martes, 4 de junio de 2013

La política como guerra

Entre las distintas posibilidades de hacer política se encuentra aquella en la que los actores principales adoptan una actitud similar a la adoptada por los militares que disputan una contienda bélica. Incluso su lenguaje cotidiano hace referencia a una batalla imaginaria a la cual concurren los amigos, por una parte, y los enemigos, que es el resto de la población. Por lo general no se acepta la existencia de neutrales, o personas al margen de la disputa por el poder. Además, la contienda política de tipo militar no requiere de un tácito y previo acuerdo entre los dos bandos en conflicto, sino que generalmente resulta impulsado por uno de ellos, que es el que decide adoptar el criterio mencionado.

Cuando una sociedad entra en decadencia, puede observarse en los concurrentes a los partidos de fútbol el odio y la barbarie dominantes como síntomas indiscutibles de la severa crisis. La violencia predomina en ese ámbito por cuanto también allí existen amigos y enemigos, y en donde es tanto o más importante el fracaso del equipo rival que el éxito del propio.

El típico mensaje presidencial del político beligerante incluye los términos “ellos”, en referencia al sector rival, el enemigo, y “nosotros”, destinado al sector propio, los amigos. Todo político amigo que tenga un vinculo circunstancial con un político enemigo, pasa a ser considerado como un traidor, mientras que los sectores neutrales son considerados enemigos hasta que demuestren lo contrario. Con el tiempo, de tanto ser así considerados, se comportarán como tales. Mariano Grondona escribió: “Carl Schmitt advirtió que la vida política gira en torno de la relación amigo-enemigo. En todos los regimenes políticos, incluida la democracia, cada actor se instala en la lucha por el poder con sus amigos y contra sus enemigos. A partir de esta advertencia, Schmitt da un paso más: en última instancia, quien me define es mi enemigo. Lo necesito para saber adónde estoy parado. Como el jugador de tenis, el actor político necesita saber quién lo desafía del otro lado de la red”.

“La inquietante presencia del enemigo es necesaria tanto en la autocracia como en la democracia. Ambos regimenes se ordenan a partir de las relaciones de enemistad. Pero la enemistad, si bien existe y pesa en ambos regimenes, no se da de igual forma en ellos. En la autocracia, el enemigo es absoluto porque si no lo destruyo me destruirá. En la democracia es relativo, porque quiero superarlo en lugar de destruirlo. Quiero vencer a mi enemigo, porque de otro modo me vencerá, pero no necesito destruirlo porque, si él me vence, tampoco me destruirá. Es posible además que algún día coincidamos contra algún adversario común, cuando se reviertan las alianzas”.

“Por eso el enemigo, en democracia, recibe el nombre de competidor, adversario o rival. Como ambos subsistiremos después de la confrontación, ésta pierde el carácter dramático que tiene en la autocracia ya que, pasado un tiempo, habrá otras confrontaciones donde el vencido podrá convertirse en vencedor y el vencedor en vencido, el rival en aliado y el aliado en rival. La enemistad absoluta en la autocracia, desemboca en una lucha interna de aniquilamiento que, en los casos extremos, recibe el nombre de guerra civil. En la democracia, al revés, la lucha interna se sublima en torneo en lugar de degradarse en guerra civil y pasa a ser pugna incruenta por conquistar un trofeo que, como en todas las competencias deportivas, cambia de manos periódicamente”.

La Argentina ha sido dominada políticamente por el peronismo, movimiento dirigido por un líder que dividió a la población en amigos y enemigos, y que alentaba la violencia de tal manera que podría haberse llegado a una guerra civil de no ser por la unidad predominante en las Fuerzas Armadas. En los últimos años, el kirchnerismo ha adoptado una postura similar, que incluye la búsqueda absoluta del poder tanto político como económico. En el aspecto político ha logrado con éxito usurpar, desde el Poder Ejecutivo, al Legislativo, tratando ahora de hacerlo con el Judicial. Mediante la corrupción ha podido afianzar, a través de empresarios leales, un poderío económico que le ha permitido la compra de medios televisivos, radiales y escritos neutrales o que estaban del lado opositor. Incluso los medios de comunicación del Estado han sido puestos al servicio de la propaganda a favor del partido gobernante.

La incitación permanente hacia el odio al rival, difundida en forma de ironía, burla, descalificaciones y difamaciones hacia todo aquel que se identifique con la oposición, resulta ser una forma degradante para el sector de la población que tiene cierta dignidad. Por el contrario, quien apoya el método utilizado, adopta para su vida un sentido que incluso lo hace sentir un triunfador. Es un caso bastante similar al del fanático del fútbol para quien el éxito o el fracaso de su vida están enteramente ligados al éxito o al fracaso de su equipo favorito. Mariano Grondona escribió: “La pasión que alimenta a la enemistad absoluta es el odio. La pasión que alimenta a la rivalidad es la emulación. En aquélla predomina la intolerancia. En ésta, la tolerancia. La opción entre la intolerancia y la tolerancia es el primer tema que define la tipología cultural de la democracia”.

