lunes, 30 de diciembre de 2013

Las crisis económicas y sus causas

Pocos fueron los economistas que previeron la severa crisis financiera del 2008, mientras que en la actualidad no existen coincidencias respecto de las causas que la produjeron, dando una idea de la complejidad del tema. Justamente, se habla de un sistema complejo cuando, para una adecuada descripción, se necesitan conocimientos de especialistas de diversas ramas de la ciencia. Emilio Ocampo escribió:

“Como observó Gottfried Haberler hace más de ochenta años, un fenómeno complejo como una crisis económica es causado por un gran número de factores y circunstancias. Hay lugar para múltiples explicaciones que no son necesariamente excluyentes o contradictorias. Sin embargo, los economistas tienden a atenerse a explicaciones monocausales y desarrollan teorías que ponen énfasis en un factor, el que consideran dominante. Los otros factores son desechados o tomados como dato de la realidad porque no cambian o porque no pueden ser explicados. Para explicar el origen de las crisis los economistas proponen una variedad de factores como dominantes: psicológicos, monetarios, macroeconómicos, institucionales y estructurales. Obviamente, la elección del factor dominante también determina el momento en que se originó la crisis”. “Pero en realidad, hay que ser escéptico respecto a las explicaciones monocausales. Una crisis como la del 2007-2008 es como una tormenta perfecta, un término acuñado para describir una tormenta de inusual intensidad que resulta de la ocurrencia simultánea de fenómenos meteorológicos que raramente confluyen y que tomados individualmente tendrían poco impacto”.

“Más allá de las diferencias en la identificación de la causa remota de la crisis, existe cierto consenso respecto a su causa más próxima: el colapso en el valor de las hipotecas «subprime» y de una variedad de productos estructurados sobre la base de ellas. También existe consenso respecto a que este colapso fue provocado por el estallido de la burbuja inmobiliaria a mediados de 2006, entendiendo el estallido como el comienzo de una tendencia declinante de los precios de las propiedades. Esta conclusión puede parecer trivial. Lo que es necesario explicar es qué factor o factores dieron origen a la burbuja inmobiliaria. Aquí es donde empieza a haber divergencias”.

Así como en la descripción del comportamiento individual encontramos la teoría subjetiva del valor, no resultaría extraño que también las crisis, como la mencionada, provengan de la tendencia especuladora de los inversores, que cada vez más se alejan de la economía productiva llegando incluso a pedir préstamos para lograr ganancias importantes utilizando la información disponible de los distintos mercados del mundo. De persistir esta tendencia, ha de resultar cada vez más difícil adoptar desde el Estado las medidas adecuadas para prevenir comportamientos alejados de la creación de bienes y servicios.

Mientras mayor sea la tendencia a la especulación, mayores serán los riesgos que corre el inversor, pero también mayores serán los riesgos que impone al resto de la sociedad. Cuando quiebra un banco importante o una gran empresa, puede producirse una reacción en cadena que será imperceptible si el Banco Central de un país actúa a tiempo, pero, cuando una parte importante de la economía se comporta especulativamente, asumiendo grandes riesgos, cada vez resulta menos probable que la solución llegue a tiempo. Es el mismo caso del automovilista que transita a elevadas velocidades poniendo en riesgo la propia vida y la de los demás. Mientras mayor sea la cantidad de conductores de este tipo, mayor probabilidad de fracaso tendrá la policía para mantener el tráfico bajo control.

El citado autor agrega: “Veamos en primer lugar la teoría psicológica de Robert J. Shiller, profesor de Economía de la Universidad de Yale. Como los pronósticos que viene haciendo Shiller desde 2003 respecto a la burbuja inmobiliaria fueron más acertados que los de muchos economistas, vale la pena entenderla. Para este economista la burbuja inmobiliaria fue sólo la manifestación de una burbuja especulativa de larga data que tuvo su origen en 1982, cuando comenzó la era Reagan, y que a su vez fue reflejo de un profundo cambio cultural en la sociedad norteamericana que promovió el exitismo, la pérdida de valores morales, un materialismo creciente y el endeudamiento excesivo de los consumidores”.

“Según el índice Case-Shiller, entre el cuarto trimestre de 1996 y el primer trimestre de 2006, a nivel nacional el precio de las propiedades aumentó 86% en términos reales. Según Shiller, este aumento no tenía fundamento económico. Ni el rendimiento de los alquileres, ni el incremento del costo de la construcción justificaba semejante alza en el precio de las propiedades”.

“En su concepción clásica, una burbuja especulativa se describe como un mecanismo de retroalimentación entre aumentos de precios observados y expectativas de aumentos futuros. Este fenómeno también se puede describir como una epidemia social, en la que ciertas ideas y creencias aceptadas por el público generan un interés emocional y especulativo en los mercados de algún activo, que a su vez provocan aumentos en los precios de ese activo, que a su vez refuerzan el mecanismo de retroalimentación. En algún momento los precios dejan de aumentar y la burbuja estalla”.

Uno de los criterios aceptados para la descripción de las crisis económicas es el de la previa distorsión del mercado, ya sea que tal perturbación provenga de la intervención inoportuna del Estado o bien que provenga de las estimaciones y cotizaciones erróneas favorecidas especulativamente por los inversores. Emilio Ocampo escribió al respecto: “A principios del siglo XX, los economistas austriacos Friedrich von Hayek y Ludwig von Mises desarrollaron una teoría sobre el ciclo económico y las crisis financieras basada en el concepto de exceso de inversión. Aunque no son muy populares en el mundo académico, los «austriacos» cuentan entre sus adeptos a James Grant, uno de los analistas más respetados de Wall Street. Según la teoría austriaca, cuando la política monetaria empuja la tasa de interés por debajo de su nivel «natural» se produce un fenómeno de «malinversión» o exceso de inversión. Esta «malinversión» se concentra en aquellos sectores más sensibles a la tasa de interés como los de bienes de capital o de consumo durable. Dicho de otra manera, una política monetaria expansiva emite señales erróneas a los empresarios, que, confundidos, se endeudan e invierten en proyectos a largo plazo que no son sostenibles por la estructura de la economía. Según los partidarios modernos de esta teoría, la razón por la cual el exceso de inversión se canalizó al sector de la construcción fue la intervención gubernamental”.

Mientras que el mercado funciona como un sistema de control realimentado negativamente, pasa a actuar ocasionalmente como un sistema oscilatorio con amplitud creciente cuando la realimentación se convierte en positiva, tal el caso de las burbujas especulativas mencionadas. La información disponible, cuando no es la adecuada, provoca efectos nocivos. Recordemos el caso de quienes instalan un rumor falso, tal el de la pronta quiebra de una empresa. En esa ocasión, los tenedores de acciones tratan de venderlas lo antes posible, por lo cual tiende a bajar su precio para ser adquiridas por el creador del rumor, que se verá beneficiado al adquirirlas. Una vez que se advierte la falsedad del rumor y la empresa recupera su credibilidad, el especulador las vende al precio normal obteniendo ganancias considerables.

“Los antecedentes de esta explicación psicológica de las burbujas especulativas se remontan a la manía de los tulipanes en Holanda a mediados del siglo XVII. «Las naciones…al igual que los individuos, tienen sus caprichos y sus peculiaridades; sus épocas de excitación y de insensatez….comunidades enteras repentinamente concentran su mente en un objeto y se enloquecen para conseguirlo…millones de personas se obsesionan simultáneamente con una ilusión», escribió a mediados del siglo XIX Charles Mackay, uno de los primeros cronistas de aquella burbuja. «El dinero es muchas veces la causa del engaño de las multitudes», ya que hace que los seres humanos piensen «como un rebaño, mientras que sólo recuperan su sentido común lentamente, uno por uno»”.

Entre las descripciones de la crisis, tenemos la que proviene de la psicología del comportamiento: “Además de Shiller, entre los principales exponentes de esta disciplina se encuentran el Premio Nobel de Economía de 2002 Daniel Kahneman y Richard Thaler, profesor de Economía de la Universidad de Chicago. Esta teoría hace uso de los avances de la psicología del comportamiento para explicar fenómenos económicos o financieros. También rechaza dos supuestos básicos del modelo económico tradicional: el del individuo racional ultramaximizador y el de los mercados eficientes. En opinión de Shiller, el mecanismo de retroalimentación que genera una burbuja tiene como principal efecto amplificar las narrativas que justifican su propia existencia, a las que denomina «relatos de una nueva era». Estos relatos tienen que ser creíbles para ser contagiosos y transmitir entusiasmo a la gente. Un número cada vez mayor de personas «compra» estos relatos, que se transmiten de boca en boca y a través de los medios. Esto intensifica cada iteración del proceso, hasta que en un momento se frena de golpe y la burbuja estalla” (De “La era de la burbuja”-Emilio Ocampo-Editorial Claridad SA-Buenos Aires 2009).

“Hoy el gran debate entre los macroeconomistas respecto del origen de la crisis es entre dos teorías. Ambas coinciden en que un exceso de liquidez provocó la caída de las tasas de interés, lo que a su vez promovió el crecimiento de las hipotecas que alimentó la compra de propiedades y la suba de sus precios”. “Los economistas generalmente están de acuerdo en que la caída de las tasas de interés fue uno de los factores determinantes de la burbuja inmobiliaria. Una de las cuestiones sobre las que se centra el debate entre los macroeconomistas es dilucidar si las tasas de interés relevantes son las de corto plazo o las de largo plazo. No vamos a entrar en una disquisición teórica sobre la estructura temporal de las tasas de interés. A nivel muy básico, las de corto plazo (principalmente la tasa «fed funds») son controladas por la Reserva Federal mientras que las de largo plazo las determina el mercado (en parte influenciadas por la política de la Fed). Esto significa que, dependiendo de la teoría que uno adopte, la Fed es más o menos responsable de la crisis”.

“Justamente según la primera de estas teorías, la crisis fue provocada por la política monetaria expansiva (léase reducción de la tasa «fed funds») seguida por la Reserva Federal”. “La segunda teoría sostiene que el exceso de liquidez fue producto de un exceso de ahorro en China y otros países emergentes”.

Aunque queden dudas sobre las causas económicas de la crisis, no quedan dudas que existe una causa fundamental, que es la previa crisis moral de la sociedad. Incluso el autor citado considera que los grandes estafadores, personificados en Carlo Ponzi y Bernie Madoff, cubren “una demanda del mercado”. Al respecto escribió: “Durante el boom, la gente hace fortunas, lo cual despierta la codicia y la ambición. Según Kindleberger, los estafadores surgen para explotar estos sentimientos y de esta manera cubren una demanda del mercado. Todas las crisis financieras de la historia han estado signadas por el fraude y la estafa”.

Nouriel Roubini, uno de los economistas que predijo la crisis, escribió: “Madoff no es más que el espejo de la economía americana y de sus entidades superapalancadas: un castillo de naipes de endeudamiento de las familias, los bancos y las empresas que ahora ha colapsado…Cuando alguien persistentemente, año tras año, consume más del ingreso que genera, está jugando un esquema Ponzi…Y una economía donde la deuda sobre el PBI de los individuos, bancos y empresas asciende a 350% es una economía Madoff-Ponzi. Y ahora que el valor de las propiedades ha caído 20% (y caerá otro 20% antes de tocar fondo) y los precios de las acciones han caído 50% (y puede ser que caigan aún más), usar las propiedades como cajero automático para financiar consumo Ponzi ya no es posible. Se acabó la fiesta…El estallido de la burbuja inmobiliaria, la burbuja en el precio de las acciones, la burbuja de los «hedge funds» y los fondos de «private equity» muestra que toda la «riqueza» que sostenía el apalancamiento [valores sostenidos en deudas] masivo y el consumo excesivo en la economía era ficticia. Ahora que estas burbujas han estallado, queda claro que el emperador no tiene ropa y que nosotros [EEUU] somos el emperador desnudo…Mirémonos en el espejo: somos Madoff y somos Mr. Ponzi”.

sábado, 28 de diciembre de 2013

La decadencia de Occidente

Puede decirse que la cultura occidental perdura por mérito de sus valores mientras que su influencia se debilita por la acción destructiva de sus opositores y por la desidia de sus propios adherentes. En cuanto a sus valores, podemos considerar que se trata de una postura filosófica que admite la existencia de un orden natural al cual nos debemos adaptar. Al existir tal ordenamiento, lo consideramos como un gobierno superior al hombre por lo cual miramos a nuestros semejantes como nuestros iguales, renunciando a gobernarlos, y a ser gobernados por ellos, permitiendo nuestra mutua libertad. El camino para llegar tanto a la igualdad como a la libertad radica en la elección de una actitud cooperativa predominante de la cual han de surgir la democracia económica (mercado) junto a la democracia política.

