viernes, 30 de mayo de 2014

La anticiencia política

Debido a los importantes resultados logrados por la ciencia experimental, la mayoría de las actividades cognitivas emprendidas por el hombre apuntan a adoptar un carácter científico. De ahí que los especialistas en ciencias sociales traten de que su labor pueda considerarse científica, como una condición que acredite cierta calidad del trabajo realizado. Incluso actividades que no lo son, como la filosofía y la religión, tratan al menos de ser compatibles con los resultados logrados por la ciencia experimental.

El éxito de la ciencia experimental radica en que se basa en el método de prueba y error. Esto implica que toda descripción realizada debe someterse al veredicto de la experimentación. De esa manera, se ha de encontrar necesariamente algún error, o diferencia, entre la descripción hecha y la realidad descripta. Si el error es grande, se abandona la hipótesis contrastada para reemplazarla por una nueva, para realizar una nueva confrontación, hasta que el error sea mínimo, o aceptable, según el grado de exigencia aceptado en el ámbito considerado.

Otras actividades cognitivas, como la filosofía, adoptan verificaciones lógicas antes que experimentales; de lo contrario, constituirían otra rama científica más. Para que una postura filosófica esté acorde a los tiempos en que se realiza, debe partir de una base científica, es decir, debe tener en cuenta los resultados comprobados establecidos por la ciencia experimental.

Al adoptar el método de la ciencia, no se garantiza el éxito de los resultados. Decimos que se trata de una condición necesaria, pero no suficiente, ya que, antes de obtener el mejor resultado, se debieron desechar varios resultados erróneos previos. Como ejemplo podemos mencionar el caso de Paul Ehrlich y el descubrimiento del salvarsán, obtenido en el intento 606, es decir, tuvo que realizar 605 ensayos previos hasta lograr el resultado final. Esta vez no se buscaba lograr una descripción compatible con la realidad, sino realizar una droga que debería alcanzar una finalidad concreta. “Ehrlich y sus ayudantes comenzaron una serie de ensayos valiéndose de compuestos similares a las tinturas, aunque contenían en su composición arsénico. Ello formaba parte de su programa destinado a encontrar una «bala mágica» capaz de localizar y destruir las células de los agentes patógenos invasores. Su compuesto número 606, arsenobenzol…. resultó ser efectivo en su acción contra el Treponema pallidum, responsable de la sífilis. Pronto se lo empleó como medicamento, denominado «salvarsán»” (Del “Diccionario básico de científicos” de David Millar y otros-Editorial Tecnos SA-Madrid 1994).

Como se puede advertir, el primer requisito que debe cumplir un científico implica sentir una gran necesidad interior por conocer la verdad, o por llegar a una meta definida, ya que tal necesidad ha de constituir la fuerza que lo ha de impulsar ante el arduo trabajo de investigación requerido. En la ciencia no hay lugar para quienes les da casi igual conocer una verdad asociada a alguna parte del universo, que no conocerla. Tales de Mileto, el iniciador de la ciencia, afirmó: “Prefiero conocer una ley natural antes que poseer un reino”.

En el caso de la política y de las pretensiones de sus cultores por lograr una verdadera “ciencia política”, se advierten serios inconvenientes. El principal de ellos consiste en una ausencia de autocrítica ante los resultados obtenidos por una teoría; ausencia que se advierte, no sólo en los políticos activos, sino en la propia intelectualidad dedicada a esos temas. La gravedad se advierte en que el conocimiento de la verdad no es ni siquiera un objetivo para satisfacer una mera curiosidad, tal como ha acontecido con el socialismo y su estrepitoso fracaso, que apenas ha sido tenido en cuenta por quienes prefieren defender posturas y actitudes establecidas que intentar tomarse el trabajo de realizar otras versiones mejor adaptadas a la realidad. El lema anticientífico parece ser: “Prefiero disponer de fama y poder antes que conocer la verdad”.

Tanto la sociología como la política adoptan una postura similar a la filosofía, constituida por una gran colección de sistemas, sin que aparezca un criterio de selección que admita sólo algunos y rechace el resto, ya que, pareciera, “todo vale”. En las ciencias establecidas, por el contrario, sólo se aceptan las teorías comprobadas experimentalmente y son rechazadas las que no superan la etapa de verificación experimental. Jean-François Revel escribía en el año 2000:

“Hace diez años caía el régimen soviético, y no bajo las armas del adversario –como le aconteció al nazismo- sino por el efecto de su propia putrefacción interna. Muchos pensaron naturalmente que este acontecimiento, el mayor fracaso de un sistema político en la historia de la humanidad, suscitaría en el seno de la izquierda internacional una reflexión crítica sobre la validez del socialismo. Ocurrió lo contrario. Después de un periodo de aturdimiento, la izquierda –sobre todo la no comunista- lanzó un impresionante batallón de justificaciones retrospectivas. De ello se extrae esta cómica conclusión: parece ser que lo que verdaderamente rebate la historia del siglo XX no es el totalitarismo comunista, sino…¡el liberalismo! Por consiguiente, toda comparación entre los dos mayores totalitarismos, el comunismo y el nazismo, sigue siendo tabú: prohibido constatar la identidad de sus métodos, de sus crímenes y de su fijación antiliberal. Así, durante la década 1990-2000, la izquierda ha hecho esfuerzos sobrehumanos por no sacar fruto del naufragio de sus propias ilusiones. ¿Qué ha sido exactamente esta «gran mascarada»? ¿No será otro ejemplo más del divorcio entre narcisismo ideológico y la verdad histórica?” (De “La gran mascarada”-Taurus-Madrid 2000).

El socialismo, como toda teoría que pretenda ser verdadera y, por lo tanto, beneficiosa para la sociedad, debe comenzar por ser compatible con las ciencias sociales ya verificadas. Sin embargo, su propuesta ignora los resultados de la ciencia económica. O lo que es peor, parece tenerla en cuenta para proponer todo lo contrario, como la abolición del mercado. Pero el fundamento concreto y razón de ser del socialismo es la presunta inferioridad ética de los empresarios, quienes sin excepción, se supone, son explotadores de sus empleados. Sin esa injusta discriminación social, el socialismo no tendría razón de ser.

La tarea difamatoria del marxista sobre el liberalismo ha hecho que los difamados finjan renunciar a su postura para evitar problemas: “La batalla de la izquierda destinada a inyectar en los liberales el miedo a asumir su liberalismo y, a continuación, el deseo interiorizado de abjurar de él, se ganó en esos años”.

En la ciencia, cuando alguien critica una teoría, obliga a sus autores a defenderla a la luz de los hechos experimentales, ya sean directos o indirectos. Por el contrario, quien duda de la validez de sus propias creencias trata de refugiarse en la oscuridad de lo inobservable, actitud de la religión criticada por Albert Einstein, quien escribió al respecto: “La doctrina de un Dios personal que se interpone en los acontecimientos naturales nunca podría ser refutada, en el real sentido de la palabra, por la ciencia, pues esta doctrina puede refugiarse siempre en dominios en que el conocimiento científico no ha puesto pie aún. Pero estoy persuadido de que tal proceder por parte de los representantes de la religión no sólo sería indigno, sino también fatal. Pues una doctrina que no es capaz de sostenerse a la faz del día sino solamente en la oscuridad, necesariamente perderá su efecto en la humanidad, con incalculable daño para el progreso del hombre” (De “De mis últimos años”-Aguilar SA de Ediciones-México 1951).

Los marxistas, ante las catástrofes sociales provocadas por el socialismo en varios países, en lugar de aceptar la falsedad del marxismo, han optado por refugiarse en la utopía, en las “buenas intenciones” o en la necesidad del hombre de tener ilusiones. Jean-Françoise Revel escribe: “Así, con una loable rapidez de reflejos, el debate se arrancó del terreno de las realidades para llevarlo al firmamento de las intenciones en el que ningún ideólogo se equivoca jamás”.

“Gracias a una suculenta paradoja, la legión de combatientes marxistas redobló su ferocidad justo a partir del año en que la historia acababa de aniquilar el objeto de su culto. Traicionando el pensamiento de Marx, sus discípulos se negaron a doblegarse ante el criterio de la praxis para replegarse en la inexpugnable fortaleza del ideal”. “Liberados de la inoportuna realidad, a la que además negaban toda autoridad probatoria, los fieles volvieron a encontrarse con su intransigencia. Se sintieron por fin libres para volver a sacralizar sin reservas un socialismo que había vuelto a su condición primitiva: la utopía. El socialismo encarnado daba pie a la crítica. Pero la utopía, por definición, es imposible de objetar. La firmeza de sus guardianes pudo volver, pues, a no tener límites desde el momento en que su modelo no era ya realidad en ninguna parte”.

“Como no puede basarse en hechos, se reduce a la creencia supersticiosa de que en algún cielo lejano se halla una sociedad perfecta, próspera, justa y dichosa, tan sublime como el mundo suprasensible de Platón y tan imposible de conocer como «la cosa en sí» de Kant. El comunismo era el único instrumento capaz de hacer que el modelo ideal bajara a la tierra. Como ha desaparecido, también ha desaparecido la posibilidad de esa sociedad de justicia”.

Tanto la sociología como la ciencia política, para pretender que se respete su status científico, deben considerar al marxismo como una teoría errónea teóricamente y nefasta en sus aplicaciones concretas, pasando a ser una curiosidad histórica que debe ser conocida para que las futuras generaciones no caigan en las trampas ideológicas ni sus vidas en manos de sus difusores. Además, todo científico social tiene la obligación moral de denunciar lo falso y lo peligroso, y más aun cuando se lo ha aceptado y promovido como conocimiento de validez comprobada, engañando a los desprevenidos que creyeron en la seriedad de tales actividades cognitivas.

No es criticable quien haya creído, en algún momento de su vida, en la viabilidad del socialismo y en las “buenas intenciones” del marxismo, rechazándolo en cuanto advirtió la dura y cruel realidad. Lo que es criticable es el cinismo desmedido de quienes prefieren seguir divulgando falsedades en lugar de aceptar lo evidente y que incluso se dedican a criticar a quienes afirman lo evidente. De ahí que el problema del marxismo debe considerarse como una simple cuestión de moral, ya que no se cumple con el elemental mandamiento de “No levantar falso testimonio ni mentir” o bien se trata de un problema mental, ya que, por lo general, puede advertirse una falla psicológica en las personas que adoptan falsas visiones de la realidad, alejándose de ella.

jueves, 29 de mayo de 2014

Pro-Occidental vs. Anti-Occidental

La casi siempre presente disputa entre capitalismo y alguna variante de socialismo, adopta la forma, en algunos países, de un antagonismo entre una orientación pro-Occidental contra una anti-Occidental. Así, en la actual y dividida Argentina, podemos distinguir ambos sectores según este último criterio. Las posturas mencionadas pueden sintetizarse de la siguiente manera:

Pro-Occidental: Se orienta hacia la democracia económica y política, siendo compatible con el cristianismo
Anti-Occidental. Se orienta hacia el totalitarismo económico y político, siendo compatible con el marxismo

Uno de los síntomas advertidos últimamente fue el retiro del monumento a Cristóbal Colón del lugar preferencial en que estaba ubicado, en la ciudad de Buenos Aires, para ser trasladado a un lugar secundario. Se presume que, si no hubiese sido por las protestas del sector pro-Occidental, lo hubiesen retirado de la vía pública. Esta decisión constituye un agravio contra los inmigrantes italianos, y sus descendientes, que gestaron su construcción como símbolo unificador de comunidades.

