en un lugar geográfico concreto, ¿qué tiene de sorprendente ni de milagroso que dicho lugar disfrute una mayor riqueza en comparación con el resto del país? No es lícito olvidar en tal supuesto que otras regiones serán por ello relativamente más pobres. De todas suertes, lo que «el capital privado no podía construir» lo ha sido, de hecho, por el capital privado; por aquel capital extraído mediante la exacción fiscal, o si se obtuvo mediante empréstitos, habrá de ser finalmente amortizado con cargo a impuestos que también en su día soportará el contribuyente. De nuevo hay que hacer un esfuerzo de imaginación para ver las centrales eléctricas y viviendas privadas, las máquinas de escribir y los aparatos de radio que nunca llegaron a cobrar realidad porque el capital necesario fue tomado a los ciudadanos de todo el país y dedicado a la construcción de la fotogénica Presa Norris” (De “La economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

En la antigüedad, mientras egipcios y griegos realizaban grandes obras que tenían muy poca utilidad pública, los romanos construían caminos y acueductos que servían a toda la población. Justamente, las pirámides de Egipto son un ejemplo del fruto del trabajo de miles de trabajadores que realizan una obra que tiene solamente una utilidad simbólica, por lo que resulta más aceptable la actitud de los romanos, ya que también en lo práctico puede encontrarse cierta espiritualidad.

Las obras intermedias implican menores riesgos, tal la construcción de una nueva ruta, ya que implica revalorizar los terrenos aledaños permitiendo, con el tiempo, que allí se construyan viviendas, comercios e industrias dando un impulso importante a una zona inutilizada en su momento. Cuando el Estado realiza tal tipo de intervención en la economía, no resulta criticable por cuanto favorece la producción. Algo distinto resulta cuando su acción de control entorpece el libre desempeño de los sectores productivos.

Uno de los aspectos a considerar es el de quién está mejor capacitado para realizar inversiones: ¿el empresario que produce bienes y servicios y que, por ello mismo, sabe realizar inversiones productivas?, ¿o el Estado que, mediante impuestos, extrae del empresario una parte de los recursos económicos por éste generados? La respuesta inmediata es que debe hacerlo quien conoce mejor del tema y que, a la vez, es el que generó los recursos. Sin embargo, se argumenta generalmente que el empresario es egoísta y tiene ambiciones individuales, mientras que el político a cargo del Estado se preocupa por el bienestar del pueblo, por lo que es la persona indicada para hacer las inversiones. Como muchos empresarios son profesionales, como es el caso de ingenieros, enólogos, licenciados, etc., mientras que la mayor parte de los políticos son abogados (al menos en la Argentina), quienes sostienen que es el Estado el que debe hacer inversiones presuponen que los abogados son mejores personas, y más capaces, que el resto de los profesionales, lo que suena como algo absurdo. Si se presume la igualdad ética y laboral de los profesionales, se concluye en que las inversiones, o una gran parte de ellas, deben hacerlas quienes generan los recursos respectivos, siendo sus frutos repartidos a través del trabajo asociado al proceso del mercado (que fue definido por Friedrich A. Hayek como “el proceso de descubrimiento por el cual los empresarios tratan de determinar dónde hay una demanda insatisfecha”).

El porcentaje del PBI (Producto Bruto Interno) a cargo del Estado se ha ido incrementando con el tiempo. Si ese aumento se hubiese traducido siempre en buenas inversiones, no habría razones para crítica alguna. Sin embargo, en muchos casos ello ha implicado el estancamiento económico de las naciones. Roberto Cachanosky escribió: “[En un trabajo en el que] se analiza la evolución del gasto público en una serie de países desarrollados entre 1870 y 1994, puede observarse cómo el peso del Estado sobre el sector privado (medido como porcentaje del PBI) pasó de un 8,3% del PBI en 1870 al 49% del PBI en 1994”. “Este incremento del gasto tiene dos etapas. Hasta mediados del siglo XX los mayores incrementos del gasto se explicaban por el financiamiento de las guerras, y la Primera y la Segunda Guerras Mundiales tienen una relevancia significativa. Pero a partir de mediados de siglo, las ideas del Estado benefactor van adquiriendo mayor fuerza y comienzan a explicar una parte más importante del incremento del gasto”.