La actitud cooperativa ha de estar asociada a la empatía, que es el proceso psicológico que nos permite compartir las penas y alegrías de los demás como propias, siendo esencialmente la actitud promovida por el cristianismo, y cuyo valor ético esencial permite establecer las instituciones sociales fundamentales. Como se trata de la elección de una de las cuatro actitudes básicas del hombre, presenta una validez universal, que incluso trasciende las épocas. Por ello puede decirse que los valores asociados a la cultura occidental, no pueden entrar en decadencia, aunque tal descenso podrá estar asociado al abandono de tales valores o bien a su reemplazo por otros distintos, con resultados también distintos. Respecto de un posible orden alternativo, Arthur Herman escribió:

“La forma de este orden futuro varía según los gustos, pero su virtud más importante será su carácter totalmente no occidental, incluso antioccidental. A fin de cuentas, lo que cuenta para el pesimista cultural no es aquello que se creará sino aquello que se destruirá, a saber, nuestra «enferma» sociedad moderna”. “Para el pesimista cultural, pues, las malas noticias son buenas noticias. Recibe la depresión económica, el desempleo, las guerras y conflictos mundiales y los desastres ambientales con mal disimulada delectación, pues estos acontecimientos prefiguran la destrucción definitiva de la sociedad moderna. Como los profetas bíblicos de antaño, los modernos profetas del pesimismo saben que cuanto peor mejor”.

“La mayoría de la gente apenas repara en este componente sádicamente redentor de la tradición pesimista. En cambio, la siembra de desesperación e incertidumbre se ha generalizado tanto que la aceptamos como una postura intelectual normal, aunque nuestra realidad la contradiga” (De “La idea de decadencia en la historia occidental”-Editorial Andrés Bello-Santiago de Chile 1998).

Antes que las leyes de la historia, o las leyes del progreso, existe el proceso de adaptación cultural del hombre al orden natural. Si no se lo acepta, puede caerse en la barbarie en cualquier momento, como ya ocurrió en el siglo XX con la aparición de los distintos totalitarismos. Nadie puede asegurarnos que el hombre ha de seguir por el camino de la civilización o bien por el de la barbarie, excepto que podamos describir con bastante precisión tales procesos reduciendo las probabilidades para este último caso, haciendo que la mentira y el engaño dejen de orientar la vida de muchos seres humanos.

Entre los principales enemigos de la civilización occidental aparece el totalitarismo teológico proveniente del Islam, por cuanto se trata de un movimiento que poco tiene en cuenta las leyes naturales que rigen al hombre. Tarde o temprano, la población musulmana será mayoritaria en muchos países de Europa por lo que, mediante la democracia, podrán imponer sus criterios y sus costumbres a los demás ciudadanos, cumpliéndose plenamente el gobierno del hombre sobre el hombre, con resultados poco favorables para el individuo que pretenda vivir con cierta dignidad, por cuanto los valores básicos de la igualdad y la libertad quedarán prácticamente anulados.

Bajo el criterio del multiculturalismo, o del relativismo cultural, por el cual se supone que “todo vale”, los propios países europeos han excluido de la Constitución de la Unión Europea a la palabra “Dios”, sin siquiera tener presente que tal palabra puede resultar un simbolismo que representa al orden natural, un concepto compatible con la visión que nos brinda la ciencia experimental. Si se renuncia a tal concepto, se abren las puertas a la intromisión de diversos “órdenes artificiales” que caracterizan a los distintos totalitarismos.

También la Guerra Fría pudo considerarse como una lucha entre una fuerza anti-occidental, el marxismo-leninismo impulsado por la URSS, contra un país que adoptó los valores occidentales, EEUU. Al buscar suplantar el orden natural por el orden artificial diseñado por Karl Marx, y al pretender reemplazar el amor cristiano por el odio marxista, se produjo la mayor disociación posible entre los seres humanos; división que todavía hoy se mantiene vigente en muchos países. Tal es así que, incluso la violencia urbana en la Argentina resulta favorecida por la idea de que el delincuente es una víctima del “injusto sistema capitalista” que lo marginó previamente y que por ello resulta inocente por los crímenes que comete. De ahí que no debe ser castigado debiéndoselo liberar cuanto antes para permitir su pronta reinserción social. El odio marxista contra la “burguesía”, que en los 70 se materializó con la guerrilla pro-soviética, en la actualidad se lo promueve a través del delincuente común.

Quienes se asombran que, a pesar de los fracasos y de las catástrofes sociales que produjo el comunismo, se lo siga promoviendo como si nada hubiese ocurrido, encontrarán cierta lógica al tener en cuenta que tal sistema no tenia como misión esencial la construcción de una sociedad mejor que las anteriores, sino que sus objetivos básicos consistían en la destrucción de la civilización occidental. De ahí que actualmente se emplean variantes, no tanto para la construcción del socialismo, sino para la destrucción del sistema capitalista, del orden político asociado a la democracia y al definitivo derrumbe del alicaído cristianismo. Alexander Solyenitzin escribió:

“Para darse cuenta de lo absurda que es la economía soviética, veamos un pequeño ejemplo. Díganme qué clase de país es éste, gran potencia mundial que posee un enorme potencial militar y conquista el cosmos y, sin embargo ¿qué puede vender? Toda la técnica pesada, la técnica sofisticada, la compra. Entonces ¿es un país agricultor? Nada de eso. También compra cereales. ¿Qué podemos vender, entonces? ¿Qué economía es ésta? ¿La creó el socialismo? ¡No! Lo que Dios puso desde el principio en el subsuelo ruso, todo esto lo despilfarramos y vendemos”. “¿Y qué es la guerra ideológica? Un cúmulo de odio, la repetición del juramento: el mundo occidental debe ser aniquilado. Como otrora en el Senado de Roma un famoso senador terminaba sus alocuciones con la sentencia: «Cartago debe ser destruida», también hoy, en cada acto de comercio o de relajamiento de tensión, la prensa comunista, las instrucciones reservadas y miles de conferenciantes repiten: ¡El capitalismo debe ser aniquilado!” (De “En la lucha por la libertad”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1976).

Los defensores de los valores occidentales son acusados de promover un “pensamiento único” al descartar la validez de los “valores” totalitarios, precisamente por los resultados por éstos logrados. En realidad, dicho pensamiento es el resultado logrado, dentro de cada rama de las ciencias sociales, de las múltiples hipótesis establecidas y la posterior aceptación de unas pocas de ellas, mientras que en realidad el “pensamiento único”, estrictamente hablando, es el fundamentado en dogmas extra-científicos que se mantienen inalterables con el paso de los siglos y que han promovido las peores catástrofes sociales de toda la historia. Puede decirse que, para una plena adaptación cultural, existe un camino mejor que otros, mientras que existe también uno mejor para la destrucción de los valores occidentales.

El distanciamiento cada vez mayor de las sociedades occidentales respecto de los valores tradicionales de cooperación, libertad e igualdad, no se deben sólo a la difamación y a la tergiversación de los mismos por parte del sector destructivo, sino a la propia debilidad interna del cristianismo actual y del alejamiento del ciudadano común de la ética natural, cualquiera sea el medio por el cual a ella acceda. Las Iglesias cristianas parecen desconocer que las simbologías bíblicas son importantes en cuanto permitan que el individuo adopte posteriormente una actitud moral compatible con el los mandamientos bíblicos. Por el contrario, cuando tal simbología es adoptada en forma estricta, se entra en un mundo paralelo accesible a una minoría, o bien la simbología resulta adaptada a los gustos y criterios particulares, haciendo que se pierda el sentido original de la religión.

La religión natural, o deísmo, resulta compatible con la mentalidad de tipo científico que predomina en la actualidad, de ahí que resulta aceptable interpretar al cristianismo como una religión natural, excepto que alguien tenga una mejor propuesta para reencauzar al ser humano por la senda de los valores tradicionales de occidente, en cuyo caso no debería surgir ninguna oposición a tales intentos.

Una gran parte de los problemas que aquejan la vida del hombre contemporáneo se deben a la ausencia de un sentido de la vida concreto, que antes era otorgado por la religión. De ahí que por lo general nos resulta algo extraño saber que los seguidores del budismo tibetano dediquen gran parte de su tiempo a su perfeccionamiento moral e intelectual, mientras que no nos resulta extraño observar al hombre occidental dedicar gran parte de su tiempo en adquirir comodidades para su cuerpo. Al menos se debería buscar un equilibrio entre ambos extremos. Jeremy Rifkin escribió:

“Observadores de la cultura americana se mostraban preocupados ante la emergencia de una juventud cada vez más atrapada en una cultura mediática que vendía la idea de una gratificación inmediata de los propios deseos. El resultado era que cada nueva generación de estadounidenses estaba menos dispuesta o incluso menos capacitada para trabajar y posponer la gratificación en beneficio de ulteriores recompensas. El marco temporal narcisista es inmediato y se centra en el propio sujeto. Los compromisos pasados y las obligaciones futuras son vistos como limitaciones e impedimentos innecesarios para la gratificación inmediata. En esta nueva cultura narcisista todo el mundo considera tener derecho a la felicidad y está mucho menos dispuesto a posponerla para mañana”. “Muchos estadounidenses viven muy por encima de sus posibilidades y están hundidos en deudas de consumo, todo lo cual no hace sino perpetuar el comportamiento narcisista” (De “El sueño europeo”-Editorial Paidós SAICF-Buenos Aires 2004).

El hombre que vive para el consumo y para la diversión, relegando todo intento por desarrollar sus atributos morales e intelectuales, es el hombre mutilado espiritualmente. Trata de llenar su tiempo adquiriendo novedades tecnológicas con la ilusión de encontrar un sentido artificial de la vida, que dista bastante del sentido de la vida que viene implícito en las leyes que conforman el orden natural.

Si bien nuestro universo ha sido producto de una evolución cósmica seguida de una evolución biológica, es posible hablar de un sentido o una finalidad implícita del universo en forma similar a la que le habría otorgado un Dios creador que ha decidido y concedido cierta finalidad explícita al universo.

Cuando el hombre advierte que ha quedado a cargo de su propia supervivencia, como actor principal del proceso de adaptación cultural, adquiere una plena conciencia de su lugar en el universo, como representante, quizás único, de la vida inteligente. Así como no nos ha resultado fácil encontrar la forma de resolver el problema de la alimentación para una población mundial que aumenta a una tasa anual de unos cien millones de habitantes, tampoco nos está resultando fácil encontrar el alimento espiritual capaz de satisfacer la búsqueda de felicidad, incluso de los hombres que poseen suficientes medios materiales. Posiblemente, cuando se pueda resolver este último problema, se resolverán todos los demás.

Puede decirse que es necesario restaurar los valores tradicionales de la civilización occidental en lugar de cambiarlos por otros “valores” que son esencialmente los que han sido puestos como alternativas por los distintos totalitarismos en sus intentos destructivos de la sociedad esencialmente humana.

jueves, 26 de diciembre de 2013

La democracia argentina

Las actividades humanas que implican mejoras en el nivel de conocimientos están sometidas al proceso de prueba y error, ya que observando los resultados obtenidos será posible mejorarlos hasta acercarnos un poco más al objetivo deseado. Pero para ello es imprescindible reconocer los errores, algo que requiere de un mínimo de honestidad personal. El proceso de prueba y error requiere también de la veracidad de la información que circula en la sociedad. De lo contrario, cuando la mentira distorsiona suficientemente la realidad, ya no será posible mejorar algo que se considera eficiente o adecuado.

Una característica de los políticos argentinos es la tendencia a despreciar toda acción emprendida por un gobierno anterior, que ha de ser considerada invariablemente como errónea, para iniciar nuevamente el proceso como si el pasado no hubiese existido. Juan José Llach expresó: “La principal falencia de las políticas económicas de estos bienvenidos treinta años de democracia es el haber sido casi todas ellas «fundacionales», es decir, en vez de seguir desarrollando lo bueno del anterior y corrigiendo lo malo se utilizó la táctica de tierra arrasada, con giros de 180 grados, con lo cual se volvió muy difícil construir con efectos duraderos”. Por otra parte, Gerardo Della Paolera expresó: “El drama argentino es que siempre tenemos, década tras década, la incómoda sensación de que estamos volviendo a empezar”.