“Al enemigo absoluto, sin embargo, no lo soportamos, porque tendremos que eliminarlo para que no nos elimine. No le debemos la tolerancia sino la intolerancia. En la lucha a muerte contra el enemigo que caracterizó a la horda primitiva, la intolerancia fue considerada un valor. Sin esta energía destructiva, sin el furor que desataba, no hubieran tenido los guerreros primitivos el furor necesario en el combate. Por eso la cultura antigua giraba en torno de una épica guerrera, mientras la cultura moderna privilegia otros valores como, por ejemplo, la competitividad económica y el bienestar social”.

“Estamos hablando aquí, por lo pronto, de la intolerancia frente al enemigo «externo», necesaria para el combate. Las sociedades guerreras del comienzo se organizaron detrás de un jefe. Intolerante hacia fuera para subsistir, ¿cómo habría de ser tolerante el jefe guerrero hacia adentro? Las sociedades primitivas fueron necesariamente intolerantes no sólo hacia fuera sino también hacia adentro porque, a la vista del enemigo amenazante, el cuestionamiento al jefe era traición. Las sociedades primitivas interiorizaron entonces el valor de la intolerancia externa transformándolo en el valor de la intolerancia interna y volviéndose, por ello, autoritarias”.

La descripción ofrecida, si bien aplicable a una gran parte de la política universal a través de toda su historia, puede muy bien considerarse como “el estudio del kirchnerismo en una sola lección”, ya que resulta comprensible especialmente desde un aspecto cultural e, incluso, psicológico, que no debe dejarse de lado para entender los comportamientos personales en la política. Más adelante, Mariano Grondona escribe: “La autocracia fue la primera forma de la organización política. Todos venimos de la autocracia y de la intolerancia, que marcaron no sólo al mundo primitivo sino también grandes tramos históricos del mundo antiguo, de los griegos y los romanos”. “La única regla que gobernaba los tiempos de la guerra interna, puede definirse de este modo: «Toda regla se puede violar, si violarla es la condición de la victoria»”.

“Si se la practica por largo tiempo, sin embargo, la intolerancia termina por anularse a sí misma. La política entendida como guerra interna llega tarde o temprano a tales extremos, que alarma no sólo a la sociedad sino también a los propios contendientes. Se llega entonces a un punto en el cual la guerra interna se convierte en un mal aun mayor que el bien incierto y lejano de la ansiada victoria. Los enemigos empiezan por luchar sin cuartel entre ellos porque, de un lado y del otro, esperan vencer, pero después de un tiempo caen en la cuenta de que no consiguen aniquilarse y de que quizás no lo consigan nunca. Les surge entonces esta pregunta: ¿no estarán pagando un precio demasiado alto por un triunfo quizás inalcanzable? ¿No sería mejor por lo tanto, para unos y para otros, resignarse a compartir un espacio político común? La resignación ante la obstinada supervivencia del enemigo es el punto de partida de la tolerancia, que ahora se presenta como un mal menor preferible al mal mayor de una guerra incesante” (De “El desarrollo político”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2011).

Todavía no dejamos de asombrarnos por la necesidad de confrontación permanente que presenta el actual gobierno nacional cuando desde la propia presidencia surge un decreto por el cual se decide, sin consulta previa a otros organizamos del Estado, el traslado de una estatua realizada en homenaje a Cristóbal Colón y que está en la ciudad de Buenos Aires desde 1910. La decisión presidencial contempla su traslado a la ciudad de Mar del Plata para ubicar en el lugar vacante una estatua en homenaje a Juana Uzurduy.

Cualquiera puede imaginar que, ante tal hecho, han de surgir protestas, lo que efectivamente ocurrió, por parte del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y también de las comunidades italianas que, en su momento, hicieron los aportes monetarios para la realización de tan magnifica obra, Aquí no corresponde tanto hacer un “análisis político” de la situación sino un análisis psicológico de quien tuvo tal idea. La conclusión es que tiene una necesidad imperiosa de llenar el tiempo con algún otro ataque a la oposición para agredirla, molestarla o degradarla de alguna forma. Una persona sensata, seguramente, habría optado por realizar el nuevo monumento en Mar del Plata y todo el mundo estaría en paz. Pero ello es algo indeseable para quienes impulsan un estado de conflicto permanente, que parece ser el aliento psicológico necesario para la vida confrontativa que desean llevar los incondicionales seguidores del gobierno “nacional y popular”.

Como el monumento a Colón está muy cerca de la Casa Rosada, la sede del gobierno nacional, posiblemente pueda encontrarse alguna otra explicación considerando que la visión cotidiana del monumento molestaría de alguna forma a la Presidente, y de ahí la decisión de llevarlo lejos. De todas formas, debemos tener presente el importante progreso hecho desde las épocas de Nerón a esta parte, ya que el entonces emperador romano ordenó incendiar los barrios humildes de Roma por cuanto su aspecto molestaba a su cotidiana mirada hacia el paisaje circundante.

Así como a Nerón poco le importaba el bienestar de la población que gobernaba, a las actuales autoridades argentinas poco les importa el habitante común, lo que puede advertirse en los extensos mensajes presidenciales en los cuales casi no se pronuncian términos como inflación, inseguridad y pobreza. Por el contrario, tales inconvenientes tienden a ser ignorados tergiversando las estadísticas oficiales. Si ni siquiera se acepta la existencia de un problema, con menos razón habrá de hacerse algo para resolverlo, incluso cuando se ocupa la mente principalmente en crear alguna forma de agresión hacia el sector “enemigo”.

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