“Justamente, en los países desarrollados, el gasto público en subsidios y transferencias aumenta de un 0,9% del PBI en 1870 al 23% del PBI en 1992, reflejando la existencia de un Estado intervencionista (subsidio a los productores) y un Estado benefactor, con toda la burocracia que ello implica”. “El creciente gasto público tiene una estrecha relación con el comportamiento de la mayoría de los dirigentes políticos que son proclives a redistribuir compulsivamente ingresos y patrimonios, escudados en argumentos de carácter social. Sin embargo, detrás de estos argumentos subyace una realidad que consiste en el beneficio político que buscan obtener al redistribuir, a través del gasto público, los ingresos y patrimonios de los contribuyentes” (De “Economía para todos”-Konrad Adenauer Stiftung-Buenos Aires 2002).

A pesar de las enormes cantidades de recursos destinados a combatir la pobreza, los resultados obtenidos pocas veces son los esperados. Ello se debe a que, por lo general, gran parte de esos recursos va a parar a la intermediación, esto es, a sectores de la clase media que trabajan en el Estado y que gestionan esos recursos. Cuando la ayuda social del Estado se generaliza hacia quienes no necesitan realmente esa ayuda, todavía menor ha de ser el porcentaje que llega a quien esté verdaderamente necesitado. William E. Simon describe una situación en la que, en los EEUU, si se hubiese repartido entre los pobres el monto asignado por el Estado a ese fin, no debería haber más pobres. Al respecto escribe:

“Podríamos haber hecho de cada persona pobre una persona rica. Sin embargo, no lo hicimos, y los pobres siguen siendo pobres, como siempre lo han sido. ¿Qué sucedió entonces? La respuesta es que sólo parte del dinero llegó a sus destinatarios. Diría que la mayor parte del dinero fue a la gente que los consuela, que examina sus dificultades, que trata de ayudarlos e inventa nuevas estrategias para sacarlos de sus miserias. Fue a los consejeros, planificadores, ingenieros sociales, expertos en urbanismo y a los asistentes administrativos de los asistentes administrativos que trabajan para el gobierno federal”. “En una nación políticamente dominada por el pensamiento igualitarista, la nivelación –y no el hecho de sacar a los necesitados de su miseria- es el verdadero objetivo. De hecho, en la medida más desagradable, los «pobres» que son invocados para justificar casi todas las políticas contemporáneas, resultan meramente el medio por el cual se llega a un fin. Lawrence Chickering cierta vez describió irónicamente este fenómeno: «Si no hubiera pobres –dijo- los [socialdemócratas] tendrían que inventarlos»” (De “La hora de la verdad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1980).

En cuanto a la forma en que se agrupan los gastos del Estado, tenemos cuatro grandes grupos:

a) Pago de sueldos y jubilaciones
b) Compra de bienes y servicios
c) Pago de intereses y capital de la deuda pública
d) Subsidios

Mientras que los ingresos del Estado provienen de los siguientes orígenes:

a) Impuestos
b) Emisión monetaria
c) Endeudamiento
d) Venta de activos del Estado

De la misma forma en que una familia debe gastar algo menos de lo que gana, el Estado debe reducir sus gastos hasta un nivel algo inferior al de los ingresos. Cuando aumenta el gasto público, el Estado debe aumentar los impuestos. Si sigue aumentando ese gasto, deberá pedir préstamos, emitir moneda en exceso o vender activos. Aun cuando no se llegue a esta situación, que tiende a deteriorar la economía, los gastos excesivos resultan poco favorables para la inversión. Roberto Cachanosky escribió: “El crecimiento de la carga impositiva para financiar los crecientes gastos estatales tiene como contrapartida necesaria una menor tasa de inversión. En efecto, más allá del debate que pueda establecerse sobre la posibilidad que tienen las empresas de trasladar los impuestos a los consumidores, el dato relevante es que los impuestos constituyen parte del costo de producción de la empresa”.

“Los incrementos de la carga tributaria, que son la contrapartida del aumento del gasto público, desestimulan la inversión, reducen la productividad de la economía y, por lo tanto, afectan al crecimiento del salario real”.