El descubrimiento de América, un hecho trascendente para la humanidad, es considerado por algunos sectores como algo negativo por cuanto, se aduce, “invadieron los pueblos aborígenes”. Si bien la conquista europea tuvo sus aspectos negativos, con el tiempo el beneficio fue para todos los pueblos. Los inmigrantes, además, vinieron a trabajar y a compartir su cultura con los pueblos originarios, siendo éste el aspecto que no debe olvidarse. A la larga, se produjo una fusión étnica por la cual gran parte de los argentinos tenemos algo de italianos, de españoles o de criollos, o lo tendrán las futuras generaciones. Considerar este hecho como algo negativo resulta propio de quienes reniegan del pasado e incluso del presente, ya que, aparentemente, buscan “solucionar” algo que sucedió varios siglos atrás. Otro personaje histórico duramente atacado, Julio A. Roca, es un representante típico de otro de los grupos poblacionales mayoritarios del país, y que son los criollos, descendientes de españoles que llegaron al país varios años antes. Su padre integró el Ejército Libertador comandado por San Martín. De orígenes humildes, actuó de joven en algunas contiendas en la prolongada guerra civil del siglo XIX, para luego participar en la consolidación de la paz nacional bajo el liderazgo de Bartolomé Mitre.

La lucha de Roca para conquistar la Patagonia, integrándola al territorio nacional, anticipándose a ingleses y chilenos que la reclamaban con fines similares, requirió de una campaña similar a la que se necesitó para pacificar a los caudillos que no admitían la posibilidad de establecer una nación unificada y civilizada. Para ello trataba de persuadirlos a aceptar la integración propuesta por Mitre. Ante una negativa, adoptaba el método de la fuerza militar, aunque ello dista bastante de la opinión de sus detractores quienes afirmaban que “exterminaba a los aborígenes” por cuestiones raciales, algo poco creíble en alguien que, junto con otros visionarios, tuvo éxito en la tarea de establecer una nación organizada luego del caos originado por la prolongada guerra civil. Félix Luna escribe, ubicándose imaginariamente en el lugar de Roca:

“Usábamos primero la persuasión y la seducción; luego la amenaza y finalmente, si llegaba el caso, la fuerza”. “En un país nuevo como el nuestro, no se puede desestimar a hombres útiles por el hecho de que hayan servido a tal o cual corriente, o que ahora aplaudan a lo que antes repudiaron. Con el tiempo se establecerán partidos más orgánicos y se consolidará una ética que nos faltó durante mucho tiempo”.

“Menos mal que Mitre conservaba la cabeza fría. Por entonces leí una respuesta suya a alguna de las insensateces que le llegaban. Decía más o menos que «hay que tomar al país tal como Dios y los hombres lo han hecho, esperando que los hombres, con la ayuda de Dios, podamos mejorarlo». ¡Luminoso pensamiento! Tomar el país real, con lo bueno y lo malo, sin idealizarlo –como hizo Rivadavia- no resignarse a mantenerlo estancado –como hizo Rosas- y caminar por nuestra bárbara y atrasada Patria manteniendo el objetivo de cambiarla, transformarla, mejorarla. He discrepado muchas veces con Mitre a lo largo de mi vida política, pero esas palabras quedaron marcadas en mi memoria como el mejor recordatorio para una acción pública levantada y, a la vez, realista” (De “Soy Roca”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2012).

Si Mitre, Roca y otros militares, no hubiesen dominado militarmente, desde el Estado, tanto a los caudillos como a los malones indígenas que atacaban pueblos enteros, la Argentina hubiese continuado, con toda seguridad, como algunos pases africanos que actualmente viven en estado permanente de guerra civil, impidiendo que se desarrolle alguna forma de civilización. Además, el territorio nacional hubiese sido ocupado por otros países, especialmente el sector patagónico. La disyuntiva expresada entonces como “civilización o barbarie”, se vislumbra en nuestra época como “civilización occidental” o “barbarie anti-occidental”.

También el General José de San Martín fue blanco del odio izquierdista, ya que fue difamado, no por sus acciones, sino a nivel familiar o íntimo. Como esa táctica no tuvo éxito, se intenta tergiversar la historia atribuyéndole orígenes aborígenes, en lugar de españoles. Como España es considerada la principal “usurpadora” de América, no es admisible que un personaje tan admirado tuviese ese origen. Juan Bautista Alberdi, estando en Francia, escribió:

“Cuando Guerrico se levantó, exclamando: «¡El general San Martín!», me paré lleno de agradable sorpresa al ver la gran celebridad americana, que tanto ansiaba conocer….Entró por fin con su sombrero en la mano, con la modestia y apocamiento de un hombre común. ¡Qué diferente le hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! Por ejemplo: yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, de los temperamentos biliosos” (De “Biografías y autobiografías”-Librería La Facultad-Buenos Aires 1924).

Si en realidad San Martín hubiese tenido origen aborigen, habría una confabulación de historiadores y de pintores de retratos que lo muestran como un descendiente de europeos. Además, podría causar sorpresa que un indio sudamericano hubiese sido aceptado, sin inconvenientes, a fines del siglo XVIII, en una escuela aristocrática en España, o a comienzos del siglo XIX en la Academia Militar de oficiales, o incluso, en la familia Escalada, casándose con una de sus integrantes. Existe un daguerrotipo, como se denominaba a las primitivas fotografías de entonces (1848), que muestra un San Martín con facciones europeas, confirmando las descripciones de los historiadores.

En realidad, para la mayor parte de los argentinos, no tiene mayor importancia el origen étnico de San Martín, por cuanto en este país no existe un nivel de racismo importante. El hecho negativo es el rechazo retrospectivo de varios sectores hacia todo lo que era español. Se llega así a considerar tanto a los criollos, como a los españoles y a los italianos, con sus descendientes, como usurpadores de tierras pertenecientes a los antiguos aborígenes y a sus descendientes. La situación asignada a los argentinos pasa a ser bastante similar a la impuesta a los palestinos que habitan desde hace unos 1.900 años una tierra, considerada también usurpada, a los hebreos, quienes fueron dispersos por el mundo por haberse sublevado contra el Imperio Romano.

A los actuales palestinos se les niegan muchos derechos básicos por ser considerados “usurpadores de tierras”. De ahí que no resulta extraño que se establezcan en la Argentina leyes a favor de los grupos originarios para permitir expropiar, desde el Estado, las tierras ocupadas desde hace “apenas” unos 500 años atrás, para devolverlas a sus antiguos dueños, o a sus descendientes. De esta forma, algunos delincuentes no comunes, varios de los que proponen la teoría de la usurpación retroactiva, al dominar el Estado, se quedarán con tierras que no les pertenecen desplazando tanto a los argentinos como a los aborígenes.

En realidad, esta es la misma táctica empleada tantas veces por los delincuentes no comunes, promotores del socialismo, de acusar a los empresarios privados de haber explotado laboralmente a los trabajadores, justificando con ello todo tipo de expropiación estatal, terminando finalmente las empresas en manos, no de los explotados, sino de la “nueva clase” que, ahora sí, produce una efectiva explotación laboral bajo un régimen de esclavitud forzada. La “nueva clase” no trabaja juntos a sus hijos (no son proletarios) ni crean empresas (no son burgueses), sino que son una clase parasitaria que vive a costa del trabajo ajeno y que propone siempre repartir las riquezas ajenas aunque nunca las propias. Milovan Djilas escribió: “El hecho de que exista una nueva clase propietaria, monopolista y totalitaria en los países comunistas lleva a la siguiente conclusión: todos los cambios iniciados por los jefes comunistas son dictados ante todo por los intereses y las aspiraciones de la nueva clase, la que, como todos los grupos sociales, vive y reacciona, se defiende y avanza con el objetivo de aumentar su poder”.

“Mediante los kolkhozes y el sistema obligatorio de compra de las cosechas, la nueva clase ha conseguido convertir a los campesinos en vasallos y quedarse con la parte del león de los ingresos de los agricultores, pero no ha llegado a ser la única dueña de la tierra. Stalin se daba cuenta de ello plenamente. Poco antes de morir, en «Problemas económicos del socialismo en la Unión Soviética», previó que los kolkhozes llegarían a ser propiedad del Estado, es decir que la burocracia sería la verdadera propietaria” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

Las retenciones al campo, por la cual una parte significativa de las ganancias empresariales son confiscadas por el Estado, constituyen un proceso similar al descrito por el citado autor y que utiliza plenamente el kirchnerismo. Las leyes a favor de los “pueblos originarios” es el complemento que le falta a la “nueva clase” argentina (si así se la puede denominar) para afianzarse como dueña absoluta de la nación. Aunque todavía le falta algo importante: tiempo. El apoyo implícito de quienes adhieren a la socialdemocracia, sigue plenamente vigente.

lunes, 26 de mayo de 2014

Política y actitudes

Los economistas, para describir con mayor precisión el comportamiento de quienes toman cotidianamente decisiones en el mercado, han estudiado las razones psicológicas que las fundamentan. En forma similar, los analistas políticos consideran las actitudes dominantes, en distintos individuos, para encontrar las motivaciones respecto de sus preferencias políticas o “los factores y los mecanismos que orientan los comportamientos de los ciudadanos respecto de la política, desde las decisiones electorales hasta la adhesión a un movimiento revolucionario” (De “Las actitudes políticas” de Jean Meynaud y Alain Lancelot-EUDEBA-Buenos Aires 1965).

Los autores mencionados comienzan su libro definiendo el concepto de actitud, vislumbrando incluso un comportamiento típico, o actitud característica, que puede definirse mediante la siguiente igualdad:

Respuesta = Actitud característica x Estímulo

Escriben al respecto: “En su acepción corriente, el término actitud señala un comportamiento, la manifestación exterior de un sentimiento”. “Para un psico-sociólogo, todo comportamiento, ya se trate de una conducta (comportamiento activo) o de una opinión (comportamiento verbal), es una respuesta a una situación. La actitud es la variable intermedia que permite explicar el paso del segundo al primero de estos términos. Ni es comportamiento (y por lo tanto no es una opinión aunque muchas veces se empleen cada uno de estos términos en lugar del otro) ni factor de la situación. Ni es respuesta ni estímulo, sino una disposición o más bien una preparación para actuar de una manera y no de otra”.

“Así entendida, la noción de actitud contiene una idea de orden. Permite distribuir la gran variedad de los comportamientos, toda actitud aparece como un principio de organización, o más aún, como una síntesis particular en relación con un objeto o con una situación dados”. “Como disposición dinámica (se ha formado en un momento dado y después se puede modificar), la actitud es, sin embargo, una disposición relativamente persistente, que extrae cierta estabilidad de su coherencia”.

Si bien es posible describir el comportamiento político de un ciudadano según su actitud característica, no es factible realizar predicciones al respecto por cuanto existen tantas actitudes como personas, por lo que sólo se pueden encontrar algunas reglas generales que podrán ser de interés para quienes intentan inducir cambios de actitud positivos y para quienes intenten impedir los negativos.

En cuanto a las razones por las cuales los ciudadanos eligen a un candidato en lugar de otro, podemos mencionar las siguientes:

a) Debido a la conveniencia económica personal que advierte en caso de ganar el candidato elegido
b) Debido a la conveniencia económica general que advierte
c) Debido a que le da motivos para acercarse emotivamente al resto de la sociedad
d) Debido a que le da motivos para acentuar el antagonismo respecto a ciertos sectores

No siempre las motivaciones económicas son las predominantes ya que los aspectos emocionales tienen una influencia similar o, incluso mayor, en algunos países. De ahí el gran “negocio político” de los gobiernos populistas que, con los propios recursos del Estado, “compran votos” redistribuyendo dinero en forma selectiva. La compra de incondicionalidad política puede involucrar a más de una generación. Incluso a muchos de los beneficiados económicamente por el narcotraficante Pablo Escobar, poco les importaba los miles de asesinatos cometidos por su protector. Los políticos corruptos mejor se desarrollan en pueblos corruptos.

