Las actividades humanas que implican mejoras en el nivel de conocimientos están sometidas al proceso de prueba y error, ya que observando los resultados obtenidos será posible mejorarlos hasta acercarnos un poco más al objetivo deseado. Pero para ello es imprescindible reconocer los errores, algo que requiere de un mínimo de honestidad personal. El proceso de prueba y error requiere también de la veracidad de la información que circula en la sociedad. De lo contrario, cuando la mentira distorsiona suficientemente la realidad, ya no será posible mejorar algo que se considera eficiente o adecuado.
Una característica de los políticos argentinos es la tendencia a despreciar toda acción emprendida por un gobierno anterior, que ha de ser considerada invariablemente como errónea, para iniciar nuevamente el proceso como si el pasado no hubiese existido. Juan José Llach expresó: “La principal falencia de las políticas económicas de estos bienvenidos treinta años de democracia es el haber sido casi todas ellas «fundacionales», es decir, en vez de seguir desarrollando lo bueno del anterior y corrigiendo lo malo se utilizó la táctica de tierra arrasada, con giros de 180 grados, con lo cual se volvió muy difícil construir con efectos duraderos”. Por otra parte, Gerardo Della Paolera expresó: “El drama argentino es que siempre tenemos, década tras década, la incómoda sensación de que estamos volviendo a empezar”.
Cuando los hombres se consideran más importante que la propia patria, no existen objetivos sociales, sino intereses mezquinos y egoístas. Hernán de Goñi escribió: “La clase política tiende a maximizar el beneficio presente, ya que considera que gobernar para que otro coseche sus resultados va contra la lógica de sus propios intereses. Muchos dicen que trabajan para la historia, pero nadie aclara que lo que buscan es que se vea mejor su periodo. Todos terminan su mandato con algún indicador bueno (aunque sea el avance en alfabetización) y entienden, honestamente, que asumir la responsabilidad de lo que viene es un costo que le corresponde asumir al mandatario entrante, nunca al saliente” (De “La democracia inconclusa”-Autores varios-El Cronista-Buenos Aires 2013).
La búsqueda de resultados económicos casi siempre consiste en transitar por “atajos”, es decir, en lugar de buscar directamente la mejora de la productividad, la inversión productiva, el trabajo genuino, tanto pueblo como gobierno tratan de imaginar algún tipo de malabarismo monetario o financiero capaz de reemplazar el camino normal que conduce a una economía eficiente. “La dirigencia argentina padece una atracción casi suicida por lo atajos económicos”. “Llach define esta vocación innata de muchos políticos como el «sesgo populista», al que caracteriza como la puesta en práctica de «políticas que no pueden sostenerse en el tiempo y que, además, muy probablemente acumulan distorsiones que pueden terminar de manera explosiva”.
En nuestro país, no se busca el gobierno de las leyes, ni del Presidente junto al Congreso, sino del caudillo que muestra su superioridad desdeñando todo lo ajeno a su gestión. Miguel Wiñazki escribe al respecto: “Escribió Freud en su «Psicología de las masas»: «El caudillo es aun el temido padre primitivo. La masa quiere siempre ser dominada por un poder ilimitado. Ávida de autoridad […] tiene una inagotable sed de sometimiento». La lectura histórica del «Que se vayan todos» permite desentrañar en esa frase y ese reclamo una verdad oculta e inversa: «Que llegue uno de otra parte, fuerte, un caudillo coercitivo, pendenciero y temible que vuelva a someternos como todos deseamos»” (De “La locura de los argentinos”-Grupo Editorial Planeta SAIC-Buenos Aires 2010).
La solución de problemas mediante la exposición de razones ha sido desplazada por la presión del más fuerte, ya que las autoridades responden solo cuando son extorsionadas a través del corte de calles, manifestaciones, huelgas o cualquier otra forma de imponer restricciones a la libertad del ciudadano común que es utilizado, como víctima inocente, en conflictos ajenos. Incluso muchos padres de alumnos secundarios los alientan a la toma de colegios ya que consideran que esa es la forma más efectiva de exigir y de imponer la voluntad mayoritaria, negando la legítima autoridad de directivos y docentes, lo que es un síntoma de la tendencia caótica por la que transitamos.
También es frecuente encontrar a quienes siempre echan la culpa de sus errores a los demás. Incluso no consideran que la sociedad es la víctima de sus desaciertos, sino que ellos han sido las víctimas de un complot que los presionó durante su gobierno. Walter Graciano escribió: “El defecto más grave de Raúl Alfonsín fue su tozudez, su terquedad. Aún está convencido de que la realidad se confabuló en su contra. Cree que los problemas le sucedieron, cuando en verdad él mismo los generó, por acción u omisión”. “Nadie normal puede sentirse bien si vislumbra al menos la pequeña posibilidad de haber hecho un enorme daño al tejido social, como lo fue la hiperinflación. Nadie medianamente sensible escapa por demasiado tiempo a la autocrítica”. “El autor del caos se consideraba víctima y no victimario. Es como si Adolf Eichmann se hubiera considerado víctima del holocausto”.
“Con sólo verlo, escucharlo, semblantearlo, no cabía duda de que guardaba un profundo rencor contra Menem, los grupos económicos, los políticos, la prensa y, finalmente, hacia los argentinos en general, quienes según él no lo comprendían”. “La famosa frase «golpe de mercado» fue un invento de Alfonsín, quien nunca pudo entender que él mismo amasó, directa o indirectamente, la bola de nieve que le cayó encima. La verdadera «patria financiera» fue producto de las medidas de su gobierno, las tasas de interés siderales que pagaba a los grandes capitales, en desmedro de los pequeños ahorristas y de los sectores productivos” (De “Las siete plagas de la Argentina”-Grupo Editorial Norma-Buenos Aires 2001).