“Hoy en día las empresas se trasladan fácilmente de un país a otro. Esto quiere decir que cada vez se observa un mayor grado de competencia entre los países por atraer o retener inversiones disminuyendo la carga impositiva. Pero no todas las empresas optan por trasladarse a otros países. Las pequeñas y medianas empresas, los pequeños comerciantes, artesanos, etcétera, optan por trabajar en el mercado informal evadiendo impuestos”. “Cuando el premio por evadir es alto, esto es, cuando la carga tributaria es muy elevada, la evasión aumenta”.

sábado, 15 de junio de 2013

Las etapas del éxito económico

Consideraremos como etapas previas del éxito económico a la secuencia de pasos necesaria para llegar al desarrollo partiendo de una situación inicial alejada de ese objetivo. Para ello se ha de establecer una analogía orientadora en la cual se consideran los pasos necesarios para recuperar la salud de un paciente luego de haber sufrido algún malestar, o alguna enfermedad. La secuencia ha de ser la siguiente:

1- Debe el paciente primeramente estar convencido de la efectividad de la medicina
2- Debe acudir a un médico para que establezca el diagnóstico de su enfermedad
3- El médico ha de indicar un tratamiento según el resultado del diagnóstico realizado
4- Debe el paciente acatar las directivas y sugerencias dadas por el médico

Si el paciente no confía en la medicina científica, es posible que entonces recurra a los servicios de algún curandero; siendo una decisión que, por lo general, no conduce a buenos resultados. Si confía en la medicina, irá entonces a consultar a un médico. Es posible que el médico se equivoque en el diagnóstico, aun cuando conozca bastante acerca de su especialidad. Tampoco en este caso se lograrán buenos resultados. Pero si el diagnóstico es el adecuado, deberá ser seguido de un tratamiento eficaz. También aquí puede ocurrir otro error, ya que el médico puede recetar un remedio equivocado o el farmacéutico puede no leer correctamente la receta, o los medicamentos pueden estar vencidos.

Si todos los pasos anteriores han sido los debidos, queda finalmente a cargo del paciente ingerir a horario los medicamentos indicados y establecer una rutina de comidas acorde a lo indicado por el médico. Si no lo hace, tampoco se logrará la cura que se busca.

Esta descripción, si bien bastante obvia en el caso de la medicina, no resulta serlo en cuestiones de economía. Tal es así, que un gran porcentaje de la sociedad supone que la economía no es una ciencia confiable y que es mejor desestimarla, abriendo las puertas de par en par al “curanderismo económico”. Incluso si fallan, en economía, algunos de los restantes pasos de la secuencia (diagnóstico, tratamiento y acatamiento por parte del “paciente”) culpan directamente a la ineficacia de la ciencia económica y proponen abolirla. De ahí que toda falla inherente a la secuencia sea considerada como una falla del “sistema capitalista”, siendo el capitalismo, justamente, la tendencia adoptada por quienes tratan de acatar los lineamientos básicos de la ciencia económica.

El siguiente paso, que es el diagnóstico de la situación económica, puede llevar implícita una pobre valoración de los aspectos culturales de la sociedad por parte del “ministro de economía”, lo que dará lugar a un inadecuado tratamiento del problema. Finalmente, aun cuando el ministro haya acertado con su diagnóstico y con su tratamiento, es posible que el plan fracase por cuanto gran parte de la población se encuentra sumergida en una seria crisis moral que le impide trabajar adecuadamente, o bien esté dominada por una tendencia a la corrupción y al robo. Así como no existe una medicina totalmente efectiva, cuyos resultados sean independientes del médico, de la farmacia y del paciente, tampoco existe una economía totalmente efectiva, cuyos resultados sean independientes del economista que desde el Estado toma decisiones y del ciudadano común que actúa como consumidor, y a veces como productor.

