Consideraremos como etapas previas del éxito económico a la secuencia de pasos necesaria para llegar al desarrollo partiendo de una situación inicial alejada de ese objetivo. Para ello se ha de establecer una analogía orientadora en la cual se consideran los pasos necesarios para recuperar la salud de un paciente luego de haber sufrido algún malestar, o alguna enfermedad. La secuencia ha de ser la siguiente:
1- Debe el paciente primeramente estar convencido de la efectividad de la medicina
2- Debe acudir a un médico para que establezca el diagnóstico de su enfermedad
3- El médico ha de indicar un tratamiento según el resultado del diagnóstico realizado
4- Debe el paciente acatar las directivas y sugerencias dadas por el médico
Si el paciente no confía en la medicina científica, es posible que entonces recurra a los servicios de algún curandero; siendo una decisión que, por lo general, no conduce a buenos resultados. Si confía en la medicina, irá entonces a consultar a un médico. Es posible que el médico se equivoque en el diagnóstico, aun cuando conozca bastante acerca de su especialidad. Tampoco en este caso se lograrán buenos resultados. Pero si el diagnóstico es el adecuado, deberá ser seguido de un tratamiento eficaz. También aquí puede ocurrir otro error, ya que el médico puede recetar un remedio equivocado o el farmacéutico puede no leer correctamente la receta, o los medicamentos pueden estar vencidos.
Si todos los pasos anteriores han sido los debidos, queda finalmente a cargo del paciente ingerir a horario los medicamentos indicados y establecer una rutina de comidas acorde a lo indicado por el médico. Si no lo hace, tampoco se logrará la cura que se busca.
Esta descripción, si bien bastante obvia en el caso de la medicina, no resulta serlo en cuestiones de economía. Tal es así, que un gran porcentaje de la sociedad supone que la economía no es una ciencia confiable y que es mejor desestimarla, abriendo las puertas de par en par al “curanderismo económico”. Incluso si fallan, en economía, algunos de los restantes pasos de la secuencia (diagnóstico, tratamiento y acatamiento por parte del “paciente”) culpan directamente a la ineficacia de la ciencia económica y proponen abolirla. De ahí que toda falla inherente a la secuencia sea considerada como una falla del “sistema capitalista”, siendo el capitalismo, justamente, la tendencia adoptada por quienes tratan de acatar los lineamientos básicos de la ciencia económica.
El siguiente paso, que es el diagnóstico de la situación económica, puede llevar implícita una pobre valoración de los aspectos culturales de la sociedad por parte del “ministro de economía”, lo que dará lugar a un inadecuado tratamiento del problema. Finalmente, aun cuando el ministro haya acertado con su diagnóstico y con su tratamiento, es posible que el plan fracase por cuanto gran parte de la población se encuentra sumergida en una seria crisis moral que le impide trabajar adecuadamente, o bien esté dominada por una tendencia a la corrupción y al robo. Así como no existe una medicina totalmente efectiva, cuyos resultados sean independientes del médico, de la farmacia y del paciente, tampoco existe una economía totalmente efectiva, cuyos resultados sean independientes del economista que desde el Estado toma decisiones y del ciudadano común que actúa como consumidor, y a veces como productor.
En los países totalitarios (todo en el Estado) puede encontrarse una modalidad que no permite establecer una analogía directa con la medicina, y es el caso de los gobiernos que falsifican las estadísticas económicas oficiales para seguir ganando elecciones, tal el caso del kirchnerismo. Al reducir “artificialmente” el índice de inflación, resulta un crecimiento del PBI bastante mayor al real y un nivel de pobreza bastante menor. Al desconocer tales problemas, se desentiende de ellos. Como un gran sector de la población sólo tiene acceso a canales de televisión adeptos al gobierno, cree vivir en el “mejor de los mundos”, ya que supone que la Argentina tiene un nivel de pobreza menor que el de la propia Alemania. Para confirmar esta apreciación, se consulta a algún destacado economista extranjero quien, desprevenido, al leer las cifras oficiales enunciadas por el INDEC, y al no imaginar siquiera que un gobierno pueda llegar a tergiversar las estadísticas, termina afirmando que, efectivamente, todo va muy bien.
Por lo general, la mayor dificultad que se presenta en los distintos países con problemas económicos radica en la creencia negativa en la efectividad de la ciencia económica. De ahí que todavía exista mucha oposición a la aceptación del mercado como proceso fundamental de toda economía, sin que se pueda llegar a afirmar, por supuesto, de que se trata de algo infalible, o que puede funcionar sin un adecuado marco político, legal y cultural. El objetivo actual debe radicar en la mejora de todo sistema económico capitalista por cuanto se desestima volver al antiguo socialismo, sistema que en mayor o menor medida, fue adoptado en el pasado por los principales conglomerados poblacionales, como fue el caso de China, India y el bloque soviético.
Impulsados por el fracaso de la economía planificada, o socialista, estos países debieron adoptar economías de mercado incorporando al proceso de la globalización un porcentaje cercano al 40 o al 50% de la población mundial. De esa forma, se fueron sumando a la clase media cientos de millones de habitantes, que abandonaron su condición de extrema pobreza.