Cuando los hombres se consideran más importante que la propia patria, no existen objetivos sociales, sino intereses mezquinos y egoístas. Hernán de Goñi escribió: “La clase política tiende a maximizar el beneficio presente, ya que considera que gobernar para que otro coseche sus resultados va contra la lógica de sus propios intereses. Muchos dicen que trabajan para la historia, pero nadie aclara que lo que buscan es que se vea mejor su periodo. Todos terminan su mandato con algún indicador bueno (aunque sea el avance en alfabetización) y entienden, honestamente, que asumir la responsabilidad de lo que viene es un costo que le corresponde asumir al mandatario entrante, nunca al saliente” (De “La democracia inconclusa”-Autores varios-El Cronista-Buenos Aires 2013).

La búsqueda de resultados económicos casi siempre consiste en transitar por “atajos”, es decir, en lugar de buscar directamente la mejora de la productividad, la inversión productiva, el trabajo genuino, tanto pueblo como gobierno tratan de imaginar algún tipo de malabarismo monetario o financiero capaz de reemplazar el camino normal que conduce a una economía eficiente. “La dirigencia argentina padece una atracción casi suicida por lo atajos económicos”. “Llach define esta vocación innata de muchos políticos como el «sesgo populista», al que caracteriza como la puesta en práctica de «políticas que no pueden sostenerse en el tiempo y que, además, muy probablemente acumulan distorsiones que pueden terminar de manera explosiva”.

En nuestro país, no se busca el gobierno de las leyes, ni del Presidente junto al Congreso, sino del caudillo que muestra su superioridad desdeñando todo lo ajeno a su gestión. Miguel Wiñazki escribe al respecto: “Escribió Freud en su «Psicología de las masas»: «El caudillo es aun el temido padre primitivo. La masa quiere siempre ser dominada por un poder ilimitado. Ávida de autoridad […] tiene una inagotable sed de sometimiento». La lectura histórica del «Que se vayan todos» permite desentrañar en esa frase y ese reclamo una verdad oculta e inversa: «Que llegue uno de otra parte, fuerte, un caudillo coercitivo, pendenciero y temible que vuelva a someternos como todos deseamos»” (De “La locura de los argentinos”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).

La solución de problemas mediante la exposición de razones ha sido desplazada por la presión del más fuerte, ya que las autoridades responden solo cuando son extorsionadas a través del corte de calles, manifestaciones, huelgas o cualquier otra forma de imponer restricciones a la libertad del ciudadano común que es utilizado, como víctima inocente, en conflictos ajenos. Incluso muchos padres de alumnos secundarios los alientan a la toma de colegios ya que consideran que esa es la forma más efectiva de exigir y de imponer la voluntad mayoritaria, negando la legítima autoridad de directivos y docentes, lo que es un síntoma de la tendencia caótica por la que transitamos.

También es frecuente encontrar a quienes siempre echan la culpa de sus errores a los demás. Incluso no consideran que la sociedad es la víctima de sus desaciertos, sino que ellos han sido las víctimas de un complot que los presionó durante su gobierno. Walter Graciano escribió: “El defecto más grave de Raúl Alfonsín fue su tozudez, su terquedad. Aún está convencido de que la realidad se confabuló en su contra. Cree que los problemas le sucedieron, cuando en verdad él mismo los generó, por acción u omisión”. “Nadie normal puede sentirse bien si vislumbra al menos la pequeña posibilidad de haber hecho un enorme daño al tejido social, como lo fue la hiperinflación. Nadie medianamente sensible escapa por demasiado tiempo a la autocrítica”. “El autor del caos se consideraba víctima y no victimario. Es como si Adolf Eichmann se hubiera considerado víctima del holocausto”.

“Con sólo verlo, escucharlo, semblantearlo, no cabía duda de que guardaba un profundo rencor contra Menem, los grupos económicos, los políticos, la prensa y, finalmente, hacia los argentinos en general, quienes según él no lo comprendían”. “La famosa frase «golpe de mercado» fue un invento de Alfonsín, quien nunca pudo entender que él mismo amasó, directa o indirectamente, la bola de nieve que le cayó encima. La verdadera «patria financiera» fue producto de las medidas de su gobierno, las tasas de interés siderales que pagaba a los grandes capitales, en desmedro de los pequeños ahorristas y de los sectores productivos” (De “Las siete plagas de la Argentina”-Grupo Editorial Norma-Buenos Aires 2001).

Recordemos que la inflación de 1989 llegó al 3.079% anual, con lo que se desvirtuó totalmente el lema populista de “beneficiar a los pobres”, aunque en nuestro país muchos creen que las intenciones de los políticos deben ser valoradas aunque los resultados sean los opuestos. Tal es así que la UCR promovió a Ricardo Alfonsín como candidato a presidente en 2011 sin mostrar antecedentes distintos a los de “portación de apellido”, como si acaso el desempeño de su padre hubiese sido, al menos, mediocre. El autor citado agrega:

“Si especulador es quien intenta sacar el máximo rendimiento a su dinero, entonces básicamente todos, en algún sentido, somos especuladores. Cuando estos sacan excesivas ventajas es porque los gobiernos lo permiten, o no hay marcos regulatorios adecuados; o lo incentivan, como fue el caso del Plan Primavera. ¿Cuál era entonces el marco regulatorio del Plan Primavera? Dicho marco era que el dueño del capital financiero obtuviera grandes ganancias, y quien no tenía ahorros era quien financiaba esas ganancias mediante el pago del impuesto inflacionario. Una vez más, como en el Austral, como en periodos anteriores también, el gobierno de Alfonsín, que tanto se llenaba la boca con ayudar a los pobres en una suerte de práctica de Robin Hood, de hecho se transformaba en «Hood Robin»; financiaba a los ricos cobrando impuestos a los pobres y a la producción”.

El gobierno “nacional y popular” del kirchnerismo, poco tiene de nacional por cuanto, debido a sus prácticas estatizantes, ha hecho de la Argentina un país “exportador de capitales”, que van a beneficiar a otros países. Además, debido al “impuesto inflacionario” termina perjudicando a los pobres en beneficio de los ricos, por lo cual tampoco tiene algo de popular. Ha engañado a toda la población haciéndole creer que el país creció durante los últimos diez años, cuando en realidad destruyó el sector energético y los transportes estatales, entre otros, debido a la falta de inversión y, a veces, hasta de mantenimiento. La mentira y el engaño muestran que ha sido otro gobierno motivado por objetivos personales con poca, o ninguna, vocación social.

Tal tipo de gobierno ha sido considerado, por Gustavo Ferrari, como una “democracia autorreferencial” escribiendo al respecto: “En todas las democracias hay elecciones periódicas, estas se diferencian según cómo se vive la democracia independientemente de la forma de gobierno, es decir, en qué medida se respetan esas condiciones democráticas a las que alude Norberto Bobbio. Son tan variadas las experiencias, que ha emergido en la ciencia política una extensa clasificación: democracia restrictiva, incompleta, selectiva, pseudo democracia, de fachada, aparente, delegativa, degradada”. “[Algunos autores] abandonan la denominación de «democracia» y entienden más adecuado hablar de formas atenuadas de autoritarismo”.

“Esta forma de entender la democracia, reduciéndola o sintetizándola a la representatividad popular de quien triunfe en las elecciones, me lleva a construir un concepto especifico de democracia imperfecta o incompleta en la que encuadro nuestra Argentina de hoy, el de «democracia autorreferencial», aquella en la que la democracia que empieza y termina en la figura del líder a quien las elecciones le dan un nivel de legitimidad que no existe bajo una dictadura tradicional. No hay democracia, no hay intereses populares, no hay soberanía, no hay Nación ni futuro por fuera de la figura del líder carismático. La democracia empieza y termina en esa figura. No hay patria más allá del líder, porque el líder la encarna. Parafraseando a Bolívar, éste decía en su discurso ante el Congreso Constituyente de Bolivia, en 1825: “El presidente de la república viene a ser en nuestra Constitución, como el Sol que, firme en su centro, da vida al Universo”.

“En nuestra «democracia autorreferencial», el líder le habla directamente al pueblo pero no necesita escucharlo porque es la voz del pueblo. No hay posibilidad de retorno, de diálogo, de preguntas, y el twitter es una magnifica herramienta para hablar sin oír, para criticar sin escuchar, para opinar sin debatir, para anunciar sin explicar”. “En resumen, el líder es el fiel, infalible y único intérprete de los verdaderos deseos del pueblo, incluso conoce mejor que ese mismo pueblo sus intereses más profundos. Y así, hemos escuchado de la líder de nuestra «democracia autorreferencial» frases como «ayudarme a mí es ayudarse a ustedes mismos» o «hay algo que me obsesiona y me desvela: que los 40 millones de argentinos entiendan y comprendan cuáles y dónde están sus verdaderos intereses»”.

“La «democracia autorreferencial» aborrece y no necesita de la libertad de prensa y expresión, abomina el debate, las opiniones. No las necesita porque no necesita intermediarios para descifrar el sentir del pueblo. En este sentido, toda sugerencia o crítica es inmediatamente tachada de «corporativa», «golpista», «oligárquica», «destituyente» o «anti patria», adjetivaciones que descartan cualquier posibilidad de enmienda o rectificación del rumbo. Todo lo contrario, son amenazas al sentir del pueblo que exigen profundización del modelo y, cuando esas amenazas no existen, las crea para justificarse. El enemigo del «modelo» es sencillamente enemigo de la Patria” (De “La democracia inconclusa”-El Cronista)

lunes, 23 de diciembre de 2013

Cultura occidental y pensamiento cristiano

Tanto Grecia como Roma, iniciadoras de la cultura occidental, encuentran en el cristianismo el complemento adecuado para su posterior consolidación. Ello se debió a que existieron coincidencias básicas entre la mentalidad dominante en el Imperio Romano y la entonces nueva religión proveniente del Asia. Los romanos, que habían aceptado previamente algunas de las filosofías griegas, incorporan también a la religión con ellas compatible. Ello no implica que el pensamiento cristiano haya cambiado esencialmente la forma de vida romana, sino que la fusión se estableció por las coincidencias previas. Fustel de Coulanges escribió:

“Es imposible leer algunas páginas de Tito Livio sin que impresione la absoluta dependencia en que los hombres estaban con relación a sus dioses. Ni los romanos ni los griegos han conocido esos tristes conflictos, tan comunes en otras sociedades, entre la Iglesia y el Estado. Pero esto consiste únicamente en que en Roma, como en Esparta y Atenas, el Estado vivía dependiente de la Religión. No se trataba de un cuerpo sacerdotal que hubiera impuesto su dominación. El Estado antiguo no obedecía a un sacerdote; era a su religión misma a la que estaba sometido. Este Estado y esta Religión estaban tan perfectamente compenetrados, que no sólo era imposible concebir la idea de un conflicto entre ambos, sino hasta distinguir uno de otra” (De “La Ciudad Antigua”-Emecé Editores SA-Buenos Aires 1966).

Los filósofos más influyentes en Roma fueron los estoicos, considerados como la “filosofía oficial del Imperio Romano”. Montesquieu escribió al respecto: “Los estoicos miraban como cosas vanas las riquezas, las grandezas humanas, el dolor, las penas y los placeres, no ocupándose más que en laborar por el bien de los hombres y en cumplir con los deberes sociales: podría decirse que consideraban aquel espíritu sagrado que creían residir en ellos, como una providencia bienhechora que velaba por el género humano. Pensaban todos que, nacidos para la sociedad, su destino era trabajar por ella sin serle nada gravoso, puesto que hallaban su recompensa en sí mismos, su felicidad la hallaban en su filosofía, puesto que solamente podía aumentar la suya la felicidad de los demás” (De “Del espíritu de las leyes”-Ediciones Altaya SA-Barcelona 1993).

En los escritos de Marco Tulio Cicerón se manifiesta la idea de la existencia de un orden natural inmutable al cual nos debemos adaptar, además de cierta justicia divina que premia nuestros aciertos éticos y castiga nuestros desaciertos. Respecto a la ley natural, escribió: “El universo entero ha sido sometido a un solo amo, a un solo rey supremo, al Dios todopoderoso que ha concebido, meditado y sancionado esta ley. Desconocerla es huirse a sí mismo, renegar de su naturaleza y por ello mismo padecer los castigos más crueles aunque escapara a los suplicios impuestos por los hombres”.

El cristianismo, por otra parte, considera al Reino de Dios como el Gobierno de Dios sobre el hombre a través de la ley natural, una vez que éste se decide a acatarla, observándose una coincidencia importante entre ambas posturas. Incluso, para Cristo, no es un Dios personal quien decide por nosotros desde el exterior, dirigiéndonos como si fuésemos títeres sometidos a su voluntad, y de ahí su expresión: “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Regnum Dei intra vos est).