En cuanto al comportamiento político de jóvenes y de adultos, puede decirse que los primeros tienden a ser más fácilmente manipulables porque responden mayormente a las pasiones antes que a un análisis reflexivo, incluso es común observar el caso de algunos que adoptan una postura similar a la de sus padres o bien una totalmente opuesta, por lo que se advierte que, en general, no han considerado tanto los atributos de las ideologías respectivas, sino la influencia familiar. Bernard Shaw escribió: “Si no es comunista a los veinte años, es que no tiene corazón; si aún lo es a los cuarenta es que no tiene cabeza”. (Se conocen versiones algo distintas atribuidas a otros pensadores; quizás sea ésta la “original”).

De mayor interés es el vínculo existente entre preferencia política y atributos personales individuales, respecto del cual existen distintas propuestas descriptivas. Los autores citados escriben: “En los «amorfos» y los «flemáticos» se encontraría el máximo de indiferencia política y el mayor respecto por la libertad del prójimo; los «apasionados» y los «coléricos» compartirían el gusto por el mando, pero los primeros serían más bien los jefes autoritarios y los segundos los líderes populares de gran elocuencia (de Danton a Jaurés); los revolucionarios se reclutarían entre los «nerviosos», anarquizantes con frecuencia, o los «sentimentales», que pueden tener cierta dureza (Robespierre); los conservadores entre los «apáticos» y los oportunistas entre los «sanguíneos», que brillan por el sentido de la intriga y la diplomacia (Talleyrand)”.

También dentro de cada tendencia política surgen caracterizaciones: “El estudio de los afiliados al partido comunista checoslovaco ha permitido distinguir entre ellos cinco categorías: los «fanáticos» o núcleo absolutamente leal; los «idealistas», que se mantienen fieles a pesar de ciertos errores; los «paneslavistas», que subordinan la política del partido a la solidaridad paneslava; los «economistas», a quienes interesan sobre todo los aspectos económicos de la acción del partido; y los «intelectuales», que están dispuestos a servir al aparato de propaganda, halagados por la importancia social que les asegura esta actividad”.

Entre las conductas típicas de los integrantes de movimientos populistas y totalitarios, se observa la del sometido al líder y que, luego, tratará de someter de la misma forma a quienes considere que están en un rango social o partidario menor. “El autoritarismo parece guardar relación con la experiencia individual de las relaciones de autoridad. Pierre Janet lo ha calificado justamente de «conducta de suboficial»; el autoritario que hace la experiencia de la sumisión ante los poderosos olvida su dependencia tiranizando a sus vecinos o a sus subordinados inmediatos; busca en su derredor algún chivo emisario y aumenta, con sus semejantes, los movimientos autoritarios que encuentran en el racismo y la xenofobia un exutorio de la «falsa energía de los débiles»”.

Por lo general, se acusa a los poderosos, económicamente hablando, por ser los promotores del liberalismo. Sin embargo, quienes llegan a un lugar dominante, poco les interesa la competencia y el riesgo, adoptando una postura conservadora. Apoyan la economía de mercado por cuanto con ella no corren riesgo sus bienes. Son los jóvenes emprendedores los que adhieren a la libertad económica en oposición a la tendencia confiscadora estatal apoyada por las tendencias socialistas. Ludwig von Mises escribió:

“El odio al capitalismo no brotó de las masas trabajadoras; provino…de los aristocráticos círculos latifundistas de las islas británicas y del continente. Les molestaba a estos privilegiados el que los superiores salarios pagados por los nuevos industriales les obligara a ellos, a los nobles señores terratenientes, a incrementar la soldada de sus servidores agrarios. La hacendada aristocrática centró por eso su crítica en la baja condición de vida de los obreros fabriles”.

“El nivel de subsistencia de tales trabajadores, evidentemente, desde nuestro actual punto de vista, era extremadamente pobre. Vivian aquellas gentes, sin lugar a dudas, muy mal, pero lo que importa es destacar que tal indigencia en modo alguno era consecuencia del incipiente industrialismo capitalista. La verdad es que esos contratados obreros de las nuevas fábricas llevaban soportando ya, desde siempre, condiciones de vida verdaderamente infrahumanas” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

El individualismo contempla el pleno desarrollo de todas las potencialidades personales; quien no tiene aptitudes sobresalientes, sabe al menos que una sociedad logrará los mejores resultados permitiendo el trabajo y la creatividad individual, mientras que limitándolos o prohibiéndolos, el perjuicio será general, excepto para los envidiosos que se sentirán “marginados” y anhelarán alguna forma de colectivismo. Mientras que el individualismo propone que todos los individuos den lo máximo de sí, el colectivismo propone que se logre la “igualdad” con el alto precio de que los más capaces trabajen “a media máquina”. De ahí que las discusiones políticas son, muchas veces, discusiones morales, por cuanto ciertas posturas, revestidas de “nobles ideales”, en realidad encubren bajas pasiones y un odio intenso que debe ser disfrazado de alguna manera. Oswald von Nell-Breuning escribió:

“Lo que el individualismo se propone poner a salvo en el individuo es … el pleno desarrollo de sus aptitudes y capacidades por la libre acción de sus fuerzas, por consiguiente, en esencia, su libertad. Cuando el liberalismo eleva la libertad al rango de valor supremo, lo que considera en realidad es la libertad del individuo, que él quiere asegurar contra cualquier opresión de la colectividad dándole rienda suelta” (De “Individualismo”-Editorial Jus-México 1962).

Tanto la economía como la política son inseparables de la moral, por cuanto las decisiones a tomar en cada uno de esos ámbitos son, por lo general, susceptibles de una valoración ética. Si tenemos en cuenta, además, que nuestras decisiones son sustentadas por nuestras actitudes personales, estas tendencias están necesariamente orientadas bajo alguna de las tendencias principales de cooperación, competencia o negligencia. Tanto las mejoras políticas como económicas, buscadas con carácter permanente, deben comenzar con una definida orientación ética que provendrá de la religión, de las ciencias sociales, o de ambas. Los relativismos moral, cognitivo y cultural, vigentes en la actualidad, poca ayuda podrán ofrecer para el logro del cambio favorable tan esperado.

domingo, 25 de mayo de 2014

Religión y antagonismos

Uno de los significados atribuidos a la palabra “religión” es la de “ligar -o unir- a los adeptos”. De ahí que surja cierta contradicción en la expresión “discriminación religiosa” ya que implicaría “discriminar a los demás a través del medio que tiene como finalidad unirnos”. Si tenemos en cuenta los efectos producidos, se advertirá que gran parte de las religiones no actúan como tales. El antídoto contra la discriminación, ya sea religiosa o de otro origen, es el amor al prójimo, por cuanto implica establecer una relación afectiva con los demás seres humanos, sin especificar atributos, ideas o creencias. Esta sugerencia, prioritaria en el cristianismo, es olvidada por quienes ven en la filiación religiosa sólo una manera de integrarse parcialmente a la sociedad o de lograr trascendencia futura en el más allá.

El perfeccionamiento de la religión se ha de buscar considerando los efectos producidos, es decir, de la misma manera en que cada uno de nosotros, buscando mejorar, advertimos los efectos ocasionados por nuestras acciones, esencialmente para corregirlas si son negativas, fortaleciendo las demás. Si una creencia determinada produce antagonismos sociales, entonces deberá cuestionarse su validez. En todos los casos, cuando se generan conflictos, es conveniente considerar quién lo inició, y quién reacciona al ser excluido de un grupo social, o de la sociedad, por sus ideas o creencias, ya que en este caso tenderá a responder de igual forma ante quienes previamente lo separaron.

Al intentarse cumplir con el mandamiento del amor al prójimo, el hombre adquiere un aceptable nivel de felicidad. Sin embargo, dentro del cristianismo han predominado distintas y arbitrarias creencias que han relegado las prédicas originales incluso hasta abandonarlas totalmente. En épocas pasadas, cuando se aceptaba mayoritariamente quemar vivos a los herejes, surgían opiniones minoritarias que se oponían a esas prácticas. Este fue el caso de David Joris quien exhortó, sin éxito, a Calvino (Jean Calvin) para que revocara su decisión de llevar a la hoguera a Miguel Servet, escribiéndole al respecto: “Espero que el consejo de eruditos sediento de sangre no tendrá influencia sobre ti. Debes considerar los preceptos de nuestro único Señor y Maestro, Cristo, que nos enseñó no solamente de una manera humana y literal por medio de las Escrituras, sino también de un modo divino, mediante la palabra y el ejemplo, que no debemos crucificar ni matar a nadie a causa de su fe, antes bien que debiéramos ser crucificados y matados nosotros mismos” (Citado en “Los caminos de la tolerancia” de Henry Kamen-Ediciones Guadarrama SA-Madrid 1967).

Generalmente, las religiones tienden a promover tradiciones y costumbres propias, como es el caso de los símbolos y las vestimentas típicas, constituyendo un medio eficaz para establecer la pertenencia, o no, a un subgrupo social. Como el sentido de la religión apunta al logro de una mejora ética generalizada, la individualización excesiva puede ser un indicio de búsqueda de una separación del resto de la sociedad. Quienes tratan de alejar a los demás, tratan a su vez de alejarse, para que el resultado sea más efectivo.

Los símbolos, por lo general, generan significados subjetivos variados, por lo que, muchas veces, aparecen discusiones sobre aspectos vagamente definidos que no permiten llegar a acuerdos concretos. Paul Tillich escribió: “La afirmación de que Dios es ser en si mismo es una afirmación no simbólica. Sin embargo, después de decir lo anterior nada más puede decirse acerca de Dios como Dios que no sea simbólico”. Walter Kaufmann comenta: “El profesor Stace, de Princeton, afirma que las proposiciones religiosas que son falsas se vuelven verdaderas cuando se las comprende simbólicamente” (De “Crítica de la Religión y la filosofía”-Fondo de Cultura Económica-México 1983).

La actividad religiosa, por lo general, trasciende el ámbito de la ética para insertarse en el ámbito cultural, por lo que se advierte una adaptación de la religión a las costumbres vigentes y no una adaptación de las costumbres a la religión. Luego, ante la difusión del relativismo cultural, aparece el relativismo religioso como una consecuencia inmediata, por lo cual es esfuman las posibilidades de un acercamiento capaz de disminuir los conflictos, aunque en un principio parezca lo contrario.

Las tendencias separatistas se observan con mayor frecuencia en las sectas, que son agrupamientos que tratan de alejarse de la sociedad, o de la humanidad, en la presunción de haber podido encontrar verdades inaccesibles al resto de los mortales. Estrictamente hablando, no es posible distinguir entre religión y secta, al menos si tenemos en cuenta, no el número de adeptos, sino las desviaciones respecto del objetivo unificador que debería prevalecer. Así, tenemos el caso del judaísmo, basado en la creencia de ser los hebreos el pueblo elegido por Dios, estableciendo una diferencia esencial respecto de los demás hombres. Incluso en el Islam existe una clara distinción entre sus seguidores y los “infieles”, a quienes destinan calificativos poco amistosos que abren la posibilidad incluso a la violencia institucionalizada.

Luego de citar varios casos de suicidios colectivos y asesinatos ocasionados por distintas sectas, Jean-Marie Abgrall escribió: “Estos casos tienen varios aspectos en común. Unos individuos poco adaptados al mundo se convencen de la inminente llegada del Apocalipsis. Están agrupados en torno a ciertos personajes a la vez dudosos y fascinantes a quienes les dedican su vida, y luchan por el advenimiento de un pueblo «elegido», desarrollando una paranoia y una megalomanía de grupo que los conduce a negar la realidad y las leyes de la sociedad. Es cierto que, no todas las sectas terminan de manera tan dramática. Muchas de ellas siguen su camino sin pena ni gloria, tejiendo su telaraña y consolidando sus redes, su poder y sus riquezas. Esclavistas por naturaleza, estas personas hacen a un lado los derechos más elementales del ser humano”.

