Podemos hacer una analogía entre lo que sucede en el ámbito de la economía y lo que sucede en el ámbito del derecho penal. De esa manera se intentará mostrar un panorama accesible a la comprensión de quienes deberán tomar decisiones al respecto, especialmente en el caso del ciudadano que ha de concurrir a un acto eleccionario. También para ilustrar a una opinión pública que poco sospecha de las oscuras proyecciones que se vislumbran en materia de inseguridad si seguimos con el criterio ahora vigente.
Así como en la economía tenemos dos extremos entre los cuales podemos ubicar las distintas economías nacionales, en la lucha contra el delito podemos también distinguir dos extremos bastante definidos. En la economía, en uno de ellos se ubica el capitalismo, como un sistema con medios de producción privados y libre intercambio en el mercado, mientras que en el otro extremo encontramos al socialismo, como sistema con medios de producción estatales y planificación central de la producción. En la lucha contra el delito se tiene, en un extremo, la denominada “tolerancia cero”, mientras que en el otro extremo se ubica el garantismo (que propone penas mínimas) y el abolicionismo (que propone erradicarlas). De ahí que toda nación mira hacia ambos extremos, aunque necesariamente se orienta hacia uno de ellos, tanto en materia de economía como en el caso de la seguridad y el derecho penal.
Debe aclararse que “tolerancia cero” no es lo mismo que “mano dura”, por cuanto con aquélla se han logrado excelentes resultados, mientras que con la última no ha sido así. La mano dura consiste, esencialmente, en aplicar el “ojo por ojo y diente por diente”, llegando el Estado a cometer excesos actuando fuera de la ley, mientras que la “tolerancia cero” implica adoptar penas proporcionales a los delitos cometidos comenzando por las pequeñas contravenciones, sin dejar ninguna sin sanción.
Así como en economía existen ideologías que promueven y justifican la elección de uno de los extremos, en el caso de la seguridad existen ideologías que las promueven y favorecen, aunque resulte mejor priorizar los resultados concretos producidos por cada uno de los sistemas aplicados, en forma independiente de los argumentos a favor o en contra de cada uno, por lo cual resulta evidente que tanto el mercado como la tolerancia cero han producido mejores resultados que el socialismo y el garantismo, respectivamente.
Puede decirse que la tolerancia cero es la respuesta de la justicia, y de las instituciones policiales, a ciertas investigaciones realizadas en el campo de la Psicología Social. En una de ellas, Philip Zimbardo, en 1969, abandonó un automóvil sin patente, y con las puertas abiertas, en una calle del Bronx neoyorkino. A los diez minutos comenzó el robo de sus partes y a los tres días no quedaba nada de valor. Posteriormente abandonó otro automóvil en similares condiciones, pero esta vez en un barrio habitado por gente con mejores recursos económicos, como fue el caso de Palo Alto, en California. Durante una semana quedó intacto, por lo que procedió a abollar algunas partes de la carrocería con un martillo, quedando luego de algunas horas en un estado similar al del automóvil utilizado en la experiencia anterior.
El experimento de Zimbardo despertó la iniciativa, en James Wilson y en George Kelling, de redactar un artículo titulado “Ventanas rotas” en el cual se recomienda, a manera de ejemplo, al dueño de un edificio, reemplazar a la brevedad algún vidrio roto. De lo contrario, ese vidrio podrá actuar como una señal de abandono que pronto despertará la atención de algunos vándalos que seguramente tratarán de romper los restantes.
La tolerancia cero se basa en la tendencia a castigar cualquier infracción reduciendo el tiempo entre el delito cometido y la sanción recibida, pudiendo sintetizarse en dos postulados básicos:
1- Si el responsable de una infracción no es condenado inmediatamente, se le incita a reincidir.
2- Si los responsables de infracciones no son condenados cada vez con toda la severidad permitida por la ley, de forma progresiva pasarán de los pequeños delitos al crimen.
Adviértase que los postulados de la tolerancia cero casi explícitamente manifiestan que tanto el garantismo como el abolicionismo, al aplicar penas mínimas o nulas, convierten a la justicia penal en una promotora directa del delito. Howard Safir, ex jefe de policía de Nueva York relata algunas de sus experiencias aplicando el criterio mencionado: “Para dar una idea de cuánto avanzamos en menos de una década: en 1990, Nueva York, con una población de 7,5 millones de habitantes, tuvo más de 2.200 homicidios”. “En 1998, luego de haber estado al mando por dos años, hubo sólo 633 homicidios, lo cual significa que en 1998 hubo 1.500 personas transitando tranquilamente por la calle, que en 1990 habrían sido asesinadas”.
“Los policías que sólo recorren las calles respondiendo a la delincuencia y esperando que su presencia lo impida, están perdiendo su tiempo y nuestro dinero; mientras que los oficiales que conocen con profundidad vecindarios y saben dónde, cuándo y cómo se cometen los delitos, pueden tener –y siempre lo han tenido- un efecto sobre la delincuencia. Los «policías conformistas» son de muy poca ayuda en las áreas invadidas por el tráfico de drogas”.