El posible castigo que proviene de Dios en realidad resulta ser un castigo que proviene de cada uno de nosotros al no adaptarnos a dichas leyes. Cuando el hombre pierde todo temor, puede perder también las limitaciones que impone a su accionar, llegando incluso a perjudicar a los demás. Miguel de Cervantes dijo, a través de uno de sus personajes: “Primeramente has de temer a Dios, porque en el temerle está toda sabiduría, y siendo sabio, no podrás errar en nada”. El cristianismo quedó constituido como una religión con validez universal ya que se basa en las leyes naturales que rigen a todos y a cada uno de los hombres. También el Imperio Romano buscó abarcar al mundo conocido, y de ahí que ambos universalismos coinciden y se fusionan. Paul Tillich escribió:

“La situación concreta a la cual llegó el acontecimiento del Nuevo Testamento fue el universalismo del Imperio Romano. Esto implicaba a la vez, algo positivo y algo negativo. Lo negativo era que significaba la caída de las religiones y las culturas nacionales. El aspecto positivo era que en ese momento se podía concebir la idea de la humanidad como un todo. El Imperio Romano produjo una conciencia clara de la historia universal por oposición a las historias nacionales aleatorias. La historia universal ya no es un mero propósito que se actualizará en la historia, en el sentido que le daban los profetas: se ha convertido en una realidad empírica”.

Aceptando la existencia de un orden superior, la idea de igualdad se presenta junto a la idea de libertad, derivándose como consecuencias inmediatas. Así, si existe una ley natural, y un orden natural, descrito simbólicamente como un Dios personal único, todos los hombres estamos subordinados a dicha ley, y decimos que somos iguales ante Dios en forma semejante a cómo los hijos lo son ante sus padres. Luego, al existir el Gobierno de Dios sobre el hombre, deja de ser lícito todo gobierno del hombre sobre el hombre. El citado autor agrega:

“En sus orígenes, los estoicos eran griegos, luego fueron romanos. Algunos de los más famosos fueron emperadores romanos, tal el caso de Marco Aurelio. Aplicaban el concepto de Logos a la situación política de la cual eran responsables. El significado de la ley natural era que todos los hombres participan de la razón en virtud del hecho de que son seres humanos. A partir de esta idea básica elaboraron leyes muy superiores a muchas de las que hallamos en la Edad Media cristiana. Otorgaron la ciudadanía universal a todo ser humano porque, potencialmente, todos los hombres participan de la razón. Demás está decir que no creían que la gente empleaba la razón correctamente, pero consideraban que podían llegar a hacerlo mediante una buena educación. El hecho de otorgar la ciudadanía romana a todos los ciudadanos de los países conquistados fue un paso enorme hacia la igualdad. Las mujeres, los esclavos y los niños, considerados seres inferiores por la antigua ley romana, quedaron en pie de igualdad gracias a las leyes de los emperadores romanos. Esto no fue obra del cristianismo sino de los estoicos, quienes derivaron esta idea de su creencia en el Logos universal del cual participan todos los seres humanos”.

“Con frecuencia los pensadores romanos eran a la vez políticos y hombres de Estado. En tanto eclécticos no creaban sistemas nuevos. Se limitaban a elegir (tal el caso de Cicerón, por ejemplo) los conceptos más importantes de los sistemas clásicos griegos que consideraban pragmáticamente útiles para los ciudadanos romanos. A partir de una posición pragmática elegían lo que podía resultar de mayor provecho para la vida del ciudadano romano, en tanto ciudadano de un Estado universal. Las principales ideas que eligieron, y las volveremos a encontrar en la Ilustración del siglo XVIII, fueron las siguientes: la idea de la providencia, que proporciona un sentimiento de seguridad para la vida de la gente; la idea de Dios como innata en todos los seres humanos lo cual incita el temor de Dios y la disciplina; la idea de la libertad y la responsabilidad moral que permite educar a la gente y hacerla responsable por el fracaso moral y por último la idea de la inmortalidad, que amenaza con otro mundo a quienes mueren sin haber pagado sus culpas en este. Todas estas ideas fueron, de alguna manera, una preparación para la misión cristiana” (De “Pensamiento cristiano y cultura en Occidente”-Editorial La Aurora-Buenos Aires 1976).

El mandamiento cristiano del amor al prójimo implica compartir las penas y las alegrías de nuestros semejantes como si fuesen propias. Con ello fortalece la tendencia hacia la igualdad de los hombres ya que considera que debe ser tan importante lo que nos ocurre a cada uno de nosotros como lo que les ocurre a los demás. Fortalece también la tendencia hacia la libertad por cuanto elimina toda posibilidad de ambicionar el gobierno de un hombre sobre otro para beneficio material de uno y perjuicio del restante. En su sugerencia descarta tanto el odio como el egoísmo proponiendo una ética individual que coincide con la ética social; indica un camino para todo individuo, dándole un sentido a su vida, como también indica el camino a seguir por todo grupo social. Muestra la inexistencia de antagonismo entre los fines e intereses individuales respecto de los sociales.

Podemos decir que da la última palabra en cuanto a la orientación que debe adoptar todo ser humano y todo grupo social que habita el planeta. Sin embargo, no sólo su sugerencia ha sido cubierta con misterios, o ha sido simplemente ignorada e incomprendida, sino también que ha sido combatida junto a sus predicadores y seguidores.

Lo opuesto a la cultura occidental no es, ciertamente, la cultura oriental, sino las tendencias socialistas que tienen como principal misión su destrucción. Toda expresión occidental es considerada por el marxismo-leninismo como un simple medio dispuesto por una clase social para dominar y explotar laboralmente a otra. Asignada esa culpabilidad, tergiversan, difaman y destruyen todo lo que caracteriza a Occidente. Adviértase que el marxismo no es una vía distinta para llegar a un mismo objetivo, sino que su misión principal radica en la mencionada destrucción.

Mientras que el cristianismo trata de que en los hombres predomine su capacidad para amar, el marxismo propone el odio hacia toda una clase social. De ahí que predique la discriminación y la desigualdad inherente a esa actitud, aunque considere que luego ese camino ha de llevar al hombre a la “igualdad”. En su combate a la democracia económica (mercado) y a la democracia política, el marxismo se opone a la libertad individual considerando legítimo el gobierno del hombre sobre el hombre, a partir del Estado. Para profundizar su dominio, estatiza los medios de producción y establece una “democracia” de un solo partido, sosteniendo que el interés individual se opone al interés colectivo, de donde sugiere que el individuo, a través del altruismo, sacrifique su bienestar individual a favor de la colectividad. En realidad, la mayor parte de las propuestas del marxismo (socialismo teórico), es un disfraz para ocultar sus verdaderas intenciones destructivas, lo que constituye el “socialismo real”. El éxito parcial de su gestión se debe principalmente a que resulta siempre bastante más fácil destruir que construir.

Tanto la libertad como la igualdad, consecuencias necesarias del amor al prójimo, son las condiciones que convienen a todo habitante del planeta. Sin embargo, a través de la mentira y la difamación, el marxismo ha convencido a un gran sector de la población que debe rechazar tales valores y tal actitud, y que, en realidad, no es del odio y de la mentira de lo que debe protegerse, sino de quienes predican el amor y la verdad.

jueves, 19 de diciembre de 2013

La autodestrucción voluntaria

Por lo general, antes de establecerse un contrato comercial, o laboral, entre dos personas, cada una de ellas trata de conocer los antecedentes de la otra a fin de evitar sentirse perjudicado en caso de que no sean los mejores. En forma similar, en la mayoría de los países, el electorado trata de conocer los antecedentes de los futuros gobernantes que se postulan para los comicios electorales para evitar que el país caiga en manos de gente incapaz, deshonesta o irresponsable. Una de las excepciones es la Argentina, cuya población, mayoritariamente, no tiene ningún inconveniente en apoyar electoralmente a partidos políticos en cuyas filas militan varios terroristas de los años setenta que nunca se arrepintieron por sus actos y que, por el contrario, promueven en los medios masivos de comunicación la ideología que derivó en atentados contra la nación y contra sus instituciones.

Desde 1969 hasta 1979, cometieron 21.642 atentados, 1.748 secuestros extorsivos y unos 850 asesinatos. A manera de ejemplo, podemos mencionar una secuencia típica de las acciones de Montoneros y ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) durante una semana del año 1973:

18 de Mayo: Secuestro de Enrique Fridman, empresario, liberado previo pago de rescate.
18 de mayo: Atentado con explosivos al Distrito Militar San Juan.
18 de Mayo: Atentado con explosivos a Coca Cola de San Juan.
20 de Mayo: Asesinato de Juan Carlos Allegari, aspirante a agente policial.
21 de Mayo: Secuestro de Oscar Ricardo Castell, empresario liberado previo pago de rescate.
22 de Mayo: Asesinato de Dirk H. Kloosterman, Secretario General de SMATA.
23 de Mayo: Emboscada y tiroteo contra Luis Giovanelli, Noemí Darrin y Luis Cianelli, directivos de Ford. Todos fueron heridos. El primero murió el 25 de Junio de 1973.
23 de Mayo: Secuestro de Aaron Bellinson, gerente de BABIC SA.
24 de Mayo: Atentado con explosivos en el domicilio de Raúl Teruel, universitario, en Stgo. del Estero.
25 de Mayo: Gravísimos disturbios durante la asunción presidencial de Cámpora. Fuerzan la libertad de terroristas.
25 de Mayo: Copamiento del Comando Radioleléctrico Policial en la Provincia de Buenos Aires.
(Citado en “Por amor al odio” de Carlos Manuel Acuña-Ediciones del Pórtico-Buenos Aires 2000).

Si a los colombianos se les preguntase si serian capaces de votar por un partido político que admite a varios ex integrantes de las FARC, quienes nunca se arrepintieron por sus atentados, seguramente responderían negativamente, incluso suponiendo que quien realiza la pregunta sufre de algún problema psicológico. En la Argentina se cree, sin embargo, que un partido como el mencionado es el indicado para regir los destinos de la Nación. Podemos denominar a esta actitud como “impunidad negativa”, ya que no sólo se libera del castigo social al culpable, sino que incluso se lo premia de alguna manera.

Si quienes atentaron contra la sociedad argentina acceden al gobierno, no es de extrañar que busquen prioritariamente el poder político y económico, tratando de perdurar a costa de establecer medidas económicas que apuntan, no tanto al crecimiento, sino a la conquista de votos. Recordemos que el crecimiento de un país se debe esencialmente al aumento del capital productivo invertido per capita, que no es lo mismo que el consumo per capita. Erróneamente se considera que el país necesariamente crece cuando aumenta el PBI, ya que tal aumento puede deberse bastante al consumo y muy poco a la inversión.

Para describir el “modelo kirchnerista”, podemos hacer una analogía tomando como ejemplo el caso de un automóvil para alquilar, o remise. Se trata de una inversión por cuanto genera cierta utilidad monetaria mensual. Como el automóvil sufre el normal desgaste y deterioro, el remisero deberá ahorrar parte de la ganancia para renovar la unidad y así poder seguir trabajando. Eduardo Levy Yeyati y Marcos Novaro escribieron: “En algún punto la relación entre prestaciones y costo se invierte: los ingresos obtenidos del stock no compensan los costos, y la renta desaparece o se vuelve negativa. Más aún si hemos descuidado su mantenimiento, lo que acelera el envejecimiento. En ese momento se impone el recambio del auto. Parte del dinero ahorrado durante la vida útil del vehículo se invierte en la diferencia entre el valor del usado y el de un modelo más nuevo. Este dinero ahorrado es lo que generalmente se denomina amortización” (De “Vamos por todo”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2013).

Un gobierno sensato es el que dedicará una parte importante de los ingresos del Estado al mantenimiento de lo que está funcionando y otra parte lo dedicará a la inversión. Si se trata de un gobierno “nacional y popular”, sin embargo, es posible que lo dedique todo al consumo para que el pueblo advierta que las cosas marchan muy bien logrando así gran cantidad de votos. El deterioro del sector ferroviario, por ejemplo, se debe esencialmente a la falta de mantenimiento y de inversión. Los autores citados agregan: “Ahora supongamos que nuestro remisero se gasta el dinero del mantenimiento y de la amortización. Se sentirá más rico durante los años buenos del auto (tendrá una renta más alta), pero con el tiempo se llevará una decepción: el stock se ha depreciado y la renta se vuelve cada vez más magra, hasta que gasta más en reparar el auto de lo que saca trabajándolo. Se consumió el stock. Y no tiene nada ahorrado para el recambio”.