El ciudadano actual, que tiende a adoptar una visión del mundo compatible con la ciencia experimental, advertirá que es mirado en menos por quienes, creyendo en lo sobrenatural, lo miran como un ser “natural” e inferior. O advertirá ser mirado como alguien perteneciente a un pueblo inferior, o no elegido. O bien será considerado como un “infiel” que debe cuidarse de hablar sobre religión con algún “creyente” ante el peligro inminente que despertaría. Estas posibilidades ocurren cuando existe cierto acercamiento social que pronto se diluye ante la discriminación religiosa. Esto se comprende teniendo presente cierta encuesta en la que se le preguntaba a los participantes si tendrían inconvenientes en aceptar a personas, de distintos orígenes étnicos, bajo las tres siguientes condiciones: a) Como compañeros de trabajo, b) Como vecinos, c) Como integrantes de su propia familia. En las respuestas aparecía un aumento del rechazo a medida que el vínculo se hacía más cercano.

Tanto en el caso de los grupos religiosos como de las sectas, existe la posibilidad de que se produzca el gobierno mental del hombre sobre el hombre; algo similar a lo que ocurre en los regímenes políticos totalitarios. Toda desviación de la verdad tiende a llevar a un individuo hacia cierta marginación social y hacia cierta desadaptación respecto del orden natural, entrando en un mundo utópico e imaginario que tiende a enajenarlo de la realidad. El citado autor escribe: “Una secta es un grupo de gente más o menos evolucionado que se reúne alrededor de un dirigente o de una ideología –religiosa o no-, y funciona de manera cerrada y secreta pero que, no obstante, respeta el libre albedrío y la identidad del adepto. La secta coercitiva se caracteriza por su naturaleza impositiva y la falta de libertad resultante. Sin embargo, esta diferencia sólo es ilusoria, pues la supervivencia de todas las sectas requiere que a los adeptos se les aplique una disciplina rigurosa”.

El condicionamiento mental puede comprenderse a partir de las experiencias de Iván Pavlov, cuando lograba que el comportamiento de un perro respondiera a un condicionamiento exterior, o adquirido, distinto a sus respuestas propias o naturales. En forma similar, el comportamiento de las personas más influenciables puede manipularse a través de la repetición de mentiras, o de verdades parciales, que cambian la visión del mundo que tienen hasta ese momento. “Ante la presión externa que ejerce la sociedad global al tratar de normalizar y de reincorporar en su seno al grupo sectario que se está desviando, a la secta no le queda otra solución que reforzar su identidad grupal aniquilando las identidades personales. La evolución hacia la coerción es inexorable, y conduce al discípulo al estado de adepto. El instrumento esencial de este proceso de sujeción es la manipulación mental; y si bien las sectas no tienen el monopolio de este tipo de manipulación, en todo caso lo han llevado a su grado máximo. En este nivel existe una analogía entre el sistema coercitivo sectario y el sistema totalitario”.

“La publicidad y la política también utilizan técnicas que proceden de la manipulación mental. Además, en el seno de los grupos religiosos comunes o de los movimientos políticos pueden existir verdaderas estructuras coercitivas, verdaderos funcionamientos sectarios”.

“La secta se define en términos de poderes contrarios, de oposición al modelo comunitario habitual; ocasiona una ruptura con la colectividad. Aquí la coacción tiene como propósito excluir al adepto de la comunidad ciudadana, y no integrarlo a ella. Desde el momento en que una práctica religiosa recurre a la coacción, desde el momento que promueve el aislamiento con respecto al contexto cultural general, está tendiendo a marginarse, a crear una neo-iglesia, una apostasía, o un grupo que se aparta de la norma: una secta” (De “Los secuestradores de almas”-Editorial Océano de México SA-México 2005).

Si las distintas religiones buscaran universalizar sus alcances, respetando las leyes naturales elementales que rigen el comportamiento humano, abandonarían parcialmente los factores culturales y tradicionales, hasta ubicar en un lugar prioritario a las leyes de Dios. Si, por el contrario, pretenden de alguna forma imponer o mantener vigentes los aspectos subjetivos que predominan en las distintas religiones, la tendencia actual no tendrá posibilidades de cambios. También la fe, sin las limitaciones impuestas por la razón, puede llevar a situaciones indeseables. Se ha dicho que “la fe mueve montañas”, ya que, quienes atribuyen al mismísimo Dios haberles dado una misión, adquieren una voluntad inusitada para la acción. Recordemos que Adolf Hitler escribió: “Cuando combato al judío, combato a favor de la obra del Señor”. Puede establecerse una síntesis de los aspectos que favorecen la debilidad religiosa para el cumplimiento de su misión unificadora:

a) Utilización excesiva de simbologías
b) Sustentación social en base al relativismo cultural (todo vale)
c) Sustentación personal en base a la fe desprovista de racionalidad
d) Desvinculación respecto de la ley natural y de la ciencia

jueves, 22 de mayo de 2014

Hacia una teocracia directa

En el ámbito de la política, en lo que respecta al vínculo entre Estado y ciudadano, podemos encontrar dos tendencias extremas, ya que el Estado puede gobernar al ciudadano a través de las decisiones personales de sus funcionarios o bien a través de leyes establecidas previamente. Por lo general, la segunda alternativa es la que produce mejores resultados, por cuanto se eliminan los excesos de los gobernantes, ya que también estarán sometidos a la ley. En forma similar, en el ámbito de la religión, todo hombre puede ser gobernado por las decisiones de Dios (a través de sus enviados o intérpretes), alternativa que podemos denominar “teocracia indirecta”, o bien puede serlo a través de su adaptación a las leyes naturales y al orden natural emergente, que podemos denominar “teocracia directa”. Como en el caso de la política, esta última alternativa es la que mejores resultados ha de producir por cuanto se eliminan los errores y excesos de los enviados o intérpretes de la aparente voluntad del Creador.

El objetivo principal del cristianismo consiste en establecer el Reino de Dios sobre los hombres, es decir, una teocracia (teo = Dios, cracia = gobierno) evitando expresamente el gobierno del hombre sobre el hombre. Por otra parte, teniendo presente que la humanidad está sometida al proceso de adaptación cultural al orden natural, se advierte una convergencia entre cristianismo y ciencia, ya que ambos buscan, en definitiva, que el hombre sea apto para vivir bajo las leyes naturales que rigen todo lo existente, que incluyen nuestra propia personalidad.

El salto cultural evolutivo, asociado a una ideología de adaptación, será indistinguible de una reinterpretación de la ética cristiana, considerada por la religión como el “juicio final”, ya que ciencia y religión se harán indistinguibles cuando ambas se fundamenten en la ley natural, tanto para describirla como para adaptarnos a ella.

La diferencia entre ambas teocracias mencionadas será el aspecto que marcará la distinción entre la primera era cristiana y la segunda, prevista en los Evangelios. Recordemos que hasta hace unos siglos atrás, cuando no existían las naciones, los hombres eran súbditos del señor feudal, incluso hace unos pocos años muchos hombres eran sometidos, contra su voluntad, por el Estado socialista. James Burnham escribió:

“En el feudalismo, la relación política central y dominante de cada individuo (con excepción de los habitantes de unas pocas ciudades) no era la de ser ciudadano de una institución abstracta, la nación, sino la de ser «el hombre de tal señor», el vasallo o siervo de tal o cual soberano. Debe su lealtad y tiene deberes políticos para con una persona que es, además, su superior en la jerarquía feudal. El Satanás de Dante ocupa el peldaño más bajo del Infierno por el más grave de todos los pecados feudales: «la traición a su señor y bienhechor»” (De “La revolución de los directores”-Editorial Huemul SA-Buenos Aires 1962).

Entre los requisitos que deberá cumplir una teocracia directa, para ser efectiva, está la admisión de la prioridad ética, dejando de lado las posturas filosóficas que se asocian a toda religión; de lo contrario, los interminables conflictos habrán de continuar como hasta el presente. Recordemos, además, que la religión está hecha para el hombre y no el hombre para la religión. Se atribuye a Indira Gandhi haber expresado, luego de un atentado ocurrido en la India, que “hubo varios muertos, pero los lugares sagrados quedaron intactos”, como ejemplo de oposición a la prioridad antes sugerida.

También es necesario considerar que toda sugerencia dada por la religión, o por las ciencias sociales, debe consistir en acciones accesibles a nuestras decisiones, que sean comprendidas por todos y capaces de despertar en el individuo una actitud cooperativa, como es el caso del “Amarás al prójimo como a ti mismo”, que puede expresarse también como “sentirás las penas y las alegrías ajenas como propias”.

Esta transferencia emocional forma parte del fenómeno de la empatía, existiendo una empatía positiva; la que da lugar al amor, y una empatía negativa, por la cual un individuo responde ante las alegrías ajenas con tristeza propia y a las tristezas ajenas con alegría propia. También existe la indiferencia emocional por la cual alguien se interesa sólo por sí mismo y por su familia, o bien no se interesa por nadie. Se advierte que estas respuestas típicas cubren la totalidad de las situaciones posibles, por lo cual la orientación implica en realidad una elección entre unas pocas posibilidades. El mandamiento cristiano resulta poco fácil de cumplir, no implicando un punto de llegada concreto, sino una tendencia hacia donde debemos orientar nuestra vida.

Debido a que los seres humanos podemos ser condicionados por distintas influencias sociales exteriores, y también por las propias ideas y pensamientos, el cambio de actitud, que nos llevará a una mejora ética, ha de provenir de la comprensión y aceptación de una ideología de adaptación compatible con la ciencia experimental. El mandamiento mencionado sugiere también que la moral individual, o familiar, debe unificarse con la moral social, ya que la palabra “prójimo” nos da idea de cualquier ser humano.

El cristianismo ha sido criticado por sus detractores por cuanto, se dice, enfatiza nuestros esfuerzos y expectativas en el “más allá” olvidando o desatendiendo el “más acá”. Sin embargo, si alguien ha intentado con cierto éxito cumplir con el mandamiento del amor al prójimo, habrá advertido que el nivel de felicidad logrado resultó bastante aceptable, por lo que así se desmienten las críticas adversas. Aunque han sido justas cuando fueron dirigidas a varios emisores secundarios que, seguramente, entendieron los Evangelios en una forma equivocada.

Agustín Álvarez comentaba que dos hechos afectaron seriamente su niñez: el terremoto de Mendoza en 1861 y la influencia religiosa recibida: “Yo he vivido en ese «open door» de la insensatez medieval, que era la herencia intelectual forzosa de los hispanoamericanos de la época colonial, el cual, y el terremoto del 61, han sido las dos grandes calamidades que han amargado las que debieron ser horas felices de mi infancia. Y de ahí mi empeño en sustraer a los presentes y venideros de eso que Maeterlinck llama «el solo crimen imperdonable, el que envenena las alegrías y anonada la sonrisa del niño» con el fantasma de la condenación por los usos y los goces de la vida”. “La fraternidad humana perdió casi toda su significación bajo el dogma eclesiástico de la separación eterna en la otra vida, que implicaba la separación absoluta en esta vida, entre los predestinados a la dicha eterna y los condenados a la eterna desdicha” (De “Perfiles del Apóstol” de Pedro C. Corvetto-El Ateneo-Buenos Aires 1934).

