Los seres vivos procesan información asociada al medio en donde habitan como una necesidad básica para su supervivencia. A este proceso se lo denomina inteligencia y, en el caso del hombre, resulta ser el atributo por el cual difiere netamente de los animales y de ahí que conformemos la “vida inteligente”. Desde la perspectiva que nos da la evolución biológica, podemos decir que en algún momento de la historia se produjo el salto evolutivo por el cual adquirimos una inusual capacidad para el proceso de información, con la posibilidad de prever el futuro mediante el uso de la razón.
Mientras que el animal relaciona, o compara, lo que tiene en la memoria con la información que capta a través de sus sentidos, el hombre, además de dicha función, es capaz de comparar la información existente en dos o más sectores de su memoria, es decir, tiene la capacidad de “razonar con los ojos cerrados”. Y de ahí, posiblemente, radique la esencial diferencia con el resto de los seres vivientes que poseen, en algunos casos, una mínima capacidad para realizar este último proceso mencionado.
Se han propuesto varias definiciones acerca de la inteligencia, aunque en la mayoría de ellas predomina la idea de procesamiento de información y de adaptación. Robert J. Sternberg escribió: “¿Qué es exactamente la inteligencia? En un artículo reciente, los investigadores identificaron aproximadamente 70 definiciones diferentes de inteligencia. En 1921, cuando los editores del Journal of Educational Psychology preguntaron a 14 famosos psicólogos, las respuestas variaron, pero por lo general abarcaron los siguientes temas. Primero, la inteligencia implica la capacidad para aprender de la experiencia. Segundo, comprende la capacidad para adaptarse al ambiente circundante” (De “Psicología cognoscitiva”-Cengage Learning Editores SA-México 2011).
El comportamiento de todo ser humano depende tanto de su herencia genética como también de la influencia recibida desde el medio social, aunque, en el caso de los grandes genios, da la impresión que lo esencial de sus obras habría llegado a concebirse en forma independiente del medio. A manera de ejemplo podemos citar el caso del matemático hindú Srinivasa Ramanujan, un autodidacta que sorprendía a los matemáticos de prestigio tanto por “sus conocimientos como por sus desconocimientos”, ya que, al carecer de formación matemática básica, desconocía temas corrientes mientras que, debido a su enorme capacidad creativa, los deslumbraba con resultados por ellos desconocidos.
Ha habido científicos importantes que antes de sus descubrimientos no mostraron síntomas de capacidad excepcional, como fue el caso de Charles Darwin, mientras que otros deslumbraban incluso a sus propios colegas, tal el caso de James Clerk Maxwell. Al respecto, C.W.F. Everitt escribió: “Cuando Henry A. Rowland, recién nombrado profesor de física en la Universidad John Hopkins, visitó Gran Bretaña en 1875, conoció la mayoría de los laboratorios de física del país y fue huésped de Maxwell en su casa del sudoeste de Escocia, así como en Cambridge. Los profesores, en general, no lo impresionaron: «son hombres como todos nosotros». Pero había una excepción: «Después de ver a Maxwell me sentí un tanto desanimado, pues encontré en él una mente cuya superioridad resultaba casi opresiva” (De “Resortes de la creatividad científica” de R. Aris y otros-Fondo de Cultura Económica-México 1989).
Además de la definición conceptual de inteligencia, debe encontrarse una definición operacional, esto es, susceptible de permitir una comparación o una medida de la misma. Debido a que, al transcurrir el tiempo, el ser humano va adquiriendo una mayor cantidad de información, podemos definir a la inteligencia como una velocidad para adquirirla:
Inteligencia = Información adquirida / Tiempo empleado
Si a esta relación la utilizamos para establecer una hipotética comparación entre la humanidad y alguna civilización extraterrestre, podríamos considerar el tiempo necesario para llegar a una meta, como por ejemplo el descubrimiento de la existencia de ondas electromagnéticas. En ese caso el hombre necesitó un tiempo que va desde que se produjo el salto evolutivo antes mencionado hasta 1865, año en que Maxwell enuncio la teoría respectiva. Indagando luego en la historia de la ciencia de la civilización hipotética, encontraremos un tiempo inferior, igual o superior, de donde podremos afirmar cual de las dos resultó más inteligente. En este caso, puede decirse que se considera una “velocidad media” para la adquisición del conocimiento.