En el caso del sector energético ha pasado otro tanto, ya que, al asignar el Estado pequeñas ganancias a las empresas petroleras, éstas dejaron de invertir, por lo cual se perdió el autoabastecimiento energético nacional, debiendo comprarse gas y combustibles en el exterior a precios más elevados y cada vez en mayor cantidad. Para colmo, al hacer que el consumidor pague sólo una fracción del precio real del gas y de la luz, se ha promovido el derroche deteriorando seriamente al sector. Cuesta creer que un economista graduado no sepa lo que se está haciendo con el país, de ahí que en lugar de “mala praxis” debe pensarse en una acción destructiva premeditada. Los citados autores agregan:

“Las petroleras invierten en exploración para encontrar reservas de petróleo y gas. Cuando las encuentran perforan y, si efectivamente están ahí, las extraen. El costo de la extracción, una vez instalados la tubería y los equipos de producción, es relativamente bajo; la operación es, en apariencia, pura renta. Si entonces maximizamos la apropiación de esta renta por la población a expensas de la renta del productor –por ejemplo, pagando al productor un precio bajo-, las familias y las empresas (en fin, los votantes) se benefician de tener nafta y energía baratas. Pero la renta así calculada (ingresos por venta de petróleo menos costo de extracción) ignora el gasto en exploración y desarrollo. Con los precios pisados, el productor puede ganar más de lo que gasta en extraer el petróleo o el gas, pero menos de lo que le cuesta encontrarlo. Entonces deja de explorar y perforar. Así, nos consumimos el stock de reservas viejas y nos sentimos ricos por un tiempo. Hasta que el pozo se agota”.

Algunos economistas realizaron una especie de “teoría del populismo económico” que contempla casos como el kirchnerismo. Federico Sturzenegger escribió: “Tomando como referencia los casos de la Argentina, Brasil, Chile, México y Perú de los años 70 y 80, para Sebastian Edwards y Rudiger Dornbusch, el populismo económico se construía sobre un objetivo bien definido: buscar una rápida reactivación de la economía basada en aumentos del déficit fiscal y la expansión monetaria. También se impulsaba la demanda agregada mediante incrementos en los salarios reales, independientemente de si estaban dadas las condiciones para sostenerlos en el mediano plazo”.

“Así planteada, la experiencia de los países latinoamericanos mostraba que el populismo económico transitaba por cuatro etapas bien definidas. En la primera, la economía respondía positivamente, con crecimiento económico, suba del salario y aumento del empleo. En general, en esta etapa las reservas internacionales tendían a sostener un creciente déficit externo, pero sin mayores dificultades. Pero la fase 1 lentamente mutaba a una fase 2, donde la economía empezaba a encontrar restricciones a la capacidad productiva en algunos sectores y se desarrollaban presiones inflacionarias y devaluatorias. La situación fiscal se deterioraba mediante el otorgamiento de subsidios a ciertos «bienes» para evitar aumentos de precios y tarifas, además de aparecer un desdoblamiento cambiario (por lo general, un tipo de cambio atrasado para el comercio con el fin de contener los precios de productos de exportación e importación). En esta segunda fase, la economía ya tendía a estancarse. La fase 2, a su vez, se transformaba en una etapa 3, que estaba caracterizada por salida de capitales, aceleración de la inflación y caída en los niveles de actividad. En esta fase, los gobiernos apelaban inexorablemente a los controles de precios, con lo cual asomaba el desabastecimiento de productos, mientras el déficit fiscal continuaba creciendo y el estancamiento económico se transformaba en caída. Según Edwards y Dornbusch, en la fase 4 finalmente se abandonan todas estas políticas y las variables se acomodan hasta recuperar una trayectoria sustentable, en lo que ellos llaman un «ajuste ortodoxo»”.

“Este es el modelo que Cristina optó por seguir y con el que fue transitando las cuatro fases predichas en la cronología típica para este tipo de programas. Al momento de escribir este libro, la economía ya había entrado de lleno en la etapa 3, con controles de precios, una economía estancada, y controles de cambio y un mercado paralelo al dólar cuya cotización prácticamente duplicaba al oficial. Sólo quedaba por verificarse cuándo ingresaría en la etapa 4” (De “Yo no me quiero ir”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2013).

Todo parece indicar que el gobierno kirchnerista trata de que sea el “ajuste ortodoxo” realizado por el próximo gobierno, que asumiría en el 2015, para luego echarle toda la culpa por el sinceramiento de los precios y el consiguiente descenso del nivel de vida. Como en la Argentina se piensa para el muy corto plazo, y no existe una memoria que vaya mucho tiempo hacia atrás, el nuevo gobierno podría ser considerado culpable de la inevitable debacle económica.

En el caso de que tal ajuste ocurriera durante el propio gobierno kirchnerista, se hablaría de una “conspiración” o de un “complot de las corporaciones multinacionales” o de un “golpe de mercado”, es decir, se culparía a cualquiera menos al grupo que ha promovido el severo deterioro económico y social del país aun con las condiciones ampliamente favorables del comercio internacional.

martes, 17 de diciembre de 2013

Restauración vs. revolución

A partir de cierta situación critica que afronta una sociedad, se proponen dos formas extremas para salir de ella. Una es la restauración de todo aquello que funciona mal, tratando de corregir una situación deteriorada para llegar a la estabilidad y la plenitud de otras épocas, o a la emulación de alguna otra sociedad considerada exitosa; mientras que la restante alternativa es la revolución, mediante la cual se trata de destruir toda la organización social, supuestamente errónea y fallida, para reconstruirla con un criterio renovador, opuesto en muchos aspectos a la sociedad del pasado.

Cuando en un país tienen vigencia ambas posturas, se producen conflictos sociales y una importante división de la sociedad. Ello se debe a que no existen sólo diferencias de criterio para llegar a un mismo fin, sino diferentes objetivos por lograr. Este parece ser el caso de la Argentina, en la que un gran sector de la población pretende que se restaure el orden social de épocas mejores, mientras que el gobierno kirchnerista, adoptando aparentemente una postura revolucionaria, pretende destruir el orden legal, jurídico, constitucional, económico, educativo, etc., para producir cambios que, supuestamente, mejorarían la situación de la sociedad en un futuro no tan lejano. Si bien no existe información explicita de sus fines, los lineamientos básicos de su gestión permiten observar un conjunto de decisiones que apuntan a consolidar al grupo gobernante mediante un poder económico importante, proponiendo establecer un orden social posterior muy distinto al vigente.

No olvidemos que los políticos izquierdistas consideran que el Estado burgués es el medio utilizado por las clases dominantes para ejercer su poder y su control sobre las clases menos favorecidas. De ahí que el primer paso para liberarlas consiste en la destrucción del considerado principal medio para la opresión. Se considera que al Estado existente hay que destruirlo, no mejorarlo, para reemplazarlo por uno nuevo, con una distinta constitución y con leyes que apunten a establecer la posibilidad de plenos y absolutos poderes para quien ocupe el máximo cargo gubernamental. Durante la década de los setenta se intentó la realización de los cambios mencionados, por medio de la guerrilla, mientras que en la actualidad se lo busca realizar mediante métodos «pseudo-democráticos», es decir, con métodos que esencialmente buscan destruir al propio sistema democrático.

Mientras que el ciudadano común sufre cotidianamente la creciente inflación y la persistente inseguridad, el gobierno nacional se dedica a cambiar el código civil vigente por otro que contempla la pérdida de derechos de los individuos y las empresas frente al Estado, principalmente en lo que atañe a los derechos de propiedad. Esta continuidad destructiva del sistema legal ya se viene dando con los intentos por someter al Poder Judicial, luego de que ya se haya lo propio con el Poder Legislativo mediante leyes que provienen de otros gobiernos con tendencias izquierdistas. También en la economía se observa un confuso criterio por cuanto se trata de engañar a la gente proclamando que el gobierno sigue un camino “keynesiano”. Recordemos que la intervención keynesiana, sugerida para salir de una recesión, motivada por la falta de consumo e inversión, implica una breve irrupción en el mercado para permitir que la economía se desarrolle normalmente. Una vez puesta en marcha, se trata de limitar el circulante para prevenir una posible inflación. De persistir con el estimulo monetario se llega a una situación inflacionaria que fue advertida por el propio John M. Keynes, quien escribió:

“Se dice que Lenin ha declarado que el medio mejor para destruir el sistema capitalista es viciar la circulación [monetaria]. Con el proceso continuado de inflación, los gobiernos pueden confiscar, secreta e inadvertidamente, una parte importante de la riqueza de sus ciudadanos. Por este método, no sólo confiscan, sino que confiscan arbitrariamente; y aunque el procedimiento arruina a muchos, por el momento enriquece a algunos. La contemplación de esta reorganización arbitraria a favor de los ricos atenta no sólo a la seguridad, sino a la confianza en la equidad de la actual distribución de la riqueza. Los favorecidos por este sistema, aun más de lo que merecen y aun más de sus esperanzas y deseos, se convierten en especuladores, objeto del odio de la burguesía, a la que la inflación ha empobrecido, no menos que del proletariado. Como la inflación sigue y el valor real de la moneda tiene grandes fluctuaciones de mes a mes, todas las relaciones permanentes entre deudores y acreedores, que constituyen el primer fundamento del capitalismo, se desordenan tan profundamente que llegan a no tener sentido, y el procedimiento para hacer dinero degenera en juego y lotería”.

“Lenin tenía, ciertamente, razón. No hay medio más sutil ni más seguro de trastornar las bases existentes de la sociedad, que envilecer el valor de la moneda. El procedimiento pone todas las fuerzas recónditas de las leyes de la economía del lado de la destrucción, y lo hace de manera tal, que ni un solo hombre, entre un millón, es capaz de notarlo”.

“En los últimos momentos de la guerra, todos los gobiernos beligerantes realizaron, por necesidad o incompetencia, lo que un bolchevique hubiese hecho intencionadamente. Aun ahora, cuando la guerra está ya terminada [Primera Guerra Mundial], muchos de ellos continúan, por debilidad, las mismas corruptelas. Pero además, los gobiernos de Europa, muchos de ellos ahora tan temerarios como débiles en sus procedimientos, tratan de dirigir contra la clase conocida como especuladores la indignación popular, que es consecuencia obvia de sus viciosos procedimientos. Estos especuladores son, hablando en términos generales, la clase de capitalistas negociantes, es decir, el elemento activo y constructivo de toda sociedad capitalista, que en un periodo de rápida elevación de precios no pueden por menos de enriquecerse con rapidez, lo quieran o no. Si los precios se elevan continuamente, todo negociante que ha comprado para tener un stock, o que posee propiedades o materiales, inevitablemente tiene que ganar. Por tanto, dirigiendo el odio contra esta clase, los gobiernos europeos avanzan por el camino fatal que el espíritu sutil de Lenin ha previsto conscientemente. Los especuladores son una consecuencia y no una causa de los precios altos. Combinando el odio popular a la clase de los especuladores con el golpe que se ha dado a la seguridad social con la perturbación violenta y arbitraria de los contratos y del equilibrio establecido de la riqueza, resultado inevitable de la inflación, estos gobiernos están haciendo rápidamente imposible la continuación del orden social y económico del siglo XIX. Pero no tienen plan para reemplazarlo” (De “Ensayos de persuasión”-Editorial Crítica SA-Barcelona 1988).

Recordemos que el gobierno kirchnerista culpa a los comerciantes y empresarios por la inflación, promoviendo en forma directa la violencia entre sectores, como fue la desatada en gran parte del país, luego del acuartelamiento policial, contra locales y viviendas que fueron saqueados y destruidos.

La inflación está destruyendo la economía nacional. Sin embargo, si alguien le reclama a algún funcionario kirchnerista dirá seguramente que durante el gobierno de Raúl Alfonsín la inflación fue mayor y que la crisis del 2001 fue peor que lo que ahora sucede, es decir, reclaman el derecho a la destrucción, siempre que sea de menor grado que la llevada a cabo por otros gobiernos, mientras que el ciudadano común debería quedarse callado y contento ya que el país padece una crisis menos grave que las anteriores.

Mientras que la búsqueda de la restauración del orden social implica la participación activa de toda la ciudadanía, la acción revolucionaria, ya sea bajo su forma militarizada o bien bajo la pseudo-democrática, requiere de un grupo que decide y dirige y el resto, que debe acatar sus directivas. Varios de los integrantes del gobierno nacional formaron parte del grupo guerrillero Montoneros, que en los setenta produjeron una inusitada ola de violencia y muerte. Pablo Giussani escribió:

“«Apriete» sobresale en la jerigonza montonera como una de las expresiones más reveladoras de los sobreentendidos exclusivistas, discriminatorios y aristocráticos que impregnaban las relaciones de la organización con el resto del género humano”. “En síntesis, «apriete» era el nombre que se daba al acto de ejercer presión en forma intimidatoria, pero las circunstancias y modalidades de su utilización denotaban siempre la presencia de dos patrones de medida para evaluar a los miembros de la organización y a los extraños”.