El esclarecimiento de lo evidente y de lo obvio, implica un mérito intelectual, por lo que se ha dicho que “el sentido común es el menos común de los sentidos”. De ahí la posibilidad de reinterpretar el mensaje cristiano a la luz de los hallazgos del quehacer científico actual. Es decir, la tarea individual de quien esclarezca la situación vendrá apoyada por el trabajo intelectual de científicos sociales de varias generaciones, por lo que la sencillez aparente surgirá del enorme trabajo colectivo previo.

La disponibilidad de información capaz de orientar a todo ser humano, en sus esfuerzos por lograr mayores niveles de adaptación, asociados a mayores niveles de felicidad, se podrá lograr sintetizando los aspectos sociales de su comportamiento mediante una teoría ordenada axiomáticamente. La nueva etapa que ha de afrontar la humanidad no ha de depender de los supuestos atributos de Dios, sino del hombre. Cualquiera sea la idea que nos formemos de Dios, como un ente personal, o no, no debe ser un obstáculo que impida que en cada hombre surja la tendencia a compartir las penas y las alegrías de sus semejantes. Recordemos las palabras de Cristo: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Regnum Dei intra vos est).

Se ha dicho que la alegría compartida es doble alegría y que el dolor compartido es medio dolor. De ahí que las visiones apocalípticas finales nos digan “no vi llanto, ni clamor, ni dolor” presagiando el éxito de la nueva interpretación de las prédicas cristianas, es decir, surgida al adoptar como referencia las propias leyes naturales que rigen nuestra existencia individual y social. La universalización del cristianismo sólo puede esperarse bajo una simplificación y supresión de los aspectos poco observables y poco relacionados con los atributos básicos del hombre. El reemplazo de lo que Cristo dijo a los hombres por lo que los hombres dicen sobre Cristo, ya hizo fracasar el cristianismo original; al menos se espera que la experiencia anterior sirva de enseñanza de lo que no debe hacerse, por cuanto los errores cometidos se traducen en sufrimiento padecido por millones de personas.

Debe tenerse presente que la religión moral busca el predominio del Bien sobre el Mal, de la verdad sobre la mentira, del amor sobre el odio. En un mundo regido por leyes causales, sólo podemos elegir las condiciones iniciales en toda secuencia de causas y efectos. Luego, la propia ley conducirá a las consecuencias de nuestra previa elección; resultado que no depende de nuestros deseos particulares. La Segunda Era Cristiana, si se llega a producir, estará enmarcada en un ámbito científico. La teocracia directa implica a la religión natural. Si bien resulta evidente la imperiosa necesidad de llegar a esa etapa, no es de descartar la oposición de quienes priorizan el triunfo de creencias y posturas filosóficas sobre la integridad y la continuidad de la vida inteligente sobre nuestro planeta. Podrán decir, junto a la mencionada funcionaria india: “La humanidad sigue en estado de decadencia y sufrimiento, pero los misterios sagrados siguen vigentes e intactos”.

Ante toda innovación religiosa, se podrán invocar desvíos respecto de los Libros Sagrados, cuando son tomados como referencia. Sin embargo, cuando alguien adopta como referencia las propias leyes de Dios, que son las leyes naturales, está yendo en forma directa, sin intermediarios, a la referencia adoptada por la ciencia y que, supuestamente, fue adoptada en el pasado por quienes escribieron tales Libros, de lo contrario tendrían poca validez.

El amor al prójimo, como una tendencia por la cual hemos de compartir las penas y las alegrías de los demás, no sólo resulta ser una guía para nuestro crecimiento personal, sino también la base de la ética natural y de la política, la economía, la educación y el resto de las actividades humanas, que deberán adoptarlo como el punto de partida si se busca optimizar el nivel de felicidad promedio de la humanidad.

La obra científica de Pierre Teilhard de Chardin ha sido considerada, por sectores ortodoxos cristianos, como confusa e incompleta, siendo la consecuencia ineludible de adoptar como referencia la propia ley natural en lugar de los Libros Sagrados. De ahí que toda descripción científica realizada dentro del marco de la Psicología Social, seguramente padecerá de un rechazo similar, a menos que se tengan en cuenta las prioridades señaladas con anterioridad.

martes, 20 de mayo de 2014

La burocracia

Por lo general, cuando se hace referencia, en forma favorable, a los distintos organismos del Estado, se habla de la Administración Pública, mientras que se la denomina “burocracia” cuando se desea hacerlo en forma peyorativa. El economista George Stigler dijo: “Rechazo la opinión popular de que los burócratas son por naturaleza incompetentes o vagos o tímidos en la conducción de los negocios públicos. Esta opinión se basa con frecuencia en viejos prejuicios pero su único fundamento es el argumento de que la organización no lucrativa carece de medidas e incentivos suficientes para una gestión eficaz”.

La tendencia a la burocratización de las instituciones, es decir, a un exceso de administración y control, no sólo es un inconveniente que afrontan los Estados sino también las grandes empresas. John Stuart Mill manifestaba: “La Administración oficial es, no cabe duda, proverbialmente embrollada, descuidada e ineficaz; pero también lo ha sido casi siempre la dirección de las sociedades por acciones. Así no me parece que los defectos de la acción gubernamental tengan que ser por necesidad mucho mayores, si acaso lo son, que los de la dirección de las sociedades anónimas”.

De mayor interés resulta el predominio de las burocracias sobre la población, por cuanto existe la posibilidad de asentamiento de un poder fuera de control que hace peligrar incluso las estructuras democráticas. Mill escribía al respecto: “La experiencia enseña que los depositarios del poder que son meros delegados del pueblo, esto es, de una mayoría, están tan dispuestos como cualesquiera órganos de la oligarquía a arrogarse poderes arbitrarios y a mermar indebidamente las libertades de la vida privada…Y la civilización actual tiene una tendencia tan marcada a convertir la influencia de las personas que actúan sobre las masas en la única fuerza importante de la sociedad, que nunca fue mayor que ahora la necesidad de rodear la independencia individual de pensamiento, palabra y conducta de las más poderosas defensas con objeto de mantener la originalidad del espíritu y la individualidad del carácter que son las únicas fuentes de todo progreso real y de casi todas las cualidades que hacen que la especie humana sea muy superior a cualquier rebaño de animales”.

José Antonio Aguirre escribió al respecto: “Muchas burocracias modernas lo que quieren convertirnos es precisamente en su rebaño y utilizan el principio de la libertad política formal para conquistar el poder, manipulando nuestros votos para decirnos después que hemos querido, democráticamente, convertirnos en ovejas. No es nada nuevo, las palabras de Mill están escritas hace más de cien años y no necesitaríamos mucho esfuerzo para encontrar testimonios anteriores” (Del Prólogo de “Cara y cruz de la burocracia” de W. A. Niskanen-Editorial Espasa-Calpe SA-Madrid 1980).

La masiva adhesión a la socialdemocracia, por parte de los sectores políticos de varios países, despierta el interés por los distintos experimentos socialistas, ya que entre socialismo y socialdemocracia existen diferencias de grados, o de tácticas, para llegar a objetivos similares. Respecto a las diferencias entre las burocracias occidentales y las socialistas, Vladimir Bukovsky escribió: “Otro «descubrimiento», para nosotros, es la monstruosa burocracia que hay en Occidente y la increíble docilidad con la que la población la acepta. Por supuesto, no es nada en comparación con la burocracia soviética. Allá la burocracia sencillamente lo llena todo y, por encima, está entrelazada con la del partido. Por cada persona hay, como mínimo, una docena de dossiers («expedientes personales») y, si tienes algún roce con esta burocracia, todo el Estado, desde el administrador de la casa y el policía del barrio, hasta los tribunales y lo más alto del gobierno, se levanta como un monolito en contra de ti”.

Mientras que, según la teoría marxista, en el escenario social actúan dos clases en conflicto, burguesía y proletariado, con la sugerencia explícita de que éstos deben imponerse violentamente sobre los primeros para establecer la “dictadura del proletariado”, en el socialismo real aparece una “nueva clase”, los burócratas, que dominan tanto a la burguesía como al proletariado. Milovan Djilas, quien llegó a desempeñar altos cargos jerárquicos en el comunismo yugoslavo, escribió: “En la Unión Soviética y otros países comunistas ha sucedido todo de una manera distinta de cómo pronosticaron sus dirigentes…Éstos esperaban que el Estado desapareciera rápidamente y se fortaleciera la democracia. Ha sucedido lo contrario. Esperaban un rápido mejoramiento del nivel de vida, y a este respecto apenas se ha producido cambio alguno, y en los países subyugados de la Europa oriental ese nivel incluso ha empeorado”.

“El monopolio que la nueva clase establece en nombre de la clase trabajadora sobre toda la sociedad es, ante todo, un monopolio sobre la clase trabajadora misma. Este monopolio es en primer término intelectual, sobre el llamado proletariado de avant-garde, y luego sobre todo el proletariado. Esta es la mayor decepción que puede causar la nueva clase, pero pone de manifiesto que su fuerza y su interés radican principalmente en la industria. Sin industria, la nueva clase no puede consolidar su posición o autoridad”. “Los hijos de la clase obrera son los miembros más resueltos de la nueva clase. El destino de los esclavos ha consistido siempre en proporcionar a sus amos los representantes más inteligentes y capaces. En este caso ha nacido de la clase explotada una nueva clase explotadora y gobernante” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

En principio, habría cierta equivalencia entre socialismo real y burocracia, ya que ésta es necesaria para dirigir y controlar todos los movimientos y decisiones que en una sociedad libre surgían de las distintas iniciativas individuales. Vladimir Bukovsky agrega:

“Un rasgo inevitable del socialismo es el crecimiento de la burocracia. Parece que dejamos de tener confianza en nosotros mismos, en nuestro sentido del deber, en la justicia, en la capacidad para resolver nuestros problemas. El Estado, personificado en la burocracia, se convierte en nuestro árbitro, en nuestro controlador y, por fin, en nuestro opresor. ¿De qué otra forma se puede establecer una justicia mayor o una igualdad mayor, si no es por mediación de personas «neutrales», los funcionarios? La burocracia tiene la propiedad de tender a un crecimiento de proporciones geométricas. Es el Frankestein de nuestro tiempo que empieza a cobrar una existencia independiente, obedeciendo a unas leyes que desconocemos y proponiéndose unos objetivos que desconocemos también. El funcionario es igual en todas partes. No se interesa por el trabajo que debería hacer. Su interés se centra en su propia existencia. De ahí vienen la ineficacia y la corrupción. Para hacerlo trabajar y mantener al mismo tiempo su condición de «neutralidad» hay que formar «organismos de control», o sea, más funcionarios. Es curioso, que ya Mommsen, en su «Historia de la Roma Antigua», destaca con mucha razón la característica básica de todos los organismos de control, a saber, su tendencia a encubrir a los que controlan. Porque un organismo de control no sólo controla, sino asume la responsabilidad de que sus controlados lo tengan todo en orden. De descubrirse algunos defectos serios, los controladores comparten la responsabilidad. De este modo, se tiene que seguir creando nuevos organismos de control que se controlen unos a otros respectivamente. La máquina burocrática crece de día en día, sin que se llegue a tener más igualdad o justicia. Lo ideal sería (como está ocurriendo en la URSS) que toda la población se convirtiera en funcionarios, y que surgieran países de burocracia total; bajo el socialismo, la nacionalización contribuye a ello especialmente”.