En realidad, tal definición operacional es la utilizada implícitamente para medir el coeficiente intelectual de los niños. Tal medición consiste en responder a una serie de preguntas elegidas previamente. Como criterio de elección se opta por las que son contestadas en un 50%, al menos, por el grupo seleccionado de niños de 8 años, por ejemplo. En la elaboración de tales preguntas se tiene presente que si, alguna de ellas es contestada por un porcentaje menor, entonces la pregunta podrá pasar a ser parte de la evaluación de niños de 9 años. Una vez establecidas las preguntas, se determina la edad mental según el porcentaje que fue bien respondido. Luego puede calcularse el cociente de inteligencia de la siguiente manera:
Cociente de inteligencia = (Edad mental / Edad cronológica) x 100
Cuando coincide la edad mental con la cronológica, se le asigna un cociente de inteligencia de 100. Adviértase que en este caso la medición proviene de considerar a la inteligencia como una “velocidad media estadística”, ya que se tomó como referencia a la inteligencia promedio de un grupo numeroso de niños de determinada edad. También se han propuesto mediciones de inteligencia, para adultos, que consisten en contestar preguntas en un periodo de tiempo más o menos breve, por lo que, en este caso, se trataría de una “velocidad instantánea” asociada a la inteligencia.
Las distintas evaluaciones de la inteligencia individual deben tener como meta lograr una orientación para los padres respecto del crecimiento y desarrollo de un niño, antes que para recargarlos con la responsabilidad de responder en el futuro como si fuesen un genio, o bien para reducirles la autoestima, ya que tal presión puede inhibirlos para llevar adelante estudios superiores. Las mediciones sólo indican cierta potencialidad para el futuro.
Por lo general, las mediciones de inteligencia poco tienen en cuenta la creatividad de un individuo, por lo que resulta absurdo afirmar que “fulano tiene un cociente de inteligencia superior al de Einstein”. Ante tal afirmación, puede uno preguntar acerca de qué gran descubrimiento hizo tal fulano como para ser comparado con Einstein, a lo que sólo podrá decirse que “respondió a una serie de preguntas realizadas por un psicólogo”, de donde la comparación resulta absurda.
Además de la velocidad para adquirir información, es importante la forma en que tal información es organizada. De ahí que, desde el punto de vista de la ciencia, podemos definir al conocimiento organizado de la siguiente forma:
Conocimiento organizado = Información adquirida / Cantidad de Principios básicos adoptados
De la misma manera en que la información científica se organiza para que todo conocimiento pueda obtenerse deductivamente a partir de ciertos principios básicos, resulta imprescindible que cada individuo siga un criterio similar. Tal es la esencia del método axiomático. De ahí que resulta tan importante poseer capacidad para organizar en la mente todo nuevo conocimiento como desarrollar una aptitud para adquirirlo a una velocidad aceptable. Es posible que la forma axiomática adoptada en la ciencia provenga de una forma óptima en que organizamos la información en nuestra propia mente. Auguste Comte escribió: “El carácter fundamental de la filosofía positiva es el considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y cuya reducción al mínimo número posible son la finalidad de todos nuestros esfuerzos” (Del “Curso de filosofía positiva”).
Hasta ahora no se ha tenido en cuenta el acto creativo, que tiene mayor importancia y mérito que el hecho de adquirir conocimientos ya disponibles. Al respecto puede decirse que tal logro se verá facilitado tanto por la velocidad de adquirir conocimientos como por la habilidad para organizarlo, siendo el acto creativo una prolongación o consecuencia del proceso del aprendizaje. De ahí que lo esencial en la ciencia, como en toda actividad humana, ha de ser la necesidad de llegar a una meta, ya que el esfuerzo que dedicaremos para alcanzarla dependerá esencialmente de cuánto de importante sea para nosotros lograrla.
Algunos años atrás, se consideraba inteligente sólo a la persona con capacidad para las ciencias que requieren mucha abstracción, como las matemáticas o la física. Sin embargo, actualmente predomina la idea de las “inteligencias múltiples”, concepto propuesto principalmente por Howard Gardner. Sin embargo, a los matemáticos y a los físicos les queda todavía la satisfacción de poder “descender” hasta la comprensión de las otras ciencias, mientras que el acceso contrario es, por lo general, bastante dificultoso. Como contrapartida, puede decirse que el saber de las ciencias exactas es aportado por científicos prescindibles, ya que en esas materias, si no hubiese existido alguno de sus protagonistas, en pocos años se hubiese llegado al mismo conocimiento, mientras que en las ciencias sociales y, especialmente, en el arte, se puede hablar de una participación individual imprescindible, ya que, de no existir algún creador, seguramente nunca habría existido su obra. En cuanto a la clasificación de Howard Gardner de los distintos tipos de inteligencia, aparecen los siguientes:
a) Inteligencia lingüística
b) Inteligencia lógico-matemática
c) Inteligencia espacial
d) Inteligencia musical
e) Inteligencia corporal-kinestésica
f) Inteligencia interpersonal
g) Inteligencia intrapersonal
h) Inteligencia naturalista
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