“En su visualización de estos últimos, aunque se tratara de amigos o de aliados, el montonero sólo percibía deficiencias, debilidades, modos de ser propios de una humanidad subalterna. Montoneros y extraños eran humanidades separadas y en contraste. Entre ambas mediaba la oposición que va del heroísmo a la cobardía, de la fortaleza a la laxitud, de lo excelso a lo execrable, y sus relaciones recíprocas no podían menos de ajustarse a esta disparidad”. “El extraño, el otro, siendo un cúmulo de negatividades, sólo podía ser estimulado en función de ellas a desarrollar determinadas conductas o a producir determinadas respuestas. Puesto que los otros eran por definición mezquinos, débiles y cobardes, sólo podían ser motivados a conceder favores, considerar propuestas de acción conjunta o concertar alianzas mediante una metodología que operara sobre aquellos defectos. «Apriete» era el nombre de esta metodología”.

“Los Montoneros, sobre todo tras el deterioro de sus relaciones con Perón, explicaban con frecuencia el asesinato de Rucci como un «apriete» dirigido al anciano líder para inducirlo a negociar un nuevo trato con la organización. Cuando un comando Montonero mató a Mor Roig, los jóvenes radicales que en la Coordinadora de Juventudes mantenían aun su alianza con colaterales de los Montoneros, exigieron a éstos una explicación del crimen. La que obtuvieron consistió en presentar la operación como un «apriete» destinado al líder radical Ricardo Balbín para predisponerlo a observar un comportamiento concesivo en una negociación que el grupo armado planteaba emprender con él”. “Cualquier comportamiento que se pretendiera de un extraño sólo podía obtenerse movilizando cualidades negativas, operando sobre debilidades, ruindades y cobardías. El «apriete» definía este tipo de relación” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

La secuencia típica de la acción revolucionaria implica destruir todo lo posible para luego construir el socialismo sobre los escombros de la anterior sociedad. De ahí que los atentados contra la propiedad privada y los organismos públicos, realizados por Montoneros, ERP y otros grupos, superó los 20.000 en todo el país. Actualmente, en los medios masivos de comunicación, posiblemente en una proporción personal estimada de 100 a 1, se reivindican tales acciones a la vez que se condena todo tipo de represión, no sólo la ilegal, de los organismos estatales de seguridad. Los recientes saqueos y la posterior destrucción de locales comerciales no parecen ser sorpresivos ni anormales en un país que en forma mayoritaria simpatiza con quienes promovieron una violencia similar en la década de los 70.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Los ingenieros sociales

En forma similar al padre dominante, que trata de imponer a sus hijos su criterio personal y sus propias ambiciones, anulando la personalidad propia de éstos y toda posible libertad de elección, el ingeniero social es el que trata de hacer algo similar con toda la sociedad y, por qué no, con toda la humanidad. Lo trágico del caso es que estos individuos, en lugar de ser considerados como simples seres humanos con algún problema mental, se los ha considerado como importantes figuras del pensamiento universal, incluso como fundadores de la sociología, actividad cognitiva que ha caído frecuentemente en este grave error. Torgni T. Segerstedt escribió: “La meta más importante de la sociología consiste en diseñar el futuro, o si uno prefiere expresarlo de esta manera, significa la creación futura de la humanidad”.

Uno de esos diseñadores fue Auguste Comte, respecto de quien Georg Ritzer escribió: “Teniendo en cuenta la exagerada concepción comtiana del positivismo, así como la posición que él mismo se atribuía en su sistema, no nos sorprende que en su obra tardía concibiera un grandioso plan para el futuro del mundo. Es en esa parte de su obra donde encontramos las ideas más ridículas y extravagantes”. “Por ejemplo, sugería la creación de un nuevo calendario positivista de trece meses, cada uno dividido en veintiocho días. Estableció numerosas fiestas para reafirmar el positivismo y sus principios básicos y venerar a sus héroes seculares. Se propuso incluso crear nuevos templos positivistas. Especificó la cantidad de sacerdotes y vicarios que necesitaba cada templo […] Todas estas figuras religiosas debían despreocuparse de la cuestión material: ¡Su subsistencia correría a cuenta de los banqueros!”.

“Aunque no los consideraba como fuerzas revolucionarias, Comte finalmente asignó a algunos miembros de la clase alta, como los banqueros e industriales, papeles cruciales en la nueva sociedad positiva. Especificaba que Europa occidental tendría «dos mil banqueros, cien mil comerciantes, doscientos mil fabricantes y cuatrocientos mil agricultores»”. “En lo que a otros temas se refiere, Comte animaba a la creación de una biblioteca positivista que incluyera cien libros (que él se ocupó de especificar). Desaconsejaba las lecturas adicionales porque obstaculizaban la meditación, lo que refleja también el aumento progresivo del antiintelectualismo de Comte” (De “Teoría Sociológica Clásica”-McGraw-Hill SA-Madrid 1993).

Si bien no se advierte “peligrosidad” alguna en las ideas de Comte, otros reformadores, que le precedieron, adoptaron actitudes beligerantes, como es el caso de algunos de los seguidores de Jean Jacques Rousseau durante la Revolución Francesa. Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch escribieron: “La Voluntad General adquiere en Rousseau un carácter sagrado por medio de una «religión civil» cuyos dogmas son vinculantes para todos. «Si alguno, después de reconocer públicamente estos dogmas, se comporta como si no creyese en ellos, debe ser condenado a muerte: ha cometido el más grave de todos los crímenes posibles, el de mentir ante la ley»”.

Los planificadores sociales no contemplan, por lo general, los atributos del individuo ni sus intereses personales, sino que se trata de establecer e imponer un modelo de sociedad al cual deberán adaptarse todos sus integrantes. El individuo pasa a ser sólo un medio para lograr una finalidad colectiva, que en realidad no es otra cosa que la voluntad del diseñador de la sociedad artificial. Cuando los que dirigen al Estado adquieren suficiente poder para poner en práctica alguna forma de colectivismo, se castigará severamente a quienes no lo aceptan, o no puedan adaptarse a las exigencias requeridas, siendo excluidos de alguna forma de la sociedad (y a veces eliminados). Paul Johnson escribió:

“La ingeniería social ha sido la decepción sobresaliente y la mayor calamidad de la edad moderna. En el siglo XX ha causado la muerte de millones y millones de personas inocentes en la Rusia soviética, la Alemania nazi, China comunista y otros lugares. La ingeniería social es la creación de intelectuales milenaristas que creen que pueden rehacer el universo a la luz de su sola razón” (De “Intelectuales”-Javier Vergara Editores-Buenos Aires 1990).

Por lo general, para el sociólogo no existen (o son ignoradas) las leyes psicologías individuales, mientras que sólo considera las leyes sociales de gran generalidad. De ahí que, en lugar de tratar de que todo individuo se adapte al orden natural mejorando sus atributos éticos e intelectuales descriptos previamente por la psicología individual, propone su adaptación a las leyes de la sociedad, que por lo general son conocidas sólo por el reformador social o bien son creaciones personales con poca posibilidad de verificación experimental. La creencia absoluta en las leyes de la sociedad, y la imperiosa necesidad de imponerlas a los demás, los convierte en individuos peligrosos para la paz social. Adam Smith escribió:

“El hombre del sistema está generalmente tan enamorado de la belleza de su propio plan de gobierno que considera que no puede sufrir ni la más mínima desviación de él. Apunta a lograr sus objetivos en todas sus partes sin prestar la menor atención a los intereses generales o a las oposiciones que puedan surgir; se imagina que puede arreglar las diferentes partes de la gran sociedad del mismo modo que se arreglan las diversas piezas de un tablero de ajedrez. No considera para nada que las piezas de ajedrez puedan tener otro principio motor de la mano que las mueve, pero en el gran tablero de ajedrez de la sociedad humana cada pieza tiene su propio principio motor totalmente diferente de lo que el legislador ha elegido imponer. Si los principios son opuestos, el juego se desarrollará en forma miserable y la sociedad estará en todo tiempo en un alto grado de desorden” (Citado en “El fin de las libertades” de A. Benegas Lynch (h) y C. Jackisch-Ediciones Lumiere SA-Buenos Aires 2003).

Por lo general, en los sistemas totalitarios, que tienen como finalidad dar cumplimiento a un modelo de sociedad establecido por algún ingeniero social, se trata de anular todo atributo individual para que la adaptación al ideal colectivo se establezca sin mayor dificultad. Alberto Benegas Lynch (h) y Carlota Jackisch escribieron: “La ingeniería social pretende formar una especie de individuo comunitario, indiferenciado, una especie de masa amorfa en el que se pierden los rasgos sustanciales de humanidad. De este modo, «el hombre del sistema» ahoga y asfixia toda posibilidad de excelencia, puesto que sobresalir, distinguirse y diferenciarse es algo que le resulta chocante y ofensivo”.

Uno de los más influyentes diseñadores de sociedades artificiales ha sido el tristemente célebre Karl Marx. En realidad, pocos detalles dio acerca del socialismo que propuso, ya que estaba convencido que con sólo expropiar los medios de producción renacería una sociedad sin mayores problemas, ya que tales medios habrían de pasar desde la burguesía (los malos e imperfectos) al proletariado (los buenos y perfectos). Incluso llegó a profetizar que la dictadura del proletariado se disolvería junto con el Estado para llegar al fin a la sociedad comunista. Sin embargo, los regimenes totalitarios reales se han mantenido indemnes bajo una suficiente dosis de terror y han finalizado en cuanto tal terror disminuyó hasta valores “normales”.

Necesariamente, los planificadores sociales son individuos que se sienten superiores a los demás, tanto ética como intelectualmente. Sus conocimientos son inaccesibles al común de los mortales, actitud que puede observarse también en la religión cuando se enfatiza que hay conocimientos que son inaccesibles a la razón y al hombre común. De ahí que la soberbia religiosa no se distinga esencialmente de la del planificador social. La pobre eficacia del cristianismo actual se debe, entre otros aspectos, a que la clara sugerencia del amor al prójimo se la ha revestido de misterios inaccesibles al hombre común; misterios que han convertido al cristianismo en una religión para sacerdotes, en lugar de estar dirigida a todo habitante del planeta.

No solo los planificadores sociales se caracterizan por su soberbia, sino también sus seguidores, que se consideran receptores únicos de la “verdad objetiva”. Guy Sorman, en una entrevista a Octavio Paz, escribió: “Los dictadores no tiene la ambición de controlar los pensamientos del pueblo. «Son autoritarios, pero no son totalitarios»”. “Pero el castrismo es de naturaleza diferente, más diabólico. Castro pretende rehacer al hombre, cambiar la naturaleza humana” (De “Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo”-Editorial Seix Barral SA-Barcelona 1991).

En la Argentina tuvimos la oportunidad de observar el accionar de los Montoneros, seguidores de Lenin y de Fidel Castro, que impusieron como “ritual de iniciación guerrillera” el asesinato a traición de cualquier policía que estuviese en la vía pública, llegando a contabilizarse en todo el país, hasta el año 1977, la cifra de 372 asesinatos de ese tipo, lo que da una idea del desprecio que sentían por las vidas ajenas. Pablo Giussani escribió: “Una genuina acción revolucionaria jamás plantea formas de lucha que excedan la combatividad posible del hombre común, de la masa. Si la lucha emprendida al nivel de masa fracasa, se asume la derrota, se medita sobre ella y se utilizan las enseñanzas extraídas de esta meditación para encarar con mayor acierto las acciones siguientes. En esta paciente tarea de recoger y aplicar experiencias sin rebasar el nivel de la combatividad popular se resume toda la historia del movimiento obrero mundial”.

“Pero los Montoneros, cultores de una revolución hecha a medida para superhombres, estaban constitutivamente impedidos de actuar en este cuadro de protagonismo multitudinario. Sus vías de inserción en la masa eran, a la vez, maneras de distinguirse de ellas. De alguna forma había allí una clase media vergonzante, pero aún apegada a sí misma, que utilizaba como inconfesable subterfugio para preservar su diferenciación social aquella heroicidad selecta de las operaciones de comando, en las que el papel reservado a la masa era el de trasfondo o de acompañamiento coral” (De “Montoneros. La soberbia armada”-Editorial Sudamericana-Planeta SA-Buenos Aires 1984).