“Todo esto, lógicamente, cuesta mucho dinero y, por lo tanto, es inevitable que los impuestos suban, perjudicando a la parte más sana de la sociedad. ¿Y en esto consiste la igualdad? Es curioso ver que, al alcanzar cierto volumen, el aparato burocrático intenta controlarlo todo y a todos: será porque alguna ley de la cibernética le impide cumplir con sus funciones de otra forma. Ahora ya es usted quien con toda su alma desea que haya corrupción, porque sino, vivir sería imposible. Las cosas andan muy mal, cuando, bajo el socialismo, un funcionario se deja sobornar. Cualquier problema cotidiano, hasta el más leve, se convierte en prácticamente insoluble”.

“El Estado burocrático procura convertir en burócratas a todos. Hay que pasar mucho tiempo reuniendo papelitos, resguardos, comprobantes de gastos e ingresos, dedicar horas a redactar documentos y llenar infinitos impresos, sintiéndose presa de una sensación constante de ser sospechoso y de necesitar justificarse. Una pregunta, ¿por qué? ¿Por qué para cumplir con un elemental deber cívico, el hombre debe contratar a un funcionario o convertirse él mismo en tal? Pues en nombre de la justicia y la igualdad” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

Andrei Sajarov también advertía que, sin acceder al soborno, la vida del ciudadano soviético se tornaba muy dura. Al respecto escribió: “En nuestro país hay un número extraordinario de personas desdichadas a las que la fortuna ha vuelto su espalda: ancianos solitarios con pensiones exiguas; personas sin oficio ni beneficio, privadas, también, de la posibilidad de adquirir conocimientos y que carecen, incluso desde el punto de vista de nuestro pobre estilo de vida, de una morada decente; enfermos crónicos que no logran ingresar en un hospital; una cantidad formidable de borrachos habituales y de gentes a las que la vida ha degradado…y, por último, lo que no cabe llamar sino hombres fracasados: seres que no supieron sobornar a tiempo a la persona idónea” (De “Mi país y el mundo”-Editorial Noguer SA-Barcelona 1976).

En la Argentina, la “nueva clase” se ha ido perfilando, en otros, con el grupo kirchnerista denominado La Cámpora, que domina a Aerolíneas Argentinas, con funcionarios de alto rango y también en cargos menores. Como era de esperar, la empresa tiene una pérdida diaria de alrededor de 2 a 3 millones de dólares. El diputado nacional Federico Sturzenegger afirmaba (en “Hora Clave”) que la empresa ni siquiera presenta balances de su gestión, por lo cual surgen dudas acerca de si esas pérdidas se deben sólo a la mala gestión o bien a la tradicional concreción de los políticos (si así se les puede llamar) argentinos, que consiste en convertirse en millonarios, “trabajando” muy poco tiempo en el Estado, y predicando en voz alta “la igualdad y la justicia social”, apurando las labores de saqueo mientras llega el próximo gobierno.

lunes, 19 de mayo de 2014

La indivisibilidad de la libertad

Desde el punto de vista de las intenciones de la socialdemocracia, no existe inconveniente alguno en proponer a la democracia política junto al intervencionismo económico, mientras que, desde el punto de vista de la factibilidad permitida por la propia realidad, quizás no sea posible alcanzar ambos objetivos en forma simultánea. Ello se debe a la denominada “indivisibilidad de la libertad”, que implica que se obtienen las dos simultáneamente (democracia política y económica) o no se logra ninguna.

El proceso del mercado puede ejemplificarse mediante un conjunto de cuatro negocios, ubicados en determinada zona de una ciudad, a la cual concurren los consumidores. Esos negocios dividen en cuatro el total de las ventas, de determinado producto, obteniendo cada uno cierto porcentaje. Para mantenerse en el negocio, deben tratar de no quedar rezagados respecto de los demás, ya que algunos pretenderán aumentar el porcentaje de ventas mejorando la calidad, o los precios, de lo que venden. Adviértase que la situación descripta es bastante similar a una elección democrática en la que se presentan cuatro candidatos que tratan de obtener el mayor porcentaje de votos. Debido a la similitud de ambos procesos, a la economía libre, o de mercado, se la ha denominado también “democracia económica”.

En ambos casos es imprescindible la presencia del Estado, para establecer reglas y hacer que se cumplan. Esta es la función que favorece los mejores resultados económicos y políticos, ya que permite el libre accionar de los ciudadanos bajo la presunción de que tienen la capacidad suficiente para saber elegir lo que más les conviene, ya se trate de sus representantes para un próximo gobierno o los bienes necesarios para su vida cotidiana. Friedrich Hayek escribió: “El único principio moral que alguna vez ha hecho posible el crecimiento de una sociedad avanzada, ha sido el principio de la libertad individual, lo cual significa que la persona es guiada al tomar decisiones por reglas de recta conducta y no por órdenes especificas de otro individuo”. “Es imposible separar a la libertad económica de las otras libertades”.

Existen tendencias políticas que parten de la suposición de que el individuo no tiene la capacidad suficiente para elegir entre varios candidatos, por lo que “se lo invita” a votar por el candidato del partido único propuesto por el Estado. Además, se lo invita a adquirir los bienes materiales necesarios previa decisión impuesta por el Estado, cuyos funcionarios saben mejor que cada habitante lo que cada uno necesita. Este es el caso del socialismo, una forma de totalitarismo (todo en el Estado), que parte de la presunta supremacía intelectual y ética de quienes dirigen al Estado sobre una sociedad inepta para decidir lo que más le conviene tanto política como económicamente, siendo el mismo argumento empleado por algunos países cuando justificaban el colonialismo en distintas partes del mundo, por lo que el socialismo resulta ser una especie de “colonialismo interno”.

La socialdemocracia, al aceptar la democracia política, admite la capacidad individual de los votantes, mientras que, al proponer el totalitarismo económico, desconoce esa capacidad. De ahí que aparezca cierta incoherencia respecto de las aptitudes atribuidas al ciudadano corriente. En realidad, existe otro factor a considerar en cuestiones económicas, y es la supuesta inmoralidad que necesariamente ha de caracterizar al sector empresarial, que tiene la obligación de producir aunque se le prohíbe distribuir sus ganancias en la forma que crea conveniente, por lo que serán confiscadas por el Estado para una “justa redistribución” efectuada por los políticos que lo dirigen.

Si se reserva la denominación de “democracia económica” a la economía de mercado, por la analogía con la democracia política, tan denominación no debería utilizarse para una situación en que el Estado confisca las ganancias de las empresas, o bien nacionaliza a éstas, priorizando la voluntad de los políticos en lugar de la de los productores y consumidores. Sin embargo, podemos encontrar la denominación referida en los escritos confeccionados por los socialdemócratas, algo que nos recuerda a la República Democrática Alemana y su opresivo muro de Berlín, un país totalitario en todos sus aspectos. Al respecto podemos leer:

“El socialismo quiere abolir el régimen capitalista y reemplazarlo por una sociedad económica en la cual el interés colectivo prevalezca sobre la persecución del lucro. Los objetivos económicos inmediatos de la política socialista son el pleno empleo de los trabajadores, el aumento de la producción, el mejoramiento del nivel de vida, la seguridad social y la justa distribución de las rentas y de los bienes”. “Para alcanzar estos objetivos, la producción debe ser planificada en interés del pueblo entero. Esta planificación es incompatible con la concentración del poder económico en manos de una minoría, exige un control democrático eficaz de la economía. El Socialismo democrático se opone a la vez a la organización capitalista y a todas las formas de planificación totalitaria, que no permiten poner bajo la autoridad pública la producción ni la justa distribución de los productos del trabajo” (De “Presente y futuro del Socialismo democrático”-Bases Editorial-Buenos Aires 1960).

Uno de los precursores de la socialdemocracia fue Eduard Bernstein quien comparte el pensamiento de Marx sólo parcialmente. Una de sus afirmaciones fue la siguiente: “Nadie alienta la idea de destruir a la sociedad burguesa como sistema social civilizado y ordenado. Por el contrario, la democracia social no desea disolver esa sociedad y hacer proletarios de todos sus miembros. Se empeña más bien, constantemente, en levantar al obrero de la posición social de proletario a la de «burgués», y en esta forma hacer la burguesía –o ciudadanía- universal” (Citado en “Introducción a las doctrinas Político-Económicas” de Walter Montenegro-Fondo de Cultura Económica-Bogotá 1956).

La falta de libertad, como de incentivos, desalienta las actividades productivas. De ahí que, en una misma población, cualquier forma de socialismo logra peores resultados económicos que los sistemas que promueven la libertad y los incentivos. De esa manera, se puede concluir que el capitalismo es un mal sistema (respecto de lo cual existe un generalizado consenso), pero el socialismo es bastante peor (respecto de lo cual existen suficientes evidencias). Ludwig von Mises escribió: “Interfiere el gobierno el mercado al forzar a los empresarios a actuar de modo distinto a como ellos lo hubieran hecho de haber podido atenerse estrictamente a los deseos de los consumidores. De ahí que la injerencia estatal vaya siempre al final en perjuicio de las masas consumidoras. Los gobernantes, en definitiva, lo que pretenden es arrogarse la totalidad, o al menos parte de la soberanía que bajo una economía de mercado corresponde a las multitudes compradoras” (De “Seis lecciones sobre el capitalismo”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Bajo la perspectiva socialdemócrata, el que produce es considerado sospechoso hasta que demuestre lo contrario, mientras que el que poco o nada produce, es considerado como una victima inocente del primero. Luego, se lo ha de proteger desde el Estado (que tampoco produce) quitándole al que produce, siendo el redistribuidor finalmente el héroe y ejemplo de la sociedad. Puede afirmarse que sin democracia económica no es posible lograr la democracia política, mientras que sin democracia política es posible establecer la democracia económica.

Las intervenciones del Estado, que perturban el libre funcionamiento del mercado, tienden a desencadenar otras decisiones en la misma dirección que pueden llevar a la sociedad incluso hasta el totalitarismo. Wilhelm Röpke escribió: “El carácter disconforme de una intervención [perturbadora del mercado] se manifiesta por el hecho de que al paralizar la mecánica de los precios acarrea una situación que exige en el acto otra nueva y más profunda intervención, que acaba por poner en manos de la autoridad la función reguladora que había venido ejerciendo el mercado. Si el Gobierno señala alquileres máximos, la oferta y la demanda comenzarán a desnivelarse en el mercado de la vivienda, debido a que los alquileres no pueden subirse hasta el límite necesario para nivelar aquéllas –para lo que habría que fomentar la construcción de casas y frenar la demanda. De esta forma el Estado se ve después obligado a dar un paso más racionando la vivienda, y como quiera que en estas condiciones se paraliza simultáneamente la edificación, acaba por hacerse cargo él mismo de la construcción de casas. Al propio tiempo suele congelarse el mercado de la vivienda –cada uno se aferra al piso que tiene la suerte de ocupar, aunque la familia se reduzca- y cada vez hay menos libertad para cambiar de domicilio. De todo ello se desprende que el mecanismo regulador de precios constituye una parte esencial del mecanismo total de nuestro sistema económico y que no se le puede arrancar sin emprender un derrotero que acaba en el colectivismo” (De “La crisis social de nuestro tiempo”-Revista de Occidente-Madrid 1947).

Del ejemplo mencionado se extrae otra conclusión importante, ya que, al reducir el monto de los alquileres de viviendas, o congelar su precio, se beneficia de inmediato quien ya está alquilando, pero se perjudica a quienes desean alquilar una vivienda porque, con los precios reducidos, baja la oferta de viviendas en alquiler y se restringe totalmente la construcción para ese fin. La tendencia socialdemócrata es antieconómica por cuanto resuelve los problemas para un sector desatendiendo a otros, siendo tales “soluciones” válidas para el corto plazo pero ineficaces para el largo plazo. Henry Hazlitt escribió: “El arte de la Economía consiste en considerar los efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no sobre un grupo, sino sobre todos los sectores” (De “La Economía en una lección”-Unión Editorial SA-Madrid 1981).