En los países totalitarios (todo en el Estado) puede encontrarse una modalidad que no permite establecer una analogía directa con la medicina, y es el caso de los gobiernos que falsifican las estadísticas económicas oficiales para seguir ganando elecciones, tal el caso del kirchnerismo. Al reducir “artificialmente” el índice de inflación, resulta un crecimiento del PBI bastante mayor al real y un nivel de pobreza bastante menor. Al desconocer tales problemas, se desentiende de ellos. Como un gran sector de la población sólo tiene acceso a canales de televisión adeptos al gobierno, cree vivir en el “mejor de los mundos”, ya que supone que la Argentina tiene un nivel de pobreza menor que el de la propia Alemania. Para confirmar esta apreciación, se consulta a algún destacado economista extranjero quien, desprevenido, al leer las cifras oficiales enunciadas por el INDEC, y al no imaginar siquiera que un gobierno pueda llegar a tergiversar las estadísticas, termina afirmando que, efectivamente, todo va muy bien.

Por lo general, la mayor dificultad que se presenta en los distintos países con problemas económicos radica en la creencia negativa en la efectividad de la ciencia económica. De ahí que todavía exista mucha oposición a la aceptación del mercado como proceso fundamental de toda economía, sin que se pueda llegar a afirmar, por supuesto, de que se trata de algo infalible, o que puede funcionar sin un adecuado marco político, legal y cultural. El objetivo actual debe radicar en la mejora de todo sistema económico capitalista por cuanto se desestima volver al antiguo socialismo, sistema que en mayor o menor medida, fue adoptado en el pasado por los principales conglomerados poblacionales, como fue el caso de China, India y el bloque soviético.

Impulsados por el fracaso de la economía planificada, o socialista, estos países debieron adoptar economías de mercado incorporando al proceso de la globalización un porcentaje cercano al 40 o al 50% de la población mundial. De esa forma, se fueron sumando a la clase media cientos de millones de habitantes, que abandonaron su condición de extrema pobreza.

En cada uno de esos países aparecieron políticos y economistas que supieron interpretar que las crisis se debían esencialmente a la adopción del “curanderismo económico” en lugar de la ciencia económica. Este fue el caso de la India, gobernada por una “dinastía democrática”, luego de su Independencia, constituida por Pandit Nehru, seguido por su hija Indira Gandhi (cuyo apellido viene del marido, que nada tenía que ver con el Mahatma Gandhi) y, finalmente, por su hijo Rajiv. Tanto Indira como su hijo murieron asesinados. Estos gobernantes adoptaron el socialismo fabiano, de origen inglés, que consistía esencialmente en una economía controlada por el Estado pero que difería del marxismo por cuanto utilizaba métodos democráticos y pacíficos, en lugar de revolucionarios y violentos. Daniel Yergin y Joseph Stanislaw escribieron:

“Dado que sus ideas tuvieron por modelo el socialismo fabiano y la planificación central del comunismo, los líderes del Partido del Congreso desconfiaban del mercado. Pensaban que la competencia era mala y sentían lo que ellos describían como «desprecio por los mecanismos de precios». En cambio, creían que la planificación central, un fuerte control estatal y la sabiduría del gobierno lograban distribuir las inversiones y determinar la producción mucho mejor que varios millones de individuos tomando decisiones teniendo en cuenta el mercado. Las órdenes burocráticas eran mejor que el fluctuante intercambio de precios en el mercado”.

“El gobierno concentraría sus recursos siguiendo el espíritu de la planificación central soviética, concentrando su atención en la industria pesada. Y, en lo que luego demostraría ser un error crucial de encuadre estratégico, la atención se focalizó en la inversión misma en lugar de hacerlo en la productividad de esa inversión y en la calidad y el valor de lo que era producido”.

“Absolutamente todo exigía aprobación y sellado. Si un empresario quería pasar de hacer palas de plástico a baldes de plástico, tenía que obtener el permiso correspondiente. Una empresa tenía que tener la aprobación antes de poder incrementar su producción. De hecho, cualquier empresa con un capital superior a 20 millones de dólares tenía que someter todas las decisiones importantes, incluso la dotación de su consejo directivo, a la aprobación del gobierno. Hasta las decisiones más triviales exigían un sellado. Todo esto significaba pasar horas interminables en oficinas gubernamentales y buscar obtener el favor de un millar de funcionarios. Pero, una vez que se había obtenido la licencia y el sello, uno se podía ir tranquilo: estaba protegido contra la competencia de quienes no tenían los permisos necesarios. El resultado fue una inmensa cantidad de intereses que no alentaban el crecimiento económico: «Los políticos que se benefician con la corrupción, los burócratas que disfrutan del poder, las empresas y los trabajadores que disfrutan de sus mercados protegidos y de los derechos de adquisición de propiedades por prescripción»”.