Recordemos que la inflación de 1989 llegó al 3.079% anual, con lo que se desvirtuó totalmente el lema populista de “beneficiar a los pobres”, aunque en nuestro país muchos creen que las intenciones de los políticos deben ser valoradas aunque los resultados sean los opuestos. Tal es así que la UCR promovió a Ricardo Alfonsín como candidato a presidente en 2011 sin mostrar antecedentes distintos a los de “portación de apellido”, como si acaso el desempeño de su padre hubiese sido, al menos, mediocre. El autor citado agrega:
“Si especulador es quien intenta sacar el máximo rendimiento a su dinero, entonces básicamente todos, en algún sentido, somos especuladores. Cuando estos sacan excesivas ventajas es porque los gobiernos lo permiten, o no hay marcos regulatorios adecuados; o lo incentivan, como fue el caso del Plan Primavera. ¿Cuál era entonces el marco regulatorio del Plan Primavera? Dicho marco era que el dueño del capital financiero obtuviera grandes ganancias, y quien no tenía ahorros era quien financiaba esas ganancias mediante el pago del impuesto inflacionario. Una vez más, como en el Austral, como en periodos anteriores también, el gobierno de Alfonsín, que tanto se llenaba la boca con ayudar a los pobres en una suerte de práctica de Robin Hood, de hecho se transformaba en «Hood Robin»; financiaba a los ricos cobrando impuestos a los pobres y a la producción”.
El gobierno “nacional y popular” del kirchnerismo, poco tiene de nacional por cuanto, debido a sus prácticas estatizantes, ha hecho de la Argentina un país “exportador de capitales”, que van a beneficiar a otros países. Además, debido al “impuesto inflacionario” termina perjudicando a los pobres en beneficio de los ricos, por lo cual tampoco tiene algo de popular. Ha engañado a toda la población haciéndole creer que el país creció durante los últimos diez años, cuando en realidad destruyó el sector energético y los transportes estatales, entre otros, debido a la falta de inversión y, a veces, hasta de mantenimiento. La mentira y el engaño muestran que ha sido otro gobierno motivado por objetivos personales con poca, o ninguna, vocación social.
Tal tipo de gobierno ha sido considerado, por Gustavo Ferrari, como una “democracia autorreferencial” escribiendo al respecto: “En todas las democracias hay elecciones periódicas, estas se diferencian según cómo se vive la democracia independientemente de la forma de gobierno, es decir, en qué medida se respetan esas condiciones democráticas a las que alude Norberto Bobbio. Son tan variadas las experiencias, que ha emergido en la ciencia política una extensa clasificación: democracia restrictiva, incompleta, selectiva, pseudo democracia, de fachada, aparente, delegativa, degradada”. “[Algunos autores] abandonan la denominación de «democracia» y entienden más adecuado hablar de formas atenuadas de autoritarismo”.
“Esta forma de entender la democracia, reduciéndola o sintetizándola a la representatividad popular de quien triunfe en las elecciones, me lleva a construir un concepto especifico de democracia imperfecta o incompleta en la que encuadro nuestra Argentina de hoy, el de «democracia autorreferencial», aquella en la que la democracia que empieza y termina en la figura del líder a quien las elecciones le dan un nivel de legitimidad que no existe bajo una dictadura tradicional. No hay democracia, no hay intereses populares, no hay soberanía, no hay Nación ni futuro por fuera de la figura del líder carismático. La democracia empieza y termina en esa figura. No hay patria más allá del líder, porque el líder la encarna. Parafraseando a Bolívar, éste decía en su discurso ante el Congreso Constituyente de Bolivia, en 1825: “El presidente de la república viene a ser en nuestra Constitución, como el Sol que, firme en su centro, da vida al Universo”.
“En nuestra «democracia autorreferencial», el líder le habla directamente al pueblo pero no necesita escucharlo porque es la voz del pueblo. No hay posibilidad de retorno, de diálogo, de preguntas, y el twitter es una magnifica herramienta para hablar sin oír, para criticar sin escuchar, para opinar sin debatir, para anunciar sin explicar”. “En resumen, el líder es el fiel, infalible y único intérprete de los verdaderos deseos del pueblo, incluso conoce mejor que ese mismo pueblo sus intereses más profundos. Y así, hemos escuchado de la líder de nuestra «democracia autorreferencial» frases como «ayudarme a mí es ayudarse a ustedes mismos» o «hay algo que me obsesiona y me desvela: que los 40 millones de argentinos entiendan y comprendan cuáles y dónde están sus verdaderos intereses»”.
“La «democracia autorreferencial» aborrece y no necesita de la libertad de prensa y expresión, abomina el debate, las opiniones. No las necesita porque no necesita intermediarios para descifrar el sentir del pueblo. En este sentido, toda sugerencia o crítica es inmediatamente tachada de «corporativa», «golpista», «oligárquica», «destituyente» o «anti patria», adjetivaciones que descartan cualquier posibilidad de enmienda o rectificación del rumbo. Todo lo contrario, son amenazas al sentir del pueblo que exigen profundización del modelo y, cuando esas amenazas no existen, las crea para justificarse. El enemigo del «modelo» es sencillamente enemigo de la Patria” (De “La democracia inconclusa”-El Cronista)
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