En cada uno de esos países aparecieron políticos y economistas que supieron interpretar que las crisis se debían esencialmente a la adopción del “curanderismo económico” en lugar de la ciencia económica. Este fue el caso de la India, gobernada por una “dinastía democrática”, luego de su Independencia, constituida por Pandit Nehru, seguido por su hija Indira Gandhi (cuyo apellido viene del marido, que nada tenía que ver con el Mahatma Gandhi) y, finalmente, por su hijo Rajiv. Tanto Indira como su hijo murieron asesinados. Estos gobernantes adoptaron el socialismo fabiano, de origen inglés, que consistía esencialmente en una economía controlada por el Estado pero que difería del marxismo por cuanto utilizaba métodos democráticos y pacíficos, en lugar de revolucionarios y violentos. Daniel Yergin y Joseph Stanislaw escribieron:
“Dado que sus ideas tuvieron por modelo el socialismo fabiano y la planificación central del comunismo, los líderes del Partido del Congreso desconfiaban del mercado. Pensaban que la competencia era mala y sentían lo que ellos describían como «desprecio por los mecanismos de precios». En cambio, creían que la planificación central, un fuerte control estatal y la sabiduría del gobierno lograban distribuir las inversiones y determinar la producción mucho mejor que varios millones de individuos tomando decisiones teniendo en cuenta el mercado. Las órdenes burocráticas eran mejor que el fluctuante intercambio de precios en el mercado”.
“El gobierno concentraría sus recursos siguiendo el espíritu de la planificación central soviética, concentrando su atención en la industria pesada. Y, en lo que luego demostraría ser un error crucial de encuadre estratégico, la atención se focalizó en la inversión misma en lugar de hacerlo en la productividad de esa inversión y en la calidad y el valor de lo que era producido”.
“Absolutamente todo exigía aprobación y sellado. Si un empresario quería pasar de hacer palas de plástico a baldes de plástico, tenía que obtener el permiso correspondiente. Una empresa tenía que tener la aprobación antes de poder incrementar su producción. De hecho, cualquier empresa con un capital superior a 20 millones de dólares tenía que someter todas las decisiones importantes, incluso la dotación de su consejo directivo, a la aprobación del gobierno. Hasta las decisiones más triviales exigían un sellado. Todo esto significaba pasar horas interminables en oficinas gubernamentales y buscar obtener el favor de un millar de funcionarios. Pero, una vez que se había obtenido la licencia y el sello, uno se podía ir tranquilo: estaba protegido contra la competencia de quienes no tenían los permisos necesarios. El resultado fue una inmensa cantidad de intereses que no alentaban el crecimiento económico: «Los políticos que se benefician con la corrupción, los burócratas que disfrutan del poder, las empresas y los trabajadores que disfrutan de sus mercados protegidos y de los derechos de adquisición de propiedades por prescripción»”.
“El gobierno central era propietario de alrededor de 240 empresas, sin contar las tradicionales industrias estatales como ferrocarriles y servicios públicos. La importancia puede verse en su escala. A finales de los años ochenta, el 70% de los puestos en el gran sector «organizado» de la economía correspondía a empresas estatales. Además, se estimaba que la mitad de las 240 empresas de propiedad estatal estaban, en realidad, en bancarrota total. En lugar de dejar que las empresas «enfermas» fracasaran, el gobierno se hacía cargo de ellas y las administraba. Los trabajadores consideraban que sus sueldos básicos eran el «premio» garantizado por ser empleados, mientras que las horas extras eran su verdadero salario. Incluso cuando las empresas en que trabajaban eran cerradas, esperaban que se les siguiera pagando horas extra” (De “Pioneros y líderes de la globalización”-Ediciones B Argentina SA-Buenos Aires 1999).
El caso de China fue algo similar, hasta que Deng Xiaoping dio el paso decisivo comenzado a aplicar la economía de mercado en sectores agrícolas. Se lo recuerda por haber expresado “No importa si un gato es negro o blanco, siempre y cuando cace ratones”, considerando que el éxito del resultado económico es más importante que la popularidad de la ideología. Fue una actitud similar a la definida por la expresión: “Quien no es socialista de joven, no tiene corazón; quien no es capitalista de adulto, no tiene cerebro”. Los citados autores escriben sobre la etapa socialista: “A pesar de la inversión y del uso de nuevas técnicas, la productividad, bajo la colectivización, no fue más alta que bajo el antiguo sistema medieval chino”.
En cuanto a la acción del nuevo líder, escriben: “Y detrás de todo lo que hacia, había una firme y honesta decisión. «Tengo dos opciones –dijo Deng-. Puedo distribuir pobreza o puedo distribuir riqueza». De lo primero, ya había visto suficiente bajo Mao”. “Cuando asumió el poder, China era desesperadamente pobre: el 60% de la población vivía con menos de un dólar al día. La reforma lanzó a China hacia su crecimiento. Entre 1978 y 1995, el comercio exterior de China creció de 36 mil millones de dólares a 300 mil millones. La renta per capita se duplicó entre 1978 y 1987, y volvió a duplicarse entre 1987 y 1996, a un ritmo casi nunca visto en la historia moderna”. “Al instituir reformas con un efecto semejante, Deng hizo algo que nadie en la historia había logrado jamás: sacó de la pobreza absoluta a 200 millones de personas en apenas dos décadas”.
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