“El gobierno central era propietario de alrededor de 240 empresas, sin contar las tradicionales industrias estatales como ferrocarriles y servicios públicos. La importancia puede verse en su escala. A finales de los años ochenta, el 70% de los puestos en el gran sector «organizado» de la economía correspondía a empresas estatales. Además, se estimaba que la mitad de las 240 empresas de propiedad estatal estaban, en realidad, en bancarrota total. En lugar de dejar que las empresas «enfermas» fracasaran, el gobierno se hacía cargo de ellas y las administraba. Los trabajadores consideraban que sus sueldos básicos eran el «premio» garantizado por ser empleados, mientras que las horas extras eran su verdadero salario. Incluso cuando las empresas en que trabajaban eran cerradas, esperaban que se les siguiera pagando horas extra” (De “Pioneros y líderes de la globalización”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 1999).

El caso de China fue algo similar, hasta que Deng Xiaoping dio el paso decisivo comenzado a aplicar la economía de mercado en sectores agrícolas. Se lo recuerda por haber expresado “No importa si un gato es negro o blanco, siempre y cuando cace ratones”, considerando que el éxito del resultado económico es más importante que la popularidad de la ideología. Fue una actitud similar a la definida por la expresión: “Quien no es socialista de joven, no tiene corazón; quien no es capitalista de adulto, no tiene cerebro”. Los citados autores escriben sobre la etapa socialista: “A pesar de la inversión y del uso de nuevas técnicas, la productividad, bajo la colectivización, no fue más alta que bajo el antiguo sistema medieval chino”.

En cuanto a la acción del nuevo líder, escriben: “Y detrás de todo lo que hacia, había una firme y honesta decisión. «Tengo dos opciones –dijo Deng-. Puedo distribuir pobreza o puedo distribuir riqueza». De lo primero, ya había visto suficiente bajo Mao”. “Cuando asumió el poder, China era desesperadamente pobre: el 60% de la población vivía con menos de un dólar al día. La reforma lanzó a China hacia su crecimiento. Entre 1978 y 1995, el comercio exterior de China creció de 36 mil millones de dólares a 300 mil millones. La renta per capita se duplicó entre 1978 y 1987, y volvió a duplicarse entre 1987 y 1996, a un ritmo casi nunca visto en la historia moderna”. “Al instituir reformas con un efecto semejante, Deng hizo algo que nadie en la historia había logrado jamás: sacó de la pobreza absoluta a 200 millones de personas en apenas dos décadas”.

martes, 11 de junio de 2013

Inferioridad y prejuicios

Si bien la tendencia hacia la cooperación resulta ser la más ventajosa, tanto para el individuo como para la sociedad, especialmente cuando predomina sobre la competencia, es necesario observar que el sentido competitivo es parte de nuestra naturaleza humana y que por algo se ha “filtrado” luego de la evolución y posterior selección natural. El aspecto positivo radica, seguramente, en que la competencia tiene como finalidad posterior hacer que el individuo logre una capacidad de cooperación superior. Cuando no logra ese objetivo, la competencia se torna un aspecto personal negativo.

Uno de los ejemplos más evidentes es el de la competencia entre productores en el mercado. De no haber competencia, habría monopolio, con un perjuicio para el consumidor. Por el contrario, cuando dos productores compiten por lograr un mayor porcentaje del mercado, necesariamente debe triunfar el que muestra una mayor capacidad de cooperación con el consumidor, ya sea mejorando el precio o bien la calidad de sus productos, o ambos. Podemos, entonces, distinguir entre dos tipos de competencia:

a) Competencia buena: para mejorar nuestra capacidad de cooperación
b) Competencia mala: para promover nuestro egoísmo

Un caso que se presenta frecuentemente, asociado a nuestro aspecto cognitivo, o intelectual, es el hecho de conocer de cerca la obra de alguno de los más destacados científicos, como Newton o Einstein. Pronto nos surge un importante sentimiento de inferioridad intelectual por cuanto existe un abismo insalvable entre el genio y el hombre común. En ese caso, dos son las decisiones posibles que hemos de adoptar para tratar de eliminar la desagradable sensación de inferioridad intelectual:

1- Adoptando el criterio de la buena competencia, poco a poco procederemos a conocer y a comprender la obra del científico. Ralph Emerson escribió: “Todos los hombres que conozco son superiores a mí en algún sentido, y en ese sentido puedo aprender de todos”.
2- Adoptando el criterio de la mala competencia, poco a poco procederemos a descalificar la obra del científico o a renegar de nuestra pobre capacidad intelectual, sin hacer ningún esfuerzo por comprenderla.

En el primer caso, advertimos que los grandes científicos nos “ganan” abrumadoramente, aunque nos permiten que, con el tiempo, podamos “empatarles” en cuanto a sus conocimientos, si bien les quedará el mérito de haber sido los primeros en llegar a él. Mientras estudiamos sus obras, nos ilusionamos con poder realizar algún aporte original ya que nos sentimos protegidos por la incertidumbre capaz de amparar aquella fuerza oculta que nos lleva a realizar un gran trabajo intelectual.

En el segundo caso, abandonamos de entrada la tarea de acercarnos a la comprensión de las grandes obras científicas, reconociendo nuestras propias limitaciones. Si bien no existe una mala competencia, habrá cierta negligencia que nos impide intentar reducir el abismo intelectual mencionado. Sin embargo, hay quienes no reconocen al genio y lo descalifican aduciendo que “Newton no vivió la vida”, como si por hacer su gran obra necesariamente hubiese tenido que sufrir bastante, o aduciendo que “las teorías atribuidas a Einstein las realizó su primera mujer”. Si así hubiese ocurrido, la diferencia abismal se habría producido entonces entre la mujer de Einstein y el hombre común, por lo cual nada cambia las cosas.

En los demás aspectos de la vida, la naturaleza nos ha provisto de un saludable sentimiento de inferioridad que nos impulsa diariamente a superarnos emulando a quienes, por edad o por capacidad, nos superan. Alfred Adler expresó: “Ser hombre es sentirse inferior y pasar de la inferioridad a situaciones de superioridad”. “¿Quién duda seriamente de que para el individuo humano, tan mal dotado por la madrastra naturaleza, la sensación de inferioridad es una verdadera bendición que sin cesar le impulsa hacia una situación de «plus», o super, hacia la seguridad, hacia la superación?”.

“La vida anímica está dominada por el sentimiento de inferioridad, y esto es fácilmente comprensible si se parte de la sensación de imperfección, de la incompletitud y de la incesante tendencia a ascender que tiene el hombre y la humanidad”. “El sentimiento humano de inferioridad, que suele diluirse en el afán de progresar, se revela con más claridad en los avatares de la vida y con claridad deslumbradora en las duras pruebas que ésta nos depara” (De “El sentido de la vida”-Luis Miracle Editor-Barcelona 1959).

Por otra parte, el analista grafológico Mauricio Xandró escribió: “Utilizando el símil de Adler, podríamos decir que todos somos inferiores y que, por tanto, no es una novedad ni un estigma de desgraciados sentirse mordido por el aguijón punzante de la inseguridad, sino que es el principio activo y el acicate psicológico que nos impulsa hacia la meta dorada de la superioridad”. “Alfred Adler distingue al sentimiento de inferioridad como una señal normal al ser vivo que le impele hacia la superioridad, y complejo de inferioridad, al problema obsesivo de quien padece profundamente por esta inferioridad”. “También podríamos decir que el sentimiento de inferioridad es consciente, y el complejo de inferioridad, inconsciente”. “Frente al sentimiento de inseguridad autoestimativa hay varias posturas:

a) Aceptar pasivamente la inferioridad
b) Luchar para vencer la sensación
c) Compensarla destacando en otro campo
d) Supercompensarla en el propio terreno
e) Encubrir la inferioridad a los ojos de los demás
f) Desviar la superación engañando a los demás.
(De “Los complejos de inferioridad en la escritura”-Paraninfo-Madrid 1976)

Mientras que la persona que tiene ambiciones intelectuales puede “solucionar” de alguna forma su sentimiento de inferioridad, tenemos, por otra parte, a quien tiene como valor supremo al dinero, aunque en este caso le resultará imposible “empatarle” a quienes lo superan en ese aspecto. Solamente quienes en su vida valoran según los aspectos éticos o afectivos, tienen la posibilidad de ser los verdaderos ganadores en nuestra cotidiana lucha por la felicidad. Wolfgang Goethe expresó: “Lo que yo sé todos pueden saberlo, pero el corazón es sólo mío”.