Los sociólogos que no tienen en cuenta al individuo, y mucho menos a las leyes naturales que lo rigen, se parecen un tanto a aquellos arquitectos que realizan sus proyectos desconociendo totalmente la estática gráfica, la resistencia de materiales y el cálculo antisísmico. Sus proyectos son “gigantes con pies de barro”. De ahí que, así como el arquitecto debe recurrir al ingeniero calculista para hacer factible sus proyectos, o para cambiarlos oportunamente, el sociólogo debería recurrir al psicólogo social para encontrar fundamentos que sustenten sus proyectos descriptivos. Quizás de esa manera advierta que la ciencia social debe limitarse a hacer descripciones para, luego, aconsejar a los individuos acerca de cómo optimizar su comportamiento individual. Para ello, todo hombre deberá tratar de adaptarse al orden natural, que es en definitiva la acción que nos orientará hacia la mejor sociedad posible, pero una vez que hayamos podido definir al mejor hombre posible.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Las recesiones económicas

Puede considerarse la recesión como una crisis circunstancial que sufre una nación que previamente mantuvo un aceptable desempeño económico. De esa forma podemos distinguirla del bajo nivel de actividad de los países subdesarrollados, aunque las causas de esta situación coincidan a veces con las que provocaron la recesión en aquel país. En principio podemos reconocer las siguientes causas principales, siendo posible que en toda recesión real confluyan más de una de ellas:

a) Excesiva intervención del Estado: socialismo, intervencionismo, gastos excesivos, emisión monetaria excesiva, etc.
b) Insuficiente intervención del Estado: cuando no provee un marco legal adecuado
c) Insuficiente cantidad de dinero provista al mercado o insuficiente demanda e inversión por temor a la iliquidez.

En el primer caso disponemos de varios ejemplos, siendo los gastos estatales excesivos la causa aparente y principal de la recesión en varios países europeos, como consecuencia de haber gastado, o malgastado, demasiado dinero, Así, nos llegaba información de Grecia respecto de la inusitada cantidad de empleos públicos improductivos, o de España, en la cual, en una entrevista televisiva, alguien comentaba que el Estado ayuda (o ayudaba) a los jóvenes, hasta cierta edad, a pagar el alquiler de la vivienda en que habitan, lo que resulta ser un síntoma del criterio imperante. Para salir de la crisis, se opta por la restricción de los gastos superfluos, para subsanar el erróneo criterio con que se gastó en el pasado, lo que tiende a agudizar la recesión al menos en el corto plazo.

Para terminar con la recesión económica, debe recurrirse a todo método posible. Uno de ellos es el propuesto por John M. Keynes, que implica principalmente un aumento del gasto estatal, durante un breve tiempo, a fin de poner en marcha la economía deprimida. Si existe una fuerte contracción de la demanda, por la razón que fuese, se la debe estimular desde el Estado, siendo el gasto estatal el medio para hacerlo. En caso de aplicarse durante un tiempo mayor, se caerá en un proceso inflacionario perdiéndose las ventajas del método.

Toda intervención estatal sobre el sistema autorregulado constituido por el mercado, es vista por muchos economistas como algo “sacrílego” por cuanto, aducen, toda perturbación exterior, establecida con el fin de solucionar algún aspecto indeseable de la economía, empeora por lo general su desarrollo siendo peor el remedio que la enfermedad. Sin embargo, debemos considerar sus ventajas o desventajas tan sólo en función de los resultados, que es finalmente el criterio que debe imperar en toda actividad considerada como parte de la ciencia experimental.

Podemos considerar una analogía de la economía con las leyes de tránsito. Quizás no exista peor infracción que la de transitar en contramano y a una gran velocidad. Sin embargo, cuando en un camino de dos manos, sobrepasamos a un vehículo más lento, durante un breve tiempo, la ley nos permite cometer tal infracción, que deja de ser tal si cumplimos con la condición establecida. Algo parecido ocurre en la física de partículas, en los procesos de creación y aniquilación de las mismas. En esos casos se interrumpe la validez del principio de conservación de la energía durante un tiempo compatible con el establecido por el Principio de Indeterminación de Heisenberg.

Volviendo a la economía, debemos recordar que el mercado es un sistema autorregulado que puede ser descrito en base a la variación de los precios, la oferta y la demanda. Adviértase que en los sistemas autorregulados descriptos por la Teoría del Control Automático, intervienen en la descripción las variables físicas asociadas a la información, mientras que en ella no aparece la energía que se necesita para el normal funcionamiento de los distintos dispositivos, permitiendo, o no, accionar al sistema. De ahí que, si se considera que la cantidad de circulante monetario cumple el mismo rol que la energía, podemos decir que no interviene en el comportamiento del sistema autorregulado. Recordemos que es posible quitarle a la moneda cuatro ceros (como a veces se ha hecho en la Argentina) sin que por ello existan cambios en la descripción económica, ya que en ella son relevantes los precios relativos. Sin embargo, la forma en que el Estado inyecta circulante necesariamente ha de perturbar al mercado. De ahí que tiene importancia la magnitud y la forma de implementarlo, por lo que se recomienda hacerlo en pequeñas cantidades y en forma sostenida, en la cantidad suficiente como para acompañar al aumento de la producción. Si se inyecta a un ritmo mayor, ha de producir inflación, mientras que si se inyecta a un ritmo menor, favorece la recesión por limitación de la demanda y de la inversión.

En cuanto a las causas de la crisis ocurrida en los EEUU en el 2008, no existen coincidencias. Mientras algunos culpan al Gobierno, por no establecer suficientes reglas previsoras, otros culpan a los bancos, empresarios y ciudadanos comunes por sus apetencias excesivas e irresponsabilidad, que se reflejan en el grado de endeudamiento contraído. En una gráfica en la cual aparece la deuda familiar de los estadounidenses, como porcentaje del PBI, se advierten dos picos máximos, que coinciden justamente con los años en que se produjeron las crisis de 1929 y la del 2008.

Si bien las desregulaciones del Estado, para facilitar la libre iniciativa privada, deben apuntar a favorecer la producción, no se debe ignorar que existe una tendencia generalizada a optimizar ganancias en forma independiente de la producción, sino a costa de la especulación. De ahí que el exceso de desregulación bancaria haya favorecido la crisis reciente, al menos es lo que afirma Paul Krugman, quien escribió:

“El moderno conservadurismo se entrega a la idea de que las claves de la prosperidad son los mercados sin restricciones y la búsqueda sin trabas del beneficio económico y personal; y también defiende que la expansión de las funciones gubernamentales, posterior a la Gran Depresión, solo nos ha supuesto perjuicios. Sin embargo, lo que en verdad vemos es una historia en la que los conservadores se hicieron con el poder, se pusieron a desmantelar muchas de aquellas protecciones de los tiempos de la Depresión …y la economía se hundió en una segunda depresión, no tan mala como la primera, pero notablemente negativa. Así, los conservadores necesitaban desesperadamente alejar de las mentes esta historia incómoda y narrar otro relato que convirtiera al gobierno –y no a la falta de gobierno- en el origen del mal” (De “¡Acabemos ya con esta crisis!”-Crítica-Barcelona 2012).

Si uno se atiene a lo que afirman los economistas más representativos del liberalismo, se observa que nunca desestiman la importancia del Estado, especialmente respecto de la sanción de leyes que establezcan un orden legal adecuado para la libre acción individual y empresarial. Solamente afirman que la intervención estatal resulta perjudicial para la economía en cuanto tal ingerencia distorsiona de alguna manera al proceso del mercado. La existencia de leyes que regulan la actividad económica, y que protegen a toda la población de futuras depresiones económicas, no deberían ser criticadas aun cuando limiten parcialmente la libertad para producir, y menos si limitan la libertad para especular. Liberalismo no es lo mismo que libertinaje. La evidencia de la crisis reciente, y actual, muestra que las leyes vigentes resultaron insuficientes para evitarla, si bien tampoco deben descartarse las fallas del gobierno cuando dispuso, por ley, de cierto porcentaje de créditos a ser otorgados por los bancos a los sectores de menores recursos con pocas posibilidades de poder pagarlos puntualmente.

La intervención keynesiana resulta ser una solución que contempla las causas atribuidas por Keynes como motivadoras de la recesión. Paul Krugman escribió: “Imaginemos por un momento el caso de una economía que avanza felizmente en el nivel de pleno empleo. Todas las fábricas funcionan a pleno rendimiento, todos los trabajadores tienen empleo….”. “Pero supongamos ahora que todas y cada una de las economías domésticas y de las empresas llegaran por alguna razón a la conclusión de que les gustaría tener algo más de dinero en metálico”. “Keynes sostenía, en concreto, que eso ocurría cuando los empresarios perdían confianza y comenzaban a considerar arriesgado realizar inversiones, lo cual los llevaba a dudar y a acumular dinero en efectivo; actualmente, cabría añadir el problema de las inquietas economías domésticas, que temen por su empleo y que reducen sus compras de artículos de consumo que exigen un elevado desembolso”.

“¿Qué ocurre, pues, cuando todo el mundo intenta acumular efectivo simultáneamente? La respuesta se halla en que disminuye la renta junto con el gasto. Tratamos de acumular efectivo reduciendo las compras que realizamos a los demás y los demás tratan de acumular efectivo reduciendo las compras que nos realizan a nosotros, por lo que tanto nuestras rentas como las suyas disminuyen junto con el gasto y ninguno de nosotros consigue aumentar sus tenencias de efectivo”. “El proceso sólo llega a un límite cuando las rentas se reducen tanto que la demanda de efectivo disminuye hasta ser igual a la oferta existente”. “Ésa es la explicación de Keynes. Es bastante sencilla y, sin embargo, ha provocado un asombroso grado de confusión, por alguna razón, incluso las personas inteligentes parecen encontrarla difícil y abstracta” (De “Vendiendo prosperidad”-Ariel Economía-Barcelona 2013).

Adviértase que la recesión resulta ser una situación inducida por el miedo a la pobreza, o a la iliquidez, de la misma forma en que la inflación se acentúa por el miedo a la inflación. El citado autor agrega: “La primera medida y la más evidente es permitir que los individuos satisfagan su demanda de más efectivo sin reducir su gasto, evitando así la espiral descendente de reducción del gasto y de la renta”.

“La manera de conseguirlo consiste, simplemente, en imprimir más dinero y en ponerlo de alguna manera en circulación. Keynes hizo la extravagante sugerencia de esconder botellas llenas de dinero en efectivo en lugares en los que pudieran encontrarlo los niños aventureros; Milton Friedman ofreció más tarde el símil del dinero cayendo aleatoriamente de helicópteros. Afortunadamente, para la dignidad de la política monetaria, existe un método más respetable: en una llamada operación de mercado abierto, la Reserva Federal compra deuda pública de EEUU, pagándola con dinero recién creado, que se inyecta de esa manera en la economía y se pone en circulación”.

La solución keynesiana debe aplicarse en las primeras etapas de la recesión: “Una vez que la economía está profundamente deprimida, las economías domésticas, y especialmente las empresas, pueden no estar dispuestas a aumentar su gasto independientemente del dinero en efectivo que tengan, es posible que se limiten a acumular más. Este tipo de situación, en la cual la política monetaria ha perdido su eficacia, se ha dado a conocer con el nombre de «trampa de la liquidez»”. “La respuesta keynesiana a la trampa de la liquidez consiste en que el Estado haga lo que no hace el sector privado: gastar. Cuando una expansión monetaria es ineficaz, debe sustituirse por una expansión fiscal, como los programas de obras públicas financiadas con endeudamiento. Esta expansión fiscal puede romper el círculo vicioso de bajo gasto y bajas rentas, «accionando la bomba» y volviendo a poner en marcha la economía. Pero recuérdese que no se trata, en modo alguno, en una recomendación que valga para todo; se trata, esencialmente, de una estrategia extrema, una peligrosa medicina que sólo debe prescribirse cuando ha fracasado el remedio general habitual de la política monetaria”.

Si la cantidad de dinero emitido resulta insuficiente, se producirá un efecto similar al de la autolimitación de la demanda y de la inversión sostenida por Keynes. Paul Krugman agrega: “Si las recesiones económicas comienzan cuando la gente decide espontáneamente aumentar sus tenencias de dinero, las autoridades monetarias deben vigilar la economía e inyectar dinero cuando observan que es inminente la aparición de una recesión. Si las recesiones siempre son el resultado de una disminución de la cantidad de dinero, las autoridades monetarias no necesitan vigilar la economía; sólo necesitan asegurarse de que la cantidad de dinero no disminuye. En otras palabras, basta una sencilla regla -«manténgase constante la oferta monetaria» suficientemente buena como para que no sea necesario adoptar una política «discrecional» del tipo «inyéctese dinero cuando los asesores económicos piensen que es inminente la aparición de una recesión»”.