“La habilidad de los oficiales de policía para tener un impacto sobre la delincuencia es algo que los criminólogos –quienes creen que las fluctuaciones de aquélla se deben a motivos sociales y económicos- siempre han refutado. Muchos criminólogos creen que estos problemas rebasan las habilidades de un oficial de policía, o de los organismos de procuración de justicia. En la ciudad de Nueva York demostramos que no es así. Las actividades de la policía sí tienen un impacto considerable sobre la delincuencia, pero el éxito no sólo recae en las cifras de oficiales en la calle, sino en lo que hacen ahí”.
En cuanto al consumo de drogas y su reducción, el citado autor escribió: “Hasta que no se encuentre una manera de reducir exitosamente la demanda, de cortar el suministro de droga reduciendo el tráfico y volviendo su venta un negocio con pérdidas, no se controlará el comercio de estupefacientes”. “Mi trabajo no consistía en perseguir a los traficantes de heroína y cocaína por mar y tierra. Mi objetivo era sacar las drogas de la ciudad de Nueva York”.
“Recobrar las calles y los parques es una cosa, pero mantenerlos es otro reto. Sin un seguimiento eficaz, las ciudades a menudo vuelven a caer en manos de delincuentes. Quizás sea éste el aspecto más frustrante de la prevención delictiva, invertir tiempo y recursos para limpiar un vecindario, sólo para perderlo en cuanto nos retiramos de ahí”.
En cuanto a la penalización de delitos menores y su influencia en la disminución de los mayores, escribió: “En 1993 el promedio de gente que se saltaba los molinetes del metro era de 214.000 por mes –era casi un deporte olímpico-; el mensaje que les estábamos enviando a esos infractores era que si se saltaban un molinete podrían obtener no sólo eso, sino mucho más. Comenzamos por reforzar las leyes de evasión de pasajes, y redujimos el número a cerca de 15.000. No sólo incrementamos los ingresos del metro, sino que también en el año 2000 la delincuencia en este medio de transporte se redujo un 60%. Un ejemplo de trabajo bien hecho para mejorar la calidad de vida fue cuando arrestamos a uno de estos transgresores de molinetes y encontramos una metralleta corta bajo su abrigo. Imaginen si hubiéramos permitido que abordara un vagón del metro lleno” (De “Seguridad”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2004).
Respecto de la idea dominante, en un sector importante de la sociedad argentina, es que el delincuente no es el culpable de sus acciones, sino que el culpable es la sociedad que lo marginó previamente; algo propio de todo sistema capitalista, que sería la causa esencial de la delincuencia. Esta idea es poco escuchada porque es algo “que se sobreentiende”, por lo que no vale la pena discutirse. De ahí el fundamento de que al delincuente hay que aplicarle penas mínimas, e incluso que peligrosos delincuentes recuperen su libertad aun cuando estuviesen en prisión durante un tiempo bastante inferior al establecido en el juicio respectivo.
La inimputabilidad de los menores ante delitos cometidos resulta ser también un aliciente que la justicia penal brinda a los jóvenes para iniciarse en el delito. Se mejoraría la situación, en el sentido de la tolerancia cero, si se bajara la edad de la imputabilidad al menos desde los 14 años, en lugar de los 16.
Demás está decir que, quienes apoyan el sistema penal garantista y abolicionista, son los sectores que se oponen al sistema capitalista, promoviendo al socialismo. Tanto el garantismo como el socialismo no han dado resultados positivos en ninguna parte, aunque en la Argentina todavía muchos creen que, de tanto experimentar, alguna vez funcionarán bien. Mientras tanto, la cantidad de asesinatos y otros delitos sigue su marcha ascendente estando las estadísticas oficiales falsificadas para mostrar un éxito que no es tal. Diana Cohen Agrest describe el prontuario de quien estaba libre cuando cometió el asesinato de su propio hijo:
“Ezequiel había sido arrancado de la vida brutalmente, y el homicida, tan joven como su víctima, era un delincuente que de no ser por nuestra justicia injusta, debería haber estado encarcelado cuando disparó el horror. Hijo de un policía que habría denunciado el extravío de una de sus armas seis años antes, el asesino ya había sido condenado reiteradamente por el delito de portación de arma de guerra, por portación de arma de uso civil, por encubrimiento agravado, por el delito de robo agravado, por el delito de robo agravado por el uso de arma de fuego en grado de tentativa y por portación ilegal de arma de guerra en concurso real. Esta sucesión de condenas no fue un obstáculo para su libertad” (De “Ausencia perpetua”-Debate-Buenos Aires 2013).
El sistema garantista pueda también denominarse como de “persuasión cero” por cuanto hace muy poco para desalentar al delincuente y para encaminarlo por la buena senda. Recién cuando comete un asesinato, es posible que vaya por un tiempo a la cárcel, para conformar a los familiares de la victima. Aunque, si allí se comporta bien, pronto recuperará su libertad y volverá a asesinar a otras victimas inocentes. Tanto en cuestiones de marcha de la economía como en cuestiones de inseguridad, en la etapa política actual, se falsifican las estadísticas y se toman como referencia, para hacer comparaciones, los peores casos. Así, se escucha decir con bastante frecuencia que estamos mejor económicamente que durante la crisis del 2001 y que en materia de inseguridad tenemos bastante menos asesinatos que otros países. Por el contrario, si buscamos mejorar las cosas, resulta mejor considerar las variaciones existentes, aceptando los métodos que hagan crecer la seguridad, y desechando los que la hagan decrecer.
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