Hana Fischer escribió: “La situación de «subdesarrollo» político reinante en América Latina, y sus consiguientes secuelas económicas, tienen su origen en una gran confusión que se manifiesta por medio de las ideologías predominantes”. “La ignorancia acerca del hecho de que la lucha por la libertad económica fue el inicio del proceso que culminó en la vigencia del Estado de derecho, y del reconocimiento de los derechos individuales y las libertades políticas, es una de las causas principales de la decadencia de la democracia. Ésa es igualmente la razón del desencanto que produce en amplias capas de la sociedad. El despreciar a la libertad económica y al mismo tiempo aspirar a la libertad política, es un imposible de lograr. O se tienen ambas o no se tiene a ninguna. Pero sin lugar a dudas que el «barco insignia» de las libertades, es la económica” (De “¿Democracia o dictadura de las mayorías?”-Ediciones Barbarroja-Buenos Aires 2013).

sábado, 17 de mayo de 2014

Integrantes vs grupo al que pertenecen

Todo agrupamiento de personas responde a una finalidad, mientras que el grado de integración al mismo dependerá de cuánto de importante sea para cada integrante la finalidad que los reúne. Es posible describir algunos conflictos sociales en base a considerar la actitud predominante en algunos integrantes respecto al resto, o al grupo en sí. Podemos encontrar las siguientes posibilidades:

a) El grupo es más importante que sus integrantes, cuyos derechos poco importan
b) El grupo resulta tan importante como cada uno de sus integrantes
c) Algunos integrantes se consideran más importantes que el grupo y la finalidad que los reúne

En el caso de los sistemas políticos, puede observarse que la nación materializa el grupo que reúne a todos los habitantes. Vinculado al primer caso, en el que todo integrante debe relegar sus derechos y sus aspiraciones personales en beneficio de la sociedad, tenemos a los sistemas colectivistas, siendo el socialismo el más representativo, ya que la ideología que lo sustenta considera que existe un conflicto necesario e ineludible entre los intereses individuales y los del conjunto, por lo cual se opta por priorizar estos últimos. El éxito individual queda relegado, siendo incluso algo inadmisible.

Una actitud similar puede advertirse en muchos simpatizantes de fútbol para quienes el éxito de sus vidas, o el ocasional fracaso, están en exclusiva función del éxito o del fracaso deportivo del club de su preferencia. Quienes renuncian a proyectos u objetivos personales, se ligan a distintas instituciones para compartir con ellas la trascendencia temporal que la limitada vida humana impide.

Algunos gobiernos socialistas trataban que algunos individuos, delatores de su propia familia, fueran considerados como ejemplos de la sociedad colectivista en clara confirmación que la sociedad debería ocupar un lugar predominante en la estima personal, incluso antes que la propia familia. También Perón instaba a sus seguidores a delatar los anti-peronistas durante su segundo gobierno. Vladimir Bukovsky describe el caso de un “héroe nacional” (para las autoridades de la URSS), llamado Pavlik Morozov:

“Adolescente ruso al que le dieron muerte los campesinos durante la colectivización por haber denunciado a su padre. Pasó a ser el héroe epónimo de la delación, propuesto como ejemplo para toda la juventud soviética” (De “URSS: de la utopía al desastre”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1991).

En el segundo caso tenemos los sistemas democráticos en los cuales los intereses y los derechos individuales resultan tan importantes como los intereses y derechos del grupo, precisamente porque se considera que toda agrupación es un ente simbólico, mientras que la única realidad concreta son los individuos. Se considera que no existe, necesariamente, conflicto entre los intereses individuales y los del conjunto. Predomina la tendencia al trato igualitario, y existen tanto los proyectos individuales como los colectivos.

En el tercer caso, los líderes utilizan al grupo como un medio para lograr materializar sus ambiciones personales de la búsqueda de poder y de trascendencia social. Tales individuos están motivados por un complejo de superioridad que aparece como una compensación necesaria a un previo complejo de inferioridad. Por lo general, en cuestiones políticas, tales personajes proponen sistemas colectivistas ante la posibilidad de disponer de adeptos incondicionales que renuncian a todos sus derechos para cederlos al líder, por lo que aparece un complemento ideal entre el hombre voluntariamente colectivista y el líder con complejos de inferioridad y superioridad, en el sentido antes considerado. José Sánchez-Parga escribió: “La ambición es una patología del poder y del poderoso, más propia del que ya posee y ejerce el poder que del que carece de él” (De “Poder y política en Maquiavelo”-Homo Sapiens Ediciones-Rosario 2005).

Las ambiciones de poder no aparecen sólo en individuos aislados, sino en grupos que se consideran superiores al resto por cuestiones éticas, raciales, sociales o ideológicas. Milovan Djilas escribió: “Partiendo de la premisa de que sólo ellos conocen las leyes que gobiernan la sociedad, los comunistas llegan a la conclusión demasiado simple y anticientífica de que ese supuesto conocimiento les da el poder y el derecho exclusivo a modificar la sociedad y dirigir sus actividades. Este es el error más importante de su sistema” (De “La nueva clase”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 1957).

Entre las formas de describir la historia de las naciones, tenemos disponible aquella que considera las actitudes de sus dirigentes respecto del resto de sus habitantes. En el caso argentino, se advierte la importante influencia de tres líderes que priorizaron sus ambiciones personales relegando el interés nacional a un lugar secundario, y fueron Juan Manuel de Rosas (siglo XIX), Juan D. Perón (siglo XX) y Néstor Kirchner (siglo XXI). Otros líderes, de menor influencia, también relegaron a la patria a un lugar secundario, y de ahí la decadencia inevitable de la nación. Carlos Rangel escribió:

“Los diferentes jefes que la marea de la guerra deja al retirarse no van a tener otra ambición que tallarse feudos personales […].Los primeros caudillos, jefes militares de segunda fila, surgidos la mayoría de ellos, al calor de la guerra, «alzándose con los reinos, como si se tratara de un botín medieval». Y cada uno de estos hombres es un «héroe nacional», tiene sus estatuas y su culto en la nación correspondiente, cuyo infortunio contribuyó en cada caso a fundar. A partir de allí, la América Española va a disipar el resto del siglo XIX en pugnas intestinas, guerras civiles y golpes de Estado motivados teóricamente por abstracciones, entre las cuales se destacan la falsa disyuntiva entre Centralismo y Federación, y la dicotomía grandilocuente Conservadores o Liberales; pero desencadenados de hecho por una verdadera rebatiña por los privilegios implícitos en el control del gobierno y el Tesoro Público, únicos sustanciales en sociedades políticamente primitivas”.

“Sin embargo, todavía hoy no se encuentran historiadores y políticos que tomen el asunto en serio. Pasan por alto, unos y otros, los hechos históricos esenciales; o bien están escribiendo partidariamente…Por ejemplo en Argentina, primero los nacionalistas tradicionalistas, luego los fascistas y los nacionalistas de izquierda, llegando hoy hasta los marxistas, resolvieron en pleno siglo XX reivindicar como héroe precursor al sanguinario tirano «federalista» Juan Manuel de Rosas (gobernó de 1835 a 1852) porque su primitivismo «autóctono» les parece o bien sinceramente admirable, o bien utilizable en función de las consignas xenófobas…En la práctica, una vez que hubo capturado Buenos Aires, Rosas fue el más centralizador de los gobernantes argentinos…Pero la verdad no interesa, o pasa a segundo plano, puesto que lo que se busca al exaltar a Rosas, es desacreditar a sus adversarios históricos, los hombres que intentaron (con cierto éxito) hacer de Argentina una colectividad liberal, gobernada por la razón y no por la pasión oscurantista engendrada por el complejo de inferioridad; y desde luego acorralar y poner en derrota, en el momento actual, a los herederos de esta tradición civilizadora” (De “Del buen salvaje al buen revolucionario”-Monte Ávila Editores-Caracas 1982).

Coincidiendo con la cita anterior, Francisco Luis Bernárdez escribió: “La tiranía de Rosas fue uno de los periodos más tristes y vergonzosos de nuestra historia. Después de veinte años de feroz despotismo, durante los cuales tanto la vida como la hacienda de todos estuvieron a merced del autócrata y de sus sicarios, el pueblo argentino comenzó a respirar. Se vuelve a hablar en voz alta, se fundan escuelas, aparecen diarios y libros, se crean instituciones de bien público, se rescata la dignidad ciudadana, ahogada en sangre a lo largo de aquellos decenios de discrecionismo político; y sobre todo se reabren las puertas del país para que el pueblo argentino torne a comunicarse con el mundo civilizado…Pero la irracionalidad no muere del todo en los hombres. El otro yo de las multitudes, ese otro yo que en cualquier momento puede hacer que el pueblo de Beethoven pase a ser el pueblo de Hitler, pugnó siempre (en Argentina) por volver a levantar cabeza. A ese otro yo le irritaba el progreso, lo humillaba la civilización, disfrazado de pacífico amante del folklore local, ese torvo alter ego no cesó de luchar por recobrar su posición de antaño y desquitarse. Muchos colaboraron en una empresa que creían bien intencionada y provechosa, sin darse cuenta de que contribuían al resurgimiento de las tinieblas históricas. El peronismo nace asistido por la razón y como remedio a flagrantes errores e injusticias. Pero no tarda en ser devorado por la fuerza negativa de ese oscuro resentimiento. Ansioso de irracionalidad, Perón quiso renegar del proyecto civilizador argentino, sustituyéndolo con un plan que fomentaba todo lo contrario. Nada de Europa, por supuesto. ¿Para qué Europa? Nosotros somos americanos, y en cierto modo indios. Restablezcamos hasta donde sea posible la fisonomía de las culturas anteriores al advenimiento y triunfo de la cultura española, greco-latina, europea….” (De “Nuestra Argentina”-El Nacional-Caracas 14/3/1975).

Mientras el Justicialismo predomine sobre el cristianismo, pocos cambios esenciales se podrán esperar. Hana Fischer escribió: “La llamada «justicia social» en realidad lo que hace es perturbar esas relaciones pacíficas, e incluso el orden social. En ese estado de cosas, todos están insatisfechos. Los «favorecidos» están disconformes, porque al obtener beneficios que no dependen de su esfuerzo personal sino del «presionar» a los políticos, toda concesión les parecerá poca. Y el resto de la población verá sus libertades recortadas, será coaccionada con fines diferentes al estricto cumplimiento de la ley general, y estará abrumada por la carga impositiva. Por esa vía se disuelve el lazo moral que enlaza los resultados materiales obtenidos, con aquellas normas de recta conducta que los haría legítimamente posibles. Como indica la práctica, no hay mejor forma de «dilapidar» los esfuerzos de la nación” (De “¿Democracia o dictadura de las mayorías?”-Ediciones Barbarroja-Buenos Aires 2013).