Excepto en este último caso, el de los valores afectivos, el fenómeno estudiado por Adler se ramifica hacia actitudes de soberbia, deshonestidad, incluso en aquellos aspectos de trascendencia social como los prejuicios de todo tipo asociados a alguna forma de discriminación, ya sea social, étnica, cultural o económica. Recordemos que las mayores matanzas masivas de seres humanos se produjeron por motivos de discriminación racial (Hitler) como por motivos de discriminación social (Stalin y Mao). Guido Calogero escribió: “Prejuicio es, evidentemente, cada juicio inadecuadamente justificado, que se haga sobre una cosa o sobre una persona, y que, una vez aceptado como válido, influya en forma estable sobre las valoraciones y sus comportamientos, sin ser sometido jamás a un nuevo examen” (Citado en “El prejuicio y la educación” de María Ricciardi Ruocco-Angel Estrada Editores-Buenos Aires 1969).

Podemos decir que los prejuicios, cuya palabra implica hacer un “juicio previo”, o más bien un juicio apresurado e inexacto sobre individuos y grupos, nace luego de abandonar la lucha natural y compensatoria que el sentimiento de inferioridad nos impone para optimizar los atributos positivos de nuestra personalidad. El individuo que renuncia a la lucha, trata de autoconvencerse de su valor rebajando a los demás, descalificándolos de alguna forma, incluso generalizando en todo un grupo los defectos que observó sólo en alguno de sus integrantes. Así, luego de la etapa del prejuicio, le sigue la etapa de la discriminación. De ahí que podamos establecer la siguiente secuencia del fracaso:

a) Adopción de una escala de valores incompleta, en la que se deja de lado uno o más de los tres atributos básicos del hombre, tales los aspectos afectivos, intelectuales y corporales (materiales).
b) Renuncia al esfuerzo por superar los sentimientos de inferioridad, cayendo entonces en el complejo de inferioridad.
c) Búsqueda compensatoria del valor personal a través de rebajar a los demás estableciendo prejuicios y otorgando descalificaciones, que incluso llegarán a convertirse en algún tipo de discriminación.

Adviértase que el odio, actitud por la cual respondemos con alegría ante la tristeza ajena y con tristeza propia ante la alegría ajena, resulta ser una respuesta típica y compensatoria de quien padece un complejo de inferioridad. De ahí la expresión de Friedrich Nietzsche: “No se odia mientras se menosprecia. No se odia más que al igual o al superior”.

La discriminación adquiere características importantes en cuanto trasciende el ámbito privado para convertirse en pública. En el origen de los movimientos políticos totalitarios y populistas aparece siempre una ideología que exacerba los complejos de inferioridad latentes en las masas. La culpa atribuida a los judíos, a la burguesía o al imperialismo yanki, lleva como objetivo principal satisfacer a quienes poco hicieron por superar sus sentimientos de inferioridad, sino que esperan la justificación o compensación que vendrá de un líder totalitario o populista que confirmará la presunción de maldad de los integrantes de aquellos sectores a quienes se odia. La acción antinatural y perversa de los ideólogos totalitarios todavía sigue en vigencia, como si las catástrofes sociales del siglo XX, promovidas por nazis y marxistas, nunca hubiesen ocurrido. Kurt Wolff escribió: “La opinión no tiene tantas consecuencias como la acción, o es menos dañosa que aquélla. Hay que distinguir entonces entre discriminación privada y discriminación oficial o pública”. “En el primer caso se trata de un asunto particular, mientras que en el segundo la discriminación goza del reconocimiento público que revela que es justa, o al menos es una alternativa aceptable” (Citado en “El prejuicio y la educación”).