“Y Friedman continuaba afirmando que la discreción hace más daño que bien”. “Utilizando una frase que llegó a ser famosa entre los economistas […] mantenía que la política monetaria funciona con «retardos largos y variables». Y como consecuencia de esos retardos largos y variables, la política monetaria que trataba de allanar el ciclo económico, en realidad, acababa empeorándolo”.

Adviértase que, si existe dinero suficiente y dinero inmovilizado, una vez que se pone en marcha la economía con la intervención monetaria estatal, como proponía Keynes, el dinero que estaba inmovilizado se suma al ya circulante y al inyectado, por lo que resulta ahora una cantidad excesiva de dinero, que tenderá a producir inflación. Sin embargo, en situación de recesión profunda, tal fenómeno no aparece. Paul Krugman escribió al respecto: “Cuando un país no se halla inmerso en una trampa de liquidez, entonces imprimir mucho dinero resulta en efecto un factor inflacionario. Pero cuando uno está en la trampa, no lo es; de hecho, la cantidad de dinero que imprime la Reserva Federal resulta prácticamente irrelevante”.

El citado autor sugiere la intervención keynesiana para la actual depresión de la economía de los EEUU, incluso sosteniendo que la suba de la inflación hasta un 4 o 5% resultaría un mal menor respecto de la desocupación existente. Toda depresión económica parece provenir de una previa depresión anímica de la población que ha perdido la confianza necesaria para continuar con una normal actividad. Jean-Claude Trichet expresó: “En estas circunstancias, todo lo que ayude a incrementar la confianza de las familias, empresas e inversores en la sostenibilidad de las finanzas públicas es bueno para la consolidación del crecimiento y la creación de empleo. Estoy del todo convencido de que, en las circunstancias actuales, las políticas que inspiren confianza favorecerán, y no perjudicarán, la recuperación económica, porque hoy en día el factor clave es la confianza” (Citado en “¡Acabemos ya con esta crisis!”)

viernes, 6 de diciembre de 2013

No somos tan buena gente

Los recientes saqueos ocurridos en Córdoba (Dic/2013), a partir de la huelga policial, puso en evidencia la severa crisis moral que afecta a la sociedad argentina, ya que no solamente fueron delincuentes comunes quienes robaron y destruyeron más de 1.000 locales comerciales, sino también ciudadanos “normales” que, ante condiciones favorables para el delito, mostraron la ausencia de mínimos atributos éticos y pusieron al descubierto un intenso odio social manifestado en tal acción depredadora.

El salvajismo reinante, además, se pone de manifiesto semanalmente en el comportamiento de las diversas hinchadas de fútbol, ya que los disturbios no se deben solamente a una minoría de delincuentes barras bravas, sino que incluye también a numerosos simpatizantes que no participan en actividades ilícitas ajenas al fútbol, sino que son comportamientos típicos del ciudadano común. El incremento de la violencia se evidencia también en los establecimientos educativos, en donde se incrementan los casos de agresiones entre alumnos y desde los padres de alumnos hacia los docentes.

Son varias las causas que favorecen el severo deterioro moral de la sociedad cuya sintomatología es el odio, que incluye dos facetas que lo caracterizan: la burla y la envidia. Así, la violencia escolar surge generalmente de actitudes burlescas de alumnos, o grupos de alumnos, hacia ocasionales victimas. A la acción violenta le siguen reacciones violentas, pero debe distinguirse claramente que el origen de la violencia se encuentra en quien se burla y no en quien responde de alguna forma tal agresión psicológica. Incluso la burla, en el fútbol, es considerada como algo “cultural”, reiterándose comportamientos ya evidenciados en las escuelas.

Como en los establecimientos educativos se han abolido las expulsiones, e incluso las simples amonestaciones, no funciona el elemental proceso de premios y castigos, de ahí que tales decisiones de las autoridades educativas tienden a fomentar la violencia. Luego, la ley considera inimputables a los delincuentes juveniles evidenciando cierta coherencia facilitadora del accionar ilegal de los adolescentes.

Para colmo, en algunos medios de comunicación estatales, no faltan las alabanzas a movimientos de tipo revolucionario que, mediante la utilización de la violencia, someten a los “injustos explotadores constituidos por la burguesía”. Como los comercios no están, en general, asociados a la “clase obrera”, no existiría, en principio, ninguna traba moral para destruirlos, acción legitimada además en aquel principio surgido de la sabiduría popular: “el que le roba a un ladrón tiene cien años de perdón”.

Debido a la existencia de un fuerte proceso inflacionario, con un índice anual algo superior al 25%, el ciudadano común observa cómo se deteriora su salario debido a la suba de los precios. Luego, desde el propio gobierno nacional, que es el que inicia tal proceso debido a una excesiva emisión monetaria, culpa sin embargo a los comerciantes por tales subas, con lo que trasfiere el descontento desde sus culpables verdaderos hacia los comerciantes, que deben pagar muy caro por una culpabilidad que, en general, no les corresponde.

Mediante la propaganda oficial, que implica una importante asignación de recursos, aparece en forma reiterada un slogan que afirma: “Argentina, un país con buena gente”, resultando difícil de entender su significado por cuanto, de tener cierta autenticidad, no debería haber tanta violencia en los ámbitos educativos, en el fútbol y en la sociedad en general. Al menos que haya sido realizado para recordarnos que debemos ser buena gente. Lo grave de la creencia de que en realidad ya lo somos, es que se ha abolido todo tipo de sanción en las escuelas, y se han reducido drásticamente las penas por delitos cometidos, como si en realidad hubiésemos logrado hacer verdadero el slogan mencionado. Si ya hemos llegado a ser “buena gente”, no debemos preocuparnos por mejorar y, sobre todo, podemos tranquilamente culpar al imperialismo extranjero por todos los males que todavía subsisten y que no nos dejan crecer de la manera que merecemos.

Los acontecimientos de Córdoba podrían ser denominados como el “Segundo Cordobazo”, en recuerdo de los tristes acontecimientos ocurridos en mayo de 1969. Sin embargo, para quienes quisieron que nuestro país ingresara en la órbita soviética, tal levantamiento fue mirado como un acontecimiento positivo. Roque Alarcón escribió sobre aquel acontecimiento:

“Por eso atacaron [los beligerantes] los centros y comercios más representativos de la alta burguesía y del imperialismo”. “Un verdadero festín proletario se desarrolló esa tarde en una de las plazas más importantes de la ciudad: Plaza Colón. Decenas de obreros hacían de mozos improvisados. Entraban a la Confitería Oriental como si hubieran sido sus dueños desde siempre y sacaban los manjares más preciados, los vinos más finos y los licores más pitucos. Y en la Plaza todos brindaban y festejaban. «Era el desquite», nos dirá un obrero que estaba en aquella jornada”. “Por eso podemos decir que el Cordobazo fue un gran ensayo gestado por el pueblo de lo que deberá hacer algún día, a mayor escala y con objetivos más precisos. A costa de todos los esfuerzos necesarios. O resignarse a vivir eternamente en los vaivenes de esta sociedad que no tiene más que miseria para ofrecerles”. “En el Cordobazo se acabó la paciencia de los trabajadores. Salieron de sus fábricas, se metieron en la ciudad, tomaron todo lo que quisieron tomar, derrotando cuadra por cuadra a la policía” (De “Cordobazo”-Editorial Enmarque-Buenos Aires 1989).

La exaltación de la clase obrera, considerada como una clase explotada (lo que puede ser cierto en muchos casos) implica exaltar a quienes no estudiaron lo suficiente o a quienes no trataron de adquirir un mejor adiestramiento laboral. Utilicemos como ejemplo el trabajo en la construcción. Alguien que no quiso aprender algunas de las especialidades de tal rama laboral, como armador de hierros, encofrador, frentista, etc., prefiriendo pasar toda su vida como ayudante de albañil, no debería ser criticado por ello, pero tampoco debería ser puesto como ejemplo, y mucho menos como víctima de los “explotadores”. Todo empresario de la construcción preferirá tener trabajadores capacitados en lugar de obreros no calificados, porque ello contribuirá a la eficiencia productiva. La “clase social” asociada a los obreros, es justamente el sector que renunció a todo tipo de movilidad social, por cuanto renunció a escalar posiciones dentro de su actividad laboral. Por el contrario, es típico en un empresario haber comenzado sus actividades como obrero, para llegar a medio oficial, oficial, capataz y finalmente contratista de obra.

Los ideólogos izquierdistas protestan por una supuesta y generalizada explotación laboral de los obreros, lo cual no es justo generalizar, pero lo que puede asegurarse es que el ideólogo les imprime una dosis cotidiana de odio para utilizarlos posteriormente a favor de sus oscuros intereses, algo que denigra a cualquier persona y que resulta mucho peor que explotarlos laboralmente. Cuando un izquierdista habla del “pueblo” se refiere a los obreros, a quienes, supone, se los puede engañar más fácilmente, utilizando el tácito lema “usar y descartar”. Los demás trabajadores, incluso los empresarios, no son considerados como pueblo y de ahí que se sugiera al “verdadero pueblo” robarles o cometer cualquier ilícito sin que el obrero, previamente inoculado de odio marxista, sienta el menor remordimiento.

El segundo componente del odio es la envidia y se da en una misma persona conjuntamente con la tendencia a la burla. De ahí que nos enteremos por la televisión que una alumna, que se destaca por algún atributo estético, puede llegar a ser agredida físicamente por sus compañeras de curso al carecer éstas de los atributos mencionados. De ahí que, para vivir con cierta seguridad en la sociedad argentina, resulta conveniente esconder o hacer menos evidente todo tipo de atributo o de éxito personal que pueda despertar la envidia de los demás. Se da por supuesto que toda ostentación motivada para provocar envidia ajena, resulta también una actitud reprobable por cuanto es una forma de provocar conflictos.

Para no sentir la desagradable sensación asociada a la inferioridad que el envidioso se concede a si mismo por su propia actitud, busca devaluar y degradar todo tipo de valor susceptible de envidia, lo que implica resentimiento social. José E. Abadi y Diego Mileo escribieron: “Triunfar está prohibido. El éxito produce envidia. Y la envidia al éxito, al suceso, hace del suceso algo sospechoso. Si a una persona le va bien, siempre habrá alguien que comente: «Éste debe lavar dinero». Así, el supuesto ganador se convierte inmediatamente en blanco de la ira y la sospecha de los demás. En ese sentido, la envidia termina creando una muralla que impide acercarse al otro positivamente, aprender aquello que sabe y llegar así adonde llegó”.

No siempre el envidioso es el que carece de bienes materiales suficientes, sino que afecta también a quienes más dinero poseen y buscan superar a los que los superan en ese aspecto. Los autores citados escriben: “El otro nivel es el de los valores materiales y los objetos de ostentación, o que poseen determinados símbolos de prestigio, y su peculiaridad es que esta expresión de la envidia social suele darse en sectores de la misma clase. «Yo tengo un BMW –piensa el envidioso-, pero me da bronca que el vecino se haya comprado un Land Rover…»”.

“La envidia está caracterizada no tanto por el deseo de tener lo que el otro tiene, sino más bien por las ganas de que el otro no posea aquello que a uno le falta. El ansia de tener lo que el otro tiene sería una envidia «sana» […]. En cambio, la envidia que llamamos patológica, sintomática, es la manifestación del deseo de que el otro no posea lo que nosotros jamás podremos tener. Lo que está presente de modo latente es la necesidad de destruir, desvalorizar, acusar a ese otro”. “¿Será por esto que en los EEUU los millonarios escriben libros contando sus experiencias y aquí los millonarios se esconden?”.

“Normalmente, la desvalorización produce envidia, la envidia conduce al fracaso y éste a la desvalorización. Pero a veces se dan graves cuadros depresivos de malestar y proyecciones de estos sentimientos negativos en el otro, con lo cual empiezan a crearse situaciones paranoicas que generan peligrosos niveles de hostilidad intrasocial. En estos casos no hay comunidad, hay simplemente un grupo de personas que discuten, y todo esto en función de aquel sentimiento regresivo y estancante que es la envidia” (De “No somos tan buena gente”-Editorial Sudamericana SA-Buenos Aires 2000).

La envidia surge siempre en quienes orientan sus vidas a lo material, descartando valores afectivos e intelectuales, los que, por lo general, son accesibles a cualquiera que pretenda adoptarlos. Ello no significa que no exista envidia en los ámbitos de mayor nivel intelectual. Sin embargo, al menos se escapa de la vulgar y penosa envidia motivada por todo aquello que solo sirve para brindar comodidad al cuerpo. Lo que más vale, lo que da tranquilidad al espíritu, generalmente no despierta envidia.