Para revertir la situación de decadencia, que incluso ha llevado a un importante sector de la sociedad a un estado de barbarie y salvajismo, es necesario tener presente los procesos básicos que orientan las decisiones personales de cada hombre, en especial la de quienes dirigen el destino de la nación, Una primera etapa consiste en establecer una autorreflexión histórica para ser conscientes de los errores del pasado, para superarlos o, al menos, para no volver a repetirlos. De ahí que la elección ideológica para el futuro argentino ha de ser: Perón o Cristo, es decir, definirnos si hemos de acompañar el ascenso de lideres o de grupos que, persiguiendo objetivos personales o sectoriales, relegan a la nación a un lugar secundario, o bien definirnos por el igualitario mandamiento cristiano que nos sugiere “compartir como propias las tristezas y las alegrías de quienes nos rodean”. También debemos aceptar como fundamento básico para nuestra vida la idea de estar insertos en un mundo regido por leyes naturales que contemplan la posibilidad de lograr, aun en condiciones adversas, un aceptable nivel de felicidad. Bajo estas consignas podremos lograr armonizar los intereses del conjunto con los intereses individuales, dejando de lado el odio entre sectores que nos imponen los demagogos de turno.

jueves, 15 de mayo de 2014

Teorías de gran simplificación

Los físicos teóricos actuales intentan establecer una teoría de gran unificación que permita describir la mayor parte de los fenómenos físicos conocidos, concretamente a través de un reducido grupo de ecuaciones matemáticas. Incluso se habla de una “teoría de todo”, que no deje fuera de la descripción a ninguno de esos fenómenos. Una ecuación matemática es una igualdad condicional que sólo se cumple para ciertos valores de las variables involucradas, y que son las soluciones de la misma. Cuando una teoría es acertada, las soluciones representan fenómenos naturales existentes, mientras que los demás valores posibles, que no verifican la igualdad, no corresponden al mundo real.

Las ciencias sociales deberían compartir la búsqueda de descripciones completas, aunque asumiendo las limitaciones propias de una actividad cognitiva que poco uso puede hacer de las matemáticas. Es conveniente apuntar al logro de descripciones generales que requieran muy pocos principios básicos (axiomas) como punto de partida. Auguste Comte escribió: “El carácter fundamental de la filosofía positiva es el considerar todos los fenómenos como sujetos a leyes naturales invariables, cuyo descubrimiento preciso y cuya reducción al mínimo número posible son la finalidad de todos nuestros esfuerzos” (Del “Curso de filosofía positiva”).

En la sociología, la ciencia fundada por Comte, se advierte, por el contrario, la aceptación de “teorías de gran simplificación”, es decir, en lugar de buscar aquellos aspectos de la personalidad individual que permitan describir en forma unificada la mayor parte del comportamiento social conocido, se opta por proponer principios de la escala social con la pretensión de describir todo lo conocido, incluso a nivel individual. Este es el caso del marxismo, ideología que reduce toda la humanidad al comportamiento económico del hombre y a la lucha de clases. Luego, la respuesta a todos los problemas humanos se encontraría en el socialismo, caracterizado por el simple atributo de carecer de la propiedad privada de los medios de producción. Vladimir Bukosky escribió:

“Toda esta teoría en torno de las clases antagónicas cuyas luchas mueve la historia, ha adquirido en nuestros días una resonancia fantasmagórica que ya no apasiona más que a los profesores de ciencias políticas de las universidades norteamericanas. Resultaría absurdo polemizar acerca de este punto; del mismo modo que seria posible dividir a la humanidad en calvos y dueños de frondosas cabelleras, en sanos y enfermos, en jóvenes y viejos, en hombres y mujeres, y presentar a toda la historia como un efecto de su lucha. Sería un trabajo superfluo explicar a nuestros contemporáneos que la vida real es polifónica y que una teoría que pretenda pasar por científica no puede reducirse al estudio de un solo factor, de un solo parámetro, sin parar mientes en el carácter relativo de su influencia. Desde luego que es posible seguir la historia de la economía desde Rómulo a nuestros días, e incluso pueden arriesgarse algunos pronósticos prudentes, pero si se pretende explicar toda la historia humana a través de ese único aspecto es necesario creer inflexiblemente que la conciencia del hombre está programada por su posición social y que su imaginación no tiene más fuentes de inspiración que la envidia, la avidez y el apetito de poder”.

En cuanto al valor de la producción y del trabajo, recordemos que, para Marx, el valor de un bien depende del tiempo medio empleado para su fabricación. De ahí surge el concepto de plusvalía y de la posterior explotación laboral. “Cuando reducimos todos los valores a los valores «materiales», a las mercaderías concretas, para después dividir el tiempo utilizado en su fabricación por el número de unidades obtenidas, lo que estamos haciendo es arrojar al niño junto con el agua en que lo bañamos, para decirlo con una expresión cara a Lenin. Las fórmulas de Marx dejan entre paréntesis todo lo que realmente vale en el trabajo humano, todo el espíritu de empresa y de inventiva, toda la situación real en la que trabaja el hombre. ¿Qué decir del precio del mercado si el valor mismo del trabajo no pudiera medirse sino por el tiempo? No puede compararse el trabajo de un carpintero con el de un mecánico, ambos igualmente calificados, por no decir nada de esos trabajadores cuya experiencia y especialización son distintas. ¿Cómo apreciar las diferencias de talento, de inventiva, de motivación? ¿Cómo evaluar el trabajo de un ingeniero, de un jefe de producción, de un sabio? No hay nada, lo que se dice nada, de parecido a un trabajo «abstracto», ni de hora humana «promedio» de trabajo «socialmente necesario». No hay nada, por ende, nada de valor tal como lo entiende Marx del producto ni de plusvalía. Que alguien me diga, ¿cuándo o dónde algún empresario pagó alguna vez a sus obreros calculando el tiempo utilizado sobre la base de un valor promedio de su trabajo? ¿Y qué obrero trabajaría con dedicación si se le pagara en esa forma? Parecería que el mercado fuese el tema más interesante en materia de economía para un filósofo dialéctico. El mercado es la dialéctica misma, es la vida, refleja admirablemente todos los matices de las relaciones y las interrelaciones existentes dentro de una sociedad. Pero es precisamente el mercado lo que Marx excluyó de sus reflexiones y allí es donde se acaba la fidelidad de Marx a la dialéctica”.

“Los resultados de las experiencias socialistas han demostrado en todas partes que son lo contrario de aquello que se esperaba. En tal forma, se había contemplado la posibilidad de construir el reino de la libertad y se vio aparecer un gran campo de concentración; se había proyectado una sociedad sin clases y se asistió al nacimiento de una división de clases sin precedentes; el Estado habría de declinar, y se lo ha visto fortalecerse y concentrarse como nunca; se pronosticaba un crecimiento inaudito de la productividad, debido a la liberación del trabajo, una abundancia perfecta, un progreso técnico irresistible, una desaparición de todos los males de la sociedad, y se ha asistido a la formación de un Estado indigente y atrasado, con sus estantes vacíos, su mercado negro floreciente, su criminalidad fabulosa, su corrupción, su alcoholismo. Había de verse, en fin, cómo surgía una unificación internacional de todos los pueblos, un triunfo de la paz y la creatividad, y se cayó directamente en una prisión de pueblos, en odios nacionales que rozan la destrucción general más profunda, una militarización excesiva de la sociedad y una amenaza permanente de masacres de alcance planetario” (De “URSS: de la utopía al desastre”-Editorial Atlántida SA-Buenos Aires 1991).

En la ciencia experimental se consideran válidas las descripciones que luego se verifican mediante la confrontación entre teoría y realidad, aceptándose las que mantienen un error aceptable dentro de las exigencias establecidas. De ahí que, a partir de los resultados obtenidos, el marxismo ha fracasado en función de las soluciones aportadas, lo que hace sospechar que falló la teoría. Sin embargo, escribe Bukovsky, “La idea del socialismo puro sigue resplandeciendo a veces en la memoria popular. Una idea magnifica, nos dirán, pero para la cual los hombres todavía no son dignos”. “Nada más absurdo que esta tendencia a justificar la teoría y negar al mismo tiempo la práctica. No hay diseño industrial que sea bueno por sí mismo, in abstracto, si no cuenta con los materiales que necesite su realización. No hay regla valedera si no toma en cuenta los posibles errores de sus ejecutantes”. “En realidad, desafío a que se me muestre una sola idea utópica que no haya conducido a lo contrario de aquello que se esperaba. No podría mencionarse ni un solo ejemplo, mientras que abundan los contrarios, incluso en nuestros días. ¿Para qué sacudir el polvo de la historia si, ante nuestros ojos –pongamos por caso- los campeones de la lucha contra la discriminación a la inversa, contra los blancos, a la que pudorosamente califican de positiva, como si el epíteto pudiera cambiar la naturaleza del fenómeno?”.

Por lo general, los teóricos de las ciencias sociales parten de algunos principios generales compartidos con otras ramas de la ciencia. De ahí que se acepte que el hombre depende, en partes comparables, tanto de la herencia genética como de la influencia recibida desde el medio social; tampoco esta proporción ha sido tenida en cuenta por el marxismo. Eugenio Pucciarelli escribió: “Digno de merecer una consideración especial es el caso de la biología. El empleo de los resultados de esta ciencia y la deformación del curso de las investigaciones en función de las aspiraciones de la política han ocurrido, en pleno siglo XX, en dos países cuyos gobiernos eran antagónicos en más de un aspecto. Mientras en uno [URSS], bajo las sugestiones del marxismo, se ponía énfasis en el primado del medio como moderador de los organismos vivientes, en otro [Alemania] el nazismo llevaba a exagerar la importancia de la herencia con la mira puesta en la exaltación de la pureza de la raza nórdica” (De “Ideología y ciencia”-Academia Nacional de Ciencias-Buenos Aires 1978).

La creencia marxista en la supremacía absoluta de la educación sobre la herencia, llevó a sus fundadores a imaginar una sociedad utópica con la firme esperanza que el hombre habría de adaptarse a ella si previamente se le daba la “educación correcta”. Marx y Lenin competían con el mismísimo Creador por cuanto la humanidad, en lugar de adaptarse al orden natural, habría de adaptarse al socialismo. Bukovsky agrega: “Si Marx o Lenin se hubiesen dedicado a ese estudio [genética] es posible que la humanidad habría evitado muchas desgracias. Pero de seguro que la tarea debió parecerles mucho más modesta que la fabricación de un socialismo científico”. “El candidato a la creación de hombres tiene obligación de conocer exactamente las condiciones y los resultados que se derivan de ello y montar la cadena de las condiciones con el máximo de prudencia, so pena de llegar a consecuencias capaces de dejar pasmado al mismísimo doctor Frankestein”.

La idea marxista de “transformar la naturaleza” se acentúa con la búsqueda del “hombre nuevo soviético”, educado para adaptarse al socialismo internacional, y así promover en toda la humanidad, con las futuras generaciones, la perpetuación del “homo sovieticus”. Es decir, en forma similar a una abrupta mutación genética que habría de propagarse durante varias generaciones, los partidarios de la herencia cultural predominante proponen una abrupta mutación ideológica (“salto dialéctico”) que luego abarcará a toda la humanidad. Incluso el medio geográfico era susceptible de “transformación”. El citado autor escribe:

“Así, en la URSS, donde todo se entiende al pie de la letra y se lleva a la práctica tal como está escrito, la reforma de la naturaleza se convirtió en uno de los pilares de la edificación del comunismo. Es problemático que quede todavía por lo menos un río grande cuya corriente no haya sido alterada, en el que no hayan construido una presa o un lago artificial. Allí, el concepto de lucha de clases se extiende incluso sobre los animales salvajes. El lobo, pongamos por caso, es una fiera, es semejante a un capitalista que oprime a las liebres, ciervos, etc. Por lo tanto, ¡a matarlo! No obstante, al exterminar a los lobos, de pronto se descubrió que las liebres y los ciervos empezaban a morirse de forma espeluznante. La investigación realizada demostró que el lobo era el «sanitario del bosque», que sólo mataba animales enfermos, débiles, condenados a morir, previendo así las epizootias y la degeneración. Tuvieron que criar lobos en condiciones artificiales para evitar la extinción de sus victimas” (De “El dolor de la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1983).

En pleno siglo XXI, no debería denominarse “intelectual” a quien realice actividades incompatibles con la ciencia experimental. De ahí que exista cierta incoherencia lógica cuando se habla de un “intelectual marxista” ya que, o no es intelectual (en el sentido indicado), o no es marxista.